C:11
Isabella Romanov
Dejé la gran maleta blanca sobre la cama, la abrí hasta el final y solté un suspiro. La última vez que había usado aquella maleta había sido el día que llegamos a Cannes. Hace exactamente un mes y algo más.
—Lleva todo lo que puedas, no sabemos cuanto tiempo tu padre te dejará allá —Martha entró a mi habitación con un montón de ropa.
—Si tu y mi madre de verdad se preocuparan por mi, harían algo para que yo me quedara aquí.
No la miré. Estaba enojada con ella.
—Mi niña, sabes cómo es mi relación con tu padre. Yo siempre te he cuidado, desde que eras una bebé, no me reproches por algo que no depende de mi, no lo hagas por favor.
Cerré los ojos para no dejarme llevar por las emociones, pero en realidad Martha tenía razón, ella era solo la sirvienta.
—Artur no me quiere, estoy segura de eso —murmuré y ella miró a la nada.
"Maldigo el día que te acepté como hija, debí haberte dejado tirada como la mocosa sucia que eres"
Aquellas palabras se repetían en mi mente desde la noche anterior. Aquello me había quedado dando vuelta y sabía que aquellas palabras le dieron inicio a mi curiosidad, y que aunque me metiera en mil problemas más, no se detendría hasta saber que era lo que Artur le había querido decir con eso.
—Yo ordenaré tu maleta, Isabella. Deberías arreglarte para almorzar antes de irte al aeropuerto.
—No necesito arreglarme para almorzar, Martha. Puedo terminar esto sola —metí todo el montón de ropa que había traído Martha a la maleta.
—Tú padre tiene invitados para el almuerzo. El señor Jeremy y su familia vienen a almorzar y a pasar una tarde en familia.
Me quedé estática, mirando a Martha con asombro.
Cerré los ojos y finalmente solté un suspiro. No podía creer que mi padre se estuviera comportando como si nada hubiese ocurrido y además de ello invitara a la familia de Justin almorzar. No quería ver a mi padre y con eso me bastaba. No soportaría ver a Justin después de los últimos acontecimientos que ocurrieron entre nosotros. Justin podía ser la cosa más sexy que haya tenido cerca en toda mi vida, pero recordaba la humillación que él me hizo sentir y eso mataba todas mis pasiones.
—Almorzaré en mi habitación —miré fijamente a Martha, queriendo intimidarla.
—Sabes que eso te traerá problemas con...
—No me importa, invéntate algo, no quiero visitas. Además mi espalda aún duele y quizás esté todo el almuerzo quejándome del dolor —sabia que si la seguía mirando, me desplomaría en sus brazos a llorar, por eso esquivé su mirada y enfoqué nuevamente en mi maleta.
—Isabella por favor.
—Di que me siento indispuesta. Di lo que sea, Martha. ¡No quiero ver a nadie! —insistí.
Martha soltó un suspiro y sentí su mirada de reproche quemarme la espalda.
—Está bien. Después no digas que no te lo advertí, pequeña —salió de la habitación negando con la cabeza.
Dejé todos mis aires de grandeza y orgullo a un lado y solté un suspiro que tenía retenido.
No podía creer que todo esto me estuviera pasando a mi. Sé que de la nada mi forma de ser había cambiado y me había puesto rebelde, pero no por eso merecía todo el sufrimiento que constantemente llevo en mis hombros.
Terminé de ordenar mi maleta y me tiré sobre la cama a mirar el techo de mi habitación. Había sentido un auto llegar hace aproximadamente una media hora, por lo que suponía que la visita de mi padre ya había llegado. Gracias a Dios él no había venido por mi.
Las palabras de Artur aún no salían de mi mente. Me había dejado pensando toda la noche sobre aquello.
"Jamás serás una Romanov, jamás serás mi hija"
Él lo podría haber dicho claramente por furia y porque perfectamente me consideraba una vergüenza para la familia, como dijo esa misma noche. Me costaba dudar de su paternidad. Desde que tengo consciencia él había sido mi padre, incluso muchas personas hablaban del parecido que teníamos, pero eso no me dejaba tranquila.
"Maldigo el día que te acepté como hija, debí haberte dejado tirada como la mocosa sucia que eres"
¿Debió dejarme tirada? Solté un suspiro y abracé con fuerza la almohada. ¿Es que acaso no era mi padre?. Me costaba creerlo. No podía creerlo, aunque por alguna razón yo le causaba tanto desprecio y me golpeaba solo a mi de la forma en que lo hace. A Candace jamás le ha tocado un pelo y a mi madre tampoco. Pero si de verdad quisiera a mi madre, tampoco me golpearía a mi. ¿Es que acaso Irina tampoco era mi madre? Eso jamás lo podría creer.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar que ni Irina ni Artur eran mis verdaderos padres. Eso no podía ser cierto, o esto era una confusión o realmente debería seguir indagando.
Mi madre me adoraba, yo estaba segura de eso. Incluso yo era el vivo retrato de cuando ella era joven. Todo esto me causaba mala espina, pero a la vez me hacía dudar de los verdaderos orígenes.
Dos toques en la puerta me hicieron sobresaltar. Solté la respiración contenida y cerré los ojos para relajarme.
—¿Si? —pregunté.
—Ven a almorzar a la cocina conmigo, Isabella.
Rodé los ojos. Martha era bastante insistente cuando se lo proponía.
—No tengo hambre, Martha.
—Mi niña, por favor. Tu padre está en el salón con sus invitados. Tú no tienes porque ir con ellos, ven a almorzar conmigo.
Me iba a negar rotundamente, pero mis tripas sonaron vergonzosamente y no tuve más remedio que levantarme y salir de la habitación.
Martha me sonrió cuando abrí la puerta y yo solo negué con la cabeza.
—¿Te sientes mejor? ¿Aún te duele la espalda? —preguntó mientras ponía frente a mi un plato con ensaladas.
—Me duele como el infierno, pero ya estoy acostumbrada —me elevé de hombros.
Martha me miró con tristeza y se sentó frente a mi con su comida.
Me dispuse a comer en silencio, solo con el sonido del televisor, a cada segundo pensando y reviviendo el momento de Artur mientras me golpeaba la noche anterior.
Miré a Martha disimuladamente. Ella era mi nana desde que tengo consciencia, fiel amiga de mi madre y además una segunda madre para mi. Ella jamás sería capaz de mentirme, o al menos eso yo creía.
—Martha —la llamé.
En seguida me miró.
—Dime, cariño.
—Tú... —solté un suspiro, esto no era fácil de preguntar—. Tú eres como una segunda madre para mi y lo sabes.
—Así es —sonrió.
—Por esa razón jamás me mentirías.
—Claro.
—Dime, Martha. ¿Hay algo de Artur que tú sepas y yo no? —elevé una ceja— ¿Por qué me odia tanto? ¿Por qué me castiga siempre?
No me gustó como se removió incómoda en su asiento y mucho menos la mirada de auxilio que me dio. Elevé una ceja para insistir y ella pareció cansada.
—No lo sé, Isabella. Tu padre siempre ha sido un hombre autoritario y ambas sabemos que su violencia es natural gracias a lo que se dedica, además, tú no se lo dejas fácil. Desde hace casi dos años que te vienes comportando de una forma irreconocible. ¿Por qué eres tan rebelde, cariño?
Desvíe la mirada. No quería llegar hasta ese punto. Yo era quien hacía las preguntas aquí. Ella no.
—¿Es que acaso Artur no es mi padre? —solté con furia.
Es que ya no lo podía retener.
Los ojos de Martha se abrieron con sorpresa y vi como se movió su garganta.
—¿Qué estás insinuando, Isabella? —trató de reír.
—No te hagas la tonta conmigo, Martha —me quejé.
Me quedó mirando fijamente, y por supuesto yo no desvié mi mirada. Yo la conocía, estaba nerviosa y eso solo lograba llenarme aún de más dudas.
—¿Por qué haces estas preguntas? —se rió—. Artur es tu padre, ¿qué tonterías hablas?
Esto no le causaba risa, lo podía notar. No desvíe mi vista en ningún momento y mi mirada la intimidó. No me gustaba hacerle esto a ella, pero tampoco me gustaba saber que me estaba mintiendo.
—Iré al salón a ver si me necesitan, termina tu almuerzo y deja de pensar tonterías —se levantó y salió de la cocina sin más.
Solté un suspiro cuando me encontré sola en la cocina y negué con la cabeza.
¿Por qué me tenía que estar sucediendo esto a mi? Era más fácil olvidar la idea loca de que Artur no era mi padre, pero simplemente yo era una curiosa desde que nací y no pararía hasta calmar todas estas dudas que él mismo había despertado en mi.
Toda la situación con Martha había matado mi apetito, por lo que dejé el plato con ensalada sobre la mesa y salí de la cocina.
Parecía que ya todos habían dejado de comer, por lo que supuse que estaría en algún lugar de la casa charlando.
Estaba por subir las escaleras para dirigirme a mi habitación, pero la oficina de Artur llamó mi atención. Él no dejaba que nadie entrara allí, pero esa no era una regla para mi. Miré hacia todos lados y cuando me aseguré de que no habían monos en la costa logré llegar hasta la puerta del despacho y meterme allí dentro lo más silenciosamente posible.
No sabía exactamente qué estaba buscando, ya que no creo que existiera algún papel que comprobara que Artur era mi padre o no, pero solo quería encontrar algo que inculpara a Artur.
La puerta de la oficina se abrió y no pude evitar soltar un pequeño grito. Cerré los ojos con fuerza, mientras sentía la respiración de la persona detrás de mi. No podría salir de esta.
—Maldita sea, Isabella. Sal de aquí ahora mismo, niña.
La voz de Martha enojada me devolvió a la vida. Me giré rápidamente y me llevé una mano al corazón mientras mi respiración salía agitada.
Me miraba con el ceño fruncido mientras negaba con la cabeza.
La risa de mi padre retumbó por toda la casa, cosa que nos hizo sobresaltar a ambas. Salí del despacho rápidamente y Martha cerró la puerta. Cada una siguió su camino y desapareció de aquel lugar de la mansión.
Me afirmé de la pared más cercana y aproveché ese momento para calmar mi respiración. Eso había estado cerca.
Sentí pasos detrás de mi, pero no me inmuté, seguí tomando aire para calmarme. Unas manos se posaron en mi cintura y aunque quise soltar un gemido ya que ahí tenía las heridas que me había dejado Artur, permanecí en silencio porque reconocía aquellos anillos de oro.
—¿Así que indispuesta? —rió levemente— Nadie se lo creyó.
—¿Qué haces aquí? ¿Me extrañabas? —yo también podía jugar con él.
Me giró con brusquedad y me pegó a la pared. No pude evitar gemir con dolor. Finalmente me encontré con su cara y elevé una ceja. Estaba guapo. Vestía una camisa rosa con unos jeans. Olía a jabón y su aliento a menta.
—No te equivoques conmigo, mocosa. Iba al baño y por casualidad te encontré aquí, me pareció genial ver como se encontraba la mentirosa Romanov luego de la humillación que le hice pasar —sonrió.
Lo empujé con fuerza para alejarlo de mi, mientras se reía con gracia. La furia me invadió por completo y el hecho de que se estuviera riendo me molestó aún más. Levanté mi mano para golpearlo, pero él fue más rápido. La tomó con fuerza y nuevamente me acorraló en la pared.
—Ni se te ocurra, Isabella. Sabes como terminan las cosas —susurró sobre mi nariz.
Mi respiración volvió a descontrolarse. Realmente no valió la pena quedarme tomando aire, si cuando aparecía Justin todo dentro de mi se descontrolaba.
En estos momentos, por lo más exquisito que me pareciera, tenía rabia contra él. Sin embargo, lograba tenerme en su control rápidamente.
Sonrió ligeramente y rozó sus labios contra los míos. Me quedé mirándolo feo, o al menos eso intenté, y no me inmuté con sus roces.
—¿Me vas a negar que quieres que te bese, mocosa? —susurró.
—Eres un imbécil —traté de alejarlo.
Sonrió aún más y finalmente estampó sus labios contra los míos. No respondí a su beso, cosa que le molestó ya que apretó su agarre en mi cintura, haciéndome daño en el mismo lugar en que Artur me había dado azotes.
Me quejé contra sus labios, cosa que le dio más acceso a mi boca y finalmente no me pude resistir. Lo abracé del cuello y respondí a su beso, haciéndole sonreír aún más. Su olor me embriagó por completo y la forma en que tocaba mi cintura me encantaba, pero a la vez me dolía como el infierno. No alcancé a detenerlo cuando metió sus manos debajo de mi camiseta, por lo que cuando se encontró con las vendas que cubrían mi cuerpo, se alejó de mis labios y me quedó mirando con el ceño fruncido.
—¿Y esto? —elevó una ceja.
—Me caí por las escaleras —mentí.
No me creyó, pude verlo por la forma en que rodó los ojos. Sin embargo pareció no molestarle mi mentira y no importarle. Ya que volvió a besarme, esta vez bajando sus manos hasta mi trasero.
—No puedo dejar de pensar en la forma en que me tocabas esa noche, maldita sea.
Me quedé congelada en mi lugar cuando escuché sus palabras. Me miró fijamente con enojo.
—Eres una perra, Isabella —colocó su dedo índice sobre mis labios, el cual mordí lentamente.
—Sin embargo, llamaste a aquella zorra para que fuera a hacerte el favor a la mañana siguiente —reclamé.
—Eso no es de tu importancia de todos modos.
Agarré su entrepierna con fuerza, haciéndolo soltar un gran suspiro y mirarme con sorpresa, le acaricié lentamente y estampé mis labios en su delicioso cuello, inhalando aquel aroma tan peculiar.
—Cuidado con lo qué haces, mocosa —me advirtió.
Sin embargo, yo quería hacerlo sufrir un poquito.
Sus ojos mieles quemaban sobre mi de una forma inexplicable. Yo lo deseaba, lo deseaba demasiado, pero claramente no se lo dejaría tan fácil.
Sentía su erección crecer dentro de mi mano y eso me alentaba a seguir con lo que estaba haciendo. La situación de pánico nos encendía aún más ya que ambos estábamos visibles a quien se atreviera a dirigirse hacia las escaleras de la mansión.
Subí mis besos por su cuello, hasta llegar nuevamente a sus labios y ambos nos besamos con ansias. Su lengua se mezclaba con la mía entre suspiros y jadeos silenciosos mientras las mariposas no dejaban a mi estómago en paz.
—¿Isabella?
No nuevamente.
Me alejé rápidamente de Justin, aunque él no parecía tener problema con que nos acababan de encontrar bajo guardia.
Giré mi cabeza para encontrarme con la molesta mirada de Candace sobre nosotros.
Elevé una ceja con sorpresa y me relajé por completo. Candace no me importaba ni en lo más mínimo y al parecer a Justin tampoco.
—¿Qué mierda hacen? —se cruzó de brazos con evidente molestia.
—¿Qué te importa? —Justin respondió también con molestia, dejándome tan sorprendida a mi como a Candace por su arrebato.
—Estás en mi casa, besando a mi hermana menor y...
—¡Ay! ¡por favor, Candace! ¿Cuándo mierda te ha importado lo que sucede conmigo? !Jamás! —la interrumpí en seguida. No podía creer su cinismo.
—¡Isabella! —se quejó— Insolente, ya veo porque papá te detesta.
Mis ojos se abrieron con furia y le di una mirada de muerte. Candace sonrió ligeramente y miró a Justin, quien sólo elevaba una ceja y me miraba de reojo.
—Mantén tu boca cerrada y lárgate —espeté.
—Está bien, si es lo que deseas —suspiró, dejándome sorprendida por su cambio de humor—. Pero no lo olvides, cariño, me debes una —guiñó un ojo y se giró.
Me dejó un sabor amargo su mirada grisácea sobre mi y la forma en que sonrió. Yo la conocía y cuando tenía ganas de odiarme siempre trataba de hacerme la vida imposible, con la ventaja de que ella era la favorita de Artur y yo no era nada más que un simple estorbo.
—¿Qué mierda fue eso? —Justin elevó ambas cejas hacia mi.
—No te incumbe.
—Tienes razón —sonrió—. Me tengo que ir. Adiós —se alejó de mi, dispuesto a darse la media vuelta para marcharse.
—¿Te vas? ¿Así nomas? — lo tomé del antebrazo y me mordí los labios para provocarlo.
No quería que él se fuera de aquella forma.
Rodó los ojos y me tomó del cuello con fuerza. Me asusté demasiado al principio, tanto que mis ojos se abrieron por completo y no dejaron los suyos en ningún momento, pero a medida que su rostro se acercaba al mío, me relajé a la par. Sonrió casi sobre mis labios y no resistí el impulso por lo que me lancé sobre sus labios a besarlos con desesperación.
Aunque él no lo sabía, quizás en cuanto tiempo más lo vería y lo volvería a besar de esa forma. Después de mi viaje a Inglaterra claramente.
————
Finalmente terminé el colegio.
Adivinen quien volvió.
Fairytale
Justbiebssg
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