Capítulo ocho
—¡Esa cosa entró a la casa y destrozó todo! De verdad, eso ocurrió. ¡Créanme! —la señora Carmen estaba histérica —. Yo... yo estaba en el patio lavando la ropa de mi madre, vi algo tras unos arbustos y de repente salió eso ¡Por poco me muerde!
Carmen era su única vecina. Era una mujer de unos treinta años, de baja estatura y piel trigueña. Su pelo negro estaba atado en dos trenzas desordenadas con ramas enredadas. Se veía sucia.
—Vale, ya lo entendemos. Necesito que te calmes, no conseguirás nada si te dejas llevar por el pánico —Margaret trató de tranquilizarla.
Natalie estaba de pie al lado del marco de la puerta y miraba fijamente a Carmen, su vecina que hace un momento estuvo a punto de ser devorada por ese extraño animal. Su madre estaba arrodillada curando la herida que la señora tenía en la pantorrilla, no era nada grave, pero la muchacha no dejaba de quejarse. Lucas por otro lado, se sostenía de la falda de Margaret, exigiendo atención, insistiendo en que lo cargara y no lo dejara solo.
El niño necesitaba el tacto de sus padres para sentirse seguro.
Por otro lado, su padre aún seguía atento a cualquier movimiento que se llegara a presentar a los alrededores de la casa. Se encontraba de pie frente a la ventana sin soltar la escopeta.
—¿Y qué pasó con la señora Lisao, tu madre? —se atrevió a preguntar Natalie cruzándose de brazos y frunciendo el ceño. Llamó la atención de todos y las miradas se posaron en ella.
—Muerta. Lisao, quiero decir, mi madre ha sido devorada —aquella respuesta desató el pánico en Lucas, quien se echó a llorar.
Natalie se percató de que sus padres la fulminaban con la mirada. Y aunque se sintió incómoda, alzó los hombros e hizo una expresión tipo: "¿Y yo qué hice?"
Decidió ir a buscar algo, que sin duda, ayudaría al pequeño a tranquilizarse. Se dirigió al segundo piso, y mientras subía los escalones sintió una presión en el pecho, apretó la mandíbula fuertemente y se contuvo... Quería llorar, tirarse en el suelo y llorar como loca. Pero esa no era la clase de Natalie que quería ser. No quería ser una chica débil, ya no más.
Se sintió terrible por la muerte de la anciana Lisao. Desde que era pequeña visitaba su casa, jugaban y hacían caminatas juntas hacia la montaña. No tuvo la oportunidad de conocer a sus abuelos, así que consideró a la anciana como su abuela.
Natalie la amaba. Todos amaban a esa mujer amable y dispuesta a ayudar a todos.
Una lágrima se le escapó y ella la apartó de inmediato. Entró a su cuarto.
Las paredes estaban cubiertas de un tapiz decorado con flores de toda clase, la ventana se encontraba abierta y la cortina se movía sutilmente debido al viento. La luz del sol que se filtraba iluminaba toda la habitación. Al ver su cama, tuvo deseos de tirarse allí y darse una siesta. Pero no era momento para eso.
Cogió su celular, le conectó los audífonos y decidió bajar de regreso.
—Amor, por favor cuida a Lucas. Estoy curando la herida y no deja de insistir que lo cargue —escuchó a su madre y llegó hasta la sala.
—Yo me encargo —le avisó y tomó al pequeño en sus brazos, le costó al principio porque le resultaba muy pesado, pero luego logró apartarlo de ahí. Lo llevó lejos de la sala para evitar que viera la herida y se asustara más.
—¿Quieres ver muñequitos? Mira, te presto el celular —le dijo con una sonrisa. Lucas se limpió las lágrimas, aunque sus mejillas aún quedaron húmedas. Tenía los ojitos hinchados y la nariz roja —. Quédate aquí. Ponte los audífonos y no te los quites hasta que yo te lo diga ¿vale?
El niño asintió pero no dijo nada. Y solo se entretuvo con el celular en mano y con la mirada gacha viendo la serie animada que tanto le gustaba.
Natalie regresó a la sala de su casa.
—Niña, tráeme un vaso con agua —le dijo Carmen, pero eso sonó más como una orden.
Natalie la ignoró y se dirigió hacia su padre.
—¿Ves algo?
—Por el momento, nada.
A través de la ventana se observaban los extensos cultivos de mazorcas. Y a la criatura que tenía el cráneo aplastado. Natalie contuvo sus ganas de vomitar al ver los sesos en la pradera.
—No puedo creer que Lisao esté... —comentó pero se detuvo. Sentía ese deseo de desahogarse, pero su padre no la miraba. Parecía inmerso en sus pensamientos así que cambió de tema —. Papá ¿y qué hacemos ahora?
—No quiero asustarlos. Pero esa no pudo haber sido la única criatura. Venía desde la casa de Carmen, y quedaba algo lejos. Y aquí también había otra, atacó a nuestros animales —su padre intentó explicarle lo que le preocupaba.
—Lo entiendo. Lo más probable es que haya más de esas. Me pregunto qué clase de animales son ¿Será que descubrimos una nueva especie?
—Debemos ir al pueblo —dijo Alex dándose la vuelta. Centrando su mirada en su esposa y en la señora Carmen —. No nos podemos quedar aquí. Debemos informarles lo que hemos visto. Intenté llamar a mi compañero que vive allí, pero no respondió. Debemos avisarles cuanto antes y buscar refugio, no creo que aquí sea seguro.
—¿Y si no nos creen? —preguntó Margaret.
—Obvio que no nos creerán, no son tan idiotas. ¡Oh, vimos un animal feo y repugnante en el campo! ¡Corran! —dijo Carmen con voz chillona.
—Bueno, pues no tendrán otra opción que creernos. Llevaremos a la criatura. La subiré a la carrocería de mi camioneta.
—¿En serio papá? ¿Y cómo la vas a subir? —le preguntó Natalie confundida.
—Con los brazos —respondió él y ambos se sonrieron mutuamente.
Margaret se levantó de la silla dejando de lado el vendaje.
—¿Estás seguro? ¿Ir al pueblo? —su madre parecía en desacuerdo y luego de haberlo pensado por unos segundos que resultaron eternos, respondió: —Iré a empacar comida. Prepararé a Lucas y nos vamos. No me tardo. Por mientras vayan subiendo a ese animal... o lo que sea.
Margaret se alejó. Su rostro se encontraba inexpresivo y eso preocupó bastante a Natalie. Su madre estaba pálida.
—Quédate aquí. Iré a subirla. Cuando estén listos salen —le indicó su padre. Del llavero en la pared, tomó las llaves de la camioneta y salió de la casa. Natalie se asomó de nuevo por la ventana. Vio a su padre acuclillarse frente a la criatura, tomó aire y con sigilo la levantó. La baba lo empapó por completo, la cabeza del animal estaba aplastada, sin ojos y con gran parte de los colmillos rotos.
—¿Tu padre está loco? ¡Qué asco! —comentó Carmen con desagrado. Natalie se percató de que la señora se encontraba a su lado observando también por la ventana.
—No está loco. Él sabe lo que hace.
—¿Si me trajiste el vaso de agua? —le preguntó. Natalie la fulminó con la mirada y bajó la mirada. Su pantorrilla estaba vendada, aunque un poco manchada con sangre.
—Está bien... Te traeré tu maldito vaso de agua —le dijo enojada y se fue a la cocina.
***
Alex levantó a la criatura y la llevó a la carrocería. El olor penetró sus fosas nasales y sintió como un líquido le llegaba a la garganta. Así que vomitó.
Todo lo que había desayunado se fue. Su estómago se vació por completo.
—Vaya mierda —dijo en voz baja. No podía creer que todo eso estaba pasando. Hacía unos momentos estaba tranquilo, rodeado de su familia y disfrutando de un buen desayuno. Y ahora, se enfrentaban a unos animales extraños con apariencia perturbadora.
Su esposa e hijos, junto a su vecina Carmen salieron de la casa. Bajaron las escaleras del porche. Sus miradas se fijaban en todos lados. Estaban asustados.
Alex ayudó a su esposa a llevar las mochilas que venían cargadas de comida y un poco de ropa y las subió en la parte trasera.
—¿Esta es tu camioneta? Se encuentra un poco sucia ¿no crees? ¿Cada cuanto la lavas? —preguntó Carmen, como si la camioneta importara en esos momentos.
Alex rodó los ojos. No le sorprendía. Carmen siempre fue una víbora andante, a nadie le agradaba y se rumoreaba que andaba con varios hombres del pueblo. Además, nunca cuidó a su madre correctamente, aparentaba ser una buena hija pero todas las noches se iba de fiesta y la dejaba sola. No le importaba siquiera que a su madre le temiera a la oscuridad.
«Pobre Lisao... Ahora está muerta, y a su hija casi ni parece importarle»
—Suban todos. Nos iremos de inmediato.
—¿No te vas a cambiar? —preguntó nuevamente Carmen. Lo miraba con los ojos entrecerrados. Lo estaba juzgando.
Alex no respondió, solo ayudó a sus niños a subirse en la parte trasera de la camioneta.
Margaret, su esposa, se subió de copiloto. Estaba callada y algo pálida.
—Mira, si subes o no ya no es mi problema ¿lo entiendes? Si vas a seguir criticando solo lárgate y no molestes a mi familia —le contestó enojado y se subió a la camioneta. El calor que hacía allí adentro era sofocante por lo que tuvieron que abrir las ventanas.
—Yo no quiero ir con esa señora —comentó Lucas en voz baja.
—Nadie quiere ir con ella —agregó Natalie.
Carmen entró en el auto, se sentó en la parte de atrás, junto a Natalie y Lucas. Los cuales se alejaron rápidamente y ella los fulminó con la mirada.
—Me disculpo si huele feo. No creo que dispongamos de tiempo para cambiarme. En el pueblo buscaré algo para ponerme —se disculpó Alex. Pero esa disculpa no iba precisamente para Carmen, sino que solo a su familia.
—Si que hueles mal. Peor que el huevo podrido —dijo la señora que ya resultaba ser estresante.
—No te preocupes, cariño —le dijo Margaret y le dio unas palmaditas en la espalda.
Alex condujo por la carretera de tierra que llevaba directamente al pueblo Bernon. Mientras que en el interior de la camioneta, abundaba el silencio o a veces algún que otro comentario malintencionado de Carmen.
Nada de música...
Ni de risas.
Aquello no era un viaje. Más bien era como el inicio de una pesadilla.
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