Capítulo 13
15 de septiembre
—Te lo tenías bien calladito, zorrilla. —Teresa y yo charlábamos en la entrada del restaurante. Ella no paraba de meterse conmigo por el asunto de Alessandro, y yo estaba reticente a soltar prenda.
—No hay nada que contar —mentí—, apenas nos conocemos. Hasta hace un par de días ni siquiera sabía su nombre. —Agregué para sentir que le decía algo que era verdad.
—Pero, ¿tú has visto el tamaño de esa bestia? —Yo reí con ganas—. Que va, yo no sabría que hacer con todo eso. Él podría hacer malabares con mi cuerpecito, sin ningún problema. —Comenzó a imitar a un malabarista, entre risas—. Claro que tú eres más alta, pensándolo bien, hacen una bonita pareja —declaró.
—No somos pareja, Teresa. —Le recordé a ella y a mí misma—. Te digo que apenas nos conocemos.
—¡Pero te gusta! —Yo no pude negárselo.
La verdad era que ese hombre me gustaba mucho. El trío con Gia había estado alucinante. Siempre había creído que de encontrarme en una situación semejante, me pondría celosa de la otra chica. Pero no ocurrió así. Ella casi tenía más fijación conmigo que con él.
Y él...
¡Dios mío!
Ese hombre sabía llevarme a lugares gloriosos, donde me sentía una diosa del sexo. Era Afrodita, destilando sensualidad y atrayendo a dioses y mortales a mi reino de voluptuosidad.
Todo fue muy natural, como si lleváramos la vida entera durmiendo juntos.
No hubieron celos ni momentos incómodos.
Esa vez, no me quedé esperando arrumacos, luego del orgasmo.
Al terminar, nos duchamos y pasamos al club a compartir una copa como tres viejos amigos.
La situación seguía pareciéndome muy inverosímil cuando pensaba en ella, pero en ese momento se sintió bien.
Se sintió normal.
Y lo más importante, me fui de allí, sin albergar el más mínimo remordimiento.
Gia era italiana. Era publicista y vivía en Estados Unidos. Llevaba algunos meses en Corfú dirigiendo la campaña publicitaria de una cadena de viajes. Hablaba seis idiomas, entre ellos el español. Según me contó, me había hablado en inglés, en un principio, porque creyó que yo era inglesa. Dijo que le recordaba a la reina Elizabeth, por mi cabello rojo. Había llegado al club por mediación de un amigo, y enseguida había congeniado con Alessandro. Era muy discreta, muy moderna y tenía una mente abierta a toda forma de experimentación. Por eso, él la había elegido como una de sus amantes recurrentes y ella, me imaginaba yo, estaba encantada con el hecho de ser la favorita.
Me cayó bien, aunque era muy diferente, diferente a lo que yo conocía y por eso yo continuaba mostrando cierto recelo al tratar con ella.
Alessandro, por su lado, se mostró muy espléndido. Cuando estaba relajado y en confianza era incluso divertido. Hacía bromas, bebía sin parar y hasta sabía bailar. No pude dejar de reír al ver a aquel gigantoide bailando salsa con un poco de rigidez, pero si perder el ritmo.
Lo cierto es que la pasé muy bien con ellos.
Ninguno hizo ademán de querer regresar al pasillo a seguir abriendo puertas, y yo entendí que realmente no se trataba de pasarse el día fornicando o con pensamientos libidinosos en la mente. Eran personas normales, como yo. Sentían deseos, los satisfacían y eso era todo.
—No todo el tiempo apetece hacer estas cosas. —Me confesó Gia—. A veces, solo tienes ganas de misionero y cucharita. —Se encogió de hombros ante mi cara de asombro—. Todo es válido. El tema con esto es que cuando tengas deseos un poco diferentes, o no convencionales, no debes sentirte mal al respecto. Debes saber que está bien sentir esas cosas, que está bien calmar esos deseos. ¿Por qué tiene que ser malo dejarse llevar por los instintos más básicos? ¿Qué somos, sino corazón e instinto?
Yo asentía sin responder, porque aunque no estaba segura de compartir esa filosofía, tampoco encontraba argumentos para rebatirla.
Me vi tentada a preguntarle acerca de nuestro primer encuentro en el hotel, pero creí que ya que nos habíamos conocido íntimamente sin alcohol de por medio, no tenía mucho caso preguntarle por lo que habíamos hecho.
Ya sabía lo que habíamos hecho, o por lo menos podía hacerme una idea bastante clara.
Hablamos poco, pero la velada transcurrió de forma muy agradable.
Al terminar la noche, Aless me llevó a casa y prometió que me llamaría en los próximos días.
No lo había hecho.
Cierto era que solo habían pasado 3 días, pero aunque me había entregado al mundo de él, aún no me acostumbraba a los protocolos y a la manera de actuar de esas personas tan indiferentes.
Yo seguía revisando el celular como una tonta, cada dos por tres, y lo único que me distraía de pensar en él era cocinar.
—Te has olvidado del queso, Andrea —Me amonestó Claus, haciendo una mueca de asco al probar uno de mis pasteles.
En esa ocasión, estábamos preparando Spanakópita, pasteles de hojaldre rellenos con espinacas y queso feta. Pero la Andy distraída que había acudido esa tarde al Peirasmós, había hecho una cosa insulsa que hasta el más soso vegano hubiera rechazado.
Miré a la derecha y, efectivamente, sobre la encimera estaba el queso cortado en lascas que había olvidado adicionarle a los pasteles.
—Lo siento —dije, bajando la cabeza, avergonzada.
—Esta clase de errores son imperdonables. Dejar de usar uno de los dos ingredientes fundamentales de tu plato, hace que la preparación pierda todo su valor. —Me soltó él, con dureza, para apartarse luego de mi puesto de cocinado.
Yo pasé el resto de la clase sin decir palabra, solo tomando notas de las cosas que decía Claus, pero sin atreverme a mirarlo. Desde pequeña, me sentaba mal que me regañaran en clase, por eso trataba de ser siempre la mejor, de hacer las cosas bien.
Teresa intentó subirme el ánimo, restándole importancia y me invitó a ir a por una cerveza, cuando salimos de la academia.
Nos acomodamos en una pintoresca taberna, que a esa hora estaba atestada de turistas. A mí no me gustaban las multitudes, pero a Teresa le encantaba socializar. Éramos tan diferentes que hacíamos una dupla ideal.
Luego de un par de cervezas conseguí animarme. Teresa me contaba de su último novio, al que había dejado en México para venir a Grecia a estudiar.
—Un hombre no puede ser el motivo por el que no logre mi sueño —me decía, determinada—. Quiero abrir un negocio de catering, ¿sabes? —Me confesó—. Será algo bien fancy, solo para eventos importantes y bodas de famosos. —Hablaba muy convencida, como si no tuviera la menor duda de que lo lograría—. Luego de este curso quiero ir a estudiar a New York, al CIA. Ha sido mi sueño desde que me puse un delantal por primera vez. Lo intenté el año pasado, pero no me admitieron.
—Es el instituto culinario más prestigioso del mundo —dije yo—, además, es muy caro. Yo no podría costeármelo —exclamé con pesar.
—Pues sí, supongo que en eso soy muy afortunada. El dinero nunca ha sido una preocupación en mi vida. Pero no porque mis padres sean ricos vayas a creer que soy una niña fresa, acostumbrada a que todo le caiga del cielo.
—Me pareces todo menos una niña fresa, Tere —le aseguré.
—En mis 25 años no he parado de estudiar y prepararme, porque se lo que quiero y no pienso parar hasta conseguirlo.
—Haces muy bien —le dije, orgullosa.
—El instituto ofrece becas. Quizás puedas solicitar ayuda financiera. —Me sugirió—. Sería genial que pudiéramos ir juntas a la uni.
La idea realmente me sedujo. Aún no tenía el dinero ni los conocimientos para abrir el restaurante con el que soñaba, pero podía trabajar mientras estudiaba y convertirme en una chef de verdad.
La cara ilusionada que había compuesto ante la idea de Teresa se me borró de un golpe, al ver entrar en el bar a la última persona en el mundo que esperé encontrar allí.
Rodrigo.
Había huido a otro país para alejarme de él. Había puesto un mar entre nosotros, y aún así, había hallado la forma de encontrarme para hacer mi vida miserable.
Bien, quizás estuviera exagerando un poco.
Ya Rodrigo no tenía un efecto tan poderoso en mi autoestima. A pesar del poco tiempo que había pasado, apenas pensaba en él y podía afirmar, casi con certeza, que había comenzado a superarlo.
Aún así, verlo aparecer me causó un sobresalto en el estómago. Revivió la escena que tanto me había perturbado y me hizo recordar el amor y la confianza que él había elegido pisotear.
Inmediatamente me vio, así que no tuve ocasión de escabullirme de allí.
—Podría acostumbrarme a andar contigo —dijo una pícara Teresa, al verlo avanzar hacia nuestra mesa—. Hombres guapos no dejan de aparecer, de repente, a tu alrededor. —Su tono juguetón cambió al ver mi cara de espanto—. ¿Pasa algo?
—Es mi ex. —Ya le había contado a Teresa la historia de la traición de Rodrigo. La chica se estaba convirtiendo en una verdadera amiga.
—¡Ups! —exclamó ella—. ¿Y qué hace aquí?
—No tengo idea, debe estar de viaje de trabajo. —No pude suponer nada más, porque, finalmente, él llegó hasta donde estábamos.
—¡Andy, qué sorpresa! —exclamó, como si yo fuera únicamente una antigua compañera de colegio—. Eres la última persona que esperé encontrar en Corfú.
—Pues ya somos dos —riposté, con cara de pocos amigos—. ¿Qué haces aquí?
—Por trabajo, ya sabes. Al final lo de Tokio se ha retrasado. Estamos cerrando tratos con una empresa griega. Me quedaré una semana en la ciudad. ¿Qué hay de ti?
—Estoy pasando un curso de cocina griega en la academia Peirasmós —le conté, sin ganas de entrar en detalles.
—¡Oh, cuánto me alegro! —Su amabilidad me estaba irritando sobremanera, aún no estaba preparada para que fuésemos amiguitos. Me puse de pie para marcharme.
—Que estés bien, Rodrigo —dije, sin ánimos para disimular. Él me tomó del brazo.
—Espera, debo hablar contigo. —Yo le lancé una mirada de advertencia y el soltó mi brazo de inmediato.
—No creo que tengamos nada más de que hablar.
—Por favor —pidió—, es importante. Debo contarte algo.
—Pues habla —lo insté, sin tener intención de volver a sentarme.
—Debe ser a solas. —Miró a Teresa a quien no se había molestado en saludar, pidiéndole con un gesto poco educado que se marchara. Ella lo ignoró y me preguntó directamente.
—¿Estás segura? ¿Quieres quedarte a solas con este sujeto? —Se refirió a él con desprecio como si ni siquiera estuviera presente. Yo me alegré de contar con su protectora amistad.
—Sí, Tere, tranquila. Te llamo mañana. —Ella asintió y se marchó, sin dedicarle ni una mirada a Rodrigo, quien parecía muy ofendido.
—¡Vaya gente con la que te juntas! —Ni siquiera me apetecía ponerlo en su lugar.
—Al grano, Rodrigo. ¿Qué quieres?
—¿Cómo has estado? —intentó la carta de la charla casual, pero yo no estaba por la labor. Lo miré con todo el desdén que pude reunir y él paró de intentar ser agradable—. Se trata de tu madre.
Ok, ahora sí me tuve que sentar.
—¿Cómo? —Fue lo único que conseguí decir.
Rodrigo era la única persona en el mundo que sabía que mi madre aún estaba viva. A mi no me gustaba hablar del tema ni siquiera con él, pero si le había contado que ella me maltrataba de niña y que no la había vuelto a ver desde que fui a vivir con mi abuela. La historia del agua hirviendo y la golpiza la había omitido, pues era demasiado dolorosa para revivirla.
—Ella fue a buscarte. Alguien en tu antiguo barrio debió darle nuestra dirección y se apareció en casa. —Ese detalle no me pasó por alto: "en casa". Eso solo quería decir una cosa.
—¿Sigues viviendo en mi piso? —el pronombre "nuestro" ni siquiera pasó por mi mente al formular esa pregunta. Ya no quedaba nada que fuera de los dos. Él compuso una expresión como de quién ha sido atrapado con las manos en la masa.
—Este, yo... —dudó—. Creí que como estabas fuera, no te molestaría.
—Me molesta —dije, sin vacilar—. Te quiero fuera de allí, y no importa cuánto tarde en regresar, pagué la renta por adelantado para no perder el sitio y tengo derecho sobre ese piso. Es MI casa —remarqué.
—Pero, Andy, solo serán unos meses, hasta que pueda viajar a Tokio...
—Rodrigo —mi voz sonó firme y segura porque no estaba dispuesta a ceder—. Te quiero fuera de mi casa. Si es preciso llamaré al arrendador para que te eche, y si eso no funciona acudiré a la policía. —Él fabricó una expresión apenada.
—No será necesario llegar a tanto. —Hasta me pareció ver brillar una lágrima en sus ojos pardos. No me inmuté—. Nunca pensé vernos de esta forma, como extraños, casi como enemigos...
—No soy tu enemiga, Rodrigo, pero siempre fuimos extraños. Nunca supe en realidad quien eras tú. Y ya no me interesa conocerte, no me interesa nada de ti. No me das pena —le escupí, con dolor.
—¿No quieres saber lo que quería tu madre?
—No —tampoco dudé, en esa ocasión—. Esa mujer no es nada mío. Yo no tengo madre —dije, antes de levantarme para marcharme. Ya había comenzado a caminar hacia la puerta, cuando él me detuvo.
—Andy, ella está enferma. —Por un instante, vacilé en mi dureza, pero aunque busqué en mi corazón una pizca de cariño o compasión por aquella mujer, no encontré nada.
—No me importa. —Me sorprendía el sonido de mi propia voz.
—Es leucemia, está en fase terminal. Está sola. —No entendía que quería conseguir él con eso—. La mujer que tanto amé no podría permanecer indiferente ante la muerte de su propia madre. ¿Qué te ha pasado? —Su cinismo fue más de lo que pude soportar.
La bofetada hizo que todas los ojos del bar se posaran sobre nosotros.
—Nunca vuelvas a decir que me amaste. Nunca vuelvas a juzgarme, ni a pretender ser mejor que yo. —le espeté, con furia—. ¿Quieres saber qué me pasó? ¿Quieres saber por qué no me importan tú ni ella?
—Andy, cálmate, nos miran. —Por supuesto, a él solo le importaban las apariencias.
—Las dos personas que más amé en la vida me fallaron. Tomaron todo mi amor, toda mi fe en ellos y la hicieron pedazos. Ella, que se supone que debía quererme de forma automática, porque así lo dicta su ADN, me aborreció desde que nací, y tú, la persona con la que he compartido más tiempo que con ninguna otra, que me conocía más que nadie, usaste el poder que tenías sobre mí para destrozarme...
—No fue a propósito, Andrea. Yo nunca quise hacerte daño. —Me vi tentada a abofetearlo de nuevo.
—Hazme un favor, ¿si? No vuelvas a buscarme. Déjame en paz de una vez y sigue con tu vida de apariencias y mentiras. Pero eso sí —levanté un dedo, como acordándome de lo más importante—. Hazlo bien lejos de mi casa.
Después de eso, me marché, rápidamente, para que mi ex prometido no pudiera ver las lágrimas que comenzaron a empapar mis mejillas.
****
Y tú... ¿perdonarías a tu madre, de estar en el lugar de Andrea?
No tengo muchos comentarios esta vez, solo les digo que el siguiente capítulo se viene HOT 🔥🔥🔥🔥
Nos vemos pronto
💖💖💖
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro