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Capítulo 1

El sudor que caía por su frente fue la que cayó sobre el metal, antes de que fuera golpeado con un martillo, provocando el típico sonido de los metales al chocar.

El calor era palpable en el lugar, algo que podría considerarse agobiante para cualquiera, pero para ella ya era costumbre el estar en un ambiente así, puesto que no parecía molestarle en lo absoluto.

Miró una vez más el horno, atendiendo a que todo vaya en marcha. Puesto que tenía que realizar otro pedido para el rey, quien era algo exigente con sus mandados.

Sonrió levemente a la par que continuaba con lo inicial, pensando en la paga que recibiría mediante ésto y lo feliz que estaría comprándole a su familia los víveres que servirían para otra semana más. Pues tenía la dicha de servir al rey.

Escuchó la puerta de su local ser golpeado y desde ahí, gritó el permiso para que aquella persona pueda entrar, ya que no podía dejar su trabajo ahora.

En ello, una mujer ingresó al lugar quien deformó levemente su sonrisa al sentir el insoportable calor.

—¿Cómo es que puedes soportar ésto? —preguntó usando su mano para intentar ventilarse.

—Ya estoy acostumbrada —contestó la joven con una sonrisa—. Desde pequeña ya he sido parte de este oficio.

—Es una pena que una linda joven como tú, se desperdicie en este lugar —dijo en un suspiro desanimado—. Tendrías muchos pretendientes.

—Oh, estoy bien así —dijo riendo algo incómoda—. No estoy interesada en ello, ahora mismo solo pienso en ayudar a mis padres y eso es todo.

—Es una pena lo que le ha sucedido a tu padre…

—Sí… Aunque cada día parece estar mejor —sonrió mirando a la regordeta mujer—. Por cierto, vienés por tu pedido ¿no? Ya lo tengo listo.

—¡Genial! Ya quiero ver tu trabajo, nunca me has decepcionado.

—No es para tanto —respondió buscando en un estante el pedido de la mujer—. Hice lo que pude, espero que sea de su agrado.

La joven, entregó en las manos de la mujer aquella figura metálica quien era la imagen de lo que ella consideraba como su dios. Eran algunos de los trabajos constantes que realizaba, armas para algunos guardias, productos de decoración, religión y algunas cosas de uso diario. Desde muy pequeña se había visto en ella el interés hacia la herrería y cuando sus manos eran capaces de sostener un martillo, comenzó con su recorrido en aquel trabajo.

La mujer miró con detenimiento la figura, apareciendo en sus labios una sonrisa satisfecha.

—Tal y como esperaba, un gran trabajo ______.

—De verdad, no es para tanto —respondió avergonzada—. Espero que vuelva a pedir algo nuevamente en otra ocasión.

—Claro que lo haré —la mujer comenzó a reír mientras guardaba su pedido—. Después de todo, necesitas ayuda y yo tengo muchas cosas en mente para pedirte.

—Me alegra oír eso —suspiró aliviada, puesto que esa mujer pagaba bien.

Ambas intercambiaron unas cuantas palabras más hasta que la mujer tuvo que retirarse, dejando sola a aquella joven.

Ella al ya no tener distracciones, comenzó a martillar nuevamente, ya estaba algo atrasada con el pedido.

A penas termine, iría al castillo de los Reyes Uraraka para entregarles lo que habían pedido.

—¿¡Qué haz dicho!? —exclamó una gruesa voz masculina— ¡es imposible que no la encuentren por ningún lado! Se supone que este castillo está vigilado rincón por rincón ¡inútiles!

El hombre sentado en aquel trono, golpeó con fuerza aquella madera en donde reposaba su mano. Frunció el ceño con frustración mientras que movía su pie con nerviosismo.

Esto era malo, muy malo.

—Cariño… Tranquilo, debe de estar cerca… No creo que haya escapado de esa manera sabiendo cuales son sus responsabilidades.

—¡Más vale que no! —exclamó aún preso de el enojo, hasta que poco a poco comenzó a calmarse— sabes lo que sucedería si traicionamos al Reino de Enji… Todo sería un caos…

—Encontraremos a Ochako… Ella… No pudo hacerle esto a su gente.

Los días habían pasado y en ello la joven no había salido de su habitación, trabajando el tan delicado pedido que le había hecho el Rey.

Miró una vez más el acabado y repasó con cuidado cada detalle de él, esperando que todo esté perfecto.

Al no ver algún error, luego de tantos intentos, sonrió satisfecha ante su resultado.

—Espero que al Rey le guste —suspiró cansada tomando entre sus manos aquella espada.

Con cuidado, la depositó esa delicada arma en una caja color azul la cual era decorada con perfectas líneas que formaban flores.

Una vez que el pedido estuviera listo, lo dejó todo preparado en un lugar. Se tiró en un silla, ya notando aquel cansancio que su cuerpo había llegado a acumular, pero que hace unos momentos no sentía.

—Será mejor que me de una ducha… Si no, no me dejarán entrar —murmuró con pesadez mirando el techo.

Caminaba admirando las calles en silencio, mientras que en sus manos reposaba la hermosa caja color azul. Se había puesto las mejores ropas que tenía, había usado lavanda para perfumarse y de esa manera estar más presentable al Rey.

No tardó mucho en llegar, tuvo que esperar un buen rato ya que le habían dicho que su majestad se encontraba ocupado.

Cuando por fin la espera dio fin, se adentró ante la sala principal en donde el matrimonio real de los Uraraka se sentaba en el trono.

Miró al Rey quien en esta ocasión tenía una mirada cansada y diferente, es como si no fuera la misma persona.

—Su majestad —le nombró con algo de inseguridad a medida que se acercaba—, aquí le traigo lo que me había encargad-

—¿Tú eres amiga de Ochako, no? —soltó severo.

—¿Ah?.. Bueno, hemos hablando en varias ocasiones cuando me había pedido algunas cosas… —respondió pensativa.

—¿Sabes dónde pueda estar? —preguntó la reina algo agobiada.

La joven alzó la mirada ante tal pregunta y por un momento se quedó analizando aquellas palabras.

—No, acaso ella…

—Ochako escapó del castillo hace más de cinco días —explicó el hombre—, no sabemos nada de ella y estamos en crisis.

—¿Por qué? —preguntó olvidando que estaba hablando con un Rey.

—Nuestro Reino había hecho un trato con el vecino trono —contó suspirando con frustración—. Antes de que nuestros hijos nazcan, habíamos hecho un trato, el cual serviría para acabar las guerras entre ambas monarquías.

La joven aún seguía analizando todo, puesto que no tenía palabras para lo que estaba oyendo y prefería escuchar todo antes de siquiera decir algo.

—Ochako tenía que casarse con un príncipe y el que ella se haya escapado… Es una traición hacia ellos, lo que significa una posible guerra —finalizó el hombre.

—Eso es… terrible.

En su mente vino nuevamente todas aquellas imágenes de la castaña en donde tenía la mirada apagada, sin brillo que antes poseía cuando era más pequeña. Y dándole a entender que aquello solo era causa de aquel compromiso.

Que ni siquiera ella había estado de acuerdo y que su voluntad no valía en nada puesto que ya habían decidido su destino antes de siquiera nacer.

Estar forzada a casarte con un desconocido o alguien quien ni siquiera amas por salvar a tú gente.

Sacrificar tú felicidad.

—Queremos que tú seas el reemplazo de Ochako.

—¿¡Qué!?

—Te tomaremos como nuestra hija y serás quien una a los reinos casándote con el príncipe del reino Todoroki.

Ahre khe /matar c

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