Prólogo
Era la primera vez que ella le cedía el control. Se lo había ganado. Había sido un chico muy obediente los últimos cinco años, había aceptado los castigos sin protestar, porque las recompensas hacían que valiera la pena. Además, cuando se entregaba a ella, cuando se subyugaba a su voluntad, era cuando único se sentía libre. Había vivido mucho, en muy poco tiempo. Había soportado tanta presión durante su vida, siendo tan joven, que solo conseguía liberarse de esa carga cuando se sometía. Entonces, no debía preocuparse por nada. Ella cuidaba de él. Cuidaría siempre de él. Se encargaría de que estuviera seguro. Era la única persona en quien confiaba.
Ella lo había salvado.
Pero, aunque se sentía bien de esa forma, una parte de él siempre había anhelado cambiar de rol. Sentía tanta necesidad de someter como de ser sometido. La sumisión le daba paz, le hacía sentir que tenía un lugar en el mundo, pero ni siquiera eso podía remediar la rabia. La furia que lo quemaba por dentro exigía encontrar una vía de escape. Necesitaba descargar de alguna forma la impotencia y el dolor, que su dómina conseguía apaciguar con castigos y cuidados, pero que volvían a aparecer, luego, más fuertes, más desgarradores.
Ya era todo un hombre. Conocía y respetaba las reglas. Se merecía poder elegir el juego. Se lo había ganado. Y ella, se lo había concedido.
Apenas acababa de cumplir 18 años, pero su altura extraordinaria y su impresionante fuerza lo hacían parecer mayor.
Entró al cuarto, y ella ya estaba allí, sentada con las piernas juntas y la mirada en el suelo. Estaba desnuda, tal y como él le había ordenado. Se acercó y le ordenó que lo mirara. Ella elevó la cabeza, revelando unos ojos azules, claros e inocentes como los de una niña. Él sabía bien que ese azul podía tornarse perverso y oscuro como el cielo de tormenta. Había visto esos mismos ojos restallar de placer, al escuchar sus alaridos. Pero ahora permanecían tímidos, temerosos, preñados de candor. Toda ella daba una visión totalmente distinta. El pelo rubio, que casi siempre llevaba suelto en abundantes bucles, estaba recogido en una coleta baja. No llevaba maquillaje y las leves arrugas del rostro se hacían más visibles sin las capas de polvos, cubriéndolas. Pero la expresión aniñada que deliberadamente había fabricado para él, les restaban importancia a los pliegues de la cara. Miró sus pechos, bastos y firmes aún. Los pezones de un delicioso color sonrosado, lo hicieron relamerse. Tenía las manos sobre el regazo, juntas, las uñas sin pintar, y los finos dedos, cuyo tacto agresivo había sentido tantas veces, se veían frágiles y delicados como si fuesen incapaces de daño alguno. Los muslos, unidos, ocultaban el sexo depilado, por orden suya, que le había enseñado el significado del placer.
Él llevó una mano a los labios de ella, carnosos y de un rojo apagado. Con el pulgar, acarició el labio inferior y una chispa se instaló en sus oscuros ojos cafés. El color provenía de los restos de labial.
—Te dije que nada de maquillaje —le espetó, restregando con furia la boca de ella.
—Lo siento, señor —contestó ella, en un hilo de voz, forzosamente infantil.
—No consigues dejar de parecer una puta por más que lo intentes —volvió a gruñir. Ella bajó la mirada—. ¿Acaso te he dado permiso para dejar de mirarme? —gritó y ella tembló, volviendo a encontrar los furiosos ojos—. Hasta las perras saben obedecer órdenes. ¿Eres una perra? —Ella no sabía por dónde iba él, pero le siguió el juego—. Dime, ¿eres una perra? —volvió a gritar.
—Sí, soy una perra, señor. —Esa vez, convirtió su voz en un gemido sexual. No habían especificado esa parte previamente, así que se permitió improvisar.
—Claro que lo eres —le soltó, con desprecio— Arrodíllate. —Ella se apresuró a obedecer.
Él buscó en un cajón algún instrumento que le pudiera servir, pero, al no encontrar nada, se quitó el cinturón.
Ella pensó que la azotaría y se preparó para recibir el golpe. No le preocupaba el dolor, sabía disfrutarlo, y solo usaría la palabra de seguridad si la golpeaba en la cara. Las marcas en lugares visibles estaban fuera de consideración.
En lugar de pegarle, el chico le ató el cinturón al cuello.
Para ser su primera vez, está siendo bastante original —pensó ella, con una sonrisa lasciva, que la sacó del papel, pero fueron apenas unos segundos, pues el latigazo en la espalda, la hizo regresar al juego. Él se había hecho con una fusta, y la empuñaba con unos ojos de fuego.
—¿De qué te ríes, perra? —le gritó, tirando fuertemente del cinturón y obligándola a ponerse a cuatro patas—. ¿Te doy risa? Voy a enseñarte que no debes reír, si yo no te lo ordeno. —Volvió a asestarle un latigazo en las nalgas, que la hizo besar el suelo—. ¡Camina! —le ordenó.
Ella comenzó a dar vueltas a su alrededor, a cuatro patas, mientras él alternaba latigazos con ofensas. Los golpes no eran demasiado fuertes, pero habían conseguido mojarla, y después de algunos minutos, en lugar de quejidos de dolor, estaba gimiendo, descontrolada.
Él también estaba muy excitado. Su intención en un comienzo no había sido esa, pero le había bastado ver la mirada inocente que le había regalado, para sentir unas ganas incontrolables de humillarla, de mancillar esa pureza. Era la primera vez que hacían pet play, pero ella, como siempre, había estado a la altura.
Se retorcía en el suelo, chillando como si, efectivamente, fuera una perra en celo. Espalda y nalgas llevaban las huellas violáceas de los azotes. No sangraban. Se había cuidado de no usar toda su fuerza. A pesar de lo mucho que lo ponía escucharla gritar, no quería hacerle daño. Nunca le haría daño.
Se arrodillo detrás de ella y abrió el cierre de su pantalón, liberando la polla descomunal, que estaba hinchada desde el primer azote. La penetró de un golpe y ella gritó. Él tiró de su coleta y comenzó a embestirla con fuerza animal. Ella gemía y se acurrucaba en el suelo, recibiendo las embestidas con lágrimas de un delicioso dolor. Él estaba llegando al límite y ella, para ayudarlo, comenzó a hacer auténticos sonidos de perra. Eran una mezcla de ladrido y quejido animal que lo enloqueció. La agarró por el cuello y comenzó a bombear con más ímpetu. Ella seguía ladrando, a pesar de que la garra que apresaba su cuello la asfixiaba. Él gruñó, finalmente, mientras se descargaba en su interior, apretando con más fuerza la garganta de la perra que se deshacía entre sus manos.
Se dejó caer, exhausto, sobre la espalda maltratada de ella, y una vez liberado, la volteó para comenzar a curarle las heridas.
Ella tenía los ojos cerrados, la garganta lucía el collar púrpura que él había fabricado con sus manos y una saliva espumosa se escurría de la comisura de sus labios, de los cuales no había salido a tiempo la palabra de seguridad.
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¡Hola de nuevo!
Llegó el otoño y con él, la segunda parte de la saga.
Estaréis pensando... "pero, Emma, ese prólogo no tiene nada que ver con Amor Estival. ¿Qué es esto? ¿Qué ha pasado?"
Pues, aunque cada libro es la continuación del anterior, cada uno es auto conclusivo y narra historias muy distintas.
Quizás, esperabais encontrar la continuación de la historia de Valeria y Ulises, pero, tristemente, tendréis que esperar un poco más para saber qué pasará con ellos.
Cada uno de los amigos del trío tendrá la oportunidad de contar su historia.
Este es el turno de Andrea.
Y me diréis... ¿dónde está Andrea? ¿Quién la ha azotado como una perra? 😱🥴
Tranquilos, esa no es ella, jejeje... pero este episodio está muy relacionado con toda la trama que se viene, por eso lo dejé de prólogo ;-)
Os advierto que este libro toca temas sensibles, presenta contenido sexual explícito y se relaciona ligeramente con el BDSM. Si no os gusta este tipo de textos, recomiendo que abandonéis la lectura. Ya he puesto una nota de advertencia antes de esta parte para que no tuvierais que leer la locura de arriba y quedar perturbados jejeje.
No soy una experta en este tipo de historias y he basado la narración en declaraciones reales de personas que han vivido situaciones similares, siempre maquillándolas con mucha ficción y protegiendo sus identidades. No pretendo copiar a 50 sombras de Grey ni a ninguna historia parecida. Esta novela es solo mía, de mi loca cabecita, y para que no os asustéis, no va solo sobre sexo y sadomasoquismo, también hay mucho romance y sentimientos profundos de todo tipo. Si le dais una oportunidad, os prometo que la vais a disfrutar.
Sin más, os invito a continuar la lectura y a descubrir lo que el otoño le deparará a nuestra Andy.
Muchos besos
Emma.
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