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Capítulo 25


2 de octubre.

Llevaba 3 días quedándome en casa de Claus. Encontrarlo en el Peirasmós aquella tarde fue una suerte. Mi primera idea había sido ir al motel donde se quedaba Teresa, pero apenas me quedaba dinero para comer los dos meses que restaban del curso, no podía permitirme pagar otro alojamiento. Sabía que Tere me habría ayudado de buena gana, pero cuando la llamé, descubrí que había tenido que irse a Mexico con urgencia, pues su padre estaba enfermo.

A Claus, evidentemente, no le había contado toda la historia, únicamente le había dicho que había tenido una discusión con mis caseros.

Solo de pensar en ello moría de vergüenza, y ni siquiera entendía qué lo había originado todo. De todas las locuras que había hecho, grabarme no había sido una de ellas. Nunca lo haría.

Vale, ya quedaban pocas cosas que pudiera afirmar con tal rotundidad sobre mis límites en el sexo, pero a menos que mi memoria me estuviera jugando una mala pasada, aún no había traspasado ese límite. No pensaba hacerlo.

De tanto devanarme los sesos por intentar descubrir el origen del incidente, había llegado a olvidar o al menos relegar a un segundo plano el asunto de la esposa de Aless.

La idea de llamarlo para aclarar las nuevas dudas sobre el fatídico video había pasado por mi mente, pero esa vez mi dignidad había decidido hablar y, para variar, yo había decidido escucharla.

Así que mientras tanto, me dedicaba a cocinar para no obsesionarme, y a practicar mucho para la exhibición.

Claus apenas paraba en casa. Ese hombre trabajaba muchísimo. Nadie lo hubiera supuesto con lo sereno que se veía siempre.

Quedarme con él no estaba siendo, lejos de lo que pensé, inapropiado o incómodo. Él no había intentado ningún tipo de acercamiento romántico ni nada que se le pareciera, y yo lo agradecía mucho porque había terminado con el romance y el drama por un tiempo. Su ofrecimiento había sido un intento sincero de ayudarme, y yo, reacia como era a la caridad, había aceptado con dos condiciones: la primera que sería por muy poco tiempo y la segunda que, en pago por darme alojamiento y comida, haría todos los quehaceres de la casa.
Claro que en aquella casa no había mucho que hacer. Todo estaba impecable y para ser un hombre soltero, Claus era extraordinariamente ordenado.

Pero intentaba, como mínimo, tener lista la cena cuando llegaba cada noche. Comíamos juntos, pero hablábamos mayormente de cocina, así que mi intención de averiguar más sobre la vida anterior de los hermanos tampoco había podido ser resuelta.

—Te parecerá que te hago la pelota por dejar que me quede aquí —Estábamos tomando una cena ligera pues esa noche había llegado particularmente tarde—, pero siempre me ha resultado raro que un hombre como tú esté soltero. —Sus níveas mejillas se colorearon—. ¿Cómo es qué aún no te han echado el lazo? —Yo trataba de introducir el tema del matrimonio de una forma velada.

—Oh, ya lo hicieron —respondió—, estuve casado. —Aquello me sorprendió, pues no figuraba en la biografía que aparecía en internet. Aunque tampoco figuraba nada sobre Aless, y mira...

—¿Y qué sucedió? —Él reaccionó con un poco de asombro ante mi atrevimiento—. Disculpa, no quiero ser indiscreta —mentí.

—No pasa nada, fue hace bastante tiempo. Yo era muy joven, la conocí en New York, ella estudiaba ballet. Me enamoré en el instante en que la vi bailar, parecía un ángel, flotaba, volaba por los aires, nunca había visto nada tan hermoso. Nos casamos a los 3 meses.

—¡Wow, si que eras rápido!

—Y estúpido —agregó—. Se necesita mucho más tiempo para conocer a una persona, más aún a la persona con la que quieres compartir tu vida. Regresé con ella a Corfú y todo fue en picada. Sin todo el ambiente y la parafernalia a la que estaba acostumbrada en New York, enseguida comenzó a aburrirse. Yo tenía que trabajar mucho, mi carrera estaba comenzando y no tenía todo el tiempo para dedicarle. Claro que ella encontró pronto en qué entretenerse.

—Te fue infiel —adiviné, pues la historia se contaba sola. Él asintió.

—En aquel entonces aún vivía en la casa familiar. Una noche desperté de madrugada debido a un mal sueño. Ella no estaba en la cama. Me levanté para tomar un vaso de agua y la sorprendí saliendo de la habitación de Alessandro. —Auch, esa no la vi venir. Últimamente no veía venir ninguna.

—¿Con tu propio hermano? —Era tan cliché y a la vez tan turbio, pero
explicaba la enemistad que existía entre ellos.

—Él no es mi verdadero hermano. —Usó las mismas palabras que había empleado Aless y me pareció muy triste que su relación se hubiera echado a perder de esa manera por una putita aburrida.

Cuidado con los adjetivos, Andrea, en un futuro no muy lejano podrían describirte.

—Pues sé cómo te sientes —agregué para animarlo—. Mi historia también tiene una infidelidad terriblemente trillada. Prometido gay —enuncié con un gesto cínico—. Atrapado en plena acción, así que ya ves que es cierto eso que dicen que siempre hay alguien peor que uno. —Me sorprendía la ligereza con la que estaba contando la traición de Rodrigo. Ni en mis mejores sueños aspiré a superarlo tan pronto.

Claus levantó su copa de vino blanco e hizo un brindis.

—Por los cornudos del mundo —dijo, con una amarga sonrisa. Yo hice sonar mi copa con la suya.

—Por las segundas oportunidades.

¿Qué diablos acababa de decir?

Tienes que parar, Andy.

—¿Y la esposa de Alessandro no lo dejó cuando se descubrió todo? —Ok, ya que no salía el tema, tendría que usar la vieja confiable de la pregunta directa.

—¿Esposa? —preguntó Claus con auténtica extrañeza—. Alessandro no ha tenido una relación estable en su vida. Menos un matrimonio.

—Pero, ¿y esa chica? —Rayos, debí haber preguntado su nombre—. La morena bajita que vive con él.

—Que yo sepa él no está viviendo ahora con ninguna mujer. —Se encogió de hombros.

—Hombre, sí, una rellenita de grandes —hice un gesto con mis manos abarcando unos enormes pechos imaginarios. Claus sonrió, cayendo al fin.

—¿Te refieres a Laura? —soltó una carcajada—. Laura no es su mujer. O sea, sí se casaron, pero por asuntos de inmigración. Alessandro se casó con ella cuando vivía en Barcelona, para ayudarla con los papeles. Ella es cubana. —¡Oh, ahora todo tenía sentido!—. Aunque creí que ya habían concretado el divorcio. ¿Está en Corfu, dices?

—En su casa —contesté.

—Oh, debo llamarla para ponernos al día.

—Me resulta raro que te lleves tan mal con Aless y tan bien con su esposa falsa.

—Es que Laura es un sol. Te encantará. —Mmm, no me parece—. La conocí porque cuando se "casó" con Alessandro comenzó a trabajar en la sucursal de la inmobiliaria en España, como psicóloga de la empresa. En ese entonces yo aún poseía algunas acciones de la compañía y de vez en cuando me portaba por allá, así que nos hicimos buenos amigos.

—No me digas que quisiste cobrarle a Aless lo que te hizo. —El rostro de Claus se endureció.

—¿Por quien me tomas? —Yo me encogí—. Yo no soy partidario del ojo por ojo, porque eso no te ayuda, solo te vuelve tan miserable como el que te hizo la mala acción en primer lugar.

—Disculpa, no quise ofenderte.

—Además, si esa hubiese sido mi intención no hubiera tenido ningún efecto porque Alessandro y ella nunca han tenido nada. —Yo suspiré, aliviada, tan notoriamente que Claus pudo adivinar lo que pasaba—. ¿Esa fue la causa por la que pelearon?

—No exactamente, pero...

—Lo que tiene mi hermano con Laura es de las pocas relaciones de amistad pura y desinteresada que le he conocido. ¡Joder! —estalló de pronto—. No sé qué hago diciéndote todo esto. Debí dejar que siguieras pensando mal de él. Nadie tiene tanto talento para auto sabotearse como yo. —¿Qué quería decir con eso?

—Ya lograste que pensara mal de él cuando insinuaste que golpeaba a las mujeres. —Me fui por la tangente, pues necesitaba averiguar la mayor cantidad de cosas posibles—. ¿Por eso lo dijiste? ¿Para que me alejara de su lado? —Él se levantó de la mesa, con el rostro enjuto, y llevó la vajilla al fregadero.

—No mentí, si es lo que estás preguntando. —Colocó los hombros sobre la encimera y su espalda se tensó, haciendo visibles los músculos endurecidos. Yo tragué saliva y empujé los inapropiados pensamientos para poder seguir con el interrogatorio.

—Pues entonces dime, explícame, no puedes soltar una bomba como esa y luego negarte a argumentarla. No sabes lo frustrante que es pulular alrededor de vosotros sin saber realmente el terreno en el que piso. —¿Por qué había utilizado el plural? Me estaba haciendo un lío.

—Pregúntale a él —contestó, sin dejar de darme la espalda.

—Ya no hablo con él —dije yo, en una voz que me sonó como un lamento infantil.

—Entonces, ¿qué te importa?

—Me importa porque soy curiosa —confesé con un bufido—. Pero también porque odio la mentira, y odio más aún que usen la omisión como una forma de evadir los tecnicismos. Cuando algo importante se oculta es igual de malo que mentir sobre eso. Necesito saber para poder decidir si debo alejarme o no.

—Debes —respondió simplemente.

—Pero, ¿por qué?! —grité, fuera de mí. Él volvió a sentarse a mi lado y suspiró, rindiéndose a mis deseos. Yo di un saltito mental de triunfo.

–Cuando ocurrió lo de Viviana, mi ex esposa —me aclaró—, Alessandro se fue a España.

—¿Con ella? —lo interrumpí, curiosa.

—No, ella regresó a Estados Unidos. Al parecer para él fue solo un rollo. —La expresión de Claus destilaba ironía y dolor—. La relación con Alessandro se volvió tensa, pero con el tiempo se fueron calmando los ánimos y aunque nunca fuimos amigos, logramos entablar una funcional cordialidad. Cuando él, por mediación de Laura, se enteró que yo quería abrir un restaurante academia en Corfu, pero tenía problemas de liquidez, se ofreció a financiarlo. Yo dudé mucho en aceptar, pero no quería posponer más ese sueño, y así fue como nació el Peirasmós.

—¿Hubo reconciliación? —pregunté.

—Hubo una tregua —respondió—. Él regresó a Corfú y volvimos a vivir bajo el mismo techo. Él había empezado una relación con una chica, no vivían juntos, pero a menudo me la encontraba por casa. Era una chica muy dulce, pero cargaba una tristeza extraña en la mirada. —Yo estaba atenta a cada una de las palabras de Claus. Aquello era oro líquido para comprender a Aless—. En varias ocasiones, noté que la chica, nunca supe su nombre —se interrumpió, como dándose cuenta de ese detalle por primera vez—, ella lucía moretones con frecuencia, en los brazos y las muñecas. Al comienzo creí que era algo sexual, algunos juegos con esposas o ataduras que se salían de control. —Yo me sonrojé—. Pero una noche desperté por el sonido de la sirena de una ambulancia.

—¿Qué sucedió? —Tuve que hablar porque me comía la ansiedad.

—La chica tenía varias costillas rotas, un golpe en la cabeza y moretones en todo el cuerpo.

—¿Alessandro lo hizo? —Era demasiado para asimilar. A pesar de todo no lo creía capaz de una cosa así.

—Ella no quiso levantar cargos, alegó que había sido un accidente, aunque era demasiado evidente que no lo era. Comenzó una investigación, pero al poco tiempo el caso se cerró y Alessandro quedó impune.

—Pero, si no pudieron demostrarle nada, quizás sea inocente. —Yo necesitaba aferrarme a esa idea.

—Él pagó, Andy —me aclaró como si yo fuera una estúpida—. Si no pudieron demostrarle nada fue porque compró a los policías, y esa pobre chica desapareció, sin nadie que la defendiera, que le hiciera justicia.

—¿No siguieron juntos? —A veces hacía unas preguntas más tontas.

—No supe nada más de ella.

—No creerás que la mató —exclamé, alarmada. Él pareció dudarlo.

—No —dijo al fin—, pero yo debí hacer algo en ese momento, debí enfrentarme a él y no lo hice. Preferí evadirme, alejarme de él y acabar con los restos fraternales que existían entre nosotros. Vendimos la casa y cada cual tomó su parte y se fue por su lado. Lo único que nos une hoy por hoy es el Peirasmós, y eso porque él no ha accedido a venderme su parte.

—¿Alguna vez has hablado sobre lo que sucedió con él? ¿Le has preguntado su versión? —A pesar de que la historia sonaba realmente fea, sabía por experiencia que las cosas no eran siempre lo que parecían y lo que le había sucedido a esa chica bien podía haber sido un accidente desafortunado en medio de alguna práctica BDSM.

—Con Alessandro no se puede hablar. Nunca nos hemos entendido. Nunca comprendí por qué mamá lo trajo a casa, si ya tenía un hijo y él era tan diferente a nosotros.

—Lo que acabas de decir suena como una rabieta de celos infantil. —Le hice notar—. Pienso que lo que más daño les ha hecho es no haber hablado las cosas en su momento. Estoy segura de que lo comprenderías mejor si pudieran hablar, como hermanos...

—No entiendo como puedes defenderlo después de lo que te hizo.

—Él no me ha hecho nada. —Claus me miró con escepticismo—. Te dije que no fue él quien me golpeó. Aless no me ha hecho nada que yo no haya querido, además, fue él quien terminó conmigo. —La frase se me escapó, pero inmediatamente me corté, bajando la cabeza avergonzada. Claus ignoró mi última confesión.

—Quizás a ti no, pero ha lastimado a más de una mujer.

—¿Conoces alguna otra? —Ya lo de él me parecía un asunto de celos sin resolver.

—Viviana.

—¿Tu ex esposa? ¿La que se metió a hurtadillas en el cuarto de su cuñado, mientras tú dormías a pocos metros? ¿Por qué deberías creer en nada de lo que diga esa arpía? —Vale, quizás estuviera yendo demasiado lejos, pero se había activado un extraño instinto en mí que me pedía defender a Aless.

—¿Por qué me mentiría? —preguntó, aunque mis palabras lo habían hecho dudar.

—¿Por qué te sería infiel si juró ante Dios que te amaría hasta que la muerte os separara? —argumenté—. Preguntas sin respuesta, mi querido Claus, preguntas sin respuestas. —Adopté un tono a lo Sherlock Holmes que a mí me pareció hilarante, pero que a él no le hizo ninguna gracia—. De seguro te contó eso, intentando que sintieras lástima por ella y la aceptaras de vuelta. ¿Adiviné?

—Quizo volver conmigo, sí —contestó, reflexionando sobre mis argumentos—. Me dijo que Alessandro la había intentado forzar, que la había agarrado con violencia y que casi abusa de ella. Pero que nada había llegado a pasar entre ellos, pues consiguió escapar a tiempo... —No pude contener una inmensa carcajada.

—Claus, por el amor de Dios, no puede ser que te hayas tragado esa historia. —Él me miró, incómodo y con el rostro encarnado.

—No la descarto, Alessandro es capaz...

—¡Y yo que creía que eras listo! —Me reí brevemente, hasta que su mirada fulminante me hizo detenerme y explicarle mi punto—. Si tu hermano fuera el agresivo violador que crees, la frágil bailarina no hubiese tenido la más mínima oportunidad de escapar. ¿Has visto el tamaño de ese hombre? ¿Te has percatado de su fuerza? La chica no hubiera podido bailar en una semana —dije, con sarcasmo—. Pero, además, la viste saliendo de su habitación, lo cual prueba que ella fue la que decidió ir a buscarlo, ¿o también crees que él entró en tu cuarto, sigiloso, y la raptó sin que te dieras cuenta?

—Visto así... —Lo había hecho tambalear en sus certezas, pero seguía reticente de reconocer que estaba equivocado—. Pero eso no importa, aunque Viviana mintiera, el otro caso si sucedió, vi con mis propios ojos cómo quedó esa chica...

—Sobre eso, creo que deberías hablar con él, o mínimamente con ella. Hay historias que solo los directamente implicados conocen, y las cosas vistas desde afuera pueden parecer muy diferentes a cómo son en realidad. Si quieres saber toda la verdad y arrancarte de una vez ese rencor, habla con él. No es correcto que se hayan negado la oportunidad de ser hermanos todos estos años. Algunas personas darían todo por tener un hermano con quien contar.

—¿Tú tienes hermanos? —preguntó.

—Tengo dos —contesté con una sonrisa—, y al igual que Aless y tú, nosotros tampoco tenemos la misma sangre, pero eso no me ha hecho quererlos menos, les debo todo y los amo más que a mi misma. Deberías probar, te aseguro que es muy gratificante. —Dicho esto, me levanté y me despedí para irme a acostar.

—Andrea —me llamó en el umbral de la escalera—. Irás a buscar a Alessandro, ¿cierto?

—Sí —respondí simplemente, pues ya no me quedaban dudas de que necesitaba verlo, hablar con él.

Claus me miró, derrotado, como si estuviera ratificando que, en efecto, era el mejor auto saboteándose.

—Buenas noches —me dijo, antes de levantarse también y apagar la luz.

Una vez en la habitación de huéspedes, comencé a repasar toda la información que me había dado Claus aquella noche, ordenando los hechos en mi mente y tratando de descubrir los detalles que se escapaban del contexto general de la historia.

Casi estaba dormida cuando mi celular vibró, acompañado del sonido de un mensaje entrando.

Era un WhatsApp de Gia.

Lo que decía despertó todas mis neuronas, dejándome en un estado de aterrada sorpresa.

"Tienes que chequear esto con urgencia. Hay un video nuestro en internet".











***
¡El video!
¿Qué cosa será?
Si involucra a Gia también, sólo puede ser 😈😈😈

Pobre Andy, no para de meterse en líos 🤦🏻‍♀️

Al menos ya sabemos un poquito más de la historia de Alessandro y Claus

¿Qué creéis?
Volverán a estar juntos Andy y Aless, o lo de ella con Claus irá a mayores?

¡Que comiencen las apuestas!
Jajaja
💸💸💸

XOXO 😘

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