C:10
Isabella se tomó la cabeza y gruñó fuertemente. La luz le molestaba mucho más por lo que le costó abrir los ojos. Sobó de ellos con ambas manos y finalmente los abrió.
¿Qué diablos?
Aquella no era su habitación. Estaba recostada en una alfombra roja con tan solo unas bragas y podía adivinar que tenía el maquillaje corrido y una selva en la cabeza. Por un momento sintió horror, hasta que recordó que la noche anterior se había quedado dormida en la alfombra después de hacerle un blowjob a Justin.
Sus mejillas se calentaron un poco ante tal recuerdo y se llevó ambas manos a los pechos, para taparlos.
Miró a su alrededor y se sobresaltó, aún sentada en el piso, cuando se encontró con la fría mirada de Justin, quien estaba sentado detrás del escritorio del club, mientras fumaba un cigarrillo y la observaba con cautela.
—Buenos días —Isabella suspiró, levantándose finalmente.
Sintió los ojos de Justin quemarle por todo el cuerpo.
Justin no respondió. Observo las piernas bronceadas de Isabella con lujuria y finalmente la miró fijamente a los ojos.
—Vístete —ordenó.
Isabella elevó una ceja con sorpresa ante aquel tono de voz tan frío. Justin desvío la mirada y apagó el cigarro en el cenicero.
—¿Hace cuanto estás despierto? —Isabella se atrevió a preguntar.
—Hace una hora creo.
Isabella asintió, mientras terminaba de ponerse el vestido.
—¿Tienes baño aquí dentro? No pienso ir al baño de afuera.
Justin comenzaba a extrañar el tono rebelde que solía usar Isabella. La miró con una sonrisa de diversión y apuntó hacia la puerta que estaba al lado de la puerta principal de la oficina.
—Gracias —susurró.
Isabella caminó hacia el baño, mientras Justin aprovechaba para mirarle el trasero.
Se miró con horror al espejo y lo primero que hizo fue abrir el grifo y refrescarse la cara y lavarse las manos. Sus párpados aún guardaban la sombra de la noche anterior, pero sus ojeras estaban negras gracias al rímel. Tomó un pedazo de papel higiénico y con jabón de sacó aquellas manchas negras, procurando no poner jabón en sus ojos. Lamentablemente no había pasta dental en aquel baño, por lo que se enjuago la boca veinte mil veces con agua.
Salió luego de diez minutos, luciendo más fresca y con el pelo mucho más ordenado. Justin la volvió a mirar de pies a cabeza y soltó un largo suspiro. Quería besarla, pero sabía que eran sus ganas de follarlas las que pensaban por él. Lamentablemente Isabella no lo había dejado llegar más allá de caricias íntimas la noche anterior, cosa que lo enfureció, pero Isabella supo mantenerlo distraído del enojo.
El silencio reinaba en aquella oficina. Ambos se miraban con recelo, pero a la vez bastante curiosidad y ganas de revivir lo que había sucedió hace tan solo unas horas.
Isabella miró la hora en su teléfono y casi se desmaya. Eran las doce del día y ella tenía que llegar a casa la noche anterior antes de que sus padres descubrieran que se había escapado.
—¡Mierda! —gritó.
Corrió alrededor de la oficina, recolectando todas sus cosas y metiéndolas con rapidez dentro de su pequeño bolso.
—¿Qué diablos te sucede? —Justin la tomó con fuerza del antebrazo y la acercó a él.
—¡Tienes que llevarme a mi casa ahora! —Isabella lo miró desesperadamente a los ojos.
Justin elevó una ceja, analizando los asustados ojos verdes de Isabella, jamás la había visto así. Siempre la había visto con aquella mirada rebelde, pero que cuando se asustaba, permanecía con un toque de rebeldía.
—No te llevaré a tu casa, tengo muchas cosas que hacer y ya me has quitado bastante de mi tiempo —la soltó con fuerza y se giró, no quería seguir mirando aquellos ojos grandes y verdes.
Isabella no podía creer lo que acaba de salir de los labios de Justin. La furia entró en su interior y caminó decidida hacia él, tirando de su brazo para voltearlo.
—¡Llévame a mi casa! Me lo debes. ¡maldita sea! —elevó la voz, apuntándolo con el dedo.
—Yo no te debo nada.
—¡Lo haces! —le tocó el pecho con el dedo.
Justin miró el dedo de Isabella, tocando su pecho y lo tomó con fuerza.
—¡Ay! —Isabella se quejó, sacando su dedo rápidamente— ¿Qué diablos te sucede?
—¡No me gustas que me hablen de esa manera, mocosa! —Justin le tomó las caderas y la apegó a su cuerpo— Y yo no te debo nada, deberías agradecerme que te deje quedarte porque no me hubiese importado despacharte de este lugar a las seis de la mañana como la zorra que eres —la zarandeó con fuerza, mirándola fijamente, con la mandíbula apretada y el corazón a mil por hora.
Isabella se soltó con furia y levantó su mano dispuesta a golpearle la mejilla.
Justin cerró sus ojos. La mano de Isabella le había dado vuelta la cara y su mejilla ardía demasiado. Nuevamente permanecieron en silencio. Isabella con el pánico y la rabia comiéndola viva y Justin volviéndose loco internamente.
Cuando Justin no dijo absolutamente nada y la miró con los ojos ardiendo en furia y la mandíbula completamente dura. Isabella se giró con intensiones de marcharse, pero Justin fue más rápido y la tomó con fuerza estampándola contra la pared, apretando su brazo más de lo debido.
—Te voy a matar, Isabella Romanov —escupió sobre su cara con el diablo hablando por él.
El corazón de Isabella ya había entrado en pánico. El cuerpo de Justin la apretaba con fuerza contra la pared, su cintura dolía, pero lo que más le aterraba eran los ojos negros de Justin, mirándola fijamente. Como en una ráfaga, se le vino a la mente el recuerdo de Justin casi estrangulándola por un segundo en el yate cuando ella tiró su teléfono al agua, gracia a Dios esa vez él no la estranguló y solo le apretó los brazos.
—No te atreverías —respondió.
En vez de quedarse en silencio, prefería seguir provocándolo.
Justin golpeó la pared, justo al lado de la cabeza de Isabella, haciéndola gritar del susto.
Cierto era que intenciones de golpearla no tenía, pero si estaba con los nervios a flor de piel.
Justo en ese momento la puerta de la oficina se abrió y una rubia vestida con tan solo una minifalda entró allí.
Justin soltó un suspiro y giró la cabeza para encontrarse con Margot.
Margot miró asombrada la escena y elevó una ceja mirando con superioridad a Isabella, quien no tardó en devolverle la mirada.
—¿Me has llamado para observar cómo insultas a una de tus zorras? —Margot miró a Justin, cruzándose de brazos y afirmando todo su peso en una cadera.
—Cierra la boca, Margot.
Isabella ardió en ira, pero se mantuvo en silencio ya que la situación no le permitía ponerse a pelear con Margot en ese momento.
—¿Entonces para que me...
—¿Has llamado a una zorra para follar, teniéndome a mi en tú mismo lugar? —Isabella elevó una ceja mirando a Justin con asombro y enojo a la vez.
—Eso no te importa, mocosa. Ahora lárgate que tengo muchas cosas que hacer —la soltó con brusquedad y finalmente se alejó de ella. Dejándola respirar.
Margot la miró con diversión, mientras la humillación caía sobre Isabella.
Miró a Justin fijamente, quien seguía mirándola, se arregló el bolso sobre el hombro y caminó hasta la puerta sin dejar de mirarlo.
—Te odio, Justin Bieber —musitó, soltando un breve respiro y dando un gran portazo.
Margot elevó una ceja, algo asombrada. No sabía como aquella morena se atrevía a desafiar a Justin de esa forma. Todos conocían a Justin y su mal humor, nadie se atrevería a enfrentarse a él de esa manera, al menos eso pensaba Margot hasta ese momento.
Justin soltó una maldición y se dejó caer en el sofá. Estresado. Isabella lograba ponerlo de mal humor, cuando ella a penas le importaba, apenas la conocía.
—Ven aquí, Margot. No tengo todo el día.
Margot no se hizo de rogar ya que aparentemente Justin no estaba en su mejor momento. Por esa razón de desvistió en menos de dos minutos y se lanzó sobre Justin sin más preámbulo.
Isabella salió del club dando largas zancadas. Mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, se sentía humillada y la rabia la consumía. No le importo ser el centro de atención de la gente que ya se encontraba emborrachándose en aquel club. Solo salió de allí y se hecho a correr por la avenida hasta que encontró un taxi y entre intentos de hablar francés, logró llegar al condominio de su casa.
Se bajó del taxi dando un portazo y corrió dentro del condominio hasta su casa. Ya no le importaba absolutamente nada.
Los guardias la dejaron entrar asombrados, mirándola curiosos por la forma en que caminaba mirando al suelo.
La puerta se abrió y su madre la recibió completamente furiosa.
—¿Dónde diablos te metiste, Isabella? Sabes lo peligroso que pudo haber sido estar toda la noche...
Su madre empezó con el sermón y ella se quedó de pies allí, en silencio sin escucharla. En su mente solo se reproducía la fría mirada de Justin mientras la apretaba contra la pared y la divertida mirada de la rubia que se atrevió a mirarla con superioridad.
—Tú padre está en llamas Isabella —Irina soltó un gran suspiro—. Será mejor que te des un baño, ya sabes lo...
—¡Isabella!
El rugido enfurecido de Artur se escuchó por toda la casa. Recién en ese momento Isabella salió de sus pensamientos, levantó la vista y miró con pánico.
Artur se encontraba bajando las escaleras con rapidez.
—¡Maldita seas, mocosa insolente! —gritó, caminando hacia ella totalmente enfurecido.
—¡Artur, no, no! —Irina trató de interponerse en su camino, pero Artur la empujó hacia un lado.
—Papá, yo...
La dura mano de Artur sobre la mejilla de Isabella dejó a todos en silencio.
Martha, quien se encontraba espiando desde la puerta de la cocina, se llevó las manos a la boca para no gritar.
Isabella cerró los ojos y dejó escapar un pequeño gemido. Aquel golpe le había dolido más que todos los golpes que Artur le había brindado anteriormente.
—¡Artur, no le hagas daño! —Irina sollozó casi en silencio.
—¡No te metas en esto, Irina! Esta mocosa insolente aprenderá a obedecerme. ¡Nos vamos! —sus ojos verdes desparramaban llamas sobre el cuerpo de Isabella.
La tomó del pelo y comenzó a caminar, arrastrándola por todo el piso hasta llegar a las escaleras.
—¡Papá! Suéltame.
—¿Qué está pasando aquí? —Candace salió de su habitación corriendo ante el escándalo que se encontraba ocurriendo en su casa.
Artur subía la escaleras arrastrando a Isabella, mientras ella lloraba porque la soltara, Irina iba detrás de ellos gritando que no le hiciera daño y Martha corría detrás de Irina exigiéndole a su jefe que dejara en paz a la niña.
El griterío se escuchaba por todos la mansión.
Artur entró a la habitación de Isabella, empujándola hacia la cama y cerró la puerta de la habitación con llave, dejando a todos fuera.
Isabella soltó un sollozo y lo miró asustada desde la cama.
—No me hagas daño, por favor —lloró con fuerza, mientras veía como Artur se desabrochaba el cinturón— Te lo suplicó, Artur. ¡No! —alcanzó a gritar antes de que el cinturón de Artur le azotara la espalda.
—Deberías haberme obedecido, Isabella Romanov. Eres una maldita —la azotó una vez más con el cinturón— vergüenza —otro azote— para la familia— un grito desgarrador salió de la garganta de Isabella, mientras su espalda ardía a carne viva—. Maldigo el día que te acepté como hija, debí haberte dejado tirada como la mocosa sucia que eres —la azoto nuevamente—. Jamás serás una Romanov, jamás serás mi hija —le dio dos azotes seguidos.
Isabella se quedó completamente helada. Miró a Artur casi en silencio y soltó otro sollozo más. ¿Qué mierda estaba insinuando aquel señor? ¿Es que acaso él no era su padre?
Artur no se compadeció. Siguió golpeándola con el cinturón hasta que se cansó y notó que Isabella ya no respondía a sus golpes y miraba aturdida al suelo.
—Espero que aprendas a obedecerme porque jamás me cansaré de golpearte si tú no te cansas de ser una mocosa rebelde —musitó, finalmente dejándola en paz y saliendo de la habitación.
Isabella cerró sus ojos sin saber que diablos estaba ocurriendo.
Irina entró a la habitación corriendo, con Martha detrás de ella.
—¡Mi bebe! —sollozó lentamente. Viendo como Artur le había dejado la espalda completamente destrozada.
Martha trató de hablarle pero Isabella no quiso responder. Estaba congelada en las palabras de Arthur.
Entre las dos, Irina y Martha, limpiaron su espalda con cuidado, la cual estaba cubierta de sangre y le pusieron medicamentos para el dolor, aunque en realidad Isabella ya no sentía absolutamente nada. La dejaron recostada boca abajo y esperaron a que se atreviera a decir algo. No podían llevarla al hospital, ya que no podían delatar a Artur. Y aunque Irina moría por llevarla a escondidas, sabía que Artur buscaría una manera de prohibírselo.
—Déjame en paz, mamá —Isabella habló, cansado de las caricias hipócritas que Irina le estaba brindando.
—Mi niña, por favor no... —Martha trató de hablar pero Isabella no se lo permitió.
—Salgan de mi habitación, quiero estar sola. No quiero ver a nadie.
—Isabella, por favor déjame ayudarte —Irina sollozó acariciando su mejilla.
Isabella miró los ojos verdes de su mamá con la poca diversión que pudo reunir en ese momento.
—Jamás me has salvado de los golpes de ese miserable —musitó con tranquilidad—, no pretendas querer ayudarme ahora, mamá. Déjame sola. Quiero estar sola.
—Isabella, no me hagas esto —Irina suspiró.
—No le supliques a esta mocosa —Artur volvió a entrar a la habitación.
Irina se quedó en silencio, mirando a Artur con una ceja alzada.
Isabella cerró los ojos, preguntándose cuando sería el momento en que pudiera descansar, y rogando porque Artur no volviera a golpearla porque ya tenía suficiente.
—Artur, no te atrevas a tocarla nuevamente, mira como la has dejado —Irina se levantó de la cama y caminó hacia él para detenerlo.
—No la golpearé, maldición —suspiró.
—¿Entonces a qué vienes? —Isabella lo miró.
—Me tienes cansado, Isabella.
—No es nada que no sepa —Isabella sonrió irónicamente.
—No me provoques porque te irá peor —Artur la apuntó.
—No existe nada peor que sus golpes —respondió con desprecio.
Artur quiso dar un paso hacia ella, pero Irina tiró de él. La miró con furia y soltó un gruñido. Ambos se quedaron mirando fijamente, ambos se miraban con desprecio, padre e hija.
—Tienes dos días para arreglar tus maletas. No te quiero aquí, te irás dos semanas a Inglaterra. No podrás salir, te irás sin dinero y permanecerás encerrada en uno de mis departamentos. No te quiero en Francia, te irás sola y sin nada, ni siquiera tu teléfono, ¿entendido? —gritó.
Isabella no respondió, sólo de quedó mirándolo sin poder creer lo que había salido de su boca.
—¿Entendido, maldita sea? —gritó.
Isabella soltó un sollozo, enterrando su cara contra su almohada. Artur nuevamente quiso ir hasta ella para golpearla, pero Irina no se lo permitió.
———-
Maldito Justin y maldito Artur.
Fairytale
Justbiebssg
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