IV. Encuentro
Los siguientes días de la semana se fueron demasiado lento para mi gusto. Odio tener que soportar todos los días a los tontos del Instituto—en específico, a Graham e Ivan.
Para colmo, ambos han decidido ponerse en la entrada del Instituto antes de que yo llegue, para que así cuando ponga un pie fuera del autobús ellos comiencen con los insultos.
Digamos que esa es mi bienvenida todos los días. Sólo pongo un pie fuera del autobús y a pocos metros de llegar al umbral del Instituto, ellos empiezan a insultarme.
Por suerte hoy es sábado y tendré los dos días libres para estar tranquila y librarme de esos idiotas.
Aparto las cobijas de mi cuerpo y me meto en la ducha. A veces quisiera quedarme ahí para siempre pero no es posible. Aunque relajarme en mi tina sí lo es. Sólo que no el día de hoy, o al menos no en estos momentos.
Saco un pantalón deportivo gris y una blusa amarilla de mi clóset. En días como estos no me gusta salir de casa. Y como tal, me gusta estar cómoda. Pero si llego a salir, sólo me pongo mis jeans y cambio de blusa.
Iba a tomar un libro de mi pequeño estante pero unos toques en la puerta me interrumpen.
«¿Por qué justo cuando estás por sentirte cómoda con un libro vienen y te interrumpen?»
De mala gana voy hasta la puerta y al abrirla me topo con Elizabeth.
—Buenos días, Jane—me dice sonriendo.
—Buenos días, Elizabeth—le respondo con algo de ironía en mi voz. — ¿Qué quieres?
—Sólo quería decirte que puedes bajar a desayunar y que George no estará hoy en casa por algo del trabajo, así que tendremos el día para nosotras.
La miro arqueando una ceja como diciendo ¿esto debería importarme? Y ella lo entiende perfectamente.
—Vamos, Jane. Podemos salir a donde tú quieras. Podemos ir a la librería o a la biblioteca si quieres. Sólo quiero pasar tiempo contigo. ¿Sí?
—¿Por qué haces esto? — cuestiono recargando mi sien en el marco de la puerta.
—Porque lo creas o no, me importas. Y te quiero, Jane.
» Sé que este tiempo ha sido difícil. Que al principio fue horrible, pero se supone que ahora somos una familia.
Le lanzo una mirada que expresa que no somos una familia. Tal vez para ella y George sí, pero para mí no.
—Sólo quiero conocerte mejor. No quiero ser tu madre si así lo quieres, pero al menos una amiga. O sólo una confidente que te escuche. O tal vez sólo tu tía.
. . .
«Diablos, ¿cómo fue que me convenció de venir?» Me pregunto mentalmente al ver lo que Elizabeth trata de hacer.
Está frente a mí mostrándome una blusa que en lo particular no me gusta para nada. Llevo con ella una hora viendo ropa y a la única que le gusta eso es a ella.
En lo personal odio comprar ropa.
Salimos de casa a medio día después de que Elizabeth terminara de arreglar la cocina y estar aquí me está matando. Preferiría mil veces estar en casa ayudándole que aquí comprando ropa.
—Vamos, Jane—me dice por enésima vez enseñándome la prenda—, de seguro se te verá muy bien. Es muy bonita.
Voy a decirle que odio esto. Que es inútil hacerme comprar cosas, pero en su rostro veo un brillo que nunca me había detenido a ver. Un brillo y entusiasmo que provoca que cierta oración se cruce por mi mente.
Si yo soy miserable, los demás no tienen por qué serlo también. Eso es algo egoísta de mi parte y ella—a pesar de que no nos llevemos tan bien— intenta algo conmigo. Y nadie, nadie, ha intentado hacer esto que hace. Sólo ella.
Así que dada la reflexión que me provoca, sale esto de mis labios:
—Escucha, Elizabeth, sé que esto lo estás haciendo porque quieres pasar tiempo conmigo, pero... — le digo apartando la blusa de mi vista y con gentileza— esto, no es lo mío. Comprar ropa no es lo mío. No sé comprar ropa y no me gusta.
Al escuchar eso baja los brazos con la blusa y me mira frunciendo levemente las comisuras de sus labios.
—¿En serio?
Asiento.
Ella baja los brazos junto con la blusa amarilla.
No sé cómo, pero las siguientes palabras salen de mi boca sin ser planeadas.
—Pero... Puedes... Puedes enseñarme cómo hacerlo.
—¿De verdad? — me pregunta asombrada.
—De verdad. A eso vinimos ¿no? A pasar tiempo juntas.
Con una amplia sonrisa me toma del brazo y me conduce por la tienda.
Hago mi mayor esfuerzo por no ser pesimista y tratar de hacerla feliz.
Al final, Elizabeth encuentra algo que me agrada. Varias blusas a cuadros, suéteres lindos y hasta algunas bufandas.
Creo que no es tan malo comprar ropa después de todo.
—Bien, ya hemos comprado bastantes cosas, así que ahora... Vamos a la librería.
Saca su cartera y revisa el efectivo que llevaba.
—Sí—dice cerrando su cartera—. Te puedo comprar tres libros.
La miro anonadada. Pensé que sólo veníamos por ropa.
—¿Qué? Es lo que te gusta ¿no? Los libros. Aunque me imagino que no quieres que te acompañe ¿cierto?
—Estás muy entretenida aquí, así que...
—Pero tendrás que contarme esos libros y tú y yo tendremos una charla ¿bien?
—Como digas, Elizabeth.
Frunce las comisuras de sus labios y me entrega cien dólares.
—Anda, ve y diviértete con los libros—me dice esbozando una amplia sonrisa.
Tomo el billete entre mis manos y salgo de esa tienda.
Al salir me encuentro con miles de adolescentes de mi edad caminando de un lado a otro felices. La mayoría de las chicas lleva bolsas de ropa entre las manos o un café helado en otra.
Nunca he venido al centro comercial en mi vida. En Forks no hay centros comerciales. Cuando vivía ahí no salía mucho salvo cuando necesitaba ir a la librería.
Aunque supongo que no es tan complicado encontrarla en este lugar.
Al parecer me equivoqué.
Después de preguntar a cinco personas sobre la ubicación de la librería, gracias a una niñita muy amable la encontré. Estaba en la parte baja, así que bajé las escaleras eléctricas y me dirigí a ella.
Avanzo al ver un establecimiento con un enorme letrero arriba que dice "Magic Books".
Se puede apreciar los estantes de libros gracias a los ventanales de vidrio transparente. Al entrar me alegro de ver tantos libros a mi alrededor. Ni siquiera la librería de Forks se compara con lo que ven mis ojos. En verdad que es enorme esta librería.
Literalmente hay miles de estantes llenos de libros. Y digo literal porque en total hay como treinta y cinco o cuarenta estantes llenos de estos. Además, hay espacios donde te puedes sentar a leerlos. Conforme avanzo para recorrer la enorme librería me doy cuenta de eso. Hay una zona específica con tapetes suaves y cómodos—lo sé por su textura y porque están llenos de pelo—, largas bancas de metal pintadas de blanco, sillones amplios y cómodos donde los que acaban de comprar un libro se sientan a leer tranquilamente y hasta cojines esparcidos en el suelo por si lo que quieres es leer recostado o sentado en los tapetes acolchados.
Lo que más me gusta es que hay dos tipos de farolas, como si estuvieses en épocas pasadas.
«En verdad que esta librería es maravillosa» pienso para mis adentros.
Salgo de mi transe de asombro y doy media vuelta para comenzar a explorar. Es como adentrarme en los laberintos de Harry Potter en el torneo de los tres magos, sólo que al final no habrá una copa, sino tres libros vencedores de los Juegos del hambre que se irán conmigo a casa.
Busco entre las estanterías los libros indicados. Bueno, más bien los que quiero. Cuando Elizabeth me dijo que vendríamos a la librería inmediatamente se me vinieron a la mente infinidad de nombres de libros. Y hace unos momentos cuando dijo que podría comprarme tres, los tres elegidos sobresalieron.
Busco mientras recorro los estantes con mi dedo y el olor a libro nuevo que invade mis fosas nasales es increíble.
Finalmente encuentro los tres libros que busco, los tomo y los llevo a mi pecho para abrazarlos. Con ellos voy a la caja para pagarlos.
Los pongo sobre la mesa y espero a que alguien venga a atenderme.
Sin darme cuenta un chico se acerca a la caja y yo tengo la mirada baja sobre los libros.
—Aggh... No puede ser —escucho un sonido de disgusto.
Levanto la mirada y me topo con quien menos creí encontrarme.
—¿Tú? ¿Qué haces aquí?
—Yo trabajo aquí, genio —dice Aron. —Y supongo que tú no estás aquí precisamente para comprar ropa.
—No. A menos que tú estés aquí para tener citas con chicas—. Le digo devolviéndole el sarcasmo.
Sin decir nada más, toma los libros y los desliza sobre el mostrador para después pasarlos por el código de barras.
—Son cuarenta y cinco dólares —me dice sin mirarme.
Por un momento me quedo pasmada. Desde que entré a la preparatoria, la única vez que he escuchado su voz fue cuando llegó tarde a la clase de francés en mi primer día. Pero aquel día no tenía el tono de hoy. Hoy parece molesto. Pero es de esperarse. Le molesta mi presencia. A todos les molesta mi presencia. Y eso lo he tenido bastante claro desde que soy una niña.
Le entrego el billete y él abre la caja registradora para darme el cambio.
Pone el cambio sobre la mesa y vuelve a tomar los libros para meterlos dentro de una bolsa que lleva el logotipo de la librería. A continuación, por un breve lapso de tiempo se queda pensativo, como si no estuviera seguro de hacer algo.
Al final, se agacha en el mostrador y con los libros en mano saca algo. Se incorpora y extiende su mano para entregarme la bolsa. Al dármela, su mano roza con la mía, pero no siento nada y él inmediatamente se aparta
—Toma—me dice ofreciéndome lo que parecen ser separadores.
Lo miro dudando en tomarlos y él insiste con su mano.
—Vienen con los libros—dice en voz fría y dura.
Trago saliva y estiro mi mano para tomarlos.
—Gracias—le digo en una voz demasiado baja, pero que parece escuchar.
—Ya te dije que vienen con los libros, no tienes por qué agradecerme—repite en tono severo.
Asiento y me doy media vuelta para marcharme lo más rápido de la librería. No sé por qué, pero quiero alejarme de ahí cuanto antes.
. . .
—Ah, ya regresaste—dice Elizabeth al sentir mi presencia.
—Tu cambio—le digo entregándole el dinero restante.
Ella lo toma y le dice a la vendedora que sí comprará la ropa.
Saca su cartera y mete el dinero.
—¿Te gustaría ir a la cafetería? Escuché que hacen cosas deliciosas. Podemos pedir una malteada y pastel de queso.
La mujer que la atiende le entrega las bolsas y ella paga en la caja.
Acepto ir a esa cafetería porque me gustan demasiado las malteadas y el pastel de queso. Además de que, pensándolo bien, no está tan mal este día.
Caminamos en su búsqueda hasta encontrarla. Al llegar un mesero nos recibe con una sonrisa, nos conduce a una mesa al fondo y al sentarnos nos ofrece una carpeta donde viene la variedad de cafés, malteadas y pasteles que ofrecen.
Miro el menú en busca de la malteada de fresa y el pastel de queso. Al revisar la variedad de café, malteadas y pasteles, veo que tienen varios nombres raros.
*Leche tika.
*Malteada de frambuesa con milkre...
—Yo quiero una malteada de fresa y una rebanada de pastel de queso.
—Yo un capuchino y una rebanada de pastel de chocolate, por favor—le dice Elizabeth al mesero.
Termina de anotar nuestro pedido y se lleva las carpetas.
—¿Y qué libros compraste? —Pregunta animosamente para entablar conversación.
—Pacto de sangre, Donde habitan los ángeles y La falla.
—Suenan muy... interesantes.
—Lo son.
—Pero, ¿cómo puedes saberlo?
—Por la sinopsis. Es intuición. O eso creo.
—Jane...
El mesero la interrumpe al llegar con nuestra orden y nos dice que disfrutemos de lo que pedimos.
—Está delicioso, el café—dice saboreando el líquido.
Asiento mientras le doy un bocado al pastel de queso.
«No está mal»
Ambas comemos lo que ordenamos en silencio. Elizabeth decide no hacer otra pregunta o querer entablar conversación alguna y la verdad es que yo no tengo idea de cómo empezar una con ella.
Al terminar recorremos los pasillos del centro comercial. Elizabeth se detiene a ver cada tienda en busca de algo. En algunas entramos y compra cosas para la nueva casa o cosas para George o su habitación.
Han pasado quien sabe cuántas horas, pero el sol ya se está ocultando en el horizonte cuando nos dirigimos al estacionamiento y después a casa.
Durante el trayecto Elizabeth tiene expresiones que denotan querer hablar conmigo. Sólo que no emite palabra.
Al llegar a casa le ayudo a bajar las bolsas y entramos.
—¿Quieres que las deje en el sillón? —pregunto al cerrar la puerta por detrás.
—Claro—dice dirigiéndose a la sala.
Ambas vamos hacia allá y al dejar las bolsas tomo las que son mías y le digo:
—Gracias por lo de hoy. Fue lindo de tu parte llevarme a una librería, comprarme ropa y comprar la pintura para mi habitación. De verdad te lo agradezco.
—Cuando quieras. Sólo que esta vez sí me gustaría poder hablar más contigo. Siempre estás demasiado callada.
—Elizabeth...
—Por favor, Jane, por favor. Sólo pido una oportunidad.
Su expresión pide que le de una oportunidad para conocerme, pero es que me es muy difícil hacerlo. No es tan fácil para mí abrirme a los demás. Nunca lo he hecho y no sé cómo hacerlo con ella.
—Bien. La próxima vez que salgamos trataré de hablar más.
—Gracias, Jane—me dice con una sonrisa.
—Ahora si me disculpas, sólo quiero irme a mi habitación.
—Que descanses.
Se acerca a mí y me da un beso en la frente. Eso hace que me sienta incómoda, pero reconfortable a la vez.
Me voy de ahí dejando a una Elizabeth esperanzada en salir de nuevo conmigo, en dejarla conocerme, en hablar con ella.
Tal vez en algún momento se lo permita, pero no ahora. Aún no estoy lista para abrirme.
Así que, sin más, subo a mi habitación y decido no salir de ahí hasta el siguiente día, pensando en una sola cosa: ¿Elizabeth y yo podemos llegar a ser amigas algún día?
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