La bella y la bestia
Irene era considerada la más bella de su pueblo, pero a ella le importaba un bledo. A ella le gustaba cazar, y, sobre todo, le gustaba mucho leer. Gracias a que sabía cazar y un montón de cosas debido a lo que aprendía leyendo, podían sobrevivir, ya que su padre era un inventor frustrado que hacía años que no inventaba algo realmente útil. Lo que ella no sabía era que el hombre estaba lleno de deudas, así que un día decidió salir y cometer la mayor estupidez de todas: intentar robar un castillo abandonado a las afueras del pueblo.
Cuando entró a la propiedad, la que aparentemente parecía vacía, no salieron perros a corretearlo, ni lo atacaron personas normales, no, lo atacó una bestia, que en realidad era una persona, algo así como una mezcla de león y mujer, porque para la sorpresa del inventor, era una mujer la que casi lo mata. Se dio cuenta que era como un animal antropomórfico, tenía un hocico y una melena, que fue lo que lo hizo pensar que era macho, porque a diferencia de su hija, él no sabía que las leonas también podían tener melena. Para completar sus perturbadoras características, los dedos de sus manos y pies finalizaban en enormes garras.
—Dime porqué no debería matarte —le preguntó con absoluta seriedad la mujer.
—Yo... yo nunca he robado a nadie, tiene que creerme. Soy pobre y tengo muchas deudas que pagar, por eso me metí acá, para ver si encontraba algo de valor, le juro que no...
—¡Silencio! Te daré algo de oro, pero a cambio, me darás a tu hija, si es que tienes una.
—¿Mi hija? Pero ella es lo único que tengo en esta vida...
—Sólo será por un tiempo, extraño la compañía... femenina.
—Puedo conseguirle una mujer que le haga compañía y lo que quiera...
—¡No! Quiero a tu hija. Quiero a alguien común... que me ayude a lidiar con mi soledad.
—Con todo respeto, tal vez usted necesita terapia, conozco a alguien muy bueno, es un tera...
—¡Basta! Tráeme a tu hija y tendrás tu oro.
Soltó el cuello del hombre y éste salió corriendo. Cuando llegó a la casa, Irene le regañó por desaparecer tanto tiempo sin avisar, pero dejó de hacerlo cuando notó que su padre estaba muy asustado, así que lo obligó a contarle todo.
—Iremos, padre, primero harás que te entregue el oro, y luego yo la mataré. Cuando regresemos, hablaremos seriamente sobre las deudas que tienes. No puedes ir por la vida arrendándome cada vez que te acorralen.
Hicieron el camino juntos hacia el castillo abandonado, Irene cargaba un arco con su carcaj en la espalda, además de una daga liviana amarrada al muslo para lanzarla con rapidez a la bestia. El hombre se acercó a las enormes puertas de reja negra, la cual daba vista a un jardín demacrado y muerto antes de mostrar un poco más al fondo el castillo grisáceo.
La bestia salió de su hogar cubierta con una capa, claramente se sentía avergonzada por su aspecto y también por lo que estaba haciendo, pero estaba algo desesperada. ¿Quién querría a una mujer con aspecto de leona humanizada? Abrió la reja sin dificultad alguna, ya que tenía bastante fuerza, le entregó un saquito con monedas de oro al inventor, quien le agradeció y retrocedió para que viera a su hija.
La bestia se quitó la capucha, dejando ver su rostro, haciendo que la mano de Irene se detuviera, sin ser capaz de desenvainar la daga. No cabía duda alguna, Irene era una furra. En el momento en que su "enemiga" descubrió su rostro, le pareció el rostro más hermoso que había visto en toda su vida. Sus ojos felinos le parecían de lo más fascinantes, su hocico, le daban ganas de poner su propio cuello en ese hocico, además, tenía una cola que se moría por tocar, sin contar que toda su piel era sumamente suave y calentita, ideal para el duro invierno que estaban atravesando.
Irene despidió a su padre, le deseó una buena vida y le dijo que no se preocupara más por ella. Así fue como la bella se quedó con la bestia, porque el amor no tiene color, raza, especie, o quién sabe qué.
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