II.El nuevo infierno
La preparatoria Huntsville— según lo leí—, se caracteriza por tener a los mejores profesores, las mejores instalaciones y ser campeones en olimpiadas de casi todas las materias—también en el ámbito deportivo—. Pero lo raro es que jamás encontrarás una escuela que mencione a sus alumnos buleadores. Siempre dicen «tenemos a excelentes alumnos» y no digo que sea mentira, porque hay muy buenos alumnos, pero jamás hacen hincapié a los alumnos desastrosos. Y eso, claro, lo hacen para no tener mala reputación; pero si al menos dijeran eso, personas como yo se prevendrían y no asistirían a esas escuelas donde sólo van a ser molestados por unos idiotas.
Al poner un pie en el autobús escolar supe que todo sería un fiasco.
Todos los que están en el autobús se me quedan viendo como un bicho raro. Una apestada. Pero no les doy importancia y sigo mi camino hasta encontrar un asiento vacío junto a la ventana.
Me siento y pongo mi mochila en el otro asiento a mi lado. Después recargo mi sien en la ventanilla y me coloco mis audífonos ocultando mi rostro con la capucha de mi chamarra.
Al cabo de un rato el autobús se va llenando y lo que parece ser la última parada llega.
No me fijo en quién aborda el autobús hasta que siento que alguien se pone justo a mi lado.
—Disculpa, pero este es mi asiento —dice una voz masculina.
Giro mi cabeza y un chico alto está cruzado de brazos a lado de mi mochila.
No digo nada y la aparto del asiento para que se siente, pues por lo visto ya no hay asientos vacíos, sólo este junto a mí, y no pienso levantarme sólo por él.
Sin decir otra palabra y de mala gana, toma asiento a mi lado y durante el transcurso al Instituto se torna demasiado un silencio, como si no hubiese nadie a mi lado, lo cual agradezco.
Cuando llego al Instituto todos los alumnos comienzan a murmurar cosas. Algunas que no entiendo y otras que sí.
«Una nueva rara», dicen, «otra nerd», o, «¿ya viste lo raro que viste?»
Estaba algo perdida en los pasillos del Instituto y justo cuando he encontrado el salón de mi primera clase, caigo al suelo. Un idiota ha puesto su pie y lo ha provocado.
—Ups —dice entre risas mientras busco a tientas mis lentes en el suelo—. Lo siento, pero tu tuviste la culpa, niña. ¿Acaso no te fijas por dónde caminas?
Me levanto con enfado mientras me sigue culpando, al mismo tiempo que sacudo mis manos sucias por polvo que se ha añadido a ellas.
—Ay, creo que está justificada tu torpeza, estás ciega —comenta para después estallar de la risa.
Lo miro con odio y me acomodo correctamente los lentes.
Me repugnan idiotas como el que tengo enfrente.
El timbre suena y sin más, se aleja de ahí diciendo:
—Nos vemos luego cuatro ojos.
Mientras tanto, avanzo hasta mi salón de clases, donde tomo asiento en la butaca del fondo.
Cuando el profesor entra, no se da cuenta de mi presencia hasta que un inoportuno llega con un papel diciendo que hay alumna de nuevo ingreso, lo cual detesto porque me obliga a pasar al frente y presentarme ante la multitud de los tontos que serán mis compañeros.
—¿Cuál es tu nombre? —me pregunta al ver que no digo nada.
—Me llamo Jane Hale.
Con un ademán hecho con su mano me indica que prosiga. Yo sólo quiero irme a mi lugar, ¿qué no le basta con que los descerebrados de sus alumnos sepan mi nombre?
—Tengo dieciséis años y... Me acabo de mudar de Forks.
Por el rabillo del ojo diviso a un tonto que se burla de mí en la esquina a mi izquierda.
—Y...
La oración es interrumpida por un chico que llega tarde. El mismo chico que se sentó a mi lado en el autobús hace unos minutos atrás.
—Siento haber llegado tarde, pero...
—Sí señor West, ya sabemos todos su excusa, así que ahórrese la molestia de explicarnos y vaya a su lugar por favor.
» Usted también señorita Hale.
Gracias, Dios. O más bien, gracias chico.
Al dirigirme a mi butaca del fondo, el chico me imita y se sienta a mi lado.
Por el rabillo del ojo lo observo y parece notarlo porque gira su cabeza hacia mí. Inmediatamente aparto la mirada y me fijo en la pizarra.
Aunque el momento fue demasiado rápido, cuando se cruzaron nuestras miradas noto que tiene los ojos azules. Un azul intenso y muy bonito. Me gusta ese color.
El profesor escribe en la pizarra Lengua extranjera: francés.
«Genial, el mundo me odia. Apenas y logré pasar francés en el antiguo Instituto y ahora tendré que soportar de nuevo esa materia»
Después de algunas palabras y tratar de responder, lo único que se me quedó grabado fue oui y Mademoiselle
Durante el resto de las clases antes del almuerzo no logro hacer ningún amigo o amiga, pero la verdad es que no me importa en absoluto. Durante todos estos años la soledad ha sido, fue y será mi fiel compañera y así seguirá. Además, todos en este Instituto parecen ser unos idiotas.
Cuando llego a la cafetería todos me observan tal como lo hicieron en el autobús, pero hago caso omiso. Sólo me limito a dirigirme a comprar mi almuerzo y salir lo más pronto posible de ahí. Prefiero almorzar al aire libre que en la cafetería llena de descerebrados.
Ya en los jardines del Instituto escojo un árbol y me siento debajo de él. Saco un libro titulado: El jardín olvidado y comienzo a escuchar música de mis grupos favoritos.
Después de un rato de estar metida literalmente en el libro y dejarme llevar por la música, aparece el chico que hizo que tropezara en el pasillo hace apenas unas horas.
Aparto mis audífonos porque dice algo que no es audible.
—Así que también eres una rata de biblioteca. Eres una nerd como el friki de West.
Por detrás y a pasos lentos se acerca un chico rubio y deja caer su mano sobre el hombro del idiota que me acaba de llamar rata.
Aunque se supone debería enfurecerme, no lo hace, porque ya estoy acostumbrada a escuchar esa clase de comentarios.
—¿Ya tenemos nuevo juguete?
—Pero claro que sí. Ahora tenemos dos ratas de biblioteca.
—Bueno, pues, ¿por qué no empezar a divertirnos ahora? —esta última oración no presagia nada bueno, así que tengo que comenzar a ver cómo correré.
Antes de que alguno de los tres pueda actuar, el timbre suena dando por finalizado el receso.
—Te salvó la campana niña, pero no será así por mucho tiempo —me advierte el primer chico.
Junto con el rubio se alejaron y sin inmutarme sus comentarios me levanto del césped para dirigirme al salón de clases.
Literatura es mi siguiente clase y de nuevo la comparto con el chico del autobús.
Es la única materia que me agrada y no me aburre; me hace sentir bien, podría decir que hasta feliz. No puedo decir lo mismo de Matemáticas. No es mala pero, siempre me duele la cabeza con ella, así que los números y yo no somos amigos, igual que el Sol y yo.
Mientras tomo notas de lo que nos comenta le profesor, mi horario se cae de una de mis libretas y cuando lo recojo me doy cuenta que tengo clases extracurriculares, y por su descripción, es una clase de taller que debemos tomar y elegir entre actuación, música, deportes o baile.
No elijo ninguno. No quiero tener que estar más horas en el Instituto de las necesarias. Aunque me muera de ganas de aprender a tocar el piano.
—Señorita Hale tiene que escoger un taller fuera del horario de clases. Es una estricta regla del Instituto— me dice amablemente la secretaria del Instituto y de la directora, quien me ha llamado al termino de mis clases.
—Pero es que no quiero.
—Tiene que hacerlo Señorita Hale. Aunque tiene tiempo para pensarlo. Tiene hasta el lunes para decidirse.
Me entrega una copia de las firmas de los maestros y salgo de la oficina.
—Nos vemos mañana cuatro ojos— alcanza a decirme el chico castaño que ahora sé que se llama Graham y su tonto amigo Ivan.
Al subir al autobús vuelvo a ver a ese chico West. Ahora también sé su nombre. Es Aron. Aron West.
Como en la mañana, el viaje se pasa en silencio mientras él observa a la nada y yo escucho apaciguadamente mi música.
Este autobús es un asco. Hay parejas que parece se están comiendo entre sí, e incluso puedo ver sus lenguas. Hay un chico que saca un polvo blanco de su mochila, coloca un poco en su dedo y lo lleva a su nariz.
Cierro los ojos girando mi cabeza hacia la derecha de la dirección del drogadicto. Es increíble que el conductor no se de cuenta, y que si lo hace, no haga absolutamente nada.
—Nerd, voltea. —Creyendo que me hablan, volteo hacia la dirección de donde proviene la voz, pero no es a mí a quien han llamado así.
—¿Acaso eres estúpido además de friki?
—¡¡Estúpido!!
Aron los ignora, pero juro que, si no fuera por su rostro sin expresión, diría que quiere levantarse y propiciarles un buen puñetazo. Me cuesta trabajo escuchar las tonterías de estos tontos hasta que el autobús se detiene en mi casa y bajo de él dejando a Aron a su merced con esos idiotas descerebrados.
Ahora a enfrentar a Elizabeth y mañana, a los tarados del Instituto. Otra vez.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro