14. La Bruja del Crepúsculo
Me pregunto si el maquillaje podría ayudar en algo. Dicen que la fealdad se arregla con él, pero tampoco lo sé muy bien. A lo mejor si me dejara el pelo más largo ayudaría, porque el peinado que tengo es muy soso. Y creo que si comiera un poquito más también ayudaría. Así la cara se me pondría más redonda y acabaría como esas chicas asiáticas tan guapas.
La ropa de este sitio no sé si me convence mucho. Egan compró para mí un vestido doble que se cierra por dentro y por fuera. La primera capa es verde y llega hasta los muslos, y la capa interior es de color blanco y alcanza mis tobillos. Los repliegues no sé si ayudan mucho a caminar, pero me encuentro un poco incómoda. De todas formas me acostumbro a la ropa interior de este sitio, así que eso ya es algo. Por lo que he entendido es una especie de maya que se ajusta al cuerpo.
Con motivo del inicio del Zeurixi la gente se reúne con sus seres más queridos, okinda. De hecho, hay un dicho: «al okinda nunca se le abandona». Me resulta muy bonito, porque yo nunca he tenido una familia, y para mí Egan es como mi okinda. Siento que ha sido el único que se ha preocupado por mí, pero creo que él, en realidad, no comparte esa misma impresión de mí.
—¿Ya estás preparada? —pregunta cuando aparezco en el salón. Se le ve más arreglado de lo normal, aunque no me extraña, hoy es fiesta. Asiento con la cabeza—. Genial, hoy te voy a llevar a un sitio muy especial.
Llevo las manos al pecho, para mí cualquier lugar de aquí es especial. ¿Será que hoy vamos a explorar más lejos? O puede ser otra cosa. Hace un momento ha ido a ver a Naomi, a lo mejor iremos con ella a alguna parte. No me hace ninguna gracia, es muy hiriente conmigo, la última vez casi podía ver como se reía de mí. Seguro que me odia como hacen todos los de aquí.
—Usaremos un hechizo de teletransporte ya que no podemos ir volando.
—¿Teletransporte?
Se le ilumina la cara, casi parece un niño al que le acaban de dar un caramelo. Resulta muy adorable verlo, sobre todo porque se le sonrojan las mejillas.
—Hoy he ido a ver a Naomi para que me lo enseñara.
Conque eso era. ¿Entonces no tendré que verla? Menos mal, hoy esperaba un día bonito y ella me lo habría estropeado. Egan se levanta del sofá y lo corre un poco para hacer un hueco en el suelo. Se acerca a un mueble que hay a su izquierda y abre el primer cajón, del cual escarba y saca una cera para dibujar. De reojo me mira y sonríe. Yo aparto la mirada al instante.
—¿Cómo lo vas a hacer? ¿Para qué es esa cera?
—Ahora lo verás.
Con un gesto me indica que me aparte. Veloz como él solo dibuja un símbolo en el suelo. Es increíble los detalles con los que ha podido dibujarlo; las persianas están bajas y no entra mucha luz. Eso se debe a que no le gusta subirlas demasiado: teme que alguien del exterior nos vea. Sin embargo, parece que esta vez ha podido ver bien lo que hacía. Yo fuerzo un poco la vista para ver mejor. Es un hexágono. En cada esquina hay un círculo y en el centro un árbol. El tronco tiene varias líneas que se enroscan en espiral nacidas de varías raíces, a su vez, terminan en varias ramas del mismo aspecto. No hay hojas, lo que es una pena.
—¿Alguna vez te he hablado de la magia rúnica?
—No lo sé —intento recordar, pero he visto tantas cosas relacionadas con ella que ya no sé si la he visto alguna vez—. Creo que no, no me suena.
—Se basa en dibujar runas y alimentarse de ellas para usar magia.
—¿Cómo que alimentarse de ellas?
—A través de la naturaleza: del aire, del fuego, del bosque, de los ríos y el mar, de todo. Con esta runa podremos viajar adonde queramos. Tú solo entra en el dibujo y déjame a mí el resto.
Recuerdo la primera vez que vine a este mundo. La sensación de viajar la recuerdo muy horrible, parecía que hubiera dejado de existir en algún momento. Pensar que así fue, y que simplemente me reconstruyeron es algo inquietante. Pero aparte de eso, tenemos que parecía que alguien oprimiera mi pecho tanto que me costaba respirar, pareciera que tuviera asma. Esta vez Egan lo hace diferente a la última vez. Recuerdo aquella noche borrosa y principalmente todo son imágenes que pasan por mi cabeza. Pero estoy segura de que aquella noche Egan utilizó una máquina o algo, pero que solo podía usarla porque viajó a otro planeta.
A lo mejor me equivoco, no entendí absolutamente nada. Yo estaba desorientada y él se puso a hablarme de su planeta como si yo entendiera lo más mínimo.
Esta vez no se ha parado en explicarme nada, y aunque me muero de ganas por preguntar, ahora que lo pienso no sé si es buena idea. Todavía no entiendo cómo funciona la magia. Acabo de descubrir que va por runas, o no toda y solo esta. Me da que hay una serie de normas y no es lanzar hechizos como hacen en Harry Potter.
Él, lleno de emoción, cambia su peso de una pierna a otra. Juega con sus manos, lo que a mí me vuelve incómoda y, tras insistir en que me prepare para el viaje, activa el hechizo. Digo activa porque la runa comienza a brillar hasta que nos envuelve en un haz de luz. Cuando desaparece y puedo ver que comienza a presentarse otro paisaje. Me es familiar, y creo que sé dónde estamos más o menos. Las Llanuras faishianas. Increíble que sepa el nombre.
Este viaje me ha resultado muchísimo mejor que el otro. Todo el rato he sido consciente de mi existencia y más que nada parecía que lo que cambiaba era el resto, no yo.
—Cierra los ojos, que en nada vas a ver tu sorpresa —chilla. Obedezco. Mi corazón late con rapidez, su voz emocionada y habla rápida se me está contagiando. Ahora me muero de ganas por saber qué me tiene preparado. Sujeta mi mano y yo dejo que me lleve hasta donde tiene pensado. A ambos nos tiembla el pulso y eso me hace gracia, suelto una pequeña risotada—. Ya puedes abrirlos.
Lo había visto antes, pero de cerca es mucho más precioso. Dos troncos que se enrollan entre sí. Rugosos e imperfectos, pero no le importa. Las raíces se hunden y salen de la tierra cuando les da la gana, circulan de un lado a otro, haciéndose camino allá por donde van. Parece un circuito de carreras. Las ramas se extienden por el cielo y apenas cuesta verlas porque las nubes tapan la vista. Pero son tan enormes que aún las veo. Una enorme sombra casi eterna nos tapa el sol, y aun así crece pasto. Parece que fuera el árbol quien lo nutriera. No lo he visto muy bien porque apenas he llegado Egan me ha mandado cerrar los ojos, pero es que es imposible no verlo.
Se veía desde Zhyllem y eso que pilla apartado de aquí.
Sus ramas están floreciendo y por arriba se ve de color rosado, una nueva estación empieza y el frío se va, dando paso al buen tiempo y al calor. Esto es tan bonito.
—Como hoy todos están con sus okindas nadie ha venido a visitar el árbol. El gran Árbol de las Hadas. ¿A que es precioso?
—Es lo más hermoso que he visto nunca. —La voz me tiembla, estoy a punto de llorar y no quiero.
Tengo que esforzarme mucho para poder andar porque siento que si no lo hago me voy a caer. Él me ayuda a caminar, dejando que me apoye sobre su peso. Es increíble. El corazón se me va a salir, rebota por todo mi pecho de la emoción y alegría. Quiero ver cada rincón del interior del árbol Y digo interior porque Egan me invita a cruzar la entrada. Justo como me lo imaginaba: una larga pendiente que subimos por dentro de uno de los troncos. Parece que han construido un túnel dentro de él. Es muy oscuro y es Egan quien me guía, que parece que ve bien pese a la oscuridad.
El camino lo hacemos en silencio. Querría centrarme en lo que me rodea, pero parece que es de noche. Es muy raro que si esto lo visita gente no haya algún punto de luz. Además está muy empinado y tengo que hacer mucho esfuerzo para andar. Por lo demás no hay mucho que apreciar. Me huele todo el rato a madera intenso y creo que hay un tacto rugoso, se ve demasiado monótono a pesar de que no se aprecie nada.
—¿Falta mucho?
—Ni idea, pero yo también me estoy cansando de dar vueltas. —Pediría descansar, pero ahora que mi entusiasmo se ha ido este lugar me da repelús.
Parece que literalmente no hay nadie, lo que lo vuelve muy siniestro. Si no fuera por él, me imaginaría que hay un monstruo detrás de mí. La oscuridad me da miedo, me produce pánico no saber qué hay a mi alrededor, esto es así porque es cuando más vulnerable me siento. Es gracias a él por lo que no me pongo a llorar: está tan seguro de qué hacer. O, simplemente, es por su compañía por la que me siento bien.
—Es que la gente suele venir volando, literalmente —explica, con un deje en su voz—. Pero como tú no puedes volar, toca ir andando. No creo que falte mucho.
Y, efectivamente, conseguimos salir de aquel túnel por una salida igual que la entrada. Nos encontramos en las ramas. Son tan grandes y anchas que no me preocupo en caerme por ellas. Casi podría construir una casa aquí y no se derrumbaría. El mar de ramas nace y muere en todos lados. Las hay de todo tipo, grandes y gruesas, alargadas y finas. Algunas miden lo que yo y son la mitad de finas. Parecen hechas al azar, sin seguir ningún tipo de trazado y a través de sus propias normas. Dado que las flores no son muchas, las ramas siguen desnudas y yo puedo observar por el sol que es pasado mediodía. Cuando me centro en las flores descubro que solo con sus pétalos son el doble que yo, y eso en las más pequeñas.
Egan no parece sorprendido, ni se preocupa de que ande correteando de un lado a otro. Es maravilloso este lugar. Increíble. Estoy encima de un árbol. Esta frase me resulta absurda, pero ya no imposible. Hace algún tiempo no lo habría creído. Ni sé cómo hubiera reaccionado. Hoy sé que lo imposible es posible.
Me gustaría caminar hacia el extremo para ver todo el país, pero no sé si eso se podrá.
—Debemos subir a la copa del árbol. No sé cómo lo haremos, pero allí verás lo que te espera.
—¿Qué quieres decir? —No oculto nada de mi entusiasmo, de hecho, abrazo a Egan y le agradezco un montón todo lo que ha hecho por mí. Las ganas de llorar consigo aguantarlas, pero una lágrima escapa sin que yo pueda hacer nada. Me aparto antes de caer y llorar por todo.
—Arriba podremos ver todo el país y eso es lo maravilloso de este lugar, que las vistas son algo para no olvidar. —Examina nuestro alrededor, como buscando algo. Me siento dolida porque no ha respondido como yo esperaba, el abrazo ha sido cálido, pero corto y no ha respondido nada más. Supongo que tenía razón, que yo para él no soy su familia, solo una amiga más—. Hay muchísimas ramas, tenemos que subir sí o sí de algún modo. Como te he dicho antes, la gente suele volar hasta aquí, pero nosotros no podemos. ¡Así que marchando!
Dejo que el entusiasmo de Egan se me contagie y caminamos entre el inmenso mar que nos envuelve. Tal y como él decía, algunas se tocan entre ellas directamente y podemos utilizarlas para pasar entre ellas caminando. El silencio que hay aquí me hace sentir en soledad. No se escuchan los pájaros piar ni ningún otro animal. Pienso en que es cierto que estamos solos sin nada más, solo los tres: Egan, yo y el árbol. Pero este último tampoco es que cuente. Es una sensación inquieta, de que más allá no existe nada. Solo un cielo vacío. No dejo de emocionarme porque es una de mis cosas deseadas, estar sola. Más ahora desde que llegué a Faishore.
Sigo a mi amigo por la copa del árbol. No miro abajo, incluso cuando me lo ha dicho tampoco tengo deseos de mirar. De todas formas, aunque sé a qué altura estamos, las ramas parecen una carretera. Ni cuando pasamos de unas a otras por las más delgadas siguen siendo pequeñas. Podría pasar un coche y no se caería.
Creo que es el mejor día de mi vida.
Finalmente alcanzamos, cuando el sol ya está bajo y el cielo se tiñe de naranja, el punto más alto. Sin hojas, ni flores, ni nada que me tape la vista puedo verlo: el país entero. La puesta de sol es increíble, puedo verlo sobre el mar que hay a lo lejos y cuyo horizonte por pocas no existe. Al otro lado veo un montón de montañas que me tapan lo que hay tras ellas, y luego veo una región entera llena de bosques: Selenia. Es el país. Es Faishore. Puedo ver cada rincón desde aquí, me siento como si fuera dios en este mismo momento y pudiera controlarlo todo. Desearía hacerle una foto, o que cerrara los ojos y se quedara grabado en mi memoria. Doy varias vueltas alrededor de la zona, que tampoco es tan grande como yo esperaba. Es incluso extraña: las ramas se cortan en un determinado punto plano y horizontal, como si le hubieran hecho un corte limpio. Es todo liso y regular, parece hecho a propósito. Por supuesto, tampoco me olvido del enorme castillo que hay aquí y que también ha llamado mi atención. Parece que esta zona es perfecta para hacer de cimientos de cualquier edificio.
—Esta era la sorpresa que te quería decir. —Hace una pausa y lo señala, ha esperado paciente a que yo terminara de ver las vistas para seguir con lo que tenía planeado—. Antiguamente desde este punto se controlaba el país. Por supuesto, ahora no vive nadie en él y es una ruina del pasado.
—¿Podemos entrar? ¿De verdad?
—Claro, aquí estamos concienciados con la historia.
—Es maravilloso todo esto, ojalá yo hubiera vivido en ese castillo —balbuceo entre sollozos. Me llevo las manos a la boca, apenas puedo andar. No solo es la soledad y las vistas, sino también un castillo inmenso—. ¿Qué hay en él? Cuéntame, quiero saberlo todo.
—Ahora hay muchas reliquias guardadas, ven y verás.
Subimos una rampa hasta llegar a las puertas. Lo primero que pasamos es un edificio rojo. El castillo está construido a lo largo, sus paredes son por completo formadas por bloques blancos, que terminan en tejados de color azul oscuro y algún que otro decorado dorado. Se alzan varios torreones a los lados, salvo el del fondo, el más alto y el que más llama mi atención, que se encuentra en medio del edificio principal. Para pasar a él primero cruzamos un patio dividido en tres niveles de altura. En uno de ellos encontramos algo que me hace gracia: un solitario árbol. Un árbol dentro de un árbol. Aunque bueno, esto es un castillo dentro de un árbol, no sé de qué me sorprendo. El tercer nivel está rodeado de una construcción larga con múltiples ventanas terminadas en arcos que parecen ser un largo pasillo que conecta el edificio principal con el de la entrada. Subimos nuevamente otras escaleras hasta llegar a una puerta dorada, que Egan empuja.
El interior es increíble: cuela muchísima luz por sus numerosas ventanas y algunas forman figuras en el suelo por las vidrieras. Hay techos en forma de arco de los que cuelgan lámparas llenas de velas o que están sobre cargadas. Dentro de los pasillos encontramos columnas donde el color principal suele ser el azul, y sobre ellas puedo ver dibujos que no logro entender. Hay numerosos cuadros en cada sala que pasamos: desde mujeres con un animal de tres cabezas enredado en su cuello, hasta un sencillo copo de nieve. Muchas habitaciones parecen ser cuartos, porque veo en ellas camas o muebles como armarios o estanterías. Todo lo que hay está sobre cargado, no hay un hueco que no se haya librado del más mínimo adorno. Lo más destacado es que por dentro todas las puertas son de cristal, por esta misma razón puedo ver el interior de cada sitio, aunque no sea capaz de abrir las puertas para entrar. Hace también demasiado frío, y ahora agradecería un abrigo más encima. Es un frío incómodo, que me eriza los pelos de la piel y no puedo parar de tiritar. Noto como algo extraño en el ambiente, y creo que es porque pienso que no debería estar aquí.
—¿Seguro que podemos estar aquí?
—Claro, fíjate en las puertas: son de cristal. Si alguien quiere entrar en las habitaciones debe romperlo, y el cristal en este planeta es muy resistente. —Egan suelta una risotada que suena con fuerza por cada esquina del castillo—. Cuando fui a tu mundo y rompí el cristal me sorprendí de la fuerza que tenía, luego me decepcioné porque vi que allí es muy frágil.
—Sí..., bueno, a mí me cuesta creer que sea tan duro como el diamante.
—¿Diamante?
—Creo que es como algo parecido al cristal, pero muy pequeño.
—¡Qué genial! Así que tenéis algo como el cristal, pero que no es cristal.
Creo que ha sido al entrar aquí cuando mi entusiasmo se ha ido a la porra. No me siento del todo a gusto, y menos cuando Egan propone ir al torreón más alto, ya que allí hay una habitación abierta al público. Según me cuenta, es el más importante por ser del dueño de este castillo, el primer gobernador de Faishore y uno de los creadores del país. Me explica que él mismo fue quien plantó el Árbol de las Hadas y que en sus aposentos hay un cuadro de él. Acepto, porque cuanto antes lleguemos, antes nos iremos.
Llegamos a una sala con más techos en forma de arco de donde cuelga una recargada lámpara de araña. Las columnas son inmensas y llegan hasta el final, con ornamentos que las recubren casi en cada parte. Las escaleras que conducen a las dos puertas del piso de arriba tampoco se salvan de las excesivas decoraciones. En la barandilla hay una escultura de oro de algo parecido a un león con cuerpo de cebra sobre dos patas. Egan me pide que me espere ahí, porque no sabe si por ahí se llega al torreón principal.
Hubiera obedecido de no ser porque, cuando creo que me ha dado la espalda, miro de soslayo a una habitación muy próxima a mí. Es pequeñita y su puerta se encuentra, por casualidad, abierta. Me introduzco en ella: es el primer lugar abierto que no es un pasillo ni una sala común que veo. Arriba hay un cuadro de un bicho flotando con una máscara puesta. Los colores de aquí son oscuros. El sofá es de un tono malva y sencillo, la alfombra tiene una luna y un sol dibujados. Sobre ella una repisa con una máscara (la misma que lleva la cosa del cuadro) descansa sobre un cojín.
—Colócame sobre tu cara y te daré poderes que jamás habrás imaginado —dice. Puedo escucharla en mi cabeza en forma de susurro. Doy un paso más hasta la máscara y, sin saber cómo, ahora estoy delante de ella—. Concederé tus deseos más profundos y serás dueña de la luna y el sol. Nadie podrá contigo.
—¿Ashley? —escucho decir a mis espaldas. Es Egan.
Mi mano roza uno de los pinchos de la máscara color violeta, creo que sus ojos del color del atardecer me miran con esas pupilas verdes. Aparto el brazo, que sin saber cómo iba a sujetar esa cosa. Me giro y salgo del siniestro trance en el que estaba metida. ¿Qué ha pasado?
—¿Sí?
—¿Qué estabas haciendo? —inquiere con un deje de preocupación.
—Nada, nada —y antes de que diga nada más añado—: ¿Has encontrado cómo seguir?
—Sí, acabo de echar un vistazo y vamos bien.
Salgo de la habitación, cierro la puerta y achucho a Egan para que se dé prisa. Al parecer él ya ha estado unas pocas veces aquí, pero siempre le cuesta encontrar los sitios por el enorme número de pasillos y habitaciones que tiene el lugar, todas casi iguales por muy buena memoria que tengas es fácil acabar confundiendo las cosas. Pero todo sale bien y subimos por unas altas escaleras de caracol dentro de las cuales no hay ventanas y todo se ve muy oscuro.
Siento que hay algo extraño en el ambiente y no puedo evitar sentirme amenazada.
Para cuando llegamos al segundo punto, Egan me pide que avance la primera y, por cómo lo dice, ahora siento algo extraño en él. Casi me freno en seco cuando, por el rabillo del ojo, consigo divisar un cartel que dice algo como «Si a todos no quieres matar, por favor, no subas más».
Justo entonces me paro en seco y me lleno del valor suficiente para hablar:
—Egan, ¿qué significa este cartel?
—Una frase antigua para que los incautos no subieran más. Ten en cuenta quién dormía ahí arriba.
—Lo siento, pero no me lo creo. —La incomodidad y el pánico que he sentido nada más entrar aquí debe de significar algo. Sobre todo con aquella máscara que me susurraba cosas. Mi instinto no puede engañarme, sé que aquí se cuece algo malo. Es la misma sensación de cuando mi tío estaba a punto de pegarme. Imágenes pasan por mi cabeza, intento apartarlas pero creo que estoy recordando cosas olvidadas.
Pero eso ya no importa. Lo estoy viviendo, su misma cara, la misma expresión en el contorno de Egan. De repente, creo que las piezas encajan. Justo cuando encontré a Egan en el bosque mi tío no apareció por ninguna parte, a pesar de que me seguía. ¿Y no estaba aquella chica tan extraña que se llamaba como la Bruja merodeando por su casa?
Se ve que se ha dado cuenta de mi cara de espanto y de que estoy a punto de llorar, porque dice:
—Sube.
No respondo, doy un paso atrás y procuro no caer de espaldas.
—Si no subes por ti misma lo haré por la fuerza. ¿Adónde vas a ir en este lugar en mitad de la nada? Solos.
Paralizada, sigo sin responder. Él no dice nada más y me agarra del brazo. Intento forcejear y se me escapa un grito, pero como si de una marioneta se tratase no consigo mover ninguna parte de mi cuerpo. A eso se le añade una ligera descarga eléctrica que me recorre por los músculos. El dolor es tremendo y no paro de gritar, siento que me quema el interior del cuerpo. Subo los escalones con Egan detrás. Todos mis intentos por moverme son estúpidos, llegamos a lo más alto y ahí nos frenamos en seco. Las dos puertas tienen una insignia rosada en forma de pluma. Son sencillas y parecen construidas por un material negro que no me inspira confianza. Todo está oscuro salvo por la luz que emana de las insignias. Eso es lo poco que puedo ver.
—Y ahora, si no es mucha molestia, lanza tus rayos de luz.
—No sé cómo hacerlo.
Mi cuerpo se lanza solo contra el suelo y, mientras lo hace, las descargas aumentan de intensidad. Giro los ojos (porque es lo único que puedo controlar) en dirección a mi brazo derecho, que ya no lo siento. Permanece ahí; no lo he perdido.
—Hazlo.
—¡No sé cómo lo hago! —sollozo.
Me levanto, doblo los brazos hacia atrás y los estiro por completo en un gesto rápido a la vez que abro la palma de las manos. Sin poder controlarlo, unos rayos de luz me iluminan la cara y chocan contra las insignias. Estas se fragmentan en pequeños pedazos que rasguñan mis mejillas. Consigo cerrar los párpados y, cuando lo hago, puedo ver que las puertas dan a una habitación macabra.
Entro en ella, sin hacer ningún ruido y cada rincón me da señales de peligro. Justo en en el centro hay un cofre de color violeta. La tapa no está cerrada por una cerradura, sino que hay un cristal donde debería estarlo. Casi parece un diamante. Hay dos dibujos en la parte inferior: una mujer con un bastón mira a un árbol que, diría yo, es en el que estamos. El cofre está rodeado por varios dibujos en el suelo que deben de ser los que crean el escudo que envuelve al cofre. Es transparente así que solo lo noto por el reflejo que da, pero puedo notar cómo hay algo más.
Arriba, del techo, cuelga un estandarte. Una mujer de labios gruesos color violeta está en él. Siento que me mira con sus ojos diminutos y marchitos. Parece que el propio dibujo me mira.
—Y ahora al escudo.
—¿El qué?
Me agarra de la mandíbula con una mano que, irónicamente, es suave y cálida. Luego me susurra al oído:
—Ashley, te conozco bien. Sé que lo has visto.
—Egan, por favor...
—¿Recuerdas cuando me preguntabas todo el rato que por qué te había ayudado? ―Recuerdo ese momento, sí. Sabía que, como todas las personas de mi vida, él también quería algo de mí. Supongo que todo era una farsa, y que nadie me iba a ayudar porque sí, por la bondad que le veía a él al principio―. Pues era por esto, porque te necesito. Necesito tus rayos de luz.
Cuando intento hablar, mi boca se cierra sola y mi lengua no se mueve. Jamás había sentido tanta impotencia. Debo aguantar el dolor que me electrocuta los músculos, hacer acciones que no deseo y mientras veo cómo todo se va a la porra por mi culpa.
Repito el proceso de antes. Lanzo rayos de luz, varios, de hecho. Pero el escudo se mantiene intacto, cuando creo que hay un poquito de esperanza, un crujido suena y uno de los dibujos del suelo desaparece. Golpe a golpe, cada dibujo deja de existir y veo, por el resplandor, que el escudo está casi roto en pedazos, porque las grietas son mayores y más numerosas. Toma su tiempo y mi desesperación, pero cuando lanzo el último rayo de luz el único dibujo que parecía quedar desaparece igual que el resto, y el escudo se convierte el polvo. Se va de forma silenciosa, como si nunca hubiera estado ahí jamás. Y el cofre está suelto.
Vuelvo a sentir el brazo derecho y parte de mis piernas. Los músculos se me relajan y caigo al suelo. Sé que vuelvo a ser dueña de mis actos. Estoy demasiado cansada para huir, moriré aquí, lo estoy viendo. Creo que debí haberlo hecho antes.
―Ya no te necesito más.
Sus palabras me duelen. Me hacen sentir como un trapo inútil. Fuerza el cofre, su sello, hasta que suena un crujido. Lo único que quedaba era ese cristal, que no sé qué ha sido de él. ¿Lo habré roto yo también? ¿Como si fuera un efecto rebote? ¿Rompo el escudo y también lo que actuaba de cerradura? Estoy demasiado cansada para pensar.
Me posiciono apoyando el cuerpo sobre un brazo. Así, soy testigo del nacimiento de la Bruja del Crepúsculo. Resurge a partir de un humo lavanda que se solidifica y la recompone. Una risa estruenda y perversa a la vez. Augura un mal presagio, que ahora sí se cumplirá. Lo primero que hace es clavar sus ojos en mí. Rápida como el viento aparece delante de mí y me sujeta la cara. Clava las uñas en mi carne y me hace daño, sobre todo la que se hinca dentro de la herida que me ha dejado la puerta de antes.
―Tú. ¿Tú has sido quien me ha salvado?
―Daenissam, debemos irnos.
―Pero... ―La Bruja se muta a mitad de palabra, antes de seguir con la frase una vez se ha dado la vuelta y se percata de Egan―. Te veo muy cambiado, cariño.
―Han pasado muchas cosas desde entonces, pero debemos irnos. Matarla es inútil, ya lo he intentado. Sé lo que digo.
La Bruja me suelta, como si fuera un juguete. Ante todo, parece como si yo no estuviera allí con ellos y me ignoraran. Cuando caigo al suelo, suena un chasquido de sus dedos y el techo comienza a descomponerse. Escombros caen sobre nosotros como si fuera polvo hasta que un agujero se origina. Veo sobre él un cielo violeta y las primeras estrellas. Y así, como si nada hubiera pasado, cuando me quiero dar cuenta estoy sola en aquella habitación, después de descubrir que Egan me ha estado utilizando y con la Bruja del Crepúsculo liberada.
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