Capítulo 41
17 de noviembre.
Siempre acababa llorando en los aeropuertos. Quizás las turbulencias de los días pasados me habían vuelto demasiado sensible, pero abrazar a Roberto en la puerta de embarque dolió tanto como la primera vez, cuando me dejaron sola en aquella isla que ilusamente había escogido para recomenzar.
Casi tres meses habían pasado, y lejos de sentirme renovada y feliz, estaba más devastada que nunca antes, aplastada por el peso de mis decisiones y sin la voluntad de empezar de cero una vez más.
—Nos veremos en 10 días —Trató de consolarme él.
—Son muchos días. —Hice un puchero, sintiendo un Deja vu.
—Estarás bien. Eres más fuerte de lo que piensas. —Me apretó contra su pecho—. Sabes que solo tienes que llamar si me necesitas, y en muy pocos días estaremos los tres juntos, como siempre. —Besó mi frente.
—Es que sin ti no sé cómo voy a ocultarme de él. —Compuse una expresión acongojada—. ¿Quién va a protegerme? —Rober me miró como un padre mira a su hija más berrinchuda.
—No creo que debas ocultarte —Me aconsejó—. No eres una niña, Andy. No ganas nada jugando al gato y al ratón. Habla con él.
—No quiero, no quiero —Negué con la cabeza repetidas veces, intentando convencerme a mí misma—. No quiero volver a caer en sus mentiras.
—Andrea —Su voz sonó firme—, te estás comportando como una chiquilla inmadura. No tienes por qué hacer nada que no quieras, solo escucha lo que tiene que decirte, así tendrás todos los datos para tomar una decisión.
—La decisión está tomada. —Él suspiró, cansado.
—Vale, pero entonces no te atormentes más con lo que sucedió, quédate con lo bueno.
¿Había algo bueno?
¡Sí que lo había!
Mi relación con Aless no había sido tranquila ni convencional, pero, aunque había derramado muchas lágrimas, también había sido muy feliz.
Desde la primera vez que lo vi, supe que había algo diferente en él. Mi obsesión se volvió tan fuerte que no pude resistirme a su embrujo e hice cosas que nunca me había planteado antes. Fui a buscarlo sin importarme mi orgullo, sin pensar en nada, porque sentía la necesidad de ser suya, de sentirlo mío aunque fuera un instante.
Yo perseguí ese amor, lo obligué a quererme.
¡Dios! La primera vez que me dijo que me amaba sentí que el cielo se abría para mí. Él me quiso de esa forma tan suya, imperfecta y extraña, pero lo hizo con todo su ser. Estaba segura.
Lo que sentía yo era lo que ya no me quedaba claro.
—Oh là là! —Una voz melodiosa me sacó de mis cavilaciones. Me volteé para encontrarme con una morena preciosa, con un vestido rojo, el cabello negro recogido en un moño alto y una sonrisa seductora que llevaba naturalmente, como si hubiera nacido con ella.
Amelie.
La francesa me abrazó con tanta efusividad que por un momento olvidé mi pena y me contagié de su alegría.
Hay personas tan luminosas que su sola cercanía te hace un poquito más feliz. Son reservas de buenas vibras que todos deberíamos tener en nuestras vidas.
—Bonjour, mon amie! —Intenté con mi pésimo francés—. Que fais-tu ici?
—Ya me he aburrido de Grecia. —Ella hablaba español mucho mejor de lo que yo francés—. Prochain destination: L'Espagne
—Oh, Magnific! —Vale, Andrea, detente—. Este es mi amigo Roberto —Lo señalé—, vino a visitarme, pero ya se regresa a Barcelona.
Roberto estaba mudo, literalmente paralizado ante la belleza de Amelie. La miraba sin parpadear, con la mandíbula luxada y la expresión más patética que le había visto en los 15 años que llevaba de conocerlo. No pude contener una carcajada.
Ella, tan espontánea como de costumbre, lo saludó con dos besos en las mejillas.
—Enchantée, Rober —Él seguía mudo, pero ahora parpadeaba sin cesar. Era hilarante, aunque lo comprendía, pues yo también había quedado impresionada cuando la vi por primera vez.
—Je suis ravi de te rencontrer. Comment tu t'apelles, belle?
Había olvidado que uno de los 4 idiomas que hablaba Roberto era el francés. Ella se quedó tan maravillada como yo por su excelente pronunciación y por la mirada intensa y seductora con que Rober escaneó su cuerpo, haciendo subir los colores a su rostro.
Sí que se recuperaba rápido.
—Je suis Amelie. —Ella se acarició el pelo y le dedicó una caída de pestañas. Yo comencé a sentir que sobraba.
—Et où vas-tu en Espagne?
—Barcelona —Dijo la palabra en un susurro sedoso que casi parecía una promesa.
—Excelente, viajan juntos entonces —dije yo, para que recordaran que estaba allí—. Estoy segura de que a Rober le encantará enseñarte la ciudad.
—Oh, je connais cette ville —Lo miró a él y sonrió—. Pero estoy segura que Rober puede enseñarme muchas cosas interesantes. —¡Qué envidia poder coquetear en varios idiomas!
—Por supuesto —Terció él e incluso me pareció que le guiñaba un ojo.
—Bueno, cariño, yo me marcho ya. Te dejo en buenas manos. —Le di un abrazo—. Me gustó mucho conocerte, Amelie. —Besé a la chica en la mejilla—. Espero verte de nuevo.
—Bien sûr —respondió—. Te debo un viaje a Francia.
Me marché y dejé a los tórtolos de lo más entusiasmados, conversando. Roberto estaba tan absorto en Amelie que ni siquiera me hizo sus clásicas recomendaciones de hermano mayor. Yo sentí un pelín de celos, pero en el fondo me alegraba por él, por los dos.
Tras cinco minutos esperando un taxi en medio de una multitud de turistas, decidí comenzar a andar. Estaba a por lo menos 3km del centro, pero llevaba algunos días sin ejercitarme así que me vendría bien la caminata.
La música que sonaba en mis auriculares me hizo el trayecto mucho más sencillo y me ayudó a reflexionar sin interrupciones sobre los últimos meses. Pude enumerar y detallar en mi mente cada una de las veces que había metido la pata, cada uno de los pasos que me habían llevado a donde estaba.
No supe que era tan impulsiva hasta que la vida me puso en circunstancias inesperadas y, al ver cómo había reaccionado a ellas, no veía por ningún lado la razón o la sensatez. Era la máxima expresión de un temperamento sanguíneo, que actuaba sin detenerse a pensar, que se apresuraba y se equivocaba mucho, pero, en el proceso, también aprendía.
Había aprendido tanto en tan poco tiempo. Había aprendido lo dañinos que pueden ser los prejuicios y las terribles consecuencias de las conclusiones anticipadas. Había conocido una parte de mí que no sabía que poseía, me había liberado de tantas maneras distintas, había disfrutado conociendo mi propio cuerpo, descubriendo mis límites, dinamitando el placer y el dolor dentro de mí. Pero también había sacrificado mi autonomía por alguien más, alguien a quien... ¿amaba?
Por suerte o por desgracia también había aprendido a no asumir con tanta facilidad el amor, a no confundirlo con la pasión y el encantamiento del inicio. Porque muchas veces los sentimientos más intensos e impetuosos son los que se desvanecen con más facilidad.
El ardor de la llama es proporcional a la velocidad con la que se consume la vela.
No debía ser siempre así. Esperaba que no lo fuera. Pero al menos en mi caso, que todo había sido tan caótico, absoluto, visceral, extremo desde el comienzo, el final se había precipitado con abrumadora rapidez.
Pensaba en el final con una nostalgia que poco a poco dejaba de ser tristeza, con dolor pero sin arrepentimientos, porque a pesar de lo feo que todo había terminado, a pesar de las heridas físicas y emocionales que había sufrido, por nada del mundo elegiría borrar esa parte de mi vida.
Alessandro era alguien único, extraordinariamente fascinante, y jamás hubiera preferido dejar de conocerlo. El mundo que descubrí con él estaba segura que nadie más hubiese podido enseñármelo.
E incluso la peor parte: la traición, también me había ayudado.
Cuando llegué a él, aún estaba rota, cargaba una autoestima pisoteada, era la sombra de una mujer. Quise tapar el sol con un dedo. Me aferré a la ilusión, al entusiasmo, tan natural en todo lo que inicia. Me lancé de cabeza a la piscina de voluptuosidad y placer que él creó para mí. Quise desquitarme por el tiempo perdido, reconciliarme con mi pasado, pero olvidé hacerlo conmigo. Olvidé que debía aprender a quererme antes de estar lista para querer a alguien más de nuevo. Me entregué a lo que él me hacía sentir. Eso no fue mentira. Fue capaz de revolucionar mi mundo sin siquiera intentarlo. Pero su amor no me hizo mejor, no me ayudó a recuperar mi confianza. Al contrario, achicó más mi amor propio.
Y, finalmente, cuando me mintió, una mentira que de alguna manera llevaba esperando desde el comienzo, me hizo entender que la única responsable de mi felicidad debía ser yo misma.
Debía parar de sentirme culpable por las cosas que hacían los demás.
Dos hombres me habían engañado, pero eso no significaba que estaba acabada. Solo eran lecciones. Mi vida continuaría y sabía que algún día conocería a alguien capaz de valorarme y quererme de la forma correcta.
Casi había conseguido alinear mis chacras cuando una nube negra, encima de mi cabeza, descargó un torrente tan repentino y violento que parecía querer representar todas las lágrimas que había contenido alguna vez.
Aceleré el paso, intentando encontrar donde refugiarme, pero fatídicamente me encontraba en la parte más desolada del tramo. Las gruesas gotas quemaban mi piel, eran tan frías que me hacían temblar.
"Mejor te regresas caminando". Otra decisión maravillosa, Andrea.
Cuando mi aspecto no podía ser más patético, un Audi gris se detuvo a mi lado y el cristal polarizado bajó, dejándome ver a una chica rubia de expresión amable tras sus lentes de sol.
—Sube, te adelanto. —Yo no lo pensé dos veces.
Entré a la parte trasera del auto, chorreando, y con la ropa helada pegada a la piel. A pesar de que la calefacción me ayudó a dejar de tiritar, estaba segura de que iba a resfriarme.
—Voy a dejarte el coche perdido —Me preocupé, al ver los asientos empapados.
—Tranquila, no pasa nada —dijo ella en un hilillo de voz que se me hizo extrañamente familiar.
Me incorporé como un resorte y la miré, a través del espejo retrovisor. Llevaba lentes a pesar de lo oscuro que estaba el día. Los labios finos sin maquillaje estaban fruncidos en una mueca nerviosa y el cabello recogido en una coleta no era rubio, como había creído al inicio, sino castaño claro. Aparentemente estaba atenta a la carretera, pero de vez en cuando, sus ojos, ocultos por el cristal de los lentes, encontraban los míos en el espejo, para esquivarlos tan rápidamente que no me dejaba descifrar de dónde me sonaba.
—Tu cara me es familiar —Acabé diciendo, pues no quería quedarme con la duda—. ¿Nos conocemos?
Ella sostuvo mi mirada por unos segundos en los que todo se volvió repentinamente claro. Luego volvió a mirar al frente, al tiempo que me respondía lo que ya había descubierto yo solita.
—Nos conocimos en Halloween.
WTF?!
Las coincidencias en mi vida eran sinónimo de locura y fatalidad. Entre tantos habitantes que tenía Corfú, entre tantos coches que habían pasado por mi lado, tenía que haberme cruzado justamente con la amante de Alessandro.
Vale, no tenía pruebas de que fuera ella. Pero su actitud en la fiesta y el mensaje firmado con la W, que coincidía con la inicial de su nombre eran suficientes razones para mi desbocada imaginación.
No había muchos nombres de mujer que comenzaran con W.
Tenía que ser ella.
—Detén el auto —exigí.
—Está diluviando —argumentó.
Su voz se escuchaba débil, pero sorprendentemente no vacilaba, ni tampoco estaba fingiéndose inocente.
Sabía que yo lo sabía.
—¿Qué quieres? —Ya había dejado de creer en las casualidades.
—Hablar contigo.
Lo que me intrigaba era la forma en que me había encontrado.
Cuando me fui de casa de Alessandro, no le di ninguna explicación. El celular, cambiado de lugar, con el mensaje de su sumisa en pre visualización, era suficientemente esclarecedor. No me había ido con Rober, ni con María y David. Renté una habitación en un hotelito lejos del centro y no le di la dirección a nadie, ni siquiera a Teresa. Hice todo lo posible para que él no averiguara mi paradero. No había contestado ninguna de sus llamadas, pues sabía que me saldría con su acostumbrada palabrería inteligente que podía hacer tambalear mi voluntad. Tenía la capacidad de embaucar a cualquiera con sus astutos argumentos. Había caído tantas veces que, más que miedo, sentía repugnancia de mi misma por lo débil que me volvía cuando él estaba cerca.
Era un hombre de recursos, su poder se extendía más allá de lo que alcanzaba a imaginar, pero el que hubiese involucrado a su amante en su intento de manipularme era demasiado turbio, hasta para él.
—Te ha mandado él, ¿cierto? —Ella negó con la cabeza.
—Él no sabe nada. Estoy aquí por mi cuenta. —Continuábamos hablando a través del espejo. El cielo era un amasijo de grises que solo prometía empeorar.
¿Las cosas podían seguir empeorando?
—Oh, no sabía que tenías permiso para actuar por tu cuenta —dije, destilando veneno—. Cuidado y tu amo no te castigue por atreverte a pensar.
La habilidad para transformar el dolor y la decepción que sentía en hiriente cinismo era algo completamente nuevo en mí. No me gustaba nada, pero cuando comenzaba, no sabía cómo detenerme.
Otro de los indeseables rezagos que me había dejado mi experiencia en Corfú.
—Lo hará —contestó a mi ironía con sinceridad—. Cuando sepa lo que he hecho, no podré sentarme en una semana.
Dijo aquello como si fuera lo más normal del mundo. Era evidente que los "castigos" de los que hablaban los textos sobre BDSM y que a mí me parecían tan ridículos e inaceptables, eran algo común en el día a día de esa chica.
¡Qué lejos estaba de comprender ese mundo!
—¿Qué es lo que quieres de mí? —Seguía sin entender sus intenciones—. Ya lo he dejado, tienes el camino libre. Me he marchado para siempre y, por desgracia, no he logrado escapar ilesa, pero al menos me fui antes de acabar como tú. —Ella se quitó los lentes, dejándome ver unos ojos marrones llenos de tristeza.
—En eso tienes razón. —Una vez más, me sorprendí—. Para mí ya es muy tarde. Yo no consigo vivir sin él, lo he intentado, lo he intentado con todas mis fuerzas, pero es inútil. Lo quiero, lo necesito. —Cualquier sentimiento beligerante que pudiera tener por esa pobre chica se esfumó y solo quedó la lástima. La lástima y el alivio por haberme alejado a tiempo—. Ya me marché una vez —continuó—. Tuvimos un accidente en la suspensión y acabé muy mal. —Me contó—. Supongo que mi mente tampoco volvió a ser la misma.
Entonces, recordé.
—¿Eres tú la chica de la que me habló Claus? —¡Oh, por Dios! ¿Cuán antigua era esa relación? —. La que terminó en el hospital con hematomas y costillas rotas? —Wendy asintió.
—Para los novatos, la suspensión puede ser muy peligrosa. Requiere un alto grado de confianza y comunicación. Yo creí que estaba lista, pero una vez en el aire, entré en pánico y comencé a moverme descontrolada. Me hice mucho daño antes de que él pudiera bajarme, el mecanismo falló, caí con demasiada velocidad y me golpeé contra el suelo. Las lesiones de las costillas y del nervio radial fueron lo del menos. La experiencia fue tan traumática que, hasta hoy, no consigo acercarme a las cuerdas. —Wendy había detenido el auto en un callejón, pero aún me hablaba a través del espejo—. Después de eso me alejé. Regresé a Barcelona e intenté tener una vida normal. Comencé una relación vainilla con un chico estupendo, que me quería, me cuidaba, pero... no era él. —En ese momento temí por mí, tuve miedo de haber desarrollado ese grado de dependencia. ¿Conseguiría yo desintoxicarme de él?
—¿Cuánto tiempo? —pregunté—. ¿Cuánto tiempo llevas envuelta en esa relación, o como sea que llamen a lo que tienen?
—Más de cinco años. —¡Oh por Dios! —El incidente del que te hablo ocurrió al inicio de lo nuestro, apenas llevábamos unos meses juntos. Él aún vivía en la mansión con Claus. Casi lo acababa de conocer y ya había conseguido marcarme de forma irremediable. —Me vi en ella. Él también me había marcado profundamente en un tiempo récord, pero yo no podía permitir que fuera para siempre—. En ese momento, no era consciente del poder que ejercía en mí. Creí que con el tiempo y la distancia de por medio acabaría superándolo. Pero no pude estar más equivocada. Viví en Barcelona casi dos años, pero cada vez que él iba por negocios a la ciudad, solo tenía que mandarme un mensaje y yo corría a su encuentro, me volvía a poner a su merced. Siempre he sido un juguete en sus manos. Ha podido hacer conmigo lo que quiere desde el inicio, y si no me ha hecho más daño —A mí ya me parecía bastante— es porque, en el fondo, sé que me quiere.
—¡¿En el fondo te quiere?! ¿En serio? —Yo estaba escandalizada—. ¿Cómo puedes conformarte con algo así?
—Porque yo sí lo quiero a él. Lo quiero más que a mí misma. —¡¿Cuán triste era eso?! —Cuando me di cuenta de que estaba siendo injusta con mi pareja, que no era sincera sobre lo que sentía, me marché de España. Cuando volví, intenté hacer las cosas diferente. Quise que fuéramos solamente amigos. —Sí claro—. Por mucho tiempo funcionó. Yo solo quería estar cerca de él, no me hacía falta el sexo y él lo conseguía en otros sitios, así que nuestra relación marchaba de maravilla. Nunca me había sentido tan feliz. Él se preocupaba por mí, lo hacía de verdad, aunque ya no le daba nada a cambio. —¿Tu devoción infinita te parece nada?—. Me ayudó muchísimo . Yo soy decoradora de interiores, y con la inmobiliaria Christou no me faltaba el trabajo.
—También decoraste su casa, ¿verdad? —Recordé el columpio de florecitas, la repisa de velas, la disposición tan femenina del espacio.
—Sí, todas sus propiedades. —Siempre estuvo en tu cara, Andrea—. Fuimos haciéndonos más cercanos cada día. Éramos amigos de verdad. Yo volví a salir con chicos. Sentía que ya no estaba atada a él románticamente, pero aún lo quería en mi vida. Aunque claro, creía que el deseo de tenerlo cerca se debía al cariño que le profesaba, a lo bueno que era conmigo. Pensaba que era una elección, no una necesidad. —Hizo una larga pausa en forma de suspiro—. Pero llegaste tú.
—¿Yo que tengo que ver? —Me
Encogí de hombros. Ella abrió la puerta del coche y salió, invitándome a seguirla.
Había dejado de llover y un arcoíris se asomaba detrás de unas nubes negras. La seguí hasta un café, a unos metros de donde habíamos estacionado. Ese extraño paréntesis me resultaba muy incómodo, pero el chocolate caliente que ordené me vino muy bien para entrar en calor y calmarme un poco. Vista de cerca y sin todo el maquillaje de Halloween, Wendy poseía una belleza sencilla, natural y algo desarrapada. Me recordó a mí misma cuando era adolescente. Aunque ella no era tan joven, debía rondar los 30 años. Era su dulzura la que la hacía parecer menor, hasta que la mirabas a los ojos y descubrirías cuan rota estaba.
Yo no conseguía odiarla, ni siquiera el rencor afloraba en mi pecho. En su historia había algo que no me cuadraba, y era precisamente que no entendía el por qué me contaba todo eso. No veía a dónde quería llegar. Pero mi curiosidad era más fuerte. Quería seguirla escuchando.
Ver a Alessandro a través de otros ojos, mediante la perspectiva de alguien que lo quiso tanto o más que yo, me resultaba infinitamente interesante.
—Cuando tú apareciste, él dejó de buscarme. —Después de acabar su té, ella continuó el relato—. Se acabaron los almuerzos juntos, ya no me llamaba para desahogarse de las tensiones del día, hasta dejó de encomendarme trabajos. Yo no entendía que pasaba, estaba desesperada, necesitaba averiguar que había cambiado, así que fui hasta a su casa. Yo tengo la llave. —Aquello se ponía cada vez más perturbador—. No pude ser más inoportuna. Desde el salón, los vi en la piscina. Se besaban y reían como una pareja normal. No habían cuerdas, no habían esposas ni látigos. Él no parecía querer dominarte, tú no actuabas ni remotamente como una sumisa. Pero lo peor fue que él se veía feliz contigo, de esa forma tan aburrida y convencional. Le gustabas, eras suficiente para él, y eso... eso me rompió. —Ella había sentido lo opuesto a mí. Yo constantemente creía que lo que yo le daba a Alessandro no era suficiente, que él siempre había necesitado más.
—¿Contigo nunca tuvo sexo vainilla? —pregunté—. ¿No eran pareja? —Ella negó con la cabeza.
—En el poco tiempo que salimos como pareja, hace años, nunca tuvimos algo como lo que vosotros teníais. Siempre hicimos las cosas a su modo. Y, en el sexo, jamás nos salíamos de los roles. No éramos pareja, solo "top" y "bottom" —Yo recordaba los términos de mi investigación sobre el BDSM, y no era más que una forma fancy de decir "activo" y "pasivo", aunque en esos juegos se llevaba al extremo.
—Pero si ya no estaban juntos, si ni siquiera follaban y dices que hasta salías con otros hombres y habías comenzado a superar la parte romántica, ¿por qué te molestó tanto que estuviera conmigo?
—Porque fue ahí cuando comprendí que no lo había superado. —Me explicó—. Ese día lloré durante horas. Estaba devastada. Pero lo que más me molestaba eras tú. No entendía qué tenías que te hacía tan especial como para que él fuera diferente contigo. Por eso empecé a seguirte.
WTF?! Locaaaaaa...
—¿Me seguías? —Yo no daba crédito. ¡En que nido de locos vine a caer!
—Vi lo mal que te comportabas, como coqueteabas con otros hombres, te gustaba sentirte el centro de atención, eras vanidosa, egocéntrica, promiscua. —Yo comenzaba a cambiar de idea sobre lo bien que me caía esa chica. ¿Qué se había creído?!—. Te acostabas con otros, flirteabas con cualquiera, incluso con su hermano. No lo merecías. No merecías su amor, pero por más que se lo decía, él no era capaz de verlo. Estaba hechizado por ti.
—¿Se lo decías?! —¡Será zorra! Era por eso que Alessandro parecía conocer cada uno de mis pasos—. Eres una mujercita envidiosa y miserable. —Le espeté, rabiosa.
—Estaba celosa. —Intentó excusarse—. Me volví muy tóxica, me obsesioné con él, contigo, quería que se diera cuenta de que no eras lo que él pensaba, quería vengarme. Por eso convencí a John para que publicara el video en internet. —WTF?!—. Él es amigo de mi hermano. Un día los escuché riendo en casa, mientras miraban algo en el celular de John. Me acerqué por detrás y vi que eras tú. No podía entender como Alessandro estaba tan encaprichado con semejante puta. —Me levanté, dispuesta a darle una bofetada, pero me contuve porque sabía que aún no llegábamos a la parte que más me interesaba.
—¡Habla de una vez! —grite y los pocos clientes del café se voltearon a mirarnos. Hice un esfuerzo y me senté—. ¡Dime que diablos quieres conmigo! ¿Por qué me dices todo esto? —Gruñí, esa vez en voz más baja—. ¿Qué puede importarme ya que me desprecies o que él me haya engañado contigo? Yo ya me alejé del turbio mundo en que los dos decidieron vivir. Yo decido salirme. Lo que hace a esta puta egocéntrica superior a ti —Le solté toda la rabia que me habían causado sus palabras— es que yo aún tengo la capacidad de decidir sobre mi vida. Elijo no vivir a la sombra de un hombre que me ha causado más mal que bien, me elijo a mí por sobre la relación enfermiza a la que tanto aspiras. —Ella bajó la cabeza, fingiéndose apenada.
—Lo siento. —¿De verdad se estaba disculpando?—. Me apresuré a juzgarte, me cegaron los celos. —¿De qué manicomio se había escapado esa loca?—. No sabes como me arrepiento de lo que hice. Por mi culpa Alessandro terminó en el hospital, casi muere. Nunca me lo hubiera perdonado. —Comenzó a sollozar entre espasmos—. Yo no sabía que John andaba en drogas, no sabía que se atrevería a enfrentarlo. Nunca quise hacerle daño.
—Tus disculpas no valen nada para mí. —Le escupí—. Eres una egoísta y una enferma. No estás bien. Él tampoco lo está, pero al menos conseguí que comenzara a aceptarlo y se atreviera a buscar ayuda. Te recomendaría lo mismo a ti, pero la verdad es que lo que te suceda no me importa. —Quise marcharme, estaba harta.
—Cuando vi como lo cuidabas —Ella continuó, ignorando que me había levantado—, como te quedaste a su lado tantas noches en el hospital, como sufrías por él, entonces supe que de verdad lo querías, y me aparté.
—¿En serio? —Regresé y la encaré, con la voz cargada de cinismo—. No sabía que apartándote de alguien consigues contagiarle una ITS. —Otro par de cabezas se giraron y me obligué a bajar la voz.
—No te mentí. Desde que regresé no me había vuelto a acostar con él. Luego de que aparecieras ni siquiera nos veíamos como amigos. Yo pasé los peores días de mi vida, pero acepté que contigo era feliz, me resigné. Hasta que un día...
Habíamos llegado al kit de la cuestión.
—Una mañana, él me llamó de nuevo. Mi corazón estaba vibrando de alegría. Quise resistirme pero sabía que era inútil. Quedamos en mi casa y allí, después de tanto tiempo, volví a ser suya. —Sus palabras me dolieron más de lo que había esperado—. Él estaba muy contrariado. Al parecer, tú habías llegado borracha la noche anterior y habías hecho una escena. Eres bastante impulsiva. —¿Descubriste el agua fría? La miré mal—. Él estaba dolido, confundido y me usó para desahogar toda su impotencia. —Compuso una expresión acongojada—. Yo sabía que solo me usaba, pero mi deseo de estar con él era más fuerte.
—Me dais asco, me dais tanto asco los dos. —Yo ya no quería escuchar más.
Recordaba bien esa noche. Fue la noche en que me pidió que me fuera, pero también la noche en que me confesó su amor de la forma más bonita e inesperada. Pero ahora sabía que esa noche, cuando me dijo que yo era su felicidad, cuando me besó con una ternura que había fabricado solo para mí, venía de estar con otra.
Sentí deseos de vomitar.
—No sabes lo afortunada que eres. —¿De qué habla esta ahora?
—¿Soy afortunada porque mi novio me dijo que me amaba el mismo día que se agenciaba una amante? Las mentiras son lo que más odio sobre la faz de la tierra.
—No nos volvimos amantes. —Yo arqueé una ceja—. Fue una única vez. Yo quise seguir, por supuesto, pero él se negó a verme. Ya ni siquiera contestaba mis llamadas. Para mí fue como tocar fondo. —Me costaba creerle, pero lucía tan devastada como solo alguien a quien le han roto el corazón muchas veces puede estar.
—¿Y la clamidia? —pregunté—. ¿Quieres hacerme creer que por un único contacto se contagió?
—Supongo que fue mala suerte —Se encogió de hombros—. Alessandro siempre se protegía conmigo, pero ese día llegó tan ofuscado que lo olvidó. Yo no dije nada porque anhelaba sentirlo, quería que me poseyera de verdad, que me llenara con su semilla. —Vale, basta—. No me gusta usar condón, la sensación no es la misma, pero al final esa irresponsabilidad me pasó factura.
—A ti y a otros —la corregí, llena de rencor.
—Lo sé. —Bajó la mirada—. No sabes cuánto lo siento. Alessandro nunca va a perdonarme. —Eso parecía ser lo único que le importaba.
—Él no tiene que perdonarte nada. —Traté de hacerle ver—. Fue irresponsable, la culpa es suya, es él quien no pensó en las consecuencias cuando se decidió a engañarme y a usarte de forma tan despreciable. Ahora está recogiendo el resultado de sus elecciones. Todos lo estamos haciendo. —La historia parecía haber llegado a su fin y yo seguía sin entender nada—. ¿Por qué? ¿Por qué me dices todo esto ahora?
—Podría decirte que lo amo tanto que solo quiero que sea feliz, aunque no sea conmigo. Pero eso no es cierto. —Sí, esa frase a mí también me parecía muy falsa—. Es mi felicidad la que me preocupa y se que con él nunca seré feliz. Sé que no me quiere y no va a quererme jamás, pero mientras exista una posibilidad de que me busque de nuevo, yo no dejaré de esperarla. Siempre estaré aguardando que vuelva a mí.
—¿Por qué me cuentas tus problemas? —Ya mi tono era todo menos amigable.
—Necesito que sea él quien me exilie de su vida para siempre, quien acabe con toda posibilidad de un reencuentro, quien aniquile el "quizás". —¡Qué poética se estaba poniendo—. Y la única manera de que eso ocurra es si está contigo. Solo tú lo has hecho cambiar. Solo contigo es feliz, solo a ti te sabe amar —WTF?!
—Quien ama no hace lo que él hizo —riposté.
—Andrea, por Dios, solo tuvo un desliz, un pequeño desliz y todo fue a causa de no saber cómo estar a tu lado, porque no cree ser lo suficientemente bueno para ti, porque no sabe como no perderte. Nunca ha tenido que preocuparse antes por eso, porque nunca ha tenido nada que le importase perder. —Vale, me gustaba oír aquello, pero aún así no era suficiente.
—No voy a sacrificarme para que tú puedas escapar —respondí a su súplica—. Si no eres capaz de alejarte, busca un psicólogo, múdate al Polo Norte o ríndete y sé su juguete para siempre, pero ya yo cerré este capítulo de mi vida. No hay vuelta atrás. —Ella me miró con un desprecio infinito. Se levantó y, cual si yo fuera un monstruo, me señaló con horror mientras me acusaba.
—¡Tú no lo amas! Lo acusas de mentirte y eres tú la que lo ha engañado. —El asombro y la repugnancia crecían en su mirada—. ¡No puedo creerlo! Interpretaste muy bien tu papel de niña buena. Nos tenías a todos engañados. —¿Qué todos? Deja de hablar en plural—. Él se enamoró de ti porque tú lo engatusaste y ¿ahora lo dejas?!
—Tengo demasiadas razones para dejarlo, pero ninguna de esas razones es de tu incumbencia. —Me molestaba que me quisiera pintar como la mala.
—No me equivoqué sobre ti. —Comenzó a retroceder como si mi cercanía le resultara tóxica—. No lo mereces. ¡Márchate de una vez de esta isla y déjanos en paz!
Eso es lo que pensaba hacer, loca.
Luego de su arranque, Wendy me dio la espalda y se alejó, dejándome en aquel sitio remoto, sin tener idea de que demonios había sucedido.
***
Uff!
¡Cuántas palabras!
🤪😁
Se que esta vez si que he tardado mucho, pero lo he compensado con un 2x1.
Este capítulo es tan largo porque estaba pensado para suceder en dos partes, pero al final me he dejado llevar.
Y bien,
¿Qué os parece la tal Wendy?
Intensa, verdad?
Veremos que es lo siguiente que hará nuestra Andy, tal parece que está decidida a dejar a Aless, pero sé que muchos pensais que debe darle otra oportunidad.
¿Será que la merece?
🤔
Dejad vuestros comentarios
😉
El final llega en un tris tras...
XOXO
😘😘😘
Para los que os gusta imaginaros a los personajes, aquí os dejo mi visión de Wendy
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