Capítulo once
Allí atrás no era muy cómodo. Iban seis personas en los asientos traseros, con Bob ocupando mayor parte del espacio. Todos estaban estrechos. Marcus no podía mover las extremidades y ya sentía un fuerte calambre en las piernas, anhelaba poder estirarse y salir de ese auto tan sofocante.
—¿Cómo está Raúl? —preguntó el muchacho que iba frente al volante. Marcus había olvidado su nombre, el único nombre que reconocía era el del sargento Jefferson, quien ahora estaba sumido en sus pensamientos, con la mirada perdida y los ojos rojos por tanto llorar.
—He vendado la herida, y el sangrado se detuvo. Volvió a dormirse. Creo que está bien —le informó Alice.
Raúl era el que había sufrido una mordedura en la pantorrilla. Estaba acostado sobre todos los presentes, su cabeza estaba apoyada en el hombro de Marcus, y el resto de su cuerpo estaba sobre Alice y los otros dos soldados. Ya no bastaba con el espacio reducido, sino que también debían cargarlo.
—Como que ya es momento de que nos informe acerca de todo ¿No lo cree? No vimos nada, pero aparentemente un animal o lo que sea atacó a nuestros hombres, y por si lo había olvidado, uno de ellos está muerto —exigió saber el muchacho que conducía y que miraba a Alice por el espejo retrovisor. La fulminaba con la mirada, se encontraba impaciente.
Marcus sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La herida de Raúl era bastante horrible, la marca de la mordedura era profunda, pero por el tamaño, parecía proveniente de una criatura pequeña, no de las grandes. Si hubiese sido de las de mayor tamaño... quizás no hubiera sobrevivido.
—¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Es confidencial —respondió ella haciendo énfasis en la última palabra.
—¡Eso ya lo sabemos, maldita sea! ¡Pero uno de nuestros hombres murió! ¡¿Cómo pretende que nos quedemos de brazos cruzados sin hacer nada?! —la reacción de Jefferson sorprendió a todos. Se salió de control, golpeó fuertemente el compartimiento de la camioneta y se detuvo sólo cuando sus subordinados lo calmaron.
—Oigan...
—Mi...mi compañera tiene razón —intervino Marcus, con la voz temblorosa. Miró fijamente a un Jefferson furioso que contenía las lágrimas —. Creo que es peligroso que lo sepan.
Marcus pasó años de su vida enfrentándose al miedo que le generaban las personas. Pero Jefferson era diferente, por alguna extraña razón. Ese hombre le generaba seguridad.
—Muchachos creo... —murmuró Bob. Pero nadie, ni siquiera Marcus le prestó atención.
—No sabría explicar muy bien lo que son. Analicé sus mutaciones provocadas por la sustancia, trabajé con esos especímenes transformados, ni siquiera sé muy bien qué clase de especies son, pero según mis estudios se trata de animales, como los que normalmente conocemos, y... y... bueno, en ese laboratorio se realizan estudios de toda clase, pero eso es solo superficial, hay una zona escondida en la que... —Marcus se vio interrumpido y soltó un alarido de dolor. Alice le había enterrado las uñas en el brazo.
—¡Cállate de una puta vez! ¿No me escuchaste pedazo de imbécil? ¡Es confidencial! —gritó ella alterada.
Marcus se estremeció, se sintió humillado frente a todos y contuvo las lágrimas. Odiaba que le gritaran.
—Lo entiendo. Gracias por... haber intentado explicarme —Jefferson forzó una sonrisa. Algo en su expresión curiosa revelaba el deseo de hacer más preguntas —. ¿Marcus? Ese es tu nombre ¿verdad?
Marcus asintió curvando lentamente los labios hacia arriba y agachó nuevamente la mirada.
—¡Miren! —grito Bob de repente, inmediatamente señaló hacia la pradera que se extendía más allá de la carretera por la que iban. El muchacho que conducía frenó de repente causando que todos se fueran abruptamente hacia adelante —. ¡Son los alienígenas! ¡Vienen hacia acá!
Cada uno de ellos dirigió la mirada hacia el lado izquierdo y observaron a través de la ventana. Desde la estepa se acercaban bestias furiosas, corriendo una junto a la otra. Algunas más rápidas que otras. Pero todas iban juntas. Como manada.
Parecían perros corriendo por la pradera, solo que más grandes. Cada pisada se percibía desde donde se encontraban y ese sonido era aterrador.
Una de ellas... específicamente una de ellas...
—¡Esa es la criatura alfa! —gritó Marcus. Trabajó dos años cerca de esa cosa, la reconocía.
Tan enorme. Tan peligrosa. Y se acercaba a una velocidad increíble. Con una mandíbula tan grande y peligrosa que sería capaz de comerse a cinco personas a la misma vez.
—¡Conduce, rápido! —ordenó el muchacho moreno que iba al lado de Alice. Los soldados alistaron sus armas.
—¡No! —gritaron Alice y Marcus a la misma vez.
Escucharon los gruñidos. Estaban cerca.
—Si pueden ver, atacarán a todo lo que se mueva. Y si oyen, atacaran todo lo que produzca ruido ¿entienden? No enciendas la camioneta, debemos permanecer quietos ¡Y no hagan ruido! —les ordenó Alice con autoridad.
Las criaturas destrozaron las vallas que separaban la pradera con la carretera, pero por suerte solo pasaron por un lado de la camioneta a toda velocidad sin generar daños. Se marcharon, todas en una misma dirección.
La última que se acercaba —que era la que corría más lento, la última del grupo— no se molestó en rodear la camioneta, sino que pasó por encima hundiendo un poco el techo.
—Se dirigen hacia el pueblo Bernon —supuso Jefferson, a diferencia del resto no se veía asustado, un poco sorprendido sí, pero mantenía la calma. A diferencia de Bob quien se cubría la cara y lloraba como un niño pequeño.
Nadie se atrevió a decir algo, estaban en silencio escuchando mutuamente las respiraciones agitadas de cada uno. Marcus, inconscientemente se había sujetado del brazo regordete de Bob, y por nada del mundo quería soltarlo.
—¿Esas son...? —el chico moreno intentó formular una pregunta, pero las palabras no le salían. Estaba muy conmocionado y apretaba con firmeza el arma que llevaba consigo.
—Si. Esas cosas son las que escaparon del laboratorio. Pero no son todas. Escaparon montones ¡Todas! Pero ahí iban ¿qué? Solo siete u ocho, había más de treinta especímenes. Andan en manada, es como si... —dijo Alice. Parecía confundida.
—Conduce —soltó Jefferson —. Hablaremos de esto con el jefe de la base. Buscaremos ayuda. Pero debemos darnos prisa y alertar a la gente de ese pueblo ¡Rápido!
El sargento intentó comunicarse por la radio, pero nadie le contestaba.
Marcus entraba otra vez en pánico.
La camioneta se puso en marcha, pero esta vez avanzaba a toda velocidad y el motor resoplaba ferozmente mientras que los neumáticos levantaban el polvo de la carretera.
***
Alex condujo la camioneta por la carretera de asfalto que llevaba directamente al pueblo Bernon.
—¿Podemos ir al McDonald's? Podemos ir ¿verdad? —sugirió Lucas, rompiendo el silencio.
—Claro ¿Qué te gustaría pedir? —le preguntó Margaret. Se encontraba en el asiento de copiloto y se giró para ver al pequeño.
Atravesaron un enorme letrero colgado a dos postes de luz que decía, en letras coloridas: "Bienvenidos a Bernon". A simple vista, todo transcurría con normalidad; la gente se movilizaba alegre por las calles casi desoladas, algunos autos estaban en movimiento y otros permanecían aparcados sobre la acera. Los múltiples negocios ya estaban abiertos, aunque realmente no había muchos clientes.
—Un smoothie de fresa y patatas fritas. Y hamburguesa, eso es obvio ¿Quién pasa por un McDonald 's sin comer una hamburguesa? —respondió Lucas sobándose la panza —. Tengo hambre.
—Primero lo primero. Hemos venido a informarle a la gente acerca de ese animal, cosa o como quieran llamarlo —dijo Alex, manteniendo la calma. Recordaba el hedor nauseabundo de esa criatura y se le revolvía el estómago.
—¿Y a quién le informamos? —preguntó Margaret, los dos compartieron miradas por un breve instante, pero Alex se centró de nuevo en conducir con la mirada al frente.
Giró a la derecha tomando una calle un poco más extensa. Planeaba dirigirse hacia la gran plaza de Bernon, pero en el camino detectó al sheriff comiendo en una mesa al exterior de un restaurante. El sheriff, al cual apodaban "el macho" se comía la pata de un pollo asado, como bestia salvaje.
—Já! Ya me imagino la cara que van a poner todos cuando se enteren de lo que nos encontramos —comentó Carmen. Estaba pegada a la ventana observando a través de ella, se veía emocionada.
—Si, claro. Se van a horrorizar —oyó a su hija responderle.
—Para que quede claro, y no me malinterpreten pero... sí ofrecen dinero por esa criatura, yo debería recibirlo ya que es lo justo ¿no? Fui la primera en encontrarlo.
—No fuiste la primera en encontrarlo, esa cosa te encontró a ti —respondió nuevamente Natalie con desdén.
—¿Ustedes si educaron bien a esta muchachita? ¿No ven cómo me responde esta mocosa? —se quejó Carmen con una expresión de furia total.
Alex no pudo soportarlo más. Frenó en seco, y ya que Carmen no llevaba el cinturón, fue la única que se vino hacia adelante y se golpeó fuertemente la nariz.
—¡Maldito! ¡¿Pero qué sucede contigo?! —gritó furiosa. Su nariz comenzó a sangrar.
—Perdón. Confundí el freno con el acelerador.
Natalie se rio.
El auto se quedó quieto en mitad de la calle, pero eso no era problema ya que no era un lugar muy transcurrido. Solo se trataba de un pueblo pequeño, nada relevante.
—¿Quieres que vaya contigo, amor?
—No cariño. Quédate aquí con los niños. No me tardo —le respondió Alex a su esposa y se bajó de la camioneta. Para su desgracia, la señora Carmen también se bajó y salió disparada hacia el sheriff, ansiosa por contarle la noticia.
¿Cómo puede estar tan tranquila después de que estuvo a punto de ser devorada? O peor aún... ¿Acaso lamenta la muerte de su madre?
«Que en paz descanse la señora Lisao».
Se acercó dando zancadas. Apretando sus puños. Cualquiera diría que buscaba pelea, pero solo estaba alterado... eso es todo.
—¿Puedes dejarme comer tranquilo, mujer?
—Tiene que escucharme, señor. Usted no se imagina y quizás le cueste creerlo, pero vi algo cerca de mi casa, y de hecho traigo pruebas —le hablaba Carmen histérica.
Se movía de un lado a otro.
El sheriff la fulminaba con la mirada mientras aún sostenía la pata de pollo en la mano.
Alex se subió a la acera y se acercó a la mesa. Apartó a Carmen, quiso empujarla, pero en su lugar solo la jaló hacia atrás y se puso delante de ella.
—Buenas tardes, sheriff —saludó. Ya era pasado el mediodía —. Me disculpo por molestarlo. Pero debe ver algo. Sin duda lo va a sorprender. Necesito su ayuda.
Sintió el aroma de carne asada, y el estómago le gruñó. Hacía tiempo no comía carne, y era precisamente porque a su esposa no le agradaba. Comía de todo, menos carne y la boca ya se le hacía agua.
—Que milagro verlo por acá señor Lewis ¿Ya se desató de las cadenas de su esposa? Estar casado es un asco —aquella respuesta hizo que Carmen soltara una risita. Pero a Alex no le hizo gracia —. Qué pena. No debí decir eso. Bueno, ahora que mi almuerzo está arruinado, dígame ¿Qué lo trae por acá?
Alex no le dijo nada. Solo lo invitó a que se acercara a la carrocería de su camioneta. Y cuando el sheriff, alto y fornido —que se creía el más rudo — se acercó, soltó un alarido similar al de una niñita. Se echó para atrás abruptamente y cayó de espaldas contra el asfalto.
—¡¿Qué carajos es eso?! —exigió saber, aturdido —. ¿Pero qué mierda tienes en la camioneta?
Su reacción atrajo la atención de los pocos que andaban por ahí. Muchos se acercaron de inmediato, atraídos por el aroma del chisme. Por otro lado, su familia seguía dentro del auto y miraban a través de las ventanas. Tenían miedo.
Muchos asomaron las cabezas y detallaron a la fea criatura que iba allí, muerta. Más de uno gritó, otros salieron corriendo o simplemente se quedaron paralizados.
—¿Es una especie de broma? —preguntó un anciano, que se había acercado y que a diferencia del resto se veía más valiente.
—Ojalá fuera una broma —le respondió Alex y se cruzó de brazos —. Esa cosa mató a todos mis animales. Mató a la señora Lisao, madre de esta mujer —señaló a Carmen y prosiguió —. Vine a advertirles sobre esta cosa. Es peligrosa. Y sospecho que hay más de una.
Una chica joven se acuclilló en el suelo y vomitó. El olor y la imagen atroz del cráneo del animal totalmente aplastado no resultaba muy agradable.
Más personas se amontonaban a ver.
—Es una oveja. O bueno, eso parece —dijo el sheriff, quien ya se había levantado y se acercó haciéndose el valiente—. Si, bueno. Quizás solo era una y ya. Un error de la naturaleza. No creo que sea algo de qué preocuparnos. Hablaré con mi jefe sobre eso, le tomaré unas fotos como evidencia, pero ni loco me llevaré eso. No, no señor. Esa cosa no la acerque a mí.
Alex sintió que ya había hecho lo que debía hacer. Solo tiraría el cadáver por ahí, mandaría a limpiar la camioneta y se iría con su familia a pasar un buen rato en el pueblo, hacía mucho no iban por ahí, y sería genial aprovechar la ocasión para hacer de ese, un día diferente.
Sin embargo, sus planes se vieron arruinados...
La multitud, que no sobrepasaba las veinte personas, seguía comentando cualquier tontería acerca del animal, pero un sonido los hizo callar a todos. Se escuchó un aullido acompañado de otros sonidos no muy agradables.
—¿Qué fue eso? Se escuchó muy feo... qué miedo.
—No es nada. De seguro —respondió el sheriff con total calma.
Se miraron los unos a los otros desconcertados.
Un grito.
Otro grito...
Y más rugidos.
—Algo pasa... —murmuró Alex y retrocedió. Rodeó su camioneta preparándose para subirse y arrancar de ser necesario.
Natalie golpeó la ventana, Alex la miró por un momento. Su hija quería saber que pasaba, quizás allí dentro de la camioneta no lograron percibir ese sonido. Lucas jugaba con las palmas de sus manos, sin enterarse de nada.
El sonido desenfrenado de un camión lo puso alerta, se le erizó la piel. Desde más allá se acercaba una tractomula con un cargamento de marranos que iban directo al matadero. El enorme camión se descontrolaba, chocaba con otros autos y el conductor gritaba pidiendo auxilio.
Unas pisadas retumbaron y provocaron una especie de temblor en el suelo. Tras la tractomula se acercaban unas bestias salvajes, una de ellas, más enorme que el resto. Sobrepasaba la altura de cualquier humano, andaba en cuatro patas a toda velocidad y poseía una mandíbula enorme, con los dientes de abajo sobresalientes. Era la figura de un perro rabioso, solo que había sido aumentado de tamaño y convertido en una bestia aterradora.
Las personas gritaron, la histeria colectiva formó un desastre. Se empujaban entre sí para tomar la delantera y escaparse.
Alex abrió la puerta de la camioneta, ni siquiera esperó a Carmen quien aún se encontraba afuera. La encendió y pisó el acelerador, el carro comenzó a moverse abruptamente.
—¡¿Qué es eso, que es eso?! ¡Son monstruos, papi! ¡Monstruos! —gritó el niño, mientras se asomaba por la ventana. Natalie lo sujetó y lo atrajo hacia ella, lo abrazó y trató de tranquilizar al pequeño.
—¿Qué hacemos? Alex ¡¿A dónde vamos?! ¡Los niños! ¡Hay que proteger a los niños! —Margaret lo sujetó del brazo y lo movió, haciendo que Alex zigzagueara por la carretera de asfalto.
Retomó el control, vio por el espejo retrovisor como las criaturas alcanzaban la tractomula. Destrozaron la carrocería rodeada por los tablones de madera, y en un abrir y cerrar de ojos se comieron a todos los marranos que iban adentro. Luego, la tractomula destrozada se chocó contra una tienda y produjo un estruendo ensordecedor.
Algunas de las criaturas no alcanzaron el botín, y se abalanzaron ferozmente sobre las personas que a duras penas intentaban escapar. Se escucharon gritos, disparos que luego de un momento cesaron, y más gritos.
Los autos aparcados estaban siendo destrozados.
—¡Papá! ¡Sácanos de aquí!
Alex sabía cómo actuar en situaciones bajo mucha presión. Giró tomando otra calle y esquivó oportunamente a una de esas criaturas que estaba devorando a un anciano. Siguió dirigiéndose a la plaza.
Sabía que no había oportunidad de escapar, además, el conteo de la gasolina de la camioneta empezaba a llegar a cero.
Soltó un grito de frustración y se detuvo justo cuando llegó a la plaza. Aún no habían llegado esas cosas, pero no tardarían y la gente estaba desconcertada por los ruidos, pero ninguno de ellos tenían idea de lo que sucedía a tres calles de ahí.
—¡Todos salgan! ¡Debemos escondernos! —les ordenó. Y su familia le obedeció
Corrieron por la plaza, esquivando a un grupo de jóvenes que se les interpusieron en el camino y les exigieron saber que pasaba, Alex solo se limitó a gritarles que corrieran, que buscaran donde refugiarse. Cargó al pequeño Lucas en sus brazos y con su esposa e hija al lado, comenzaron a correr buscando donde esconderse. Por suerte, una de las casas de la plaza tenía la puerta abierta y no dudaron en entrar.
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