XII. Psicólogo [Maratón 2/2]
Amigos. Es una sensación extraña, tanto al decirlo como al serlo.
Yo amiga de alguien, de Aron West. Esa idea es sumamente rara.
Después de decidir ser amigos, almuerzo en compañía de Aron en silencio, hasta que el timbre suena indicándonos que debemos volver a clases.
El día de hoy no tengo taller, por lo que, al finalizar las clases, me despido de Aron West con un simple "adiós" y me dirijo al estacionamiento donde me espera George y Elizabeth dentro.
—¿Cómo te fue el día de hoy Jane? — me pregunta Elizabeth cuando subo en la parte trasera del auto.
—Bien— respondo poniendo mi mochila en mis piernas.
—Ese chico... Aron, ¿es tu amigo? — sigue cuestionando Elizabeth.
—Sí, creo que sí.
La veo por el retrovisor y noto que asiente. Después de eso ya no me pregunta nada y el auto comienza a avanzar a un lugar al que hace mucho no visitaba: el psicólogo. Esta vez será una persona diferente—como siempre—debido a la mudanza. En Forks tenía uno, en Los Ángeles tenía otro y así era. Siempre ha sido uno o una diferente y nunca, nunca me han gustado. Elizabeth y George creen que me ayudan en algo y por más que les digo que es una pérdida de tiempo no me hacen caso. Sin embargo, esa es la verdad, ellos no me ayudan en nada, sólo hacen que las cicatrices se abran más y me hacen sufrir más.
El viaje se va en silencio entre ellos y yo, yo recargo mi sien en la ventanilla mientras escucho música con mis audífonos.
Mientras dura el trayecto, observo por el rabillo del ojo a Elizabeth en el retrovisor y me percato de la tristeza en su rostro. Al verla así se me hace un nudo en la garganta.
Decido no seguir observándola y sólo concentrarme en la música que escucho.
Sin darme cuenta me pierdo en las melodías y no me doy cuenta cuando el auto se detiene, hasta que alguien toca afuera en la ventanilla. George me observa desde afuera y me indica que abra, así que me quito los audífonos y salgo del auto.
—Llegamos al psicólogo, Jane.
Diviso a lo lejos un edificio grande de dos pisos, con columnas a los lados como si fuera un castillo. Avanzamos hasta el umbral y entramos, topándonos con una recepción demasiado elegante. Al fondo se encuentra un amplio cubículo con una mujer de no más de treinta años, vestida con una elegante blusa blanca con lunares negros impresos en ella, unos lentes demasiado anticuados para mi gusto y un peinado demasiado viejo para ella.
Al ver sus lentes agradezco que George y Elizabeth me dejen escoger los míos cada vez que necesitamos renovarlos.
—Buenas tardes, señorita, somos los señores Hale y mi hija tiene una cita con...
—Sí, el doctor Martin los está esperando—. Responde la mujer antes de que George termine la oración. — Esperen en la sala por favor, les diré cuando puedan pasar.
Todo eso lo dice sin siquiera levantar la mirada. Sólo se limita a seguir observando los papeles que están perfectamente ordenados en su cubículo a lado de su ordenador.
George asiente y junto a nosotras se va hacia la sala donde debemos esperar pacientemente hasta que el doctor Martin pueda atendernos.
Ojalá que eso no llegue nunca, ojalá que el doctor Martin diga que tiene otro asunto más importante que atender a una adolescente con problemas traumáticos de su infancia.
Ojalá, pero no sucede eso.
A los pocos minutos de esperar, una persona sale del consultorio y la mujer de la recepción nos indica que puedo pasar.
George y Elizabeth se disponen a entrar conmigo, pero al notarlo la mujer los detiene.
—Lo siento, señores, pero sólo la paciente puede entrar. Ustedes tendrán que esperar aquí hasta que la sesión termine.
Elizabeth se decepciona, pero no protesta, sólo se limita a asentir; pero antes de dejarme entrar se acerca y me toma del brazo.
—Te esperaremos aquí, Jane. Suerte.
—Ok.
Me doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta del consultorio.
«¿Es en serio lo que me dijo Elizabeth? Me deseó suerte, como si la suerte ayudara en estos casos. La suerte no sirve de nada, la suerte no existe. Sólo los tontos creen en ella»
Antes de entrar toco la puerta con unos ligeros golpes hasta que una voz detrás de la puerta me indica que pase.
Al abrir la puerta me sorprendo de cómo es el consultorio. Es como una pequeña sala con un amplio sillón con cojines de colores, un pequeño sofá frente al otro con más cojines, una pequeña mesa con una lámpara blanca a lado del sofá, un reloj detrás de este y un árbol dibujado en la pared. Sólo que no cualquier árbol, este sólo era un tronco delgado con sus ramas delgadas y con unas cuantas hojas. Tenía una vista tranquila al igual al que el ambiente, sobre todo por el color de las paredes. Era entre beige y crema, no sé exactamente qué color, pero era lindo.
—Adelante, señorita Hale— me indica el doctor Martin.
Le hago caso y entro cerrando la puerta por detrás para después avanzar hacia él.
Él me indica que me siente en el amplio sofá y así lo hago.
Se supone que la sesión inicia, pero por un buen rato no hablo a pesar de que el doctor Martin insiste en que lo haga. Así que intenta otro método para hacerme emitir palabra.
—Soy el doctor Martin, pero dejemos las formalidades ¿sí? Aquí sólo somos Martin y...
—Jane.
—Martin y Jane. Bien, comenzaremos con algo muy simple Jane, cuéntame algo sobre ti, por qué crees que estás aquí. ¿Sientes que tienes algún problema?
Trago saliva y niego con la cabeza.
—Bien, eso es bueno, no tener problemas, pero, supongo que no los tienes ahora, ¿o me ocultas algo?
No le respondo.
—Escucha, Jane, trato de ser tu amigo, o si no lo quieres al menos alguien que escucha y no te juzga por nada que haya pasado. Sólo escucharé si decides contarme algo y si lo aceptas te ayudaré. Para eso estoy aquí, para ayudarte y escucharte. No para juzgarte.
Asiento y me pienso por un momento si contarle o no lo que he vivido a un desconocido, así sea el psicólogo sigue costándome trabajo hablar de eso con alguien.
Pero a pesar de no querer hablar, siempre tienen que estar informados, aunque nosotros no lo queramos.
—Sé lo de tus padres, Jane— dice de repente sorprendiéndome. — Sé lo que has tenido que pasar en el Instituto, de todas esas pesadillas y esas cicatrices que tienes. Por eso estás aquí, porque las pesadillas no se han ido, porque tus tíos están preocupados por ti. Porque tus padres te quieren y quieren que estés bien. Así que vamos a hacer que esas pesadillas se vayan iniciando con ir al pasado. Desde el principio de todo.
. . .
—Vas a cerrar los ojos y vas a entrar en un trance en el que irás a tu pasado. En base a esto trataremos de encontrar un ancla a la que te has estado aferrando y puede que ese sea el motivo por el cual esas pesadillas no desaparecen del todo y siempre vuelven.
Asiento y sólo hago lo que me dice, subo mis piernas en el sillón y me recuesto recargando mi cabeza en uno de los cojines.
—Vas a viajar a tu pasado Jane Hale, vas a recordar todo que viviste con tus padres, las cosas buenas, las cosas malas y todo lo que tenga que ver con tu infancia. Tratarás de salir por ti sola de los recuerdos malos. Serás valiente Jane.
Viajaras en 3...2...1... Viaja Jane.
(Soundtrack sugerido: Kill Me-Antonio Pinto)
Durante el trance en el que me encuentro muchos recuerdos terribles salen a flote. Recuerdos que sólo solía tener en las pesadillas hace algunos años y que ahora estaban ocultos en lo más profundo de mi memoria.
Sí, sé que he tenido pesadillas, pero con recuerdos que ya sabía que estaban ahí, recuerdos que siempre han estado presentes. Pero ahora, el doctor Martin ha hecho que otros recuerdos más dolorosos que los que conozco actualmente salgan a la luz.
Golpes, marcas, azotes, sangre, gritos, peleas, el accidente, muertes... Todo, absolutamente todo lo que tuve que pasar cuando era tan sólo una niña se viene de golpe a mi mente y provocan que mi cuerpo comience a colapsarse. Siento que vuelvo a ser una niña y todas esas cicatrices se hacen más presentes, se marcan como si ahora, justo en el presente estuviesen siendo creadas de nuevo.
—Ya basta— susurro con la respiración entre cortada y retorciéndome de dolor en el sillón.
Los veo, al ogro malvado y a la bruja lastimándome, revivo el accidente y las voces que dicen que fue mi culpa y que la muerte va detrás de mí.
Ya no puedo con todo esto, es una bola de dolor que se me viene encima y no estoy lista para esto, no lo estoy.
—¡Ya basta! ¡Ya basta!
Hago el mayor esfuerzo para salir del trance, pero no puedo. Soy débil para hacerlo.
—¡Por favor pare! — Grito suplicando.
—¡Esfuérzate, ¡Jane, tienes que salir por ti misma!
—¡No! ¡Paren, paren!
Y entonces— no sé cómo— reúno el valor y la fuerza necesaria para sacarme de ahí, para sacarme del dolor.
—¡¡YA BASTA!!
Grito con todas mis fuerzas y entonces despierto. El doctor Martin parece asustado
No lo culpo, yo también lo estoy. Mi ritmo cardíaco ha aumentado y mi pecho no deja de subir y bajar demasiado rápido.
Ya no quiero seguir ahí, por lo que me levanto de ese estúpido sillón y salgo a toda prisa de ahí.
No me importa en estos momentos George o Elizabeth, lo único que me interesa es salir de ese maldito consultorio antes de que explote.
—Jane, ¿qué pasó? ¿qué fueron esos gritos? — Pregunta Elizabeth levantándose de su asiento asustada.
No le respondo, sólo avanzó a toda prisa y el doctor Martin me grita que me detenga y regrese, pero no lo escucho, no quiero hacerlo.
Corro, es lo único que puedo hacer para desaparecer de ahí. Tal vez es algo idiota correr teniendo en cuenta que vinimos en auto, pero es lo único que puedo hacer. Ya no quiero seguir porque voy a estallar en lágrimas, voy a llorar y no quiero que me vean así.
No tengo rumbo. No sé a dónde dirigirme. Esquivo a las personas y ellas me avientan molestas por pasar entre ellas como lo hago. No sé ni siquiera en qué calles me meto y no me fijo al cruzar la carretera o las calles. No me importa que puedan atropellarme o matarme. Ya no importa nada salvo que quiero huir.
Sin embargo, cuando me detengo por falta de aire, noto que he llegado a un campo abandonado, casi parecido al lugar donde me llevó Aron West.
Y debido a lo solo del lugar y a que no pasa ni siquiera un alma, me pongo a gritar, a gritar de dolor y de odio.
Los malditos psicólogos no ayudan en nada, ¿por qué no entienden?
Lo único que provocan es que sufra más de lo que ya he sufrido, que esas ganas de no existir se incrementan más.
George y Elizabeth creen que me ayudan, pero no es así. ¡¡No lo es!!
Ya no puedo evitarlo, las lágrimas comienzan a resbalarse por mi rostro y no hago nada para impedirlo. Mi cuerpo ya está cansado, yo estoy agotada de reprimirme, de guardarme todo lo que siento. Estoy cansada de hacerme la fuerte cuando en realidad me estoy desmoronando por dentro.
Me dejo caer de rodillas en el césped y me abrazo a mis rodillas.
—Ya no quiero recordar, ya no quiero— susurro entre sollozos.
Entonces recuerdo más golpes y sangre. Gritos y marcas.
A veces lo que decimos o deseamos que queremos nos ocurre al revés; y cuando quieres alejarte de tu pasado siempre hay o habrá alguien o algo que te llevará de regreso, porque no puedes huir de tu pasado, sea como sea siempre formará parte de ti.
. . .
Termino por tranquilizarme y decido recostarme en el césped a admirar el cielo que se ha nublado. Creo que me siento más tranquila pero ese nudo en la garganta sigue presente.
Pienso en el pasado, en lo que fue y en el presente. No puedo pensar en el futuro justo ahora porque no sé qué me deparará mañana, tan sólo quiero intuir que será mejor que hoy.
Cierro los ojos y me quitó los lentes dejándolos a un lado. Sólo veo oscuridad, una oscuridad que me envuelve y que me hace sentir sola. Diría que estoy muerta, o al menos así es como me gustaría estar salvó porque escucho los latidos de mi corazón y mi respiración se hace presente.
Escucho que la hierba hace ruido, pero no le doy importancia. Pienso que debe ser algún bicho o el aire. Hasta que se escucha una voz.
—¿Jane? ¿Qué haces aquí?
Abro los ojos de golpe y me topo con una sombra hasta que coloco de nuevo mis lentes y mi visión se aclara.
Tengo enfrente a la persona que menos esperaba encontrarme, tengo a Aron West de pie junto a mí.
Me observa frunciendo el ceño. Debe pensar ¿qué diablos hace en un lugar abandonado? Pero no dice nada, en su lugar sólo se pone de cuclillas y me dedica una leve sonrisa.
—Nunca pensé que vinieras aquí.
—Yo... No vengo aquí, sólo estaba corriendo y... lo encontré.
—Es extraño, pensé que era el único.
—¿Tú vienes aquí?
—Sí, creo que es mi lugar favorito cuando quiero sentirme solo.
—¿Pero...? ¿y el parque?
—Ese también es un buen lugar, pero ese sólo lo ocupo para ver cómo otras personas son miserables. Para ver que no soy la única persona que se siente solo. En cambio, este lugar es para estar conmigo, para sentirme alejado de todo. Siento si te mentí en eso.
Nunca pensé que Aron West pensara de esa forma. Sin embargo, lo hace, pero no sé por qué razón, porque vamos, tiene que haber una razón ¿no? Todos tenemos una razón para pensar así.
Sin decir nada más decide recostarse a mí lado con sus brazos por detrás de su cabeza y cierra los ojos.
Por un leve momento lo veo y posteriormente lo imito.
Así se pasan varios minutos en silencio hasta que él decide romperlo.
—¿Tus padres saben que estás aquí?
Abro los ojos y giro mi cabeza para verlo.
—¿George y Elizabeth?
—Hmm... Ajá.
Niego con la cabeza.
—¿Puedo saber por qué les llamas así?
—Porque eso son sus nombres— respondo fríamente.
—Bueno, sí, pero son tus padres— dice encogiéndose de hombros.
Me quedo en silencio unos cuantos segundos y después respondo:
—Ellos no son mis padres.
Y antes de que pregunte por qué o qué son entonces, le contesto:
—Son mis tíos.
—¿Y tus padres?
—No quiero hablar de eso.
—Lo siento.
Otros minutos de silencio.
—Entonces... Hablemos de nuestros gustos. Por lo que sé en esto de la amistad debemos saber, aunque sea algunas cosas.
—¿Cómo qué?
—¿Qué te gusta hacer?
—Esa es fácil. Leer. Y dibujar. Me gusta dibujar los paisajes y a las personas. Imaginar cómo puede ser el mundo. Mucho mejor de lo que es.
—¿Eso es lo que estabas haciendo en la mañana? ¿Dibujar?
Asiento.
Me giro para verlo de nuevo y después me volteo.
—Supongo que ahora debo preguntarte qué te gusta hacer.
Él se ríe levemente y después contesta:
— A mí también me gusta leer. Pero sobre todo escribir.
—¿Escribir? — Pregunto frunciendo el ceño.
—Sí. Me gusta imaginarme nuevos mundos, mundos que no se parezcan en nada a la realidad, sólo que yo en vez de dibujarlos los plasmó con palabras. Quiero ser escritor y algún día publicar una novela.
—Wow— digo casi en un susurro—. Eso es... lindo.
—Sí, es mi mayor sueño.
—¿Eso es lo que hacías en la mañana? ¿Escribir?
—Sí. Estaba haciendo el final de mi segunda novela.
Más silencio.
—¿Y tus padres saben que escribes? — Le pregunto por curiosidad.
—No— responde demasiado rápido—. Ellos... aún no lo saben. Por el momento sólo escribo para mí.
—Bueno, al menos así nadie te crítica.
—Sí. Sólo yo, claro.
Justo cuando va a decir algo más, se escucha un auto frenar repentinamente y de él sale George. Al verme corre y yo me levanto junto con Aron del césped.
—Jane— dice eufórico y se abalanza hacia mí para abrazarme. — Elizabeth y yo estábamos muy preocupados por cómo te saliste del consultorio. Nosotros...
Se da cuenta de la presencia de Aron y deja la oración a medias.
—Yo... Creo que será mejor irme. Nos vemos luego Jane.
Asiento y esta vez George no le ofrece llevarlo. Después me doy cuenta del porqué.
Cuando subo al auto me doy cuenta de que ese campo está a pocas cuadras de donde vivimos y de donde vive Aron.
George va manejando desesperado y furioso hasta que llegamos a casa.
Al abrir la puerta veo a Elizabeth sentada en la sala con el teléfono en mano.
—Elizabeth.
Al escuchar la voz de George, Elizabeth se voltea y al verme tira el teléfono y corre hacia mí.
Me abraza y casi de inmediato comienza a llorar.
—¿Dónde...¿ ¿Dónde estabas? Creímos que algo malo te había pasado, Jane. Saliste corriendo y...
—Tenía que hacerlo. No podía seguir ahí. Además, no exageres, no me pasó nada.
—¿Qué no exagere? Jane, saliste corriendo y no sabíamos dónde estabas. Pudo haberte ocurrido algo ¿y dices que no exagere? Jane ¿acaso no entiendes? Te queremos y nos preocupamos por ti. Todos lo que te afecta también nos afecta a nosotros. Somos una familia.
Niego con la cabeza y tragó saliva antes de hablar.
(Soundtrack sugerido: Kill Me- Antonio Pinto)
—No, Elizabeth, no somos una familia. Y ustedes no tienen que preocuparse por mí, así como no tienen que amarme por lástima.
—Jane, nosotros no te amamos por lástima— aclara George.
—Sí lo hacen. ¿Acaso creen que no me doy cuenta? Desde ese maldito accidente dicen quererme, pero no es verdad, todo es por lástima, porque consideran que soy frágil y alguien a quien deben querer por obligación.
—No, Jane, nosotros no te consideramos así— habla Elizabeth llorando. — Nosotros te amamos.
—Pues no tienen que hacerlo. Ustedes no son nada, sólo mis tíos.
—Nosotros te amamos como una hija, yo te amo— dice Elizabeth tratando de tomarme del brazo, pero yo me zafo rápidamente.
Me pienso por unos breves segundos lo que le voy a decir, sé que le va a doler, que les va a doler, pero tengo que hacerlo. Por su bien. Aunque me duela.
—No, Elizabeth, ustedes no son nada. ¡Nada! ¡Y tú no eres mi madre! ¿Entiendes? No eres mi madre.
Su rostro cambia y entonces me suelta. Veo como más lágrimas salen de sus ojos y cómo a George se le llenan los ojos de agua.
No puedo quedarme aquí, así que me doy media vuelta y subo corriendo las escaleras hasta mi habitación.
Cerrando la puerta con pestillo me tiro en el suelo y me pongo a llorar de nuevo.
—Lo siento, lo siento. En verdad lo siento— susurro entre lágrimas sintiéndome la persona más miserable del mundo. Tal vez no me entiendan, pero lo que acabo de hacer es por su bien. Sé que ellos me aman, que no me quieren por lastima, pero al quererme se están destrozando por dentro y por mi culpa. Ellos sufrirán por mí y no quiero eso.
Por eso es mejor así, romperles su amor por mí para así no destrozarlos después. Prefiero que no sientan nada a que sí lo hagan y sufran. Ya no quiero ver a nadie más ser infeliz por mí. Y si lo mejor forma de hacerlo es destrozarles la ilusión de que pueda ser su hija, de que pueda llegar a quererlos, entonces fue lo mejor que hice. A pesar de que ahora me sienta miserable por eso.
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