Capítulo 17
21 de septiembre.
—¿Qué te sucede hoy? —preguntó Teresa la tercera vez que eché a perder la crema de champiñones—. Estás como en una nube. Troubles in Valhalla?
No pude contener una sonrisa. Teresa era muy ocurrente y su amistad, aunque no podía sustituir a Val y a Rober, me hacía mucho bien.
—No digo paraíso, porque ambas sabemos que tu hombre parece más un vikingo que un santo. —Me explicó, creyendo que yo no había entendido su chiste.
—No es mi hombre —le recordé—. No creo que sea de nadie, la verdad. La exclusividad no es su rollo —dije, mientras volvía a montar la nata.
—Y eso es un problema porque... —objetó Teresa, sin entender mi aflicción—. Al curso le quedan poco más de dos meses, Andy, lo mejor que puedes hacer es aprovechar este tiempo para divertirte un poco, entre cocinado y cocinado. Que Alessandro no es el tipo para enamorarte y formar una relación, eso está claro. —Yo la escuchaba atentamente sin dejar de sorprenderme con lo madura e inteligente que era esa chica—. Pero, ¿por qué querrías embarcarte en una relación cuando acabas de salir de una que no fue precisamente provechosa? Date un descanso del amor y disfruta, mana, que la vida son dos días. —Terminó, haciendo un sugerente movimiento de caderas que llamó la atención de Claus.
—¿Algo que compartir, Teresa? —la regañó.
—Contigo todo, papito —masculló ella, entre dientes, provocándome una carcajada ahogada—. Nada. Disculpe, chef —dijo en voz alta, respondiendo al regaño de Claus y volviendo a concentrarse en su cocinado.
Cualquiera que hablara con Tere podía pensar que la chica era un paradigma de autoestima y liberalidad. Era muy divertida, inteligente y honesta, alguien a quien valía la pena conservar como amiga. No obstante, a pesar de que hablara de esa forma, yo sabía que también arrastraba inseguridades y complejos como toda la gente. Era una chica increíble, pero no era consciente de su propio valor y, a menudo, se sentía menos que las demás o se mostraba apocada y retraída cuando le gustaba algún chico.
Eso le pasaba con Claus. Se la pasaba susurrándome guarradas sobre él y sobre las cosas que le haría, pero en su presencia apenas se atrevía a hablar y se volvía el colmo de la timidez.
Yo no sabía como ayudarla a superar esas cosas. Pero, por otro lado, quizás debería escuchar sus consejos que, en su voz, sonaban enormemente razonables.
Al finalizar la clase decidí dar un paseo por la playa. Hubiera querido regresar a la pacífica cala a la que me había llevado Aless, pero no quedaba nada cerca y yo aún no sabía orientarme bien en la isla, así que regresé a la turística playa que había frecuentado durante mi primera semana en Corfú.
Él mar estaba revuelto como mis pensamientos, por lo que, en lugar de bañarme, caminé por la orilla, dejando que la brisa salada calmara mi mente.
Pensé mucho. Pensé en todo lo que había vivido desde que llegara a Grecia. Hice un repaso de las heridas que más recientemente había sufrido y me di cuenta de que las primeras y más hondas ya habían sanado del todo.
Yo amaba a Rodrigo. Lo amé durante diez años. ¿Cómo era posible que lo hubiera superado tan pronto?
¿Por Aless?
Eso no tenía ningún sentido. Apenas conocía a ese hombre y lo que habíamos vivido no había sido suficientemente trascendental como para marcarme de una manera tan profunda.
Pero había algo que él sí había conseguido. Había logrado que me pusiera a mí en primer lugar. Había hecho que me atreviera a confesarme a mí misma las cosas que en verdad sentía, que me decidiera a hacer lo que quería hacer, sin temor al que dirán, sin tener en cuentas las expectativas de los otros.
E independientemente de lo que pasara con nosotros, me sentía agradecida por eso.
Mis erráticos pasos me llevaron al hotel.
Sí, estaba claro que no sabía mantener distancia.
Pero ahora sabía toda la verdad. Al menos esperaba que no quedara más por descubrir, y quería mirar ese lugar a través de otro cristal, con la luz que da el conocimiento.
Entré al bar y me dirigí a la terraza que daba a la playa.
Un camarero se acercó a recoger mi orden.
Iba a pedir mi cortado de siempre, pero una nostalgia inmensa me embargó, nostalgia por otra terraza, una en la que nunca me sentaba sola y en la que siempre tomaba el café frío, porque era la especialidad de la casa y el favorito de Val.
—Un Frappuccino, por favor. —le dije al joven, que titubeó como si quisiera decirme algo, pero cuando lo miré, se marchó, apresurado.
Saqué el móvil e inicié la video llamada.
Si había algo que conseguiría mejorar mi día sería ver a mis dos personas favoritas en todo el mundo.
Valeria estaba desconectada, trabajando en su libro seguramente, pero Rober descolgó a los pocos segundos.
—Geia, kokkinomálla —Me saludó en griego con una sonrisa amplia.
—¿Cuánto tiempo llevas practicando para decirme eso? —Le devolví la sonrisa, porque solo verlo me hacía sentir mejor.
—Desde que supe que te habías teñido el pelo —contestó. Habíamos hablado, pero no nos veíamos desde que se fuera de Corfú—. Estás preciosa, por cierto. El rojo te da un toque salvaje y sensual que te sienta genial. ¿A cuántos griegos tienes en el saco? —preguntó, lanzándome una mirada pícara.
—No, que va. —Hice un gesto con la mano, restándole importancia—. Estos griegos son todos muy intensos, extraño España, la alegría, la simplicidad, y a vosotros. —Hice un puchero.
—Ya queda menos para vernos, cariño —me consoló—. Además, seguro que estás aprendiendo mucho. —Yo asentí—. Y me ha contado Val qué hay cierto chef que te trae loquita —Yo me llevé la mano al pecho, fingiendo sorpresa e indignación, pero sin poder disimular mis carcajadas.
—No es cierto, el chef es mono, sí, pero no es mi tipo. Son ideas de Val, y la muy cotilla no solo saca sus conclusiones por la libre, sino que va corriendo a contártelas. —Achiné los ojos, simulando una mirada de rencor.
—¿Acaso no pensabas contármelo? —Ahora fue él quien se fingió indignado.
—¡Que no hay nada que contar! —riposté—. Además, te lo contaría si me llamaras alguna vez, traidor, que me tienes abandonada. —Volví a hacer pucheros.
—Tengo mucho trabajo, Andy. Las obras están retrasadas y a veces creo que no llegamos a diciembre.
—Para hablar con Val si que tienes tiempo —alegué—, claro, como ella es tu favorita —comencé el ataque de celos como una niña pequeña.
—No digas bobadas, es ella la que me llama siempre, está muy agobiada con lo del libro, y además se siente muy sola en Nueva York.
—¡Pues más sola estoy yo! —argumenté—. Ella por lo menos tiene a Ángel.
—Cierto, Ángel. —La cara de Roberto cambió de pronto y adquirió una seriedad muy impropia en él.
—¿Qué pasa? —pregunté, extrañada—. Nos cae bien Ángel —A veces hablábamos como si los 3 fuésemos uno mismo.
—Sí, es buen tipo.
—Pero.... —lo animé a continuar.
—No veo bien que estén viviendo juntos, él tiene sentimientos por Val y eso, tarde o temprano, terminará mal.
—Rober, ¿estás celoso? —pregunté, sorprendida—. Creí que tenías ese asunto superado.
—¡Claro que no estoy celoso! —Se apresuró a contestar, pero su cara sonrojada decía otra cosa—. Solo me preocupo por ella como he hecho siempre. Es mi trabajo velar por vosotras.
—No, no lo es. —Traté de hacerle ver—. Cariño, las dos te adoramos y te debemos muchísimo, pero a veces creo que exageras con la sobreprotección, estás tan pendiente de nosotras que incluso descuidas tus asuntos y eso no está bien. No recuerdo la última vez que la conversación giró acerca de ti. No te valoramos lo suficiente. —Reconocí—. Yo misma, estoy tan segura de tu cariño, doy tan por sentada nuestra amistad, que me olvido de recordarte que estoy para ti, para lo que necesites.
—Lo se. —Él parecía incómodo con el tema porque me conocía y sabía por dónde iba.
—Siempre me ha parecido mal que te hayas tragado tus sentimientos por Val.
—Andy, olvida eso, fue hace mucho tiempo, éramos niños.
—No éramos tan niños y es injusto que no hayáis tenido una oportunidad. Yo sí creo que podía haber funcionado. —Lo animé.
—Sabes que eso no es cierto. La friendzone es como un agujero negro, una vez dentro, no vuelves a salir.
—De todas formas, debiste decírselo. ¿No es peor quedarte con la duda por siempre?
—Prefiero eso a arruinar la amistad.
—¡Ay por Dios! —exclamé, inconforme—. No hay nada en el mundo que pueda arruinar nuestra amistad. Somos los tres mosqueteros, ¿recuerdas?
—Se ve que no conoces el efecto devastador que tiene el mal sexo.
—¿Ya asumes que será malo? Creí que tenías más confianza en ti y en tus genes africanos. —Lancé una carcajada, divertida.
—No creo que sería malo, creo que sería incómodo. Al menos para ella. No me ve de esa forma.
—Pues nunca podrás estar seguro de eso si no se lo dices. Val merece saberlo.
—¿Qué merezco saber? —Valeria se conectó de repente a la video conferencia, y a Roberto casi le da un patatús.
Por unos segundos, los tres nos miramos sin hablar. Roberto y yo, atrapados infraganti, no sabíamos como desviar la atención del tema.
—Nada, que Andy pasa del profe, pues tiene un nuevo crush —dijo Rober, saliendo del paso lo mejor que pudo.
—¿Cómo?! Exijo saber todos los detalles ahora mismo. —La distracción, evidentemente, había funcionado.
Pensé en desmentir a mi amigo, solo para divertirme viendo que ideaba para salir del embrollo, pero la alerta roja de la batería me lo impidió.
—Chicos, se me ha quedado el móvil sin carga. Debo irme, pero hablamos pronto.
—Eso dalo por hecho —Me aseguró Val—. Te llamo mañana temprano para que me hables de tu nueva conquista.
—Vale, hablamos mañana. Os quiero. —dije antes de que el celular se pusiera negro del todo.
La llamada finalizó pero mi espíritu se había regenerado. Era increíble lo que unos pocos minutos de charla banal con mis amigos podían hacerle a mi alma.
Dí el último sorbo a mi café e hice un gesto para pedir la cuenta.
El chico se acercó y cuando se inclinó para darme el recibo, lo reconocí.
El baño, la mampara empañada por el vapor, Gia con su piercing en el ombligo y un muchachito de rizos castaños, que me invitaba, en griego, a unirme a la fiesta.
Uno de los esqueletos de mi armario se me presentaba en forma de tímido camarero.
Antes de que pudiera escabullirse de nuevo, tomé su mano.
—Wait, we know each other, don't we? —El chico asintió—. Do you speak Spanish? –Negó con la cabeza.
Genial, tendría que seguir machucando mi inglés si quería que aquel chico, al que parecía que le habían comido la lengua los ratones, respondiera mis dudas.
—I wanna ask you some questions. I need to know about the night when we met.
—I can't talk —Habló por primera vez, ansioso por irse. Supuse que estaba interrumpiendo su trabajo.
—I can wait you finish your turn.
—I can't talk —repitió y me pregunté si sabía hablar inglés.
—I need to know. I will pay you. —No tenía idea de con qué iba a pagarle, pero esa carta normalmente solía funcionar en las películas.
—I can't. —Volvió a decir, antes de marcharse.
¿De dónde sacará Alessandro a estos robots sexuales tan obedientes?
—No necesitas acosar al chico —La voz a mi espalda me sobresaltó, aunque de alguna manera la esperaba—. Yo puedo decirte todo lo que quieres saber. No ocultaré nada esta vez, solo asegúrate de hacer las preguntas correctas. Hay cosas que quizás prefieras no conocer.
Estaba usando la voz enigmática de cuando lo conocí, la voz que de vez en cuando volvía a adoptar para sus declaraciones más intensas.
—El chico te ha avisado de que estaba aquí, ¿cierto? —Él asintió—. Lo tienes bien entrenado.
—Simplemente desea conservar su empleo —respondió.
—¿Tienes que tener control sobre todo?
—A ti no te controlo. Por más que me gustaría hacerlo, siempre me sorprendes, no consigo anticiparme a tus movimientos y mucho menos dominarlos. A veces resulta increíblemente frustrante. —Resopló, pasándose las manos por el pelo en auténtico gesto de impotencia.
—¿Por qué? ¿Por qué necesitas dominarme? ¿Por qué es tan importante el control?
—Es una extensión del poder —contestó—. Cuando posees algo, cuando te acostumbras a poseer cosas, y personas —acotó— necesitas controlarlas para sentirte en equilibro, es tan urgente como la bolsa de papel para quien sufre ataques de ansiedad, parece un sinsentido, pero es lo único que te calma.
—¿Es un TOC o algo así? —pregunté, porque lo que acababa de decir le daba, en mi humilde opinión, boleto directo al psiquiatra.
—Creo que es más bien una obsesión.
—¿Sabes que me obsesiona a mí? El saber. La necesidad de saberlo todo, sobre todo cuando alguien me interesa. Por eso me he encaprichado tanto contigo, por todo lo que ocultas. Eres como un enigma para mí, uno que necesito develar.
Él se sentó a la mesa y suspiró, como si se rindiera finalmente a mis deseos, como si rendirse no fuera algo que solía hacer y le hubiese costado un esfuerzo enorme.
—Ok —concedió—. Podemos hacer un trato. Yo te daré un poco de lo que pides, si tú me concedes un poco de lo que necesito yo. —Propuso.
—¿Solo un poco? —protesté.
—No presiones —dijo, endureciendo su expresión.
—Vale —acepté—. Comencemos.
***
¡Hola hola!
He aquí un capitulito de relleno, sin muchas emociones ni sobresaltos, pero con abundantes diálogos que revelaron algunos daticos interesantes.
No quería que olvidarais a Rober y a Val, así que los he traído un rato, con este nuevo chisme, que seguro algunos ya imaginabais
😏😁😉
Y finalmente, Andy y Aless han decidido pactar 🤭
Veamos a que acuerdo llegan esos dos
El siguiente capítulo se viene caliente, pero demorará un poquitín.
¡No desesperéis!
💋 😘 💋
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