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Capítulo 26

3 de octubre.


La ira me había dominado en el instante en que vi las imágenes de baja resolución, pero en las que mi rostro se apreciaba lo suficientemente claro. El video parecía tomado desde un celular y, por el ángulo que revelaba, no lo sostenía nadie, sino que estaba colocado en algún rincón del cuarto, semi oculto por algún objeto que tapaba un extremo de la pantalla.

Era la noche de la orgía.

Ver lo que había sucedido de esa forma, a través de otros ojos, o más bien de otro lente, había sido un shock bastante fuerte para mí. Yo ya había revivido algunas de las escenas de aquel día a través de mis húmedos sueños, pero verme desde afuera, desde aquel ángulo externo, hacía parecer el acto mucho más sucio e inmoral.

Esa vez no me sentí excitada en lo más mínimo. En el video, las formas ya no me parecían tan perfectas y sublimes como las había recreado mi memoria estimulada por el alcohol y las sensaciones magnificadas por la Hamartía. A través de la pantalla, podía ver mis imperfecciones, mis manchas, mis grietas, mi celulitis, pero no era solo yo. Todos los demás tenían defectos también. Incluso los más guapos, los más deslumbrantes, perdían el brillo tras el sudor y el agotamiento de la faena, maquillajes corridos, cabellos desgreñados, lonjas de grasa, poses poco atractivas... no era un espectáculo agradable.

Entendí entonces por qué ser actor porno era realmente un trabajo duro. No se trataba tan solo de follar y pasárselo bien, había que lograr que el acto luciera fácil, limpio, estético. Era necesario ocultar todos esos defectillos que yo estaba descubriendo ahora en nosotros.

¡Las de tomas que deben de hacer para lograr una película completa!

¡La de veces que los infravalorados actores deben de repetir posturas y jadeos falsos para hacerlo agradable a la vista!

Luego de ver las 3 horas que duraba el video, y sentir un asco escandalizado de mí misma, alternado con la vergüenza al reconocer en mis expresiones lo mucho que había disfrutado de aquella locura, comencé a analizar lo que había detrás de ese video. La verdadera gravedad del asunto.

Alguien me había grabado en una situación degradante y comprometedora, mancillando para siempre mi reputación, porque si algo sabía era que lo que se subía a internet, nunca desaparecía del todo. Incluso después de borrado, quedaban rastros en la darkweb.

Comencé a temer por mi futuro, por mis planes de ingresar en el Instituto Culinario de New York, por el empleo que me había ofrecido Claus...

Claus.

Curiosamente, una de las cosas que más me preocupaba era lo que Claus pudiera pensar de mí. Su opinión me importaba casi más que la de mis amigos cercanos.

¿Por qué?

Decidí no detenerme en esa duda existencial porque tenía asuntos más importantes que resolver: descubrir quién estaba detrás de aquel video y hacerlo pagar.

Hacerlo pagar, como si fuera una mafiosa badass y no la menuda cocinera inmigrante que era en realidad.

Me hubiera reído de mí misma si no fuese por lo cabreada que estaba.

Encontrar al culpable no fue difícil. Contaba con un dato que ni siquiera la desconcertada Gia tenía. Yo sabía su nombre.

"Hazme lo que le hiciste a John" —Habían dicho los chicos—. Y, gracias a Alessandro, yo conocía el nombre de todos los participantes de aquel día, excepto por uno.

El camarero.

Me parecía inconcebible que aquel muchachito asustado que se había negado a hablarme por temor a lo que Alessandro podría hacerle, se hubiese atrevido a algo como eso.

Por un momento, la idea de que Aless estuviera detrás de todo pasó por mi mente, pero la descarté. Él era el dueño del hotel, si quisiera podría haber hecho que pusieran cámaras en cada esquina de la habitación y para exponerme había tenido mil y una oportunidades.

Aunque quizás quería destrozarme la vida sin parecer implicado, usando al eslabón más débil de la cadena como chivo expiatorio. Armar todo un circo para que yo volviera a necesitar de él, para que acudiera a sus brazos pidiendo ayuda y, una vez que me tuviera a su merced, podría hacer conmigo lo que quisiera.

¿Era posible tanta manipulación? ¿Una alevosía tan enfermiza?

Pues, siendo objetivos, posible era, pero muy probable no.

Alessandro había terminado conmigo y, en todo ese tiempo, no había vuelto a buscarme, ni siquiera después de saber —porque seguro la tal Laura se lo había contado— que yo había estado en su casa.

Él me había dejado, desnuda y tirada en una cama después de hacerme el amor.

Vale, quizás no había sido así de dramático, pero el punto era que Alessandro no tenía motivo alguno para fabricar una treta para tenerme a sus pies.

Yo ya estaba a sus pies.

Y lo único que lo separaba de hacer lo que le viviera en gana conmigo era que él no quería hacerlo.

Estaba harto de mis tonterías, y ¡no era para menos!

Mi inconsistencia, mi indecisión, y para rematar, las rebuscadas teorías conspiratorias que inventaba podían sacar de quicio a cualquiera.

Intenté, al menos por unos breves instantes, olvidarme de Alessandro y dejar de achacarle todo lo que me sucedía a él, para poder concentrarme en lo que realmente ocupaba: el video.

Sin saber que otro camino tomar y siguiendo, tan estúpidamente como siempre, mis impulsos, me dirigí al hotel, el único lugar donde sabía que podía encontrar al tal John.

Me vestí con un atuendo oscuro y holgado, me recogí el cabello en un moño alto y finalicé con una gorra y unas gafas de sol.

Sí, definitivamente debía dejar de ver películas de espías, estaban influyendo mucho en mi ya desbocada imaginación.

Al llegar al hotel, me encontré el bar del lobby vacío. Me extrañó, pero decidí dar una vuelta por el área, evitando preguntar, pues quería pasar lo más desapercibida posible.

Caminaba, sintiendo las miradas de todos sobre mí, pues lejos de hacerme invisible, las gafas de sol en interiores y la gorra que llevaba calada hasta las cejas, llamaban más la atención que si me hubiese vestido normalmente. De repente, un grito me llegó desde el área del parking, y un grupo de huéspedes curiosos, como yo, corrieron a investigar el origen del alboroto. Me uní a ellos.

Varios miembros del cuerpo de seguridad rodeaban el área, algunos de ellos sostenían armas aturdidoras, y un par se acercaba con cautela al centro del parqueo, donde dos hombres libraban una ferviente lucha.

Uno de ellos era enorme y hercúleo, su rostro estaba desfigurado en una mueca feroz y, solo de mirarlo, aterraba. El otro era la tercera parte del titán, un muchachito flaco que no debía superar los 18 años, pero en un intento de igualar a su contrincante, el chico sostenía en las temblorosas manos un afilado cuchillo.

Eran Alessandro y John.

Mi única reacción fue quedarme inmóvil, protegida por el muro de turistas que observaba la pelea, algunos de ellos grabando con el celular.

¿Es que la gente no sabía hacer otra cosa?

Aless rodeaba al camarero como un cazador que acorrala a su presa antes de saltarle al cuello. Estaba sudado, con la camisa negra pegada al cuerpo y respiraba con dificultad. Miraba a la multitud, incómodo de estar dando semejante espectáculo y parecía querer vaporizar a todos con el rayo oscuro de sus ojos. El chico tenía el rostro desencajado, sudaba y jadeaba incluso más que Aless, una vena le sobresalía en la frente y los ojos estaban inyectados en sangre. Este último detalle y el intenso temblor que dominaba sus miembros me hizo sospechar que estaba bajo el efecto de algún narcótico.

En el momento en que me acerqué, los golpes habían cesado y ambos hombres mantenían una tensa danza en círculos, como si estuvieran decidiendo el siguiente ataque.

Los seguratas estaban cada vez más cerca, pero Aless les hizo una seña para que se mantuvieran al margen.

La ceja del chico sangraba, pero Alessandro parecía ileso. Salvo por lo agitado y alterado que se veía, podría decirse que tenía la situación bajo control, y aquel chico, por más que tuviera un arma, no representaba peligro alguno para su soberbio físico.

De pronto, el supuesto John entró en un estado de tal excitación que comenzó a lanzar puñaladas al aire, cada vez más cerca de Alessandro, mientras gritaba insultos en griego.

Yo contuve la respiración.

En un arrebato, se lanzó hacia él, olvidando su propio espacio de seguridad, y lo cortó en la mejilla, al tiempo que decía algo que no pude escuchar, pero que hizo que los ojos de Aless echaran fuego.

Yo ahogué un grito.

Alessandro aprovechó la ocasión para reducir al chico. Apretó su muñeca con tal fuerza que el cuchillo cayó al suelo. Con una agilidad impropia de su tamaño, hizo una llave al muchacho, derribándolo, y se cernió sobre él, inmovilizándolo con su cuerpo.

Todo hubiera terminado ahí, si no fuera porque el chico, al verse derrotado, no se rindió, sino que continuó profiriendo improperios. La gente murmuraba a mi alrededor, pero yo no conseguía entender nada.

Finalmente, Aless perdió los estribos y comenzó a golpear al chico con saña en el rostro. Me sorprendía la resistencia de aquel pobre chiquillo, que a pesar de tener el rostro destrozado no paraba de gritar frases incoherentes, batiéndose contra la mole que lo sometía, usando palabras, al no poder hacerlo con el cuerpo.

Los guardias se acercaron y trataron de apartar a Aless del camarero, pero era inútil. Estaba fuera de sí. Varios hombres sujetaron sus brazos, pero él se liberó con rapidez, lanzándoles algunos golpes a ellos también, para continuar descargando toda su furia sobre el chico, quien yacía, desmayado ya.

El grito se escapó de mis labios sin que yo fuera consciente de ello.

Lo escuché como si hubiera provenido de otro lugar, como si mi alma hubiese abandonado mi cuerpo y observara aquella escena terrible desde arriba. Se sintió como un chillido agonizante, como el último halito de un moribundo. Recuerdo que pensé, por un instante, que el grito lo había proferido el inconsciente John, y solo me percaté que había salido de mí, cuando Alessandro se detuvo y me miró directamente.

El rostro furioso estaba encarnado y fruncida su frente, pero en sus ojos solo había dolor, desolación. Me miró y sentí que era él quien se moría y no el joven que estaba siendo auxiliado en aquel momento por los guardias, que lo apartaban de Alessandro.

Por largos segundos mantuvimos aquella conexión telepática, él cargado de una desamparada agitación, yo con una tristeza serena.

Sentía tantas cosas en ese momento que no era capaz de decidir cuál pesaba más, si la necesidad de tenerlo, la urgencia por curar la aflicción que veía en sus ojos o el miedo atroz que me inspiraba lo que acababa de suceder.

Podía sentir las miradas de todos los demás fijas en mí, los murmullos a mi espalda y las lágrimas que comenzaban a rodar imparables por mis mejillas, pero no me importaba. No quería romper el contacto visual.

No podía.

Finalmente, fue él quien lo rompió. No porque decidiera evitar mi mirada, sino porque sus ojos comenzaron a cerrarse, y las gotas de sudor en su frente temblaron por el esfuerzo, antes de que, sin poder resistir más, cayera desplomado en el suelo.

Verlo caer fue como un rayo aturdidor que despertó mi mente embotada. Mi cerebro bloqueó la mayor parte de mis sentidos. Ya no podía escuchar los murmullos, ni veía a nadie más que a él, no sentí las piernas desplazarse como lo hicieron, a una velocidad sobrehumana, hasta llegar a su lado.

Por alguna razón, los guardias no me detuvieron, o quizás sí lo hicieron, y en mi desquiciada carrera pasé sobre ellos sin importarme nada más.

Me arrodillé junto a él, desconcertada, sin saber que ocurría. La sangre manaba de su mejilla, manchando su rostro y corriendo por el surco de sus labios resecos. Los cabellos castaños estaban recogidos en un moño en la nuca, empapados en sudor, al igual que su torso. Su camisa se ceñía de tal manera a él que parecía estarle cortando el aire, pues su respiración era inestable, y cada exhalación parecía causarle un indecible dolor.

Sujeté su cabeza, mientras mi otra mano intentaba abrir los botones para liberar su pecho. Pero cuando mi mano tocó la negra tela, se tiñó de rojo.

Lo que empapaba la camisa no era sudor, era sangre.

Con desesperación, rasgué la tela, liberando el torso fornido, en el que, a la altura de las costillas, había una profunda herida del tamaño de mi puño.

Esa vez mi grito fue el de una psicótica a la que acaban de poner una camisa de fuerza, pero bastó para llamar la atención de los paramédicos que acababan de llegar, y que acudieron al instante, haciéndose cargo de una situación en la que yo jamás esperé estar.

En mi delirio, sentí unas manos sujetarme y apartarme del sitio. Yo luché, creo que lo hice, pero había entrado en un estado catatónico tan absurdo que solo regresé a la realidad, cuando sentí el sonido de las sirenas de las ambulancias que se marchaban. Entonces desperté, y reuní la serenidad suficiente para pedir que me dejaran acompañarlo.

Aun no sé cómo fue que me lo concedieron. Supongo que sabían que él no tenía a nadie más.

En la ambulancia, mientras él yacía inerte y más pálido de lo que lo había visto nunca, apreté su mano tan fuerte que corté la escasa circulación que fluía por sus venas. Me detuve cuando exhaló un quejido de dolor. Solté su mano y, cuidando de no lastimarlo, me acurruqué junto a él en la camilla, con el fin de vigilar el latido de su corazón.

Aún bombeaba, despacito, pero constante.

Yo fui dejando pequeños besos, mojados por el torrente que salía de mi lagrimal, sobre el hueco de su pecho, el lado del pecho que había escapado del cuchillo.

Fue ahí que lo supe.

El miedo lacerante que sentía, la angustia tan grande que me embargaba y la soledad anticipada que me dominaba ante la perspectiva de perderlo fue prueba suficiente para acabar de aceptar que estaba irremediablemente enamorada de él.

Tal vez aquel amor acabaría consumiéndome, pero no me importaba, porque no estaba dispuesta a renunciar a amarlo.







***

¡Uff!
¡Vaya capítulo intenso!
🥴

Solo tengo dos cosas que decir de nuestros protagonistas:

Alessandro es, en efecto, una persona violenta, y sí debería recibir ayuda psiquiátrica.

Y

Andy está en serios problemas porque hay hombres tan magnéticos, que por mucho que nos prueben una y otra vez lo poco que nos convienen, no podemos renunciar a ellos.

Y ese amor puede volverse muy pero muy tóxico, pero...

Tranquilidad...
😌

Todavía le falta mucho a esta historia y aún las cosas pueden cambiar para bien.
😁


Crucemos los dedos.
🤞🏻


XOXO
😘

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