Capítulo 18
La forma semi ovalada, el cristal tornasol y el color poco usual del líquido púrpura que cambiaba de tonalidad en dependencia de la luz la hacían parecer una poción mágica, de esas que las brujas utilizaban para preparar brebajes de amor... o de muerte.
Yo había pasado alrededor de 20 minutos examinando la botella de Hamartía. Una de las primeras condiciones que había puesto para poder confiar en Alessandro era comprobar que no me había drogado aquella noche. Pero a pesar de la apariencia fantástica de la bebida, todo parecía estar en regla con ella. Producida en Corfú, Grecia, con apenas un 2,4% de alcohol e infusión de mærtîs al 0,1%.
Había buscado en internet las propiedades de esa planta y la verdad era que sus efectos no eran tan alarmantes como había supuesto. Consumida en exceso podía producir taquicardia, cefalea y distorsión de la realidad, pero una taza de infusión tenía un efecto levemente superior a la tila, relajaba, eso era todo.
Pensé en probarla de nuevo, solo para estar segura, pero no quería arriesgarme a perder el juicio antes de la conversación que necesitaba tener con Aless.
Me había llevado a su habitación en el hotel, no la suite del pecado en la que había despertado 15 días atrás, sino un cuarto común y corriente, sin más lujos que un balcón con vista al mar.
— ¿Cuántos fueron? —Fue mi primera pregunta. No sé por qué me importaba tanto el número. No es que mi "escandalosa" lista de uno fuera a sufrir por agregar algunos nombres más.
—Cuatro —respondió él—. Esa noche vine al hotel con Gia, Sophie y Niko, los dos últimos son pareja, evidentemente swingers —agregó, ante mi mirada de estupor—. Nos conocemos hace años, y Niko es mi socio en el club.
— ¿Y el otro chico? El camarero...
—Él fue tan solo una presa. —Puse cara de horror y Aless se vio obligado a escoger otra palabra–. Una conquista. A Sophie y a Niko les gusta jugar así. Más que intercambios preestablecidos, ellos prefieren salir y cazar, escoger a alguien entre la multitud y hacerlos parte de su juego. El chico tuvo la suerte de trabajar esa noche en el bar —Solo entonces me di cuenta de que era el mismo barman que me había servido la Hamartía— y Sophie lo escogió.
— ¿Niko me escogió a mí? —pregunté, recordando al rubio escultural con el que había despertado. Tragué saliva.
—A ti te escogimos todos. —Lo miré sin comprender—. Que llamaste mi atención, ya lo sabes, pero yo no quería abordarte en la fiesta, no es mi estilo. No suelo mezclarme con extrañas en público, sin saber antes a qué atenerme.
—Ya. —Su comentario me había desagradado. Bien que se había tirado a esa misma extraña, pocos días después, pero claro, bajo su techo y sus reglas.
—Cuando vi que venías hacia mí —continuó contándome sin notar mi incomodidad— decidí evadirte, pero no podía imaginar que las chicas te echarían el ojo.
— ¿Las chicas?
—Gia es bisexual, como ya sabes. —Me miró suspicaz, evaluando mi reacción con una nota pícara en la expresión que develaba que estaba reviviendo los recuerdos del trío. Yo me sonrojé—. Ella y Sophie han hecho muy buenas migas y casi que nos dejan de lado para irse a cazar por su cuenta. Una cosita tierna e inocente como tú debió parecerles oro molido. —El que me llamara cosita no me agradaba precisamente, pero la realidad era que al lado ellos era prácticamente una púber.
— ¿Y por qué tu no...?
—No lo sé. No sé exactamente por qué no me uní a vosotros. Supongo que creí que ya tenías mucho con lo que trabajar. —Me lanzó una mirada perversa—. Pero no, la verdad es que fue una forma de evaluarte.
— ¿Evaluarme? —Arqueé una ceja con cara de pocos amigos. No me gustaba la connotación machista que cada una de sus palabras parecía tener.
—Me gustabas, la mezcla de inocencia y sensualidad que mostrabas esa noche me enloquecía, estabas casi desnuda, bebías y te contoneabas por el salón, pero bastaba mirarte a la cara para saber que no eras más que una niña perdida. Esa dualidad fue la que me conquistó.
Esa frase ya me gustó un poco más. Lo miré a los ojos y sentí ganas de besarlo, de olvidar todo el asunto escabroso de orgías y pactos de dominación y hacer el amor como dos chicos normales, que se encuentran en un lugar demasiado hermoso, por un tiempo demasiado corto como para perderlo en tonterías.
Pero él no había terminado.
—Luego te vi en la pista con las chicas, vi lo rápido que besaste a Nikolaou, y me desencanté.
—Siempre me ha maravillado como los hombres buscáis a una virgen y a una zorra en la misma mujer —exclamé, indignada—. ¿No os dais cuenta que eso no tiene ningún sentido? Queréis que estemos dispuestas a hacer cuanta guarrería se os ocurra, pero solo con vosotros, con el resto debemos comportarnos como beatas.
—Sí, básicamente así es —coincidió, para mí sorpresa. Yo abrí la boca sin saber que alegar porque esperaba que me enfrentara, no que estuviera de acuerdo.
— ¡Trogloditas! —exclamé, impotente.
—Lo somos, pero, ¿quieres dejarme terminar la historia o no? —Yo asentí y decidí guardar silencio.
Alessandro se había sentado en el mueble al pie de la cama, yo estaba recostada a la cabecera, con las piernas flexionadas y juntas y las manos sobre las rodillas. No estábamos cerca, pero no se apreciaba tensión entre nosotros.
Él me narraba los detalles de la noche que había borrado mi memoria selectiva, y yo lo miraba como el Sultán miraba a Scheherazade, esperando que la historia fuera suficientemente interesante como para perdonarle la vida otra noche, al menos una noche más.
—Una vez en la suite, me senté a disfrutar del espectáculo. Me encanta mirar, es una de mis mayores filias, y tú, pequeña, diste un show digno de una estrella. —Yo sentí mi cara arder—. Ni siquiera tuve que rechazar a las chicas porque ellas, como tú, se olvidaron de mi presencia. Todos estaban concentrados en ti. No es para menos. Pocas veces se encuentra carne fresca tan deliciosa. —Se relamió.
—No me gusta que hables de mí como si fuera un animal. Es degradante. —Él arqueó una ceja, un poco harto de mi actitud repelente.
—Es una forma de hablar, Andy, por Dios. Estás muy quisquillosa hoy. Respeto a las mujeres, las trato como a iguales, y he conocido a mujeres realmente admirables. Una cosa no tiene que ver con la otra. Aquí estamos hablando de sexo, de instintos básicos, de respuesta animal. Te estoy contando la verdad, te estoy describiendo lo que sentí aquella noche, tal y como me pediste, ¿o prefieres que te mienta?
—No, claro que no —No estaba segura de que era exactamente lo que me molestaba—, pero es que se escucha mal, no sé, se oye como si solo fuera un objeto para ti.
—Todos, en alguna ocasión, hemos sido objetos para un fin, no hay nada de malo en eso, y mucho menos en el sexo. Lo que sucede es que no te estás ubicando en el momento que te describo. Ya sé que no lo recuerdas, aunque más bien opino que tu subconsciente lo está bloqueando porque te avergüenzas. —Reflexionó—. No te avergüences. Te puedo asegurar que disfrutaste cada minuto. Incluso me atrevería a jurar que nunca en tu vida habías gozado de esa manera. —Yo sentía el calor adueñarse de mi cara. Él tenía razón, estaba avergonzada, el pudor profundamente implantado en mi psiquis era más fuerte que yo—. Ni siquiera conmigo te abres así, a pesar de saber que yo no tengo prejuicios en cuanto al sexo.
—Eso no es del todo cierto —lo interrumpí—. Acabas de decir que te desencantaste de mí cuando viste como me comporté en la fiesta. ¿Qué es eso sino prejuicios? ¿Cómo me pides que me olvide de los estigmas sociales y a la vez te dejas condicionar por esos mismos estigmas? No puedo dejar de cuidar mis actos, porque esos actos definen como la gente me percibe, incluso tú, que presumes estar por encima de todo eso, me juzgaste sin conocerme. No tenías idea de las razones por las que yo estaba actuando de esa forma, pero ese hecho aislado te bastó para alejarte de mí. En el fondo eres un hipócrita, como todos. —le solté en carretilla, quitándome un peso de encima.
Alessandro permaneció callado largo rato, como si estuviera sopesando mis palabras. Su expresión cambiaba por momentos, en los que parecía estar debatiéndose entre dar por ciertos mis argumentos o mantener su opinión. Yo me alegré de que al menos se mantuviera abierto a escucharme.
—No veo como algo de lo que está pasando aquí te puede hacer pensar que me alejo de ti. —Ok, solo había retenido esa parte—. ¿Acaso crees que me tomo tantas molestias por cualquier chica? —Su expresión era de enfado, no, era de irritación, como si toda yo lo sacara de quicio. Por alguna razón esa posibilidad me dio miedo—. Me gustas Andrea. ¿Eso no es obvio? Me importas lo suficiente como para estar aquí contándote los detalles de una noche de la cual fuiste tú la protagonista, no yo. Lo hago para que puedas dejar ese recuerdo que tanto te perturba atrás y terminar de confiar en mí, joder. —Se puso de pie, resoplando y comenzó a dar vueltas por el cuarto, exasperado—. Estoy teniendo contigo una paciencia sobrenatural porque entiendo que eres diferente, diferente a lo que yo estoy acostumbrado y no quiero espantarte o darte más de lo que puedas manejar, pero es que no me la pones nada fácil. Normalmente ya me hubiera hartado de tus dramas hace mucho tiempo, pero por alguna maldita razón no consigo hacerlo. ¡No consigo alejarme de ti! —gritó al fin.
Yo enmudecí.
Aquello era toda una declaración. Una muy a su manera, pero declaración al fin. Mi adolescente interior estaba dando saltos mortales de alegría, la femme fatale, que solo sacaba a ratos, se encendió un cigarrillo de triunfo y se regodeó en la certeza de que tenía a aquel hombre comiendo de su mano, y otra yo, la más lista, se lamentó por haber perdido tanto tiempo preguntando tonterías en lugar de estar averiguando cosas realmente importantes.
—Bueno, vale, no hace falta que te exaltes —dije, esforzándome por disimular la sonrisa triunfal que pugnaba por asomarse a mis labios—. Dejemos ese tema, como dices, ya pasó. Es tiempo de hablar de lo que nos interesa.
Me levanté de la cama y lo tomé del brazo, llevándolo conmigo al sofá de en frente. Él parecía un toro rabioso, solo le faltaba echar espuma por la boca. Era curioso lo que me divertía verlo tan alterado tras decir que yo le importaba, que le gustaba de verdad. Había aprendido a no confiar en las palabras a menos que vinieran acompañadas de demostraciones de sentimientos, y también había descubierto que los sentimientos más intensos suelen provocar salvajes ataques de llanto o de furia.
No consigo alejarme de ti —había dicho, y mi corazón había hecho una fiesta.
Tranquila Andrea, no cantes victoria aún, puede que no consiga alejarse porque tú no paras de perseguirlo y está tan alterado porque si no te has dado cuenta, eres bastante toca pelotas.
Bájale dos rallitas a tu intensidad.
—Tienes razón en lo que dices, lo que haya sucedido esa noche no tiene por qué definir lo que pase con nosotros de ahora en adelante. Los dos tomamos decisiones ese día y, buenas o malas, nos llevaron a este momento, así que no tengo nada de que arrepentirme, ni tampoco me avergüenzo, se que lo hice porque quise hacerlo y se que lo disfruté. Lo sé porque creo en ti, pero también porque yo lo siento así, y si he de revivir esa noche, dejemos que sea cuando el recuerdo decida volver a por si solo a mi mente.
—Bien. —Fue su única respuesta a mi monólogo. Yo me sentí levemente desilusionada porque estaba orgullosa de lo madura y sensata que había sonado. Igualmente continué.
—Ahora solo necesito saber lo que puedo esperar de ti, y lo que tú deseas obtener de mí, para que ambos podamos decidir si queremos seguir viéndonos.
—¿Has escuchado hablar del BDSM? —preguntó, adquiriendo una expresión profesional muy seria.
—¿Te refieres al sadomasoquismo?
Todas mis nociones sobre el tema se resumían a lo que había visto en 50 sombras de Grey. Lo que salía en la película no me había parecido tan malo, pero también había leído muchas críticas de miembros de la comunidad BDSM que acusaban al filme de romantizar el maltrato y de alejarse mucho de lo que realmente comprendía ese mundo.
—Es mucho más que eso —contestó Aless—. El SM es el lado más extremo, pero no es imprescindible. De lo que realmente se trata es de confianza. —Yo lo miraba estupefacta. No entendía que tenía que ver la confianza con los azotes—. Cuando te sometes a tu amo, estás depositando tu vida en sus manos, estás confiando en que él —o ella, depende del caso—, hará lo que sea mejor para ti, además de que garantizará tu placer y tu bienestar.
—¿Por qué alguien querría depender de esa forma de otro? —pregunté, pues lo que me contaba me parecía el paroxismo de la baja autoestima.
—Ceder el control te libera. Cuando ya no tienes que controlar cada aspecto de tu vida, puedes dedicarte a simplemente disfrutar. Ya no hay presiones ni cargas, porque otra persona, a la que amas y en la que confías, se encargará de que estés bien.
—¿Es eso lo qué haces? ¿Perteneces a esa comunidad?
El recuerdo de los látigos y esposas desperdigados en los cuartos del club debieron darme una pista.
Es que a veces eres de un lelo, Andrea.
—No pertenezco a la comunidad porque yo no realizo ninguna de esas prácticas exclusivamente. Puedo tener sexo vainilla, como ya sabes. —Nada con él me había parecido vainilla, pero me imaginé que se trataba de una jerga entre ellos—. Llevo aproximadamente dos años sin tener una sumisa fija, pero cada cierto tiempo necesito esa clase de liberación, aunque para eso tengo el club y otros sitios similares donde saciar esos deseos.
—¿Eso es lo que quieres de mí? ¿Que sea tu sumisa? —El término no acababa de gustarme.
—No se me ocurriría pedirte eso. —Eh, ¿y por qué no?—. Estás demasiado verde, todo este mundo es muy ajeno a ti, no podría introducirte en él de sopetón y esperar que no salgas corriendo. Pero si quisiera mostrarte al menos un poco. Enseñarte cómo puede ser el sexo, una vez que confías tanto en la otra persona que dejarías que te hiciera cualquier cosa porque sabes que nada de lo que haga te lastimará.
—¿Ah no? ¿Y qué hay de los golpes? —Me vi obligada a preguntar.
—Los golpes no son obligatorios, pero te aseguro que es posible encontrar placer en el dolor, están estrechamente relacionados.
—No lo veo —repliqué. Él me regaló una sonrisa condescendiente.
—Oh, pequeña, ya lo verás. —Tragué saliva ante esa promesa/amenaza.
—¿Tú lo sientes? —pregunté, aunque adivinaba la respuesta—. ¿Sientes placer al infringir dolor?
—Al infringirlo y al recibirlo —respondió, sorprendiéndome.
Podía imaginarme a Alessandro perfectamente con un látigo en la mano, pero no alcanzaba a visualizarlo de rodillas, recibiendo él los azotes.
Entonces el recuerdo de la iglesia regresó a mi mente. Las lágrimas en sus ojos, la sorpresa y humillación que mostró cuando lo sorprendí, el sacerdote iracundo.
La idea de ese cura sodomizando a un Aless mucho más joven pasó por mi mente, revolviendo mi estómago. No quería dejar volar tan alto mi imaginación, pues esta podría tomar vida propia, pero la mala reputación del clero en cuanto al abuso infantil era leña para el fuego de mis elaboradas suposiciones.
Pregúntale, Andrea, este es el momento de preguntar.
Es que es muy fuerte, tía, ¿cómo vas a preguntarle eso?
Mejor saberlo todo ahora que no irlo descubriendo poco a poco.
Pero no pude decidirme porque él interrumpió mis divagaciones.
—Si aceptas, puedes definir tus límites, las condiciones de nuestra relación, no haré nada que no quieras, aunque me encantaría que fueras mía completamente.
—¿Cómo sería? —Ok, él lograba desviar mi atención rápidamente—. ¿Cómo sería ser tuya completamente? —¿En serio lo estaba considerando?
—Iniciaríamos una relación —me explicó— basada en la autoridad, el respeto y la confianza. Tu te someterías a mi voluntad y yo te premiaría por hacerlo.
—¿Con orgasmos? —pregunté con una irónica mirada. No se me ocurría otro premio para esa dinámica de "¿cómo entrenar a tu mascota?" que él proponía. Él sonrió, como hacía siempre ante mi sarcasmo.
—Entre otras cosas. —respondió—. Te daría contención, seguridad, cariño...
—¿Me amarías? —¿De qué demonios hablas, Andrea? Shhh, cállate.
—El amor es algo que no conozco —Por supuesto, no podían faltar sus frasecitas Shakespearianas—. Pero claro que los sentimientos estarían involucrados. El amo se preocupa por la sumisa, la cuida, es lo más importante para él, y la sumisa siente veneración por el amo.
—¿Seríamos una pareja? ¿Saldríamos en citas? ¿Viviríamos juntos?
—Seríamos pareja, sí, no una convencional, pero el grado de compromiso sería gradual. Lo de vivir juntos vendría con el tiempo, o no. Dependerá de cuán compenetrados estemos. Mi última pareja nunca accedió a vivir conmigo, era muy independiente a pesar de que encarnaba muy bien su rol.
—¿Seríamos exclusivos? —Lo de la fidelidad era un tema que tocaba mi fibra sensible. No sabía si sería capaz de ceder en ese aspecto.
—No —respondió él, y el alma se me cayó a los pies—. En un principio, no. Yo espero que no estés con nadie más, pero no puedo exigírtelo. Yo también tendré necesidad de satisfacerme muy a menudo. Si no estás siempre disponible para mí o te sientes incómoda con ciertas prácticas, deberé saciarlas con alguien más. —Ya aquello no me gustaba nada.
—¿Tendré que hacer todo lo que digas? —No me veía a mi misma obedeciendo sus órdenes.
—Si aceptas ser mi sumisa, sí, pero yo no te pediré nada que no puedas hacer.
—No creo que pueda con todo esto. —Concluí, siendo sincera—. Es demasiado.
—Lo sé, se que es mucho para procesar, por eso iremos con calma.
Él colocó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y mantuvo su mano en mi mejilla acariciándola. Yo cerré los ojos.
—Andy, me gustas mucho —dijo con su voz más dulce, esa que casi nunca usaba—. Pero me pediste sinceridad y es lo que te he dado. Este soy yo, es lo que me gusta, lo que necesito. Si quieres estar conmigo así tendrá que ser. —Yo abrí los ojos, concentrándome en las motas color miel de sus iris—. Estoy dispuesto a enseñarte, de a poco, sin presiones. Llegaré hasta donde quieras o puedas llegar.
—En el sexo, ¿es muy duro? ¿Cuán extremo puede ser? —No se por qué seguía preguntando detalles como si estuviera a punto de firmar el contrato que sellaría el resto de mi vida.
—Es diferente para cada persona. Puede llegar a ser muy violento, sí. Pero a mí particularmente no me van esos extremos. Lo que me excita es la dominación más que el dolor.
—¿Me muestras? —WDF?! ¿Que acababas de pedir, Andrea?—. Muéstrame cómo es...
Él me miró complacido y sorprendido a partes iguales. Una sonrisa pícara y triunfal se instaló en sus labios. Parecía un niño a quien acababan de premiar con un juguete.
Con ambas manos tomó mi cara y depositó un suave beso en mis labios. Ese primer momento fue dulce, casi candoroso, pero luego su mirada se volvió libidinosa, los ojos oscuros centellaron por la expectación, me tomó de las manos, levantándome del sofá y arrastrándome de una vez a su verdadero mundo.
***
¡Se formó!
🔥🔥🔥
Jajaja
Uff que capítulo más largo e intenso.
Sí, ya sé, mucho diálogo, pero es que había muchas cosas importantes de las cuales hablar.
Las escenas 🔥 venían incluidas aquí también, pero se me hizo demasiado extenso el cap, así que lo he picado en dos.
Esperadlas en el próximo
😉
XOXO
😘
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