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06. El misterio del apellido Riddle.

the mystery of the surname Riddle

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Al día siguiente, no se atrevió a cruzar palabra alguna con Lupin. Esta vez, sin embargo, no fue debido a los peculiares pensamientos de la noche anterior sobre él. La verdadera razón era que se encontraba profundamente molesta.

No podía aceptar que Lupin interviniera para detener cualquier pelea que no involucrara a Potter y Black. Le parecía injusto, lo que incrementaba su frustración.

Cuando entró al Gran Comedor, un impulso la llevó a mirar hacia la mesa de los leones, y lo hizo sin ser cautelosa. En ese preciso momento, su mirada se cruzó con la del castaño, a quien le dedicó una mirada despectiva antes de dirigirse a su mesa, donde Regulus y Severus la esperaban.

—Buenos días, Yesol —saludó Regulus con entusiasmo—. ¿Qué tal dormiste?

Yesol sonrió y, sin pensarlo, acomodó un rizo del cabello del joven. Él abrió los ojos sorprendido, luego le devolvió la sonrisa con un leve sonrojo en las mejillas.

—La verdad es que no descansé nada. Me siento muy agotada.

—¿Qué tal te fue ayer en el castigo con Lupin? —intervino Severus, intentando no sucumbir ante lo empalagosos que podían ser sus amigos sin darse cuenta—. ¿Y por qué Oldman te observa como si quisiera arrancarte el cabello?

Yesol aprovechó la oportunidad y les contó todo a sus amigos, omitiendo cualquier detalle sobre el Gryffindor. No quería malas interpretaciones, especialmente con Regulus presente, dado que su interés era él y nadie más.

Los dos Slytherin intercambiaron miradas de incredulidad, sorprendidos por la combinación de ingenuidad y malicia que cabía en una persona con apariencia de chica buena. Regulus era el más molesto, y Yesol, al notarlo, acarició suavemente el dorso de su mano.

—¿Con quién te toca la limpieza hoy? —preguntó Regulus, interesado, después de despotricar contra Oldman.

Yesol resopló y lanzó una mirada furtiva hacia la mesa de Gryffindor.

—Con tu hermano —respondió con mala cara—. Lo siento, pero de verdad no lo tolero.

Regulus soltó una estridente risa que llamó la atención de algunos curiosos, entre ellos Remus, que los observaba interesado.

—Yo lo detesto —la apoyó el azabache, comenzando a reír.

—Bueno, yo también —secundó Severus, sin mirarlos, pues su atención estaba en el diario El Profeta.

. . .

Yesol y Severus caminaban a paso apresurado hacia la clase de Estudios Muggles, inmersos en una animada conversación. La reciente confrontación con Hannah Oldamn todavía resonaba en sus mentes, y Severus no podía evitar una sonrisa irónica ante la reacción de Yesol. Era la primera vez en mucho tiempo que la veía tan divertida, y la imagen le hacía olvidar por un momento la seriedad habitual de su amiga.

—Ya era hora de que la pusieras en su lugar —se burló Severus, recuperando su tono serio poco después —. Espero que haya aprendido la lección y te deje en paz de una vez por todas. Burlarse de lo que le pasó a tu madre es cruzar la línea. Apuesto a que solo lo hizo para impresionar a Lupin.

Al escuchar tal nombre, Yesol hizo una mueca de desagrado.

—Es una estúpida que cree que con actitudes infantiles podrá conquistarlo —dijo con desprecio.

—No creo que él se fije en ella — respondió Severus con convicción —. No es tan tonto como para caer tan bajo con alguien como Oldman.

—Si lo hace o no, ese es su problema —replicó Yesol con amargura —. Aunque realmente espero que no lo haga y que esa arpía se quede soltera por el resto de su vida o que consiga un hombre igual de despreciable que padre.

La crudeza de sus palabras llamó la atención de Severus, quien la miró con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—¿Hay algo más que deba saber? —preguntó con cautela.

—No, solo lo que les conté en el desayuno —mintió, evitando su mirada.

Severus, no del todo convencido, asintió y continuó su camino hacia el aula. En su mente, la duda persistía. Yesol no era de las que mentía con tanta facilidad, y su comportamiento reciente era inusual. Algo más estaba pasando, pero prefirió dejar el tema.

Cinco minutos después, llegaron al aula y tomaron asiento en la primera fila. La clase con el profesor Hermes White comenzó y Severus se concentró en la lección, pero su mente no podía dejar de pensar en Yesol. La imagen de su amiga atormentada por el misterio del apellido Riddle lo perseguía, y una extraña sensación de inquietud lo invadía.

—Severus — susurró Yesol, rompiendo su concentración —. ¿Tú sabes quién es Riddle? ¿O de alguien que tenga ese apellido que estudie aquí o lo haya hecho?

—La verdad es que no —negó con la cabeza —. No le prestes atención a esa infanta, sabemos que te envidia y por eso te molesta con cualquier cosa que se le ocurra. Además, tengo la teoría de que una nuez es mucho más grande que su cerebro —agregó con una sonrisa irónica.

Yesol rió, agradeciendo el intento de Severus por aligerar el ambiente. Sin embargo, en el fondo de su mente, la espina del misterio seguía clavada. El apellido Riddle la atormentaba, y sabía que en algún momento tendría que desenterrar la verdad.

La clase terminó y los dos jóvenes salieron del aula juntos. La incógnita sobre el apellido Riddle pesaba sobre ambos, pero ninguno se atrevía a hablarlo abiertamente. Caminaron en silencio hasta la siguiente clase, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

En el fondo, ambos sabían que el misterio del apellido solo era la punta del iceberg y Severus, a pesar de sus dudas, estaba decidido a ayudarla a encontrar las respuestas que buscaba, sin importar el precio que eso pudiera tener.

. . .

Esa misma noche, finalizando la cena y mucho antes de entrar a realizar su castigo con el molesto Sirius, se apresuró para alcanzar a su primo, que se encontraba acompañado de Barty y Lucius. Inevitablemente, puso cara de pocos amigos al ver al rubio. No era un secreto que Malfoy no era de su agrado.

—¡Rabastan! —gritó con fuerza antes de que su primo se alejara—. ¡Necesito hablar contigo!

Rabastan se giró sorprendido al escuchar la voz de su prima.

—¿Qué pasa? —preguntó con curiosidad.

—Necesito preguntarte algo antes de irme —repitió Yesol con urgencia.

—¿De irte? —inquirió Rabastan extrañado —. ¿A dónde irás?

Malfoy, con una carcajada irónica y cruzando los brazos, intervino.

—¿Acaso no lo sabes, Rabastan? Tu primita fue castigada por McGonagall junto a Potter y su grupito de princesas de cuarta.

Rabastan abrió la boca, a punto de reprender a su prima, no obstante, Yesol fue más rápida y encaró al rubio.

—¿Y acaso no sabías que eres demasiado viejo para entrometerte en asuntos de jóvenes? —masculló con voz dura y hostil —. No te metas, Malfoy, este no es tu asunto.

Malfoy, herido por las palabras de Yesol, se limitó a mirarla con desprecio antes de alejarse con Barty. Rabastan, por su parte, se acercó a su prima con una mirada de preocupación.

—¿Qué hiciste, Yesol? —preguntó en voz baja —. Sé que no eres fanática de meterte en problemas, pero McGonagall no te castiga por nada.

Yesol suspiró y le contó a su primo lo sucedido con James Potter, Sirius Black y Severus. Rabastan la escuchó con atención, sin interrumpirla.

—Entiendo tu enojo, Yesol —dijo cuando ella terminó de hablar —, pero Severus en algún momento sabrá que hacer, y ten por seguro que cuando lo haga, Potter y sus grupito de idiotas no tendrán más ganas de molestarlo. Además, Sirius y Potter aprendieron a no meterse contigo, los rasguños y el moretón que tienen en sus rostros son un recordatorio de lo que una Lestrange puede hacer.

Yesol rio a carcajadas, recordando al par. Pero un momento después, todo rastro de diversión desapareció de su rostro, siendo reemplazado por un semblante de preocupación.

—Por favor no le comentes nada de esto a mis tíos, mucho menos a Rodolphus —pidió juntando ambas manos —. Me meteré en problemas.

Rabastan le puso una mano en el hombro.

—Tranquila, primita —dijo con una sonrisa tranquilizadora —. Ten por seguro que no diré absolutamente nada.

Yesol suspiró, sintiéndose un poco más aliviada.

—Gracias, Rabastan —dijo con sinceridad —. Siempre puedo contar contigo.

—Recuerda que siempre lo harás —asintió su primo con una sonrisa ladina—. Ahora, dime qué es lo que querías preguntarme.

Yesol chasqueó los dedos impaciente, intentando recordar su propósito al llegar.

—De casualidad, ¿sabes de alguien que tenga el apellido Riddle? —preguntó finalmente, con un tono algo dubitativo.

Al escucharla mencionar tal apellido, Rabastan se atragantó con su propia saliva y negó con la cabeza de forma vehemente.

—¡Por supuesto que no! —exclamó, recuperando la compostura—. ¿Por qué me haces esa pregunta?

Yesol titubeó un poco, antes de contarle la poco amistosa insinuación de la chica Ravenclaw.

—Es que... —murmuró, bajando la mirada avergonzada—. Hannah... bueno, que tal vez...

Rabastan la interrumpió con un bufido de desdén.

—Por Merlín, Sol, ¿todavía le prestas atención a esa cara de elfo? —espetó con molestia —. Ya sabes que solo busca hacerte la vida imposible. No le des importancia a sus estúpidas palabras. Es igual o peor que su madre. Recuerda que los Oldman no tienen la mejor reputación. Ya lo sabes, su padre resultó ser un sangre sucia estafador y, de su madre... mejor ni hablar.

Yesol tragó saliva, sintiendo una punzada de culpa por haber dudado de su primo.

—Tienes razón —dijo en voz baja—. Lo siento, Rabastan. No debí haberte preguntado eso.

Rabastan le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

—No te preocupes, Sol —respondió, tomando su mano entre las suyas—. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. Y recuerda, esa chica no merece ni un segundo de tu tiempo.

Yesol asintió con la cabeza, sintiendo un reconfortante calor en su pecho. Momentos después, recordó su castigo y se despidió de su primo, para encaminarse a la biblioteca.

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