XXVIII. Los lazos permanecen
George no sabe nada de mi nueva relación con... mi madre. Aún es extraño llamarla y pensar en ella de esa forma, pero, no porque sea incomodo o algo parecido, sino porque en el fondo, es algo que siempre he deseado y que me obligaba a no hacerlo.
Esta vez es turno de llamarlo como siempre ha merecido, e igual que con mi madre, pedirle perdón y entablar una relación que desde hace mucho debió haber sido.
Tomando en cuenta que a él le encantan los animales acuáticos y en realidad todo tipo de ellos, mamá me ha dado una idea de cómo acercarme a él este día, así que hemos comprado boletos de una exposición marina a las afueras de Huntsville.
Los progresos con la doctora Mackenzie parecen seguir avanzando, sobre todo después de mi reciente comienzo con mamá, lo cual a mi psicóloga le agrada saber.
Yendo en el auto con mamá, pienso en cómo hace seis meses estaba justo aquí, en un auto con ella y mi... padre, pensando algo totalmente diferente a lo que pienso ahora, detestando todo a mi alrededor, sintiendo cómo el amor era un asco. No es sencillo creer lo contrario, no es fácil decirle a tu cerebro que puedes confiar en alguien, y sin embargo, estoy intentando hacerlo desde hace cuatro meses, estoy intentando liberar a la Jane de 8 años, la pequeña niña que ha vivido en mí desde siempre, y a quien, después de mucho dolor y sufrimiento, es hora de dejarla ir poco a poco, pero, sobre todo, perdonarme en algún momento, porque aunque sé que nada de lo que sucedió fue mi culpa y jamás la será, debo perdonarme por creer que sí lo era, que no merecía otra cosa más que lo que conocí.
—¿Lista, Jane? —cuestiona cuando el auto se detiene en un lugar libre del estacionamiento.
Asiento, y ella me toma de la mano, transmitiendo todo su apoyo.
Al bajar del auto por un momento tengo ganas de correr, de salir huyendo, pero no lo hago, no esta vez.
Entramos al edificio en el que se realiza la exposición y al cabo de unos metros en busca de George, al fin damos con él.
—Hola, mi amor —habla proporcionándole un beso en los labios a mamá. Ella le sonríe de una manera diferente a otras, supongo que denota la emoción que siente por lo que está a punto de suceder.
—Hola, cariño —me abraza, sólo que después se aparta de golpe. —Perdona, se me olvida que no te gustan los abrazos.
—No, no te disculpes, está bien — aclaro con media sonrisa en mis labios. Él se queda sorprendido, y por un momento espero a que pregunte, pero no lo hace, mamá no lo deja hacerlo. Así que por ello comenzamos el recorrido establecido.
A medida que avanzamos, no sé en qué momento puedo acercarme con naturalidad, y sólo eso está esperando mamá para poder decir lo que tengo que decir. No es hasta que vamos a una especie de Jardín y que por suerte las personas se encuentran apartadas, que decido hablar con él.
—¿Siempre te ha gustado todo esto? —inquiero colocándome a su lado.
—Sí, desde que era niño siempre me pareció interesante todo el mundo animal, el hecho de saber sobre especies que para nosotros como seres humanos, a veces pueden llegar a ser seres insignificantes, y que en realidad es todo lo contrario.
—Son lindos.
—Lo son, Jane.
Nos quedamos en silencio.
—¿George? —al escuchar su nombre, gira su cabeza hacia mí y espera a que hable.
—Yo... Gracias. —Frunce el ceño, sin comprender de qué le hablo, pero creo que es un gran comienzo para poder hablar. —Jamás te he agradecido por haberme salvado, por haberme buscado hasta encontrarme y llevarme contigo.
Antes de que pueda hablar, continuo, porque sé que si no lo hago justo ahora, después seré demasiado cobarde como para poder hacerlo.
—No tenías que haberlo hecho, quiero decir, si hubieses querido, jamás habrías hecho todo lo que has hecho por mí hasta ahora, no te habrías tomado la molestia de... De llevarme a psicólogos intentando que pueda dejar todo atrás, o... Ser el gran padre que has sido a pesar de que no he sido la hija que Elizabeth y tú merecían.
» Pese a todo, lo hiciste, y sigues intentando a toda costa ganarte mi amor, aunque soy mala con ambos.
Sólo quiero decir, que si no es muy tarde, lo siento, y te pido me perdones por ello.
Él niega con la cabeza y entonces me abraza. Igual que con mamá, las lágrimas comienzan a salir y pronto exploto en llanto.
—No tienes que pedir perdón de nada, ¿escuchaste? —aclara tomando mi rostro entre sus manos. —Al igual que nosotros, tú trataste de protegernos todos estos años pensando que si nos acercábamos a ti, no era más que un sufrimiento mayor al que veías que ya teníamos, pero, no te dabas cuenta que no necesitábamos protección, sólo era necesario que nos dejaras hacer lo que todo padre debe hacer: amarte por sobre todas las cosas, y protegerte.
Asiento mordiéndome los labios.
—Te amo, Jane, y siempre lo haré, no importa qué o quién, tú siempre serás mi hija —asegura tomando mi rostro entre sus manos, limpiando las lágrimas que siguen descendiendo por mis mejillas y que por más que intento no dejan de brotar.
—¿Crees que...? ¿Crees que pueda llamarte padre? —Su mirada se transforma a tal grado de ser irreconocible. Sus bellos ojos azules se iluminan como si tuvieran un faro dentro de ellos haciéndome recordar por qué confié en él cuando lo conocí, la bondad que reparé en él, cosa que jamás había visto en Olivia o en Marcus.
La respuesta que me da no es en palabras, simplemente me abraza, me presiona contra él como si no quisiera que me marchara, transmitiéndome todo el amor que puede y que guarda consigo.
—Te amo, Jane —me susurra por encima de mi cabeza.
«Yo también te amo, padre», pienso.
No emito palabra, porque es verdad que decirles madre y padre a Elizabeth y George es algo que debía hacer, y sobre todo que anhelaba hacer, pero decir "te amo" es algo para lo que aún no estoy preparada, algo para lo que necesito tiempo, y es que hacerles ver que los amo, que me importan, por el momento tendrá que ser mediante acciones y otras palabras, esa oración tendrá que esperar.
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