Capítulo cuatro
Natalie esperó ansiosa la señal de su padre. Sostenía el rifle con firmeza a pesar de que sus manos se encontraban sudorosas.
Antes de que los primeros rayos de luz inundaran el bosque, ellos ya habían empezado la cacería habitual de todas las mañanas. Natalie llevaba puesto ropa holgada que usaba solo para la caza, la cual consistía en una camisa grande y grisácea que la hacía ver menos delgada de lo que era, junto con un pantalón marrón y sus botas negras preferidas. Además, su pelo corto y claro (casi rubio) caía sobre sus hombros y algunos mechones se le pegaban a la cara por el sudor que caía de su frente.
Estaba sudorosa. Demasiado.
—¿Puedo disparar ya? Lo tengo en la mira, no voy a fallar —murmuró. Ambos observaban a un ciervo de cola blanca que se encontraba tras los matorrales. Lo habían tomado desprevenido y para ella ese era el momento indicado para realizar su ataque. Pero debía esperar las órdenes de su padre, quien ella consideraba su instructor de cacería.
—No. Recuerda ser paciente, Naty —le respondió en voz baja y le sostuvo el brazo para mantenerlo firme. Natalie observó los vellos abundantes de su padre y se percató de que esos pelitos estaban erizados, además estaba temblando.
—¿Tienes miedo? —esbozó una sonrisa burlona.
—Sé que eres lo suficiente mayor para esto y que llevo entrenándote desde que tenías seis años, pero temo que algún día falles y te hagas daño, eso me pone muy... —su padre no terminó la frase y se quedó pensativo por un momento. Su madre le comentaba mucho acerca del comportamiento de él, durante su servicio militar atravesó por situaciones difíciles relacionadas a la gran guerra de Sillury. Al parecer ocurrió algo que lo dejó traumado de por vida, y luego de recuperarse de sus arranques de ira, volvió a ser normal, solo que mucho más inseguro...
—Entiendo ¿entonces quieres disparar tú?
—¿Te molestaría si lo hago? Sé que sabes como hacerlo, pero...
—Cállate y hazlo, papá —ella se rio y le entregó el rifle.
Natalie se sintió aliviada luego de haber soltado el arma. Por fuera aparentaba ser capaz y para nada temerosa, pero por dentro se moría de miedo. Esa era ella, una chica que no seguía sus verdaderos sentimientos, una chica que siempre aparentaba ser ruda aunque realmente no lo era.
Su padre agarró el arma como debía ser, cerró uno de sus ojos dejando el otro concentrado en la mira. Tragó saliva.
Ella se mantuvo tras él, su espalda le obstaculizaba la visión por lo que se asomó y suspiró aliviada luego de ver que el ciervo seguía allí, comiendo hierbas y sin percatarse del peligro inminente.
—Hija, escucha. Lo fundamental es la paciencia. Sé que te lo he dicho muchas veces, pero lo mejor es sostener el arma con firmeza, evitar el temblor en las manos y aguantar el disparo ¿Vale? ¿Lo comprendes? —le aconsejó. Natalie giró los ojos fastidiada, ya sabía que su padre tardaría en disparar.
—Hazlo de una vez, aún no hemos desayunado, y ya me ruge el estomago como si fuera un pinche león. Y mamá y Lucas nos deben estar esperando en casa. Quizás ya despertaron —insistió ella. Lo soltó y se cruzó de brazos —. Además, yo...
El disparo la interrumpió. Su padre disparó y el rifle se retorció en sus manos, Natalie gritó asustada porque aquello la tomó desprevenida.
—¡Oye! —exclamó enojada. Su padre también se había asombrado.
—Se me escapó, apreté el gatillo sin querer —se excusó él conteniendo una sonrisa maliciosa, pero ella sabía que lo había hecho a propósito para asustarla.
—Pero al menos le diste —Natalie señaló hacia el lugar en donde se encontraba el ciervo. Claro que ya no estaba sobre sus cuatro patas, sino que ahora se encontraba en el suelo con una herida horrible en el cuello.
—La maté de un solo tiro. Quédate aquí, iré a mirar. Y no te acerques.
El silencio inundaba el bosque, no se escuchaba el cantar de los pájaros y además, los rayos de sol atravesaban las ramas de los árboles, brindando calidez a la zona y más visibilidad.
Natalie vio como su padre se alejaba en dirección al ciervo que yacía inmóvil en el suelo. Se escuchaba el sonido de hojas secas y de ramas rompiéndose debido a los pasos de su padre, quien andaba con rapidez. Por otro lado, ella permaneció junto al árbol en donde antes estaban escabullidos y evitó acercarse, aún no era capaz de ver sangre. Eso la ponía mal, le daba náuseas.
—Definitivamente está muerto —su padre alzó la voz para que ella lo escuchara. Cuando estuvo a punto de arrodillarse junto al animal algo rápido pasó frente a él. Un borrón, lo suficientemente veloz como para evitar ser captado por los ojos humanos. Su padre pegó un grito ahogado y se echó para atrás cayendo de espaldas contra el suelo. Natalie se sintió paralizada y cuando observó de nuevo al ciervo, se dio cuenta de que ya no estaba... Algo se lo había llevado.
—¿Viste eso, papá? Fue... fue como... —Natalie se sintió incapaz de terminar su frase. Ahora se encontraba en estado de alerta.
—No sé qué era eso... Se llevó el cuerpo del ciervo en cuestión de segundos.
Lo único que quedó del animal fue un rastro de sangre que se extendía hacia los matorrales y desaparecía tras unos arbustos.
Los dos estaban perplejos por lo que acababa de ocurrir pero mantuvieron la calma.
¿Era eso un animal? ¿Acaso era posible?
—¿Lograste verlo? Yo no vi nada, pasó muy rápido —su padre se puso de pie y agarró el rifle. Siguió el rastro de sangre y se detuvo frente a unos arbustos preparado para disparar.
Natalie estaba asustada, miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiese nada más allí, aparte de ellos.
—No vi nada, pero mejor vámonos —le respondió ella.
—Tengo que ver que era, se llevó a nuestra presa. Y no sé si era un animal ¿O si? Pasó tan rápido que ni pude verlo ¿Habrá sido un puma?
—¡Vámonos ya! ¡Quizás si fue un puma y es peligroso! —insistió ella.
Su padre no quería marcharse, la curiosidad lo invadía y realmente quería atravesar los arbustos para descubrir qué clase de animal había hecho eso. Sin embargo, su instinto de padre era más fuerte que cualquier cosa y decidió hacerle caso a su hija. Se apartó rápidamente de allí y cuando regresó, tomó a Natalie de la mano.
Juntos se marcharon sin mencionar lo ocurrido, seguían desconcertados pero aliviados de que no hayan sido atacados. Caminaron por el sendero que se formaba en el bosque y que llevaba a su hogar, en donde Margaret y Lucas probablemente los estaban esperando.
Alex aún no podía dejar de pensar en lo sucedido. Miles de preguntas se arremolinaban en su mente. Quizás se trató de un puma, pero no tenía sentido, y aunque no haya podido detallar bien a la criatura que se llevó al ciervo en cuestión de segundos, sabía perfectamente que de reojo la había visto. Si era un animal, pero la pregunta era ¿Qué tipo de animal sería capaz de algo así?
Recorrieron el sendero y cuando los árboles se vieron reducidos llegaron hasta la extensa pradera. El paisaje se tornó de verde, la llanura era enorme. Más allá, observó su casa de dos pisos. No era precisamente una casa grande pero era lo bastante cómoda para su familia.
—Vaya, apenas amaneció y ya empezamos el día con el pie izquierdo ¿No crees? —comentó Natalie rompiendo el silencio. A simple vista no se veía asustada, pero Alex la conocía, era su padre. Sabía que estaba ocultando su miedo.
—Bueno, fuimos al bosque con las manos vacías y regresamos igual. Pero eso es lo de menos, aún me preocupa eso, pero no le demos tantas vueltas al asunto ¿Vale?
—Yo ya lo superé, tú eres el que le está dando vueltas al asunto —ella esbozó una sonrisa burlona. Sus ojos reflejaban el brillo sutil de los rayos del sol, lo que la hacía ver tierna ante los ojos de Alex. Él puso su mano en la cabeza de su hija y la sacudió desordenando su cabello corto —. ¡Oye! ¡No toques mi pelo!
Se echó a correr entre risas, y Natalie lo siguió por detrás sumamente enojada. Y eso le daba gracia, Natalie se hacía la ruda pero frente a sus ojos aún seguía siendo una niña tímida e inocente. Se sentía orgulloso de ella pero a la vez le preocupaba que reprimiera tanto sus sentimientos.
Se acercaron a la casa, pasando junto a los corrales de los animales. Alex pretendía llegar al porche pero su hija se abalanzó sobre él y el impulso hizo que ambos cayeran al suelo estallando en carcajadas estruendosas.
—¡Me la vas a pagar! —Natalie quiso hacerle cosquillas en las axilas, pero lo primero que sintió fue el vello frondoso de su padre —. ¡Wacala!
Se tiró para atrás y aquella reacción hizo que su padre se riera más alto, y llamara la atención de las dos vaquitas que mantenían en el corral y que tenían como nombre; Paca y Letuna, siendo la segunda la más longeva.
—Incluso ellas están en desacuerdo con que no te afeites el sobaco —dijo Natalie y se restregó la mano en el pantalón. Las dos vacas mugían en dirección a ellos.
—El vello es normal, hija. Igual lo tienes ¿no? Eres muy dramática —Alex tomó aire, por fin su ataque de risa se detuvo y se puso de pie.
—¡Aquí llegué! ¡Al rescate! —la voz del pequeño niño se hizo presente. Lucas bajó las escaleras del porche con rapidez, aún traía su pijama azul con dibujos de elefantes, y también llevaba puesta una capa roja sujeta en su cuello, su pelo azabache estaba totalmente desordenado y el niño tenía una ojeras increíblemente marcadas que seguramente era porque le gustaba quedarse despierto altas horas de la noche.
Corrió hacia su padre con una sonrisa alegre en su rostro.
—¡Ha llegado mi héroe! ¡Sálvame de esta terrible villana! —Alex tomó a su hijo menor, de ocho años, en sus brazos y lo elevó con fuerza, aparentando que el pequeño tenía la capacidad de volar —. ¡Fuaaa!
Lucas se rio.
Natalie se burló y fingió enojo. Se abalanzó otra vez hacia ellos actuando como la villana.
Alex bajó a Lucas con una sonrisa en su rostro, y Natalie continuó el juego de su hermanito. Comenzaron a correr en la pradera riendo como locos y eso le parecía fascinante. Se sentía realmente feliz al ver sus hermosas creaciones.
Sintió que lo rodeaban por la cintura, y observó los brazos de su esposa en torno a él.
—Hoy sí que madrugaste ¿eh?
Se dio la vuelta quedando frente a frente con Margaret, su esposa.
Alex no dijo nada. Solo acercó sus labios a los de ella y la besó apasionadamente. Puso las palmas de las manos en sus mejillas y sintió el calor de estas, sabía que ella se estaba ruborizando.
—Apenas me desperté así que aun no te tengo preparado el desayuno —dijo Margaret luego de finalizar el beso.
—Yo haré el desayuno. La barriga de estos mocosos no se llenará sola —se burló Alex. Los dos observaron a sus hijos, de un momento a otro el juego se convirtió en una disputa. Los dos estaban peleando.
—Si, dos mocosos que siempre se pelean —agregó ella y decidió intervenir —. ¡Niños basta de eso! —gritó firmemente.
Lucas la miró e hizo un puchero, cruzó los brazos sobre su pecho y pasó delante de ellos enojado, los ignoró y se adentró en la casa.
—Es todo un inmaduro, solo porque no lo dejé ganar se enojó ¡Es un llorón! —se quejó Natalie, la cual también se adentró en la casa, cerrando la puerta bruscamente.
—A eso se le llama ser bipolar ¿no? Nuestros hijos son bipolares, se parecen a ti... —. Margaret le pegó un codazo para que se callara pero aunque no lo quería admitir tenía razón. Era gracioso ver el comportamiento de sus hijos, pero su instinto sobreprotector le decía que era algo a lo que debía prestar atención —. Mejor vamos adentro.
Margaret se dio la vuelta, pero Alex se acordó en ese instante que debía comentarle acerca de lo sucedido en el bosque. Le tomó el brazo con delicadeza y ella se giró sobre sus talones centrando su mirada en él.
—¿Qué sucede? ¿Ahora por qué estás tan serio? ¿También eres bipolar?
—Quiero decirte algo —empezó él, pero no sabia como describir lo que había visto, y no quería asustarla —. No sé cómo explicarte esto, pero sucedió algo muy extraño mientras estaba en el bosque con Naty. Cazamos a un ciervo, pero algo... un animal tal vez... pasó por nuestros ojos y se llevó al ciervo a una velocidad que ni te imaginas. Nunca había visto esa clase de animales. Aunque no logré verlo bien...
Margaret permaneció desconcertada, con la mirada en Alex. No sabía qué decir. Y él la miraba ansioso, como si quisiera una respuesta de su parte.
—Sé que no eres de los que se asusta fácilmente. ¿Cabe la posibilidad de que haya sido un puma o un animal, no sé, feroz?
—Lo mismo pensé. Pero lo que alcancé a ver, no era precisamente un puma, era aterrador, solo detallé que poseía cuatro patas pero su pelaje, de hecho no tenía pelaje —explicó Alex, se veía nervioso. Dirigió su mirada hacia los árboles, hacia donde se formaba el bosque.
—Vale, lo comprendo. Entonces debemos ser precavidos, los niños no deberían estar solos sin que antes descubramos qué era aquello —ella finalizó la conversación, pero sabía perfectamente que Alex no pasaría por alto aquel asunto.
Juntos se adentraron en la casa tomados de las manos.
A Alex le gustaba que su esposa fuera tan comprensiva con él, ha sido la única que lo ha comprendido o que al menos se esforzaba por hacerlo. Margaret lo ayudó a librar sus batallas emocionales, que lo habían tenido cautivo por mucho tiempo y que casi acababan con su vida. Para él, haberla conocido fue lo mejor que le pasó en la vida y aunque llevaban años casados, aún seguía profundamente enamorado de todo su ser; de su sonrisa, de su aroma, de su voz, e incluso cuando se peleaban, no lograba odiarla. La amaba.
Pensó que quizás se estaba preocupando innecesariamente, pero eso no era algo que debía ser pasado por alto. Aprendió durante sus días de servicio militar que siempre se debía ser precavido y nunca bajar la guardia.
Debía estar alerta si quería proteger a su familia.
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