Capítulo 7
Cuando regresé a la pista, el pelirrojo que bailaba con Teresa se había entusiasmado de más e intentaba propasarse con ella. Mi amiga se resistía a sus avances lo mejor que podía y miraba a todas partes, buscándome.
El impulso con el que venía y la urgencia por salir de ese lugar me dieron la valentía necesaria para apartar al chico de un empujón y rescatar a una azorada Teresa, sacándonos a las dos de aquel club.
—¿Dónde estabas? —me preguntó, cuando estuvimos afuera, aún agitada por el incidente.
—Lo siento, tenía que ir al baño y... —Suspiré, buscando las palabras. Yo también tenía el corazón en la boca y las imágenes regresaban una y otra vez a mi mente, que, esta vez, estaba libre de estimulantes, salvo el que había ejercido, en mi interior, la visión de aquella escena—. La fila era muy larga. —Completé la frase.
—Todo iba muy bien —comenzó a contarme—, estábamos bailando y el chico de veras me agradaba, pero entonces intentó besarme, y cuando me aparté, cambió por completo. —Hablaba con la voz entrecortada por la impresión—. Quiso forzarme. Y cuando me vi sola con él y sus amigos, me asusté. —Yo tomé su mano, intentando tranquilizarla.
—Oh perdóname Tere, yo te vi tan cómoda que creí que no pasaría nada por dejarte sola unos minutos, debí avisarte, lo siento.
—Tranquila, quizás estoy exagerando, es que no estoy acostumbrada a que los chicos se me tiren encima, ¿sabes?
Normalmente paso bastante desapercibida. —Se encogió de hombros, intentando disimular lo mucho que le afectaba ese hecho.
—No veo por qué —le dije, con sinceridad—. Eres muy guapa.
—No como tú. —Yo me sonrojé, aunque no compartía su opinión—. A tu lado parezco una sirvienta. —La miré, negando con la cabeza—. Tranquila, estoy acostumbrada a ser la simpática del grupo.
—No digas tonterías —le reñí—. Eres muy hermosa, o sino pregúntale al pelirrojo que tenías babeando encima. —Ambas reímos.
—Ese es el punto, creí que al salir contigo, me tocaría permanecer a tu sombra, no me importó porque tú me caes muy bien —Yo le sonreí, correspondiéndole—, por eso me emocioné tanto cuando vi que tenía la atención de esos chicos. Claro, que era demasiado bueno para ser verdad —terminó con amargura.
—En todas partes hay idiotas, ser más o menos guapa no te libra de ellos.
—Es cierto —aceptó—. En todo caso debo agradecerte por salvarme, eres una badass. —Yo reí con ganas. Teresa había conseguido que me olvidara de la impresión que había sufrido—. Creí que ibas a darle un puñetazo.
—Se lo merecía —dije, haciendo ademán de golpear el aire.
Seguimos bromeando y riendo hasta llegar al motel donde ella se hospedaba. Mi casa estaba a unas pocas calles, así que, nos despedimos y yo continué andando sola.
A pesar de los incidentes de la noche, la había pasado muy bien.
Caí en la cama, rendida por el baile y las emociones del día. Mi cuerpo logró descansar, pero mi mente calenturienta no paró de soñar y fantasear con él.
No tenía remedio.
****
9 de septiembre
La siguiente clase de cocina fue distinta.
El chef ya había podido comprobar nuestro nivel, corroborando que era muy bajo, en la mayoría de los casos, así que comenzó a trabajar con nosotros, y a enseñarnos las bases de la cocina griega.
—Less is more —Nos explicaba el chef que, esa tarde, no vestía su chaquetilla, sino un suéter aqua que combinaba perfectamente con sus ojos—. There are two important things that each cook have to know: always use fresh quality ingredients and simplicity is gold.
En mis lecturas autodidactas ya había descubierto que los griegos le daban mucho valor a la sencillez. Las mesas debían estar siempre llenas y los ingredientes tenían que ser de la mejor calidad, pero elaborados con preparaciones sencillas. El ambiente en la mayoría de los bares y tabernas era informal y una de las tradiciones más importantes en Grecia era el compartir las comidas con familiares y amigos.
Podría decirse que eso y el aceite de oliva eran los dos pilares de la cocina griega.
Claus nos estaba enseñando cómo preparar una buena Musaca. El plato tradicional consistía en capas de carne de cordero y berenjena, aderezadas con salsa de tomate y cubierto con una crema blanca. Se preparaba al horno, y a juzgar por el aroma, debía saber delicioso.
El chef terminó su plato, mientras la mayoría de nosotros tratábamos de seguirle el ritmo. Yo era de las más avanzadas y me sentía bastante orgullosa del resultado.
—Gran trabajo, Andrea. —Estaba tan concentrada que me sobresalté, y el cuchillo, que debía rebanar una berenjena, me cortó el dedo.
Absorta, como estaba, apenas emití un quejido y el dolor pasó a un segundo plano porque lo que realmente me preocupaba era que el plato no se echara a perder.
Claus se hizo cargo de la situación, me apartó de la cocina, casi a la fuerza, lavó mi dedo, que sangraba más de lo normal, y lo vendó con habilidad, en menos de un minuto.
Al tenerlo tan cerca, pude percibir el olor de su perfume: era una mezcla de pimienta y madera, que inundó mis fosas nasales, mareándome más que la sangre. Su boca quedaba a la altura de mis ojos. Tenía unos labios carnosos y de un rosa tan claro que apenas se diferenciaba del resto de la piel. Los tenía entreabiertos, mientras me vendaba, concentrado.
Yo contuve un suspiro.
Sus maneras eran firmes y delicadas a la vez. No vacilaba. Sabía exactamente qué hacer.
—Es un corte largo, pero no muy profundo—dijo, al terminar de vendarme—. Tuviste suerte, esos cuchillos están tan afilados que podrían rebanarte el dedo.
—Solo a alguien tan torpe como yo —exclamé, avergonzada de haber arruinado la presentación de mi plato.
—La culpa ha sido mía —me dijo, con firmeza—. No debí haberte interrumpido así cuando estabas tan concentrada. Solo quería felicitarte, la Musaca luce estupenda.
La bandeja que contenía mi preparación estaba recién salida del horno y emanaba un olor exquisito que me hacía la boca agua. La berenjena que estaba cortando para la decoración yacía, abandonada en el plato, manchado de sangre.
—Voy a terminarlo —decidí, resuelta.
Con el dedo bien vendado, organicé mi puesto de trabajo, y decoré con presteza el plato donde había de servir la porción de carne. La decoración era mi fuerte en la cocina y una de las razones fundamentales que me habían ganado el puesto en el restaurante donde trabajaba.
Cuando terminé, tenía un pequeño público. Teresa, y algunos otros compañeros que ya habían recibido la evaluación del chef por sus preparaciones, estaban pendientes de mi herida y también de mi trabajo.
Claus se llevó el tenedor a los pálidos labios y saboreó con una parsimonia que se me antojó torturadora.
—Excelente —me dijo, haciendo algo insólito en él: sonriendo—Felicidades. —Los chicos a mi alrededor aplaudieron y yo me sentí hinchada de orgullo.
Al finalizar la clase, tardé más de lo normal en recoger mis cosas, por las dificultades que me acarreaba mi herida.
Teresa, que tenía algo que hacer, se marchó sin esperarme y, cuando me di cuenta, en las cocinas solo estábamos Claus y yo.
Él parecía estarse demorando a propósito, pues daba vueltas, limpiando unas cocinas que estaban impolutas.
—Dices que lo principal de la cocina griega es la simplicidad —Me atreví, pues la duda me carcomía desde el inicio de la clase—, sin embargo, en el encuentro anterior me acusaste de haber preparado un plato demasiado simple. ¿Por que?
Él me miró largamente, con cierta diversión en la mirada, como si se riera de un chiste secreto.
—Tienes experiencia cocinando, ¿cierto?
Yo no supe si la respuesta me metería en un lío. Cierto era que el curso se ofertaba para los cocineros amateurs, y yo no era exactamente una aficionada, pero el restaurante donde trabajaba era un pequeño negocio familiar. Nada que ver con la alta cocina que deseaba aprender.
—No tengo experiencia en alta cocina y menos aún en cocina griega —respondí, para no tener que mentirle.
—Los estudiantes de este curso son aficionados. Jamás se han enfrentando a una cocina cómo esta ni a preparaciones de este calibre. Lo que has hecho se llama trampa. —No usó un tono acusador, pero, aún así, yo estaba sudando frío. ¿Me iría a echar del curso?
—No he hecho trampa —repliqué—, es cierto que trabajo como cocinera, pero en un chiringuito de playa. No tengo experiencia en alta cocina ni he recibido una formación académica. Soy tan amateur como cualquiera aquí. —Yo estaba acalorada, tratando de defender mi derecho a permanecer en la academia.
—Tranquila, no planeo echarte del curso. Creo que tienes mucho potencial, pero justamente por la ventaja que tienes sobre tus compañeros, exigiré más de ti. Tienes más agilidad que el resto, en la cocina, sin embargo, elegiste los Loukoumades porque era un plato fácil de preparar, para salir del paso...
—¡Era la única receta que conocía! —Lo interrumpí, tratando de defender mis razones.
—¿Y qué hay de tu libro? —ripostó—. Eras la única que tenía un libro de recetas griegas en su poder, pero ni siquiera te molestaste en abrirlo.
—Pero... —intenté protestar.
—Andrea, no me molestó que tu plato fuera simple, ni siquiera me importó el pequeño engaño sobre tu experiencia previa, me sentí decepcionado al ver que te conformabas con lo más fácil, cuando es perfectamente obvio que puedes dar mucho más. —Yo no supe que contestar. Me sentía halagada y, a la vez, me molestaba un poco la forma en que me reñía y opinaba sobre mí, sin conocerme siquiera.
—Solo quería hacerlo bien —admití con más humildad de la que creía tener. Él me regaló una media sonrisa.
—Y lo harás —dijo, terminando de recoger sus cosas para marcharse—. Vuelve a limpiar bien la herida y toma algún antibiótico. No debe quedarte más que una pequeña cicatriz de chica mala.
Quizás fue mi cabecita trastornada, o que estaba más salida de lo que ya sabía que estaba, pero la forma en la que dijo "chica mala", sonó como un coqueteo. Y después del regaño, la media sonrisa en esos labios carnosos, consiguió despertar algo en mi zona sur.
Necesitaba una ducha fría.
Salimos, casi a la vez, y el que estuviera detrás de mí, evitó que me cayera de espaldas ante la persona que apareció frente mí, por cuarta vez.
—Tú —el monosílabo salió de mis labios, sin poder creer que lo que me estaba ocurriendo era real. Sin embargo, cuando habló, él no se dirigió a mí.
—Hola, hermanito.
Whaaaaaaat?!
Ahora sí que estaba perdiendo la cabeza.
—Alessandro, ¿qué haces aquí? —Claus le respondió, con hostilidad, al protagonista de mis más lujuriosas pesadillas.
Alessandro.
Al fin podía poner nombre al dueño de los oscuros y salvajes ojos, que me provocaban miedo y fascinación a partes iguales.
—Es mi restaurante —respondió Alessandro, con sequedad, dejándome aún más sorprendida—. Puedo venir cuando quiera.
Yo continuaba en medio de los dos. Me sentía la crema de una galleta dispar, que alguien se equivocó al armar.
Porque algo estaba claro: Claus y Alessandro no podían ser más diferentes.
El primero era todo luz, limpieza, pulcritud. Rubio, de piel excesivamente blanca y clarísimos ojos. Era todo lo que estaba bien, lo que era adecuado. Era la viva imagen de cómo debía lucir la normalidad y la belleza.
El otro era la máxima expresión de la oscuridad. De piel y cabellos morenos, ojos marrones, hasta su ropa era negra. Visto de cerca, era aún más imponente. Estaba segura que superaba los dos metros y con sus brazos hubiera podido hacer trizas mis huesitos. Su rostro lucía torturado, como si librara una lucha constante con el mundo y consigo mismo. Su aura parecía vaticinar la desgracia, pero, al mismo tiempo, atraía de forma irremediable.
¿Cómo era posible que fueran hermanos?
Luego de un incómodo silencio, en que los hombres se miraron, retándose, Claus rompió el contacto visual y se acordó de mi presencia.
—Bueno, Andrea, nos vemos en la próxima clase. —Me despidió, sin mucha sutileza.
—Este... chao, Claus —dije, aunque no quería marcharme aún. Quería enterarme de lo que estaba ocurriendo allí.
Como no tenía ninguna otra excusa para seguir demorándome, pasé por el lado de Alessandro, como quién cruza un puente de barandas electrificadas.
Él me había ignorado absolutamente. Ni un saludo, ni una mirada, nada. Pero sorprendentemente, aquello me daba igual. Aún quería saberlo todo sobre él.
Casi había alcanzado la calle, cuando sentí un peso en mi espalda, el mismo que había sentido la noche de la fiesta.
Me volteé y nuestros ojos se encontraron.
Fue algo fugaz, solo un segundo, pero esa mirada, distinta a las otras, sin restos ya de violencia o de rencor, se sintió como una promesa.
Yo sonreí y me marché, segura de que lo volvería a ver.
****
Mmm... ¿qué os ha parecido la galletita Oreo que han formado estos tres? Jajaja
Claus tiene un hermano y es nada menos que el divino tormento de nuestra Andrea.
😁
Ella, muy intimidada y todo pero bien que quiere volverlo a ver 😏
Veremos cuanta intensidad habrá la próxima vez
🔥🔥🔥🔥
Adjunto fotito de Alessandro para calmar las mentes curiosas y calenturientas 😉
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