Capítulo 45
28 de noviembre
Me miré al espejo y no me reconocí a mí misma.
La mujer que me devolvía la mirada no se parecía a la chica insegura y frágil que había llegado a Corfú tres meses atrás, pero tampoco quedaban rastros ya de la impulsiva, la seductora, la mundana, aquella que se había entregado al placer y a la aventura como si la vida le debiera algo, como si el tiempo fuera a extinguirse, llevándose consigo todas sus oportunidades.
Esa mujer había ardido cual llama cauterizadora. Había borrado las heridas viejas sobreescribiendo otras en el mismo maltratado corazón.
No se había dado el tiempo de sanar y, como consecuencia, los ojos azules que observaban del otro lado del cristal lucían profundamente cansados.
En muchos aspectos estaba satisfecha de mi experiencia. El viaje había sido constructivo en más de una forma. Había hecho amigos, había conseguido una carrera, la promesa de un trabajo y un nuevo amor... un amor que venía con demasiado equipaje a cuestas como para ser capaz de triunfar.
Pero al menos me llevaría el recuerdo. Nadie podría arrebatarme eso. El recuerdo y el crecimiento acelerado que yo misma había sufrido en el poco tiempo que había pasado allí. Corfú me había visto reír, llorar y correrme en más formas de las que creí posibles.
Era tiempo de que me viera marchar.
El vestido rojo vino se abrazaba a mis caderas solitarias. Pasé mis palmas por ellas, sintiendo la suave textura de la seda e intenté recordar, con un leve resentimiento, la última vez que había hecho el amor.
Me sentía algo culpable por extrañar el sexo más que ninguna otra cosa de Alessandro.
¿Acaso era el sexo todo lo que me ataba a él?
No...
Tal vez...
Ya no importaba.
Terminé mi peinado, tejiendo una trenza que caía sobre mi hombro derecho hasta el nacimiento del escote. El labial rojo oscuro contrastaba agradablemente con la piel que se había tornado más clara por la escasez de sol del final del otoño.
Lucía hermosa.
Si de algo había servido aquel viaje había sido para fortalecer mi amor propio. Nadie podría volverme a hacer dudar de mi valor. Ahora tenía un plan, un estructurado plan de vida con metas y objetivos profesionales por cumplir. La herencia que mi madre me había dejado creaba nuevas oportunidades para mí. Tenía tanto por hacer. Y lo mejor era que ya no había nada que me distrajera de mis propósitos.
Estaba enfocada.
Enfocada e impaciente por marcharme para poder comenzar la siguiente etapa.
Pero antes, quedaba un último paso.
La graduación.
La despedida.
La confesión.
Aún no había decidido si me correspondía contarle a Alessandro mis sospechas sobre la paternidad de Luca, pero los días habían pasado y yo no había ido a buscarlo.
Para alguien que durante dos meses completos lo persiguió incansablemente, aquello era todo un logro.
Finalmente, decidí dejarlo en manos del azar. Si él aparecía en la graduación, le contaría. De lo contrario, me llevaría aquel secreto conmigo a donde fuera que me llevara el destino. Y Alessandro y su oscuro pasado quedarían atrás como todo lo bueno y malo que había vivido con él.
El día era frío, pero hacía sol. Los árboles desnudos parecían agradecer el calor del astro rey tanto como mis músculos embotados. Llevaba muchos días sin correr y mi cuerpo estaba resentido por mi desacostumbrada pereza.
Llegué al Peirasmós en el minuto exacto en que Teresa bajaba del coche de Claus vistiendo un bonito vestido rosa que la hacía parecer una niña.
—¿Te has puesto un ramillete? —Tomé la mano de mi amiga en la que un brazalete repleto de florecitas adornaba su muñeca. Solté una carcajada.
—En mi graduación de Hight School, me dio influenza. Tuve que quedarme en cama llena de mocos, mientras todos iban al baile en sus limosinas. Me merezco una compensación. —Defendió su causa, pero yo no podía parar de reír.
—Como se ve que estudiaste en Estados Unidos —me burlé—. Esas son cosas de niñas pijas.
—Estás preciosa, mi amor. —Claus se apreció por detrás y besó el hombro de Tere, haciéndola sonrojar como la colegiala que estaba representando. La relación iba viento en popa y yo me alegraba muchísimo por los dos.
—Vale, vale. —Me rendí—. Te coronaremos reina del baile. —Ella me dio un empujón, seguido de un abrazo corto.
A pesar de que nosotras seguiríamos juntas en New York, la sensación de que aquello era el final de algo empapaba el ambiente.
Entramos y la algarabía del resto de los chicos regeneró nuestro entusiasmo. Todo estaba decorado con globos y flores. En el centro del salón había una mesa con bebidas y pastelitos. Pero lo mejor era la tarta. Una hermosa tarta de tres pisos con el nombre de cada uno de nosotros dibujados con glaseado en los pisos inferiores, y en el piso superior un cartel que rezaba: "Congratulations".
Tere y Claus se miraron con complicidad al notar mi admiración por el pastel y supe que habían trabajado juntos en él. Últimamente lo hacían todo juntos y Teresa había mejorado mucho en su repostería.
Estuvimos un buen rato saludando y charlando, mientras bebíamos vino y probábamos el gran catálogo de snacks cortesía de cada uno de los graduados. Incluso en el final, Claus nos había puesto a prueba, y cada uno había tenido que elaborar un aperitivo para la fiesta.
Luego, llegó la hora del discurso.
—This is the third year of Peirasmos restaurant academy. Teaching was one of the dreams that I still had to fulfill, and thanks to such good students as you, who love cooking as much as I do, the academy has been a great success. Thank you for taking an interest in the Greek culinary course and congratulations! —Un gran aplauso le siguió al discurso de Claus. Era palpable la emoción de todos. Cuando el murmullo se aplacó, el chef recomenzó—. But nothing would have been possible without the main investor and co-owner of the restaurant: my brother, Alessandro Christou. —Sentí mis piernas temblar, y volteé, casi en cámara lenta, para encontrar a un insoportablemente guapo Aless, que sonreía con una inusitada humildad ante las palabras de su hermano—. Come here, I want it to be you, who gives the certificates to the course graduates.
Alessandro avanzó despacio. Se había cortado el pelo y lucía mucho más joven. Los ojos despejados brillaban con esas motas miel que habían conseguido enamorarme. Llevaba un suéter aqua y un jean negro que se ajustaba a su cuerpo perfecto, y sobre el pecho, un colgante de cuero con un dije oscuro en forma de concha. Me costaba reconocer en ese joven desenfadado y apuesto al oscuro empresario que había conocido meses atrás.
Pasó por mi lado sin mirarme, parecía no haberme notado siquiera. Yo sentí un apretón en el pecho. Me molestó su indiferencia. Pero entendí que era mi ego quien se resentía y no mi amor.
Estaba guapísimo. Lucía sano, tranquilo, casi feliz.
Pero ya no era para mí esa felicidad.
Yo tenía la mía propia.
Claus comenzó a decir cada uno de los nombres de los recién egresados. Apenas 14 de los 20 que comenzamos el curso habían llegado a graduarse. Uno a uno fueron pasando al frente y Aless les entregaba el certificado enrollado y los felicitaba con un apretón de manos o un beso, dependiendo del género.
Teresa tenía razón: aquello se sentía como un Prom.
Cuando llegó mi turno, me puse tan nerviosa que tropecé y casi me doy de bruces contra el suelo. Evité la caída gracias al auxilio de un compañero y, al levantar la vista, lo vi sonreír.
No había burla, sino nostalgia en sus ojos.
Me sentí mal al ver como él echaba de menos hasta mi torpeza y yo únicamente extrañaba el sexo.
Me acerqué y, al tomar mi diploma, le regalé una mirada conciliatoria. Era un "te quise mucho, te agradezco por todo lo bueno y te perdono por todo lo malo". Ya no había rencor para él en mi corazón. El asunto de Luca había terminado de despertar la empatía hasta con las partes más oscuras de Aless.
Él me besó en la mejilla y, olvidando su papel de anfitrión, llevó la felicitación más lejos y me abrazó con fuerza. Yo lo dejé hacer y una lágrima se agolpó en mi pupila.
—Estás bella —me dijo, al separarnos—. Felicidades. —Yo solo asentí, dibujé el amago de una sonrisa y regresé a mi sitio, incapaz de hablar.
Si no podía responder a un alago suyo, ¿cómo iba a decirle toda la verdad?
Durante el resto de la tarde, lo evité y me dediqué a compartir con mis compañeros. Era la última oportunidad que tendría para hacerlo, pues viajaría al día siguiente.
Pero no era para ellos toda mi atención. María y David estaban allí, como mis invitados. Desde que me mudé con Alessandro, no había tenido mucho contacto con ellos, pero les guardaba un afecto especial, sobre todo a María que tan buena había sido conmigo, y a David, a pesar de sus desaciertos, tampoco le guardaba ningún rencor. Los dos estaban muy animados y bailaban juntos casi todas las canciones. Para ellos, aquella fiesta era una cita romántica de esas que tenían tan poco.
—¿Me concede esta pieza, señorita? —¿Qué hacía Demian allí? Últimamente, me lo encontraba en todas partes.
—¡Claro que sí! —Me levanté y lo saludé con dos besos, antes de seguirlo a la pista.
—Muchas felicidades. —La canción suave nos permitía cierta intimidad para conversar.
—Gracias. ¿Te ha invitado Alessandro a la graduación? No te dije nada porque ya iba a traer a mis caseros. —Me excusé innecesariamente.
—Sí, me invitó, bueno, más bien me dijo que era hoy y yo prácticamente le pedí que me dejara venir. —Lo miré con extrañeza—. Necesitaba hablar contigo.
—¿Qué pasa?
—Recibiste una llamada días atrás de un abogado, Andrés Santiesteban. —No estaba preguntándome, así que lo dejé continuar—. También me llamó a mí. Es el responsable de distribuir los bienes de tu madre acorde a su testamento. Ella... me dejó un recuerdo.
Detuve el movimiento de nuestros cuerpos y solté la mano que me sostenía para bailar.
—¿Eres mi padre?
Solté la pregunta a boca jarro, porque desde que aquel abogado mencionara su nombre, la idea se había implantado en mi cabeza. Todos los datos parecían indicar esa posibilidad y más de una vez estuve tentada a preguntarle, a averiguar más, pero lo descarté. No necesitaba más drama en mi vida. No quería lidiar con el descubrimiento de una figura paterna, la cual estaba segura de no querer ni necesitar.
Demian sonrió con cierta tristeza.
—No, no lo soy. —Era obvio que le decepcionaba ese resultado y a mí, honestamente, me sorprendía.
Guardé silencio durante un rato, para finalmente pedirle que continuara con lo que había ido a hacer allí.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—¿Recuerdas la historia de amor de la que te hablé? ¿El efímero y fallido amor de mi juventud? —Yo asentí—. Era ella. Tu madre era mi Blanca. Cuando me hablaste de su caso en el hospital para pedirme la consultoría del oncólogo, revisé su ficha y fue allí que lo descubrí.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No tenía caso. No podías ser mi hija. Nuestro idilio fue algunos años antes de que fueras concebida. Pero debo admitir que por un momento deseé que hubiera algún error en las fechas. Eres tan encantadora, Andrea. —Acarició mi mejilla—. Eres tan parecida a ella y a la vez tan distinta. Eres pureza, luz... eres todo lo que hubiera querido en una hija.
—Pero no entiendo. —Rompí con el cariñoso gesto—. Si lo vuestro no terminó bien, si no se vieron más en todos estos años, ¿por qué te dejaría una herencia? —Aunque, ya puestos, tampoco hacía mucho sentido que me la dejara a mí.
—Son solo cartas —me explicó—. El abogado me ha dicho que son más de cien cartas que escribió cuando estábamos juntos. Sentimientos que nunca me mostró, cosas que nunca me dijo.... —A pesar del tiempo transcurrido, hablar de ella aún lo emocionaba mucho.
—Es muy triste. —Concluí—. Tener que esperar a morir para arreglar lo que está mal en tu vida, para decir las verdades que te hubieran hecho feliz si te hubieras atrevido a defenderlas. Murió sola. —Me parecía la forma más horrible de morir.
—Tú estuviste con ella, al menos en el final...
—No de verdad —le expliqué—. Yo fui solo un parche que ella colocó en un agujero demasiado viejo. La perdoné, pero no pude quererla. Se perdió eso. Nos perdió a los dos muchos años atrás. La herencia solo hace ese hecho aún más triste.
—Tienes razón. Pero yo me alegro de tener al menos este consuelo. De poder recordarla de una mejor manera. —Ese hombre aún amaba a mi madre, sin importar todo el daño que ella le hizo. ¿Es el ser humano un masoquista emocional por defecto?—. Solo quería que supieras que aunque no lleves mi sangre, me pareces una chica muy especial, y que puedes contar conmigo siempre que lo necesites.
—Gracias, Demian. —Le di un abrazo breve a quien, en un universo alternativo, en el cuadro perfecto con el que soñé una vez, pudo haber interpretado el rol de mi padre, pero una voz grave y conocida nos interrumpió.
—¿Me presta a Andrea un momento, doc? —No tenía que mirarlo para saber que estaba celoso por la inusual muestra de afecto entre ese hombre y yo.
—No soy un objeto para ser prestada, Aless. —Le repliqué, con una mezcla de diversión y nostalgia.
Ah mira, además del sexo también extrañaba los posesivos celos.
¡Qué manera de ser tóxica!
—Disculpa, Andy, no fue lo que quise decir. —Él se puso nervioso como si hubiera cometido un error imperdonable, y mi diversión aumentó—. Solo quería conversar un poco contigo. —Lo saqué de su agonía.
—Vale, bailemos. Nos vemos en Barcelona, Demian. —Le sonreí al doctor a modo de despedida.
En ese momento ponían una de mis canciones favoritas, así que me dejé llevar por la música y lo confortables que se sentían los brazos de Alessandro rodeando mi cuerpo.
—¿Cómo estás? —Le respondí con un gesto de cabeza—. No hemos podido hablar desde... Bueno, hace mucho que no hablamos. —Miró al suelo, mientras pensaba cómo continuar—. El tratamiento... los análisis... ¿estás bien ya?
—Sí, todo está bien, Aless, ¿cómo estás tú?
—¿De verdad te interesa saberlo? —Realmente no se lo creía.
—Claro que sí. No te deseo ningún mal. Se que no la has tenido fácil tú tampoco. —Hice una pausa—. Ahora lo sé mejor. —Su nerviosismo aumentó.
—Sobre lo que escuchaste... Andy, quiero explicártelo, no sabía dónde encontrarte, no sé dónde estás viviendo ahora. María no quiso decirme, ni Teresa....
—No es necesario, Aless.
—Sí lo es, yo... no sabía cómo decirte toda la verdad, no sabía cómo iba a mirarte luego de que lo supieras todo. —Dejó escapar un hondo suspiro—. No quería perderte.
—No fue por eso que me perdiste —le recordé—, aunque supongo que todo está relacionado. De todas formas, ya no importa.
—Me importa a mí. ¡Tú me importas!.
—Estás muy cambiado. —No era sólo su aspecto, también la forma en que hablaba. Lucía... indefenso.
—He vuelto a terapia. Estoy intentando... dejarlo atrás.
—Me alegro mucho. Laura podrá ayudarte mejor que yo.
—No es Laura. Ella me ha recomendado a un colega suyo, al parecer muy bueno. Ha creído que me iría mejor con alguien que no me conociera en lo personal, para evitar los conflictos de intereses.
—Me parece muy buena idea. ¿Supiste lo que sucedió con Matías? —Su semblante se oscureció, mostrándome por ese instante al Alessandro que recordaba.
—No solo lo sé, sino que declaré en su contra. No volverá a acercarse a un niño nunca más. —Aquello sí que era una sorpresa.
—¿Cómo es posible que no te dieras cuenta antes? —Esa era de mis mayores interrogantes—. Se conocen desde siempre.
—Yo no tenía idea de quién era en realidad. Era una figura de autoridad para mí. Lo fue desde que llegué a ese lugar siendo un niño. No podía imaginar todo lo que hacía.
—Hizo lo mismo contigo —le hice notar. Él abrió mucho los ojos como quien por primera vez considera una posibilidad.
—No fue lo mismo. —Negó con la cabeza repetidas veces, aunque su mirada reflexiva probaba que lo estaba considerando.
—Lo fue, y el que no puedas verlo demuestra que aún necesitas mucho tratamiento. —Él pareció irritarse por mi comentario, pero se contuvo.
—¿Cuando te vas? —preguntó, tras una pausa pensativa.
—Mañana. Viajo temprano. Hay algo más de lo que tengo que hablarte. —Su mirada se iluminó—. Pero no aquí, ¿podemos vernos más tarde, en el hotel quizás?
—¡Claro que sí! —Apretó mi cintura y acercó su rostro al mío, amenazando con besarme. Yo me aparté.
—No es sobre eso. —Me zafé de su agarre—. Nosotros ya no... yo no puedo. —Su expresión se desinfló cual globo, y me sentí muy mal por él, pero no dudaba de mi decisión.
En el fondo, se escuchó la voz de Claus que daba por terminada la fiesta, porque en un par de horas el restaurante debía abrir regularmente al público.
Fue la excusa perfecta para separarme de Alessandro y terminar con el momento incómodo.
—¿Te paso a recoger? —preguntó él. Ya no se mostraba feliz, pero aún había luz en sus ojos.
—Mejor nos vemos en el hotel. A las 10, en el lobby bar.
—Vale. —Intentó darme un beso de despedida, pero yo me escabullí en un embarazoso momento, que me hizo sentir avergonzada como solo quien rompe con alguien que aún la ama se puede sentir.
Salí del Peirasmós y me dirigí a mi casa para darme un baño y pensar en la mejor manera de contarle a Alessandro el asunto del niño.
Al llegar al portal, noté una silueta en la esquina más oscura de la entrada. El corazón comenzó a latirme muy rápido ante la alerta del inminente peligro. La sombra comenzó a crecer, abalanzándose sobre mí, y estuve a punto de gritar, cuando descubrí de quien se trataba.
Hugo García.
—¿Qué hace aquí? ¿Cómo ha descubierto dónde vivo? —le grité, mientras ubicaba en mi celular los números de emergencia por si llegaba a necesitarlos.
—¿Siempre eres tan histérica? —preguntó, insolente y estoico—. Tranquilízate. No soy el villano. —Eso no me quedaba claro—. Solo quiero hablar contigo.
—No tengo nada que hablar con usted —le espeté.
—Yo creo que sí —insistió—. A pesar de lo que piensas, tenemos un asunto en común. A los dos nos interesa el bienestar de Alessandro, y creo que también te preocupa alguien más, un chico que por alguna extraña razón siempre te resultó familiar, hasta que te las arreglaste para descubrir que se trataba de su hijo. —Casi me caigo de espalda cuando me dijo eso.
—¿Cómo sabe... cómo sabe que yo sé...?
—Te he hecho seguir. —WTF?!—. Soy político, tengo mis recursos —me explicó, sin inmutarse—. Aquel día en la iglesia, estabas demasiado alterada, habías escuchado cosas que no debías y no podía permitir que fueras por ahí, haciendo mal uso de esa información. —Yo estaba alucinada—. Hice que te siguieran para asegurarme que no....
—Que no fuera un cabo suelto el cual tener que eliminar —Completé—. ¿Es eso lo que ha venido a hacer? ¿A silenciarme?
—El cine le ha hecho mucho daño a esta juventud. —Movió la cabeza, exasperado—. No soy un mafioso, niña. No vengo a silenciarte ni a liquidarte. ¡Por Dios! ¿De qué película de James Bond te escapaste tú? —Rodó los ojos—. Vengo a pedir tu ayuda.
—¿Mi ayuda? —Lo miré sin comprender.
—Eres la única persona... viva —aclaró—, con algún poder sobre Alessandro, la única que podría hacerle bien después de todo lo que ha sufrido.
—Yo terminé con Alessandro.
—Lo sé, y no vengo a pedirte que vuelvas con él. Me gustaría que lo quisieras tanto como él te quiere a ti, que lo ayudaras a sanar, pero no puedo mandar en tus sentimientos. Solo puedo pedirte que no sabotees los suyos.
—Yo no voy a hacerle daño.
—Oh, sí que pensabas hacerlo —refutó él—. Pensabas contarle que Luca es su hijo. Y si hay algo que terminaría de dinamitar la cabeza de ese chico sería esa información.
—Él tiene derecho a saber la verdad.
—No está preparado para saberla, se volvería loco, no comprendería las razones que tuvimos para...
—No hay razón que justifique lo que hicieron con él.
—Cometí muchos errores, es verdad, pero estoy tratando de enmendar algunos de ellos. —Sí, claro, como si eso fuera posible—. Cuando ocurrió el desastre, Alessandro tenía tan solo 18 años. Era un niño enamorado de su madre, una mujer que acababa de sufrir un ataque mientras tenía sexo con él, mientras él la asfixiaba. Si a ese grado de trauma le agregas el de un embarazo milagroso y un niño producto de la relación aberrante que mantenían.... Hubiera terminado en el psiquiátrico. —Concluyó.
—Pues quizás un psiquiatra lo hubiera ayudado más de lo que lo hicisteis vosotros —alegué—. Él ha cargado con esa culpa toda su vida, se ha sentido siempre solo, piensa que es un monstruo. Dices que te importa, pero si fuera cierto lo hubieras ayudado en lugar de mentirle tantos años.
—Sabes tan bien como yo que Sandro no está preparado para ser padre. Apenas puede cuidarse a sí mismo.
—Esa debe ser su decisión —insistí.
—Andrea, piensa en Luca. Mi esposa es una buena mujer, cuidaremos muy bien de él. No le arrebates la posibilidad de tener una familia.
—Aless es su familia, además, creo que Luca estaría muy feliz de saber que es su verdadero padre. Él realmente lo quiere y aún es suficientemente inocente como para reponerse de toda esta historia. —El hombre suspiró, cansado por mi testarudez.
—Bien. He intentado convencerte, pero es tu decisión. Piensa bien lo que vas a hacer antes de arruinar para siempre la vida de un hombre que te ama.
—Ya os encargasteis vosotros de eso, muchos años atrás. —Me mantuve firme.
Hugo dejó caer los hombros en un gesto de rendición, suspiró sonoramente y, malencarado, se dirigió a la salida del portal.
Yo lo observé durante unos segundos, preguntándome cómo un hombre que parecía tan noble, había cometido tantos actos cuestionables en nombre de una causa justa.
Arrepentirnos del error no nos libra de la responsabilidad.
Me volteé para abrir la puerta de la casa, cuando sentí que me llamaban por mi nombre.
Todo ocurrió tan rápido que lo único que conseguí retener fue el sonido de su voz, una voz áspera que pronuciaba las 6 letras con un matiz nuevo en la entonación.
Algo que se escuchaba como el odio.
El dolor llegó casi al mismo tiempo que el sonido. Comenzó en el pecho, como un fuego que quemaba mis pulmones. Como si una estrella hubiese golpeado mi centro, expandiendo su brillo en forma de ráfagas ardientes de dolor por cada célula de ingenuidad que componía mi ser.
Yo, que analizaba cada cosa, que siempre trataba de ver el trasfondo de todo, que paranoicaba y maquinaba constantemente teorías de conspiración, no había visto aquello venir.
Y allí, mientras me desangraba en el suelo de una tierra que no era la mía, con la bala inesperada lacerando mis entrañas, veía cómo el crepúsculo teñía el cielo de los más preciosos tonos cobre.
Era la puesta de sol más bella de aquella temporada, pero ni siquiera la vista perfecta podía consolarme del hecho de que, como mi madre, yo también iba a morir sola.
La manera más horrible de morir.
Fin.
Sin comentarios esta vez, salvo exhortaros a que leáis el epílogo 😉👉🏻
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