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capítulo 13

Esa noche fue especialmente dura. El frío cortaba el aire como cuchillas invisibles, mucho más intenso de lo que habían experimentado hasta ahora. A medida que avanzaban, el viento gélido parecía infiltrarse en cada capa de su ropa, calando hasta los huesos. La temperatura había bajado drásticamente, algo que no esperaban. El aliento de los viajeros se condensaba frente a sus rostros, flotando en pequeñas nubes blanquecinas antes de desvanecerse en la oscuridad.

Las guadralas, criaturas fuertes y acostumbradas a las inclemencias, se vieron obligadas a detenerse varias veces. Sus alas batían con pesadez, y el frío mordía sus cuerpos escamosos, haciéndoles cada vez más difícil continuar. Su paso se volvió más lento, y el aleteo, menos vigoroso. Incluso el más leve movimiento del aire hacía vibrar sus cuerpos con un estremecimiento imboluntario

Sin embargo, con la llegada del amanecer, todo comenzó a cambiar. Una leve brisa cálida acarició sus rostros, un contraste casi desconcertante tras la helada nocturna. La luz dorada del sol empezó a teñir el horizonte, y con ella, el aire se hizo menos pesado. Las nubes oscuras que habían estado cubriendo el cielo durante la noche se disiparon lentamente, revelando un azul más despejado.

A medida que avanzaban, el calor aumentaba de forma gradual, trayendo consigo una sensación de alivio palpable. Ya no era necesario protegerse tanto del viento, y el frío que antes parecía interminable se disolvió en la calidez de la nueva mañana.

Los sonidos del mar, aún lejanos pero ya perceptibles, comenzaron a llegar hasta ellos. El batir de las olas contra las rocas y el aroma salado del océano les confirmaban que estaban cerca de su destino. Las guadralas también lo percibieron. Sus alas recuperaron fuerza, batiendo ahora con renovada energía mientras surcaban el cielo con más facilidad. El sol, alto en el horizonte, los guiaba hacia adelante, iluminando el vasto océano que se desplegaba ante ellos.

—¡esto es increíble! ¡nunca había visto el mar tan de cerca! –dijo Luna en voz muy alta para hacerse oír por ensima del sonido de las crecientes olas

—es muy bonito –respondió Raisa con una tierna sonrisa.

—esperemos que no valla a...

Uriu se interrumpió de pronto, porque una cerie de relámpagos y truenos estallaron sin previo aviso.

—¡no puede ser! –dijo Doolik enojándose por el mal clima

—guadralas no poder bolar con la tormenta –dijo Dunkel gruñendo

—si, lo sabemos –respondió Doolik —tendremos que aterrizar en el muelle y esperar que la tormenta pase

Todos se resignaron a la idea de que tendrían que esperar para continuar su viaje, y en cuanto aterrisaron, la tormenta no se hiso esperar mas.

—¿ustedes vienen de Amberwin? –preguntó un pescador que recién bajaba de su bote

—si, así es –le respondió el elfo cubriéndose con las manos la cabeza para evitar mojar su cabello

—el señor Ramand los ha estado esperando. Dice que ay una carta para ustedes –dijo el pescador —puedo guiarlos hasta su manción, si quieren

—que amable, muchas gracias –le respondióCirce.

El señor Ramand es el gobernador de Gladgeland, y es un marinero retirado que conoce el océano Faeriano mejor que cualquiera. Los viajeros estaban al tanto de su existencia gracias a Uriu, que les había contado sobre el mientras trazaban su plan de acción.

Mientras caminaban por la ciudad, la gente miraba desde sus ventanas con curiosidad. Era un grupo muy peculiar el que desfilaba ante ellos, y sobre todo porque los elfos del bosque casi nunca viajaban a las ciudades marítimas como esa.

Las casas, específicamente las mas alejadas de la costa, tienen techos a dos aguas y balcones bastante rústicos, Casi todo era de madera robusta.

El pescador los condujo hasta una enorme manción de mármol blanco, de fachada elegantemente adornada con caracoles y conchas tallados cuidadosamente. La puerta se abrió, y un hombre delgado y de una seriedad impresionante en el rostro los llevó ante el gobernante.

El interior de la mansión era tan impresionantecomo su exterior. Al entrar, te recibiría un vestíbulo espacioso con un elegante piso de mármol o madera pulida, decorado con una gran alfombra que aporta calidez. Las paredes estaban adornadas con obras de arte y fotografías enmarcadas, que cuentan la historia de la familia y su conexión con el mar. Todos los hombres, grandes marineros de gran valentía y honor, y las mujeres, guerreras invencibles que participaron en las guerras de sus tiempos.

A la derecha, se encontraba una sala de estar amplia y luminosa, con grandes ventanales que ofrecen vistas a los jardines de la manción y a la imponente ciudad. Sofás cómodos en tonos neutros y cojines coloridos hacían que los chicos se sintieran dispuestos a tomar una agradable y confortable siesta. En el centro de la sala, había una chimenea de piedra que agrega un toque acogedor, perfecta para las noches frescas.

El señor Ramand es un hombre robusto, de piel bronceada y rasgos poco simpáticos.

—¡me da gusto verlos! Ay una carta para ustedes, y tienen que verla antes de irse –les dijo extendiéndoles un pergamino.

—gracias, señor –respondió Circe dándose cuenta de que el gobernante sonreía.

No es tan malo como parece –pensó.

La carta en cuestión era de la señora Freeman, y decía lo siguiente.

"hola, mis queridos viajeros. Espero que ayan logrado llegar a Gladgeland antes de la tormenta. Las noticias sobre su charla con el señor del tiempo llegaron hasta Amberwin gracias al retrato de Astarot. Amauri no ha vuelto ha aparecer, pero estaremos al tanto de la situación. La magia parece debilitarse cada vez mas, y se hace mas complicado reparar los daños que está causando su deterioro.

Me reuniré con ustedes en Menedis, y les aseguro que Leya no se saldrá con la suya.

Con amor, SR. Amina Uukongo"

—¡que lindo de su parte! Ya empesaba a extrañarla –dijo Circe emocionada

—si, yo igual! ¡ya quiero contarle lo que descubrimos sobre la familia! –respondió Raisa

—veamos como va la tormenta. Cuanto antes nos vallamos, mas rápido detendremos a esta bruja –dijo Luna asomándose a la ventana.

No había salido el sol, pero las nubes empesaban a despejarse.

—señor Ramand, ya debemos irnos –le dijo la chica estrechando su mano para despedirse.

—buen viaje, chicos. Buelban pronto –les dijo el hombre levantándose —yo los guiaré hasta el muelle

El camino de regreso fue mucho mas agradable que el de ida, porque el aire que llegaba de la costa era tan fresco y acogedor, que todo parecía tan tranquilo y confortable a la vista.

Sin dudas, el muelle de Gladgeland era algo hermoso de contemplar. El muelle se extiende en una curva amplia y firme sobre las aguas tranquilas de la bahía, construido con maderas robustas y oscuras que muestran las huellas del tiempo y el vaivén constante de las olas. A lo largo del muelle, barcas y navíos de diferentes tamaños se mecen suavemente, algunos con las velas plegadas y otros con mástiles altos que rozan las primeras luces del amanecer. Los pescadores se agrupan en sus embarcaciones, revisando redes y preparándose para salir al mar, mientras comerciantes organizan sus mercancías en grandes cajas de madera, listas para ser embarcadas.

Faroles antiguos de hierro forjado adornan cada pocos metros del muelle, iluminando el camino con una luz tenue y cálida que se refleja en el agua, creando destellos dorados sobre la superficie oscura. Al final del muelle, una pequeña torre de vigilancia se alza como centinela, permitiendo a los guardias observar la costa y cualquier embarcación que se acerque desde el horizonte. A lo lejos, las gaviotas planean en círculos, sus graznidos se mezclan con el murmullo de las olas y el ocasional sonido de una cuerda tirante o el crujir de la madera.

A cada lado del camino, unas barandillas permiten apreciar con mas detalle las cristalinas aguas del mar. Los chicos se detuvieron un segundo, contemplando con asombro la inmensidad que se extendía ante ellos.

—espero que Araline esté viendo esto –exclamó Gladius encimismado

—te seguro que si, hermanito –le dij Zéphiruz poniendo una mano en su hombro.

El sonido de un cuerno a lo lejos hiso que todos se sobresaltaran.

—señor ¡ay movimiento en el aire! ¡es una emboscada! _gritó un pescador mientras escudriñaba el orizonte.

Leya Menedis flotaba en el aire y se deslisaba cual flecha directo hacia ellos. Amauri hiva a su lado, apuntando un arco a la cabeza de el menor de los hobbits.

—les dije que no sería la última vez que nos viéramos –canturreó la mujer alsándo una mano.

En ella, un cetro largo y delgado con grabadosen espiral en la empuñadura ref

antiguo que el hierro.

—¡es el cetro de Menedis! –dijo Uriu temblando de pies a cabeza.

Todos los comerciantes y pescadores corrieron en defensa de su señor, y los chicos desembainaron sus espadas, cargaron los arcos y Raisa desenfundó el báculo.

—¡sircunda! –gritó tratando de impedir que la voz se le quebrara.

—eso no te servirá, linda –exclamó leya apuntando su cetro hacia ella.

Una luz verde salió de él, y destruyó la varrera que Raisa había creado para proteger a sus amigos.

—¡dispárale ya! –gritó la mujer al joven que preparaba su arco

—¡no! –dijo Raisa poniéndose delante de su amigo para protejerlo.

Amauri disparó, y le dio a Raisa en el hombro. Esta calló al suelo, inmóvil y sintiendo escalofríos por todo el cuerpo.

—¡maldita! –le gritó Circe tratando de reanimar a su hermana.

Uriu no dudó ni un segunto. No era muy experto con el arco, pero le resultaría mejor usarlo en ese momento que recurrir a su catana.

Doolik rechistó, pero aceptó darle algunas de sus flechas.

Los chicos, secundados por Brielis, comenzaron a disparar, y Uriu resultó tener muy buena puntería. En poco tiempo, Amauri cedió ante el dolor que sentía mientras varias flechas le atravesaban el costado.

—¡eres un inútil! –le dijo la mujer aterrisándo al final del muelle para quitarle las flechas.

Caelan y Gladius se lanzaron contra ella y le clavaron su espadas justo en el pecho. Pero eso no funcionó, porque la mujer parecía no sentir dolor alguno. Tomó a los hobbits por los hombros, y lo lanzó con todo y espada al mar.

—¡Caelan! –gritó Morlok lanzándose al océano para salvarlo.

Circe tocaba nota tras nota para intentar salvar a su pequeña hermana, pero nada parecía resultar.

—esa flecha está envenenada, y tus notas solo van a retrasar lo inevitable –le dijo Doolik con una mirada severa en el rostro

—¡no digas eso! ¡ella no puede morir así! –dijo la chica alborde del yanto.

—no, no lo hará. Encontraremos la forma de ayudarla –le dijo Luna para consolarla.

—¡está escapando! –gritó uno de los pescadores caídos

Circe no o dudó ni un segundo, y se transformó en un enorme dragón. Sobrevoló el muelle, y logró alcanzar a Leya.

—¡tú no eres rival para mí! –le dijo a voz en cuello.

Y como si hubiese sido aplastada por un peso descomunal, la chica calló en picada hacia el mar al sentir el contacto de la punta del cetro de Leya.

—nadie se salvará ¿me oyeron? ¡nadie! –exclamó la mujer alejándose con Amauri en brazos.

Uriu se lanzó por Circe, y con la ayuda de Luna, la sacaron a ella y a Caelan. Gladius logró acirse a la túnica de Morlok, y el hechicero lo ayudó a salir del agua.

—¡Morlok! ¡tienes que hacer algo! –le dijo Circe al hechizero tras salir del agua

—solo ay una forma de eliminar el veneno de su sistema nervioso antes de que llegue al corazón.ella tiene que beber el agua del manantial de Kilimanur –dijo el hombre examinando a la niña cuidadosamente.

—No podemos desviarnos ahora ¡estamos demasiado cerca de Menedis! –protestó Doolik

—¡es mi hermana y no la dejaré morir! –respondió Circe furiosa.

—¡Circe tiene razón! ¡ella está herida porque intentó protegerme! –alegó Caelan llorando a lágrima viva—¡ay que detener a Leya antes de que le quite la magia a FAeri por completo! ¡no me detendré por una humana insignificante! -dijo Doolik montando en Briana.

—¡mi hermana no es ninguna humana insignificante! ¡tú eres un estúpido elfo que solo piensa en si mismo! –dijo Circe tratando de no perder la paciencia.

—¡suficiente! yo llevaré a Raisa a Kilimanur, y ustedes deben seguir adelante –dijo Morlok para detener la discusión

—yo iré con usted, señor. Es mi culpa que Raisa haya resivido esa flecha –dijo Caelan dándole la mano a su amiga que aún yacía inconsciente.

—yo también voy. Es mi hermana, y no voy a dejarla sola –dijo Circe evitando mirar a Doolik

—yo llevar a mi amo a Kilimanur –dijo Dunkel –ofreciéndose valientemente

—nosotros iremos con este, para que no cometa ninguna estupidés –dijo Luna apuntando al elfo con el dedo índice.

—les daré la perla para que Raisa se mantenga despierta el mayor tiempo posible –dijo Uriu entregándosela a Circe

—gracias, Uriu. Eres un buen amigo –le dijo la joven dándole un abrazo.

—por nada, Circe. Solo quiero que Raisa esté bien –le dijo el japonés ayudando a cargar a la niña para después Montarla en Dunkel.

—el es Galerion, y es el caballo mas rápido de toda la costa. Espero que les ayude a llegar mas rápido a Kilimanur –dijo el señor Ramand mientras conducía a un caballo de espéndido pelaje blanco y gris hasta ellos.

—muchas gracias, señor –dijo Morlok haciendo una reverencia

—es un placer –respondió el gobernante con parsimonia.

Nadie quiso una despedida ominosa, de modo que todos montaron en cilencio y se despidieron con la mano unos de otros.

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