Capítulo 24
29 de septiembre.
Desperté, sobresaltada, con la extraña certeza de que algo muy loco había sucedido.
Oh no, Dejá vu.
Lo primero que vi fue el techo, un techo desconocido, pintado de un gris veteado con algunas grietas alrededor de la gran lámpara de araña del centro.
Casi en cámara lenta, me volteé para descubrir quien era el responsable de que la cama ajena en que me hallaba se hundiera en el lado derecho.
Que no sea el gordito, que no sea el gordito...
No era él.
Suspiré, aliviada.
Detallé, entonces, el rostro del chico que tenía a mi lado y los recuerdos acudieron en torrente a mi mente.
Luego de la tercera copa de unos cócteles dulces y empalagosos que el barman preparaba para mí, siendo generoso en exceso con las porciones de alcohol que añadía, el bar comenzó a llenarse.
Varios hombre se acercaron a mí, pero los rechacé a todos y continué embriagándome, mientras repasaba los hechos de los que sí tenía certeza.
¿Es que acaso había alguno?
Alessandro era hermano adoptivo de Claus.
Ellos no se llevaban bien.
Él era el patriarca de la familia y manejaba gran cantidad de negocios.
Tenía gustos peculiares en el sexo y se acostaba indistintamente con muchas personas.
En ningún lugar encajaba la esposa.
Podía haberme esperado cualquier cosa, menos eso.
Lo peor era que yo había estado en esa casa y habíamos hecho el amor en la piscina.
¿Dónde estaba ella, en aquella ocasión?
¿Es que acaso estaba allí y nos había observado desde abajo?
¿Será que ella compartía sus retorcidos fetiches y le gustaban ese tipo de tretas?
Sentí náuseas. Me sentí tan usada, tan manipulada. Con él todo era manipulación. Y yo no acababa de aprender la lección.
Otro hombre se me acercó y me invitó a un trago. Yo ya había perdido la cuenta de la cantidad de copas que había bebido. Lo observé de arriba abajo. Era muy rubio y tenía unos inocentes ojos azules, cargados de timidez. Su complexión era fuerte, aunque no era demasiado musculoso. Parecía un buen chico, de esos que, en las películas, conoces en un bar y termina siendo el amor de tu vida.
Rechacé la copa, pero, en cambio, le ofrecí algo más.
Cuando llegamos a su casa, me lancé a sus labios, hambrienta, desesperada. Él correspondió con torpeza a mi pasión porque no se esperaba tal efusividad. Yo no estaba tan borracha, solo quería intentar arrancarme a ese otro hombre tan dañino del pensamiento. Necesitaba llenar los vacíos, la incertidumbre y la desazón que siempre dejaba en mí, de alguna manera.
Me subí en el cuerpo del rubio —ni siquiera me había molestado en preguntar su nombre—, y comencé a cabalgarlo con ímpetu, casi con rabia, mientras gritaba exageradamente, más por la impotencia y la furia que por lo que él me hacía sentir.
El chico me miraba extasiado, estaba inerte debajo de mí y cuando hacía ademán de tocarme, lo hacía casi con temor, como si no se creyera que aquello estuviese sucediendo.
Tras un rato de inútil cabalgata en la que mi orgasmo no había osado en acercarse siquiera, me bajé de él, no para cambiar de posición, sino para abandonar aquel insulso acto sin sentido.
El flemático joven finalmente decidió tener alguna iniciativa y se cernió sobre mí, besándome con tal desaforo que nuestro dientes chocaban. Me penetró, tras unos cuantos fallidos intentos de encontrar el agujero. Yo estaba casi seca del todo, por lo que sentía cierta incomodidad ante sus embestidas, pero eso no me preocupaba, pues mi mente viajaba lejos de allí.
Afortunadamente, aquello no duró mucho tiempo más. El chico se corrió, exhalando un sonido gutural, y se dejó caer a mi lado, sudado como si hubiera hecho un gran esfuerzo y, casi al instante, se durmió.
Yo me quedé tendida en el lugar, sin pensar siquiera en ir al baño, y en medio del silencio, interrumpido únicamente por los ronquidos de mi acompañante, dejé que un par de lágrimas rodaran por mis mejillas.
No era el decepcionante acto en sí lo que provocaba mi llanto, era lo absurdo del mismo. Otra decisión inútil que había tomado, esperando suplir con sexo otro tipo de carencias.
Sin poder conciliar el sueño y sin fuerza moral para marcharme a casa, comencé a repasar cada uno de los momentos que había vivido con Aless. Traté de encontrar algunas evidencias que me indicaran cuántas veces me había mentido, cuántas me había ocultado la verdad, manipulándome a su antojo.
—Al menos yo no miento —me había dicho—. Lo que ves es lo que hay.
Pero, ¿qué era lo que había visto?
Solo la parte exótica, misteriosa e insoportablemente atrayente. Solo me había mostrado el trozo de él que podía hacer que lo deseara, que lo quisiera...
¿Lo quería? ¿Era posible que lo quisiera tan pronto? ¿Qué otra explicación habría para que me sintiera tan destrozada?
Me había ido a la cama con un hombre cualquiera, por despecho, por venganza. ¿En qué me estaba convirtiendo?
Sentía asco de mi misma, repulsión por mi comportamiento.
El cansancio que finalmente me venció se debía al esfuerzo que había hecho por controlar mis propios sentimientos, pero, tras tanto batallar, me habían vencido la impotencia y la soledad.
Cuando desperté, la resaca torturaba mis sienes y mi garganta exigía agua con urgencia. El chico continuaba roncando, así que aproveché para escabullirme fuera de la cama. En mi desenfreno, ni siquiera me había desvestido, así que solo tuve recoger mi braga, y sin hacer el menor ruido, salí de allí.
La luz del sol resultaba lacerante para mi dolorida cabeza y mi atuendo nocturno atraía todas las miradas en la calle.
La caminata de la vergüenza le dicen.
Llegué a casa y me encontré a María y a David desayunando en el comedor. Charlaban alegres, tomados de las manos. Al parecer la cena romántica había sido todo un éxito.
—Buenos días —los saludé. María me sonrió, radiante, pero David observó mi aspecto, ceñudo, y se levantó de la mesa.
—Regresaré pronto con el cargamento de berenjenas. —Le dio un beso a María y se marchó.
—No le hagas caso —me dijo ella, al observar mi expresión contrariada—. Ya sabes que es un viejo gruñón. Siéntate, te sirvo tu café.
El aromático líquido bajó por mi garganta, revitalizando mi energía. Escuché vagamente la historia de la cena de boca de una María que parecía una adolescente enamorada. Me alegraba mucho por ella, pero solo me apetecía ducharme y tirarme otro rato a descansar, hasta que se me pasara la resaca.
Ella notó mi estado destruido y me dejó en paz.
Cuando estuve en mi propia cama, no me torturé pensando en Aless y en mis cuestionables decisiones y, casi tan rápido como mi amante rubio había hecho la noche antes, me dormí.
Desperté producto a un ruido proveniente de la calle. Me asomé al balcón y comprobé que algunas de las cajas que cargaban las berenjenas se habían roto, desparramando las hortalizas por el asfalto. El conductor del camión, María y David se afanaban en la tarea de recogerlas, así que bajé a ayudarlos.
Tratábamos de rescatar la mayor cantidad de vegetales posibles, pero muchas habían quedado apachurradas al impactar contra el suelo.
Cuando más concentrada estaba en la tarea, ocurrió algo sumamente desagradable.
Me había inclinado para recoger una berenjena cuando una fuerte palma impactó en mi glúteo, con violencia. Me incorporé, alarmada, ahogando un grito, y descubrí que un grupo de muchachos en patines habían pasado por mi lado, y el autor de la nalgada aún se reía de su broma pesada, gritando obsenidades, mientras se sobaba el paquete.
—¡Idiota! —le grité, restregándome la piel que aún escocía.
Los chicos continuaron gritando en griego, pero no tenía que hablar el idioma para adivinar que eran guarradas.
El rostro de David se puso muy encarnado y casi podía ver las nubecitas saliendo de su nariz como si fuera un toro a punto de salir al ruedo.
Su actitud me pareció exagerada. Era cierto que los chicos se habían pasado, pero no era más que un juego de niños. Entendí aún menos cuando Maria me gritó con una severidad muy impropia de ella.
—¡Andrea, entra a la casa!
WTF?! ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso ellos creían que yo tenía la culpa de lo que había pasado? Ni siquiera estaba vestida provocativamente. Llevaba un chandal y mi cara de recién levantada.
No entendía nada, pero decidí obedecer.
Cuando iba a cruzar el umbral, el camionero me guiñó el ojo y entonces si me preocupé.
—What are they saying? Translate! —le grité. Él sonrió con perversidad y me dio la espalda.
Subí la escalera corriendo y busqué en el móvil el traductor de google. Traté de replicar lo mejor posible las palabras que les había escuchado decirme.
Aunque había perdido algunas palabras en la traducción. Lo que logré develar me dejó de piedra.
είναι αυτή?
Ναι αυτή είναι
είναι το κορίτσι από το βίντεο
φάε το πουλί μου
σκύλα
κάνε μου τι έκανες στον Τζον
¿La chica del video?
¿Qué video?
Yo no conocía a esos chicos, ni sabía quien diablos era John. Podría ser que me estuvieran confundiendo, pero actuaban como si de verdad me hubiesen reconocido.
No tenía idea de que estaba pasando.
Bajé la escalera, con cautela, temiendo que los ofensivos gritos no hubiesen cesado aún.
Lo que escuché fue aún peor.
—Piénsalo bien, María —decía David—, ¿no has visto cómo se viste para salir de noche? Está el tema de ese hombre que estuvo aquí el otro día, y el otro extranjero que la trajo en un coche, ¡hasta se besó con una mujer en plena calle! —gritó, escandalizado, y yo me sorprendí, pues no sabía que había visto mi beso con Gia—. Ya son varias las noches que no viene a dormir, y siempre llega cansada y apestando a alcohol. Pero esto que ha pasado fue la gota que colmó el vaso. Es más que obvio a lo que se dedica.
—No digas tonterías, David —me defendía María—. Andy es una buena chica, no es nada de eso que dices.
—¿Ah no? ¿Y de dónde saca el dinero para pagar la renta y sus gastos? ¿Cómo consiguió pagarse ese curso tan caro? ¡Abre los ojos mujer!
—Puede tener ahorros como toda la gente —argumentó ella—. Me niego a aceptar lo que estás insinuando.
—A mi también me agrada, de verdad, pero no voy a permitir que mi casa se convierta en la comidilla del barrio, y que los hombres, o las mujeres, ya ni se, empiecen a venir a buscarla para obtener sus... servicios.
—Cállate, cállate, no sabes lo que dices.
—Si lo sé y tú lo sabes también, lo siento por ella, pero no puedo vivir bajo el mismo techo que una puta.
Aquello fue más de lo que pude soportar.
Tanto prejuicio, tanta injuria, de personas a las que no había hecho más que darles mi afecto.
Bueno, no era justo meter a la buena de María en el mismo saco, pero aquel hombre, aquel viejo maldito no podía hablar así de mí, no lo iba a permitir.
—No se preocupe, David —dije, saliendo del hueco de la escalera—. No pasaré ni un día más bajo su techo. Pero debería tener más cuidado antes de hacer esos juicios de las personas. Las palabras tienen peso y hay ofensas que no se pueden deshacer.
Le dije todo eso muy seria, con una madurez y una entereza que me sorprendió hasta a mí. Mi aparición fue tan repentina que ni siquiera María pudo pensar en nada para calmar los ánimos. Sin darme tiempo de arrepentirme, subí a mi cuarto e hice las maletas, apresuradamente.
Una parte de mí esperaba que ellos fueran a buscarme para disculparse, quería que intentaran arreglar las cosas porque de veras apreciaba a esas personas, no quería irme de allí.
Pero ninguno subió.
Cuando bajé la escalera, alcancé a escuchar a María murmurar.
—Estás siendo muy injusto, viejo.
—Déjala, es mejor así. —Fue la respuesta de David.
Pasé por el comedor sin mirarlos. Solo me detuve en el umbral de la puerta, me volteé y, abandonando toda mi madurez anterior, le espeté:
—David —Él levantó la vista para encontrar mi mirada—. ¡Más puta será tu abuela!
Y me marché, satisfecha de mi réplica infantil.
Caminé sin rumbo, decidiendo lo que podría hacer ahora que me había quedado sin hogar. Había pagado por adelantado los 3 meses y a pesar de lo poco digno que era, iba a tener que regresar a recuperar parte de mi dinero porque mi presupuesto era menos que escaso, y no quería tener que terminar ejerciendo la profesión de la que se me había acusado.
Mientras decidía si iba a pedirle ayuda a Teresa o ya me regresaba de plano a casa, y así acababa con toda la locura que había sido Grecia, mis pasos me llevaron al Peirasmós.
Lo observé unos segundos en silencio, agradecida por todo lo que había aprendido en ese lugar.
No, no quería irme y echar por la borda toda mi evolución. Lo que había pasado no era el fin, ni mucho menos. Me dolía, me molestaba, pero encontraría la forma. Siempre lo hacía.
A través de los cristales que el restaurante tenía por paredes, vi una figura moverse entre las sombras. Una luz se encendió, de repente, iluminando el bello rostro de Claus.
Como si mi mirada le pesara, él levantó la cabeza, encontrando mis ojos.
Me sonrió con calidez, con esa sonrisa sincera y limpia, tan rara en él, que cuando te hacía el honor de regalártela, sabías que era genuina.
Yo le sonreí también, y ese intercambio de miradas y sonrisas produjo en mi una nueva ilusión esperanzada.
La certeza de que todo iba a estar bien.
****
Oh ternurita🥰
A mi también me hace sentir mejor Claus, tan bello ❤️
Andy parece que está en una competencia consigo misma para descubrir cuántas locuras te pueden pasar en un día.
Jajaja
¿Y que será eso del video?
¿Será pura confusión?
🤔
Igualmente, David se pasa y mucho 😥
Así no se trata a una mujer, aunque fuera verdad su suposición, eso no es razón para correrla de la casa con lo bien que se ha portado la chica con ellos.
En fin, habrá que esperar al siguiente para saber a dónde van los pasos de Andy, esta vez
😁😉😘
Pd: en el banner de la portada os dejo fotito del chico del bar😉
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