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Capítulo 35


5 de noviembre.

Tenía los músculos entumecidos, comenzaba a hacer frío y me picaba la nariz, pero me obligué a no moverme de la mesa.

Todo había quedado perfecto.

La música era ideal. Había creado una play list con una selección de sus canciones favoritas que iban desde melodiosos instrumentales hasta animadas canciones de rock. Las había ordenado, adivinando cada momento de la velada, a partir de mi planificación. La música debía ser suave y dulce al comienzo y más movida después, cuando los ánimos comenzaran a caldearse.

La iluminación era la justa para permitir una buena visión de cada detalle sin que se estropeara el ambiente íntimo.

Nunca había preparado sushi antes, pero era la comida predilecta de Aless, él adoraba todo lo que provenía del mar, así que me esmeré en hacerlo lo mejor posible.

Pero más que los rollitos de salmón, sabía que lo que más impacto causaría sería el recipiente en donde los había colocado: mi cuerpo desnudo.

Alessandro odiaba sus cumpleaños. Era comprensible, puesto que coincidía con el aniversario de la muerte de su madre biológica. Lejos de celebrar, solía trabajar más que nunca para olvidar lo que el día tenía de especial. Pero yo me negaba a que la fecha pasara desapercibida. Quizás para él no fuera un día feliz, pero para mí sí lo era. Yo sí me sentía agradecida de que Alessandro Christou  estuviera vivo y formara parte de mi mundo. Estaba dispuesta a hacer todo lo posible para que finalmente se sintiera amado, valioso, importante, para que entendiera lo mucho que significaba para mí.

Pero, ¿qué le regalas a alguien que lo tiene todo?

Lo material estaba completamente descartado. Él podía comprar cualquier cosa que quisiera y nada con un precio tendría para él verdadero valor.

Cocinarle era una buena opción. A mí se me daba bien cocinar y a él le gustaba mucho comer, así que probablemente me agradecería el gesto, pero había cocinado para él cientos de veces, lo hacía casi cada día. Para que fuera especial, debía incorporar algo más.

¿Qué le gustaba más que comer?

Pues sí, justo eso.


Así que le prepararía todo un espectáculo, el juego más sensual que fuera capaz de imaginar. Me volvería un objeto para su placer. Dejaría que hiciera conmigo todo aquello que quisiera, pero lo haría de manera consciente y voluntaria, asegurándome de disfrutarlo yo también.

Escuché abrirse la puerta de la entrada y sonreí, segura de que él sonreía también. Sabía que lo había sorprendido. Ni siquiera lo había felicitado en la mañana, cuando nos despedimos. Él no me había dicho que era su cumpleaños, pero una chica tiene sus recursos, y hacerme amiga de su mejor amiga había sido una excelente idea.
Laura me había propuesto organizar una fiesta sorpresa, pero yo sabía que Aless odiaría esa clase de imposición. Ya había cumplido con su cuota de interacción social, participando en Halloween. Otra fiesta en menos de una semana sería pedir demasiado.

Le había dicho que estaba preparándole una sorpresa más íntima. Ella había entendido al instante, accediendo además a dejarnos solos en casa.


Alessandro se acercó, arrastrando los pies, y observó con deleite la mesa humana que yo había servido especialmente para él.

Me había acostado sobre un mantel azul con olas pintadas. Mi cabello se abría, cual corona, sobre mi cabeza, adornado con estrellas de mar. El cuerpo desnudo estaba vestido con porciones de sushi que creaban un apetitoso traje. Pechos y sexo estaban cubiertos por sendas conchas con afrodisíacas ostras que esperaban ser sorbidas por sus labios. Con la salsa que, dicho sea de paso, me había quedado deliciosa, había dibujado sobre mi abdomen, con dificultad:
"χαρούμενα γενέθλια" que significaba feliz cumpleaños en griego.

Alrededor de mi cuerpo, bordeando la mesa, había colocado una cuerda, "la cuerda" con que me había hecho el Shibari y, dispersos sobre el mantel, también estaban algunos de sus juguetes favoritos: esposas, un par de látigos, vibradores y pinzas.

Mi regalo para él sería un pack completo de todos sus fetiches y mi cuerpo a su merced para poder disfrutarlos.

Metida como estaba en el papel de objeto, mantuve el rostro serio, impasible incluso cuando él me acarició, parsimonioso, y mojó sus dedos en la salsa para llevarlos después a la boca y chupar, lenta y tortuosamente.
Luego notó la cuerda y examinó los nudos que me había encargado de aprender a hacer para darle un toque más estético. Su sonrisa se ensanchó y mi Andrea interior dio un salto mortal, sabiéndose victoriosa.

—Es el mejor cumpleaños de mi vida —dijo y yo sonreí, incapaz de ocultar por más tiempo lo feliz que me hacía complacerlo.

Desapareció de mi vista y, por unos instantes, me asusté, creyendo que me dejaría allí tirada, pero estaba bastante segura del efecto que había causado en él. La duda se disipó por completo al verlo aparecer de nuevo, completamente desnudo, restregando sus manos recién lavadas, con el cabello recogido en un moño y una servilleta atada alrededor de su cuello.

—Para asegurarme de no manchar —me explicó con una sonrisa traviesa, señalando la servilleta.

Comenzó probando la anguila con arroz y se relamió de gusto.

—Gran trabajo, chef —Me felicitó, depositando un suave beso en mis labios.

Se sirvió una copa de vino blanco y se sentó a la mesa. Literalmente, se sentó a comer como si fuera lo más natural del mundo. Sus constantes y poco habituales sonrisas probaban que estaba disfrutando mucho de su cena y de toda la experiencia.

Entre bocados, me pellizcaba un pezón o jugueteaba con mi clítoris. Yo debía hacer un gran esfuerzo por no moverme ante sus caricias, pero me mantuve en personaje todo el rato.

Cuando hubo terminado con todo excepto las ostras, se levantó y me observó complacido.

Tomó la cuerda y ató mis miembros a las patas de la mesa. Usó unos nudos especiales que combinaban todas las ataduras en una misma línea, tensado la cuerda al máximo y dejándome completamente inmóvil y expuesta. Era la mujer de Vitruvio versión horizontal. Me sentía como una res, a punto de ser abierta en canal por un carnicero.

A continuación, se subió encima de mí. Comencé a temer que el mueble no resistiera nuestro peso y que mi cara terminara aplastada en el suelo, pero Alessandro no parecía preocupado en lo absoluto. Avanzó hasta mi boca y me besó con tal pasión que me dejó sin aire, pero yo lo anhelaba tanto que olvidé mi interpretación de objeto inanimado y le devolví el beso con un hambre voraz. Al separarnos, desató la servilleta que llevaba en el cuello y, enrollándola, me la colocó como antifaz.

Era la primera vez que me vendaba los ojos y aunque no verlo significaba una tortura, pensé que de esa forma podría sentir con más intensidad todo lo que me haría.

Devolvió su atención a los alimentos que aún quedaban en mí. Comenzó a sorber las ostras y mis pechos al mismo tiempo, alternando la labor de sus labios. Mordía mis pezones con saña, como si estuviera confundiéndolos con un trozo de salmón y quisiera comérselos también. Cuando el dolor era demasiado y el eco devolvía mis gritos, él lo aliviaba con el suave jugueteo de su lengua que sanaba la carne torturada.

La salsa de mi abdomen fue todo un éxito en su consideración. La lamió con tal glotonería que el cartel de felicitaciones desapareció a los pocos segundos.

Finalmente, llegó a su destino.

La ostra que cubría mi intimidad fue vaciada en un instante y arrojada a un lado. Toda su atención fue entonces para mi otra concha, una que lo esperaba empapada, prácticamente desde que lo había visto llegar.

Yo percibía cada sonido, cada olor, cada roce a un nivel muy superior, cada capa sensitiva de mi anatomía se había fundido con la siguiente, haciendo que la experiencia fuera explosiva, alucinante.

De repente me penetró. No, no lo hizo. Era su boca. ¿También su pene? Labios, dientes, un pene, dedos, dos penes, de nuevo su lengua...

Era una locura.

Aless jugaba con mis reacciones, usando cada objeto a su disposición en mi cuerpo. Dentro, fuera de mí, por todas partes...

Por esa vez, dejó en paz mi trasero. Al parecer recordaba lo atrofiado que había quedado tras la última vez. Pero ya que tenía un solo agujero para penetrar, se encargó de hacerlo con todo lo que pudo. Yo no podía verlo, pero lo sentía con cada fibra de mi ser. Me introdujo un vibrador, uno pequeño con una bifurcación que estimulaba simultáneamente el clítoris. La respuesta de mi cuerpo no se hizo esperar. La mesa temblaba por causa de mis retorcijones, mi vientre se elevaba, tensando las cuerdas y las vibraciones de aquel aparato no hacían más que aumentar.

¿Cuántas velocidades tenía aquel bicho?

Cuando creí que no podía resistir más, Aless hizo algo que no esperé. Introdujo, o más bien trató de introducir, su pene en mi apretado agujero, con el vibrador aún dentro.

Era imposible, iba a desgarrarme.

Comenzó a mover el aparato, dilatando mi entrada más y más, haciendo lugar para su colosal intruso.

Yo sentía un extraño dolor, pero no era exactamente por estar siendo ensartada por varias flechas, era algo distinto, completamente nuevo, una molesta ardentía ante cada mínimo roce. La incomodidad había comenzado desde que él comenzara a tocarme con los dedos, pero la expectativa y el placer eran tan grandes que había decidido ignorarla.

Ahora, al ser mayor la invasión, estaba aumentando el dolor aceleradamente.

—Háblame —le pedí para concentrarme en el placer y no arruinar el momento—. Dime lo que vas a hacerme. Quiero oírte —jadeé.

—Quiero ver cuánto puedes soportar, pequeña. —Su voz me probaba que estaba al límite—. Quiero ver como te abres para mí, como chorreas...

¡Y sí que estaba chorreando!

Alessandro logró entrar por completo y, al hacerlo, detuvo el vibrador, haciéndome emitir un quejido de protesta. Esperó que me calmara y que las contracciones de mi cuerpo disminuyera un poco.

Él se había sentado en la mesa, colocado sus piernas bajo las mías para conseguir elevar mi pelvis pues mi posición de estrella de mar arrestada dificultaba un poco el proceso. El vibrador estaba en la parte superior de mi vagina, justo sobre el miembro de Aless que ocupaba todo el espacio restante. Él permanecía inmóvil, observándome. Yo sentía mi corazón martillar acelerado y los fluidos escurrir por el borde de aquellas dos armas que me perforaban.

La mesa comenzó a elevarse por un lado, cediendo ante nuestro peso concentrado en el otro, y temí que mi pesadilla de volcarnos se volviera real. Para contrarrestar, Aless se inclinó hacia delante, solo un poco, pero bastó para que me sintiera rellena como un pavo. Con sus manos apresó mis pechos y los estrujó obscenamente, clavándome sus dedos y retorciendo mis pezones. Cuando comencé a quejarme, volvió a prender el vibrador, haciendo que me olvidara del maltrato gracias a las corrientes que comenzaron a subir desde mi vientre. Una vez que me hube concentrado en el placer, él comenzó a moverse, lentamente primero, haciéndome sentirlo con cada parte de mis entrañas. Luego, aceleró el ritmo, al tiempo que volvía a exprimir mis pechos y aumentaba la velocidad del vibrador.

El orgasmo fue brutal, simultáneo, ensordecedor. Acabé aturdida como si una bomba hubiese explotado a mi lado, condenándome a un pitido permanente, solo que el pitido no lo sentía en los oídos, sino mucho más al sur.

Permanecí desfallecida y espasmódica durante mucho rato, muchísimo, y solo volví en mí ante una voz que me alertaba:

—Estás sangrando.

Alessandro se cernió sobre mí muy preocupado. Me liberó de las cuerdas y, cuál si fuera un ginecólogo, examinó con cuidado mi cavidad.

Lo sabía, me había desgarrado.

—No hay heridas visibles. ¿Sientes algo? ¿Te duele?

—No. Me ha dolido un poco antes —confesé—, pero no era dolor exactamente, más bien ardor, como si me raspara. —Su rostro expresaba pura consternación—. Pero ya se ha ido. Ya no me duele. —Lo tranquilicé.

—No me gusta esa sangre. —Me incorporé  y noté que, en efecto, el mantel estaba manchado con un poco de sangre—. ¿Te ha sucedido antes?

—No. —Intenté recordar—. Bueno, hace unos días noté unas manchas en mi ropa interior, pero lo atribuí a la regla.

—Tu regla fue hace dos semanas. No es normal. —Me sorprendió que llevara ese control—. Mañana te llevaré al médico.

—No es para tanto, Aless. —Vale, no me emocionaba la sangre, pero con lo violentas que eran a veces nuestras sesiones de sexo no lo encontraba demasiado raro—. Pudo haber sido en la fricción del momento. —Traté de darle un toque sexy a mis palabras, pero él estaba realmente preocupado.

—Puede ser, pero quiero asegurarme de que no te he lastimado. —Aww. ¿Cómo no iba a quererlo?

—Vale, si te vas a quedar más tranquilo, pero no hace falta que me lleves, le pediré a Tere que me acompañe.

—Ok, ahora vamos a bañarnos. Hueles tanto a sushi que me dan ganas de comerte entera. —Me besó, recuperando su ánimo anterior.

—Ya lo has hecho. —Mordí suavemente su labio inferior.

—Nunca quedo satisfecho. Eres exquisita. —Dio un lametón a mi cuello antes de tomarme en brazos para llevarme a la bañera.

—Te amo —dije muy bajito en su pecho, pero me retracté al instante.

Aún era muy pronto. No quería ser yo quien lo dijera primero. El momento no era suficientemente especial. Y, lo más importante, no quería enfrentarme a su silencio como respuesta.

—Yo también te amo. —dijo, antes de besar mi sien.

Quizás fuera su cumpleaños, pero fui yo la que recibí el mejor regalo de todos.



***
Sexo, sangre y amor
😈🥴🥰
Una combinación muy interesante
😌
En el siguiente capítulo veremos cuál de los 3 ingredientes obtiene el protagonismo.

Ya se va acercando el final
😊
Y con él un montón de nuevas locuras
🙃😉😘

¡No os vayáis!

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