5. Una humana, una planta y una paranoica entran en un bar
Pasan casi dos días hasta que llegamos a la capital del país. Por el camino he conseguido aprenderme nuevas palabras y he visto nuevas especies. También he visto un río precioso que tiene un color verdoso debido a una planta: virya. Es parecida al musgo (al menos eso creo) y necesita grandes cantidades de agua dulce para vivir, por eso crece en el fondo de los ríos y lagos.
Se distingue en la lejanía la capital, con sus múltiples edificios altos y a su izquierda un enorme árbol que me deja impresionada. Estoy casi segura de que medirá kilómetros, llegando a superar la altura de las nubes y siendo difícil ver su copa. Hay una sombra enorme con, también, grandes huecos por los que se cuela el sol bajo sus ramas. Posee dos troncos enrollados entre sí, y unas raíces enormes. La ciudad está lejana a él, sin tocarlo, pero desde aquí parece que incluso se tocan.
—¿Qué es eso? —pregunto con asombro.
—El Árbol de las Hadas, en el centro del país. —Señala al cielo, más allá de las nubes—. Mide poco más de siete kilómetros y es quien nos custodia. El número de quienes han subido a sus ramas es muy escaso.
—¿Crees que allí arriba hay algo? —digo, ilusionada. Me meneo de un lado a otro, incrédula de que antes no he podido ver algo tan alto a pesar de no estar muy lejos.
—Quién sabe. —Es su respuesta.
Cuando entramos en la ciudad el cielo está nublado y hay nieve cayendo, me gusta verla porque lo hace despacio y suave. Sin embargo, las calles no están cubiertas de nieve, ya que alguien la ha quitado. Los edificios altos que se elevan sí lo están, al igual que los bordes. Hay farolas que cuelgan de estos y que iluminan al ser un día oscuro y triste.
Ver tanta gente me estresa, llevo la capucha que me tapa las orejas y evito el contacto visual, tal y como me dijo Egan. Al parecer no soy la única que tiene una vestimenta parecida, así que paso desapercibida. Evito que la gente choque conmigo; no tengo mucho agrado en el contacto físico, dejé que Egan me tocara la piel porque lo hacía de una forma suave y afectuosa, aunque tampoco me gustara mucho. Aquí hay golpes bruscos y las calles están abarrotadas.
Es curioso porque estas no son como en la Tierra. No hay ni aceras ni carretera. Están hechas por baldosas, quienes de vez en cuando forman dibujitos como una hoja o el fuego, incluso he visto una varita. Dependiendo de dónde te encuentres hay un dibujo u otro. Deduzco que aquí los coches no existen ni ningún otro medio de transporte.
Todo es muy lineal, Egan me ha contado que la ciudad se divide en sectores y estos, a su vez, en barrios. En cada calle hay un cartel que te indica dónde te encuentras, aunque no he podido leerlo ya que, a pesar de entender su idioma, no sé leerlo.
—¿Quieres que entremos en algún lugar? —me pregunta él, arqueando las cejas, parece que ha notado que me molesta estar fuera.
—Sí, tanta gente es muy agobiante.
—¿Verdad que sí? —responde un chico a mi lado, yo doy un respingo del susto—. ¡Farless! Podrían haberse quedado en su casa con el frío que hace.
No tengo ni idea de qué era la palabra que ha gritado, pero más me desconcierta ver que después de eso se aleja en otra dirección, sin esperar respuesta. Egan y yo nos miramos, sin saber qué decir, y yo siento tanta vergüenza que incluso se me encienden las mejillas. ¿Qué ha sido eso?
—Da igual —comenta Egan, encogiéndose de hombros—. Entraremos en un bar, primero porque de momento porque es lo único que me puedo permitir, y segundo porque viendo nuestra situación es mejor no ir a sitios elegantes.
Sin mucho ánimo, me dejo guiar hacia donde él indica para hacer un descanso y saber dónde pasar la noche. No es que me queje de vivir al borde de un bosque, pero no es muy aconsejable dormir en el suelo. Últimamente me he dedicado a resignarme y ser guiada, puesto que este mundo no lo conozco y temo fastidiarla.
Terminamos en uno de los sectores que está a la derecha del centro y entre medias de las afueras según un mapa. Incluso tras habernos alejado, las cosas parecen seguir siendo caras, lo veo todo abarrotado por la multitud y mi incomodidad no se va. No parece un lugar muy cutre, por lo que el miedo a que pase algo extraño no surge.
Encontramos un bar constituido por piedra y con un bonito cartel de madera en el que pone algo que no entiendo.
—Barks ei Backels, eso dice —lee Egan.
—¿Y qué significa?
—Nombre raro que se inventa la gente —responde, entrando al lugar y me quedo con la duda de si lo que ha dicho es literal o es la traducción del nombre.
He de admitir que me imaginaba todo esto hecho de madera, sucio y mugriento y con gente de pocos amigos, hasta bichos de diversas especies, por eso me ha chocado ver un edificio de piedra. Más aún me choca ver un lugar bonito e iluminado, con una barra llena de copas con líquidos y gente normal y corriente, gritando y cantando.
Nos acercamos a la barra y vemos a una mujer pelirroja y pecosa, con una mirada seria y ojos alargados. Sus ojos son negros, sin pupila y eso me hace estremecer.
—¿Qué queréis, guapetones?
—Una habitación, cuanto más barata, mejor —responde Egan señalando las escaleras que hay al lado de la entrada. ¿Pero es que los bares también son hoteles?
La muchacha ríe; su carcajada parece sonar por encima del gentío.
—La pobreza amaña, ¿eh? —Se aleja de la barra, llama a su compañero, el cual parece atareado sirviendo a alguien y se acerca a las escaleras—. Ven aquí, guapo, veamos qué habitación os sirve a ti y a tu amiguita. Que Zheim atienda a la bonita.
Zheim se me acerca, con una sonrisa muy adorable mostrando sus dientes de un color blanco oscuro. Siniestro. Su pelo parece ser del color del oro y tiene una cara fina, pero con mofletes.
—¿Te sirvo algo?
—Yo, eh... —farfullo, mirando al suelo y odiando a Egan por dejarme atrás. Maldita sea, ¿qué le digo? No sé qué venden y, aunque me lo dijera, no tendría ni idea de qué es—. Esperaré a mi amigo —balbuceo, y me voy a una esquina desolada del bar.
Para mi mala suerte veo que la única silla libre que hay está ocupada por una chica que tiene cosas extrañas sobre la mesa: algo parecido a un polvo blanco, una especie de bola con humo, estrellas negras, figuras que extraños animalejos... Cuando levanta su azul mirada, veo que parece inocente, se hace un tirabuzón en su ya ondulado cabello cobrizo y sonríe.
—¡Hola! ¿Vienes a consumir algo?
—¿Disculpa? —inquiero, mirando ese polvo blanco, en serio, ¿qué es eso y por qué una parte de mí me grita que me vaya?
—Veo que miras mi producto estrella —contempla, yo abro los ojos y vuelvo a mirar al suelo, asustada y con las piernas temblándome.
—So-solo me preguntaba qué es.
—Voy a decirte que son polvos mágicos de la felicidad aunque sea mentira.
¿Pero qué?
Intento alejarme, miro a todas partes, pero no veo ningún asiento apartado en el que estar. El resto está ocupado por gente que se menea y bebe incluso una especie de líquido azul que burbujea y me llama la atención por el color.
—¿Quieres un poco? —suelta ella. Doy un respingo del susto, mi corazón late muy deprisa y necesito que Egan regrese ya.
—No, gracias.
—¿O que te lea la mano? No suelo acertar nunca, pero lo que cuenta es la intención. —Luego parece mirar de reojo—. Pero no digas nada, que si no Eritrea me denuncia.
La miro de nuevo y veo que sujeta su bola de cristal, por alguna extraña razón, pese a que parece feliz y alegre siento que hay algo en ella que no me inspira confianza.
—No, de verdad. No tengo dinero.
—Siempre puedes pagarme de otras formas.
—¿Qué?
Y mis sospechas se han confirmado. Abro tanto la boca y me siento tan estúpida por no irme, que me odio un poco. Ella ríe por lo bajo, supongo que será una broma o algo.
—La verdad sea dicha, esa capa que tienes es preciosa. Te la cambio por la estrella de la fortuna.
—No da suerte, ¿verdad? —afirmo tímidamente. Conforme digo la frase me arrepiento.
Ella extiende su brazo y yo, que no tengo ni idea de las costumbres de aquí me quedo paralizada, luego se lo estrecho.
—¿Qué haces? —pregunta, confusa.
—Nada, nada.
—Soy Annaela —se presenta, cambiando de tema de una forma un tanto radical—, pero llámame Anna. Todo lo que tengo es legal, que conste.
Yo sonrío, como imitando a Egan cuando no dice nada, ¿será que lo hace porque no tiene ni idea de qué decir? Ella coge la estrellita y la mete en una especie de zurrón que tiene al lado de su asiento, que es un banco.
De repente la puerta se abre y entran otros dos sujetos con una vestimenta extraña y distinta al resto. En general todas las vestimentas me parecen raras, pero estas es que desentonan.
—Hostia, la pasma —exclama—. Yo me voy antes de que vengan los unicornios.
Annaela se levanta, recoge todo lo que hay sobre la mesa a toda velocidad y lo mete en su saco. Luego pasa por mi lado y descubro lo bajita que es. Después corre a toda prisa intentando evitar a los dos que han entrado y sale por la puerta, sin despedirse.
Jamás he visto semejante personaje en mi vida y supongo que va a ser muy difícil encontrar a alguien que la supere. Me siento en el banco de delante en el que ella estaba y miro, aburrida, la pared. Curiosamente, como mi sentido de la vista parece no trabajar demasiado, el del oído se agudiza. O eso o me aburro mucho y me he puesto a curiosear lo que habla el resto.
—¿De verdad de la buena? —parece que dice alguien que está en una mesa redonda, situada cerca de la barra, quien habla con otro muchacho.
—He oído rumores, Sckarmer quiere el territorio y lo quiere ya.
—¿Crees que Mizuki lo impedirá?
—Yo me huelo a guerra —dice el muchacho, bajando la voz, pero parece que no es efectivo, porque he conseguido oírle.
—Es cierto que los Kazene y los Mizune son un poquillo racistillas entre sí, pero de ahí a eso...
—Por favor, ¿te crees que Sckarmer va a hacer caso del tratado que hizo su predecesor? A ese tío le encantan las guerras.
—Qué obsesión, te lo juro.
—Antes de que empiece el welannet mi está metida en una guerra, lo veo venir.
Intento hacer memoria, el welannet sería lo que en la Tierra el verano. Sobre las otras dos palabras que he oído, por el contexto supongo que son dos razas que no se llevan muy bien. El chico que habla sobre una posible futura guerra habla deprisa y nervioso. Le tiembla un poco la voz, su compañero permanece con una expresión seria, sin vida. ¿Tan serio es el problema?
—... lo hará pronto —dice el que permanece más tranquilo y de voz ronca, le distingo por una capucha roja que lleva puesta—. El tratado de oro se romperá, y esperemos que nadie se meta.
—Hay una especie de contienda y a la mínima la guerra estallará. Sckarmer ansía ese territorio, incluso dice que es suyo.
Dejo de escuchar para ver que Egan baja por las escaleras acompañado de la joven de antes, como no quiero hacerme notar, no levanto la mano ni grito, espero a que se dé cuenta de que sepa dónde estoy. Por suerte para mí lo hace y muestra un gesto de desagrado al ver que estoy sin nada sobre la mesa, porque parece que la mira como si no le gustara.
—¿Qué es esa cosa blanca que hay encima? ¿Qué has estado haciendo? —pregunta, como si no pudiera creer lo que está viendo.
—Ni lo sé, ni prefiero saberlo. Mejor no..., no lo toques.
Me ahorro el detalle de la tal Anna, me parece que es mejor eliminar para que Egan no piense en cosas extrañas e incluso hasta le hago un favor.
—He oído algo sobre una guerra y razas, y algo sobre Niune y Gaene o algo así. ¿Y eso?
Egan menea la cabeza, cuando Zheim aparece con un papel suspendido en el aire y él lo menea con el dedo, agitándolo en círculos.
—¿Qué vais a tomar?
—Dos trueques.
—Perfecto —dice, chasquea los dedos y en el papel se escribe algo solo. Después se va.
—Si de guerra hablamos... —dice, cuando estamos solos—, seguramente hablamos de los Kazene y los Mizune. Verás, en este mundo nuestra especie se divide en siete razas, cada una representa un elemento de la naturaleza.
»Yo soy un Hane, un ser de la naturaleza, en sí se podría decir que yo represento a las plantas, puedo hablar con ellas, controlarlas e incluso hacer una magia avanzada con ellas.
—Qué extraño —digo. Sé que se me va a olvidar en un rato, y más con todo lo que he estado aprendiendo últimamente, pero al menos ya sé algo más del mundo.
—Para entenderlo mejor, en Faishore nuestras regiones se dividen en base a una raza predominante en ella. El caso es que los Kazene, los seres del viento, o aquellos que tienen afinidad con él, tienen una región muy pequeña —explica. Zheim aparece y deja las dos copas sobre la mesa, son de color amarillo y huelen un poco dulce, Egan les da un sorbo—. El caso es que se pelean con los Mizune, seres del agua, por no sé qué sitio del norte.
—¿Y sólo por eso quieren una guerra? —Huelo algo dudosa mi copa de cristal, ¿podré beber esto sin que me siente mal? ¿Y si me muero? No creo, llevo comiendo frutas del bosque y no me ha pasado nada.
—Es más que eso, el líder de los Kazene (los del viento) quieren ese territorio porque allí hay cosas suyas e incluso más habitantes de su raza que los de la del agua. —Egan se encoge de hombros y se termina de un trago su copa—. No sé muchos detalles, tengo entendido que el anterior líder hizo firmar un tratado. Lo que pasa que el de ahora...
—Sí, he oído que le van las guerras.
—Ya. —Con sus ojos verdosos e inocentes observa mi copa y se echa un poquito hacia delante—. ¿Te vas a beber eso?
Le doy un ligero traguito y veo que es un sabor ácido pero dulce a su vez, es como una especie de líquido que viene de una fruta. Tengo sed y el sabor no me disgusta; asiento con la cabeza y poco a poco me lo voy bebiendo.
Después de eso vamos a la barra, pagamos y subimos al piso superior. Es un pasillo con bonitas flores que lo decoran, pintadas de verde oscuro en las paredes y que nacen de largas líneas. Es recto y al final hay una ventana de donde proviene la luz. Nuestra habitación es una que tampoco sé leer.
—Esto... 4-B, espero que eso lo haya traducido el hechizo.
—Cierto —afirmo—, no sé hablar vuestro idioma, en realidad es como si tuviera un traductor pegado a la oreja.
—Sí, por eso hay palabras que no entiendes si no existe una hermana en tu idioma. Es difícil intentar buscar una para que te la traduzca y me entiendas.
Supongo que por eso me ha dicho que esto era un bar, cuando días antes me dijo algo sobre un hotel. Supongo que este tipo de cosas tienen un nombre diferente, pero como en mi planeta no existen, la palabra tampoco.
La habitación es pequeña, la rectangular y diminuta ventana da a la pared de otro edificio, por lo que las vistas no son muy bonitas. Hay dos camas individuales con unas sábanas sencillas y gruesas, también una lamparita al lado de la puerta. La pared es la misma que en los pasillos y el suelo está constituido por unas baldosas marrones.
—Dentro de lo que cabe es barata —dice Egan, un tanto resignado.
—No importa, es lo mejor que tenemos.
Veo que ya ha dejado su zurrón sobre la cama, cierra la puerta con llave y yo me siento sobre la cama, algo asustada porque no hay baño y llevo un día entero sin ir.
—¿Aquí no hay baño? Porque me hago pipí.
—¿Esa cosa amarilla tan extraña y fascinante? No, pero puedes probar por la ventana, da a un callejón.
—Egan —respondo, seria—, no voy a hacer eso.
—No tienes otra opción —dice, como si estuviera desanimado.
Entiendo que él no vea que me dé vergüenza porque es un extraterrestre y, según me ha contado, cuando la comida llega a su estómago lo que no necesita va a parar a otro órgano cuyos ácidos lo desintegran. Pero yo necesito expulsarlo, así que, rendida, le pido que se dé la vuelta y hago lo que tengo que hacer.
Una vez entrada la noche ambos estamos tumbados en nuestras camas, yo me cobijo en ellas, porque hace bastante frío y no me gusta nada. Doy gracias a que es el último mes de forhinder y que el frío se irá pronto. Pero mi preocupación es otra: que me acepten en el país.
—No lo sé —responde Egan cuando le pregunto cómo lo vamos a hacer para que me acepten en este planeta—. Quizás todo sea muy precipitado, pero confío en lo que vi.
—Pero nada de eso ha vuelto a suceder desde aquella noche.
—Ya, ya —responde. La luz de la lámpara ilumina su rostro, serio y melancólico. Es una luz muy apagada y amarillenta. También se escucha a los demás residentes del hotel, por eso hablamos en voz baja—. Pero es que nunca he oído de un hombre que lanza cosas a través de suspenderlas en el aire y que una cosa aparezca de repente y te proteja.
Suspiro, esta es la primera noche que vamos a pasar juntos. Las anteriores se iba de la tienda y se quedaba durmiendo fuera, me aliviaba, eso de dormir al lado de un desconocido no me gustaba nada. Aunque ahora que nos conocemos un poco, el muchacho me ha parecido agradable y no lo veo como al principio.
—¿No has dicho algo de líderes esta tarde? —pregunto—. ¿Quiénes deciden si te quedas en el planeta?
—Una organización que controla todo el tema de los viajes espaciales. Pero oye, dudo mucho que acepten.
—¿Qué opciones tenemos? —inquiero, porque creo que hay algo más que no me dice. Le miro a los ojos, aunque me cueste la vida misma porque no me hace sentir muy cómoda.
—Pues que nos acepte alguien con poder, o bien un líder, o bien ese gobierno.
—¿No hay una base o algo?
—Sí, aquí en la capital.
Medito sobre lo que podemos hacer, si muestro lo que hice en el bosque podría quedarme, o quizás no. Puede que a lo mejor eso, sumado a mi testimonio ayude, de todas formas, soy una fracasada y todo irá mal. Supongo que tampoco importa mucho.
—Iremos, cuando descubramos cómo hacer que lances esa cosa con las manos —dice Egan de la nada, posando la vista en el fondo oscuro.
—¿Y si no podemos?
—Lo haremos de todas formas. Todo saldrá bien, te lo prometo.
Y le hago caso, le doy las buenas noches y decidimos en pensar un plan para mañana. Me meto entre las sábanas y le doy la espalda. Aunque no esté tan segura de sus palabras.
—Mátalo antes de que él lo haga contigo —me dice una voz antes de dormir—. Nunca te fíes de nadie.
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El capítulo necesitaba un poquillo de humor. Ahora nos queda saber qué son esos polvos mágicos de la felicidad y qué ocurrirá con Ashley y la sede esa de viajes (que no, que no son como en la Tierra).
Pero aquí lo importante es: ¿por qué Annaela es una paranoica que huye de la policía?
Lo sabremos en el próximo capítulo.
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