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Capítulo nueve

Marcus abrió la canilla y de inmediato sus manos se estremecieron al hacer contacto con el agua. Cuando cerró el grifo se dio cuenta de que sus manos se encontraban temblorosas, seguía ansioso. Su mente estaba tranquila, pero era como si su cuerpo instintivamente aún siguiera alerta.

Temía que una de esas criaturas apareciera de repente frente a sus ojos, y no pudiera defenderse.

—¿Y ahora qué se supone que debo hacer? Yo... yo soy un débil que no puede protegerse a sí mismo... ¿Y si esas cosas vuelven? No... ¡No! —se dijo así mismo, sin percatarse de que estaba incentivando el miedo en su interior.

Su mente era un revoltijo de pensamientos fugaces, pero desgarradores.

Sintió como su corazón se aceleraba. Comenzó a volverse paranoico. Experimentó el entumecimiento en sus extremidades y cayó al suelo. Todo a su alrededor giraba, se distorsionaba y parecía que el baño se achicaba. Las paredes se asimilaban a imanes que se atraían entre sí y disminuían el espacio cada vez que se acercaban. A Marcus le costaba respirar, y se golpeó el pecho varias veces. Trataba de tranquilizarse pero no podía... no podía.

—¿Y ahora qué pasa contigo? ¿Otra vez asustado?

Escuchó la voz de una mujer que hizo eco en el lugar. De inmediato el rostro de su madre invadió su mente. Recordó su mirada furiosa al enterarse de que Marcus tenía unos gustos diferentes, y que le... ¿Qué?

Alguien lo sujetó fuertemente de los hombros y lo sacudió y Marcus volvió a la realidad, como si acabara de despertarse de una pesadilla. Se fijó que una chica de cara pequeña, morena y con el pelo crespo atado en una moña alta se encontraba acuclillada frente a él.

—¿Alice? ¿Qué haces...? ¿Por qué estás en el baño de hombres? —fue lo primero que salió de su boca.

—Vale, tienes un ataque de pánico y lo único que te importa es que una mujer haya entrado al baño de hombres. Te escuché, estaba en el pasillo y te escuché, y mira, he sido buena y he venido a salvarte. Ahora me debes una.

Poco a poco, Marcus recobró el sentido. El baño se volvió normal, las paredes ya no se movían y el espacio no se reducía. Las sensaciones de su cuerpo habían aminorado, más no desaparecido.

—Pues, gracias. Supongo.

Los dos escucharon varias voces masculinas que a duras penas eran percibidas. Se miraron extrañados.

—¿Escuchas eso? ¿O el chocolate que me tomé me hizo daño? —bromeó Alice y se puso de pie. Marcus esperaba que le extendiera la mano y lo ayudara a levantarse. Pero ella solo se marchó. Y él se levantó por su cuenta.

Salió hacia el pasillo, tratando de mantenerse cuerdo y no caer de nuevo. Corrió tras Alice y cuando llegó a la recepción se dio cuenta de lo que estaba pasando.

¡Militares!

No sabía cuántos eran, y no quería contarlos. Pero allí en la recepción habían militares y todos ellos se habían percatado de la presencia inesperada de Alice y Marcus. Eran hombres altos y sin duda musculosos, con miradas desafiantes y expresiones serias.

—Han venido por el llamado de emergencia —les resumió Bob, que se encontraba tras el mostrador y parecía sumamente nervioso.

—Si, ya me di cuenta de eso —le contesto Alice girando los ojos —.Soy la investigadora Alice Merwin. Quizás se dieron cuenta de que las cosas no andan bien por aquí ¿eh?

Un hombre alto, moreno y calvo, sumamente musculoso y con una mirada que asustaría a cualquiera se acercó a ella y le estrechó la mano formalmente.

—Soy el sargento Jerome Wester. Ese guardia ya nos ha informado de la situación. He venido por el llamado de emergencia, de ahora en adelante me encargaré de esto y ustedes deben despejar el lugar ¿Cuántos más quedan con vida?

—No parece muy sorprendido la verdad. ¿Es consciente de que el mundo entero está en peligro? Esas criaturas son sumamente peligrosas, y las que huyeron no fueron solo cinco o seis ¡Fueron aproximadamente ochenta especímenes que ahora andan sueltos! ¿No deberían ya iniciar el protocolo de emergencia?

—Nadie quedó vivo... Solo nosotros tres ¡Esas bestias se comieron a todos! ¡Creo que son alienígenas! Este laboratorio es secreto, y... —soltó Bob histérico. Seguía sudando, y se movía por toda la recepción continuando con sus teorías locas.

Durante el tiempo que Marcus estuvo con él, le pareció un buen tipo, pero sus suposiciones ya comenzaban a hartarlo. Era muy inmaduro. Como un niño temeroso de solo cuatro años.

Alice lo chistó lanzándole una mirada furiosa, y el guardia se quedó en silencio. Lo cual fue un alivio para todos.

—Entiendo. Pero esto es algo que no se debe tomar a la ligera. No podemos desatar la histeria colectiva, ya ve cómo se ponen todos, y las teorías al extremo solo generarían caos —el sargento Jerome miró de reojo a Bob y luego dirigió su mirada a Alice —. Debo verificar bien todo lo que me están diciendo. Ya le informé a mi jefe y ya han comenzado el debido proceso.

Alice no siguió replicando.

Jerome dirigió su mirada a Marcus. Esos ojos marrones y penetrantes lo pusieron nervioso nuevamente.

—¿Y usted quién es? —la voz gruesa penetró en sus oídos y lo dejó paralizado. Quiso responder pero su paranoia no lo permitió. Sentía que en algún momento, ese hombre se le lanzaría encima y lo golpearía, y sacaría su arma y...

—Él es Marcus Ferriman. Es también uno de los investigadores. Trabajaba conmigo en la zona autorizada aunque su conocimiento del proyecto es limitado... Ya sabe a lo que me refiero —respondió Alice por él. Y aunque estuvo agradecido por un momento, también se sintió decepcionado por no haber sido capaz de presentarse por sí mismo.

Jerome lo analizó de pies a cabeza. Y frunció el ceño. Pero apartó la mirada, y al fin Marcus Ferriman pudo soltar el aire que retenía en los pulmones.

***

Jefferson Davis subió los escalones en compañía de su subordinado, Joseph. Observó a través de la puerta de vidrio destrozada a Jerome y su escuadra. También pudo identificar a tres personas ajenas. Una de ellas era una mujer, alta, delgada y de piel morena. Los otros dos eran hombres, uno de ellos ojiazul, delgado y con la cabecera casi clava, y el otro, era uno regordete que se movía inquieto en el lugar y seguía mencionando la palabra "Aliens''.

—Te dije muy claramente que permanecieras afuera supervisando ¿Qué haces aquí? ¿Tanto te cuesta acatar órdenes? —Jerome se percató de la presencia de Jefferson. Las miradas de todos se posaron sobre él.

—Ya he puesto a mis muchachos en esa labor. He venido por si requiere mi ayuda, y por lo que veo si que la necesita —le dijo, aunque realmente esa no era la razón. Había entrado en búsqueda de respuestas. Se centró en el resto de personas y las saludó formalmente: —Buenos días a todos. Yo soy el sargento menor Jefferson Davis, pero pueden llamarme solo por mi nombre si desean.

Jerome bufó y giró los ojos. Parecía harto, pero eso a Jefferson le caía genial. No había mejor cosa en el mundo que molestar a ese patán.

—Hola, es un gusto. Soy Alice. Ahora, centrándonos en lo importante ¿Qué harán? ¿Y qué pasará conmigo? —la chica que vestía una bata blanca manchada de sangre y otros fluidos abrió la boca, demostrando su firmeza.

—Querrás decir nosotros —le corrigió el muchacho de baja estatura. Por un momento, la mirada de ese hombre se encontró con la de Jefferson. Pero se notaba nervioso así que agachó la mirada y Jefferson perdió de vista sus ojos claros. Sin duda se veía asustado.

—Si tanto quieres ayudar, ya está. Quédate aquí hasta que regrese. Debo ir al segundo piso —avisó Jerome dirigiéndose a Jefferson —. Me comunicaré con el jefe en privado y él nos dará las órdenes. El sargento Jefferson cuidará de ustedes hasta que regrese —les indicó y se fue con sus muchachos. Jefferson los vio dirigirse por el pasillo que se formaba a su derecha.

—¡Yo iré con usted! —dijo la chica, la cual parecía ser una científica y salió corriendo tras la escuadra de Jerome.

En cuanto la mitad de personas presentes abandonaron la recepción, una extraña incertidumbre se apoderó del lugar.

—Afuera, eh... ¿Esas cosas están ahí? —preguntó el guardia gordo que se encontraba en el mostrador. Después de mostrarse impaciente por fin se había quedado quieto, sentado en la silla con ruedas.

—¿A qué te refieres con esas cosas? —Jefferson frunció el ceño. El hombre sudaba y respiraba aceleradamente, como si hubiese acabado de hacer ejercicio.

—Jefe. Creo que deberíamos marcharnos. Esto en serio no tiene buena pinta... ¿Ya vio a ese hombre? —Joseph se le acercó al oído y le dijo en voz baja. Dirigiendo su mirada al otro muchacho que se encontraba de pie, completamente inmóvil —. Tiene sangre en el traje que lleva puesto. Gente ha muerto.

Jefferson examinó al hombre. Parecía sobrepasar los treinta años. Llevaba gafas, era el de los ojos claros que evadía su mirada. Llevaba un traje impermeable que lo cubría de pies hasta el cuello, y tal como lo había dicho su subordinado... Sangre le había salpicado.

—¿Cómo te llamas?

—¿Yo? —el hombre se señaló a sí mismo y alzó las cejas —. Soy Marcus Ferriman. Vivo... quiero decir... Trabajo aquí.

—¿Y podrías explicarme qué es lo que ha sucedido? Bueno, creo no me vendría nada mal saber siquiera a los que nos estamos enfrentando —Jefferson le sonrió, para así darle confianza pero Marcus aún seguía dudoso.

—Yo... no lo sé, señor. Bueno sí lo sé, es solo que, bueno, no creo que pueda decirlo —Marcus hablaba rápido, con nerviosismo y parpadeaba varias veces —. Mire, es que si le digo, yo no sé qué podría pasarme ¿Me entiende?

Jefferson asintió aunque realmente no comprendía nada de lo que decía.

—No se preocupe. No lo obligaré a decirme, de seguro usted tendrá sus razones.

Marcus suspiró aliviado y miró a Jefferson directamente. Había un brillo peculiar en sus ojos, como si fuera un cachorrito agradecido.

—Igual no me puedo quedar aquí de brazos cruzados ¿Dónde está el ascensor al segundo piso? —preguntó Jefferson y caminó rumbo al pasillo que quedaba a su lado derecho.

—En el pasillo izquierdo —le indicó el guardia. El que aparentemente se llamaba Bob Kart, y eso Jefferson lo sabía porque el hombre tenía el tarjetón de identificación colgando de su cuello grueso.

Le pareció raro. Jerome y su gente se marcharon por el otro pasillo. Sin embargo, no conocía aquella instalación, por lo que solo siguió las indicaciones de Bob. Se dirigió al pasillo izquierdo y comenzó a caminar. Pero tras él, escuchó pasos y al darse la vuelta se encontró con el rostro aterrado de Joseph.

—¿Me va a dejar aquí solo? Tengo miedo, sargento —le dijo.

Jefferson lo tomó del hombre.

—Tienes que quedarte con ellos ¿Vale? No tardaré. Trata de sacarles información, cualquier cosa será útil. Debes ser fuerte. El miedo es inevitable joven, pero hay que ser capaz de manejarlo. Si conservas esa actitud no creo que puedas ser militar.

—Ya está, lo comprendo. Pero ese guardia no para de mencionar a los aliens, y el otro señor, el de gafas y de ojos claros, se queda quieto como si fuera una estatua y usted planea dejarme solo con ellos —insistió Joseph con una mirada suplicante.

Era un muchacho listo, pero fácil de asustar. Carecía de características dignas de un militar.

—Jerome está ocultando algo —soltó Jefferson acongojado tomando por sorpresa a Joseph —. ¿Me conoces, verdad? No soy el tipo de hombre que se queda quieto mientras el resto trama algo que seguramente es importante y muy... pero muy peligroso. Así que olvídate de tus miedos, novato ¡y obedece mis órdenes!

Quiso decirle más. Decirle que actuaba como un niño pequeño incapaz de separarse de sus padres, pero se contuvo, no quería lastimar sus sentimientos. Joseph no dijo nada más ante la respuesta de su sargento, se tragó sus palabras y se devolvió a la recepción.

Jefferson continuó su camino hasta que llegó al elevador. Oprimió el botón de subir y las puertas se abrieron casi de inmediato. Se adentró en la pequeña cabina y subió.

Estaba decidido. De eso no había duda. Debía encontrar lo que ocultaban, incluso si no podía hacer nada, al menos quería saber lo que ocurría allí dentro y qué cosa había causado todo ese desastre.

¿Cuántas personas murieron?

Y lo más importante de todo ¿Cómo murieron?

Llegó al segundo piso. Era un lugar abierto y espacioso, con poca decoración pero repleto de mesas de laboratorio. Sobre ellas había recursos de investigación, como microscopios, frascos de cristal, elementos de protección como gafas, guantes y batas, en fin... Era un laboratorio corriente. Y nada parecía fuera de lo normal.

Los pasos de Jefferson eran el único ruido presente. Siguió caminando y vio algunas puertas cerradas, con letreros pequeños colocados en la parte superior. Algunas indicaban el baño, el sitio de observación, almacén, muestrario y demás... Nada importante a simple vista.

—¿Y dónde están? —se preguntó. No había rastro de la escuadra de Jerome. Se suponía que iba a investigar el segundo piso, y ahí no estaban...

No había absolutamente nadie allí. Y todo estaba en orden. La primera planta estaba destrozada y con rastros de sangre que procedía ¿de donde? Y aquel lugar estaba intacto.

En una libreta roja había una nota adhesiva con algo escrito con tinta negra.

"Visita especial el 15 de febrero. Nadie desautorizado asiste al trabajo ese día"

—¿Y eso por qué? Hoy es... —sacó su celular y miró la fecha —. Eso es hoy ¿Alguien va a llegar hoy? ¿O alguien ya vino?

Sus dudas se dispararon.

Algo iba a pasar en el laboratorio ese mismo día, y por eso los trabajadores desautorizados no podían asistir al trabajo pero ¿Qué querían decir con desautorizados?

Decidió bajar nuevamente. Se esperaba algo más, pero lo único que consiguió fue una nota que seguramente no era muy relevante.

Regresó a la recepción y para su sorpresa, la escuadra de Jerome, acompañados de la mujer, ya estaban allí.

—¡Sorpresa! Solo iba de paseo, necesito caminar —se excusó Jefferson conteniendo una sonrisa. Jerome lo fulminaba ferozmente con la mirada, como si quisiera cogerlo del cuello y ahogarlo por haberlo desobedecido.

—La curiosidad mató al gato —comentó la muchacha morena. Su cabello crespo que antes estaba atado a una moña ahora estaba suelto y hecho un revoltijo.

—¿Cuándo aprenderás a obedecer? No puedo creer siquiera que hayas conseguido ese puesto como sargento —dijo Jerome con desdén pero no dijo nada más, no lo insultó, ni le alzó la voz como de costumbre. Solo tomó la radio y dijo: —Jefe, le informo. Esto es una alerta roja, active el código de inmediato. Repito, ¡alerta roja!

El rostro de Jerome se puso rojo, y gotas de sudor caían por su frente hasta las mejillas.

—Los especímenes han salido de la instalación. Repito ¡Están sueltas! —añadió. Se escuchó la voz del jefe de la base al otro lado de la radio. Maldecía furioso y le ordenó que trajera a los sobrevivientes, que se alejara de ese lugar, que debía comunicarse con los superiores y un montón de órdenes que Jefferson no pudo memorizar y casi ni entender.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Bob, el guardia.

—¿A qué se refiere con especímenes? ¿Un animal hizo todo esto? —preguntó Jefferson desconcertado. La chica estuvo a punto de reírse hasta que Jerome la fulminó con la mirada.

—No puedo hablar mucho al respecto. Pero han escapado y son demasiado peligrosas. Debo quedarme aquí a esperar los refuerzos. Informarán a otras escuadras de otras bases cercanas y... —comenzó diciendo Jerome, se veía perturbado. Se mordió el labio como si hubiese hablado de más y prosiguió cambiando de tema —. Yo me quedo aquí. Hazme el favor y llévate a los sobrevivientes. A Marcus, Bob y Alice Mawin. A ellos tres.

—¿Entonces solo ellos quedaron vivos? ¿Vivos de cuantos? —preguntó Joseph. Se puso pálido.

Nadie le respondió y Jerome se dio la vuelta, para dirigirse nuevamente hacia el pasillo derecho.

—Sargento —lo llamó Jefferson. El hombre se detuvo y solo giró la cabeza para mirarlo —. ¿Qué hay en el segundo piso? Acabo de ir allí y no había nada. Explíquenme por favor lo que ocurre ¿Muertes? ¿Dónde? No he visto ni un solo cuerpo, señor.

—¿Entonces de dónde crees que salió toda esa sangre? —le cuestionó Alice, la única chica presente.

—Han sido devorados —soltó el guardia —. ¡Yo lo vi! Marcus y Alice también lo vieron. Se comieron todo a su paso.

Jefferson comenzaba a hartarse de tanto misterio. No obtenía respuestas y eso era desesperante.

—Los acompañaré hasta la salida, para asegurarme de que te largues de este lugar con estas tres personas —fue la respuesta de Jerome, quien sin duda estaba conteniendo su enojo. En cualquier momento podría explotar de ira y romperle la nariz a cualquiera. Pero justo ahora, tenía algo más importante de lo que preocuparse.

Todos se marcharon, salieron del edificio evitando pisar los trozos de vidrio que yacían en el suelo.

—Vale, ahora sí que estoy comenzando a asustarme —admitió Jefferson.

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