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La bella durmiente


Bella era una princesa muy tímida cuando conoció a Alexandra. Su padre la había enviado a una academia de élite con recelo, aunque él sabía que allí tanto príncipes como princesas se educaban, temía que, en ese lugar, la maldición de la bruja la alcanzara. Por lo que Bella siempre había sido una chica sobreprotegida, así que cuando Alexandra la vio, supo que todo el mundo se la comería viva si no hacía algo.

Se sentó a su lado en cada clase, y comenzó a hablarle. Bella no sabía cómo socializar, así que en un principio no era muy buena manteniendo la conversación. Pero poco a poco Alexandra logró que la "princesita", como solía decirle, se soltara, hasta que se volvieron buenas amigas. Los años pasaron, el momento de graduarse las alcanzaba, los celos comenzaron a manifestarse, los jóvenes príncipes se acercaban bastante a Bella, mientras que a Alexandra las princesas le mandaban cartas de amor, y algunos príncipes se le confesaban con valentía, a pesar de saber que serían rechazados.

Bella y Alexandra ya no eran amigas, eran dos jovencitas locamente enamoradas la una de la otra, pero que no sabían qué diablos hacer con esos sentimientos. En la academia heteronormada a la que asistían, era impensable una relación entre personas del mismo género, aunque todo el mundo notaba lo especial de su relación. Los profesores intentaron separarlas, pero eso sólo las unió más, se escapaban de clases juntas, o se escabullían de noche para ir al invernadero.

Los meses en la academia pronto llegarían a su fin, así que ambas intentaban aprovecharlo al máximo. El último mes llegó antes de lo que esperaban, así que, en una noche estrellada en la que ambas estaban recostadas en el pasto del enorme jardín de la academia elitista, se tomaron de las manos con cariño, por lo que Bella aprovechó ese mágico momento para pedirle una promesa a Alexandra.

—Prométeme que me besarás antes de irnos —le susurró, pero su amiga la oía perfectamente.

—Lo haré si lo dices en voz alta —la desafió Alexandra.

—¡No! Es demasiado vergonzoso. Sólo quiero que tú seas mi primer beso —confesó con vergüenza.

Alexandra sonrió, se giró hacia ella, para depositarle un casto beso en la mejilla. Bella estaba sorprendida, pero quería más que eso, sentía un cosquilleo en el vientre, así que se armó de valor, tomó el rostro de su amiga con ambas manos, y la besó en la boca, o eso creyó, porque Alexandra había tapado su boca con la mano justo a tiempo.

—No seas tramposa, me vas hacer romper mi promesa —le dijo sonriendo Alexandra.

Ambas se rieron, no sabían si por vergüenza o simplemente por la complicidad que tenían. Pero al día siguiente, todo se fue por la borda. El rey, enterado de la conducta rebelde de su hija, la mandó a buscar a la mañana siguiente, sin siquiera darle tiempo a Bella de despedirse adecuadamente. Apenas pudo ver a Alexandra quien corrió lo más rápido que pudo cuando alguien fue a avisarle que su "mejor amiga" se iba, logró llegar a las puertas a agitar la mano en un adiós que llegó antes de lo esperado.

Bella lloraba silenciosamente, al igual que Alexandra, ellas sabían que debían separarse, pero no esperaban que fuera de ese modo. Cuando por fin llegó a su reino, ocurrió lo que más temía su padre, embargada por su tristeza, totalmente distraída, Bella tocó la aguja de su profecía, y se sumió en un sueño eterno, que sólo sería roto por el beso de amor verdadero.

Unos años pasaron, hasta que un día llegó a las puertas del reino la princesa Alexandra, exigiendo ver a Bella. Se había enterado de la maldición de su amada, por lo que sin importarle absolutamente nada, se embarcó en un viaje de varias semanas para ver a Bella. El rey, aunque sorprendido, dejó que la viera, algo le decía que esa joven era importante para su hija.

Alexandra lloró de felicidad al ver a Bella, incluso la abrazó, aunque sabía que no reaccionaría. La tomó entre sus brazos, escondiendo su rostro en el cuello de su amada, se sentía feliz y reconfortada, la extrañaba demasiado. Se separó con lentitud, y sujetó con firmeza su cabeza, por fin cumpliría su palabra.

—Te prometí un beso antes de irnos, creo que te lo debo.

Besó entonces los delicados labios de Bella, cerrando los ojos, depositando todo el amor que sentía por ella en ese pequeño gesto. Al separarse, vio que su princesita había abierto los ojos también, y le sonreía abiertamente. Ese día, el reino entero celebró con alegría el regreso de su princesa, como también el anuncio de su boda con su amada Alexandra.

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