Capítulo 34
31 de octubre.
—¿Sabías que Halloween en realidad no es de origen norteamericano? —decía Teresa, mientras yo terminaba de maquillarla.
—¿Ah no? ¿No fue Estados Unidos el que implantó la tradición de disfrazarse y todo lo de "Truck or treat"?
—Bueno sí, lo de volver la celebración algo comercial sí fue cosa de los yanquis. Ya sabes que sacan ventaja de todo. Pero en realidad Halloween es más que una simple fiesta, es algo sagrado.
—En México rinden tributo a los difuntos, ¿no es cierto?
—En realidad el día de los muertos en México es el 2 de noviembre. El día primero se le rinde tributo a los inocentes, pero la tendencia de festejar el 31 de octubre es bastante moderna en el país. —Mientras hablaba, movía tanto los ojos que tuve que regañarla.
—¿No sabes hablar sin moverte tanto? —protesté, limpiando la mancha de rímel.
—La tradición en realidad nació en la Irlanda ancestral. —Ella continuó sin hacerme caso—. Los antiguos celtas creían que el 31 de octubre los espíritus de los difuntos regresaban al mundo de los vivos. Ellos la llamaban "Samhain" que significa fin del verano. Era una fecha sagrada para ellos.
—Sabes muchas cosas Tere —La adulé, para que se estuviera quieta y me dejara dar los toques finales—. Y además eres una Catrina preciosa. —Contemplé el resultado final, satisfecha. Ella se miró en el espejo y sonrió, admirada.
—Eres una artista. —Me felicitó—. Si un día te aburres de cocinar, tienes futuro como estilista.
—No es para tanto. Solo me guié por las fotos que bajamos de internet.
Gracias a los grandiosos poderes de persuasión de Tere, Claus había accedido a prestar el Peirasmós para celebrar Halloween con una gran fiesta de disfraces. La comida y la decoración correrían por parte de los estudiantes, además, nos habíamos comprometido a no romper nada y a recogerlo todo después.
Yo estaba emocionada como una niña.
Siempre me había gustado mucho disfrazarme y después de navidad, la víspera del Día de muertos era mi fiesta favorita del año.
Para haber nacido pobre, era una niña un poco pija.
Teresa se disfrazaría de la Catrina, una deidad mexicana que representa la muerte. El disfraz era muy colorido y vistoso. Debía llevar flores en el pelo y la cara pintada en preciosos diseños. Había quedado estupenda.
Claus, como buen griego y fan a la mitología que era, iría disfrazado de Hades, el Dios del inframundo. Pero él había optado por la divertida versión del dibujo animado de Hércules. Se había pintado el pelo de azul, peinándolo en punta para que pareciera una llama. Con una sotana gris y un poco de maquillaje el disfraz quedaba perfecto.
Si Claus era Hades, Alessandro solo podía ser Zeus. La competitividad entre ellos era tan obvia e infantil que resultaba divertida. El disfraz no requirió mucho esfuerzo: el pelo suelto, el torso descubierto y un rayo metálico como accesorio único lo harían robarse el show, sin tener que declararse rey del Monte Olimpo.
Al principio creí que no accedería a disfrazarse, pero la idea había acabado gustándole mucho. Llevaba unos días de muy buen humor. Conmigo estaba la mar de cariñoso y hasta había accedido a hacer algo que, teniendo en cuenta lo testarudo y cascarrabias que era, podía considerarse un milagro: terapia de pareja.
Cuando se lo propuse, me cubrí automáticamente los oídos, preparándome para sus gritos, pero, a pesar de que puso su más terrible y enfurruñada cara, y gruñó unos cuantos improperios, acabó accediendo, siempre y cuando la psicóloga fuera Laura.
Si creía que con esa treta iba a escapar, no me conocía del todo. El matrimonio había planeado irse a España luego de la luna de miel, pero a mí me falto tiempo para llamar a Laura e invitarla a pasar otra temporada con nosotros en Corfú. La chica accedió encantada y Alessandro no tuvo más remedio que ceñirse a su palabra.
Apenas habíamos recibido una sesión, pero a mí me había parecido muy fructífera. Habíamos hablado de nosotros, de nuestras necesidades emocionales y de lo que esperábamos de la relación. Laura era muy hábil a la hora de escoger las preguntas y yo ya sentía que conocía a Aless un poco más, que estábamos más cerca.
Los recién casados también irían a la fiesta. Serían una pareja de bruja y hechicero, con los clásicos sombreros de punta, escoba y varita mágica. Lucían muy monos.
Yo estaba indecisa sobre el mío, pero finalmente, decidí hacerle caso a las chicas y sacarle partido a mi cabello, disfrazándome de diabla.
Me compré un traje rojo de una sola pieza, extremadamente ceñido y con un escote en forma de crucetas en el pecho, botas altas, un puntiagudo tridente y, por supuesto, los cuernos.
Al colocarme la diadema, volvieron por un instante mis inseguridades, pero me obligué a empujarlas lejos. Si estábamos avanzando, no podía echarlo todo a perder con mis dudas. Confiaría en Aless y me concentraría en todo lo bonito que estábamos viviendo.
Cuando llegamos al Peirasmós, me costó reconocer el restaurante. Yo me había encargado de ayudar a casi todos con sus disfraces, Claus y Tere se habían hecho cargo del menú y la decoración había corrido por cuenta de Laura y Julián.
Habían hecho un trabajo excelente. El sitio de veras lucía espeluznante. Monstruos horripilantes salían de las paredes, había telarañas falsas por doquier y murciélagos de cartón colgando del techo. La música había sido elegida especialmente para la ocasión con los más fantasmagóricos temas, y hasta los bocadillos tenían formas halloweenianas.
La fiesta sería todo un éxito.
Lo primero fueron las fotos. Me aseguré de hacerme selfies con todos y cada uno de los fantasmas, zombies, y brujas del lugar. Había un montón de disfraces ingeniosos, aunque muchas de las chicas habían optado por el recurso sexy, entre ellas Amelie, quien continuaba en la isla y había ido a la fiesta disfrazada de vampiresa, con un mini vestido negro de lentejuelas y unos colmillos que sobresalían en una boca roja, manchada de sangre.
El rey de los Dioses y su hermano exiliado estaban muy amigables esa noche, bebían y conversaban como si nunca hubieran tenido conflictos en el pasado. Yo me alegré mucho por ellos y me fui con las chicas a bailar para dejarlos un rato a solas.
En medio de una muy coordinada coreografía de Thriller, me llamó la atención una chica que no conocía y que llevaba un disfraz de ángel que jugaba con lo sensual y lo inocente, haciéndola destacar entre la gente.
Lo curioso era que conocía a todos en la fiesta. Solo estaban invitados los estudiantes del curso y algunos chefs del restaurante. Algunos habían ido con sus parejas, pero todos nos habíamos presentado en nuestra sesión de fotos inicial.
La verdad era que lo que había hecho saltar mis alarmas al ver al sexy ángel era lo cerca que estaba de Alessandro.
Vale, me estaba comportando como una loca celosa. La chica ni siquiera parecía estar coqueteando con él, sin embargo, cuando conversaban, ella lo miraba con una especie de veneración, le rendía tal pleitesía que solo le faltó hacerle una reverencia.
Cierto era que muchas mujeres lo miraban de esa forma y era una tarea bastante difícil no hacerlo cuando llevaba medio cuerpo desnudo, pero, por alguna razón, desconfiaba de la pureza de aquel ángel.
Hice un esfuerzo sobrehumano por no ir hasta allá a marcar territorio, pero necesitaba saber a qué me enfrentaba, así que le pregunté a Laura.
—¿Conoces a esa chica? —La señalé con la barbilla sin dejar de bailar para que mi tensión no resultara evidente. Laura le dio un rápido vistazo.
—Ah, no lo sé, lleva antifaz. —Se encogió de hombros, dando una vuelta en el baile, para alejar mi atención del área y del tema.
No tan rápido, amiguita.
—No es un antifaz, es solo pintura brillante y no la hace precisamente irreconocible. —Argumenté—. Está hablando con Aless y a mí no me suena del curso, así que debe ser amiga de la familia. —Ahí había sido más incisiva, pero me daba igual.
—Ni idea —dijo ella, pero se notaba que mentía. Sus evasivas solo hicieron que mis sospechas se dispararan.
Laura se alejó del grupo en dirección a la barra y Teresa que había escuchado nuestra conversación y adivinaba mis intenciones, intentó detenerme.
—¡No! —Sujetó mi hombro—. No hagas una escena. Solo están conversando.
—No sé de que hablas, Tere —mentí—. ¿Por qué haría una escena? ¿Piensas que soy una loca? —Oh, claro que lo era—. Solo voy a sacar a mi novio a bailar. —Fingí una cara de absoluta inocencia que no debió haber colado mucho con lo espectacularmente macabro que había quedado mi maquillaje.
Teresa negó con la cabeza en una mirada de reproche que casi me convence.
—Andy, no lo arruines —me pidió.
—Lo que deberías hacer es venir conmigo para que no parezca tan evidente. —Claro, eso es lo que hacen las amigas. Y Teresa era una amiga muy buena.
Nos acercamos a los chicos de forma muy natural y el oportuno Dj puso, en ese momento, una canción suave que nos dio el pie forzado.
—Vamos a bailar. —Tere tomó el brazo de Claus y tiró de él hacia la pista.
Yo me acerqué a Alessandro y le eché los brazos al cuello como la novia más cariñosa del mundo.
—Adoro esa canción —dije, antes de besarlo en la mejilla—. Oh, disculpa, bonita —me dirigí a la chica como si acabara de verla—, no quería interumpiros.
—No pasa nada. —Tenía una voz muy dulce y evitaba mi mirada. Más bien evitaba las miradas de todos. Sus ojos vivían posados en el suelo como si estuviera en constante estado de vergüenza.
—Creo que no te conozco. Soy Andrea. —Le ofrecí la mano.
—Wendy —contestó ella en un hilo de voz antes de estrecharla. Sus dedos estaban fríos.
Al verla de cerca, me di cuenta de que no era tan guapa. Era alta y muy delgada. Tenía los huesos del pecho muy marcados y le sobresalían por el escotado vestido que llevaba. Sus facciones eran delicadas, pero su cara era demasiado afilada y faltaba vida en sus ojos. El cabello era castaño claro, casi rubio, muy lacio y lo llevaba suelto hasta la cintura.
Lo más hermoso en ella era el disfraz. El vestido blanco simulaba al de una bailarina de ballet. El apretado corsé llevaba detalles que parecían cocidos a mano y creaban un efecto celestial. La falda estilo tutú parecía hecha de auténticas plumas, al igual que sus alas, unas enormes alas de ángel que se extendían casi hasta sus tobillos y que, abiertas, debían superar los dos metros de largo. Tenía piernas delgadas, pero firmes y largas, descansaban sobre unos zapatos increíbles, con un tacón intrincado que se curvaba de una forma tal que si la mirabas desde un ángulo superior, parecía estar flotando en el aire. Los zapatos se sujetaban a sus tobillos con gruesas cintas blancas que subían por sus piernas, haciendo que todo el conjunto pareciera una sola pieza.
El maquillaje también era sorprendente. Su cara parecía emanar luz propia. Lograba un aspecto candoroso como el de una niña y a la vez una mirada seductora, que hacía del cielo que representaba toda una tentación. Lo que Laura había confundido con un antifaz, era pintura, como había dicho yo, pero dispuesta de tal manera que creaba la ilusión de ser la propia piel la que se degradaba y oscurecía en los sitios correctos para fabricar tanta belleza.
Sentí celos de que su maquillaje fuera mejor que el mío.
Ya puestas a sentir celos, tómala con la estilista.
Pero lo que me molestaba de ella no era su belleza, que era escasa, ni su atuendo, porque sabía bien que los hombres no prestaban atención a esos detalles. Lo que me hizo fijarme en ella en primer lugar fue la deferencia que Alessandro le mostraba.
Él era el hombre más arisco e indiferente que había sobre la faz de la tierra. No era un ser social, no charlaba por charlar, ni era cortés. Y casi nunca le dedicaba más de dos segundos de su atención a cualquier cosa o persona que no tuviera la intención de poseer de alguna manera.
No obstante, a aquella chica no la miraba con deseo, no tenía para con ella la actitud del cazador al acecho que yo tan bien conocía, la trataba de una forma distinta, con amabilidad, con suavidad, con... ¿cariño?
Debía averiguar quién diablos era esa mujer.
—Hablas español, Wendy —noté—. ¿De dónde eres?
—Soy de aquí, pero viví algún tiempo en Barcelona. —¡Anja! Así que de allí la conocía.
—Oh, yo soy de Barcelona. ¿En que zona viviste?
—¿No querías bailar? —terció Aless, molesto—. Casi se acaba "tu canción".
—Oh, cariño, pero estamos hablando con tu amiga, no serás tan grosero de dejarla aquí plantada. —Sabía lo desagradable que estaba siendo, pero no podía parar.
—No te preocupes, yo ya me iba. —Antes de que pudiera soltar alguna réplica ingeniosa, el ratoncito blanco se escabulló de nuestra presencia.
—Bailemos entonces —le dije a Aless, jalando su brazo y dispuesta a hacer como si nada hubiera sucedido.
Pero todo su cuerpo estaba tenso y apretó mi cintura tan fuerte que me hizo daño.
—Auch —me quejé.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó, entre dientes.
—¿Qué cosa? —Me hice la desentendida.
—Creí que habíamos dejado de jugar —replicó él—, que ahora confiaríamos el uno en el otro y seríamos sinceros. —Yo sentí vergüenza.
—Lo siento. Me puse celosa —admití.
—¿Vas a ponerte así con cada mujer que se me acerque?
—No con cada mujer —me defendí—, pero ella, no lo sé, hay algo extraño en ella, algo diferente...
—Cada persona, cariño, tiene algo diferente. —Usó su clásica condescendencia—. Eso no significa que sean una amenaza.
—¿Me aseguras que no debo preocuparme por ella?
—Te aseguro que no debes preocuparte por nada —dijo él y me estrechó contra su pecho, al ritmo de "Just the way you are" y, con un beso, calmó mi inseguro corazón.
***
Happy Halloween!!!
🎃 👻 👹
Este cap iba a ser más largo, pero lo he cortado en dos.
Esperad el otro muy pronto
😉
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