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Capítulo 43

22 de noviembre.

Los restos de San Espiridión, el patrón de Corfú, se exhibían en la iglesia tres veces al año: durante la Semana Santa, el 11 de agosto y el 12 de diciembre, coincidiendo con su onomástica.

La peregrinación de devotos comenzaba semanas antes a la fecha, por lo que aquella mañana, el lugar se hallaba atestado de fieles.

Claus había prometido que me ayudaría a descubrir qué estaba pasando con Luca y el indeseable sacerdote, pero había tenido que salir del país por trabajo, y yo, incapaz de quedarme sentada a esperar, había decidido investigar por mi cuenta.

Mis cuestionables dotes detectivescas me ayudaron a escabullirme entre la multitud y desplazarme, sigilosa, hasta un área interior de la iglesia en la que reinaba el recogimiento. Admirada, contemplé los murales repletos de bellísimas pinturas sacras, pero no permití que el bonito sendero me distrajera de mi importante misión.

Debía hallar a Matías.

¿Qué iba a decirle?

¿Sería capaz de encararlo?

El tipo hablaba inglés incluso peor que yo y ni una gota de español, razón por la que, en nuestros encuentros anteriores, apenas habíamos cruzado palabra.

Lo mejor sería atraparlo con las manos en la masa.

¿Cuál masa?

Vale, no tenía muy claro en qué esperaba sorprenderlo, pero estaba segura de que debía ser algo turbio.

Lo único que necesitaba era una prueba, alguna evidencia de que mis sospechas eran reales, y entonces sabría que hacer.


Caminé por un amplio corredor, de relucientes pisos y paredes grises e impolutas. El lugar era agradable. No tenía ese aire misterioso y terrible que esperé encontrar. Por fortuna, no me había cruzado con nadie que impidiera mi aventura, pero sabía que era cuestión de tiempo para que alguien advirtiera mi presencia en aquella área prohibida. Era un riesgo que estaba dispuesta a correr.

El pasillo estaba enmarcado por  negras puertas cerradas donde parecía poco probable que habitara algún ser. Poco a poco, todo fue tornándose oscuro, pues a medida que avanzaba, las luminarias comenzaban a escasear o la mayoría de ellas parecían haberse fundido hacía mucho tiempo. El corredor era tan largo, tan desolado, que empecé a pensar que estaba siguiendo la ruta incorrecta, pero, al pasar frente a una puerta corriente, sin símbolos ni rasgos distintivos, percibí el sonido de una voz.

No era una voz cualquiera.

Conocía muy bien ese timbre, ese acento, conocía muy bien cómo se escuchaban sus sollozos, aunque solo los hubiese oído una vez, en una situación muy similar.

Alessandro.

La voz llegaba a mí porque la puerta estaba entreabierta, pero no me atrevía a asomarme por temor a ser descubierta. Conteniendo la respiración, pegué el oído a la fría madera, mientras mi ojo curioso intentaba vislumbrar algo por la rendija que creaban las bisagras.

La escena era sumamente perturbadora. Hablaban en Griego, por lo que solo entendía palabras sueltas, pero no me hacía falta comprender el idioma para captar el tono y las emociones de sus voces. La vibra entre ellos era de desbordante tensión. La posición de Aless era de absoluta sumisión. Estaba de rodillas, tenía las manos cruzadas detrás de la espalda y la cara enterrada en un pecho que bañaba con sus lágrimas, copiosas lágrimas que nunca esperé ver en sus ojos. Matías estaba de pie frente a él con el rostro encarnado de pura rabia y el entrecejo fruncido en una mueca que deformaba su expresión, despojándola de toda humanidad. Para mí era un monstruo, un monstruo terrible, y su iracundo discurso era el cuero envenenado con el que castigaba a la pobre alma que tenía a su merced.

Tuve que contenerme para no entrar y enfrentarlo. Tal vez no entendiera del todo lo que estaba pasando, pero sabía que era algo muy malo. Entre las palabras que logré descifrar estaban: traidor, chica, madre, vergüenza, muerte... Todas me sonaban espantosas, pero por más que lo intenté, no logré captar ni una sola frase completa.

Entonces, una puerta interior se abrió y un hombre irrumpió de golpe en la pequeña habitación. El ángulo de visión que me daba la rendija no me permitía ver su rostro, solo conseguí ver el traje negro de dos piezas que envolvía un cuerpo robusto de estatura media.

—¡Matías! —gritó el recién llegado—. ¡Basta! —Oh, que bien, por lo menos este hablaba español—. ¡Alessandro, levántate!

Él parecía no escucharlo, permanecía arrodillado, con la mirada en el suelo y el agitado pecho subiendo y bajando a una velocidad vertiginosa. Yo tenía el corazón arrugado. Sentí unas ganas inmensas de abrazarlo, de consolarlo, de alejarlo de aquel hombre maldito.

Matías se había puesto muy nervioso de repente y  había abandonado su actitud dominante y colérica. Retrocedió y se puso a remover unos papeles desperdigados sobre el escritorio, mientras el hombre de negro seguía intentando que Alessandro reaccionara.

¿Quién era ese individuo al que incluso Matías le temía?

Me doblé, intentando verlo mejor a través del diminuto agujerito, cuando ocurrió algo que me puso los pelos de punta.  La puerta tras la que me encontraba se abrió, golpeó mi frente y me lanzó contra la pared, haciéndome lanzar un grito ahogado. Tan pendiente estaba del nuevo personaje que no me percaté de que Matías se dirigía a la salida. Temblé, aterrada ante la posibilidad de ser atrapada, pero por fortuna salió con tal celeridad que no reparó en nada y siguió la dirección opuesta a donde me hallaba escondida, alejándose rápidamente de mí.

Lo miré con tanto odio que creí que el peso de mis ojos en su espalda lo haría voltearse, pero no lo hizo, y una vez que se perdió de mi vista, volví a concentrarme en los hombres que permanecían en la habitación.

La habitación que —sorpresa— ahora estaba completamente cerrada.

Mi pequeña brecha de voyeur había desaparecido, así que solo podría valerme de uno de mis sentidos para enterarme de lo que sucedía. Abracé la puerta, acercando mi oído cuanto me fue posible para intentar captar la conversación que tenían los dos hombres.

—¿Por qué sigues haciéndote esto? —Era el desconocido quien hablaba—. Creí que estabas mejor. La última vez que hablamos sonabas tan diferente. Me dijiste que habías conocido a una chica. Parecías feliz. —Mi corazón latía tan rápido que creí que podrían escucharlo del otro lado de la barrera.

—Me ha dejado. —Su voz sonó como cristal quebrándose y yo sentí que mi pecho estallaba a la vez—. Lo he arruinado, destruyo todo lo que toco.

—Sandro, por favor —Él también lo llamaba Sandro—. Me he cansado de decirte que no fue tu culpa. No puedes dejar que lo que pasó con ella siga perturbando tu vida de esa forma. —¿Ella quién? ¿Seguían hablando de mí?

—Hoy se cumplen 12 años —continuó Aless con la cadencia en la voz de quien ha perdido la razón—. Ella solía decirme que sin ella me quedaría solo el resto de mi vida, que nadie más podría quererme, y tenía razón. —Me parecía estar oyendo a un niño, un niño perdido que había sufrido más de lo que nadie debería sufrir.

—Ella fue quien te dañó. Ella y Matías tienen la culpa de todo. Pero me encargaré de él. Me aseguraré de que no siga haciendo daño.

—Solo ella me quiso, ella me salvó y yo... yo la destruí. —La voz se le cargó de rabia, de odio, contra... ¿contra sí mismo?

—No fue tu culpa. —Volvió a insistir el extraño—. Para ya de castigarte. Era a ella a quien le correspondía cuidarte, sin embargo, eligió corromperte. Nunca debí dejar que te quedaras cerca de Matías. Él lo ha empeorado todo.

—Él solo me recuerda lo que hice, lo que soy... solo él y tú conocen al verdadero monstruo. —Yo estaba absolutamente intrigada por la conversación. Ni siquiera mi fértil imaginación alcanzaba a develar tan sobrecogedora historia.

—No eres un monstruo, Sandro. Solo eres un alma torturada. No mereces sufrir tanto. Fuiste una víctima.

—¡No soy la víctima! —gritó de pronto Aless—. Su sangre está en mis manos.

¡¿Qué?! ¿Su sangre? Eso quería decir que él... ¿había matado a alguien?

Me pregunté si realmente estaba preparada para seguir escuchando aquello, pero antes de que pudiera decidirme, él recomenzó con un tono que evocaba una profunda melancolía.

—A veces aún sueño con ella, ¿sabes? Aún la veo entre mis brazos. Pero lo peor es que, en mis sueños, está viva, sonríe, me ama. —Suspiró—. Nunca son pesadillas. Y no lo entiendo. Si al menos me atormentara su recuerdo, si al menos el insomnio me castigara por las noches y me levantara sudando entre gritos, pero no, duermo como un bebé. Mi vida es demasiado buena. Tengo más dinero del que puedo gastar, poder, respeto, sexo de todas las formas que alcance a imaginar... solo me falta el amor. —Nunca lo había escuchado hablar así. Él hombre que yo conocí jamás hubiera admitido anhelar el amor. Pero lo que más me afectó fue comprobar que lo que decía sentir por mí no era realmente amor, no era suficiente para él—. El sexo es fácil cuando es solo sexo —continuó—, cuando soy yo quien pone las reglas, pero cuando me salgo del papel y permito que los sentimientos afloren, siempre la veo a ella. Veo su rostro justo en el momento del clímax, y es tan hermosa, soy tan feliz... pero entonces ella muere, muere entre mis manos otra vez, y ese hecho en vez de espantarme, me excita, me llena de euforia. ¡Atrévete a decirme ahora que no soy un monstruo!

El hombre respondió con un largo silencio, casi tan largo como la pausa que había hecho mi corazón en su bombeo automático al escuchar semejante atrocidad.

¿Quién era ese Alessandro?

¿Como pude estar tanto tiempo al lado de un hombre del que no sabía nada?

¿Cómo era posible que me hubiera enamorado de él?

—¿Qué hay de tu amiga? ¿La psicóloga? —A mí también me intrigaba saber si Aless seguía contando con el apoyo de Laura—. Me contaste que habías comenzado a recibir terapia. Honestamente, no esperaba que te decidieras a buscar ayuda por ti mismo. Me puse muy feliz con la noticia.

—Le he pedido que se vaya. Lo de la terapia fue cosa de Andrea. Sin ella ya no tiene ningún sentido.

—¿Qué ha pasado? ¿No tienes forma de arreglarlo? —preguntó el hombre, refiriéndose a nuestra relación.

—Ella no quiere saber nada de mí. Cree que la traicioné. —Ah claro, porque era un capricho mío—. Andy es muy diferente a mí. La moralidad y las convenciones sociales están demasiado arraigadas en su psiquis. Si no es capaz de perdonar una infidelidad, ¿qué crees que hará cuando  sepa lo que hice?

—Si de verdad te ama, no te condenará. Ella puede ayudarte a mejorar, puede salvarte. —¿Podía? Más importante aún, ¿quería?

—¡Yo no quiero ser salvado! —gritó—. ¿Por qué te cuesta tanto entenderlo? Yo no te pedí que me protegieras hace 12 años, ni quiero que nadie me rescate ahora. Merezco un castigo por lo que hice, un castigo que no hemos hecho más que dilatar todo este tiempo. Debí ir a la cárcel, entonces. —Contuve la respiración, esperando la confesión final.

—Fue un accidente —insistió el hombre—. Ella conocía su patología, sabía lo riesgosas que eran esas prácticas, tu eras un novato, un niño. Ella te sedujo, te hizo parte de un juego demasiado sórdido, te usó para llenar los vacíos de su vida, para solapar sus traumas.

—¡Era mi madre! —El grito fue como un golpe en la cara, pero a pesar de lo horrible que era la verdad, de alguna forma me había preparado para ella, inconscientemente, desde mucho tiempo atrás.

—No lo era —dijo el hombre—. Ella te acogió en su casa, te vistió, te dio de comer, te dio el acceso a una educación digna, pero eso no basta para hacerla tu madre. Y no hablo de lazos sanguíneos. Ella no te trataba como un hijo. Siempre fuiste un objeto para su perversión. —Yo no parpadeaba—. Conocía bien a Marcia. Sé que desde que te vio por primera vez la idea se implantó en su mente. —La historia se ponía más turbia cada vez—. Yo también me castigo, ¿sabes? Me siento culpable por haber permitido que te adoptara. Pude haber evitado todo esto. —La pesadumbre inundaba su voz.

—No es lo inapropiado de nuestra relación lo que me atormenta —dijo Aless—. Ella me enseñó lo que era el amor, fue la única persona en el mundo que me dio atención, que se interesó en mí. Si ella no me hubiera rescatado, quien sabe cómo habría terminado. ¿Qué más da que quisiera acostarse conmigo? Ya no era un niño...

—¡Tenías 15 años! —exclamó el hombre.

—Sabía bien lo que hacía y lo que quería, ella no me obligó a nada.

—Eras un un niño bajo su cuidado que para rematar estaba lleno de carencias afectivas. Se aprovechó de tu vulnerabilidad y te utilizó. Te introdujo en un mundo demasiado turbio, demasiado pronto.

—Yo la quería —dijo Aless.

Cuando escuché esas tres palabras, tuve la certeza de que no volvería a ser la misma nunca más. No sabía si estaba asqueada, espantada o celosa de esa mujer y de lo que él sentía por ella, pero me dolía profundamente ver cómo nuestra historia se hacía pedazos bajo el peso de un pasado, que no era tal. La sombra de ella siempre había estado entre nosotros. Lo que que había acabado con nuestra relación no había sido su infidelidad o nuestras diferencias, lo que realmente hacía a Aless inaccesible para mí era el torbellino de sentimientos contradictorios que aún tenía por la que fuera su primera amante y, a la vez, la única madre que conoció. Era tan escabroso que me costaba formular la imagen en mi mente sin que se me revolviera el estómago. No existía terapia capaz de hacernos superar todo eso.

—Te comprendo —dijo el hombre—, sé bien lo magnética que podía llegar a ser, lo tentadora, lo irresistible. Yo también creí amarla. Mientras crecíamos juntos, en este mismo lugar, yo creía que teníamos en común algo más que la falta de padres, creía que nos complementábamos, que íbamos a estar siempre juntos. —Así que ella también había sido huérfana. La historia era tan enrevesada que comenzaba a marearme—. Pero la vida se encargó de mostrarme quien era en realidad. Y ella sola se alejó de mí. Una vida normal, tranquila y feliz a mi lado no le interesaba. El dinero la atraía como a una polilla la luz, pero quería más que eso, quería lujos, excesos, experiencias extremas. Vivía siempre al límite como si la vida le resultara insípida, como si no supiera que hacer con la estabilidad. Necesitaba el caos. Tenía un alma rota, un espíritu desordenado y una mente perdida. Supongo que su final fue bastante adecuado. Murió haciendo el amor. El amor no —se corrigió—, creo que ella no amó nunca a nadie más que a su hijo. A Claus —aclaró. Alessandro fue a interrumpirlo, pero él no lo dejó—. Aún me sorprende que  algo tan puro como ese muchacho haya salido de ella. Imagino que deba agradecérselo a los genes del ricachón que escogió para que fuera su padre. Pero el amor no era algo natural en ella. El sexo sí. Era sexo hecho mujer. Lujuria andante, pasión, pecado. Entiendo que te hayas perdido en la espiral de deseo que era Marcia. Sabes bien que yo no soy muy religioso, pero creo en el karma, en el causa y efecto, y ella tuvo lo que con sus acciones se buscó.

—¿No lamentas ni un poco su muerte? —preguntó Aless, asombrado.

—Si lo piensas bien —contestó él—, morir en medio del clímax, dominada por el hombre que tanto disfrutaba someter, recibiendo placer y dolor a partes iguales, es una forma algo poética de morir. Marcia jugó con el diablo que ella misma era, y perdió.

—Si tan solo me hubiera detenido a tiempo, si me hubiera dado cuenta de qué se ahogaba... —¿Cómo era posible que después de vivir una experiencia así, Alessandro continuara con las prácticas sádicas? Era como si lo que realmente lo excitara fuera saberse con el poder de decidir sobre la vida de los otros. ¡Mientras más oía, más lejos me sentía de él!

—No murió de asfixia. Tú no la mataste. —Trató de convencerlo el hombre, aunque yo estaba de acuerdo con Aless en que él sí era culpable—. Sufría de epilepsia, tenía dos tipos diferentes de cardiopatías y nunca se cuidó, vivía al límite, le gustaba coquetear con la muerte. —Quizás era eso lo que también le gustaba a él.

—Eso no me exime de la responsabilidad. Ni siquiera pude despedirme. No debí permitir que me alejarais de aquí el tiempo que estuvo en coma. —Eso quería decir que ella no había muerto de inmediato. Algo me decía que aún quedaban cosas horribles por descubrir.

—Fue lo mejor. No quería que te vieras envuelto en un escándalo, eras un chico con un futuro brillante, con un imperio que heredar. No podías malograrte.

—Pero lo hice —replicó él—. No he vuelto a estar bien, no he podido superarlo. A veces creo que nunca podré. —Su voz ahora tenía un tono sereno, reflexivo, como quien analiza un hecho inmutable.

—Déjame ayudarte, Sandro. Vente conmigo a Barcelona. Te sentará bien alejarte un poco de este lugar. —No podía irse a Barcelona, ahora que yo también regresaría a casa. Necesitaba poner distancia entre los dos.

—Tengo asuntos que atender aquí —dijo él, recuperando su tono de magnate—. Huir no va a ayudarme. Debo aprender a convivir con mi pasado, a controlar mis demonios.

—¿No sería más fácil que intentaras vencerlos?

—No me merezco ganar —sentenció, lúgubre, antes de dirigirse hacia la puerta.

Yo intenté salir corriendo, antes de ser sorprendida, pero al voltearme, me di de bruces con un colérico Matías. El impacto fue tan fuerte que caí al suelo. El cura sonrió satisfecho, al darse cuenta de que me había atrapado. Gritó la alerta en griego y, antes de que pudiera reaccionar, la puerta de las revelaciones se abrió y los dos hombres salieron al pasillo, acorralándome.

Desde el suelo, vi como la expresión de Alessandro mutaba desde el asombro hasta el miedo. Lucía aterrado, deshecho, como si yo lo hubiera sorprendido en el momento exacto en que su máscara caía, revelándome al verdadero monstruo.

—¿Es ella? —preguntó el desconocido, dirigiéndose a Aless.

Al mirarlo, quedé aún más confundida y perturbada de lo que ya estaba. Se trataba nada más y nada menos del mismo hombre que se había llevado a Luca del Orfanato días atrás, el mismo sujeto del que tanto había sospechado, y quien resultaba ser un vínculo entre Matías, Alessandro, y la... ¿madre? ¿amante? Ya no sabía bien como llamarla.

—¿Qué has hecho, Andy? —preguntó Aless, con el pesar inundando su voz.

¿Era en serio?

¿Era yo la que había hecho algo?

¿De veras estaba cuestionando mi indiscreción y mi curiosidad después del pasado oscuro que había ocultado de mí todo ese tiempo?

Me tendió la mano para ayudarme a levantarme, pero yo huí de su contacto y comencé a retroceder, a gatas, en el suelo, temerosa de hacer algún movimiento brusco, como si en lugar de hombres, me rodearan bestias peligrosas. Era así como me sentía: acorralada y a punto de ser despedazada por ellos.

Un poco más atrás de Alessandro, Matías mascullaba en griego, lo que me parecía un plan para liquidarme. El nuevo individuo solo me observaba, curioso, esperando una reacción que yo no terminaba de decidir.

—¡No te me acerques! —le grité a Aless cuando dio un paso hacia mí. En mi expresión ya no había amor, ya no quedaba lástima por su pasado. Solo había sobrevivido el horror por todas las infamias que se me habían revelado.

—No sé cuanto has escuchado, pero puedo explicarte. No todo es lo que parece...

—No tengo nada más que decirte, no quiero oírte nunca más, no soporto estar cerca de ti... —exclamé, nerviosa y agitada, mientras continuaba alejándome, tratando de encontrar el momento propicio para levantarme y correr.

El maldito sacerdote no me lo ponía nada fácil. No me quitaba la vista de encima y sus malignos ojos parecían querer silenciarme para siempre, para que no pudiera contar todo lo que había visto y oído.

—Levántate chica —intervino el tercer hombre. No había rudeza, pero sí autoridad en su voz—. Estás muy alterada. Pasa a la oficina, toma un poco de agua... —El cura protestó ante el amable ofrecimiento, pero el hombre lo silenció con una mirada fulminante.

Yo me levanté, temblando, e hice ademán de seguirlos dentro de la habitación, pero en cuánto sus alertas flaquearon, me volteé y eché a correr con toda la fuerza que me permitieron mis débiles piernas.

Corrí y corrí, sin detenerme a verificar si me estaban siguiendo. Al llegar al salón central, atestado de feligreses, me abrí paso a empujones, sin aminorar la velocidad.

La gente me miraba como si estuviese loca y la verdad era que ya no estaba segura de mi cordura. Era demasiada información para asimilar. El pasado de Aless era aún más espantoso que nuestro presente, y el miedo que ahora me inspiraba el hombre que había amado, era algo de lo que nunca podría recuperarme.







***
Hello hello
Capítulo intenso y lleno de revelaciones 😨😖

¿Qué creéis del pasado terrible de Alessandro?

Después de todo esto, será muy difícil para Andy perdonarlo.

Pero veremos qué pasa, aún faltan un par de capítulos para el final, y las emociones fuertes continúan.

Sigáis leyendo que el siguiente está más fuerte 🥴
¡Os quiero! 🥰😘

Este capítulo está dedicado a JennyTrujillo_94 la única que vio venir el asunto con la madre 😉😘

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