Capítulo 19
—Atar con fuerza es como abrazar. —Me decía Alessandro, mientras iba deslizando las cuerdas de algodón por mi cuerpo desnudo—. No se trata solo de inmovilizar. El Shibari es estética, erotismo, arte. —Era hábil con los nudos como un marinero y los ataba, estratégicamente, en los lugares más erógenos.
Cuando sacó la cuerda sentí miedo.
Lo más parecido al bondage que había experimentado había sido una vez en que Rodrigo me había atado las manos con una corbata, en un nudo torpe que se deshizo pronto debido a los jalones, incluso antes de que él terminara el atropellado acto. Cinco minutos en los que no sentí casi nada.
Lo que me hizo Alessandro fue algo completamente distinto.
Primero me desnudó con un cuidado infinito. Cada vez que me despojaba de una prenda, me hacía una caricia o me daba un beso. Su delicadeza me sorprendía y encantaba a la vez.
Estábamos en un pequeño cuarto, dentro de la propia habitación. Tenía el tamaño de un closet vestidor, aunque desprovisto de perchas o ropas. Los únicos muebles eran un estante, repleto de cajones, pero sin objetos raros a la vista, y un sofá cama gris en el centro. La mayor peculiaridad eran los espejos que cubrían las paredes y el techo. Podía vernos desde todos y cada uno de los ángulos.
Era extraordinariamente excitante.
Cuando estuve completamente desnuda, se dedicó a observarme y me obligó a hacerlo también.
—Quiero que veas cuán hermosa eres —me dijo, y realmente parecía una ninfa.
La piel blanquísima, se había tornado sonrosada por la excitación del momento y el sol del crepúsculo que había tomado en la playa. El cabello teñido había adquirido un tono naranja tras las primeras lavadas, y los largos mechones alcanzaban casi a cubrir mis pechos. Mis ojos brillaban y mis labios estaban entreabiertos, esperando por él.
—Quiero verte también —pedí, y él me complació, sonriente.
Quien cree que el David de Miguel Ángel es la máxima exaltación de la belleza masculina, nunca ha visto a Alessandro Christou desnudo.
Deseé ser Medusa para que mi mirada lo convirtiera en piedra para poder llevarlo a mi casa, y conservar por siempre tanta perfección.
Claro que una estatua no podría hacerme las cosas que él me hizo.
Mientras me iba atando, me iba contando la historia del milenario arte japonés que consistía en hacer figuras estilizadas con las cuerdas sobre el cuerpo, resaltando las curvaturas eróticas de las formas. Su voz era un susurro sensual y delicado, muy diferente a la voz severa de siempre. No dejaba de sorprenderme lo repentinamente que cambiaba de voz, de expresión, de personaje.
La tranquilidad que me trasmitía su tono, junto con la sensación de sus manos sobre mí, y los nudos que presionaban puntos claves de mi cuerpo, hicieron que mis reservas iniciales fueran pasando.
—El bondage es una de las prácticas que requiere más confianza —me explicaba—. Al permitirme que te ate, te estás poniendo a mi merced. El solo hecho de estar tan vulnerable y expuesta a los deseo de alguien más, genera gran cantidad de adrenalina. Solo la expectación bastará para excitarte —Yo lo sabía muy bien, estaba mojada desde que comenzara a quitarme la ropa—. El no poder moverte quizás te cause impotencia, pero si consigues relajarte, podrás concentrarte únicamente en el placer.
—¿Qué me harás? —Estaba todavía muy nerviosa. A modo de respuesta, él me alzó en brazos y me depositó en el centro del sofá cama.
El espejo del techo me reveló la espectacular imagen de mi cuerpo vestido con cuerdas, creando un diseño precioso. El pelo desparramado sobre la tela gris creaba un efecto de rayos alrededor de mi cabeza. Mis curvas, acentuadas por las ajustadas ataduras, lucían voluptuosas e increíblemente sensuales.
—¡Yo no tengo esas caderas! —exclamé, sin dar crédito a lo mucho que me gustaba mi reflejo.
—No eres consciente de todo lo que tienes, de todo lo que eres —me dijo, con una sonrisa de deleite.
Hubiese querido tener un palo de selfie, para tomarme una foto desde ese ángulo aéreo. Él tenía razón, el Shibari era sorprendentemente artístico.
Alessandro ató mis manos a la espalda y terminó uniendo mis piernas en apretados nudos, dejándome inmóvil por completo.
—¿Me dolerá? —pregunté, temerosa y expectante.
—No más de lo que te gustará —respondió él. Abrió uno de los cajones y sacó unos cuantos objetos que no identifiqué. Mi ansiedad se disparó.
—¿No necesito una palabra de seguridad o algo? —dije, recordando la película. El me obsequió con su clásica sonrisa condescendiente.
—Claro, elije una. Aunque no creo que vayas a necesitarla. Seré gentil —prometió, con una sonrisa que auguraba todo lo contrario.
Pensé durante unos segundos. No quería usar el clásico "rojo" o ninguna otra palabra demasiado evidente. Quería una palabra que pudiera usar en público, en caso de que fuera necesario y, conociendo a Aless, probablemente lo sería. Pero también quería escoger un término que significara algo, que su sola mención evocara lo nuestro.
Vale, las metáforas no eran lo mío.
—Fall —dije, sintiéndome poética. Él me miró con extrañeza—. Por la estación —le expliqué—, y como un homenaje a mi pésimo inglés que ha mejorado desde que estoy en Grecia. Por las nuevas experiencias. —terminé, sonriéndole con complicidad. –Él asintió, conforme y, dando por terminado el preámbulo técnico, se cernió sobre mí.
Comenzó a besarme muy despacio partiendo de mi ombligo y siguiendo la ruta de pequeños cuadrados de piel que formaban las cuerdas entrecruzadas. Mi boca lo anhelaba, pero no podía hacer nada para apresurar aquel beso, así que lo aguardé, jadeante.
Cuando tuve sus labios a mi alcance, me lancé, desesperada, como si ellos tuvieran el antídoto que me curaría del veneno que él había metido en mi cuerpo desde el primer día. Mi beso fue voraz, hambriento, pero él jugaba con mis ansias y me castigaba, alejándose en el momento justo en que estaba más entregada a su boca.
Luego regresaba y me premiaba con sus posesivos besos. Su lengua se adueñaba de mi cavidad, recorriendo cada rincón, mientras su mano ágil comenzaba a hurgar en mi entrepierna.
Las cuerdas apretaban tanto mis muslos y pantorrillas que mi sexo quedaba preso y el clítoris sobresalía al final del pequeño y depilado triángulo que el amarre había dejado libre.
Yo me retorcía, impotente por no poder tocarlo, deseando besarlo también y mis pupilas se habían puesto enormes y dilatadas ante el péndulo que él exhibía, meneándolo con crueldad, como quien muestra a un niño un caramelo, manteniéndolo siempre fuera de su alcance.
Entonces entró en escena el primer artefacto. Sin parar de besarme, Alessandro deslizó su mano hacia mis pechos, apretados bajo las cuerdas. Los amasó primero y mojó mis pezones con su boca, haciéndome gemir, pero lejos de mis deseos, no se recreó en ellos, sino que los unió a las cuerdas con unas pinzas de metal, como si estuviera tendiendo ropa.
Yo grité.
El dolor no era tan fuerte, pero la sensación me tomó por sorpresa y la presión sobre la delicada piel me hizo retorcerme.
Craso error.
Como había calzado las pinzas con las cuerdas, mis movimientos tensaban estas que, a su vez, jalaban mis pobres pezones, estirándolos cual elástico.
Entré en un frenesí.
Era altamente estimulante, pero el dolor se confundía con las corrientes de placer que las dichosas pinzas lanzaban por mi cuerpo. Sabía que no debía moverme, pero me resultaba casi imposible, más aún cuando la lengua de Aless se posó sobre mi punto más sensible. Mi piel estaba siendo atacada por tantos frentes que mi cerebro no podía decidir lo que debía hacer. La parte cauta le ordenaba a mis músculos inmovilidad, pero el acto reflejo del placer me obligaba a reaccionar.
Sentía como si se librara una batalla de sensaciones dentro de mí, que mi confundida mente era incapaz de procesar.
El pequeño botón había crecido mucho, estimulado por la boca de Aless que sorbía y mordisqueaba sin contenerse, mientras sus dedos hacían lo suyo en mi interior.
En mi delirio, yo balbuceaba cientos de incoherencias. Creo que incluso llegué a pedirle que parara, pero jamás pronuncié la ridícula palabra de seguridad que había escogido, porque aquello era tan intenso que solo podría terminar en una explosión.
La explosión que finalmente llegó en forma de squirt, empapando el sofá.
Era la primera vez que me corría de esa manera. Con Rodrigo ya había sentido la precipitación acercarse, pero cuando eso me sucedía, me contenía, paraba, porque una parte absurda e inconsciente de mí se avergonzaba de que mi cuerpo reaccionara de esa forma tan escandalosa.
Rodrigo era muy limpio, y yo me cortaba porque creía que a él le repugnaría mancharse con mi chorro, que me acusaría de haberlo orinado, o algo así.
¡Dios santo! ¿Cómo pude ser tan tonta durante tanto tiempo?
La sensación fue notablemente superior. Se sintió como una liberación completa, y el grado de relajación post orgasmo fue tan alto que me olvidé por completo del dolor. Comencé a disfrutar del metal en mis pechos, lo sentía ya como parte de mí.
Solo reaccioné cuando Alessandro utilizó otro de sus raros objetos para profanar un templo que no esperaba en lo absoluto tal intervención.
Introdujo un tapón anal en mi más apretado agujero. Mi zona sur aún estaba espasmódica y palpitante, pero recibió a aquel intruso con un sobresalto que volvió a activar el mecanismo de las pinzas jaladoras. Se trataba de una pieza pequeña de textura metálica en forma de cono con los bordes redondeados. El tamaño no era representativo, pero las cerradas paredes lo percibieron como un objeto enorme.
— ¿Qué haces? No, no, no... —alcancé a quejarme, moviéndome cual serpiente.
—Shhh, tranquila —me calmó él—. Deja que tu cuerpo se adapte a él, siente como te abre. —Susurraba con su voz más grave.
Y sí que lo sentía. Sentía que me perforaba sin piedad.
Alessandro elevó mis piernas, pues al estar unidas dificultaban el acceso a esa área. Se arrodilló sobre el sofá, justo sobre el charco que yo había creado, y colocó mis pies sobre uno de sus hombros, situando su arma justo en mi mojada entrada y volviendo a dilatarla con los dedos.
Creí que me follaría para llenar todos mis agujeros, pero lo que hizo en cambio, me tomó desprevenida.
Los dedos que jugueteaban con mis pliegues fueron introduciéndose uno a uno en mi interior, hasta que toda su mano estuvo dentro, con mis gritos como música de fondo.
Si la polla de Aless ya me parecía grande, su puño cerrado era una roca, un peñasco que se abría paso a fuerza en mis entrañas.
Fue más de lo que pude soportar.
—Para, para, para, por favor, me duele, me duele, no, no, no, por favor, déjame, me duele, no, no —susurraba con una voz muy baja, los ojos cerrados y las lágrimas empapando mis mejillas.
—Sabes que tienes que decir si quieres que pare —respondía él, sin dejar de mover su puño, que hacía sonidos de chapoteos por lo extraordinariamente mojada que estaba—. Sabes tu palabra, Andy, dila, si es lo que quieres.
¿Por qué rayos no la decía?
Entonces ocurrió otra cosa inesperada. El tapón que llenaba mi trasero comenzó a vibrar. No pude ver si Alessandro había apretado algún interruptor, o quizás estaba programado para comenzar automáticamente, tras algunos minutos, el caso es que vibraba tan fuerte que las corrientes recorrían todo mi cuerpo.
Yo estaba casi convulsionando.
Los límites del dolor y el placer se habían fundido, creando algo nuevo, una sensación increíble, devastadora y gratificante a partes iguales.
Era una tortura gloriosa.
La vibración, su puño, las pinzas, las cuerdas, los nudos, la impotencia de la inmovilidad y el castigo dulce que cada uno de mis movimientos esparcía por todo mi ser desencadenaron la avalancha.
Tuve uno, dos, tres, cuatro orgasmos....
Perdí la cuenta junto con la noción de la realidad.
Percibía lo que estaba sucediendo como en flashasos intermitentes, un constante vaivén de fantástico realismo.
En algún momento impreciso, Alessandro me volteó, me colocó boca abajo y extrajo el tapón vibrante, dejándome una sensación de vacío lacerante que solo duró un segundo, pues de inmediato sustituyó el objeto con su pene que, en medio de mi éxtasis, no me pareció tan inmenso como sabía que era. El metálico objeto había cumplido bien con su labor dilatadora y estaba tan abierta, tan lubricada, que hubiera podido dar a luz.
Las embestidas no respetaron el ritmo gradual que habían seguido las veces anteriores.
Desde el inicio fue brutal.
Yo era una muñeca de trapo. Él me ponía en las posiciones más bizarras, bombeando en mí con toda su fuerza.
Su mano seguía moviéndose con la misma intensidad con la que él penetraba mi trasero.
El pulcro color gris claro del sofá había desaparecido. Ahora parecía que había llovido sobre él. No solo estaba manchado por la humedad de mis orgasmos, también lo mojaban nuestros sudores y mis lágrimas.
Yo no había parado de llorar. Sollozaba con espasmos que ya no era capaz de identificar si se debían al llanto o a los múltiples orgasmos.
Estaba deshecha, dolorida y extasiada.
Más de una vez creí que no podría soportarlo más, que era demasiado, que me desmayaría o moriría producto a las sensaciones tan extrañas que me embargaban, pero nunca pensé en decir la palabra de seguridad.
Aquello era terrible, maravilloso, era la mezcla de ambos, pero yo no quería que acabara nunca, primero prefería que acabara conmigo.
Luego de lo que me parecieron siglos, Alessandro se corrió en mi maltratado trasero. Yo no lo acompañé en su orgasmo en ese instante, pero cuando finalmente sacó su mano de mí, el calambre me recorrió, a modo de protesta por la extracción de ese miembro que ya mi cuerpo consideraba suyo.
Caí desfallecida en aquel mueble. Ni siquiera sentí cuando retiró las pinzas porque tenía los pezones adormilados. Con el mismo cuidado con que me había desvestido, Aless me despojó de las cuerdas. Acarició mis cabellos pegajosos de sudor, besó mi frente y secó mis lágrimas.
Luego me tomó en brazos. Yo me acurruqué en su pecho como una niña.
—No me sueltes —le pedí, pegándome a él, con un extraño ataque de miedo, de debilidad, de tantos sentimientos vulnerados.
—Nunca, pequeña —prometió, besándome en los labios con dulzura, mientras me llevaba a la bañera.
***
🥴🥴🥴
¡Han masacrado a nuestra Andy!
😅
Pero los múltiples orgasmos son prueba de que le ha gustado.
¿Es posible que algo te duela y te guste a la vez?
Pues preguntémosle a Andrea que lo ha vivido de primera mano 😁
Jajaja
Vamos a ver que decisión toma a raíz de esta experiencia
El 20 muy pronto...
XOXO 💋
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