8. El inicio de una nueva historia
Egan
Cuando Aanisa pregunta sobre quién está a favor de quedarnos siento como si se congelara el tiempo, también creo, incluso, que lo ha llegado a hacer mi corazón. Es como si hubiéramos pasado de un momento a otro, pasándonos de largo un trozo. De doce, cinco están a favor, tres en contra y cuatro son nulos.
Nos quedamos.
—Ashley y Egan, a mi derecha, permanecerán en Faishore. —Aanisa se gira para vernos, mientras yo abrazo a Ashley con fuerza, por fin todo ha pasado. Pero más me importa ella, quien, tras haber vivido algo peor que un infierno, respira con tranquilidad por primera vez en su vida—. Toadaska os acompañará a una habitación. Mañana os diré qué haremos.
Asentimos, siguiendo a Toadaska hacia una habitación que es igual que las anteriores, pero esta vez en un piso más alto. Estamos tan conmocionados que ninguno es capaz de articular palabra. Mi corazón late mi sangre de una manera distinta, frenética y con un ritmo alegre, para así igualar a mi estado de ánimo.
—¿Sabes? —me dice Ashley cuando estamos solos—. Creía que nos echarían, que yo moriría, porque solo sé estropearlo todo. Supongo que por una vez me pasa algo bueno.
Es triste la manera de pensar de esta chica, hace como medio mes que la conozco y puedo ver que todo lo que pasa por su cabeza es negativo. ¿Cómo alguien puede llegar hasta tal punto? ¿Qué se necesita para obligarle a ser así?
—Todo saldrá bien —le digo.
Aanisa está junto a nosotros, llevo tanto tiempo viéndola que ya me he acostumbrado a su presencia, o quizás es la única que me trae buenas noticias y por eso le he cogido cariño. Tampoco importa.
—Como en las votaciones no hubo mayoría, los que se negaron pudieron poner condiciones: la primera fue que Ashley estuviera de incógnito. —Le echa un vistazo rápido, pasa la mano por sus orejas, a lo que ella se coloca hacia atrás—. Te pondremos orejas puntiagudas. También hemos decidido que viviréis en una ciudad pequeña.
—Yo vivo en una ciudad pequeña —afirmo.
Ella se gira para verme y sus ojos rojos se posan hacia mí. Tiene una mirada firme y decidida, la cual incluso es capaz de imponerse ante cualquiera.
—Por eso mismo, la acogerás en tu casa. Tú la traes, tú la cuidas. —Lo último, que ha sonado a orden, parece que viene acompañado de algo más—: Ah , además, por esa misma razón, como alguien vea que es humana o al más mínimo problema... Los dos recibiréis un castigo, no tenemos tiempo para más.
—¿Investigaréis algo sobre mi tío? —pregunta Ashley, y Aanisa, que permanecía tranquila, abre los ojos, empieza a temblar y una de sus manos agarra con firmeza el sillón.
—Sobre eso.
Pero no dice nada más, no se levanta, mientras la espera parece matar a Ashley, quien se menea y tiembla tanto que no creo que fuera capaz de mantenerse en pie. Aanisa evita la mirada de una forma directa; gira la cara para no vernos, pues algo hay.
—No te voy a mentir: cuando fuimos a ver la casa no estaba. —Espera, ¿qué? ¿Significa eso que la casa de Ashley nunca existió? ¿O es que alguien la eliminó?—. Preguntamos sobre ti, sobre si alguien os conocía, pero todos afirmaban que era la primera vez que te veían al mostrar tu foto. Nadie os conocía a ninguno de los dos.
—¿Qué quieres decir? ¿Que mi existencia en mi hogar ha sido borrada? —inquiere con la voz entrecortada, con unas lágrimas finas producto de la impotencia.
—Puede ser, estamos intentando saber más. Es difícil, porque tampoco hay datos. Lo sentimos mucho.
Hogar, dulce hogar.
Como llevo mucho tiempo fuera, algunas cosas han acumulado polvo. Estamos a mediados del cuarto mes del año, anfitre. Nos han dejado volver ahora que las cosas se han calmado y que Ashley tiene orejas como las nuestras. Su iris castaño oscuro parece negro si no se mira bien, por lo que han decidido no tocarle los ojos. Por el momento está respondiendo bien a la poción que le dieron para mutar.
También me pregunto si mis amigos estarán preocupados, una de ellos, Naomi, parece haberme enviado muchos mensajes (que no puedo responder) a mi tableta. Me pregunta que qué he hecho y si me ha pasado algo. Pero bueno, tampoco es demasiado importante.
Mi casa es pequeña, está a las afueras de una ciudad, rodeada por un jardín estupendo, pero seco a estas alturas del año. Las temperaturas han subido y a las plantas les están empezando a salir las hojas, pero siguen pareciendo marchitas. Ashley mira cada rincón, hecho que me pone algo incómodo.
La entrada da a mi salón, con un sofá verde apuntando a la televisión y una mesita baja con una taza encima vacía. Detrás hay una mesa rectangular rodeada de sillas con una foto encima. Ashley se queda mirándola, como si esperara que pasase algo. Al fondo hay un pasillo que da a la cocina y, después, al jardín trasero.
—¿Y qué tal todo? —le pregunto, porque no ha dicho nada y, que contemple cada cosa y la analice por dentro me tensa.
—Muy colorido —responde, y yo me lo tomo como un halago.
—Arriba está el baño, por si quieres bañarte o hacer lo que tengas que hacer. —Dejo la frase a medias, porque todavía no he entendido el concepto de higiene humana y de esas cosas que expulsan.
Ashley se sienta, como cansada por todo. Hemos venido desde la capital hasta mi casa. Por suerte, estaba en el territorio idóneo. En un principio querían llevarnos a las montañas, pero prefirieron un clima más templado por si acaso, así que el sur iba perfecto. Selenia era la región más adecuada, llena de bosques que pueden ocultar a cualquiera. Ahora mismo estamos en Skeige, mi hogar actual, al que hemos tenido que entrar en la madrugada para asegurarnos de que no nos viera nadie.
Ashley se sienta en el sofá, cansada, y se le empiezan a cerrar los ojos. Como temo que si hago lo mismo me ocurra igual, decido permanecer de pie.
—Tienes una casa bonita, aunque no sabía que aquí también existieran los mismos muebles que en la Tierra.
—Tú ten en cuenta que es un planeta muy parecido a este, hay muchas cosas iguales. —Me ahorro el detalle de explicarle que, en algunas ocasiones, los inventos de un planeta han terminado copiándose en el otro.
—Es entendible —dice, con una voz suave y la cabeza s ele cae con lentitud.
Cuando me despierto me sorprendo a mí mismo en mi cama, y necesito unos segundos para darme cuenta de que he regresado a mi hogar. Cuando bajo por las escaleras y entro a la sala de estar descubro a Ashley ya despierta, mirando al techo.
—Perdón por irme, yo también estaba cansado —digo, voy a un armario que tengo y saco de ahí una copa de cristal—. ¿Quieres beber o comer algo?
—No.
—Entonces te prepararé la cama, tengo una habitación de sobra.
—Oye —me dice, algo cohibida, yo permanezco en la entrada—, ¿por qué haces todo esto por mí? No hizo falta que me ayudaras. Y yo he sido tan estúpida como para no darte las gracias.
En ese momento me siento junto a ella, en el sofá. Me he dado cuenta de que es una chica un tanto extraña y, a pesar de que somos muy distintos y que no conectamos, la veo una personita entrañable.
—Es curioso que me preguntes todo eso. En lo poco que te conozco he visto que, cuando alguien te trataba mal no te preguntabas el por qué. —Ella me mira, y no sé si a los ojos o a otro punto, permanece callada, está comenzando a agachar un poco la cabeza—. Estoy seguro de que, si te hubiera pegado en aquel bosque y te hubiera dejado medio muerta, tú no te habrías preguntado el por qué. En realidad, lo habrías aceptado y buscarías un motivo para justificar mis actos, cuando en algo como eso tú no tendrías la culpa.
»Pero como te ayudé, necesitas una respuesta, porque tienes normalizado el hecho de que te traten mal. Desde que llegamos a Faishore estuviste todo el rato dando argumentos por los que te iban a echar, a pesar de que yo te daba motivos muy válidos para quedarte.
»Te ayudé porque necesitabas ayuda. Sin más, ya está. Todos debemos apoyarnos los unos a los otros para salir adelante.
Ella se mantiene callada y yo sé que, le siente mal o bien, he hecho lo que debía. Juega con sus dedos, distraída y mirando al suelo. Me levanto y me dirijo al pasillo, porque creo que le gusta estar sola.
—Doy asco. —Sus palabras me detienen a mitad de camino, siendo esa la conclusión que da a todo lo que le he dicho.
—No lo das, deberías mirar lo bueno que tienes.
—No tengo nada bueno.
—Sí lo tienes —respondo, siendo paciente porque soy incapaz de dejarla así. ¿Cómo alguien puede verse de tal manera? —. Eres buena persona, tranquila, no se te ve maldad.
Su respuesta ahora es un sollozo y, con dolor, la dejo llorar. Cada vez que intentaba abrazarla cuando estaba así me rechazaba, así que voy aprendiendo cuándo debo dejarla sola o no.
Para la noche todo está preparado, con tiempo de sobra a pesar de haber tenido desde esta tarde —momento en el que me he despertado— para ello. Ashley y yo ya hemos cenado, y nos encontramos tapados por unas mantas que se sacado del armario. En la televisión están dando noticias, y yo le voy explicando cosas sobre nuestro mundo, creo que es algo útil de aprendizaje.
—Entonces, ¿no hay racismo? —pregunta ella.
—¡No! —digo, animado—. Cada raza representa algo de la naturaleza. Yo, por ejemplo, sin plantas, puedo morir, las necesito presentes, es algo complejo. Pero lo importante es que, si ahora los seres de tierra se extinguieran, las plantas no crecerían, y entonces yo moriría.
—Ahora lo entiendo —responde, abriendo la boca—. Si unos mueren, otros también, como un efecto en cadena.
—Exacto.
—¿Y por qué una guerra?
Se refiere a la posible guerra que se asoma entre los Kazene y los Mizune.
—Los seres del aire, Kazene, quieren un territorio que controlan los Mizune, que está al lado del mar. Dicen que les pertenece.
Entre nosotros vuelve un silencio, pero ahora no hay un tema de por medio en el que pensar, al menos para mí que siento el sonido de la televisión lejano. No es una pausa incómoda, sino el cierre de una conversación. En el aire rezuma un olor desagradable al que me he acostumbrado tras olerlo día tras día, sé que en la Sede también lo notaron a pesar de no decir nada.
—Ashley —la llamo, y ella se gira hacia mí—, ¿recuerdas aquel olor del bosque? Pues sigues apestando.
—No puede ser, si ya me he duchado —responde, incrédula. Ella se pone el brazo delante de la nariz y aspira—. Además, yo no me noto nada raro.
—Es que no es un olor de suciedad —digo, y hago una pausa porque eso significa abrir una puerta a algo más, pero tampoco debo callármelo. No estaría bien—. Es un olor a algo maligno.
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