11. Tres tristes llaves
Daenissam
La luz de la mañana me despierta. Estiro los dedos al otro lado de la cama, como si buscara a alguien con ellos; quizás un tacto caliente que me anime, pero solo encuentro un vacío rodeando mi mano. Nadie. Estoy sola. Apenas consigo abrir los ojos, el brillo del exterior me ciega y molesta en la cara. Maldita sea, anoche olvidé bajar la persiana.
Por mi cabeza empiezan a tambalearse algunos pensamientos indeseados. Tengo el sueño suficiente como para pasar de ellos, hasta querecuerdo porqué estoy aquí. Como si fuera una punzada en el corazón que me hace sobresaltar. Quema mi cuerpo por dentro y lo retuerzo; un suspiro sale de entre mis labios y es ahí cuando abro los ojos. El techo de madera, roído y maltratado.
Cuando intento cerrar los ojos no consigo volver a dormirme. Indignada, me siento sobre la cama. Es como si anduviera en un limbo donde permanezco entre el mundo onírico y el real. Parece todo de mentira.
Al despertarme por completo no bajo al dorakiarte. Le echo una mirada al escritorio que tanto asco me da, a sus papeles, a la silla que está de frente. Mirar todo mi trabajo de anoche me supondría un dolor de cabeza, de hecho, creo que casi puedo escucharlo. ¿Bajo? No. No creo que él esté allí, sentado enalguna silla de repugnante madera, tomando cualquier mierda a la quellamar desayuno.La soledad me gusta, es emocionante. Me lo dice elpecho cada vez que pienso en ella.
Sinsaber qué hacer, porque apenas son las seis y cuarto de la mañana,bajo la persiana (que chirría al hacerlo) y me tumbo sobre la cama.Cierro los ojos y el sueño no tarda en hacer su trabajo.
Unosgolpes en la puerta son los que me desvelan. Sea quien sea elpuñetero, dan ganas de aporrearle también. Sigo cansada y esta vezcon dolor de cabeza, de hecho, al levantarme tan rápido me mareo,por lo que coloco la mano sobre la pared y dirijo mis pasos hasta lapuerta. Allí me lo encuentro, con su piercing en la nariz, rizospelirrojos que se asemejan al fuego (de esos que, de tocarlos,podrías quemarte) y su mirada asesina. Siempre le acompaña a todaspartes, para analizar y juzgar.
—Tenemosque irnos —grita,o eso me parece que hace. Entra en mi habitación y recoge sobre suantebrazo mi ropa. Suspiro como respuesta, la cabeza parece que va aestallar de un momento a otro y no estoy preparada para susgilipolleces. Hoy no. Aaron se frena en seco, me contempla con susojos que siempre juzgan y frunce el ceño—.¿Qué coño haces? Nos buscan, tenemos que irnos ya. Nos estamosretrasando.
—Quete den, Aaron —respondo,estrujándome los ojos. Por unos segundos creo ver borroso, luegotodo vuelve a la normalidad. Él me tira la ropa envuelta en una bolaarrugada—.Sería mejor comprar algo nuevo.
—Claro,cuando no estemos en peligro de muerte.
Pongolos ojos en blanco mientras me cambio. Justo cuando quito la primeraprenda de ropa el frío me entra por los huesos; un escalofríorecorre mi cuerpo y aprieto los brazos para colocarlos junto alpecho.
—Noseas dramático, joder.
—Vísteteque los larguemos, hostia. —De no tener tal dolor de cabeza lehubiera mandado a paseo, no es mi cuidador ni nadie que le déderecho a tratarme como una estúpida.
Elaire gélido golpea mi cara al salir, y es que ni llevando bufanda melibro de él. En la capital, incluso en el lugar más deprimente, hayvida en todas partes. Con el primer día del zeurixi cerca, la genteha empezado a hacer sus compras para la cena ecleriática, y eso setraduce en una capital sin ningún hueco por el que caminar y sinprivacidad. Las calles están a rebosar de gente que camina de unlado a otro, mirando en tiendas o lugares donde comprar la comida, elcielo estaría tapado de no ser porque hay agentes destinados acontrolar el tráfico aéreo.
Losedificios tienen muchas decoraciones, pero jamás lograrán llamarmela atención. He visto otros más impresionantes, que parece quearañan el cielo y por donde la gente no es capaz de volar. EnZhyllem no son ni la mitad de altos, apenas los del centro llegan aser una mísera parte de los que existen en otras partes del mundo.De todas formas, los acabados en punta del distrito cercano a lossuburbios tampoco parecen quedarse atrás en cuanto a belleza.Algunos, de hecho, tienen luces puestas.
Aaroncamina decidido entre las personas. Nadie diría que, en su bolsa,hay una parte secreta donde guarda una llave robada. La misma llaveque el gobierno lleva buscando desde hace meses. Porque cuando pisasZhyllem dejas de ser alguien para convertirte en una mancha más.
Notoque nos acercamos a la zona de los grikares por una razón: elasfalto. La piedra rectangular, que parecía bien posicionada, sevuelve más rebelde. Ya no parecen colocadas, sino que su diseñoestá ahora sin planificación; con algunos trozos cortados y lasposiciones al azar. Las casas parecen igual, pero los bloques depisos que antes nos rodeaban ya no existen. De todas formas, laestructura parece ser la misma: antigua y desgastada. Los callejonesparecen aumentar, pero la calle Mayor sigue en pie, con una fuente asu fondo, como si así resultara más bonito ese aire de tristeza ydejadez. Hasta la gente es distinta. Hostil. Cada uno por su cuenta.Pareciera que el enemigo está entre nosotros, o en nosotros mismos.
Nohay ningún punto que nos marque que estamos en el distrito Grikare,pero sabemos que hemos entrado en él. Los hogares están muydesgastados y entre ellos hay un amplio espacio por donde el campo sedeja crecer. Lleno de malas hierbas, insectos que viven en ellas olas primeras flores de la zeurixi. Esto no parece una capital, sinoun pueblo que perfectamente podría pertenecer al sur. El asfalto yano existe, antes de eso acabó como ladrillos sueltos manchados detierra. Alguna que otra colina se hace hueco, pero no son altas.Podemos ver algunas casas construidas sobre ellas, o mejor dicho,chabolas improvisadas. Parece un barrio pobre, pero ni mucho menos.Algunos prefieren vivir sin nada, solo con los pocos recursos queencuentran dentro del mismo distrito. Al otro lado del río seencuentra La Plaza, donde se gestionan los diversos grikares. Es muydistinto de la zona intermedia entre el resto de Zhyllem y la otrapunta del distrito. Su diseño no es el mismo, claro está, pero esmás amistoso y mucho mejor elaborado que este lugar infectado debichos.
Peroallí no se nos ha perdido nada. De hecho, este lugar está hecho asía propósito: aislamiento. Cuanto más alejada esté nuestro sistemacentral del suyo, mejor. De igual manera, la Zona Intermedia casi nola construyeron solo los formantes de los grikares. Otros seaprovecharon de ella, y aquí se cuece mucho trato oscuro por lasnoches. Puede que en esa chabola construida sobre una piedra, encimade una colina, haya pócimas que induzcan a las drogas. O se enseñenhechizos oscuros. Nadie sabe, en realidad, qué hace cadas uno depuertas para adentro en este distrito, y por muchos guardias queintenten detenerlo, siempre habrá algún trato oscuro donde menos telo esperas. Y ese es mi caso.
—Creoque es en un bar cerca del río —susurra Aaron. No hay nadie anuestro alrededor, pero de igual manera susurra. Las paredesescuchan.
—Quéharta estoy de eso.
Élbufa como respuesta, lo cual me molesta. Necesitamos un lugar seguropara esperar a que llegue la noche, pero aquí no encontraremosninguno. Incluso al otro lado del río no podemos fiarnos de si algúnguarda infiltrado del gobierno nos reconozca. Aquí no importa,porque a todo el mundo le da igual lo que hagas, y tampoco son losmás indicados para dar chivatazos. No obstante, lo que nosotrostraemos entre manos les afecta de manera negativa. ¿Habrán llegadolas noticias hasta aquí?
Megustaría volver a mi antigua cabaña, pero no sé si allí seencontrará alguien que espere a que lleguemos. De todas formas,podríamos probar. No estoy registrada en ninguna parte, incluso aojos del Gobierno tanto esa cabaña vieja como yo no existimos. Aveces trae sus ventajas.
—Yasé dónde podemos esperar hasta que llegue la noche —informo a micompañero.
Nomuy confiado de mis palabras me sigue. Sabe mantenerse callado yguardar sus preguntas hasta que sea el momento oportuno. No esnecesario irse muy lejos, en algún punto de este campo está miantiguo hogar, mezclado en un mar de hogares.
Hastaque llegamos todo se me hace monótono. Hay algunas floressilvestres, como vhiolas, el césped es una especie de pasto seco queapenas ha podido crecer y que es fácil de pisar, pero con algunabrizna que ya sobresale. Hay un olor a húmedo en el ambiente, meparece que es tierra. A lo lejos escucho a gente gritar y dar golpescontra algo metálico, por el aroma a comida lo más seguro es quesea porque estén cocinando.
Sinmucho más que decir de un sitio que no destaca por nada más que porsu aire de pobreza, llego a mi cabaña. Está igual que siempre, peromiedo me da el interior. ¿Habrá alguien? ¿Estará todo muy sucio?La fachada se encuentra vieja, como siempre, pero los tablonesoscuros y gruesos que la forman se mantienen con firmeza, sin ningúnhueco o roto en alguna parte. La pequeña cerca que la rodea no hasido golpeada con nada, salvo por un agujero que yo misma hice poraccidente. Llegamos sobre el mediodía, pero como es un edificio deuna sola planta, no tapa el sol ni da sombra, por lo que este nos daen toda la cara. Es jodidamente molesto.
—Yueko—susurro después de colocar mi mano en forma de llave. Lacontraseña es válida, la puerta se abre y un olor horrible nos dala bienvenida. Mis ojos tienen que adaptarse a la oscuridad antes deentrar y evitar así chocar contra algo que esté de por medio.
Aaronestá callado y cierra la puerta. El hechizo vuelve a funcionar yaque oigo un «frus» cuando lo hace. La oscuridad nos baña y tanteohasta buscar la ventana que hay en la parte derecha, donde seencuentra mi zona de estar. Intento no gritar un insulto al golpearmecontra algo, pero sí que le doy una patada. Es Aaron quien encuentrala ventana y abre el tapaluz permitiendo que pase un poco deiluminación. Veo que está encima de mi cama, bajo la ventana quehay sobre ella. Después hago lo mismo con la otra que queda y,aunque obscura, mi casa está con cierto encanto.
—Nosabía que vivieras aquí —pronuncia. Da vueltas por la únicahabitación que hay, que constituye mi habitación y una sala deestar. Todo está tirado por el suelo, cosas como libros, peluches,documentos u otros objetos. La alfombra apenas se ve de la mierda quetiene encima. Se puede ver el polvo flotar en el ambiente, lo cualdiría que es asqueroso—. Quería decirte algo, pero no era elmomento. ¿Por qué? Si tú misma sabes que este sitio es un asco.
—Ya,pero cuando me metí dentro del grikare me dijeron que una casa aquísería lo mejor. —Me siento en la incómoda silla que hay junto ala mesa redonda de madera. La jarra que hay junto a mi herbario estávacía, y menos mal. Pero cuando veo las plantas secas a tal puntoque han quedado a un fino palo me entristezco. Dejé ese trabajo amedias, cómo no—. Sé que me tomaron el pelo, pero bueno. Al menosesta zona no está tan mal.
Direccióna la puerta, mi compañero se coloca en el sofá de tela. Un rayo leilumina media cara, y veo su semblante. No parece contento, quizássea que todo esto le da un aire más serio. Me incomoda su miradaprofunda, y nunca me cansaré de decirlo. Tiene la espalda encorvaday las piernas abiertas, cuando coloca los brazos sobre sus rodillases que va a decir algo malo.
—Almenos es más acogedor que ese sitio de mierda. —Contempla sualrededor, analizando cada detalle. En una esquina, junto a lachimenea, descansan una pincel de barrido y un recogedor. Se fija enellos, luego vuelve a girar su cabeza en mi dirección—. No debistetraerla.
—¿Yqué iba a hacer? Era humana, la tipa no tenía ni puta idea de nada.
—Sí,pues justo aparece ella y al día siguiente vas y descubres que van apor nosotros. —Reina un silencio incómodo, cómo odio que no parede echarme en cara el mismo tema. Podría haber sido casualidad.Frunzo los labios, y él hace lo mismo con su entrecejo. Ladea lacabeza, como si con ese gesto quisiera decir «para la próxima tenmás cuidado».
—¡Nola llevé por gusto! —chillo. Cuando quiero darme cuenta estoy depie, con el cuerpo inclinado hacia delante. He dado un palmetazo enla mesa y eso ha hecho que vibre. Tengo la cara roja y los brazos metiemblan—. Lo siento —digo tras aspirar hondo y pensar en quédecir.
Élno responde nada, en su lugar se endereza y vuelve a inclinar lacabeza. Veo que su mirada brillante se atenúa bajo el flequillo. Mesiento de nuevo en la silla, de golpe como si nada hubiera pasado.Con las manos en la sien la estrujo con suavidad, para calmarme.Siento las palpitaciones en la cabeza, cómo la piel me laterepetidas veces mientras el odio fluye por ellas. Ese deseo declavarle mi espada se apaga al segundo. Él es lo único que tengo eneste mundo, y a veces le quiero un poco.
Elresto de la tarde el silencio sigue ahí, como un tercero. Llegado aun punto enciende la chimenea, cuando lo hace la contempla, como sifuese una criatura a la que va a matar. Primero la analiza, contemplael movimiento del fuego, sus danza, la vida que hay dentro de él.Los ojos le brillan de una forma que, cada vez que le miro, me entranganas de llorar, no sé por qué. Es algo que odio, pero me he vueltoadicta a esa farless. Su mirada hipnotiza cada vez que ve las llamasque es imposible no observarle a él, con una vida que desprende. Aveces olvido que él también es el fuego.
Cuandose acerca la noche, salimos de mi casa. Nos vamos deprisa, sinmiramientos, o por lo menos yo. No sé cuándo volveré a este lugar,tampoco me importa.
Estesitio me resulta puñeteramente tétrico cuando estoy en él, casipareciera que un espectro saldrá de la nada y nos atacará. Con miespada en la espalda, y el kenni de Aaron en la suya, nos disponemosa ir al único bazar de este lugar. Allí dicen que alguien hará unintercambio con la última llave que falta. Con un paraderodesconocido. Apenas hay fuentes, solo se sabe que será hoy, y noshan vendido como si fuéramos farless. Cierto o no, este es uno delos lugares más peligrosos del país, y podríamos morir como demosun paso en falso.
Elbazar está más demacrado de lo que recordaba. Algunos tablones sehan caído, y en su lugar alguien ha puesto alguna especie de lonapara tapar los huecos. La madera está roída, y no sé como eltejado sigue en pie, viendo que los bordes están para tirarlos. Solohay una ventana y el interior, oscuro, no presenta gran cosa. Estoparece más bien una chabola que un lugar donde hagan trueques. Lasparedes resultan ásperas y hay un olor a putrefacción que pareceprovenir de dentro y me da todo el asco.
Asu alrededor la maleza parece que recubre la zona, donde la hierba hacrecido demasiado, y más para estar en el ciclo en que estamos. Hayvarias rocas grandes y, si no me equivoco, están puestas en círculoalrededor de la construcción. Es extraño.
Pordelante pasa un riachuelo, con pequeñas flores que crecen en laorilla. La corriente corre con fuerza y el agua parece limpia; trastantear un poco decidimos probarla y no está mal. El agua estásorprendentemente limpia y tan nítida que se ven las piedrasbrillantes del fondo con claridad. De repente, una pequeña sombra seproyecta y levanto la mirada.
Unajoven de ojos azules e intensos (es decir, una Mizune) es la causantede esa sombra. Tiene un pelo liso y del mismo color oscuro que susojos hasta encima de los hombros. Un flequillo recto de tapa lafrente, con algunos mechones sueltos. Su boca es fina y recta, con lanariz arrugada. Tiene la piel blanquecina, pero llena de marcas ycicatrices, son finas y poco visibles, de esas que se irán solas conel tiempo. No parecen propias de una guerrera, pero sí que veo susmanos trabajadas, porque agarra la mochila que tiene a la espalda confuerza y decisión, confiada de sí misma.
—¿Sa-sabéis—balbucea, con la voz temblando— dónde hay por aquí un bazar?
—Justodetrás de nosotros —señala Aaron rápido, antes de que yo me décuenta. A la chica no le brilla la cara, asiente y mira para atrás,como si esperara algo. ¿Tendrá ella la llave consigo? Pero quéclase de pregunta es esa, joder, pues claro que sí.
Lachica cruza el riachuelo de un salto, cosa que no le cuesta nada alser estrecho. Después toca dos veces, hace una pausa y toca seisveces seguidas otra vez, pero ahora al ritmo de una cancióninfantil. Tras otra pausa araña la puerta (y esto no me lo esperabapara nada, parece un animal pidiendo entrar) y la abre. Cierra trasde sí. Aaron sigue y me hace un gesto para que la acompañe, cosaque hago tras unos segundos de pensar. Sujeto la funda de mi espada,temerosa, y Aaron repite la acción de antes.
Cuandoentramos la chica de pelo azul se sorprende, no aguanta el grito, sele escapa de la boca. Parece asustada y lo primero que hace eslevantarse de la silla e ir a la otra parte de la habitación; trasla barra. Todo está oscuro, salvo por una débil llama azulada deagua sobre una de las mesas. Tras la barra veo varias botellas yalgún que otro barril. Las bebidas no me llaman la atención, asíque paso de ellas. Solo hay una única mesa cuadrada y dos bancos acada lado, luego una zona oscura se expande al fondo, donde ha ido lacría.
Ellaintenta hablar, pero se ha quedado muda. No veo a nadie más, yapostaría mi mano derecha a que estamos solos. ¿No hay dueños eneste lugar? ¿Estará alguien más oculto?
—¿Quéhacéis aquí? —chilla casi sin darse cuenta.
—Lapróxima vez que hagas una contraseña procura estar sola y que no tevea nadie —suelta Aaron con condescendencia. Sí, era una preguntamuy estúpida, no es de extrañar que si haces una contraseñadelante de dos desconocidos estos puedan aparecer de repente.
Todoresulta tan fácil que siento que algo falla.
—Yahora danos la llave que tienes a tu espalda —escupe Aaron. Saco miespada a relucir. Con un filo tan fino que podría cortar el aire, elmango se adapta a mi mano izquierda que da gusto, como si estuvierahecho a medida. Una hoja no demasiado larga, pero tampoco corta,fácil de golpear con ella. Es perfecta. Me hubiera gustadoencantarla, pero eso no está a mi nivel.
Ellachilla, asustada.
Laúltima luz del sol cae, y dejan de aparecer rayos anaranjadosdentro. La madera ahora parece de una tonalidad todavía más oscuraque antes y le da un aspecto lúgubre. Es la noche un escenarioperfecto para matar si la situación lo requiere, pero no lo veonecesario. La chiquilla parece asustada. Ahí está, ya puedo olerlo.Algo va mal.
—Espera—aviso a Aaron, coloco mi brazo delante de su pecho antes de quehaga un movimiento—. Pareces maja, si nos das la llave sin decirnada, te dejaremos marchar.
—Y-yo...¡Ni siquiera es para mí! ¡Me dijeron que alguien aparecería y queme pagaría por ella! —chilla. Me parece que está llorando—. Noentiendo nada de esto, no es para mí la llave, por favor, dejadme,yo no he hecho nada.
—¿Perode qué estás hablando? —Sin ninguna paciencia, casi está a puntode gritar para que alguien le explique qué ocurre. Es más queevidente que alguien va a para por la llave y que la otra partetodavía tiene que venir, pero él no razona y exige una respuesta.
—Demí —susurra una voz a nuestras espaldas.
Dejoescapar un grito, llevada por el pánico saco mi espada y me dispongoa bloquear el golpe, pero Aaron lo recibe de todas formas. Ha sidorápido, limpio y directo. Sea quien sea, no se anda con juegos, hatirado a mi compañero al suelo y se encuentra herido. Opto poralejarme hasta donde está la chica, que grita a más no poder. Elmisterioso personaje está tapado por completo de una capucha, a laizquierda asoma el gris, a la derecha el rojo, con bordes dorados. Nosé con qué a atacado a Aaron. No lleva ningún arma.
Antesde que dé el siguiente movimiento mi compañero lanza una débilbola de fuego, que este esquiva y choca contra el techo. Así empiezael incendio. Empieza a propagarse por las paredes, las vigas caen yquien acaba de llegar empuja a Aaron a la zona que está siendo másatacada.
Corrohacia él, sin importarme nada. Cuando paso por delante del tipo meignora, entonces caigo en algo: no le importamos, solo quiere lallave. Me giro, pero algo me agarra, es Aaron, que estira de mí paraque salgamos antes de que el incendio sea peor. No le hago caso, ymás cuando veo a la chica en peligro.
—¡Vámonos!—Ha tenido que dar una pausa para respirar mientras decía esapalabra. Está cansado, se lo noto en la mirada. No me agarra confuerza, un par de dedos ya se han soltado.
—¿Peroy la llave? —giro el cuerpo para señalar a la chiquilla y al otro.Ella se está protegiendo con varios escudos de hielo a su alrededormientras él, en círculos, corre y da golpes. Ambos son veloces, detal forma que es difícil ver nada más que líneas. No sé cuántotiempo durará ella sin recibir daño—. ¡Hay que ayudarla!
—Yaviste... —Tose un poco; se tapa la boca con la muñeca— lo quepasó la última vez.
—Laescoria siempre ayuda a la escoria.
Mesuelto de su agarre. Aaron escapa, lo hace rápido y sin miramientos.Nos deja al fuego y a mí a las espaldas, cuando sale de la puerta élha firmado que no le interesa el tema. Entrecierro los ojos ycontemplo a la chica, mientras maldigo a mi compañero entre dientes.Al tipo no le hará nada mi espada, es demasiado veloz como pararecibir un rasguño. Si intento cerrar los ojos, aunque me cueste, nosoy capaz de sentir cuánta vegetación habrá a mi alrededor, por loque me arriesgo y opto por la magia rúnica. Es mi único modo.
Veosu rostro, templado, como si tuviera centenares de ojos a sualrededor. Entonces caigo: la flor acaica. La de los mil ojos.Comienzo a parpadear, visualizo la flor, su tallo tan repleto deespinas que es lo único que se ve, sus párpados, tan gruesos quetapan su mirada, y sus oídos, que le bastan para conocer sualrededor. Levanto las manos, con el deseo de crear cientos deespinas. La magia fluye por mi cuerpo, me alimenta, sé que somosuna.
Decenasde tallos bañados en púas le atacan. Van directo a él, peroincluso la chica levanta sus escudos para protegerse. En uno de esosmomentos, el tío aprovecha un hueco libre, yo intento evitar elgolpe, pero rompe mi tallo en dos y le da. Esta cae al suelo, de ungolpe suave. Varias espinas se le clavan; me es difícil apartarlas.Tras un segundo golpe, tengo la adrenalina suficiente como paraenvolverla en pétalos de la flor acaica, con paredes gruesas queabortan el ataque. Él se queda tieso y, de repente, se convierte ensombra.
Noexiste. Su presencia se ha desvanecido y fusionado por la completaoscuridad que nos rodea. Un ruido me llama la atención, cuando mequiero dar cuenta es la joven que he envuelto en el capullo. Se me haolvidado por completo. Son puñetazos y empujones lo que da parapedir salir, y yo cumplo su deseo. Se extingue todo lo que he creadode la flor acaica. Ella se presenta despeinada, con un enorme rasguñoque salta a la vista de su ropa y que alcanza su piel. El trajemarino que viste son ahora unos harapos sin encanto.
Vuelvoa mi entorno, luego no soy capaz de procesar qué demonios ocurre. Nisiquiera podría decir que ha sido como un sueño, porque al menos,en mi mente, eso ha existido. Como mucho, algo lejano. Parecido a unaexperiencia ajena que te cuentan. Algo que escuchas por las noticias.Ni siquiera eso. Sabes que está ahí, que ha sucedido, pero no erescapaz de asimilarlo.
Veoparte de su rostro.
Peroes fugaz.
Creoque sí puedo compararlo a un sueño. Sueñas una cara que has visto,que existe, pero cuando despiertas ni siquiera eres capaz derecordarla.
Aquíigual. Solo le veo el perfil, lo suficiente como para reconocer queyo he visto esa cara en alguna parte. Un segundo, o quizás ni eso,me han bastado.
Losiguiente son las llamas que nos rodean. Farless, me había olvidadode ellas. Las sillas se han consumido, el techo está empezando aderrumbarse y me veo obligada a retroceder, con la intención deesquivar una viga. La luz de la Luna nos da, porque parte de lasparedes ya no existe. Las llamas me rodean y apenas puedo moverme enun hueco que de un punto a otro será también consumido.
Escuchoun grito. Sé que es ella. Lo veo mal, pero la está volviendo aatacar. Ahora utiliza un kukiri, un cuchillo de hoja redonda, con unaparte hueca cerca del mando con la que clavarse en la carne. A partirde ahí puede subir para cortar en pedazos. Distingo otra silueta, aella le suceden varias explosiones blanquecinas. Él las evade yrodea, hasta llegar a la chiquilla. Si tuviera un momento parapensar, me vendría genial. Mi magia rúnica, mi punto fuerte, esahora inútil ante el fuego.
Nosé si es que soy más lista de lo que pienso, o porque yo sola conuna frase me doy las respuestas, de hecho, creo que es pura suerte loque me pasa. Descubro que sí tengo una salida: semillas de fuego. Lahierba del exterior deja que su energía me alimente, utilizo todo loque puedo; me permito parar unos segundos hasta que suelto la energíaacumulada. No me importa dañarla a ella, porque sé que de una formau otra recibirá algún contratiempo. Miles de semillas atacan.Algunas no le llegan porque estallan con el fuego en mitad del aire,pero igualmente ayudan. Como he llegado tarde consigue darle unplacaje, pero no hace mal. Eso sí, la tira al suelo, luego no séqué sucede, pero le sigo tirando semillas de fuego a tutiplén, elsonido me estalla en los oídos y me duelen. Termino por oír unagudo pitido en el lado izquierdo tan jodido y tremendo que me impideconcentrarme. Cuando escupo la última semilla de los dedos esta salemal y cae hacia mí. Consigo evitarla a medias, pero caigo rodada alsuelo.
Mepregunto qué habrá pasado con ella. Si el incendio nos comerá aambas. Cierro los ojos, creo que una parte de mi cuerpo me quema. Lasllamas me devoran. No sé dónde, ya apenas puedo concentrarme. ¿Tanduro ha sido el golpe? ¿El tío habrá escapado? ¿Le habrá hechoalgo? Noto un tacto frío. Lo aprieto, sé que es una mano, fría ysuave. Me recuerda a algo feliz. Sé que es Aaron, ha venido a pormí. Le importo.
Cuandodespierto lo hago sobre unas rodillas. Sus muslos son gruesos yfinos, casi diría que demasiado delgados para mí. No son cómodos,eso seguro, pero sirven de almohada. Apenas me cuesta pensar dóndeestoy. Aprieto el puño y sé que puedo hacerlo con fuerza, por loque energías no me falta. Miro arriba y veo sus ojos oscuros. Es unasensación rara, porque me ilusiono y desilusiono a la vez. Quieroverla, pero tampoco quiero hacerlo. Diría que incluso ese últimopensamiento es extraño. Supongo que ya nada importa, ella estábien.
Laescoria siempre ayuda a la escoria.
Laluna vuelve plateado su cabello. Es bonito, ojalá yo tuviera unoigual, pero total, no vivo de mis apariencias. Tampoco importa, ¿no?Ella sonríe.
—¿Estásmejor? —pregunta. Levanto parte de mi cuerpo y me siento sobre elsuelo, busco una posición cómoda hasta que coloco las rodillascruzadas, gesto que ella imita. Tiene la mano izquierda en el aire,se le ve pálida. ¿Me habrá estado curando?
—Sí—afirmo. Me llevo el dedo a la nariz. Noto que mi bolsa no está,durante un segundo la adrenalina vuelve. Se va de mí como en unsuspiro. Se aleja—. Solo necesitaba descansar.
Elbazar ha quedado en ruinas, no hay tejado, y de las paredes hasobrevivido la base. Varios trozos de madera arrancados y calcinadosquedan unos sobre otros. Forman una montaña perfecta de basura. Quesea irregular la vuelve bonita. En todo es igual, basura convertidaen madera quemada. Ya quisiera saber yo la reacción del dueño deesto, si es que es verdad eso de que tiene uno. Levanto la cabeza, lanoche es muy fría. El aire que es más gélido que un glaciar meentra por el cuerpo. Doy un escalofrío. Mataría por una manta y unachimenea.
—Pudeapagar las llamas cuando él se fue. Luego te curé... —Hace unsonido, como si fuera a decir algo, luego calla. Intenta levantar eldedo, pero lo baja. Acaba meneando la cabeza, me gustaría saber quéquería decirme, pero callo—. Oye.—La voz que suena es dulce,casi no parece suya.
—Dime—respondo, hosca. Ha salido el tono solo, sigo estando a ladefensiva. Da un sobresalto y agacha la cabeza, pero tampoco pareceimportarle.
—Merobó la llave.
Mepongo en pie. No puede ser. Sea quien sea ese bichejo tiene algo quejamás, bajo ningún concepto, debe tener. ¿Qué pasaráahora? Me alegro muchísimo de que Aaron se marchara, porque era élquien guardaba la otra. Farless, ¿y si es él quien guarda latercera? Tendría dos. Maldita sea, da igual, irá a por nosotros,nos buscará en cuanto sepa que guardamos algo que él quiere. Encimanos ha visto, nos conoce. No, un momento, y nosotros ahora a él. Séque le vi, hace mucho tiempo, pero lo hice.
—¿Quéhacías tú con eso? —inquiero. Intento poner un tono másamistoso, para que me suelte la verdad. No espero gran cosa, no creoni que supiera qué era lo que llevaba.
—Alguienme la dio, sin más. Era bonita, con un rubí en un extremo. Tocarlaera una delicia, ¿sabes? Cada día me daba una sensación distinta,pero siempre muy agradable. —Aunque me cabrea que no vaya directaal grano, dejo que hable, mejor eso que joderla. Mantengo lacompostura, por mucho que me cueste hacerlo. Aquí lo que importa eslo primero que ha dicho—. Me dijeron que valía mucho dinero, y quesi venía aquí y se la daba a su cliente me lo darían. Estoy muydesesperada y necesito el dinero, acepté sin pensármelo dos veces.En fin, maldita imbécil... Si tú no hubieras llegado a aparecerestaría muerta.
Sí,seguramente. Ese tipo no creo que tuviera intención de pagar nada,más bien matar a una pobre chiquilla inocente, robarle e irse comosi nada. Total, con la de cosas que se cuecen aquí, nadie sesorprendería. Además, de no tener amigos, nadie se enteraría nuncade su muerte. Siento lástima, pero es mejor marcharse, no puedohacer nada más por ella.
—Muchasgracias por tu ayuda.
—Graciasa ti, por curarme.
Meneala cabeza.
—Esono es nada, además, esto te ha pasado por mi culpa. Lo siento.—Levanta la cabeza, me mira a los ojos. Le brillan—. ¿Qué puedohacer para compensarte?
—Solocon decirme quién era el que te dio la llave me basta.
—La—me corrige. Se pone en pie, como hago yo—. No recuerdo muchomás, creo que tenía el pelo castaño. Fue en una ciudad muy grande,que tampoco recuerdo...
«Aesta le han cambiado los recuerdos», pienso.
—¿Quépasará ahora? ¿Es muy importante la llave?
—Sí,lo es ―le confieso, merece saber aunque sea ese detalle. Se la vemuy asustada y sin ningún rumbo a tomar. Doy un gran salto hasta lamontaña de escombros, y la veo desde arriba. Tengo mucho trabajo quehacer y me debo ir—. Pero eso ya no tiene nada que ver contigoahora.
Total,él tiene la llave, muerta o no ya da igual. Me buscará, eso lo sé.
—¡Espera!—chilla, bien fuerte, para que pueda oírla. Eso hace que dé malel salto y casi me escurra cuando alcanzo lo más alto. No partiréen vuelo, será cantoso. Iré dando saltos de tejado en tejado, serámás lento pero seguro. En la noche no me verán. Me doy la vuelta,justo antes de abandonar el sitio—. Siento no poder ayudarte.
—Daigual, me has curado, con eso me basta.
Nosube por los escombros, pero sí se acerca más a mí. Con las manosen el pecho, se inclina hacia delante. No aguanto su tembleque, no sépor qué se levanta si no es capaz de mantenerse en pie, de todasformas no importa.
—No...,espera. Dime al menos cómo te llamas, quiero saber quién me hasalvado.
Elviento suena en un silbido, similar al de un instrumento lejano.Coloca mechones de pelo en la cara que aparto con la mano, agacho lacabeza y sonrío. Suelto una risa floja que se escucha más de lo queesperaba e inclino la cabeza.
—Alice,puedes llamarme Alice. Ese es mi nombre —respondo, antes de irme deun salto para no volverla a ver.
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He vuelto de entre las sombras más oscuras que el sobaco de un grillo. Este es mi capítulo favorito hasta el momento porque plantea tantas cosas que siento que la trama por fin se acerca.
¡Gracias por leer!
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