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Capítulo cinco

—A la cuenta de tres abres la puerta —le indicó Alice. Sostenía la escopeta, y estaba lista para disparar de ser necesario —. Uno... dos.

—¡Espera! —Marcus interrumpió el conteo. Su frente estaba repleta de sudor y sus manos temblaban. Se encontraba a escasos centímetros del botón que abriría la puerta.

—¿Ahora qué ocurre? Ya llevamos demasiado tiempo aquí adentro ¡No hay tiempo que perder!

Alice giró los ojos y fulminó a Marcus con la mirada.

—¿Y si hay algo al otro lado de la puerta? No podemos arriesgarnos, es que... tengo... miedo, ya sabes. Estoy muy asustado ¿Tú no? ¿Cómo puedes estar tranquila? — Marcus tragó saliva. Sus ojos azules se centraron en Alice, quien no dejaba de mirarlo con desprecio.

—Vale, ya está, lo comprendo. Estás asustado, yo también. ¿Crees que hay algo al otro lado de la puerta? Pues bien, déjame decirte que así es. Esas criaturas quizás siguen allí, ya no se escucha nada pero mira —Alice levantó la escopeta —. Tengo un arma. Solo abre la maldita puerta y sígueme, o si no, entonces quédate aquí. ¿No comprendes la seriedad del asunto? No importa si somos devorados, lo que realmente importa es informar a nuestros superiores ¡Esas criaturas han escapado del laboratorio!

Marcus se sintió terriblemente regañado. No le gustaba cuando le alzaban la voz.

Tomó aire y presionó el botón, el cual hizo que la puerta se abriera lentamente hacia arriba y provocara un chirrido inquietante.

Alice recargó el arma y apuntó. Por un momento creyeron que algo iba a aparecer del otro lado y los atacaría, pero no se presentó ninguna amenaza. Allí solo estaba el cuerpo de una mujer, en medio de un charco de sangre. Era una científica.

—¡Oh por Dios! ¿Está muerta? —Marcus se exaltó.

—No te preocupes, solo está tomándose una siesta —le respondió ella sarcásticamente y comenzó a avanzar por el pasillo alejándose de la sala de observación, en donde antes se encontraban refugiados.

—No me dejes atrás —Marcus caminó tras ella. Mantenía las palmas de las manos juntas y oró en silencio.

Giraron a la derecha, continuando por el pasillo. Frente a ellos pudieron observar el resto de la instalación. Las vitrinas estaban hechas añicos, la alarma seguía sonando, aunque no era tan ruidosa como antes, y la bombilla roja aún seguía encendida. En el suelo había trozos de vidrios desperdigados por doquier, la sangre salpicó las paredes. Incluso, habían más charcos de sangre en el piso alrededor de cuerpos inertes, y aunque Alice no le prestó tanta atención, Marcus sí quedó traumado al ver la cantidad de personas que habían muerto allí, y al percatarse del brazo que se encontraba sobre uno de los escritorios, se acuclilló en el suelo y produjo arcadas estruendosas. Luego logró vomitar.

—Patético —dijo Alice con desdén, y aunque habló en voz baja, Marcus la escuchó y se sintió mal —. Al parecer tenía razón. La puerta hacia las escaleras de emergencia está abierta y hay rastro de sangre y baba. Las criaturas lograron bajar al segundo piso. Además ¿Ves todo eso? —Alice señaló a las vitrinas destrozadas. Marcus se puso de pie conteniendo sus ganas de vomitar nuevamente.

—Todo está destrozado, ya me percaté de ello —Marcus evitó observar de nuevo los cuerpos inertes que yacían esparcidos por todos lados —. Las criaturas que guardaban allí ya no están, la puerta hacia la habitación en donde se encontraba el ascensor de carga está abierta y el ascensor ha descendido. Lo entiendo ¿vale? Todas se han ido.

—Las criaturas lograron escapar, excepto nosotros. Los científicos que trabajaban aquí han muerto. ¡Qué horror! —Alice bajó el arma al percatarse de que ya no quedaba ningún peligro en aquel lugar.

Ella caminó pasando por encima de los cuerpos y se dirigió a las habitaciones laterales, en donde estaban las de mayor tamaño.

—No me digas que...

—Si, así es, Marcus. No sé cómo, pero estas también lograron escapar —afirmó Alice y aunque trató disimular el temblor de su voz, Marcus lo notó y se puso tenso. Más de lo que ya estaba.

—¿Pero cómo? —preguntó, aún sabiendo que Alice no tenía ni la más mínima idea. Las puertas de hierro estaban abiertas, otras destrozadas y solo una de ellas estaba abollada. Como si algo desde adentro hubiera intentado derribarla. Alice se dirigió hacia aquella habitación y se asomó por la rejilla en la parte inferior de la puerta.

—Esta no logró salir, es grande y está dormida, creo —informó y de nuevo se colocó de pie.

—¿Una de esas cosas está ahí adentro?

—Si, pero ya te dije. Está dormida, trató de salir pero solo consiguió eso —Alice señaló la abolladura de la puerta —. No es lo suficientemente fuerte para derribarla, y quizás es sorda o sino ya estaría despierta luego de escuchar tus arcadas asquerosas.

Él giró los ojos fastidiado por los comentarios de su compañera.

Nuevamente analizó el lugar. Todo destrozado. Hecho añicos.

Había ocurrido una falla desastrosa en el laboratorio, y de tan solo pensar en lo que estarían haciendo esas bestias le hacía erizar la piel.

En ese preciso momento, le llegó una idea a la cabeza. Marcus se dirigió valientemente hacia uno de los escritorios que se encontraba casi en el centro del lugar. Apartó con asco el cuerpo de una señora que se encontraba sobre él y decidió sentarse en la silla con rueditas, frente a la computadora.

—¿Qué haces? ¿Vas a ver porno? —bromeó Alice, tratando de calmar el ambiente tenso. Pero eso no le dio gracia a Marcus, ni a ella, quién solo fingió una risita.

—Las cámaras. Conozco la clave de acceso. Quizás si las vemos podemos descubrir qué fue lo que pasó realmente. Y luego de esto...

—Bajaremos hacia la primera planta del edificio, alertamos a las autoridades y nos largamos de esta mierda —complementó Alice y se acercó a él. También tenía curiosidad.

La computadora se encendió, tardó en cargar hasta que por fin ingresó a la pestaña de inicio. Marcus insertó la clave LABMAB y tuvo acceso a todos los archivos. Por encima veía carpetas con títulos relacionados al experimento, y dio click en la carpeta que decía cámara de seguridad. Allí había más de mil vídeos con fechas exactas, y la última tenía la fecha de hoy; 15 de febrero de 2035.

—Cuentan con un sistema que registra las grabaciones cada dos horas, cada video se guarda. Lo que veremos ahora es lo que ocurrió hace dos horas —explicó Marcus.

Tomó aire, relajó los hombros y trató de mantenerse lo más calmado posible.

Permitió que el archivo corriera con un solo click.

Visualizaron horas antes de que la falla ocurriera. Todo iba normal, todos trabajaban en silencio, estudiaban a las criaturas y revisaban documentos. Luego de unos minutos, entró el jefe Justin, encargado de supervisar la instalación, acompañado del señor Robert Williams y varios de sus hombres.

—Adelántalo, eso no nos importa —le ordenó Alice, impaciente. Ella se encontraba a su lado, de pie, mientras que Marcus estaba sentado en la silla frente a la computadora.

Adelantó el video minutos más tarde, justo cuando se adentraron en la sala de observación en donde mantenían a la criatura. Siguió adelantando ya que las cámaras no grababan esa zona, y se detuvo justo cuando vio a la criatura ser sacada de la sala, sobre la carretilla de transporte. Iba sedada, con las patas atadas y la mandíbula asegurada con un bozal. A simple vista no podía significar algún peligro. Avanzaron por el laboratorio y todas las personas allí miraban sumamente sorprendidos, muy pocos conocían la existencia de la alfa y Marcus era de esos pocos.

De repente se notó un movimiento sutil en la criatura, lo que significaba que no estaba muy bien anestesiada, se levantó lentamente y todos se quedaron perplejos que no reaccionaron a tiempo. La criatura abrió tanto la mandíbula que llegó a romper el bozal y solo fue cuestión de segundos en los que ya había roto las cadenas que le sujetaban las cuatro patas. Y rugió. Las de las vitrinas se volvieron locas, atendieron al llamado y muchas comenzaron a romper los vidrios ferozmente. Marcus logró verse al final del pasillo, al final de la sala, se vio huir para irse a esconderse y eso le avergonzó. Por detrás lo siguió Alice.

La criatura alfa emboscó la sala, se tragó a todo lo que estuviera en su camino y golpeó las puertas de hierro, que luego de varios golpes se abrieron y aquello permitió la huida del resto de criaturas, grandes, pero no tanto como la alfa. Todos corrían y los hombres de Robert no portaban sus armas, no fue hasta que corrieron hacia la zona del elevador y regresaron con sus rifles. Dispararon.

Marcus no pudo continuar viendo aquella masacre y se levantó bruscamente de la silla. Aterrado.

Su corazón palpitaba con fuerza. Se sentía abrumado y Alice siguió observando.

—Vaya cagada. ¿Viste eso? La criatura alfa fue la que abrió las puertas laterales —comentó ella y por fin detuvo la grabación.

—No por nada se llama alfa ¿verdad? Es la jefa. La líder de la manada.

—Lo pasamos por alto. Estudiamos por mucho tiempo la estructura corporal de esas cosas, sus comportamientos, su metabolismo y demás. Pero nunca estudiamos sus interacciones mutuas. Fue como... Fue como si se comunicaran, como si fueran presos que desarrollaron un plan para escaparse de la prisión —Alice tenía la boca abierta por el asombro. Marcus se encontraba mudo, totalmente perplejo —. Entonces la fuerza de la alfa es sumamente elevada. Fue capaz de destruir gran parte de las puertas. Y crees que puedan... ¿Reproducirse?

—Basta. No hagas suposiciones. Haces que me asuste más de lo que ya estoy —le cortó Marcus, tragándose el nudo que se había formado en su garganta —. ¿Cuál era el otro paso? Ah, ya lo recordé. Informar a las autoridades y largarnos de esta mier...lugar.

Marcus se sintió incómodo por siquiera haber pensado en pronunciar esa palabra. Si su madre, quien era una mujer católica, lo hubiese escuchado, ay... estaría en problemas.

No podían dirigirse al primer piso usando el ascensor, este había descendido y para hacerlo subir se requería la clave, y claro, Marcus y Alice la desconocían. Lo cierto es que no tenían permitido salir de esa zona, el edificio del laboratorio era enorme y contaba con tres pisos, pero a ellos solo se les permitía estar allí. Pasaban mucho tiempo sin tomar el sol, por lo que muchos ya estaban pálidos y demacrados, sin energía. Solo los llevaban a la terraza los fines de semana, pero solo por una hora y otra vez, de vuelta al trabajo. Era agotador allí, y Marcus se preguntaba cómo pudo haber estado ejerciendo su labor y compartiendo sus conocimientos allí durante tanto tiempo. Debió de haber renunciado, pero le interesaba mucho aquel experimento. No se trataba de solo animales mutantes, probablemente habían generado una nueva especie y claro, no podía irse sin más.

Tomaron las escaleras de emergencia, la puerta estaba destrozada, y había un rastro de sangre que seguía su recorrido por las escaleras, en dirección abajo.

—No hagas ruido —le indicó Alice y tomó la delantera, ahora ella caminaba delante de Marcus, apuntando a todos lados.

Pasaron al lado de un cadáver, y luego de otro. Muchos cuerpos yacían en ese lugar y el olor que se percibía comenzaba a ser desesperante. No había ventanas, era sofocante. Y solo se guiaban por los bombillos ubicados al final de las escaleras.

—Al menos lograron derribar a una —Marcus señaló hacia una criatura que se encontraba sobre el cuerpo de un hombre. Aquella solo tenía dos patas traseras y una cola similar a la de un ratón, pero su mandíbula era... era similar a la de un perro. De ella se desprendía una sustancia verde oscura que había formado un charco en el lugar.

—Continuemos — le exigió Alice y aunque Marcus quiso inspeccionarla, siguió las órdenes de su compañera, la cual estaba al mando.

Pero los dos frenaron en seco, al escuchar lo que parecía ser un gruñido. Se giraron y observaron a la criatura, que creían que estaba muerta. Esta comenzaba a deslizarse hacia ellos, tomando impulso con sus patas traseras.

—¿Qué estás esperando? ¡Mátala! —exclamó y contuvo sus ganas de gritar.

—¿Le temes a esa cosa? Pero si apenas puede moverse. Su cuerpo es el de un ratón, pero ha sido combinado con el ADN de otra especie ¿Quizás con la de un perro? Mira su mandíbula, es...

—¡¿Eso qué importa?! ¡Ya dispara! —insistió Marcus atemorizado y se ocultó tras Alice.

La criatura dejó de gruñir y ahora producía un chillido de ratón. Se acercaba lentamente, sin duda le era difícil moverse y no parecía saber en donde se encontraba.

—Creo que ni siquiera puede ver, mírala, solo se guía por los sonidos. Eres un gallina, Marcus —Alice apuntó en dirección a la criatura y disparó una vez, eso bastó para dejar a la criatura inmóvil.

El sonido del disparo produjo un eco en aquel espacio cerrado, pero luego todo se volvió silencioso por un breve instante, hasta que escucharon lo que parecía ser la voz de un hombre, proveniente a lo lejos:

—¿Hay alguien ahí? Ayuda... Por favor, ayúdame.

Los dos se miraron asombrados y no tardaron en reaccionar.

¡Sobrevivientes!

Bajaron el resto de escalones que faltaban a una velocidad increíble y llegaron hasta la puerta que daba hacia el primer piso, bueno, lo que quedaba de ella. La puerta no estaba y en su lugar había un enorme agujero en la pared.

Esquivaron los escombros caídos, corrieron por el pasillo (que igualmente estaba lleno de sangre y rastros de baba) y llegaron a la recepción principal del edificio.

—No hay nadie —dijo Marcus, aunque eso ya era bastante obvio.

La puerta de vidrio rota. La sangre esparcida. Los cuerpos en todas partes. En resumen, todo era un caos que inició en la segunda planta y se propagó en el resto de áreas del edificio. ¿Cuántos quedarían con vida? ¿Realmente las criaturas ahora estaban en el exterior? Pues la puerta estaba rota, y ningún prisionero se quedaría en su celda teniendo la posibilidad de escapar. Así era, las criaturas eran prisioneros, y el crimen que cometieron era simplemente existir... Significaban un peligro inminente.

—Yo... Ayuda.

Escucharon de nuevo la voz del misterioso hombre. Se escucharon sollozos.

Marcus y Alice se giraron hacia el mostrador de la recepción. Observaron una mano apoyarse en la mesa y luego, un hombre bastante robusto se puso de pie. Su rostro se encontraba pálido, sudaba como si hubiera corrido una maratón. En resumen, no se veía bien.

Portaba el uniforme de guardia y eso a Marcus le transmitió seguridad.

—Soy... Me llamo Bob Kart.

—No hace falta preguntar qué fue lo que pasó. Pero responda ¿Ya le informó a alguien? —le preguntó Alice directamente. Sin siquiera preguntarle cómo se encontraba, y eso a Marcus le pareció un gesto grosero.

—Me escondí —respondió Bob y tragó saliva. Los miraba suplicante, con los ojos abrumados por las lágrimas, y sus manos temblaban —. Unas cosas, no sé lo que eran. Pero de la nada aparecieron unos animales... o qué sé yo, pero destrozaron todo y se... ¡Se escaparon!

—¿Solo te escondiste y ya? '¿Como un cobarde sin huevos dignos de un hombre? ¿No se te ocurrió que quizás deberías haber llamado a alguien, no? Ese es tu trabajo.

—Alice, él está asustado. Cualquiera hubiera reaccionado así —Marcus la detuvo antes de que siguiera haciendo sentir mal a Bob Kart, quien ahora dejaba que sus lágrimas recorrieran libremente sus mejillas —. Bob, dígame... ¿Conoce usted alguna clase de botón, que es usado como llamado de emergencia?

Bob parecía confundido, se rascó la barbilla, cerca de su papada sobresaliente y nuevamente tragó saliva.

—Si... eso creo. Pero ha quedado destrozado —señaló hacia el pasillo. En la pared se encontraba el botón totalmente inservible —. Pero me dieron un número. Dijeron que nadie contestaría pero que debía dejar un mensaje informando la emergencia. Solo puedo usarlo con autorización de un superior, o del jefe Justin, que por cierto ¿Dónde está?

Bob alzó una de sus cejas y suspiró. Parecía sofocado.

—Muerto. Hecho papilla. Quizás está tomándose una siesta dentro del estómago de una de esas criaturas —se burló Alice. A ella no le agradaba Justin porque, según rumores, había intentado seducirla.

Bob se sobresaltó asustado.

—En fin, marca el número —le ordenó Marcus, inseguro. Se dirigió hacia la abertura que daba al exterior. Frente a él solo pudo ver árboles altos, y sobre ellos apenas era visible el sol, que ya estaba en el cielo. La reja de aproximadamente cinco metros de altura tenía agujeros inferiores, algo la había traspasado. La única puerta de acceso que conformaba a la rejilla estaba abierta de par en par.

En el exterior se encontraban autos negros, pero no había nadie allí. Quizás eran los autos en los que había llegado Robert y sus hombres. ¿Qué habrá sido de ellos?

Bob marcó el número desde el teléfono de la recepción y lo puso en altavoz.

—Ha llamado a servicios de protección MABS ¿Cuál es la razón de esta solicitud? —respondió la operadora, con voz robótica.

Alice agarró el teléfono:

—Ayuda, necesitamos ayuda. Falla en el laboratorio, código de alerta, emergencia, muerte. ¡Solo manden a alguien de una puta vez!

Y colgó.

—¿Era necesario ser tan grosera? —le cuestionó Marcus.

—Si.

—¿Y ahora qué? —Bob caminó hacia ellos, cojeando. Tenía una herida en la pantorrilla, aunque no se veía grave —. Esas cosas no regresaran ¿cierto?

Marcus lo vio acercarse lentamente. Era mucho más gordito de lo que pensaba pero su rostro le parecía tierno. Bob le sonrió, y Marcus sintió una horda de calor invadir su cuerpo. Lo evadió, se apartó, y trató de controlarse. Le avergonzaba sentirse así. Apenas lo conocía.

—¿Y ahora qué? Bueno, nos quedaremos aquí a esperar que vengan a rescatarnos. Por mientras, podemos ir a la cafetería y tomarnos un cafecito con pan fingiendo que no ha pasado nada ¿vale? ¿Quién está conmigo? —sugirió Alice fingiendo que se encontraba bien, fingiendo que su miedo ya se había esfumado. La chica morena se fue, dejándolos solos.

Marcus y Bob se quedaron allí, se miraban y apartaban la mirada. No sabían qué decir o qué hacer ¿Pero ir con Alice? Eso no era buena idea.

—¿Te parece si nos quedamos escondidos en el mostrador? Estuve allí y es un excelente escondite —sugirió Bob fingiendo una sonrisa.

A Marcus le pareció buena idea.

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