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Capítulo 6


8 de septiembre.

—Pero al menos te dijo que el postre estaba bueno, no puede ser tan malo como lo pintas. —Me tranquilizaba Valeria. Le estaba contando, a través de Skype, mi primer día de curso.

—Lo peor fue la forma en que me miró, como si creyera que yo no debía estar allí —dije, recordando los ojos azules, cargados de desdén.

—¿Segura que no estás exagerando? —preguntó mi amiga, pues me conocía bien.

—Probablemente sí —admití—, pero lo importante ahora es demostrarle cuán equivocado estaba, le probaré que sí puedo cocinar. —Me había pasado el día estudiando recetas y técnicas complicadas, había intentado algunos platos y los resultados no habían estado nada mal.

—Pues entonces tendrás que agradecerle que te haya tratado así, a veces, que duden de nosotros es justo lo que necesitamos para hacer las cosas bien. —Afirmó, con sabiduría—. ¿Y qué tal está el chef? —Compuso su expresión más traviesa.

—Ña —Hice una mueca, restándole importancia—, nada del otro mundo. —Valeria me miró, desconfiada.

—¿Segura? ¿Y no hay ningún otro chico guapo en el curso? —Se veía ansiosa por cotillar—. No todo puede ser cocina y tormento, deberás darle al cuerpo alguna alegría. —Reía, divertida, burlándose de mí.

Yo había evitado completamente el tema de la fiesta de máscaras y la locura de la orgía. Esa aventura, en particular, moriría conmigo.

—No, nada interesante —contesté con hastío y supe que me había creído—. He hecho una amiga mexicana, Teresa, es muy maja.

—Ah pues que bien, deberían juntarse para salir de marcha. —me animó—. De seguro en la isla hay muchos lugares a dónde ir.

—No es mala idea —acepté—. ¿Y qué hay sobre ti? ¿Cómo es la vida en New York?

—Agitada —me contestó y sus ojeras me rebelaban que decía la verdad—. Es cierto que la ciudad no duerme, hasta de madrugada te encuentras las calles repletas. —Resopló—. He estado trabajando mucho para el lanzamiento del libro. El trabajo de corrección y edición es mucho más pesado que el de escribir e infinitamente más tedioso.

—¿Y conseguiste piso? —Me hablaba desde un Starbucks, mientras daba sorbitos a su caro y aguado café.

—Ejem... —Dudó, poniendo su mayor cara de pilla y supe que ocultaba algo.

—Suéltalo ya —la insté, porque sabía que se moría de ganas de contarme.

—Estoy viviendo con Ángel —confesó y yo dejé caer la mandíbula, gratamente sorprendida.

—¡Y parecía tonta cuando la compramos! —me burlé, comenzando a reír con ganas.

—No es nada de eso, mal pensada —me regañó—. Solo somos amigos, pero si ambos hemos de vivir en la misma ciudad, ¿qué mejor roommate puedo desear? —Se encogió de hombros.

—Claro, claro —Yo no me tragaba ni una palabra—. Sabes cómo terminará eso, ¿verdad? Solo debes tener cuidado de que no se encariñe demasiado, si solo lo vas a usar de clavo.

—¿De clavo? —Arqueó una ceja.

—Si, ya sabes. Un clavo saca a otro clavo —Volví a reír. Val contuvo una carcajada.

—Muy graciosa, pero no me interesa jugar con clavos, por ahora. No estoy lista. —Su expresión se tornó más seria.

—¿No has sabido nada más de él? —le pregunté por el motivo de su aflicción.

—No. Yo le mandé un mensaje, agradeciéndole lo que había hecho por mí, pero él no contestó. —Lo sentí por ella, sabía lo que podía doler la indiferencia—. Es mejor así —exclamó, más resuelta—. Si he de pasar página, debe ser de verdad. Además con todo el lío del libro no tengo tiempo ni para pensar. —Se mesó los cabellos—. De hecho, me acaba de llegar un correo de la editora. Hablamos luego, cariño. Mantenme al tanto de tu affaire con el chef. —Se despidió, riendo. Yo le enseñé el dedo de en medio, antes de unirme a sus risas. Le lancé un beso a mi mejor amiga y colgué.

Continuando con mi entrenamiento, esa noche, para la cena, preparé una Fasolada, la sopa más tradicional en la región. Tampoco era muy complicada, pero dijera lo que dijera el listillo de Claus, a veces tenía más mérito hacer impecable una receta simple que complicarse con elaboraciones extrañas, pero sin sabor.

Para la sopa usé los maravillosos tomates de balcón de David, zanahorias, apio y alubias rojas para darle consistencia.

Lo único que me chocaba de las preparaciones griegas era la gran cantidad de aceite que le adicionaban a todo. Aunque el aceite de oliva es bastante sano, yo prefería cocinar con un mínimo de grasa. De no ser porque contaba con la asistencia de María, que me obligó a usar todo el aceite necesario, la sopa no hubiera quedado tan buena.

Ambos elogiaron el sabor y pidieron repetir. Yo me sentí orgullosa, y para acompañar la sobremesa, les preparé mi primer intento de café griego.
La infusión resultó ser bastante más aromática que el expreso, aunque según María, era más sano y con menos cafeína.

—¿Hay algún sitio a dónde se pueda salir, en las noches? —les pregunté, mientras terminábamos el café.

—¿Vas a salir de noche sola? —ripostó David, en una expresión de reproche que imitaba la de un padre.

—Deja a la chica, viejo, es joven y tiene derecho a divertirse —defendió María.

Aquella conversación me hacía sonreír porque nunca antes había tenido esa clase de reacciones paternales.

—He hecho una amiga en el curso. Pensaba qué, tal vez, podíamos salir juntas a dar un paseo —les comenté, siguiendo con la idea que me había dado Val.

—Sí, Andy, en la ciudad hay muchos clubes y algunos bares que te pueden gustar. La gente aquí es bastante tranquila, no creo que tengan problemas.

—No regreses muy tarde —me aconsejó David y yo le regalé una sonrisa, enternecida—. Podrías perderte de noche en la ciudad —agregó, quizás al darse cuenta que se estaba extralimitando. A fin de cuentas, yo era solo su inquilina.

—Tendré cuidado —lo tranquilicé.

Teresa estaba tan aburrida como yo, así que no tardó en aceptar mi invitación. Ella se estaba quedando en un motel en el centro. Compartía habitación con una amiga que había venido a Corfú a hacer una tesis de agronomía, en los olivares de la isla, pero la chica, a los pocos días de estar en la ciudad, se había echado novio, dejando a Teresa sola y sumida en el hastío.

—Conocerte ha sido mi salvación —me aseguró, mientras hacíamos cola para entrar en uno de los clubes más exclusivos de la zona—. Llevo tanto tiempo encerrada en esa habitación que comenzaba a querer treparme por las paredes.

—Te entiendo, yo he estado estudiando mucho, pero, aún así, las horas se me hacen terriblemente largas. No nos hará daño divertirnos un poco.

—¡Muero de ganas de bailar! —Comenzó a moverse, al ritmo de la música que ya se escuchaba, desde nuestra posición en la cola.

El club no estaba demasiado lleno pero el ambiente era animado y agradable. Tenía intención de no beber alcohol, teniendo en cuenta mi última experiencia con la bebida, pero Teresa me obligó a probar el Ouzo, un licor de anís muy popular entre los locales.

—¿Has escuchado hablar de la Hamartía? —le pregunté, con cautela, pues no había podido dejar de pensar en ese trago y en la posibilidad de que contuviera alguna droga.

—¿Hamartía? ¿Pecado? —Yo asentí—. En Corfú, crece una hierba muy rara que tiene propiedades estupefacientes. Normalmente solo puede ser empleada con fines medicinales, pero cierto fabricante de licores consiguió —no me preguntes cómo—, un permiso sanitario que lo autorizó a usarla, en cantidades ínfimas, para la confección de uno de sus licores a base de moras. La bebida es exorbitantemente cara.

—¿Cómo sabes todo eso? —pregunté, asombrada de que esa chica que, a primera vista, parecía una niña frívola, fuera tan lista.

—Mi compañera estudia agronomía. La planta crece cerca de los olivares y su nuevo novio —rodó los ojos— casualmente trabaja en un bar. Él nos contó la historia del licor. Dice que la botella de Hamartía en el bar es prácticamente una reliquia. Una sola copa cuesta 300 euros.

Yo palidecí, al escuchar ese dato. No estaba segura de muchas de las cosas que habían pasado aquella noche, pero algo sabía: yo no había pagado 300 euros por esa copa. No tenía ese dinero en efectivo y además, ni siquiera recordaba haber sacado dinero de mi bolso en ningún momento.

Pero, si yo no la había pagado, ¿quién lo había hecho?

¿Quién había querido drogarme con esa sustancia tan extraña?

Dándole vueltas a ese asunto, me vi arrastrada a la pista por una muy animada Teresa, que bailaba, coreando los últimos éxitos de reguetón del momento.

Su energía era tan contagiosa que me relajé y olvidé de la Hamartía y de la loca noche que ya había decidido dejar atrás.

Varios hombres se nos acercaron. Estos —simples mortales— no lucían tan deslumbrantes como los dioses que había conocido en el hotel.

¿Será que el dinero tiene un papel que jugar en la apreciación de la belleza?

A pesar de no ser despampanantes, tampoco estaban mal. La simpática mexicana hablaba griego mucho mejor que yo, así que se dedicó a hablar con varios chicos, mientras yo me limitaba a asentir o a contestar con monosílabos las pocas frases que entendía.

El Ouzo era un licor ligero y dulce, así que me permití beber varias copas sin llegar a sentir el efecto embriagador. Pero la gran cantidad de líquido hizo cala en mi vejiga.

Teresa estaba en plena fase de conquista de un agraciado griego pelirrojo que le había pedido que lo enseñara a bailar, así que decidí buscar el baño por mis propios medios.

La discoteca no estaba muy llena, pero el diseño del espacio era bastante complicado y creaba un efecto laberíntico, que me hizo bastante difícil la tarea de encontrar el servicio.

Finalmente, me hallé al final de una larga, interminable fila de mujeres que charlaban animadas cómo si la fisiológica no fuera una necesidad.

Incapaz de esperar tanto, seguí buscando otro lugar dónde resolver mi urgencia.

En un club tan grande debía haber más de un baño, supuse, y subí la escalera de caracol que llevaba al área VIP, esperando no ser detenida por ningún security.

El segundo piso era mucho más tranquilo y reservado. La gente no bailaba, sino que parecían estar tratando asuntos mucho más importantes.

Hombres trajeados y atractivas mujeres con poca ropa, llenaban las mesas, de estilo sobrio y vintage.

Traté de no aparentar tanta curiosidad, pues no quería revelar que no pertenecía a ese lugar. Debía pasar desapercibida hasta que lograra mi cometido.

Dejé atrás el salón y me adentré por un pasillo, observando las puertas rojas, todas exactamente iguales, en busca de la señalización que indicara que estaba ante la correcta.

Al final del pasillo, encontré la única puerta con algún dibujo visible. Se trataba de una pequeña corona dorada, que destacaba sobre la madera roja.

Bien, aquello no se parecía al clásico pictograma del hombre y la mujer, hechos de simples líneas, pero quizás así señalizan los baños en el VIP —decidí, antes de empujar la puerta, que cedió, apoyando la tesis de que estaba en lo correcto.

Pues... me llevé dos lecciones esa noche:

Una corona NO simboliza un baño y...

¡Para ya de abrir puertas!

Si creía que ya me había sorprendido lo suficiente en mi corta estancia en Corfú, no podía estar más equivocada.

Era como si el universo estuviera conspirando para dejarme, permanentemente, la cara de pasmada. O tal vez se trataba de una prueba para ver cómo me enfrentaba al estupor. Pues seguía suspendiendo ese examen, una y otra vez.

La habitación era muy rara. Tenía repisas repletas de extraños objetos y armarios de los que colgaban correas y tiras de cuero.

En el centro había una cama con dosel, similar a la de la suite en la que había despertado. La cama estaba vacía, pero en un extremo lateral de la habitación, había un futón, sobre el que estaba inclinada una chica desnuda.

No era una chica cualquiera, era la misma chica morena de la fiesta de máscaras, la del cabello corto, la que me había besado...

Me quedé de piedra, pero no solo porque se estaba cumpliendo la increíblemente improbable circunstancia de volverla a encontrar, en la misma situación en que la hallé en el baño de la suite, sino porque el hombre que estaba detrás de ella, penetrándola con furia, entre gruñidos sordos, era él, mi hombre misterioso, el de la barra, el de la iglesia, el que no paraba de encontrar en todas partes y que me despertaba una inusitada fascinación.

¿Cómo era posible, en una ciudad tan grande, chocar con las mismas personas, tantas veces, en situaciones tan extrañas?

Si lo hubiese contado, nadie me habría creído.

Para no quedar mal con mi patético comportamiento anterior, me volví a quedar parada, hechizada por la escena, sin atinar a otra cosa que no fuera mirar... o quizás si estaba haciendo algo más.

Estaba deseando ser ella. Quería ser la chica que gemía, mientras aquella bestia musculosa y enorme la perforaba, quería poder tenerlo finalmente, después de que tantas veces se me escurriera entre las manos.

¡¿Qué demonios me estaba pasando?!

La chica me vio, pero en lugar de reaccionar de alguna forma, se limitó a sonreírme con lascivia y a disfrutar de mi expresión de desconcierto y de la tentación, que ya sospechaba que sentía.

Entre gemidos, pasaba la lengua por sus labios rosados, mirándome con descaro, como queriendo recordarme que yo había probado esos labios, que los había disfrutado.

¿Qué estás haciendo Andrea? ¿No irás a entrar a este cuarto? ¿No querrás formar parte de algo como esto... de nuevo?

¿Lo harás? Quieres hacerlo...

No pude decidirme.

Pues de pronto, él levantó la vista, en medio del orgasmo que le sobrevenía, y me vio.

Yo me sentí aterrada.

En sus ojos no encontré la lujuria de la chica, no encontré diversión ni complicidad.

Era el mismo odio de la iglesia, la misma furia.

Estaba sorprendido de verme, pude notar que me reconoció, pero también que no me quería allí.

Me di la vuelta y salí corriendo, despavorida.



******
¡¿Otra vez?! 🤦🏻‍♀️
¿Es que nadie enseñó a esta niña a tocar la puerta?!

Pero ellos también, haberle puesto el seguro o algo 🤷🏻‍♀️
Casi parece que estaban esperando que los sorprendiera 🤔

Cómo adelanto, os digo que en el siguiente capítulo sabremos, de una vez, quién es el hombre que acelera el corazón de nuestra Andy 😉😁

¿Y que creéis de Valeria y Ángel?
Viviendo juntitos en New York 😏
Veremos si así nuestra Val acaba de superar a Ulises de una vez 🤞🏻

Por cierto, me encanta Teresa, es la amiga enrollada y lista a la vez que todos deberíamos de tener. 😊

Adjunto fotico de ella... XOXO

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