VIII. Oscuridad
«Yo hice los separadores» «Yo hice los separadores»
Esas palabras no dejan de retumbar en mi mente desde la tarde en que Aron me lo dijo.
Ese día me quedé petrificada por su confesión y después no pude dormir. Todo porque me la pasé pensando en el por qué darme los separadores a mí. Y si me los dio, por qué decírmelo después y de esa forma.
Qué sentido tenía.
Nada de eso tenía sentido.
La primera noche sí que no dormí en absoluto, y a la mañana siguiente eso se notó.
Vi a Aron en las clases que compartimos, pero no me habló y yo no me atreví a preguntarle nada.
Además, Aron parecía huir de mí y yo también lo evitaba.
Si estábamos a punto de encontrarnos en algún pasillo, él sólo veía la forma de irse por otro camino.
El segundo día fue un poco menos el insomnio. Aunque tuve que leer hasta media noche para cansar mis ojos y quedarme dormida, sólo que no fue mucho lo que dormí porque me desperté a las cuatro de la mañana por una pesadilla.
Después de eso ya no pude dormir.
Graham e Ivan seguían molestándome y cada vez las burlas se intensificaban más. Hasta el punto de aventarme cada vez que pueden, tirarme mis cosas o incluso tirar mi comida del almuerzo sobre mí.
El tercer día pude dormir mejor.
Tuve una pesadilla, pero no me dormí hasta tarde.
Puede que sea idiota el pensar en eso de los dichosos separadores y no dormir por eso, pero no me di cuenta hasta hoy.
Siendo honesta no tiene por qué importarme el si Aron me haya dado los separadores o si él los hace. Lo más seguro es que suceda lo que pensé, que el dueño le paga por hacerlos.
Así que, si Aron me los dio, no fue por otra cosa más que por un beneficio económico.
El día de hoy, me levanto como siempre a ducharme y ponerme algo abrigador.
Elizabeth me había comprado una camisa a cuadros color azul y un suéter del mismo color que combinaba a la perfección. También un par de botas calentadoras.
Aún faltaba mucho para que comience a nevar en la ciudad de Nueva York, pero el clima aquí es impredecible y a veces hace frío o a veces calor; sin embargo, los días soleados son la gloria para los habitantes.
A mí me encanta el frío, adoro cuando está nublado y el cielo se encuentra cubierto de todas esas nubes grises. En esos días la ciudad— o como era en Forks— es muy tranquila, puesto que la mayoría de la gente se la pasa en sus casas.
Yo prefiero estar afuera y ver los paisajes para dibujarlos. Me encanta ver toda la naturaleza y tratar de plasmarla en mis cuadernos lo más real posible.
—Buenos días, Jane— me saluda Elizabeth moviéndose de un lado a otro de la casa con una gabardina sobre su brazo.
Lleva unas zapatillas de tacón y su cabello perfectamente liso.
Además de llevar el rostro levemente maquillado.
En verdad se ve bien.
A continuación, la puerta se abre y George asoma la cabeza.
—Amor, tenemos que irnos.
—Ya voy, pero... Jane...
—No se preocupen por mí. A donde sea que tengan que ir, no se preocupen. No me pasará nada.
Elizabeth lo duda por un momento, pero después ve la hora en su reloj de mano y dice:
—Cariño... Perdón, Jane, tenemos que irnos, pero te preparé fruta y un licuado de zarzamora, tu favorito.
Se acerca a mí mientras se pone su gabardina. Posteriormente se detiene frente a mí y acaricia mi cabello, ante lo cual me aparto.
—Siempre tienes un rizo rebelde ¿eh? Pero eso se soluciona ahora preciosa.
Mete su mano en el bolsillo de su gabardina y busca algo hasta que lo encuentra. De él saca un prendedor en forma de estrella y me lo pone en el cabello.
—Así ya no se revelará más.
Acaricia mi barbilla con suavidad y la observo extrañada a los ojos.
A pesar de tener dieciséis y ella treinta y dos, es un poco más alta. Me saca casi una cabeza y media de altura, por lo que tengo que alzar un poco la mirada para observarla.
No soy muy buena en notar lo que los demás están a punto de decir o hacer, sólo en los casos de las personas que conozco o que sean muy predecibles. A Elizabeth la he llegado a conocer -al menos en sus gestos- y sé que quiere decirme algo, pero para ella en esta ocasión es mejor guardarse sus palabras.
—Nos vemos luego, Jane.
Elizabeth se da media vuelta y sale de casa, pero George no deja de asomar su cabeza por la puerta.
—Cuídate, hermosa y... Que... Que estés bien el día de hoy. Espero que tengas un buen día.
Me sonríe y después de agachar su mirada, la puerta se cierra y mis tíos se marchan.
Estoy sola, así que tengo que desayunar antes de salir y esperar el autobús. No quiero tener que prepararme algo yo, así que agradezco a Elizabeth por hacerme el desayuno.
Se siente extraño no tener a ninguna de esas dos personas sentadas a la mesa conmigo, pero también se siente bien. Por primera vez en años, estoy sola en la mesa sin que George tenga que preguntarme por si he hecho amigos en el Instituto o si por lo menos los profesores ya se fueron cuenta de mi capacidad intelectual.
Por fin hoy se respira paz. Sólo que no podría decir lo mismo del horrendo Instituto.
La parada de autobuses se inundó de personas tratando de protegerse de la lluvia que se había creado por debajo del pequeño techo que la cubría. Algunos esperando su transporte y otros más sólo tratando de protegiéndose como lo mencioné.
Por supuesto, yo trataba de protegerme también, sin embargo y a pesar de haber sido la primera en llegar a la estación, cuando la gente se fue intensificando, me fueron empujando en esa pequeña banca, hasta que los muy canallas me dejaron parada y fuera del techo.
Para cundo llega el autobús yo ya estoy peor que un gato que tratan de duchar y sólo provocan que aparente ser una enorme rata mojada.
El conductor estuvo a punto de echarme del autobús al verme así, pero por suerte no lo hizo.
Ahora voy en el autobús escolar, mojada y muriéndome de frío. Los dientes casi me castañean, mis manos están peor que un hielo y no puedo dejar de temblar. Necesito algo seco, por lo que tengo que llegar al Instituto lo más pronto posible. En mi casillero tengo una sudadera gris con capucha que me calentará, aunque sea sólo un poco.
Esta vez no puedo ir escuchando música porque estoy toda mojada y lo único en lo que me puedo concentrar es en mis dientes castañeando de frío.
Así que cuando veo lo que me parece ser la casa de Aron West, el autobús no se detiene. Sigue su camino.
Al principio pienso que tal vez no recuerdo exactamente la casa de Aron porque no la he notado a detalle. Sólo una vez le eché un vistazo y fue porque una gota de agua cayó y creí que llovería, lo cual nunca pasó.
Al fin llegamos al Instituto y casi bajo corriendo para adentrarme al calor del Instituto, pero por poco me olvido de dos idiotas que siempre se encuentran en la entrada: Graham e Ivan.
Me detengo de golpe y por un momento imagino que desde donde estoy puedo correr rápidamente y así esquivarlos.
Sólo debo correr.
Me doy valor para hacerlo y me visualizo adentro.
«Puedo lograrlo, puedo hacerlo»
Así que lo hago, corro para entrar y por un momento siento que lo he logrado, sí, y estoy dentro.
Sólo que... eso se desvanece cuando algo me hala de la mochila hacia atrás.
—¿A dónde crees que vas, Hale? — me dice la voz de Ivan.
Me arrastra hasta que quedo a su costado y me mira arqueando una ceja.
—¿Hmm? Te pregunté que dónde ibas.
—Se nos quería escapar—dice Graham. — Pero no lo vamos a permitir.
Entonces Ivan pone una mano en mi boca y me arrastra mientras yo trato de zafarme.
Todos los alumnos ven lo que me están haciendo y nadie hace nada. Sólo miran y como si la escena desapareciera, voltean sus rostros a otra parte y siguen su camino.
Y antes de que me lleven lejos de todos ellos, veo a Aron.
Va caminando cuando se decide a voltear, y no tengo idea del estúpido por qué, sólo que por un momento creo que él me ayudará.
No lo hace. En su lugar decide ponerse la capucha en la cabeza y entrar al Instituto.
Es cuando un sentimiento de odio hacia Aron West comienza a surgir. Lo odio como a todos en el Instituto.
Ivan me sigue arrastrando hasta que nos detenemos y me azotan en la pared.
Me hubiese golpeado la cabeza de no ser por la mochila llena de libros que amortigua el golpe.
—Así que querías escapar de nosotros— me reclama Graham tomando fuertemente mi cabello, lo que provoca un gran dolor. No grito, sólo cierro los ojos.
—Déjame en paz— le digo tratando de empujarlo y huir, pero cuando logro un mínimo movimiento él me agarra de nuevo y me lleva a la pared.
Ivan está detrás de él observando todo.
Ahora entiendo quién es el títere y quién el titiritero. Y quién es el más cruel y despiadado de ambos descerebrados.
—Eres idiota, Hale, si crees que te dejaré ir tan fácilmente.
Me toma de nuevo del cabello, pero esta vez con más fuerza, lo que provoca que gima de dolor.
—¿Sabes? Creo que estoy gozando más molestarte a ti que al friki de West. Es más... Divertido. Tal vez sea porque eres nueva y eres mi nuevo juguete. A Aron ya llevo molestándolo desde el último año de secundaria, y dos años haciéndolo pues... A veces aburre.
Pero contigo... Tú te resistes. Te resistes como lo hacía West al principio. Y no sabes cómo gozo eso. Piensan que se pueden librar de mí, pero no es así. Jamás se librarán de mí. Son míos hasta que yo quiera. Y hasta que me canse dejaré de molestarlos.
Me causa tanta repulsión tener a Graham casi encima de mi rostro que siento unas ganas enormes de escupirle, pero no lo hago. Eso empeoraría las cosas.
—Dime, Hale, ¿qué pasaría si te dejará una marquita? Una que indique que ahora eres mi nuevo juguete ¿eh?
Saca una navaja y me pone justo enfrente. De un momento a otro ya la tengo pegada al rostro.
Está fría y eso me hace estremecer.
No quiero que Graham me marque como una vaca.
Y justo cuando siento el comienzo del corte en mi sien, le doy una patada en las partes bajas. Eso causa que me suelte y corro. Corro como nunca.
Sólo escucho que Graham me grita ¡perra! y le ordena a Ivan que me alcance.
Por suerte no lo hace y logro entrar al salón de clases. Mi corazón late a mil por hora y a pesar de estar muriéndome de frío, el miedo es más fuerte e ir por mi sudadera o quedarme en los pasillos sería un suicidio.
. . .
Mi ropa ya está seca y sólo porque se ha secado en mí.
Después de lograr entrar a la clase de Álgebra, me sentí atemorizada y furiosa. Quería tener el poder necesario para asesinar a Graham, para golpearlo por las veces que él lo hace con otros, por las veces que, aunque sea levemente lo ha hecho conmigo, por querer marcarme el rostro.
Aunque después de todo, sí lo hizo. Sólo levemente, pero me cortó. Lo sé porque lo sentí y porque me toqué y había sangre. Después fui al baño a ponerme mi sudadera y quitarme la ropa casi seca y me vi en el espejo.
Graham me marcó. Levemente y no más de un centímetro, pero lo hizo. El infeliz lo hizo.
Pasan las siguientes horas y desde la mañana no he visto a esos idiotas. Por lo que me alegro que así sea.
En la clase después del almuerzo nos mandan llamar y nos llevan con una profesora de deportes. Se me había olvidado que en todo Instituto hay una.
Yo llegué casi a principios del segundo año de preparatoria, y me faltan dos por cursar, ya que aquí en Nueva York son cuatro años desde los 15 hasta los 18.
Aron, Graham e Ivan van en el grupo que se solicitó, por lo que ahora sé que ellos estarán en clase de deportes conmigo.
Cuando vuelvo a ver a Aron él evade mi mirada, y a pesar de que dije que lo odiaba por no ayudarme, pienso que él no tenía por qué hacerlo, después de todo, no soy nada para él, no significo nada, así que, ¿por qué tendría que haberme ayudado?
Todos los humanos somos egoístas. Dejamos que los demás lastimen a otros y no hacemos nada. Todos sin excepción somos así. Nadie puede decir lo contrario porque, aunque sólo sea en lo más profundo y recóndito de ellos, somos así.
No puedo esperar lo contrario de Aron.
Dejo de pensar en eso y me concentro en el lugar a donde nos llevan.
Recorremos la escuela hasta que llegamos a un área al aire libre donde se encuentra una alberca.
Supongo que cuando mejore el clima nos pondrán a nadar o algo así.
—Bien, chicos, como casi todos saben, existe una alberca en el Instituto y no la ocupamos, a decir verdad. Pero se ha implementado un programa en el que cada verano se les dará a ustedes, estudiantes de la preparatoria, oportunidades de inscribirse a clases de natación. Tendremos equipos de los que no saben absolutamente nada, otros que son intermedios y por último los que son..."expertos".
La profesora sigue hablando, pero no le presto atención. No quiero prestarle atención, así que sólo la observo a detalle.
Y, a decir verdad, es infructuoso que nos hayan traído aquí si esto de las clases se van a implementar hasta el verano. Para eso falta demasiado tiempo.
Deja de hablar y me saca de mi ensimismamiento.
Un profesor se le acerca y le dice algo.
—Bueno, iré a ver algo con el profesor Hudson. Ahora vuelvo.
Ambos se van y cuando han desaparecido todos los tontos deciden dejar de lado su careta de niños buenos y empiezan a decir estupideces como «Yo quería a la profesora Britson, ella sí que está buena»
¿Por qué los hombres a esta edad sólo piensan en sexo?
Está bien que las hormonas se nos alteren, pero, muchos exageran.
Lo siguiente que pasó ni siquiera lo previne, o inclusive, ni siquiera lo pensaba.
Graham e Ivan se acercan sigilosamente hacia mí y cada uno se pone a un costado.
Trato de esquivarlos, pero me es imposible. Ambos me toman de los brazos y los presionan con fuerza.
—Esta vez no vas a escapar y me las vas a pagar, estúpida— susurra Graham en mi oído.
—¡Escuchen todos! ¡Qué tal si le damos un chapuzón a Hale! — Grita Ivan y de inmediato todos aclaman que sí.
Me arrastran y yo trato de oponer fuerzas, pero no puedo.
Son demasiado fuertes.
—No, no, no. ¡Graham no! — Les grito, pero no me hacen caso. Y cuando menos me lo espero me levantan y antes de arrojarme les grito.
—¡Por favor no! ¡No sé nadar!
Y cuando grito esto último, ya estoy casi volando. Lo único que siento a continuación es el golpe contra el agua.
Me muevo entre el agua helada para tratar de salir, pero lo cierto es que sólo logro hundirme más. Tengo los ojos cerrados al igual que mi boca y trato de aguantar la respiración para no ahogarme, sin embargo, sé perfectamente que esto no servirá de mucho si no salgo de aquí. Me doy cuenta que no lo haré cuando ya no puedo más, el tiempo ha pasado, o eso creo yo. No me queda más remedio que a abrir mis ojos y boca, y cuando lo hago, el cloro que entra por mis ojos arde y comienzo a tragar agua. Mientras lo hago, logro ver a muchas personas alrededor de la alberca, viendo como me ahogo y como me esfuerzo por salir, pero simplemente ellos no hacen nada. Y yo me estoy tomando el agua clorada.
Llego al punto en el que mi cuerpo ya no aguanta más esfuerzo, ni agua, y es cuando dejo de moverme. Mi cuerpo se hunde más, poco a poco voy cerrando los ojos y justo cuando voy a dejar de respirar, el agua se mueve dejando escapar miles de burbujas, ocultando a quien sea que se haya lanzado. Me rodea la cintura, pero ya no puedo más. Me dejo ir por completo. La oscuridad me invade centímetro a centímetro y todo se acaba...
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