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Capítulo 10: Heridas para cubrir heridas.


Aike.

Eran pasadas las 12, después de terminar la presentación. Faded Song olía igual como de costumbre, a alcohol, amistad, y limpia pisos.

Mirt había alcanzado un trapo para que secara el suelo por haberlo llenado de agua con el hielo derretido. Mis manos estaban rojas por el frío, me hizo estornudar pero se rieron de mí. Nath salió con otra chica y el "jeje" continuó atendiendo a los clientes.

Mis errores eran míos, debía arreglarlos sola. Confiar o no confiar era dividido por una línea casi imperceptible.

Me sentía sola, pero debía sonreír y decirme que todo estaría bien siempre y cuando me tuviera a mí misma.

—Aike, ¿quieres salir con nosotras? —Carraspeó una chica con hipo y el alcohol arriba, sosteniéndome del brazo—. Solo será un momento...

—Sí, solo un momento. —Rió una de las tres.

Suspiré por la escena. Dos de ellas usaban vestidos más arriba de sus rodillas mientras que otra usaba unos jeans rotos. Sus cabellos parecían recién salidos de la peluquería, brillantes, y los ojos bien maquillados de todas. Quería vestirme así y verme igual de linda, pero solo podía apreciarlas.

Algún día.

—Denme un momento —les dirigí una sonrisa, abandonando el trapo en la barra—. Clientas, ¿cómo regresarán a casa?

—Te-tenemos un conductor asignado afuera —tosió la de jeans, sonriéndome con torpeza.

Dejé que dos me tomaran de los brazos y la otra de los hombros, ayudándolas a zancadas para llegar a la entrada. No pude contener la risa, fui carcajeándome con ellas hasta dejarlas en la banqueta donde se estacionaba el conductor. Me pidieron unas fotos y se marcharon.

Los clientes de Faded Song en ese horario eran amigables, coquetos, mágicos. Los de la tarde me causaban canas y ganas de morirme, pero los debía atender como si yo fuera basura y tuvieran permitido tratarme como quisieran.

—Sí tan solo vieran cuanto me duele... —Mascullé entre una sonrisa exagerada y lágrimas tragadas, observando el edificio donde residía delante mío.

Hombres barbudos, ¡líbrenme de desgracias!

Las calles eran llenas siempre, aunque a estas horas sólo veía a muchas chicas con ropa de frío para pasar la noche. Se dirigían a la universidad SS para hacer huelgas desconocidas para mí. Protestaban por problemas con el rector según Mirt, pero eran muy tranquilas. Si el ruido aumentaban significaba que habían estudiantes discutiendo con ellas.

—Señorita Aike, buenas noches. ¿Ya consiguió un trabajo?

Bajé la mirada, observando al niño regordete de mejillas rosadas sonreírme con ternura. Llevaba dos bolsas idénticas a las que de aquella noche, tratando de que no se cayeran.

Tapé su boca de inmediato sonriéndole.

—Holaaa.

¿Acabo de alargar mis palabras? ¡Contrólate!

—Soy "señorito" ahora, je —reí, susurrándole—. ¿Qué haces por aquí tan tarde? ¿No deberías volver a la zona?

—Mamá Carmen se quedó en Área 51, el cyber en Shinda. Pero nos envió —señaló a otra niña más pequeña al otro lado de la calle, intentando abrirse paso entre las pocas protestantes— a nosotros para traer la basura que generen los universitarios.

—Pero ya es muy tarde. ¿No tienen hambre? Pueden pasar y les serviré algo —le di una palmada al niño, haciéndoles señas a la pequeña de coletas también.

—¡Tengo hambre desde hace dos días! —Gritó otro pequeño de 5 apartándose de las mujeres que le acariciaban el cabello.

Espera... ¿Tres? Creeré en los dragones y ojalá me bendigan.

Solté nubes de vaho que se escondieron debajo de las luces de la avenida, cuestionando mis desiciones. Tendría que ajustar mi sueldo y comer sal envuelta en tortilla, pero debía alimentarlos bien a todos. Tal vez si tomaba las sobras de la comida de la noche, podría adelantarme y pedirle a Sade que no la tirada aún.

Sí, eso iba a hacer. Pero había otro problema, pronto daría la 1 y no quería que regresaran tarde. Hacía frío, las calles olían raro y la noche podía matar de sustos. A pesar de que lucían más acostumbrados que yo, le rogaría por teléfono a Carl para que pueda regresar a los pequeños con alguien.

¡Éxito! ¡Nada saldrá mal!

—Señorita Stella, ¡vamos a cenar! —Gritó el de grandes cachetes enfrente mío, señalando el bar de a un lado.

Stella estaba en la entrada recogiendo latas con una pinza para recoger basura. Giró sonriéndome, agradeciéndome por la hospitalidad mientras me miraba amenazante con sus ojos llenos de delineador. Retiró su gorro, tomando al más pequeño de la mano y entrando dentro de Faded Song.

—¡Esperen! —Los detuve aún confundida.

¡No puedes negarles la entrada, Aike estúpida!

—Entren por atrás, por favor. Después de las 9 no se permiten niños.

~•~•~•~

Me preguntaban mucho: "¿Tú eres estúpida, inocente, o ambas?"
Sí, soy ambas, ¿y qué?

Mi dinero es el problema.

—¿Puedo repetir el platillo, Aike? ¡Es que está delicioso y como demasiado! —exclamó Stella desde la mesa auxiliar, comiendo felizmente con los pequeños que recogían las sobras—. Ups, creo que sería mi cuarto platillo.

—¿No tenías mucho dine...? —me dije a mí misma que el que no da no recibe. Solté mi quejido de pesar—. Claro, sírvete lo que quieras.

—¡Muchas gracias, señorita! —Agradecieron los pequeños.

—No hay de qué.

Pagarle extras a Sade por volver a cocinar. Complicas todo, Aike.

Los ojos de zorro que tenía Stella y la forma en que reía de manera forzada me dejaba en claro lo mucho que me odiaba. No entendía su odio, pues yo debería ser quien la tratara así. Pero en cualquier presentación, como chica rica o recogedora de basura no me trataba diferente.

Ojalá te ahogues con la cuchara.

—¡No! —Me grité a mí misma, dejando los camerinos donde ellos comían.

Desearle ahogamiento a alguien. ¿Qué demonios, Aike? Quiero se se ahogue pero no que se muera. ¿Qué?

—Aike, me dijo Stella que le invitaste de comer. Sé cómo puede ser a veces —suspiró Arlene, cepillando su cabello colorido con pesar—, así que lo descontaré de la renta. Gracias.

Arlene me observó por mi silencio. Estaba sorprendida. Por primera vez había escuchado un agradecimiento de su parte y verla así de dócil realmente era fascinante. Tosió para llamar mi atención, cruzándose de brazos y estirando más las mangas verdes del uniforme.

—¿Me dejas pasar? —Espetó, dándome unos golpecitos para entrar.

—S-Sí, ¡gracias a ti! —Me hice a un lado.

Las chicas rudas podían llegar a ser muy lindas cuando estaban enamoradas. La culpa de saber que clase de persona era Stella y no decirle era un poco dura.

Encendí la luz del teléfono ladrillo que tenía para ver entre los cables y no pisar ninguno. Traté de desplazarme hasta la cocina, abriéndome paso tras bastidores.

—¿Por qué tienen aquí un desastre? Luego limpiaré... —Balbuceé, casi tropezando en la salida libre.

Apagué la luz de mi teléfono para no molestar a los clientes. Amber continuaba tocando el bajo con una sonrisa amplia y los dedos llenos de callos. No podía oír bien las demás voces, pues la tenía tocando a un lado en el escenario junto a la cocina.

Me adentré en la cocina, saludando a Sade quien cargaba las ollas de aceite caliente. Me ocurría a veces que era muy lenta, pero trataba de corregir eso si quería trabajar allí.

—¡Te ayudo! —Traté de llevarla con ella.

Hizo una mueca seguida de un chasquido de lengua. Negó con la cabeza y me dejó cargando sola la olla que pesaba alrededor de 15 kg.

—Bien jovencito Aike. Yo limpiaré aquí y tú lleva eso a afuera para que se enfríe —sacudió sus manos, ignorando mis cachetes inflados por el peso—. Carl después lo pasará al contenedor para que lo reutilicen en camiones, ¿vale? ¡Saca ese trasero de aquí y luego vienes por la basura!

—Sí... Señorita... —Asentí con pesar, retrocediendo un poco para dirigirme a la parte trasera.

—¡No me la quiere chupar! ¡¿Por qué no?! ¡Que hijas de puta, yo que les pagué y ni eso pueden hacer!

Volteé desconcertada al igual que Sade, observando al hombre tambalear dentro de la cocina. Señaló con furia, llamando "perra" a alguien invisible. Quien sea que estuviera en el aire ojalá le haya golpeado.

—Disculpe cliente, no puede pasar a la cocina. Le pediré que se retire. —Ordenó Sade golpeando la isla con una espátula.

—¡¿Quién eres tú para mandarme, negra gorda?!

¡¿Gorda?! ¡Está más delgada que yo!

—¡Por favor! —Le grité, apartando la olla de mi rostro para verlo mejor—. ¡¿Puede dejar la cocina?! De lo contrario, tengo que llamar a...

—¡¿Qué, marica?! —Balbuceó, poniéndose más rojo por el alcohol—. ¡¿A ti quién te está hablando?! ¡Esto es personal, no te metas en donde no te llaman!

—¡¿Personal?! —Rechisté, moviendo la olla para verlo mejor—. ¡Largase de una vez o...!

Lanzó un golpe directo a mi mejilla, consiguiendo que la olla se volteara sobre mis piernas. Él cayó también por la fuerza aplicada, golpeándose contra el suelo.

El ardor en mis piernas era insoportable. Pegué un grito de dolor, observando el humo que emanaba. Tal vez exageré un poco, pero la idea de que la quemadura fuera grave me iba a hacer chillar.

Sade corrió a recorrerme los pantalones aguados hacia arriba, enfriándome con una toalla húmeda.

~•~•~•~

Cambié mi pantalón por el que llevaba de repuesto. Estaba un poco roto y dañado con pintura vieja; fue un regalo de Carl. Aylin llegó rápido, preguntándome sobre la situación.

Olía a alcohol pero ella no lucía alcoholizada. Encendió todas las luces del camerino y abrochó los botones más elevados de su camisa.
Me pidió tomar asiento y sacó un botiquín.

—Fueron de primer grado, y unas diminutas pudieron ser de dos. Por suerte no estaba tan caliente, pero de todas formas, ¿por qué esa mujer estaba cocinando de nuevo? —Cuestionó a sí misma Aylin, rascando su barbilla.

—Yo se lo pedí. Habían unos niños a los que quería... No importa, están con Arlene en el camerino de chicas. Lo siento. —Jadeé, retorciendo mis piernas.

Están rojas como un tomate.

—¿Te duele aquí?

Toqueteó mi pierna derecha, haciéndome sentir frío por sus manos. Era como si me golpearan los huesos, tenía calor y mi cuerpo le pedía enfriarme aún más. Era como si mis piernas tuvieran fiebre.

—Un poco, pero puedo soportarlo —reí, elevando la vista para recibir el aire del ventilador. Había un poco de polvo sobre de él, pero no paraba—. En realidad estoy acostumbrado a estas cosas.

—¿A sufrir? —Preguntó con ironía.

—Seh, también. No olvides la rata en mi pie.

—Qué estúpido. —Se carcajeó, desinfectándome.

Limpió mi herida con unas toallas frías, preguntándome sino dolía más. Aplicó ungüento mientras me hacía una platica común para distraerme. Por último puso unos apósitos y vendó. Me ordenó que no los retirada hasta que se fueran cayendo solos, y que tardaría en dejar de sentir picazón menos de 5 días.

Es una buena chica.

—Toma esto mañana también. Y compra lo de la lista por si acaso, no queremos que sea grave. Si te duele mucho entonces recurre a alguien con mayor experiencia, ¿sí? —Me extendió las cosas en la mano, y me estiré para tomarlas.

Mantuvo sus manos en mis dedos, acariciándolos con una mirada de confusión. Parecía querer decir algo pero en vez de eso extendió sus palmas hasta tomarme de las muñecas, apretándome hasta lanzar un quejido.

—Qué carajos... —Musitó.

Junté las cejas con la boca entreabierta, dándole una mirada de desconcierto. Una batalla interna se desarrollaba en sus expresiones, haciéndola ver más brusca. Apretó mi cuello en busca de algo, lo que me erizó la piel porque supe que buscaba "mi manzana de Adán".

—Oh, no, cariño. —Nuestras frentes chocaron, apremiándonos con temor.

Sentí sus manos deslizarse por mi torso, intentando adentrarse en mi pantalón.

—Qué... ¡¿Q-Qué haces?!... —Dejé escapar un grito ahogado al recibir el ataque de nervios, empujándola a la izquierda.

—¿Eres una chica? —Soltó de pronto.

Las cosas se detuvieron un segundo. Pensé que estaba en el mar, con el estómago revuelto y los sonidos ahogados. Navegando sin alguna dirección, solo perdida en sus ojos brillantes con pupilentes azules.

Por otro lado, mis ojos eran cataratas apunto de caer. Me dije a mí misma que debía ser fuerte, no llorar y pensar que mis problemas se iban a resolver solos. Porque está bien llorar, pero no tiene sentido sino estoy dispuesta actuar.

Debo dar ese saltó fuera del agua y crecer, igual que las tortugas que vuelven al mar diez años después de sobrevivir.

—Por favor... no... —Rogué, apretando los dientes.

—De verdad necesitas ese dinero, ¿no es así?

Tenía una mirada triste, como si hubiera visto algo diferente a mí. Supe que ambas éramos iguales, buscando la playa para adaptarnos al mundo. Pero aún habían cosas que no sabía, y más tarde me serían reveladas.

Siempre tenemos miedo.

—No tengo a donde ir. —Rompí en llanto con una sonrisa, sosteniéndome de sus hombros. Mi cabello se vino al frente y mi gorra amenazaba con caerse—, así que por favor, no le digas a nadie más. Quiero y necesito seguir aquí. Así que por favor no me hagas daño como los demás.

Ya no quiero recibir ataques. Ya no quiero aceite caliente o una rata en mis piernas. Ni un peluquero loco y mucho menos padres que no me aman.

—Aike, hey —me dio una bofetada ligera, tratando de que centrara mis ojos—. Mírame y veme un momento.

El moco se escurría de mi nariz, que desgraciado asco.

—Está bien. Si eres un chico o una mujer no es algo que a mí me incumbe, ¿lo entiendes? Sería estúpido que eso me importara —declaró con desdén quitándome un peso de encima—. Las cosas estarán bien, lo prometo.

—¿Me lo prometes? —Repetí en el intento de limpiar mis lágrimas. Daba vergüenza—. G-Gracias. Por cierto, eres bellísima.

Gracias, género dudoso por arruinar todo.

—Me acabas de incomodar, pene grande. —Empujó mis hombros.

Me habló sobre mi forma de actuar y me dijo que resistiera. Sonreírle al mundo una vez más, siempre buscando formas de actuar y crecer aunque costara. Entre ellas también me habló de que comprara algo para meter en mis pantalones. Se retiraba, pero me advirtió tener cuidado y que no dejara que nadie se me acercaran mucho.

La detuve antes de que cruzara la puerta con las manos en su muñeca.

—¿Qué hay de los demás...? ¿Qué debería...?

—Aike, te voy a dar otro consejo.

Construcciones oscuras arriba de sus pestañas formaban una extraña expresión de fatiga, pero sobre todo soledad. Levantó los brazos en son de cansancio, hablándome.

—No confíes el 100% en algo. Todos ocultamos cosas, y pueden ser más destructivas que tu pequeño secretito. No somos lo que ves y no ves lo que somos.

La miré afligida, confundida por lo que me había dicho. Volvía a tener miedo, porque creer en alguien daba miedo.

Igual que el amor era aterrador. Pero había algo peor: La vida adulta comenzaba a golpearme y yo no tenía ni un centavo y mucho menos el estómago lleno.

~•~•~•~

Stella iba a quedarse en Faded Song más tiempo, así que no podía dejar a los niños en su zona. Yo me ofrecí cuando terminaran de ver la caricatura en el camerino pero en realidad tenía miedo de ir sola. Tenía miedo de muchas cosas, pero caminar sola era peor.

—Oye, ¿Tienes basura que necesites sacar? Lo haré yo. —Le murmuré a Mirt, recargándome en su hombro para no gritar por el ruido.

Rió levemente, sirviéndole whisky a un cliente. Dejó reposar su trapo sobre su hombro y me miró divertido. Traté de entender su expresión mejor pero la oscuridad no me lo permitía.

—Aike, jeje, no necesitas basura para salir a tomar aire. Jeje, sal un rato y no te preocupes. Estás herida. —Con sus uñas plasmadas en mi hombro me expulsó de la barra.

—Gracias por eso.

Contuve la risa hasta llegar a la puerta trasera, cruzándola mientras contaba hasta diez y tomaba bocanadas de aire.

El trabajo nocturno se empezaba a adaptar a mi rutina. Cuando salí por un poco de aire no me molestó tener como luz las pequeñas luces fosforescentes que se escapaban de otros bares y algunos hoteles. Seguía apestando a basura y alcohol, pero mi nariz ya lo soportaba.

Traté de moverme con cuidado por la callejuela, haciendo poses extrañas por el dolor de la quemadura.

—¿Qué te pasó ahora? —Una risita me habló.

Nath estaba sentado en la banqueta, mirando con el rabillo del ojo. Su espalda estaba llena de arañazos y su camiseta rasgada. Sonreía como un verdadero lunático.

—Me quemó una sexy chica aceitosa. —Lancé un suspiro.

—Uh, me gustaría conocerla. ¿Te importa? —Sacudió su cuerpo, haciendo que su camiseta bajara más y su espalda fuera más notoria.

—Qué idiota.

Caminé hasta dejar caer mi trasero en la banqueta a su lado, dando de patadas y haciendo un berrinche interno. Me miró burlándose con la mirada, buscando un cigarrillo en su tennis y el encendedor en su bolsillo.

—¿Por qué tienes un cigarro en tu tennis? Trasciendes lo raro, cliente... Digo, ¿Nath? —Observé sus nudillos heridos, pero traté de no prestar mucha atención a ello.

Su forma de disfrutar las cosas...

—¿Por qué no tenerlo, bro? —Lo encendió en una postura graciosa, moviendo sus cejas de arriba a bajo para hacerme reír—. ¿Quieres uno? Son de manzana.

—Ugh, ese es el peor sabor para un cigarro.

—Cuidado con lo que dices. ¿Quién te permitió hablar mal de mi asesino favorito, envidioso? —Me sacó la lengua y dio una calada—. ¿Todo bien allá abajo? ¿Cómo le fue a la cosita pequeña, eh?

—No se quemó mi pene. —Agradecí, sin prestar mucha atención a lo que dije. Solo se rió.

Observó en silencio los edificios de diferentes formas a los costados de la callejuela, iluminando sus manos con el fuego del cigarro. No habló mucho como de costumbre, solo estaba presente su olor a shampoo barato y el reflejo de la luz en sus anteojos.

Su cabello celeste lucía dañado de igual forma, pero aún así tenía una media sonrisa de lunático estúpido que me daba ganas de carcajearme al verlo. Era como ver a la caquita Pou, igual de gracioso.

Tenía sueño, un poco de hambre, la quemadura y mis pies me estaban matando. Trabajar era agotador, solo quería un día de descanso pero no podía permitírmelo. El dinero no se hace solo.

—Uff, ya hace frío. Tomé una ducha en el motel pero no terminé de secarme el cabello. Apesto a shampoo mal hecho. —Se abrigó con la camiseta, pero no pude distinguir si "sus escalofríos" eran placenteros o estaba molesto.

—Je, yo llevo a cualquier sitio mi propio shampoo tras una mala experiencia —comenté, divagando en mi cabeza la razón por la que dije "je".

—¿Mala experiencia?

—Este... Tomé un pequeño bote de shampoo del baño mientras tomaba una ducha. Era un bote de boca ancha y redonda, así que me dio miedo voltearlo y que se vertiera todo. —Ya no había forma de volver, así que preferí terminar mi historia vergonzosa—, dudé un momento si hacerlo. Al final lo volteé de golpe en la palma de mi mano, y fui apretándolo lentamente para que fuera lo necesario.

—¿Y después...? —Sacudió mi cabeza para que pensara rápido.

Me di cuenta de que las desgracias me perseguían desde hace tiempo.

—Se pegó a mi mano como sanguijuela y no podía sacarlo. Tampoco pedir ayuda pues estaba desnudo y también era ridículo —elevé mi frente al cielo, fingiendo no estar agotada por los sucesos—. Aparté un poco mi mano y lo pateé con fuerza.

—Oh... Oh, oh. —Asintió con la cabeza, imaginándome.

—Y todo terminó tirado en la ducha, haciéndome resbalar y casi ahogarme con el agua en la cara. Tuve que llamar al servicio para que me salvaran porque mis padres estaban de turistas.

—Oh...

—Puedes reírte. No hay necesidad de cubrirse la cara... —Le dirigí una mirada graciosa al observar la suya.

Estalló en carcajadas, diciendo todas las verdades.

—¡Es que de verdad eres gracioso, Aike! Tienes mala suerte, te pones nervioso y arruinas la música, apenas puedes trabajar bien, y... Y.... ¡Eres un inútil, JAJAJA! —Se rió de mí con las lágrimas saliendo de su rostro por la risa—. ¡¿Llamar al servicio?! ¡Joder, eres genial!

¿Eso es un cumplido?

Se detuvo un momento, tosiendo de forma salvaje. Me asusté de verdad, pues el sudor que creía era agua  descendía de su frente y su pecho. Me hizo señas para que esperara un momento y no lo ayudara.

—¿No te duele?

—¿Qué cosa? —Trató de sonreírme pero sus ojos me indicaron que era una metiche.

Qué miedo.

—Tu espalda... —solté, alejándome un poco de su cuerpo—, estás sangrando.

—Ah, ¡¿cómo crees que me duele?! —Se puso de pie, señalándome y con un semblante de confianza—. En el sexo el dolor es lo mejor para mí. El placer de sentirse redimido con conductas violentas, lastimado por una sexy chica, ¡nunca sabría un virgen como tú lo que es obtener placer sexual de esa forma!

Se abrazó a sí mismo, fantaseando en las nubes y hablando de forma cantadita y aguda. Al verme molesta se detuvo de golpe, portando una sonrisa incrédula.

—Oh, veo que de verdad... —Elevó su brazo para mostrar sus bíceps mal formados.

—No soy virgen —negué de inmediato.

Estúpida, ¡lo eres más que la Virgen!

—Oh, claro que lo eres. Cosita linda, está bien serlo. Es tu decisión —se encogió de hombros aún en tono burlón—. Pero un virgen como tú no puede juzgarme por disfrutar algo de manera diferente a ti.

—No te estoy juzgando, solo pregunté cómo te sentías. No me veo en posición de decirte extraño cuando yo estoy en la cúspide —me crucé de hombros, dolida porque creyó que lo había juzgado por aquello cuando solo tenía interés—. ¿Sabes cuántas personas creen que los asexuales necesitamos terapia? ¡Qué se jodan!

¡Maravilloso, mandé a todos al carajo! Me siento poderosa.

—¿Axe qué? —Su cara se tornó estúpida, señalándome de nuevo con el dedo índice.

—Ase... xual... —Se acercó más a mi rostro con los ojos bien abiertos y la saliva escurriendo—, no siento atracción sexual y tampoco estoy interesado en ella. Solo vivo a mi manera.

—Oh, qué bicho tan raro.

—¿Qué? —Lo miré desafiante—. ¿Quién es el bicho raro?

—¿Cómo demonios no te va a gustar el sexo si no has tenido? ¡Cuando tengas te gustará! Debes encontrar a alguien con quien, tal vez ese fue el problema. Tú puedes bro, ¡inténtalo! Solo un besito, ya verás.

En ese momento Nathaniel Enka, cliente masoquista de Faded Song y un bicho raro, en mi cabeza se había convertido en un verdadero pendejo. Pero no se lo iba a decir.

—Eres un pendejo.

No se lo iba a decir, pero lo hice.

—¡Me hieres! ¡Repítelo! —Se tiró al suelo de rodillas, fingiendo dolor.

—Estoy harto de que continúen diciéndome lo mismo. Besar no es parte de una conducta sexual, pero parece que todas las personas tienen cabeza de pepino y quieren meterlo en alguna parte. No me siento atraído a eso y no va a cambiar dentro de 10 años o porque tenga sexo, mucho menos si conozco a alguien. —Grité, furiosa por todas las memorias de conocidos y mis padres diciéndome que había algo malo en mí—, no he confiado en muchas cosas sobre mí, pero si alguien quiere tocar esta seguridad que tengo respecto a mi sexualidad, ¡que vengan y le voy a partir su...!

Sonrió con el rostro frente a mi puño, recordándome mi acción errónea. Aparté el brazo, dándole la espalda.

Te ignoraré.

—Olvídalo, debo volver al trabajo y dejar a unos niños... —Musité, tratando de reincorporarme.

Sus manos en mi hombro me pararon. La conversación iba para largo.

—Es que no lo entiendo, hermano. ¿Ni siquiera te enamoraste y quisiste hacer eso con alguien?

Desde pequeña sentí atracción romántica a muchas personas, pero todos ellos no me correspondieron por mi forma de ser rara y entonces dejé de perseguirlo.

Orión, el chico que aún calienta mi cabeza, lo sabía. Se acercó cuidadosamente, marcando cada detalle, pero sin pedirme nada. Algo que no había comenzado no podía terminar, y entonces me arrepentía en el "si hubiera...", cuando lo único que quería era sentirlo cerca y no que me tocara en busca de más.

¿Estaba realmente enferma o los demás lo estaban? Soy un bicho raro.

—Claro que lo hice —me giré, empujando al cliente que aún sonreía.

—Oh, oh, oh. ¿Y cuánto duró eso? ¿Dos meses?

—No duró porque no empezó nada, pero sí queremos hablar de "algo"... entonces tres años. —Apreté los párpados, soltando un suspiro y volviendo la vista sobre sus ojos sorprendidos.

—Vaya, yo no duro con nadie más de dos meses. —Se burló de sí mismo.

Tomó asiento en la banqueta y me acompañó a sentarme más relajada. No quería que se me hiciera más tarde y Arlene me regañara, pero ella estaría ocupada con Stella y el jefe no estaba esa noche. Necesitaba contarle a alguien.

Me senté a su lado, golpeando la punta de mi tennis con el suyo para indicarle que hablaría. Apestaba a cigarro aún.

—Lo conocí en una fiesta. Se llamaba Orión, como la constelación, igual de brillante e idiota en su forma de ser —me recliné en la banqueta, observando el cielo sin estrellas recubierto por cables—. Nunca nos llamamos amigos, pero me visitaba porque él tocaba la guitarra y le gustaba hacer arreglos. Yo manejaba el sonido y lo escuchaba toda la tarde. Películas, música, algunas veces íbamos a comer porque no tenía comida y solos charlábamos. Le gustaba tocar mi cabello.

Ya no tengo mi cabellera.

—Fuimos a un concierto donde me aplastaron. Se carcajeó como un villano, pero más tarde me levantó y me abrazó todo el tiempo para "no perdernos" —suspiré con ironía. Nath mantenía el silencio, pero tampoco estaba segura de que me escuchara—. Compusimos una canción, cenamos muchas veces sobre el teclado, fuimos al cine por estrenos que él quería. Veíamos las películas que él amaba, y yo repetía una y otra vez las canciones que me descargó.

De verdad habían pasado dos años de esa forma. ¿Cómo podría gustarle a alguien como él?

—Hasta que hubo una fiesta a la que fui también por casualidad. Para esto, nosotros no hablábamos como antes. Yo tenía problemas con mis padres por cursos que no pude tomar, así que no lo había visto por un rato. Pero en esa fiesta llegaron los juegos, y perfectamente consientes nos besamos por el reto. No solo lo besé a él, pero fue lo único que me importó.

Demonios, demonios, demonios. ¡No hagas cosas de las que te arrepientes, chico sin pepino!

—Supe que se reía con los demás llamándoles "socios", pero solo me reí también. Llegó mi cumpleaños y nunca apareció. Lo esperé con un pastel pequeño que me había comprado una maestra y dos compañeras de clase, pero ni siquiera respondió a mi mensaje. No lo vi hasta hace poco, saliendo con alguien más. Pero no era una sorpresa, en estos tres años ya ha salido con cuatro más.

Ah... de verdad que esto es patético.

—Pero qué... ¡Pues claro que no tendrías sexo con él, es un idiota! Tienes mala suerte en el amor, ¡solo eso! Es de verdad un idiota, ni siquiera con la cara más bella del mundo le quitas lo basura —sacudió su cuerpo haciendo arcadas—. Que horror, te topaste con alguien de lo peor y muy común. La mayoría sólo quiere sexo, y sino se lo das rápido te olvida, pero de verdad que fue insistente. ¿Esperar tres años? ¿Qué tienes allí, oro?

—¡No hables así de él! —Lancé una patada contra el suelo, sintiendo calambres.

Me acaba de hacer sentir como Fluorescent Adolescent.

—De todas formas, no sabía que eras gay. Pudiste empezar por ahí. Quedé como un tonto hablándote de chicas, carajo. —Sacudió la cabeza, indignado.

—Yo no soy...

Espera, ¿no le hablé de una chica llamada Orión a la que amé? Me he jodido.

—¡Soy asexual, no tengo problema con el lado romántico!

—Qué bicho tan raro de veras. —Bromeó, volviendo a negar con la cabeza—, pero Orión de verdad es un cabrón. Que bueno que no te robó tu florecita, pequeño Aike. Ahora, ¿no debes volver al trabajo?

—¿Me acompañarías a dejar a unos niños en Shinda?

La propuesta más atrevida del mundo. Pedirle a alguien adentrarse al barrio donde no sales entero.

•••••••••••••••

Seh, no hubo actualizaciones la semana pasada por problemas de salud, sorry.

Este capítulo fue un poco lento, pero espero todo vaya como espero. <3

~MMIvens.

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