CAPITULO 11
✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧
A Harry, Anne y Ron les costó contener la risa en la siguiente clase de Adivinación cuando la profesora Trelawney les dijo que les había puesto sobresaliente en los trabajos.
Leyó pasajes enteros de sus predicciones, elogiándolos por la indiferencia con que aceptaban los horrores que les deparaba el futuro inmediato.
Pero no les hizo tanta gracia cuando ella les mandó repetir el trabajo para el mes siguiente: a los tres se les había agotado el repertorio de desgracias.
El profesor Binns, el fantasma que enseñaba Historia de la Magia, les mandaba redacciones todas las semanas sobre las revueltas de los duendes en el siglo XVIII; el profesor Snape los obligaba a descubrir antídotos, y se lo tomaron muy en serio porque había dado a entender que envenenaría a uno de ellos antes de Navidad para ver si el antídoto funcionaba; y el profesor Flitwick les había ordenado leer tres libros más como preparación a su clase de encantamientos convocadores.
Hasta Hagrid los cargaba con un montón de trabajo.
Los escregutos de cola explosiva crecían a un ritmo sorprendente aunque nadie había descubierto todavía qué comían.
Hagrid estaba encantado y, como parte del proyecto, les sugirió ir a la cabaña una tarde de cada dos para observar los escregutos y tomar notas sobre su extraordinario comportamiento.
—No lo haré —se negó rotundamente Malfoy cuando Hagrid les propuso aquello con el aire de un Papá Noel que sacara de su saco un nuevo juguete—. Ya tengo bastante con ver esos bichos durante las clases, gracias.
De la cara de Hagrid desapareció la sonrisa. —Harás lo que te digo —gruñó—, o seguiré el ejemplo del profesor Moody... Me han dicho que eres un hurón magnífico, Malfoy.
Los de Gryffindor estallaron en carcajadas. Malfoy enrojeció de cólera, pero dio la impresión de que el recuerdo del castigo que le había infligido Moody era lo bastante doloroso para impedirle replicar.
Cuando Harry, Ron, Anne y Hermione llegaron al vestíbulo, no pudieron pasar debido a la multitud de estudiantes que estaban arremolinados al pie de la escalinata de mármol, alrededor de un gran letrero.
Ron, el más alto de los tres, se puso de puntillas para echar un vistazo por encima de las cabezas de la multitud, y leyó en voz alta el cartel:
TORNEO DE LOS TRES MAGOS
Los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarán a las seis en punto del viernes 30 de octubre. Las clases se interrumpirán media hora antes.
—¡Estupendo! —dijo Harry—. ¡La última clase del viernes es Pociones! ¡A Snape no le dará tiempo de envenenarnos a todos! Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida.
—¡Sólo falta una semana! —dijo emocionado Ernie Macmillan, un alumno de Hufflepuff, saliendo de la aglomeración—. Me pregunto si Cedric estará enterado. Me parece que voy a decírselo...
—¿Cedric? —dijo Ron sin comprender, mientras Ernie se iba a toda prisa.
—Diggory —explicó Harry—. Querrá participar en el Torneo.
—¿Ese idiota, campeón de Hogwarts? —gruñó Ron mientras se abrían camino hacia la escalera por entre la bulliciosa multitud.
—No es idiota. Lo que pasa es que no te gusta porque venció al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch —repuso Anne.
—He oído que es un estudiante realmente bueno. Y es prefecto. Lo dijo como si eso zanjara la cuestión- dijo Hermione como si eso zanjara la conversación.
—Sólo os gusta porque es guapo —dijo Ron mordazmente.
—Perdona, a mí no me gusta la gente sólo porque sea guapa —repuso Hermione indignada.
Ron fingió que tosía, y su tos sonó algo así como: «¡Lockhart!»
-¡Eh! Que a mi este cateto no me gustaba- se defendió Anne.
✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧
El cartel del vestíbulo causó un gran revuelo entre los habitantes del castillo.
Durante la semana siguiente no había más que un tema de conversación: el Torneo de los tres magos.
Los rumores pasaban de un alumno a otro como gérmenes altamente contagiosos: quién se iba a proponer para campeón de Hogwarts, en qué consistiría el Torneo, en qué se diferenciaban de ellos los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang...
El castillo parecía estar sometido a una limpieza especialmente concienzuda.
Habían restregado algunos retratos mugrientos, las armaduras aparecían de repente brillantes y se movían sin chirriar, y Argus Filch, el conserje, se mostraba tan feroz con cualquier estudiante que olvidara limpiarse los zapatos que aterrorizó a dos alumnas de primero hasta la histeria.
Los profesores también parecían algo nerviosos.
—¡Longbottom, ten la amabilidad de no decir delante de nadie de Durmstrang que no eres capaz de llevar a cabo un sencillo encantamiento permutador! —gritó la profesora McGonagall al final de una clase especialmente difícil en la que Neville se había equivocado y le había injertado a un cactus sus propias orejas.
Cuando bajaron a desayunar la mañana del 30 de octubre, descubrieron que durante la noche habían engalanado el Gran Comedor.
De los muros colgaban unos enormes estandartes de seda que representaban las diferentes casas de Hogwarts: rojos con un león dorado los de Gryffindor, azules con un águila de color bronce los de Ravenclaw, amarillos con un tejón negro los de Hufflepuff, y verdes con una serpiente plateada los de Slytherin.
Detrás de la mesa de los profesores, un estandarte más grande que los demás mostraba el escudo de Hogwarts: el león, el águila, el tejón y la serpiente se unían en torno a una enorme hache.
Harry, Anne, Ron y Hermione vieron a Fred y George en la mesa de Gryffindor.
Una vez más, y contra lo que había sido siempre su costumbre, estaban apartados y conversaban en voz baja.
Ron fue hacia ellos, seguido de los demás.
—Es un peñazo de verdad —le decía George a Fred con tristeza—. Pero si no nos habla personalmente, tendremos que enviarle la carta. O metérsela en la mano. No nos puede evitar eternamente.
—¿Quién os evita? —quiso saber Ron, sentándose a su lado.
—Me gustaría que fueras tú —contestó Fred, molesto por la interrupción.
—¿Qué te parece un peñazo? —preguntó Ron a George.
—Tener de hermano a un imbécil entrometido como tú —respondió George.
—¿Ya se os ha ocurrido algo para participar en el Torneo de los tres magos? —inquirió Harry.
—Le pregunté a McGonagall cómo escogían a los campeones, pero no me lo dijo —repuso George con amargura—. Me mandó callar y seguir con la transformación del mapache.
—Me gustaría saber cuáles serán las pruebas —comentó Ron pensativo—. Porque yo creo que nosotros podríamos hacerlo, Harry. Hemos hechoantes cosas muy peligrosas.
—No delante de un tribunal —replicó Anne—. McGonagall dice que puntuarán a los campeones según cómo lleven a cabo las pruebas.
—¿Quiénes son los jueces? —preguntó Harry.—Bueno, los directores de los colegios participantes deben de formar parte del tribunal —declaró Hermione, y todos se volvieron hacia ella, bastante sorprendidos—, porque los tres resultaron heridos durante el torneo de mil setecientos noventa y dos, cuando se soltó un basilisco que tenían que atrapar los campeones.
Ella advirtió cómo la miraban y, con su acostumbrado aire de impaciencia cuando veía que nadie había leído los libros que ella conocía, explicó:—Está todo en Historia de Hogwarts. Aunque, desde luego, ese libro no es muy de fiar. Un título más adecuado sería «Historia censurada de Hogwarts», o bien «Historia tendenciosa y selectiva de Hogwarts, que pasa por alto los aspectos menos favorecedores del colegio».
—¿De qué hablas? —preguntó Ron, aunque Anne y Harry se miraron entre sí creyendo saber a qué se refería.
—¡De los elfos domésticos! —dijo Hermione en voz alta, lo que les confirmó a los amigos que no se habían equivocado—. ¡Ni una sola vez, en más de mil páginas, hace la Historia de Hogwarts una sola mención a que somos cómplices de la opresión de un centenar de esclavos!
Harry movió la cabeza a un lado y otro con desaprobación y se dedicó a los huevos revueltos que tenía en el plato.
-¡Y encima parece que ninguno de vosotros está intentando ayudarme!- se quejó Hermione.
-Eso no es verdad, yo vendí una caja entera- repuso Anne orgullosa.
-Cierto, Annie es la única que me apoya- corrigió Hermione.
-Hablando de eso, ¿cómo conseguiste vender una caja entera?- le preguntó Ron a su melliza.
Esta se encogió de hombros-Tengo mis trucos.
—Escucha, Hermione, ¿has estado alguna vez en las cocinas?
—No, claro que no —dijo Hermione de manera cortante—. Se supone que los alumnos no...
—Bueno, pues nosotros sí —la interrumpió George, señalando a Fred—, un montón de veces, para mangar comida. Y los conocemos, y sabemos que son felices. Piensan que tienen el mejor trabajo del mundo.
—¡Eso es porque no están educados! Les han lavado el cerebro y... —comenzó a decir Hermione acaloradamente, pero las siguientes palabras quedaron ahogadas por el ruido de batir de alas encima de sus cabezas que anunciaba la llegada de las lechuzas mensajeras.
Harry levantó la vista inmediatamente, y vio a Hedwig, que volaba hacia él.
Hermione se calló de repente. Ella, Anne y Ron miraron nerviosos a Hedwig, que revoloteó hasta el hombro de Harry, plegó las alas y levantó la pata con cansancio.
Harry le desprendió la respuesta de Sirius de la pata y le ofreció a Hedwig los restos de su tocino, que comió agradecida.
Luego, tras asegurarse de que Fred y George habían vuelto a sumergirse en nuevas discusiones sobre el Torneo de los tres magos, Harry les leyó a Ron, Anne y a Hermione la carta de Sirius en un susurro:
Esa mentira te honra, Harry.
Ya he vuelto al país y estoy bien escondido.
Quiero que me envíes lechuzas contándome cuanto sucede en Hogwarts.
No uses a Hedwig.
Emplea diferentes lechuzas, y no te preocupes por mí: cuida de ti mismo. No olvides lo que te dije de la cicatriz.
Pd: se que la zanahoria habrá leído lo de la última carta, dile que era una bromita inocente.
-Inocente sus cargos en Azkaban- bufó Anne.
—¿Por qué tienes que usar diferentes lechuzas? —preguntó Ron en vozbaja.
—Porque Hedwig atrae demasiado la atención —respondió Hermione de inmediato—. Es muy llamativa. Una lechuza blanca yendo y viniendo adonde quiera que se haya ocultado... Como no es un ave autóctona...
—Gracias, Hedwig —dijo acariciándola.
Ella ululó medio dormida, metió el pico un instante en la copa de zumo de naranja de Harry, y se fue, evidentemente ansiosa de echar una larga siesta en la lechucería.
✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧
Aquel día había en el ambiente una agradable impaciencia.
Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang.
Hasta la clase de Pociones fue más llevadera de lo usual, porque duró media hora menos. Cuando, antes de lo acostumbrado, sonó la campana, Harry, Anne , Ron y Hermione salieron a toda prisa hacia la torre de Gryffindor, dejaron allí las mochilas y los libros tal como les habían indicado, se pusieron las capas y volvieron al vestíbulo. Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.
—Weasley, ponte bien el sombrero —le ordenó la profesora McGonagall a Ron— Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo.
Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza.
—Seguidme, por favor —dijo la profesora McGonagall—. Los de primero delante. Sin empujar...Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido.
Anne vio a los Slytherin y les saludó con emoción.
Pansy abrió la boca para hablarle sin emitir ningún sonido "Espero que estén buenísimos"
Al parecer si que lo dijo en voz alta, por que todos los de su grupo se rieron.
"Y yo" le respondió de la misma forma.
Anne frunció levemente el ceño al ver como los hermanos Riddle apretaban la mandíbula visiblemente molestos.
De repente notó como alguien le tocaba el hombro.
-¿Con quien hablas, Annie?- le preguntó su mellizo.
-Eh... Con Cedric- se inventó para que no le diera un sermón sobre de que los Slytherin eran todos brujos "malvados"
Ron rodó los ojos ante la mención del tejón.
—Son casi las seis —anunció Ron, consultando el reloj y mirando el camino que iba a la verja de entrada—. ¿Cómo pensáis que llegarán? ¿En el tren?
—No creo —contestó Hermione.
—¿Entonces cómo? ¿En escoba? —dijo Anne, levantando la vista al cielo estrellado.
—No creo tampoco... no desde tan lejos... - contestó Hermione
—¿En traslador? —sugirió Harry—. ¿Pueden aparecerse? A lo mejor en sus países está permitido aparecerse antes de los diecisiete años.
—Nadie puede aparecerse dentro de los terrenos de Hogwarts. ¿Cuántas veces os lo tengo que decir? —exclamó Hermione perdiendo la paciencia.
Escudriñaron nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más. No se movía nada por allí.
Todo estaba en calma, silencioso y exactamente igual que siempre.
Entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores, Dumbledore gritó:—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!
—¿Por dónde? —preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.
—¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque. Una cosa larga, mucho más larga que una escoba (y, de hecho, que cien escobas), se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.
Anne notó como unas seis personas de uniforme verde se colocaban detrás suyo.
—¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por completo.
—No seas idiota... ¡es una casa volante! —le dijo Dennis Creevey.
La suposición de Dennis estaba más cerca de la realidad.
Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.
-Vaya...- murmuró Blaise asombrado.
Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad.
Anne notó como unos brazos la sujetaron de la cintura para que no se cayera.
Se giró y vio a Mattheo- Por si acaso, ¿no crees?- le susurró muy cerca del oído sin que nadie lo notara.
La pelirroja se sonrojó levemente.
Entonces golpearon el suelo los cascos de los caballos, que eran más grandes que platos, metiendo tal ruido que Neville dio un salto y pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso.
Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos.
Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada.
Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del interior del carruaje.
Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil.
Al zapato le siguió, casi inmediatamente, una mujer grande, las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas.
Algunos ahogaron un grito.
En toda su vida, Anne sólo había visto una persona tan gigantesca como aquella mujer, y ése era Hagrid.
Al dar unos pasos entró de lleno en la zona iluminada por la luz del vestíbulo, y ésta reveló un hermoso rostro de piel morena, unos ojos cristalinos grandes y negros, y una nariz afilada.
Llevaba el pelo recogido por detrás, en la base del cuello, en un moño reluciente.
Sus ropas eran de satén negro, y una multitud de cuentas de ópalo brillaban alrededor de la garganta y en sus gruesos dedos.
Dumbledore comenzó a aplaudir.
Los estudiantes, imitando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer.
Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente.
Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela.—Mi querida Madame Maxime —dijo—, bienvenida a Hogwarts.
—«Dumbledog» —repuso Madame Maxime, con una voz profunda—,«espego» que esté bien.
—En excelente forma, gracias —respondió Dumbledore.
—Mis alumnos —dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido.
Unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje y se encontraban detrás de ella.
Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina, y ninguno de ellos tenía capa.
Algunos se habían puesto bufandas o chales por la cabeza.
Todos miraban el castillo de Hogwartscon aprensión.
-Como se nota que serán unos pijos- murmuró un chico de Gryffindor con desdén.
—¿Ha llegado ya «Kagkagov»? —preguntó Madame Maxime.
—Se presentará de un momento a otro —aseguró Dumbledore—.¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco?
—Lo segundo, me «paguece» —respondió Madame Maxime—. «Pego»los caballos...
—Nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas se encargará de ellos encantado —declaró Dumbledore—, en cuanto vuelva de solucionar una pequeña dificultad que le ha surgido con alguna de sus otras... obligaciones.
—Con los escregutos —le susurró Ron a Harry.
—Mis «cogceles gue quieguen»... eh... una mano «podegosa» —dijo Madame Maxime, como si dudara que un simple profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas fuera capaz de hacer el trabajo—. Son muy «fuegtes»...
—Le aseguro que Hagrid podrá hacerlo —dijo Dumbledore, sonriendo.
—Muy bien —asintió Madame Maxime, haciendo una leve inclinación—. Y, «pog favog», dígale a ese «pgofesog Haggid» que estos caballos solamente beben whisky de malta «pugo».
-Yo creo que esos dos acabarán juntos- le susurró Anne a Hermione.
—Descuide —dijo Dumbledore, inclinándose a su vez.
—¡Allons-y! —les dijo imperiosamente Madame Maxime a sus estudiantes, y los alumnos de Hogwarts se apartaron para dejarlos pasar y subir la escalinata de piedra.
—¿Qué tamaño calculáis que tendrán los caballos de Durmstrang? —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para dirigirse a los cuatro amigos entre Lavender y Parvati.
—Si son más grandes que éstos, ni siquiera Hagrid podrá manejarlos —contestó Harry—. Y eso si no lo han atacado los escregutos. Me pregunto qué le habrá ocurrido.
—A lo mejor han escapado —dijo Ron, esperanzado.
—¡Ah, no digas eso! —repuso Hermione, con un escalofrío—. Me imagino a todos esos sueltos por ahí...
-Por Merlín, me mato si el que me miraba como si fuera un dulce se escapa- murmuró Anne.
-A mi también me miraba- dijo Harry con una mueca de horror.
-Ah, es verdad, pues irá a por ti primero- se relajó.
-¡Oye...!- se quejó Harry divertido.
Para entonces ya tiritaban de frío esperando la llegada de la representación de Durmstrang. La mayoría miraba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los enormes caballos de Madame Maxime.
Pero entonces...
—¿No oís algo? —preguntó Anne repentinamente.
Todos a su alrededor escucharon.
Un ruido misterioso, fuerte y extraño llegaba a ellos desde las tinieblas.
Era un rumor amortiguado y un sonido de succión, como si una inmensa aspiradora pasara por el lecho de un río...
—¡El lago! —gritó Lee Jordan, señalando hacia él—. ¡Mirad el lago!
Desde su posición en lo alto de la ladera, desde la que se divisaban los terrenos del colegio, tenían una buena perspectiva de la lisa superficie negra del agua.
Y en aquellos momentos esta superficie no era lisa en absoluto.
Algo se agitaba bajo el centro del lago. Aparecieron grandes burbujas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las embarradas orillas.
Por último surgió en medio del lago un remolino, como si al fondo le hubieran quitado un tapón gigante...Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un asta negra, y luego las jarcias...
—¡Es un mástil! —exclamó Ron.
Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna.
Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas daban la impresión de ojos fantasmales.
Un momento después oyeron la caída de un ancla arrojada al bajío y el sordo ruido de una tabla tendida hasta la orilla.
A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba.
Todos llevaban puestas unas capas de algún tipo de piel muy tupida.
El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello.
—¡Dumbledore! —gritó efusivamente mientras subía la ladera—.¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?
—¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! —respondió Dumbledore.
Karkarov tenía una voz pastosa y afectada.
Cuando llegó a una zona bien iluminada, vieron que era alto y delgado como Dumbledore, pero llevaba corto el blanco cabello, y la perilla (que terminaba en un pequeño rizo) no ocultaba del todo el mentón poco pronunciado.
Al llegar ante Dumbledore, le estrechó la mano.—El viejo Hogwarts —dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo.
Tenía los dientes bastante amarillos, y Anne observó que la sonrisa no incluía los ojos, que mantenían su expresión de astucia y frialdad—. Es estupendo estar aquí, es estupendo... Viktor, ve para allá, al calor...¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado...
Karkarov indicó por señas a uno de sus estudiantes que se adelantara.
Cuando el muchacho pasó, Anne vio su nariz, prominente y curva, y las espesas cejas negras.
-¡Es Krum!- dijo Ron a sus amigos.
-Joder- murmuró Anne.
-Amén- dijo Pansy.
La pelirroja y ella chocaron puños disimuladamente.
- Alexander, ponte por allá, al lado de Krum, me ha dicho que quería hablar contigo- llamó Karkarov a un chico alto, de pelo negro y ojos marrones.
Al pasar por delante de todos los estudiantes miró sin vergüenza a Anne, quien le devolvió la mirada.
Alexander la miró durante lo que para la pelirroja fueron horas, hasta que llegó al lado de su amigo, quien miraba a Hermione.
Anne notó como el agarre en la cintura de Mattheo se hacía más fuerte.
-¿Me sueltas ya?- le pidió ella.
Mattheo pareció pensarlo y sonrió- Mmm, no lo creo.
Anne le miró con el ceño fruncido al ver su sonrisa socarrona.
-Tienes cinco segundos para soltarme, Mattheo, o si no atente a las consecuencias.
El chico se acercó a ella- ¿Cuales?- le susurró.
-La más tentadora es que te quedes sin hijos- amenazó.
-Meh, como si quisiera.
-¿No quieres hijos?- preguntó curiosa.
-Con la persona indicada, sí- la miró fijamente.
Por desgracia, Anne no capto la indirecta- Bueno, ¿pues me sueltas ya?
-Creo que no.
-Voy enserio- se quejó al ver que todos se movían hacia el castillo, para su suerte, todos habían estado demasiado ocupados como para prestarles atención.
-Bien- dijo todavía con una sonrisa en la cara.
✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧.°˖✧
Holaaa
Imagen de Alexander al principio, me enamoro AJAJ
Anne y Mattheo 👀
Espero que os haya gustado el cap!
No os olvidéis de votar y comentar si os ha gustado porfa✧✧
Adiosssss
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro