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3. Ojos color bosque

La lluvia ha vuelto a aparecer en mi piel; las gotas cayendo parece que ahora han vuelto a existir, rozando mi ropa. MI pelo está húmedo y, por primera vez, me doy cuenta de que lo que piso, más que tierra, es barro. Mi aliento resuena entre el agua cayendo y los rayos lejanos, algunas gotas del rocío de los árboles caen en mi cabeza. Debo de tener un aspecto lamentable.

Una silueta está detrás de unos matorrales, mirándome. ¿Quién es? ¿Acaso mi tío me ha vuelto a encontrar? Paralizada del miedo, paralizada por lo que acabo de echar que, por cierto, ¿qué demonios era? ¿Qué está pasando? ¿Qué le pasa a mi cabeza? Cada vez pienso que la cordura era una vieja amiga mía que hizo las maletas y se fue.

Sea quien sea el que me estaba observando, tras percatarse de que le he visto, sale de entre los arbustos. Me calmo (tan sólo un poco) al ver que no es mi tío, pero me desconcierto aún más al ver a un joven salir.

El cabello rubio de su cabeza parece oro líquido al estar mojado, el flequillo le cae por la frente, pegado a ella. Tiene una cara fina y alargada, pero unas mejillas que podrían estar perfectamente sonrosadas. Parece un niño. Su boca y nariz son pequeñas, cosa que no resaltan mucho, más bien esos ojos redondos que parece que se te clavan en el alma.

Lleva unas botas marrones altas, con unos pantalones marrones de a saber qué tela, que no diviso bien. Tan poco he reparado mucho en el color de su camiseta, aunque sí he podido notar que parece más bien una túnica a la que ha atado un cinturón con una especie de bolso.

El chico muestra una sonrisa de alivio y se me acerca, e ignora que una rama se le ha clavado en el hombro.

—¡Qué susto! —exclama con una voz de niño que está comenzando la pubertad—. Creí que eras una humana, menos mal que has hecho esa cosa rara.

Ladeo la cabeza, nerviosa y perdida. ¿Qué no soy humana? Intento decir algo, pero como siempre de mi voz sale un murmullo que apenas se escucha.

—¿Estás bien? —dice el chico. Un rayo aparece y, en los segundos que ilumina el entorno, puedo distinguir algo extraño en él: sus orejas son puntiagudas, como las de un elfo. Doy un paso atrás, asustada, pero después me recompongo, quizás sean falsas—. Oye, no tienes buen aspecto.

—Yo... —Mi primer impulso es dar media vuelta y volver, pero estoy tan agotada que declino la idea y me quedo en mi sitio—. Sí, estoy bien.

Él arquea una ceja, da unos lentos pasos hacia a mí, clavando su mirada. Dando un rápido giro con las manos, y como si fuera lo más normal del mundo, hace que se le iluminen en un haz de luz verde. Dejo escapar un gritito del susto.

Ya está, es oficial, estoy caída en un sueño y en coma. Seguramente me habré desmayado en mitad del bosque.

—¿Qué? —dice él, preocupado y volviendo a retroceder.

—¿Cómo has hecho eso de las manos? —Más que una pregunta, es una orden. Quizás pueda hacer lo mismo que yo he hecho antes.

—Magia, ¿es que tú no sabes hacerlo? —El tono que ha pesto es tan infantil que me resulta enternecedor.

Para él, la situación actual es la más normal del mundo. Sin embargo, no creo que deba fiarme de un desconocido que acabo de conocer en un bosque en una tormenta en mitad de la noche, el cual viste raro y ha pasado desapercibido mi aspecto.

Me encojo de hombros, ¿qué otra opción me queda? Todo lo que pueda hacerme él no será mucho peor que lo que me espera.

Meneo la cabeza ante su pregunta.

—Oh..., tranquila, ya sabes cómo somos los seres del bosque —explica con una sonrisa.

Por mi cabeza pasan muchas cosas que podría decirle, tantas y tan inapropiadas que seguramente serán inadecuadas y no sabré hacerlo bien. De todas formas, estoy segura de que esto es un sueño y que no pasará nada si le digo cualquier cosa. Además, seguro que es un sueño lúcido y podré controlar las situaciones, ¿no?

—¿Quién eres? —inquiero.

—Antes de responder a eso, yo debería hacerte la misma pregunta. —Aunque esta vez ha intentado ser amable, se nota un deje de exigencia y desconfianza en su voz—. Después de todo, de nosotros dos quién tiene más motivos para desconfiar soy yo.

Es cierto, ambos estamos en la misma situación, la diferencia es que, aunque su ropa es rara, por lo menos tiene ropa y un aspecto más o menos decente. Yo ya ni sé si me dejé los zapatos en alguna parte o los perdí.

Él se acerca con sus manos brillantes, que parecen una luciérnaga, al pillarme con la guardia baja, consigue pillarme por sorpresa y agarrarme, para después mirar mis heridas. Noto que clava su mirada en todo lo que le llama la atención, ignorando el resto de cosas. No sé por qué, me relaja que contemple mi cuerpo.

—¿Cómo te has hecho todo esto?

No sé cómo responder a esa pregunta, ni siquiera yo sabría decirlo. Es más, tampoco me he dado cuenta de que tengo rasguños. El chico frunce el ceño para luego empezar a temblar y preocuparse.

—Apestas —escupe. Ya sé que es cierto, pero duele.

—Bueno, viendo cómo estoy, tampoco es de extrañar —suelto molesta. Tampoco es que transmita mucha autoridad.

—No —dice, alejándose de mí y tapándose la nariz—, digo que hueles... raro. No es porque seas una cochina que no se limpia, sino que... Algo dentro de ti huele.

Y, por si todo lo que he pasado fuera poco, más cosas extrañas vienen. Genial, ahora resulta que mi interior apesta. Yo creo que he vivido más en toda esta semana que el resto de gente del mundo en toda su vida.

—¿Y qué es? —pregunto, cansada.

El chaval se remanga los brazos y saca del bolso un frasco rosa que parece zumo de fresa. Tiene forma de matraz y el tapón que lo tapa es de color verde con la figura de una hoja encima.

—Iremos por partes, ¿vale? —Ahora noto algo de nerviosismo en él, porque ha farfullado un poco. Sé que no confía en mí, y aun así intenta ser amable y ayudarme.

Me ofrece el frasco sin mediar palabra y yo lo cojo. Primero lo miro bajo su atenta mirada que está empezando a ser incómoda, vacilante, abro el tapón y lo huelo. Por su reacción y basándome en la situación, estoy segura de que él piensa que yo sé lo que me está ofreciendo. Huele a fresa. Me lo meto en la boca directamente de un trago. Sabe muy bien, es algo espeso, como la leche, como un batido de fresa.

Doy un suspiro al terminarlo y se lo devuelvo. Si esto fuera veneno, ¿no pasaría como en algunos libros que he leído que, antes de darte nada, te engañan sobre el contenido?

—Ahora que te has tomado el regenerante, deberíamos esperar hasta que te cures del todo.

Supongo que debería decirle lo que me acaba de pasar, ¿o no? ¿Realmente es buena idea? No tengo ni idea, no parece mala gente.

—Tengo que decirte algo —comienzo a hablar, él levanta la cabeza y arruga la frente, es ahora o nunca—. Yo soy humana, no un elfo como tú.

Porque es un elfo, ¿verdad? Es decir, tiene toda la pinta: orejas puntiagudas, ropajes verdes, dice ser un ser del bosque.

—¿Qué es un elfo? —inquiere.

—Lo que tú eres —respondo. Ahora que me siento más descansada de mente y de cuerpo, estoy descubriendo que acabo de decir una estupidez tremenda.

—Ajá —concluye, con una sonrisa forzada.

—Pero en serio —digo, muy nerviosa y apretando las manos, espero no estar fastidiando nada—, soy una humana, no soy lo que crees.

El chico rubio sonríe de oreja a oreja, una sonrisa forzada y ríe por lo bajo. Inspecciona el lugar y posa su vista sobre una roca grande y plana y se sienta sobre ella, después vuelve a mirarme. No a los ojos, sino más abajo.

—Una humana no podría hacer lo que tú has hecho antes.

—¿Y tampoco podría verte? —Imbécil.

Comienza con una risa fuerte que después intenta disimular tapándose la boca y tosiendo. Qué vergüenza e incomodidad estoy sintiendo. No sé quién ni qué es este chico y ofrezco un aspecto horrible.

—De verdad que no lo soy —recalco.

—¿Entonces cómo explicas lo que has hecho con las manos?

—No lo sé, hoy me están pasando cosas muy raras.

Él se levanta y se acerca a mi cuerpo, sin dejarme una respuesta o siguiendo con la conversación. No soy idiota, sé que no le interesa el camino que está cogiendo. Me estira del brazo y veo que, donde antes había cortes, ahora solo hay cicatrices. Hasta antiguas marcas que tenía han desaparecido. También es cierto que me noto más descansada.

—Qué es lo que me has dado? —pregunto, pero él no responde.

Se aparta tras comprobar que estoy en mejor estado y se aparta, luego se estira.

—Bueno, ahora que estás sana no tengo mucho más que hacer —explica, y me muestra una sonrisa inocente.

—Espera —digo, tocándole el hombro para que no se vaya—, tengo preguntas que hacerte.

Ni tan siquiera sé por dónde empezar, tampoco es algo que me haya pasado en la vida o haya estado esperando. Mi corazón bombea con fuerza y yo me siento muy mal por querer hacerle preguntas y quedarme aquí parada como una tonta. El chico está quieto, y esperando a que hable, sin importarle si tardo o no.

—No tengo adónde ir.

Él menea la cabeza.

—Lo sé, se nota por cómo miras a todas partes y tu desorientación. Además, pareces muy asustada, te noto tensa.

Abro los ojos como si me hubiera sorprendido de algo. Me alejo un poco de él, manteniendo el espacio personal. En ningún momento se ha mostrado molesto, al contrario, está siendo paciente conmigo. Parece agradable.

—Me encantaría explicarte lo que me ha pasado pero...

—No quieres —me corta él, mostrando algo de desagrado ante eso.

—No puedo, más bien —le corrijo—. De verdad que soy humana.

Se encoge de hombros, suspira y mira al suelo. Empieza a rizarse el pelo o jugando con él. Vuelve a sentarse en la piedra, lo que me da más tranquilidad.

—¿Puedo saber qué haces aquí? —pregunta con dulzura.

Me acerco para asentarme, él se aparta y me deja un hueco libre. Sonrío para agradecerle.

—Desde luego, tampoco te has sorprendido demasiado cuando he iluminado mis manos —recalca, luego deja caer una sonrisa falsa para no parecer desagradable.

—Después de lo que he visto esta noche, créeme, ha sido lo más normal de todo.

Él ríe, es una risa de verdad, yo le imito, sólo para eliminar la tensión. Vuelve a girar sus manos para iluminarlas, y veo mejor que entre la oscuridad. Me doy cuenta de que sus ojos son de un color verde, como el de las plantas. Son unos ojos bonitos, lo que compensa sus ojos y boca...

—Me llamo Ashley y vivo en esta ciudad —me presento, creo que esos dos detalles son los más importantes—. Durante todo este tiempo he estado viviendo con mi tío, quien me maltrataba. He pasado por más cosas que ahora veo que son extrañas y que no me apetece contar, pero, resumiendo, esta noche empezó a hacer levitar cosas y a tirármelas.

»Luego una esfera blanca aparece y me envuelve, y una figura rara me protegía de esas cosas que me tiraba. También hizo una especie de masa viscosa negra, y hui. Estoy así porque a estas horas llevaba el pijama y tuve que escapar de mi casa.

Contarlo es un alivio para mí, siento que me he quitado un peso de encima. Por otra parte, decirlo suena tan loco y absurdo que todo parece como si fuera un sueño. Ahora que me siento mejor no estoy tan segura de que sea uno. Al menos, este chico podría responder a algunas de mis preguntas y no me interesa de que se vaya. Y, como ya he dicho antes, no tengo muchas opciones.

—Suena tan ilógico que parece sacado de la fantasía —afirma. Mi pulso se acelera y deseo repetidas veces que se tome en serio lo que le he contado—. Entonces, ¿llegaste aquí huyendo de él? —Asiento con la cabeza—. Un humano que lanza cosas por el aire y otra que expulsa luces de sus manos... Y lo que es peor, emanas ahora un olor muy raro.

—También la gente era rara conmigo. Un día se metían conmigo y al otro no, así, de repente. No le encontraba ninguna lógica. —Omito el detalle de la cafetería porque es un recuerdo doloroso que prefiero ignorar. De por sí, contar todo esto ya me es un poco doloroso.

Él sonríe y levanta la cabeza, dejando que las gotas de lluvia le den directas en la cara mientras cierra los ojos. Su pecho se mueve lento y no puedo evitar mirarle esas orejas puntiagudas de elfo. Yo asiento con la cabeza, como si estuviera afirmando el silencio, esperando a que él hable.

—Ahora toca que yo me presente —dice, sin vida ni emociones en sus palabras. Mete la mano izquierda en el bolso atado a su cintura, y saca la lengua (a la par que frunce un poco el ceño) mientras rebusca algo en él—. Con mi presentación tengo que añadir muchas cosas, así que empezaremos por lo básico.

»Me llamo Egan, no sé lo que es un elfo, pero sí se podría decir que soy un ser del bosque. Darte más detalles sería muy lioso para ti y antes de ello, para que me entendieras, tendría que explicarte más cosas.

Agitándome nerviosa, pienso en más preguntas que hacerle, y los labios me tiemblan. Es como si las palabras empujaran mi boca para salir, pero me callo. Me balanceo hacia atrás y hacia delante como una niña pequeña sobre la roca.

Egan, rendido porque no encuentra lo que busca, saca el brazo y agarra una rama que tiene rozándole la cara y arranca una hoja. Lo hace con suavidad y cariño, como si el árbol fuera un bebé que espera que no sufra.

—El hecho de haberte creído todo este tiempo y no tacharte de..., chica extraña, es por una razón. —Abre mucho los ojos, y sonríe. Por un momento caigo en la cuenta de algo: ¿dónde está mi tío?

Me levanto de golpe, muy asustada. Miro por todas partes, buscando algo al fondo de los árboles, pero está todo tan oscuro que no veo nada. Doy vueltas a mi alrededor, aunque la naturaleza me molesta demasiado como para hacerlo. Siento odio por la lluvia y los truenos, que me dificultan oír algo más. Como he estado pendiente del chico, me he olvidado de reparar en si me perseguían.

Egan se levanta asustado, mira hacia nuestro alrededor, pero lo hace con más calma que yo. Luego me sujeta los hombros, yo le hago un ademán para que me suelte, y frunzo el ceño. Sabiendo que no sirve de nada consolarme mediante el agarre, se quita la túnica verde y veo que, debajo, llevaba una camiseta de tirantes. El cinturón lo ha desabrochado y dejado reposar sobre la roca.

—Toma, póntelo por encima, hace frío —añade, tiritando un poco cuando menciona la última palabra.

Yo sonrío y me pongo la túnica por los hombros. Es de hilos muy gordos y un tacto áspero. Noto varios hilos sueltos, quizás esté desgastada, no lo sé. Es de noche, la luz de la luna la tapan las nubes, no capto muchos detalles.

—Perdona, creo que mi tío me persigue —confieso, con la voz temblorosa. Estornudo al terminar de hablar.

Él se dedica a asentir.

—¿Es mucha molestia para ti si te explico qué soy o, por lo menos, de dónde vengo? —En su voz no hay sarcasmo ni escupe palabras hirientes, hay cansancio con una mezcla de súplica. ¿Tan pesada soy?

Asiento repetidas veces, mientras Egan se lleva la mano al puente de la nariz y cierra los ojos.

—Pues... Bueno, soy un extraterrestre. —Arqueo las cejas, ¿acaba de decir que es un extraterrestre? Por primera vez intento mirarle con más detalle, no solo esas orejas tan extrañas (y que me asquean un poco) que lleva. No, no encuentro más cosas raras, podría pasar por un humano—. Es decir, vengo de otro planeta. Pero aquí, en la Tierra, no soy más u un turista, es como si tu visitaras otro país —habla rápido y con las palabras atropelladas, menea con nerviosismo las manos. Quizás piense que puedo creer que es una amenaza.

Hago un ademán suave con las manos y me aprieto más la túnica, podría ponérmela —somos de la misma talla—, pero no sé, me resultaría un tanto incómodo.

—Tranquilo, no creo que vayas a invadirnos. —Suelto una risa fingida al final. ¿Lo habré empeorado?

—Genial, pues vengo de otro planeta muy parecido a la Tierra —explica con emoción—. Está en esta misma galaxia, solo que un poco bastante retirado... Se llama Neråiden, no tiene pérdida.

Ladeo la cabeza y pronuncio mentalmente la palabra que acaba de decir. «Neuriden», pienso, sin estar segura de si así era el nombre. Quizás no le moleste que le haga unas preguntas, aunque me sentiría mal. ¿Y si piensa que soy demasiado cansina? Después de todo, está teniendo mucha paciencia conmigo, seguro que cree que soy un agobio.

—Y... —Hago una pausa, replanteándome la pregunta—. ¿Por qué has venido aquí?

Él sonríe, maravillado por lo que le acabo de decir.

—Yo lo llamo curiosidad científica. —Poco a poco su emoción aumenta, haciendo más gestos animados con las manos—. Solemos venir aquí porque es el único planeta que hemos encontrado parecido a nuestras condiciones de vida. Nos gusta observar cómo viven los humanos, pero ocultos, sin influir en vuestro planeta.

—¿Y por qué te has acercado a mí?

La pregunta no le pilla por sorpresa.

—¡Porque no eres humana! —insiste. Meneo la cabeza, sigo sin creer eso—. Y lo que me cuentas me da más motivos para creer que eres de mi planeta —exclama, maravillado y emocionado por la idea. A mí tampoco es que me haga mucha gracia, y me hace sentir un poco más triste.

La lluvia parece que va flojeando poco a poco, y ya no oigo más truenos. Al volver a percatarme en ella, siento que las gotas que me caen son muy molestas.

—¿Y qué quieres decir con eso? —inquiero, en tono decepcionado.

Hay una incómoda pausa. La emoción se va de su cara, está estático, con los brazos temblando.

—Quiero que vengas conmigo, porque aquí no vas a hacer nada. —No me mira a los ojos, incluso gira la cabeza para no hacerlo.

Abandonar mi vida, eso es lo que me está pidiendo.

¿Debería hacerle caso? Ni siquiera es irme a otra ciudad, otro país, me está pidiendo mucho más que salir de mi continente: abandonar mi planeta. Ir a otro mundo que desconozco por completo y que, según él, pertenezco.

¿Y qué he de hacer? ¿Y si me arrepiento? Pero ¿qué hago yo aquí? Ya no sé qué decisión tomar, podría fastidiarla y entonces seguro que querría morirme porque mi vida es un desastre todavía peor. Empiezo a llorar, soltando gemidos.

—Si no quieres... —dice él, mostrándose arrepentido por sus palabras.

—No —le corto, enjuagándome las lágrimas—. Es que no sé qué hacer, no tengo una vida, no tengo nada. Ni siquiera te conozco y ya me pides ir a otro planeta, así porque sí.

—Lo siento —dice en voz baja, pero lo suficientemente alto como para que pueda oírle.

—Tranquilo, es que estoy algo confundida y ya no sé qué debo hacer.

Ambos miramos al suelo, evitando el contacto físico. Yo en ese periodo de tiempo pienso en lo que me espera si me quedo en la Tierra. No tengo amigos ni familiares, así que no pierdo a nadie. Me he quedado sin hogar, ya no puedo volver a casa, así que me espera una vida vagando por las calles hasta que muera de hambre. Si me voy con él... ¿Qué me esperará?

—Háblame de tu mundo, quiero saber más de él —imploro, convenciéndome a mí misma de que me van a contar un cuento. Un cuento que sí es real.

—Mi planeta también se divide por países, aunque, bueno, hay regiones en las que no hay ningún país (aunque no son tantas) —comienza a hablar sin negarse. Finge que no me ha pedido un favor antes, que no estoy llorando como una estúpida—. Mi planeta se llama Faishore, aunque se escribe con una e al final, no se pronuncia. No sé qué manía tienen los de mi idioma en no pronunciar algunas vocales del final. —Se frota la barbilla de manera exagerada. Creo que intenta hacerme reír.

»En fin, hay distintas especies, de flora y fauna, que a ti te parecerán muy curiosas. Ah, sí, allí la gravedad es ligeramente menor que aquí, aunque tenemos dos lunas. Muy bonitas, por cierto. ¡Y tenemos el mismo número de estaciones! Solo que allí ahora mismo estamos acabando el invierno.

—¿Has dicho algo sobre tu idioma? Es decir, ¿no estás hablando ahora inglés con mucha fluidez?

Él ríe, como si le estuviera contando un chiste.

—Verás, cuando vamos a la Tierra, para conocerla más, solemos visitar los países de habla inglesa. Es decir, porque son los que más impacto tienen sobre el mundo y creemos que así conoceremos más vuestra sociedad —explica, ahora parece que está siendo un profesor. Yo he dejado de llorar un poco—. Los de mi especie sabemos magia, y bueno, uno de los hechizos es poder hablar un idioma perfectamente siempre y cuando conozcas un poco de él.

—Es raro, pero me gusta —confieso emocionada. Recuerdo cuando de pequeña creía firmemente que había otros mundos de fantasía y que yo algún día llegaría hasta ellos. Esa sensación ha vuelto hoy, pero ya no sé si es tan buena idea.

Él vuelve a sonreír, lo ha hecho tantas veces que creo que sus labios suben hacia arriba en tensión. Vuelve a girar sus manos, haciendo que brillen. Conque lo que ha hecho es magia...

—Bueno, mi país se divide por varias regiones. Yo vivo en la del bosque. También hay una región más neutral.

—Es interesante. —Estoy fascinada, pero solo consigo ver el lado negativo de las cosas—. Oye, ¿qué gano yendo a tu mundo?

Egan, dubitativo, me pide que le hable un poco sobre mi vida. Él también está interesado en la Tierra. Primero, le explico que hay varios tipos de sociedades, y que visitando sólo la anglosajona no las conocerá todas, que nuestros países están pegados unos a otros y que nosotros no hacemos magia. Le sigo diciendo los problemas que hay en nuestra sociedad.

Todo lo comento por encima, y de forma desordenada porque nunca antes había pensado en explicarle a alguien cómo funciona la Tierra. Con más detalles termino hablándole de mi vida hasta el día de hoy.

—¿No es raro que solo tengas un familiar? —dice él, como loco. Parecía que estaba deseando que terminase para hablar él. Si no lo hizo antes, sería por educación—. ¿Es que acaso no tienes primos? ¿O más tíos? En mi especie el tipo de familia que hay no es el mismo que el tuyo, pero chica, hasta yo parezco más puesto en el tema que tú.

Arqueo una ceja, parezco incluso más sorprendida que él. Pero tiene razón, no lo ha dicho en un tono reprobatorio, más bien incrédulo. ¿Dónde están? ¿Acaso no existen? Mi tío tampoco era humano, si es que puedo seguir llamándole tío.

—Respecto a lo que ganas yendo a mi planeta —responde a mi pregunta ahora, al ver que no hablo y estoy en silencio—, lo peor que puede pasar es que descubran que eres humana, te borren la memoria y te echen a patadas. No matamos. Salvo algunas bestias, esas sí lo hacen, pero sólo si les atacas tú o entras en sus hogares.

»Igualmente, aquí tampoco tienes mucho que hacer. A la única persona que tienes te quiere muerta, y te han sucedido cosas muy extrañas. Hasta en el peor de los casos yendo a mi país sales ganando en comparación con quedarte. Podrías estar un tiempo y resolver alguna duda que tengas. Si no te gusta mi mundo, siempre puedes volver.

Que me diga esas palabras me anima un poco y me hace sentir un poco tonta por ser tan exagerada. Igualmente sigo sintiendo miedo, pero supongo que tampoco tengo muchas salidas, voy a acabar mal con ambas opciones, aunque una tenga un lado bueno.

—Quizás podría hacerte caso —digo, vacilante. Tampoco parece mala gente y, en fin, ha sido amable conmigo por el momento—. Pero, si llego a Fai... Tu mundo, ¿qué haríamos?

—Lo primero es taparte las orejas, mi especie las tiene siempre puntiagudas, pero no muy largas. —Me quita la túnica de los brazos con suavidad, él le da la vuelta y muestra un gorro—. Si te pones esto servirá, ahora, tienes unos ojos de color...

—Castaño oscuro —respondo, al ver que entrecierra los suyos y se acerca para mirármelos de una forma muy rara.

—Una pena, entonces no mires a nadie a los ojos. Ninguno de mi especie posee ese color de ojos. En cuanto a lo demás vas bien. —Estoy segura de que se ha ahorrado el detalle de la ropa, que seguramente daré vergüenza—. Lo único que me queda por explicarte es nuestro método de viaje, lo demás creo que solo puedo enseñártelo una vez lleguemos.

Sintiendo que no ha respondido a mi pregunta de antes por la emoción que le produce llevarme a su país, opto por volver a preguntar:

—¿Qué haremos allí?

Egan, que estaba atareado buscando algo en el pequeño bolso que había dejado sobre la roca, deja de rebuscar y se da la vuelta, mirándome.

—Pues lo primero, como ya he dicho, enseñarte varias cosas. En cada región hay un líder, podríamos hablar con la mía y que esta mueva hilos para dejar que te acepten.

Le miro desilusionada, creí que haríamos algo más elaborado y efectivo, no un plan tan simple. Él se percata de mi desilusión.

—Podríamos pensarlo cuando lleguemos, ¿vale? —Alza la vista al cielo; ya ha parado de llover y por fin puedo dejar de sentir la molesta lluvia cayendo sobre mi piel, aunque estoy empapada y con frío hasta los huesos—. De momento no podemos quedarnos aquí, a no ser que tengas algo que hacer antes de partir.

En vez de responder, digo que no con la cabeza. Creo que decirlo con palabras me dolería más que decirlo con un gesto. Mi corazón late a cien y creo ser una marea de sentimientos: miedo, emoción, curiosidad, nerviosismo...

Egan saca una especie de aparato en forma rectangular, tiene una pantallita y unos botones al lado: me recuerda a una consola de juegos. Miro con sutileza qué es lo que hay en la pantalla y veo algo parecido a un mapa. Egan le da la vuelta, pudiendo ver que tiene un mango en un extremo para sujetarla, y, debajo, algo parecido a una cámara.

—Este artilugio sirve para viajar alrededor del espacio. Aunque tiene un rango de distancia. —Hace una pausa mientras toca unos botones con sumo cuidado, parece concentrado en lo que hace—. Nuestra tecnología es mayor a la vuestra en algunos ámbitos.

El rubio pulsa un último botón y con la cámara marca un punto del suelo, luego suena un disparo seguido de un flash y, en mitad de la tierra, un círculo de color azul se ilumina. En el centro hay una cruz y a los lados varios caracteres que no sé leer.

—Puedo hacer que hables mi idioma perfectamente, pero no leerlo —dice, y en su frase se nota más pesadumbre. Clava la vista en el círculo, con total seriedad—. He marcado uno de los edificios de viaje, cuando lleguemos te explicaré qué es, está situado en unas llanuras lejos de civilización. Ahí haré que aprendas sobre mi planeta.

Estoy demasiado asustada, con la mano en el corazón y aliviada por saber que no me verán con estas pintas tan ridículas. Me pongo la túnica del chico, es calurosa y áspera. Luego me pongo la capucha sobre la cabeza.

—Tú primero. —Hace un ademán para que pase por su lado en dirección a lo que parece ser el portal.

Yo miro una última vez a mi alrededor, al bosque, a la Tierra. Entrar ahí significará empezar de cero. Las hojas de los árboles frotan cuando una bandada de pájaros sale de entre sus copas. El cielo sigue oscuro, aún muy lejos del ocaso. No sé dónde estará ese señor que decía ser mi tío, pero supongo que ya dará igual. ¿Allí estarán mis respuestas? ¿Allí sabré quién soy?

—Puede que sí o puede que no —responde el chico, yo doy un respingo y me avergüenzo cuando me percato de que las preguntas que he hecho las he formulado en voz alta—. Sólo lo sabrás cuando llegues.

Haciendo caso de su consejo, pues estoy segura de que con mi negatividad no haré nada, doy un paso, fingiendo decisión cuando en realidad tengo miedo. Él me da un empujoncito y entonces termino en el círculo. Me quedo ahí, estática, mientras Egan se sitúa a mi lado y, una vez se asegura de que estamos dentro, pulsa otro botón y una especie de pared nos envuelve.

Por un momento quiero gritar y aporrear la pared para pedir salir. Después siento que he dejado de existir.



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Este capítulo iba a ser el doble de largo, pero luego decidí cortarlo por la mitad porque he visto que ya es un poquillo largo de por sí.

¡Gracias por leer!

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