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Prólogo. El mejor amigo de Eustace

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—¿Por qué no quieres que vaya a tu casa? Tus padres ya me conocen. —se quejó Alvin nada más llegar al frente de Eustace, el cuál cerró su diario de un rápido movimiento, intentando actuar casual y observando como Alvin se sentaba justo frente a él, mientras guardaba de manera apresurada todas sus pertenencias en un bolso marrón.

Era un día caluroso y después de una exaustiva búsqueda, Alvin encontró al rubio sentado en una de las mesas de madera en frente de la escuela, en la esquina más alejada en donde un árbol les daba sombra.

—Mis primos siguen en casa. —replicó Eustace, su expresión habitualmente molesta ahora parecía un poco más relajada, pero aún así molesto.

—¿Todavía? Llevan como un año ya. —dijo el castaño, sorprendido. Apoyó sus antebrazos sobre la mesa para ver como los movimientos nerviosos de Eustace pronto se detenían—. ¿Y por qué no quieres que los conozca?

—¡¿Quién dijo eso?! No se trata de eso. —espetó Eustace rápidamente, su mirada atónita, como si Alvin hubiera descubierto un secreto importante que Eustace le había estado guardando.

¿Qué fue eso?

Alvin estudió al chico durante unos segundos, sus ojos entrecerrados en sospecha mientras observaba la expresión molesta tan típica de Eustace volverse más feroz y como pronto el rubio lo señaló con su dedo índice.

—Detente. No hagas eso.

—¿Hacer qué?

—Investigarme. No te lo permito. —declaró Eustace, levantándose del asiento de madera y tomando su bolso.

—¿Vas a huir? —preguntó Alvin con diversión, aún sentado en la mesa y observando como el rubio comenzaba a alejarse—. ¿Eustace Cobarde Scrubb?

Y con aquellas simples palabras, Eustace se detuvo en seco, volteando lentamente en su dirección, una mirada hostil en sus ojos azules que solo hizo sonreír divertido a Alvin.

—No estoy huyendo. Pero ya debo marcharme o Alberta se molestará. —intentó explicarse Eustace—. Si no regreso te culparán primero, eres mayor que yo y el primer sospechoso.

Alvin rodó los ojos ante la carta que Eustace había usado, aquella que siempre sacaba cuando quería salirse con la suya.

—¿Qué? Eso te pasa por juntarte con menores. —replicó Eustace, encogiendose de hombros al verlo suspirar.

—También soy un menor, Eustace. Solo nos llevamos cinco años y eres tú el que me da las clases particulares. —se quejó Alvin, poniéndose de pie para enfrentar a Eustace, pero la diferencia de altura lo obligó a bajar la mirada un poco.

—Solo porque soy el único que no te cobra por ellas.

—Es un ganar ganar, tú puedes fingir que tienes un amigo y yo apruebo mis clases. —concluyó Alvin, con una sonrisa confiada que pronto se desvaneció de su rostro al ver el semblante decaído de Eustace—. ¿Qué sucede?

—Ya me voy. —declaró el rubio, esta vez marchándose a paso apurado.

¿Qué carajos con este niño? Se preguntó momentáneamente Alvin, cruzándose de brazos mientras veía a Eustace cruzar las calles esquivando autos.

Al asegurarse de que Eustace no sea atropellado por correr de manera imprudente, Alvin se volvió a la mesa de madera, sentándose una vez más en su lugar y subiendo su mirada para ver el cielo nublado de manera distraída.

Últimamente, Alvin no tenía nada que hacer por las tardes además de pasar su tiempo estudiando con Eustace, y había días como esos en los que el menor se negaría a hacer su esfuerzo por socializar, simplemente marchándose molesto e impaciente.

No quería volver a su casa aún, era muy pronto para estar solo nuevamente en las cuatro frías paredes que lo estarían esperando.

Su madre hace tiempo no regresaba a casa, pero aún él la podía ver por el vecindario, a veces ella entraba a otras casas y no salía hasta el otro día. Alvin no podía culparla, no realmente, ella aún estaba viviendo su primer vida y la perdida de su esposo por culpa de la guerra le había traído solo penas y desgracias.

Por otro lado, su padre se había marchado hace ya demasiado tiempo, con la promesa de que volvería a salvo. Él sí regresó, pero no del modo que les había prometido, y aún para Alvin era difícil encontrarse mirando una lápida que traía grabada su nombre.

Nada era sencillo en épocas de guerras, o al menos esas eran las palabras que Alvin había escuchado durante años, de parte de adultos de miradas cansadas que se encargaban de cuidar de él y su hermano, quién ahora también se había marchado.

Alvin no lo culpaba, de poder ir a la guerra él también lo habría hecho, acompañar a su hermano y volver a estar juntos era lo que él más deseaba, pero su edad no se lo había permitido.

Y allí estaba él ahora, estancado en una ciudad en donde ya nadie lo conoce, con una madre que ignora su existencia, con malas notas en todas sus materias y la única forma de vida que le había prestado atención lo dejó plantado hace ya un largo rato.

—Disculpa, ¿podríamos sentarnos aquí? —preguntó una joven voz y hasta ese momento Alvin no había notado que tenía un grupo de cuatro chicas paradas justo frente a él, mirándolo con distintos tipos de sonrisas amables y nerviosas.

—Huh, sí, disculpen. Yo ya me iba. —Alvin balbuceó, levantándose de su lugar y llevando una de sus manos hasta su rostro para despertarse de la ensoñación en la que había estado, allí sentado con la mirada perdida en el cielo que había comenzado a oscurecerse.

—Puedes quedarte si tu quieres. —sugirió una de ellas, era una chica rubia de mirada dulce y cabello trenzado, Alvin le devolvió la sonrisa y negó rápidamente con la cabeza.

—Gracias por la invitación, me temo que tendré que rechazarla. Mi madre está esperándome para que prepare la cena. —mintió Alvin rápidamente, intentando escaparse de la situación.

Hablar con chicas jamás fue una de sus mejores habilidades, si es que en realidad él tenía alguna. Las chicas parecieron decepcionadas, pero Alvin no se quedó mucho tiempo para esperar a que le vuelvan a insistir.

—¡Oye, espera! ¡Se te olvidó esto! —una de las chicas lo llamó, Alvin frunció el ceño, volteandose confundido y regresando sus pasos para ver lo que una de ellas estaba sosteniendo.

Es el diario de Eustace. ¿Qué hace eso aquí?

—Oh, sí. —fue lo único que Alvin pudo decir, extendiendo uno de sus brazos para que ella se lo entregue, pero antes de hacerlo la chica lo abrió marcando la última página y escribiendo rápidamente algo con un lápiz que otra de las chicas les extendió.

Alvin alzó las cejas confundido, sonrojándose un poco al imaginarse que debieron escribir en el diario de Eustace, la chica finalmente le entregó el diario y sin una palabra más Alvin comenzó a caminar, a paso apurado y copiando los movimientos que Eustace había hecho horas antes.

Una vez que se encontró lo suficientemente lejos, Alvin se detuvo, recargando su espalda contra un poste de luz y llevándose una mano hacia su cabello rizado, echándoselo hacía atrás ya que se había pegado a su frente por el sudor.

No había una necesidad real para que haya salido corriendo, pero prefirió encontrarse bien lejos antes de abrir el diario de Eustace y leer lo que ella había puesto.

Si es una dirección. Concluyó Alvin, arrancando la última hoja para que Eustace no tenga que verla, ¿querían que les envié una carta o que vaya directamente hacia allí? Se preguntó durante unos segundos, sabiendo que no haría ninguna de las dos.

Después de guardar la hoja doblada en uno de sus bolsillos, Alvin volvió la vista hacia el diario de Eustace, aquél que el chico siempre traía encima y que parecía ocultar todos sus secretos.

Mhm... Tal vez podría... No.

No Alvin, revisar el diario de Eustace está mal... No...

—No lo hagas Al, no lo hagas. —murmuró para si mismo, copiando la voz que su hermano habría hecho para ordenarle, mientras sus ojos recorrían las palabras que el rubio había escrito en el diario.

¿Por qué escribe tanto de insectos? A ver... Mis molestos primos siguen en casa, bla bla bla, Narnia es un invento, bla bla bla... Alvin sigue preguntándome porque no puede venir a visitarme. ¡Bingo!

Alvin pasó rápidamente a la otra página, que era la última que Eustace había estado escribiendo ya que el resto se encontraban aún vacías, la última palabra estaba a mitad de terminar, y eso seguro era porque Alvin había llegado de manera súbita y logró sorprenderlo.

No quiero que venga y conozca a Edmund, se harán amigos yo lo sé, a esos dos les gustan las mismas cosas. Será solo cuestión de tiempo para que Edmund le cuente de su mundo ficticio y comenzarán a dejarme de lado. Pero no los dejaré, no puedo permitirlo, Alvin no puede venir a mi casa, no puedo perderlo, no a mi único ami-

Y allí se había terminado, pero Alvin no pudo evitar sonreír encantado al leer esa última palabra, sabiendo que era lo que Eustace había querido escribir.

Mi único amigo.

Por eso se molestó hoy, le dije que no eramos amigos de verdad. Sopesó Alvin, cerrando el diario y volviendo su vista al cielo un segundo, de manera pensativa.

Eustace seguramente ya descubrió que le faltaba su diario, tal vez hasta podía intuir que Alvin lo había leído, por más joven que el chico sea no era ningún idiota.

¿Qué más da?

Sin importarle que sea tarde en la noche, Alvin comenzó camino hacia la casa de Eustace, que estaba en un vecindario cercano a la escuela y siendo que Alvin había salido corriendo de allí, se encontraba incluso más cerca de lo que había imaginado.

En cuestión de quince minutos, Alvin se encontró golpeando la puerta principal de la casa Scrubb, los padres de Eustace ya lo conocían así que no fue una preocupación para Alvin que alguno de ellos abra la puerta.

Los padres de Eustace siempre habían animado al menor a que haga algún amigo, y siendo Alvin mayor que él ellos aseguraban que Eustace podría madurar mucho más rápido.

Lo que no se imaginaban era que Alvin vivía perdido en sus propios pensamientos, hipnotizado por la forma de las nubes en el cielo y en general, siendo un alma distraída y soñadora.

Si no fuera porque el pórtico de la casa Scrubb tenía un techo, probablemente Alvin estaría en esos momentos mirando a las dichosas nubes en vez de a la puerta blanca de madera frente a él.

Después de unos minutos más, finalmente la puerta fue abierta y de ella se asomó un chico pelinegro, más alto que Alvin y con ojos marrones oscuros que lo observaron con confusión.

—Huh... ¿Hola? ¿Qué necesita? —preguntó el chico, que solo podía tratarse del primo de Eustace, Edmund.

—Ah, sí lo siento. Soy Alvin, un amigo de Eustace. —se presentó rápidamente, una sonrisa un poco más relajada al ver que Edmund no tenía intenciones de cerrarle la puerta en la cara.

Edmund alzó las cejas, mirándolo con aún más intriga.

—¿Eustace tiene un amigo? —preguntó Edmund, una sonrisa maliciosa en su rostro antes de negar con la cabeza para apartar aquella idea—. Sí, eh disculpa. Ya lo llamo.

Y con eso, el pelinegro desapareció, dejando la puerta entreabierta, Alvin deseó poder entrar directamente, ya sabía en donde se encontraba la habitación de Eustace, pero si no fue invitado debería permanecer en su lugar.

Alvin sonrió divertido al recordar la mirada incrédula de Edmund al afirmar que era un amigo de Eustace, preguntándose si debió leer mejor el diario del rubio para averiguar porque esos dos se llevaban tan mal.

O tal vez Eustace ahora me lo podría contar.

—¿Alvin? ¿Qué haces aquí, corazón? ¿Y por qué estás afuera? Ay pero si está refrescando demasiado, ven. —la madre de Eustace le hizo una seña para que pase adentro de la casa.

—Hola señora, disculpe que llegue tan tarde, a Eustace se le olvidó su diario y sé que es importante para él así que quería devolverlo lo más pronto posible. —dijo Alvin de manera cortéz, levantando un poco el diario en su mano para que la mujer lo pueda ver.

—Oh pero que amable de tu parte, Alvin. —dijo la mujer, apartándose para caminar en dirección a la cocina.

Como Alvin era una persona de confianza, le tenían permitido encontrarse solo en la casa sin alguien que lo vigile, de todos modos Edmund ya había regresado seguido de un molesto Eustace, que venía bajando las escaleras quejándose.

—Lo sé, yo tampoco le creí cuando dijo que era tu amigo. —estaba diciendo Edmund, aún demasiado divertido por toda la situación.

—¡Deja de bromear conmigo y dime que quieres! —se quejó Eustace, pero su próxima réplica comenzó a apagarse cuando vió a Alvin recostado contra el marco de la puerta principal.

—Hey. —saludó el castaño, con una pequeña sonrisa inocente al ver como Eustace frunció el ceño.

—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que Eustace dijo, recorriendo a Alvin con la mirada y deteniéndose sobre su diario en una de sus manos—. ¡Tú lo tenías, maldito!

—Oye, hey. Se te cayó debajo de la mesa. —lo corrigió Alvin, un poco ofendido por la acusación, pero aún así extendiendole el diario a Eustace.

—¿Y viniste a traermelo? —preguntó Eustace, su voz ahora un poco más apagada, dejando de lado la molestia y mostrándose confundido.

Alvin miró de Eustace a Edmund, que se notaba igual de confundido que su primo, como si un amigo de Eustace presentándose en la casa fuera un evento milagroso.

—Bueno, sí. Escribes todo allí, ¿no? —Alvin se encogió de hombros, restándole importancia y fingiendo que no vió la pequeña sonrisa en el rostro del chico.

—¡Edmund! ¿me ayudas a preparar la mesa? —llamó una voz juvenil desde la cocina, que se acercó hasta ellos hasta que Alvin pudo ver a una joven chica de cabello castaño—. Oh, ¿hola?

—Hola. —le respondió el saludo Alvin, esta vez no sintió tanta timidez como con las chicas de la escuela, ya que esta debía ser la prima de Eustace, Lucy—. Soy Alvin, el mejor amigo de Eustace, un gusto.

Alvin contuvo una carcajada al ver la expresión atónita de Eustace y sus dos primos, como si ninguno de los tres hubiese esperado esa presentación.

—Oh, hola... —dijo la chica, después de un segundo en donde se recuperó de su sorpresa—. Yo soy Lucy, es un gusto.

—Y yo soy Edmund, por cierto. —dijo Edmund, levantando una de sus manos para que Alvin vuelva la vista hacia él.

—Oh sí lo sé, Eustace me contó mucho de ustedes. —aseguró Alvin con una sonrisa que escondía más de lo que diría.

Después de un par de miradas confundidas, tanto Edmund como Lucy se dirigieron a la cocina para hacer los preparativos para la cena.

—¡Oh, espera! Alvin, ¿te quedas a cenar, verdad? La tía Alberta ya dijo que pongamos un plato extra. —comentó Lucy, explicando que antes no supo porqué un plato extra hasta que vió a Alvin.

—Claro, me encantaría. —aceptó Alvin, todo ante la atenta mirada de Eustace.

Una vez que los dos se quedaron solos, Eustace se acercó hasta él para cortar la distancia entre ellos, colocando su dedo índice sobre el pecho de Alvin.

—¿Lo leíste? —preguntó Eustace en un susurro, Alvin intentó fingir inocencia, pero pronto la mirada fulminante de Eustace lo hizo suspirar.

—¿Tal vez? Oye mira, lo siento. No sabía que realmente me considerabas un amigo. —se disculpó Alvin, ya que no le gustaba demasiado quedarse con las ganas de decir lo que sentía o pensaba.

Eustace pareció congelarse durante un momento ante aquellas disculpas, pero de pronto su rostro pálido comenzó a sonrojarse, tal vez al recordar lo que escribió allí.

—Estás mintiendo, dijiste que yo solo fingía que somos amigos y tu solo estabas conmigo por las clases, no somos amigos. —concluyó Eustace, negando con la cabeza, como si aquella acción pudiera hacerlo sentir más convencido.

—Somos amigos, llevamos casi dos años reuniéndonos fuera de la escuela, solo creí que tú no eras de esos que les gustaba tener amigos. —explicó Alvin, cruzándose de brazos al comenzar a sentirse un poco inquieto por la mirada incierta en los ojos de Eustace, decidió repetir—. Somos amigos.

—Somos amigos. —repitió Eustace después de unos segundos, finalmente parecía un poco más confiado que antes.

—Y no te dejaré de lado para estar con Edmund. —aclaró Alvin, con una sonrisa arrogante en su rostro al recordarle a Eustace sus absurdos celos.

—Y no me dejaras por- —Eustace estaba volviendo a repetir sus palabras, pero al notar que fue lo que dijo se detuvo— ¡Oye, idiota! ¿¡Por qué debiste leer justo eso!?

Eustace lo golpeó sin verdadera fuerza en el brazo, quejándose al escuchar las risas divertidas que Alvin ya no había logrado contener más tiempo.

—Eres una molestia, ¿estás consciente de ese hecho? —se quejó Eustace, rindiendose en su intento de detener las risas de Alvin.

—Y te encanta que seamos amigos. —concluyó Alvin, observando como Eustace rodaba los ojos—. ¿Ahora sí podremos venir a estudiar aquí?

—Sí, lo que sea...

—Owsh, ¿te estás sonrojando Scrubb? —bromeó Alvin, pasando uno de sus brazos sobre los hombros de Eustace y escuchando como el chico seguía quejándose—. ¿Puedo quedarme a dormir hoy?

—No, la cama de invitados la está usando Edmund. —dijo Eustace, ambos comenzando a caminar directamente hasta la mesa que Lucy y Edmund habían terminado de preparar.

—¿Y eso qué? Puedo dormir con Edmund. —afirmó Alvin sin problemas, encogiendose de hombros y soltando una carcajada al ver la mirada molesta de Eustace.

—¡No!

—Oye, yo no tengo problema. —dijo Edmund divertido, uniéndose al ver que cualquiera sea la razón Eustace se estaba molestando.

—¡Dije que no!

Ow, sí que será divertido pasar tiempo con estos dos. Pensó Alvin, sonriéndole a Edmund del otro lado de la mesa.

¿Qué les pareció el prólogo? ¿Dudas, sugerencias, comentarios?

Muchas gracias por el buen recibimiento de la sinópsis, espero que les guste todo lo que tengo planeado ♡⁠

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