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XIX. Juntos Parte I

«Jane...» «Jane...» «Tú nos mataste, tú nos mataste»

Las voces incesantes en mi cabeza no dejan de dar vueltas una y otra vez, la oscuridad me rodea y por más esfuerzo que ponga no encuentro una salida; estoy atrapada, ellos me tienen y no permitirán que me marche.

Mi cuerpo tiembla en reacción al miedo o eso es lo que creo. Mi vista se dirige hacia bajo, a mi ropa, y es entonces cuando me doy cuenta que estoy rodeada de agua, mis pies están desnudos y llevo un vestido blanco que se ha ceñido a mi cuerpo a causa de lo que me rodea, estoy empapada y mi cabello cae sobre mi rostro cual cascada.

Como si de una película de terror se tratara, una mujer aparece a mi lado poniendo sus manos en mis hombros. Su respiración es como el de un animal con rabia y siento un escalofrío recorrer todo mi cuerpo a tal punto de quedarme paralizada.

—Jane... —Habla la voz tétrica de la mujer a mi lado. Quiero escapar de ella, pero me he quedado sin voluntad, sus dedos se deslizan por mis hombros y puedo ver sus largas uñas negras.

Cuando me armo de valor giro mi cabeza unos cuantos grados hacia ella para poder observarla.

Es ella. Su rostro tiene varios cortes, sus labios están blancos, su piel está pudriéndose, pero definitivamente es ella. La bruja mala ha aparecido y yo me estoy muriendo de miedo como cuando era una niña.

Estoy inmersa ante ella.

Sí, tengo miedo y no temo aceptarlo porque después de todo los seres humanos debemos sentir, experimentar cada sentimiento y emoción, eso es lo que nos hace ser humanos, y el miedo forma parte de nosotros.

Da un paso de costado a la izquierda y comienza a avanzar, pero sin soltarme, y siempre manteniendo su rostro cerca de mí, provocando más escalofríos de los que ya tengo.

—Jane... —Repite con su tétrica voz. —¿Me recuerdas? Tú me mataste.

Niego con la cabeza reprimiendo las lágrimas, encogiéndome de hombros, queriendo ser un pájaro que sólo debe extender sus alas y salir volando de ahí. Quiero volar lejos de ella a un lugar mejor, un lugar donde ya no tenga pesadillas, donde no me sienta culpable y no tenga que gritar cada noche sobre una almohada por todo lo que guardo dentro de mí, quiero ser libre.

Sin embargo, sé que no puedo, aunque lo desee con todas mis fuerzas.

—Claro que sí, Jane. Tú fuiste la culpable de nuestra muerte, por tu culpa no sobrevivimos.

—No, yo no los maté. Fue un accidente, ustedes lo ocasionaron, yo no...

—Te equivocas, Jane. Sabes que fue tu culpa y por ello es que no puedes vivir en paz, la culpa te persigue y seguirás teniendo esas pesadillas hasta que te mueras. Te vas ir al infierno.

Siento su aliento en mi cuello y posteriormente sus uñas recorriéndolo.

A continuación, un hormigueo recorre mis piernas y sé que no es de miedo, tengo algo avanzando sobre ellas; y con todo el temor del mundo miro hacia bajo y casi grito al ver lo que está pasando.

Miles de bichos están recorriendo mis piernas y de la persona que tengo a lado no dejan de salir gusanos que se disponen a multiplicarse sin medida una vez que han pisado el suelo.

A este punto mis labios comienzan a temblar y las lágrimas brotan de mis ojos como una tormenta en medio de una isla.

—No es real, no es real —digo en susurros para tratar de despertarme. Todo esto no es real y sé que tengo que abrir los ojos, pero es como si alguien estuviera forzándome a mantenerme dormida.

Olivia sigue avanzando, recorriéndome en círculos, todo ello mientras se ríe como una maniática que se ha fugado de un psiquiátrico.

—Basta, por favor ya basta.

La risa sigue sin cesar y me atormenta como una sombra que jamás me dejara tranquila. Me estoy volviendo loca y siento que en cualquier momento gritaré, por más que cierre los ojos y apriete mis labios voy a estallar y...

Repentinamente las risas de Olivia se detienen al igual que los hormigueros en mi pierna.

Cuando abro los ojos Olivia ha desaparecido junto con todos esos asquerosos gusanos y los demás bichos; mi ropa ya no está mojada, pero sigo descalza. Ahora estoy en un lugar diferente, es como un océano sin fin, el cielo está más azul que nunca y a pocos metros se puede divisar un enorme árbol frondoso con un columpio colgado de él. Sin embargo, lo que llama la atención es la persona que está sentada en el columpio, de espaldas hacia mí. Es un chico con una chamarra gris y capucha, y por algún motivo me parece familiar.

Sin motivo aparente el chico se levanta y se da media vuelta quedando frente a mí, y pese a eso, su rostro es ocultado por los rayos de sol que salen en este momento.

Comienza a andar hacia mi dirección y no es hasta que la distancia está a punto de terminar que los rayos de sol se disipan levemente. Aún no me dejan ver quién es el extraño que tengo enfrente, pero lo curioso de todo esto es que dicha persona levanta sus manos para entrelazarlas con las mías.

Conociéndome sabría que las apartaría de inmediato y sin en cambio hago todo lo contrario; porque este chico emana cierta tranquilidad, una serenidad que nadie que yo conozca me hace sentir y es totalmente extraño. A continuación, los rayos de sol que le cubren el rostro van desapareciendo lentamente hasta dejar al descubierto su rostro, y cuando lo hace, éste me ofrece una gran sonrisa.

Me parece que no he mencionado que mis pesadillas siempre son sueños malos, sueños—o más bien recuerdos—en donde su único propósito es hacerme recordar lo miserable que es mi vida, y siempre, siempre me hacen gritar y llorar al despertar; pero hoy ocurre todo lo contrario, hoy la pesadilla donde Olivia me torturó con sus palabras y me hizo sentir terror se ha convertido en algo totalmente insólito. Y es que soñar con Aron West me sigue teniendo estupefacta.

. . .


Con el pasar de los minutos me percato que es inútil tratar de dormir de nuevo y decido ducharme de una vez. Esta vez el agua está fría y aunque en otra ocasión me habría duchado con agua tibia, hoy opto por hacer todo lo contrario teniendo en cuenta que lo que menos deseo es algo caliente.

Son las tres de la mañana, mi hora habitual de despertar de una terrible pesadilla y por ende no me queda otra más que esperar a que sea la hora adecuada para despertar e ir al Instituto. Lo único que agradezco es que es viernes, y al fin mañana será fin de semana, lo cual quiere decir que podré hacerme un espacio para leer si es que no dejan demasiada tarea como ocurre habitualmente.

Estoy en mi cama cepillando mi cabello rizado cuando diviso dentro de mi mochila mi libreta de dibujo. Hace algunos días que no he vuelto a dibujar y así como amo leer, amo dibujar.

Sin pensarlo mucho me levanto de la cama y me dirijo a mi mochila para sacar el cuaderno y posteriormente los colores y lápices adecuados.

Siendo honesta no sé qué dibujar y por tanto sólo me queda una cosa: dejar que mi imaginación vuele y que mi mano trace líneas hasta que algo surja.

Los trazos siguen y yo pierdo la consciencia, no soy yo la que guía a mi ambos sino el sentimiento que siento en este momento. Puede que el terror o el dolor, la verdad es que no lo sé, pero cuando mi mano para y me doy cuenta de lo que he dibujado me paralizo por un momento.

He dibujado a una persona; sus rasgos están marcados, sus facciones son finas y me está mirando. Lo más peculiar son sus alas, como las de un ángel, pero lo que verdaderamente me estremece es su mirada, esos ojos que parecen estar viéndome como si lo tuviese en frente.

«¿Por qué diablos he dibujado a Aron West como un ángel?»

Lo pienso por un momento sin llegar a ninguna conclusión coherente y prefiero no atormentarme con ello. Lo más prudente es cerrar esa libreta, guardarla y no dejar que nadie vea mis dibujos nunca, dejar que todo siga como hasta ahora.

Después de meter la libreta dentro de un sobre que ostenta ser viejo y que no es más que una especie de portafolio con candado, lo meto dentro de mi mochila y comienzo alistar mis cosas para las clases que tendré dentro de unas horas.

Por lo visto no puedo seguir dibujando y mucho menos volver a dormir, así que lo único que me queda por hacer es seguir leyendo y eso es justo lo que hago. Las horas transcurren en cada página y cuando menos me lo espero ya he concluido otro libro.

Es extraño las sensaciones que te embargan cuando terminas de leer la última página. Es como si esas personas dejarán de existir, pero a la vez no. Sabes que puedes volver a esa historia que te ha cautivado una y otra vez y que cada vez que la vuelves a leer te sigues enamorando como si fuera la primera vez.

Mis parados comienzan a sentirse pesados, son las cinco de la mañana y sé que mi cuerpo me pide que vuelva a la cama, pero le hago omiso y tomo otro libro entre mis manos para seguir con mi lectura; el tiempo sigue transcurriendo y el cansancio se hace cada vez más presente. Es obvio que ya no podré seguir más.

La mirada del libro es lo que llevo, si continúo puedo terminarlo, pero puede que me quede dormida antes de hacerlo.

Las seis de la mañana.

Ya no hay tiempo, debo levantarme de la cama y ducharme de nuevo si es necesario para mantenerme despierta. Puedo prepararme un café cargado para mantenerme despierta durante el resto del día, o pedirle alguna pastilla a George o Elizabeth, tal vez alguno tenga algo que me ayude a no cerrar los ojos, quién sabe.

Ya en la ducha pude sentir las gotas de agua fría recorrer mi cuerpo. Sabía que más tarde cabía la posibilidad de enfermarme al haberme duchado dos veces con agua fría pero no me importaba.

Por un instante el sueño se marcha, pero tengo claro que no durará mucho.

Bajo a la cocina después de haber recogido mi mochila y mi sudadera negra. Afuera comienzan a caer gotas de lluvia, George y Elizabeth salen de la habitación con su ropa habitual, él con su traje y ella con un vestido amplio color celeste.

—Buenos días, Jane—. La primera en hablar es Elizabeth. George va a su lado ensimismado en sus pensamientos.

—Buenos días, Elizabeth.

—Hola, Jane—. George me saluda dirigiéndome a la cafetera para preparar su habitual café de las mañanas.

Hecho esto se dirige a la mesa y se sienta frente a mí; Elizabeth comienza a sacar cosas del refrigerador para poder hacer el desayuno.

—¿Quieren panqueques para desayunar?

—Yo sólo quiero jugo y fruta, pero puedo prepararlo yo misma.

—No me molesta hacerte el desayuno, Jane. Sólo quédate ahí y ahora está tu fruta.

—Gracias, Elizabeth.

—Yo sí quiero panqueques, amor—le indica con una sonrisa.

Debo admitir que siempre he admirado el gran amor que se tienen entre sí. Cuando llegué a sus vidas ya llevaban dos años juntos, y como toda pareja habían intentado tener un bebé, sin embargo, por más que lo intentaban no lograban procrear.

Hoy, a sus treinta y un años, siguen intentando tener uno.

—Por cierto, ¿alguno de ustedes tendrá algo para mantenerme despierta?

George y Elizabeth se quedan en silencio ante mi petición, pero logran captar el mensaje. Saben que todo es por las pesadillas y que no pude dormir de nuevo como es costumbre.

—Yo tengo algo que te puede mantener despierta, pero es necesario que intentes dormir—hace saber George.

—Claro. Sólo necesito algo para no dormir en clases. Y... Supongo que debes saber mi decisión sobre el psicólogo. ¿Cuándo piensan llevarme?

—El lunes. —Responde George acomodando su corbata. —La doctora Mackenzie tiene el día de hoy ocupado. Y el fin de semana se va a visitar a su familia.

—Bien. Así puedo quedarme en mis clases de regularización, con Aron.

—¿Desde cuándo tomas clases de regularización? — Elizabeth deja un plato lleno de fruta acompañado de un vaso de jugo de naranja frente a mí.

—Desde hoy. Voy mal en francés y el profesor Jackson le pidió a Aron que sea mi tutor. Hoy comienzan las clases.

» ¿Puedo quedarme en el Instituto?

—C-Claro —responde Elizabeth titubeando.

Asiento y tomando el tenedor comienzo a comer los trozos de fruta que Elizabeth ha hecho para mí.

El desayuno transcurre en silencio-al menos entre ellos y yo, porque ambos charlan entre sí- hasta que llega la hora de marcharse al Instituto.

Antes de hacerlo, George se dirige a su cuarto y me entrega un frasco con pastillas para mantenerme despierta. Tomo una inmediatamente puesto que no quiero dormir en el autobús.

Al tomar mi mochila para poder marcharme, George se posa frente a mí impidiéndome el paso.

—Aguarda, yo te llevo.

—¿Por qué?

—¿Preguntas por qué? Jane, a Aron y a ti los robaron ayer. A ese pobre chico lo golpearon con saña y a ti te pudieron haber hecho algo, no dejaré que te vayas en el autobús. Además, aún me sigue preocupando el hecho de los chicos que te arrojaron a las piscina, ¿o ya se te olvidó?

Protestaría, pero sería una rutina que conozco bastante bien, así que no lo hago. Además, esta vez George está decidido a no ceder, lo puedo notar en su rostro.

—Bien. —Ruedo los ojos y me limito a llevar mi mochila hacia mi hombro derecho; después salgo con George por detrás.

Dentro del auto me ajusto el cinturón de seguridad y Elizabeth sale a despedirse de su esposo con un beso en los labios.

Una vez dentro, mi tío enciende el motor y da marcha hacia el Instituto.

Nuestro viaje es como comúnmente lo hacemos cada vez que George se dispone a llevarme al colegio. La monotonía dentro del auto se hace presente en cada momento y sin embargo no me incomoda. Puede que a él sí, pero para mí es todo lo contrario. Prefiero estar en silencio que charlar por algo que no sé cómo iniciar o seguir.

Llevo mi sien derecha hacia la ventanilla del auto y al recargarme, mis ojos observan las gotas de lluvia que siguen cayendo. El cielo está nublado, las nubes no tienen su color habitual, pareciera como si estuviera triste, están grises y hace que las personas se sientan con el ánimo por los suelos; o eso denotan.

Mis pensamientos no están dirigidos en ninguna cosa en particular y ni siquiera en alguien; me limito a observar cómo los habitantes del lugar donde ahora vivo caminan de un lado a otro para llegar a la parada de autobuses o a sus autos y así poder marcharse a sus trabajos.

Todo es normal y cotidiano, incluso para mí, pero de un momento a otro mi mente divaga hasta llegar con un punto en particular, y este punto es una persona, es Aron West.

Recuerdo el sueño de esta madrugada. La terrible pesadilla en la que me vi inmersa hasta que se convirtió en otra cosa. Apareció Aron West, me hizo sentir una tranquilidad sin saber quién era, su rostro ocultado bajo los rayos del sol y, aun así, siendo un completo desconocido me sentí de esa forma. Descubrir que era él fue un golpe bastante duro.

¿Por qué justo él? ¿Por qué diablos soñé con él?

Por si fuera poco, está también el dibujo. No quería dibujarlo, ni siquiera estaba pensando en él cuando hice el primer trazo, y aun así apareció en mi libreta, como un ángel.

Sigo sin entender por qué motivo lo dibujé de esa forma y por qué tuvo que aparecer en mi pesadilla.

Mi mente comienza a jugarme tretas que no entiendo si tienen algún motivo. Debo estar volviéndome loca como para soñar eso.

Claro que lo estoy. Me encuentro en el auto de mi tío, mirando las gotas de lluvia que no dejan de caer y se deslizan lentamente por el vidrio empañado como una gota de miel sobre un plato inclinado, pensando en Aron West, un chico al que apenas conozco y que dentro de unas horas me dará clases de francés porque soy pésima en ese idioma, y por más que me disguste que sea mi tutor debo aceptar sin chistar o reprobaré la materia.

Mi vida se está volviendo un caos mucho mayor de lo que es. Tengo miedo de volver años atrás cuando las pesadillas eran constantes y mi miedo era mucho mayor, a tal grado que las alucinaciones se hicieron presentes causando grandes estragos.

Es lo que menos deseo en estos momentos.

Suficiente tengo con que las pesadillas se han vuelto recurrentes en los últimos días.

—¿Jane, estás bien? —. La voz de George provoca que salga de golpe de mis pensamientos como un cañón lanzado sin previo aviso.

Me giro para mirarlo y hacerle saber que todo está bien, pero no puedo engañarlo, sabe que nada está bien.

—Ayer, cuando Elizabeth me hizo saber que aceptaste ir de nuevo con otro psicológico me sentí muy feliz. Pero ahora... Ya no estoy tan seguro el que sea buena idea llevarte de nuevo.

» A lo largo de estos ocho años he sido testigo de lo doloroso que es para ti regresar en cada sesión al infierno de tu vida. Tengo muy en cuenta que es un martirio el llevarte con un psicólogo diferente, y en el fondo siempre he sabido que ninguno de esos doctores te ha podido ayudar.

Por más que tratan no pueden remover de ti esos recuerdos. Y sé que no eres ninguna computadora como para reiniciarte, pero a pesar de que suena bastante egoísta, créeme que siempre he pensado en que me gustaría hacerlo. Porque sólo de esa manera podría borrar todo el daño que te hicieron.

» Ahora, después de mucho pensarlo quiero preguntarte esto: ¿en verdad deseas probar con otro psicólogo?

«¡No, no quiero! ¡Dile que no quieres! ¡¡Díselo!!»

Mi subconsciente me pide a gritos que le diga la verdad, que le suplique que no me lleven de nuevo con esos doctores que aseguran que me ayudarán y jamás cumplen su palabra; no obstante, no puedo hacerle esto, ni a él ni a Elizabeth. Se lo prometí apenas hace unas horas atrás, le dije que lo intentaría por última vez y debo cumplir mi palabra, a pesar de que implique hacerme sufrir de nuevo.

Así que sólo tomo un suspiro y me preparo para mentir como habitualmente lo hago, y esta vez hacerlos felices, aunque sea efímero.

—Quiero intentarlo. Por última vez; quiero que se vayan esas pesadillas.

El tono de mi voz es débil, casi se rompe y provoca que derrame lágrimas frente a él, pero no lo hago. He aprendido a controlar mis sentimientos y emociones, no voy a derrumbarse justo ahora. No lo haré.

En cambio, en él comienza a deslizarse una lágrima sobre su mejilla, sus ojos se tornan rojos de inmediato y me observa esperanzado.

—¿Estás segura?

—Sí —respondo sonando lo más franca que puedo.

—En ese caso... No cancelaré la cita. Pero quiero que sepas que está en pie lo que te propuso Elizabeth, sólo que con algunos cambios. Si mañana intuyes que esto es una pérdida de tiempo, dejarás de ir y se terminará todo. Ya no insistiremos más.

Asiento bajando la mirada al mismo tiempo que presiono mis labios.

—¿Jane? ¿Te puedo dar un abrazo?

La pregunta me toma por sorpresa, pero no niego que en estos momentos lo necesito tanto como él.

Para su suerte la luz del semáforo se ha puesto en rojo y por ende ha detenido el auto.

Vuelvo a asentir.

Cuando lo siento ya tengo a George abrazándome, con sus brazos a mi alrededor sujetándome con fuerza mientras llora.

Trato de no corresponder del todo al abrazo, pero mi cuerpo me lo impide y de un momento a otro mis brazos ya se encuentran rodeándolo.

Es sumamente increíble cómo después de tantos años, aún me siento la niña de ocho años que abrazó a su salvador aquel día del accidente. Como esa vez creí que al fin sería feliz, y que muy a mi pesar, me di cuenta que estaba equivocada.

. . . 

Al bajar del auto mis ojos se detienen en una camioneta a pocos metros de nosotros. No sé qué tipo de camioneta es, pero de ella sale Aron West y un hombre alto de ojos azules, su padre. Lo puedo recordar del día anterior cuando él, su esposa y mis tíos nos encontraron en medio del bosque junto a Evelyn, nuestra profesora del taller de música.

Aron lleva una sudadera roja con capucha, trata de ocultarlo sus golpes, pero es imposible de hacerlo.

Ayer no eran muy notables pero esta mañana es todo lo contrario. Los moratones se han intensificado más que ayer y su ojo izquierdo se encuentra algo inflamado.

Cuando estoy segura de que pasaré desaparecida ante su padre, el mismo señor West es quién le habla a mi tío y al poco tiempo él y su hijo se encuentran a nuestro lado.

—Buenos días, señor Hale—. El padre de Aron le ofrece su mano incluida con una sonrisa. Parece ser un hombre amistoso y viéndolo de cerca puedo asegurar que se parece a su hijo. El tono de sus ojos es el mismo que el de Aron, sus facciones son iguales de finas y el color de cabello es igual. Sin duda ambos son padre e hijo.

—Buenos días, señor West. —George corresponde al saludo, propiciándole un gran apretón de manos al padre de Aron; éste se encuentra a un costado de su padre y al cabo de unos segundos se atreve a dirigirme la mirada.

Debe seguir sorprendido por la llamada de anoche, de hecho, yo lo sigo. No tenía intención alguna de llamarlo y sin embargo lo hice.

Aunque al final mi conversación con él resultara todo un fiasco.

Dejo de prestarle atención a la conversación que ahora mantienen los dos adultos a nuestro lado cuando de pronto Aron decide acercarse hasta mí.

—Hola, Jane. —Al hablar se nota que lo hace con cierta dificultad. Ahora que estoy más cerca me doy cuenta de la gravedad de los golpes; las venas de su rostro están verdes, acompañadas de otras más de color violeta, su mejilla se encuentra igual y su ojo no está muy bien. Además, tiene ciertas ojeras en su rostro, bueno, se notan en el ojo que no ha sido golpeado.

—Hol... Perdón—interrumpo el saludo.

—¿Perdón? ¿Por qué? —Cuestiona frunciendo el ceño, lo que le causa dolor.

—Estás así por mi culpa, por defenderme. Lo siento.

—Vamos, Jane. Ambos sabemos que de cualquier forma estaría así. No tienes por qué disculparte.

—Creo que siempre voy a estarte debiendo mi vida. Primero me salvaste de ser ahogada y ahora esto.

Mi comentario no le parece apropiado porque rueda los ojos y echa la cabeza hacia atrás por un momento.

—No me debes nada. Sólo lo hice porque tenía que hacerlo. En serio no te preocupes por deberme nada—aclara enfadado. No quería expresarme así pero ya lo he hecho. Soy una idiota.

—Yo... Yo no quería decirlo de esa forma. Perdón.

—¿No te cansas de decir lo siento? Porque es algo fastidioso que estés pidiendo perdón a cada momento. —Ahora sí está molesto, y todo por ser una tonta.

—Lo si... No lo volveré a decir.

—Bien.

Silencio. Ambos estamos de pie, uno enfrente del otro con la cabeza gacha y sin decir nada más.

«¿Por qué siempre tengo que arruinarlo?»

—Hey, chicos, ¿por qué no me habías dicho que son amigos, Jane? —la voz interrogante de George provoca que salgamos de ese incómodo silencio ante el cual siempre nos vemos inmersos.

—Es que... Recién lo somos.

«Lo estamos intentando»

—Me alegro que mi hijo tenga una amiga —menciona el padre de Aron. —Es bueno saberlo. Puedes venir a comer a nuestra casa cuando quieras, Jane. —La invitación precipitada del hombre de ojos azules y barba que comienza a crecer deja anonadado a su hijo, quien abre los ojos como platos al escucharlo mencionar una comida. Aron no está de acuerdo en ello, y yo tampoco. Recién comenzamos esto de la amistad y su padre viene y quiere invitarme a comer como si fuéramos amigos de toda la vida.

—Yo...

—¿A Jane le encantaría, ¿no? —. Y aquí está George. Dando una respuesta por mí cuando no se lo he pedido. ¿Es que acaso no sabe que tengo boca para hablar?

—Sí, claro, señor West.

—Grandioso, eso le encantará a mi esposa. —Dice con una gran sonrisa. —Y... Cambiando de tema, le he comentado a tu padre que Aron y tú deben hacer una declaración por el robo de ayer. Yo voy a ir con ustedes, estaré en todo el proceso y cuando encuentren a los culpables les juro que haré lo imposible para que estén en prisión.

«¿Prisión? ¿Declaración? ¿Vamos a meter a prisión a Graham e Ivan?»

—No tienes de qué preocuparte—habla Aron ante mi expresión de preocupación que no sé si no entiende o sólo aparenta no entenderlo—, mi padre es abogado y piensa atrapar a los culpables.

Todo ello lo dice con un tono que no logro descifrar, pero al parecer su padre sí.

—Así es, Jane. Soy abogado y haré lo imposible por atrapar a los culpables y ponerlos tras las rejas.

—Entonces...

—Iremos a declarar después de sus clases de regularización. Aron me contó que hoy comienzan con ellas—recuerda el señor West. —Vendré por ustedes a las cuatro ¿está bien?

—Sí, está bien—respondo asintiendo.

—Mi esposa y yo también iremos, si no hay inconveniente—avisa George rodeándome la espalda con su brazo.

—Claro que no hay problema. Nuestros hijos necesitan apoyo en esto y qué mejor que nosotros, sus padres.

A continuación, los cuatro avanzamos hasta la entrada del Instituto donde no están ni Graham ni Ivan esperándonos.

—En fin, yo debo irme a trabajar, pero los veo a las cuatro—habla el padre de Aron.

Se gira hacia su hijo y con un abrazo se despide del mismo. Posteriormente le susurra algo inaudible al oído y éste sonríe a medias.

—Te veo luego, Aron.

—Adiós, papá.

—Hasta luego, Jane, y señor Hale—se despide con un apretón de manos amistoso.

Posteriormente George se despide con un beso plasmado en mi frente y junto al padre de Aron se marchan. Es una suerte que no sugiriera acompañarme hasta el salón de clases como aquella vez en que Aron también me salvó.

—¿Nos vamos a clases? —Sugiere la voz del chico de ojos azules a mi lado.

—Claro.

. . .

Ha sido un suplicio mantenerme despierta durante todas las clases. En dos ocasiones me quedé dormida y si no hubiese sido porque Aron casi me tira de la silla, los profesores me habrían sacado de sus clases.

Las pastillas de George funcionaban bien, pero era tal mi cansancio que ni una pastilla podía provocar el efecto que deseaba, y no era buena idea tomar más de una.

He almorzado sola, lo cual me parece muy bien, pero por alguna razón creí que Aron iría conmigo como hace un par de días.

A final del día las clases por fin concluyeron, sin embargo, aún tengo que quedarme para comenzar las clases de regularización de francés. El señor Jackson pidió esta mañana informes de mi avance a Aron, éste le dijo que hoy mismo comenzaremos las clases y el profesor le pidió que entre más pronto es mucho mejor. No quiere que siga teniendo malas notas en su materia.

Mi última clase ha sido biología. El profesor Charles me ha felicitado por mi notable avance-más que cualquiera de la clase —y me ha prestado unos libros sobre biología que espera me deleiten a la hora de leerlos.

Quise rechazarlos y decirle que la biología no me gusta demasiado, pero no pude decirle que no. Ese es el mayor de mis defectos, cuando alguien me pide algo que esté a mi alcance siempre termino cediendo, aunque en el fondo no quiera.

El salón se queda vacío al irse el profesor, yo termino de guardar el último libro y tomo la mochila azul para llevarla hacia mi hombro y marcharme.

He tenido suerte este día; a pesar de tener demasiado sueño, ni Graham o Ivan se han dignado a molestarme o a Aron. Por lo visto les bastó lo que le hicieron al pobre chico, al menos están apaciguados por un rato, sin embargo, no durará mucho, eso lo sé.

El Instituto comienza a quedarse vacío, en cuanto comienzo andar hacia la salida un par de chicas pasan a mi lado y me empujan con cierto desagrado en su rostro. Son lindas, llevan un atuendo bastante atrayente en color rosa pastel y su cabello está reñido de rubio y perfectamente planchado.

«Vaya tontas. No quiero de imaginar lo que hay dentro de sus cerebros.

Sólo telarañas cubriendo su alrededor»

Río internamente imaginándome a ese par de huecas en clase de matemáticas. No deben tener ni la más mínima idea de lo que significa un número elevado a una potencia o qué es el Teorema de Pitágoras.

—¿Puedo saber de qué te ríes, Hale? —. La voz de Aron provoca un pequeño espasmo de sorpresa al girarme hacia él.

—Ah... De nada. Sólo estaba recordando algo gracioso —mentí tratando de parecer lo más sincera posible.

—No sabes mentir ¿lo sabes? —Asegura arqueando una ceja mientras frunce las comisuras de sus labios. —Y no tienes que decir nada, sólo vamos a la biblioteca ¿sí? Entre más rápido sean las clases, mejor. Escuchaste al señor Jackson, si no subes tus calificaciones y no mejoras, a mí también me irá mal. Ahora, vamos.

Al dar un paso hacia la puerta lo detengo y él se voltea frunciendo el ceño.

—¿Acaso no quieres venir?

—No es eso. Sólo que... ¿No se supone que la biblioteca está allá arriba? —Señalo la dirección con mi dedo índice.

Aron se acerca y baja mi brazo meneando la cabeza en señal de negatividad.

—A esa biblioteca no iremos. Ahí no hay más que tontos fingiendo estudiar cuando en realidad están cogiendo. A dónde iremos será a...

. . .

—¿En verdad aquí? —pregunto sorprendida.

—Sí, ¿por qué?

—Es que... No hay nadie —recalco al ver el edificio vacío. Aron West me ha traído hasta el edificio donde se imparten los talleres y no tengo idea del por qué.

—Es viernes, claro que está solo. Los talleres se imparten de lunes a jueves y hay ocasiones especiales en que venimos los domingos. Sin embargo, sí habrá alguien cuidándonos si es lo que te preocupa. En unos minutos vendrá la administradora para verificar que no hagamos nada indebido.

» Resulta gracioso. Eso deberían hacer con los que se quedan en la biblioteca del Instituto. Si se enteran de lo que en verdad hacen allí, entonces hasta pondrían guardias.

Y tranquila, Hale. No pienses que te haré algo estando solos. No soy Graham.

Guarda con agilidad la llave que le han otorgado y me indica que lo siga.

El edificio es enorme por dentro, más de lo que puedes imaginarte.

Subimos a la planta alta y caminamos hasta dar con una enorme puerta de hoja hecha de madera.

Aron empuja la puerta con agilidad y esta se abre dejando ver lo que oculta detrás.

Mesas de madera, sillas del mismo material, el piso de caoba, los grandes estantes llenos de libros, los cuadros de pintura, el tapete aterciopelado de color vino, las lámparas de época antigua que le dan un toque clásico, todo esto es lo que provoca que me quede con la boca abierta.

—Wow.

—Lo sé. La librería donde trabajo es linda, pero esto es mejor. Pese a ello, conozco una mucho mejor que esto. Tal vez algún día te la enseñe. Por ahora elige una mesa y yo voy por algunos libros de francés.

Asiento ensimismada en la enorme habitación y me dirijo a una de las mesas en el centro.

La decoración es impresionante, todo es simplemente magnífico. Es como un lugar sacado de un cuento de hadas, y a pesar de no creer mucho en ello siento que por un momento es real.

—Aquí están—la voz de Aron interrumpe mis ensoñaciones al poner algunos libros sobre la mesa.

—Son bastante grandes —comento al ver su grosor.

—Ajá.

—¿Con qué comenzaremos?

. . .



Bonjour... Aron West, je m'... appelle Jane Hale... eigh mot...

—Et mon. —Corrige mi tutor con un acento francés bastante bueno.

—Professeur... est... val...

—Vous —Corrige de nueva cuenta.

—Bien, espera —lo detengo cerrando el libro. —Esto es demasiado complicado, Aron. Sé que son palabras básicas y sé lo que significan, pero me cuesta pronunciarlas. Yo... Son un fiasco para esto.

—Oye, oye, oye. ¿Acaso crees que esto no requiere paciencia? Roma no se hizo en un día y tú no aprenderás francés en uno, pero, poco a poco lo harás. Yo te ayudaré.

«Sólo porque el profesor te asignó»

—Y no sólo es por eso.

Mis ojos se dirigen a él sorprendida.

—¿Cómo es que...?

—Ya te había dicho que nunca te callas las cosas, a pesar de que lo dices en susurros. Me cuesta entenderte, pero he estado mejorando en ponerte atención.

Ambos nos miramos atónitos. Él me ha estado prestando atención y quién sabe desde cuándo.

Carraspea al darse cuenta de lo que acaba de hacer. Me lo ha dicho y supongo que es una indiscreción de su parte.

—Será mejor seguir —le indico al ver su incomodidad.

—Bien.

La clase continua, hace unas horas vino la encargada de la recepción de este edificio del Instituto y nos ha estado vigilando.

En cierta forma es bueno saber que no estoy sola con Aron.

Sigo tratando de pronunciar correctamente cada palabra y al final he conseguido hacerlo más o menos bien. Según Aron es un gran avance, y aunque no es mucho sí es algo.

Son las cuatro de la tarde, en cualquier momento George y su padre vendrán por nosotros y ya debemos marcharnos del Instituto.

—Gracias por las llaves. Dejamos todo en su lugar señora McCartney.

La mujer le agradece y sonríe a Aron al recibir las llaves. Incluso se ofrece a cerrar ella el edificio por nosotros.

Al marcharnos atravesamos el gran campo para llegar al Instituto, el padre de Aron le ha llamado por teléfono avisándole que él, su madre y mis tíos nos están esperando.

Faltan pocos metros para finalizar nuestro camino, pero inesperadamente Aron se detiene.

—Espera. Quiero... Anoche fue una llamada muy inusual y debo admitir que me sorprendió—su voz está seria como suele estar siempre, sin embargo, esta vez noto algo diferente en él ¿Nerviosismo tal vez? —Cuando hablamos siento que ninguno sabe cómo iniciar la conversación, siempre emergen silencios prolongados en los que en ciertas ocasiones me siento incómodo, y en otros en los que debo admitir que es todo lo contrario, pero... ya que estamos intentando ser amigos...

» Escucha, sé que no es fácil ni para ti y mucho menos para mí todas estas situaciones, más sin en cambio lo estamos haciendo. Puede que no haya sido buena idea tratar de entablar amistad, pero créeme que quiero intentarlo; no quiero que existan estos silencios interminables entre nosotros todo el tiempo, quiero poder hablar contigo, en serio. De lo que sea, tenga sentido o no. Ya sé que es algo bobo lo que estoy diciendo porque a pesar de no llevar mucho de conocerte me he dado cuenta que nunca dices cosas sin sentido.

Se queda en silencio durante un breve momento. Yo estoy estupefacta y lo único que puedo hacer es acomodar los lentes en mi rostro.

Todo lo que acaba de decir me ha tomado por sorpresa y es algo que nunca pensé que diría o mencionaría. Yo también he sentido que las cosas no deben ser siempre de ese modo, me refiero a los interminables silencios entre ambos. Pero es que no sé qué decir o qué no, ambos somos nuevos tratando de tener amigos y no es nada fácil.

» Acepto que no quise ser su amiga, que sigo con la idea de que esto es un error y que no sirve de nada tratar de entablar una amistad, pero ya no quiero tener que mirar los rostros tristes de George y Elizabeth al ver que la chica a que tratan y quieren como una hija va a estar solitaria toda la vida; tengo muy en cuenta que no puedo admitir que siento algo por ellos, que... Que los quiero, porque eso sólo les haría más daño, los llevaría al vacío conmigo y es lo que menos deseo. Pese a eso, por lo menos deseo verlos felices en esto, y por ende ello trato con todas mis fuerzas de amistad con Aron West.

Quiero intentar ser su amiga y también quiero que esos horribles silencios se acaben, pero, en verdad que no sé cómo hacerlo.

—Es extraño decir todo esto. Estuve ensayándolo toda la mañana —acepta con vergüenza bajando el rostro. —Lo que quiero decir es... ¿Te gustaría salir mañana conmigo? Por lo que he leído en la mayoría de los libros, eso es lo que hacen los amigos. Tú y yo podríamos hacerlo y charlar un poco sin tener que sentirnos incómodos porque...

» ¿Qué dices? ¿Quieres salir conmigo?

Me quedo sin palabras. Salir, con él, con Aron West es... Nunca lo había imaginado.

Dubitativa ante la invitación me limito a mover los labios sin emitir palabra alguna.

«Dile que sí. Vamos, Hale. Acepta»

—Yo...

Aron espera mi respuesta y yo parezco una boba frente a él. Lo miro con más detalle. Ahora que me doy cuenta, ante todos esos golpes se encuentra un rostro muy hermoso. El día que lo conocí tan sólo me atreví a mirar sus ojos, ese tono azul cielo que llamó mi atención en la clase de francés. Ahora me doy cuenta de otras características como lo es su nariz recta y fina, sus pómulos definidos y su cuello largo en el que se marcan varias venas color verde; y tras esa chaqueta se puede observar los músculos de sus brazos.

«¿Hará ejercicio?»

—Tienes razón; ya no quiero esos interminables silencios. Está bien, acepto salir contigo mañana.



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