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Capítulo 1: Un golpe de mala suerte.


Aike.

Nunca en mis 19 años de vida fui una persona supersticiosa. Los cuentos y las maldiciones de las que hablaba el mundo sonaban graciosas, estúpidas, irreales. Creía en mí, mis decisiones y lo que quería llegar a ser.

Te desteto, espejo roto por el cambio de residencia.

Era una estudiante más arriba del promedio, y con eso quiero decir que estaba en la cumbre de personas inteligentes y talentosas con muchas posibilidades para crecer, pero lastimosamente mi personalidad no me dejó tener todas las oportunidades.

Bueno, hablando con los pies en la tierra, tampoco era muy inteligente en mi diario vivir. Si no tenía nada que hacer, en vez de estudiar me acostaba en el suelo por el calor mientras hacía ruidos extraños señalando el ventilador. Otras veces bajaba a la cocina, abría el refrigerador, lo volvía a cerrar sin tomar nada y me sentaba en la sala esperando a que alguien cruzara la puerta y me dijera: Hey, ¿tienes hambre? ¡Vamos a comer!

Aunque suene arrogante, me gustaría decir que mi aspecto era algo de lo que me sentía orgullosa, era una apariencia diferente a la de una chica común. Siempre pude usar vestidos que a otras no les quedaban por mi espalda ancha y mi complexión de huesos pesados. Pero había una cosa vital en la vida de una universitaria que yo no tenía: Pechos, grandes y redondos melones.

Aquel a quien llaman el creador no pudo darme más que limones.

El entorno que me dio forma era una casa dividida por paredes transparentes donde no podías escuchar a quien estaba en la otra habitación. No me definía, eso estaba bien. De vez en cuando tu entorno no te define, pero te deja algunas costumbres. La que me marcó con un sello imborrable fue apoyarme en mí misma y no los demás.

Por esa razón tal vez mis amistades no eran las esperadas. No tenía mejores amigos ni había vivido una historia de preparatoria en la que encontraba a las personas predestinadas y juntos nos levantábamos la poca dignidad que dejaba la adolescencia. Nada de eso, solo era yo los fines de semana comiendo en la esquina alitas BBQ fingiendo escuchar con una sonrisa falsa al cocinero que hablaba del perro que le mordió una pata.

Nada de esto es divertido, menos real. Suelo contar las cosas distinto.

Si mi madre derramaba lágrimas por los recuerdos de su abuela o mi padre endurecía su carácter al recordar las enseñanzas que tuvo en su juventud, no era mi problema. Cuando la mayoría de edad cumplí pude sentir el mal presagio cerca, pero no le di importancia.

—Hoy aplicas el examen de admisión para la universidad SS, ¿cierto?

La pregunta de mi madre era algo que estuve esperando desde que los gallos cantaron. Preparaba un desayuno poco consistente para mi padre que leía en su teléfono artículos de medicina aunque él no salvara ni una vida.

Suspiré con una mueca al distinguir los olores, sabiendo que yo no iba a desayunar con ellos.

—Sí, ya tengo algunas cosas empacadas para el cambio a los dormitorios. Tal vez me mude la próxima semana así que no tienen de que preocuparse. Con el dinero que ahorré abriré una cuenta y buscaré trabajo de medio tiempo. —Dejé salir un ruido extraño por la tos, bajando la caja de mi hombro sobre las escaleras.

Troné mi espalda y estiré mis brazos frente al espejo en el pasillo, deshaciéndome del calambre. Sentía las mejillas calientes acompañadas de desorientación, por ello tomé unas pastillas hace poco que me hacían sentir somnolienta.

—Bien.

—Pasaré al estilista después de la prueba. El cabello me ha crecido un poco más.

—De acuerdo.

—¿Qué hacen mis cajas en el frente? —Vi de reojo cosas de mi mudanza en el césped junto a las macetas.

—Estaban obstruyendo la entrada. —Dijo mi padre, retirándose los lentes para comenzar a devorar el platillo pequeño de su mesa.

Algo tan simple como "Oye, hija, tus cajas estorban un poco, ¿te parece sí te ayudamos a etiquetarlas y ordenarlas temporalmente en el sótano?", pero ellos eran ellos y la vida era una maldita decepción. Solo por eso, no esperaba ya nada de nadie siempre y cuando no se metieran en mi vida privada.

—Tú obstruyes mis planes y nadie te dice nada. —Murmuré cabizbaja, dejando el lugar.

Sí hacía un recuento de las cosas, todo comenzó a ir mal cuando...

¡Jo, Aike, tienes a un gordo encima! ¿Puedes respirar? ¿Qué? ¡No te escucho, el cantante sigue subiendo la voz! Espera, ¿me estás mandando a la verga con esa seña?

No, ese no tenía nada que ver, pero quería culpar a Orión por mis desgracias y mi enamoramiento, así que debía incluirlo. Las cosas comenzaron a derramarse de mis manos con sonidos sordos, consiguiendo destruir lo que había luchado tanto por tener. Era poco, pero lo perdí.

Mi mala suerte dio inicio un viernes 13 de abril a las 11:36 en el hospital más cercano del lugar donde crecí, dándome la bienvenida al mundo con una fuerte nalgada que me apretó los ojos en llanto. Un largo llanto de vida trágico rodeado de enfermos y mujeres a punto de parir. Y esa maldición despertó ayer, cuando mi cumpleaños llegó nuevamente el viernes 13 con su mejor amiga "fiebre".

Un golpe de mala suerte.

En el autobús cabeceé muchas veces, incluso subí la música de mis audífonos para evitar sucumbir ante los ruidos comunes que me arrullaban. Opté por meter un chicle a mi boca y usar lentes, si perdía la conciencia allí nadie me tomaría fotos y no me haría viral en internet con la descripción: ¿Ya se murió? ¿Debería llamar una ambulancia?

Con la visión borrosa y una bebida energizante inició el examen de ingreso, aclarando que necesitaba más de 1200 puntos para pasar. Los recuerdos se desvanecieron pero el mareo continuó. En vez de ver preguntas múltiples yo veía Nesquik en donde rayaba.

Cuando finalizó con la alarma del organizador supe que la había cagado en grande, pues aún me faltaban muchas páginas sin completar y los tiempos libres no había hecho nada más que dormir con los lentes puestos.

—Si encontramos la publicación en internet de las pruebas del examen se les negará la entrada a esta universidad y se les quitará el derecho de aplicar los siguientes años.

El dolor de cabeza persistía. Frente al estilista, antes de cruzar las puertas me azoté la frente contra un poste, sufriendo por el desastre que había hecho con mi futuro.

Ojalá me de un coágulo y me muera.

—¡Mami, esa chica se quiere morir! —Exclamó una mocosa saliendo de enfrente, señalándome con una sonrisa.

La madre solo le tapó los ojos y siguió de largo, haciéndome sentir como una exhibicionista.

Tomé la mochila que estaba arrastrando y hablé con la recepcionista comentando la cita que había hecho por teléfono. Era mi primera vez en ese lugar, la apariencia era moderna pero podía ser confundida con una barbería por los colores oscuros, asientos de piel, y el hombre con grandes patillas y complexión robusta que me sentó frente a un espejo.

—¿Lo quieres más alto? —Comentó, elevando el asiento lentamente.

—Ah..., como usted prefiera. —Soné risueña, tratando de mantener los ojos abiertos.

—¿Más bajo? —La bajó nuevamente.

—Creo que...

—Arriba, ¿verdad? Sí, así te ves mejor —volvió a subirla. Dio unos pasos atrás, mirando mi cabello con curiosidad—. Lindo color café, y lo tienes muy largo. ¿Solo vienes a despuntarlo? Oh, déjame acorto más la silla.

—Eh... sí, espere —apenas podía hablar por los zarandeos que daba cada vez que me subía y bajaba más—. Solo eso. El corte ese.

—¿Qué corte ese?

—El que dijo —levanté la mano, bostezando.

Todo parecía a la perfección. El hombre me dio una revista a la que sólo le pasé hoja sin leer, no entendía de qué hablaban, no reconocía ninguna tendencia ni a los empresarios, solo me detuve en el artículo de bandas nacionales. Había una televisión donde pasaban videos musicales en el lugar, haciendo que cerrara la revista para ver el video animado de Saturnz Barz.

El sueño pareció disiparse cuando sentí las tijeras más arriba de la nuca. El sonido del corte y el frío me espantaron, levantándome de golpe como si estuviera por caerme.

Estoy jodida.

Miré el animal de cabello mutante en el suelo, luego volví la mirada al tipo asustado con las tijeras en la mano.

—Perdón, lo querías más alto, ¿verdad? Ahorita te subo la silla.

No supe qué decirle, me daba pena aclararle lo mucho que amaba mi cabello y que ahora parecía Dora la Exploradora sin la panza de fuera, pero me senté y le dije sin esperanzas:

—Córtelo así. —Señalé al cantante de una boyband de la televisión.

~•~•~•~

Regresaba a casa agotada mentalmente, esperando a que un taxi se detuviera para no caminar más. Estaba frente al boulevard de la zona, sentada en la parada con un helado en mi mano y en la otra una bolsa con mi cabello. El estilista dijo: "Llévate a tu nueva mascota, te encantará".

Claro que me encantará, podrán hacerme amarres con esto, dije a mis adentros.

Mi aspecto había cambiado. El uso de mi complexión "fuerte" ayudaba en mucho, pero ahora yo no tenía cabello largo y tampoco maquillaje. Era un chico... sin pepinillo.

El otro golpe de mala suerte, uno de los más bajos y dolorosos fue cuando vi a la única chica que consideraba una buena conocida compartiendo saliva con Orión en la cafetería paralela al boulevard. Era un beso lento y apasionado, dos malteadas en la mesa y unas manos juguetonas debajo de ella.

El dolor punzante que nunca había experimentado por primera vez calentaba mi pecho. El recuerdo de un "nunca" era entendible, me sentí culpable.

El año pasado había conocido a Orión, un chico de mi estatura –1.72– y un lindo rostro, con quien había hecho una pequeña amistad que se resumía en él visitándome y tocando la guitarra conmigo para pasar el tiempo. Descubrí por medio de una carta nunca entregada que me quería, pero nunca puso las palabras en su boca y yo nunca las mencioné.

Habíamos pasado algunas cosas, o yo era la única loca que quería creer eso. Un concierto donde me abrazó, haciendo que mi corazón riera por al fin encontrar ese romance que buscaba. Una tarde de composición, haciéndome sentir completa con su agradecimiento. Una cena de fideos después de practicar, afuera en la noche, escuchando música de los mismos audífonos.

Cuando comencé a concentrarme en mis exámenes tuve que salir un par de veces de la ciudad por cuestiones familiares, no recibí mensaje alguno y tampoco tenía tiempo para escribirle. Ahora que unos cuantos meses habían pasado, cruzamos palabras por medio de otros pero no volvimos a convivir.

Puso excusas como: "He estado ocupado". "Perdón por no ir a tu cumpleaños, estaba estudiando". La última era entendible, de todas formas nadie había asistido a mi cumpleaños.

Para algunos no era suficiente la compañía de la persona amada. Querían ir más lejos, necesitaban acercamientos sexuales y emociones excitantes. Algo que yo, una persona asexual, no podía dar. "Cuando encuentres al indicado querrás tener relaciones. No digas algo de lo que te arrepentirás"

Cuando encuentre al indicado no iremos más allá de compartir los mismos audífonos y un beso. —Mascullé, apartando la vista de los cristales antes de introducirme al taxi.

~•~•~•~

A partir de ahora el resumen irá más acelerado.

Al llegar a casa mi padre no me dejaba cruzar la puerta por mi apariencia y esperó a que le diera una explicación. Hablé del estilista, explicando que por lo mareada y el sueño que tenía no me percaté de los cortes, pero en mi historia dejé salir un accidental: "No terminé el examen a tiempo".

No abrieron la puerta nunca. Gritaron que era mayor de edad ya, irresponsable, y que hiciera lo que quisiera con mi futuro. Me tacharon de mentirosa, aprovechada, vividora, un parasito en su esplendor. Creyeron que nunca tuve el deseo de marcharme.

La apariencia de chica perfecta había caído de su gracia. Toqué la puerta, traté de entrar por las ventanas, y exigí el dinero que había ahorrado en las vacaciones. Nadie respondió, pero los vecinos sí.

—¡Hay un idiota haciendo un escándalo ahí afuera! —Escuché a la vecina pero no pude verla, hasta que sentí un labial de rebaja darme en el pecho.

—¡Baja aquí y te haré un escándalo en la estúpida cara, maldita! —Solté lo que había querido gritarle desde el primer día de que nos mudamos ahí, pero por no arruinar la relación callé.

~•~•~•~

Fui reportada por el comité de los vecinos y los veladores de la manzana me hicieron dejar la zona, llevándome en bicicleta lejos de ahí. Solo pude llevar conmigo mi billetera, mi identificación, dinero y mi mochila con los papeles que usé para la inscripción. Ah, y el sudor del anciano con sonrisa perturbadora que me llevó lejos hasta abandonarme en el barrio de Shinda.

Sí, esa zona peligrosa en la que el barrio no te deja salir vivo si eres un desconocido. Y si tienes suerte, conseguirás salir con solo una rajada.

Y es así que llegamos al presente, conmigo congelada en medio de la noche, pensando a quién debería llamar. Mis únicos contactos eran Orión y de quien comía boca. Mi orgullo no me permitía marcar así que pasé a revisar los contactos de mis profesores pero LA MALDITA SUERTE hizo que un niño regordete chocara su bolsa de latas contra mi mano y se cayera en la alcantarilla junto a mis pies.

—Hola —dijo con una sonrisa amplia sin evitar que sus ojos se entrecerraran, indiferente a mi expresión—. Buenas noches.

Trató de subir más las bolsas a su hombro, llevaba latas y colillas de cigarrillo. Sus mejillas en algún otro día me hubieran dado ganas de acariciarlas, pero en ese momento solo quería cenármelo. Si en serio no se había dado cuenta de que me había arruinado la vida entera entonces de verdad era un estúpido.

Contuve mi odio en en un suspiro, liberando nubes de vaho en la noche. La penumbra recubría las calles, me asustaba. La idea de un hombre mostrando su presencia en algún callejón me aterró. No acostumbraba a estar fuera tan tarde, mucho menos salir sin compañía.

Seguí a pasos lentos el camino del niño con aparentes 11 años, haciéndole preguntas sobre la zona, evitando gritarle o reclamarle por mi celular. Le expliqué que no era de por ahí y no me sentía segura, pero no tenía un lugar al cual volver. Se tomó la molestia de hablar con una desconocida.

—Y por ahí no te vayas a meter, hay un cyber rodeado de adolescentes pero no es muy seguro, señorita. Más atrás, en los edificios abandonados puede haber fantasmas —explicaba emocionado por su entorno, como si viviera una aventura más—. Nosotros vivimos con mamá Carmen en la glorieta junto al instituto clausurado. Podrías pasar la noche aquí.

Le agradecí por las instrucciones, acercándome más a él cuando las personas en los alrededores iban aumentando sin apartar la mirada de nosotros.

Nos detuvimos frente a la glorieta. Me señaló a una chica menor que yo a quien llamaban "mamá Carmen", cuidaba de ellos pero los mandaba a recoger latas y colillas de cigarrillo para revender. Habrían de ser unos 9 niños los que corrían por ahí, despiertos y con ojos felices, jugando con la basura de la calle o junto al fuego estremecedor dentro de barriles.

Hablé con la chica, agradeciendo por el hospedaje temporal. Dormían en unas carpas improvisadas, recubiertas por sábanas hechas pedazos y láminas. Había un pequeño televisor con antenas, y todo a los alrededores podía verse desde adentro, pues solo habían levantado dos paredes. La lluvia no era algo problemático pues el techo de la glorieta y los edificios posteriores del instituto cubrían.

No había luz, solo llamas.

Me aparté unos momentos para pensar bien lo sucedido. Revisé mi cartera y vi los pocos dólares que aún conversaba. Tenía mi identificación y mi acta de nacimiento dentro de una carpeta, cosa que me serviría a la perfección para buscar un empleo. Pero lo más preocupante era el lugar donde iba a pasar varias noches, pues no pensaba quedarme allí.

No pude contener las lágrimas al sentir más frío y hambre. Lloré en silencio esperando no incomodar a quien sea que estuviera cerca. Era de idiotas llorar ante una situación crítica en vez de actuar, sin embargo la sociedad lo permitía al saber que todos llorábamos muchas veces en lugar de arreglar las cosas. Igual que cuando de pequeña rompía un florero, lloraba porque mi madre lo supiera.

Lloraba todo el tiempo.

Estoy jodida. Estoy completamente jodida, repetí una y otra vez, pateando los pilares detrás de mí.

Muchas cosas no me salían bien igual que los días cuando me estreñía, pero ahora quería culpar a alguien. No creía en Dios, pero sí Él estaba en alguna parte, quería culparlo de todo. "El problema son mis padres", me corregí.

Alguien tocó mi hombro.

Dirigí una mirada confundida a la chica, elevando las cejas. Su cabello era lacio y le llegaba más abajo de los hombros, sus ojos parecían sonreír pero usaba un cubrebocas negro y una enorme sudadera. Portaba unos grandes aretes negros, delineador, y unos shorts que me matarían de frío.

De inmediato comencé a limpiar mis lágrimas, apenada.

—No eres de por aquí, ¿cierto? —Retiró su cubrebocas, curveando los labios en una sonrisa. El fuego iluminaba detrás de ella.

Quise creer que era parte de mi esperanza, y que quien sea que estuviera arriba de los cielos podía ayudarme.

—No, vivo lejos de aquí y no sé cómo volver —mentí, riendo tontamente. Mis cachetes comenzaron a sentirse calientes de la vergüenza.

—Mi nombre es Stella. Tampoco soy de por aquí pero yo y unos chicos estábamos en una reunión dentro del instituto —lucía confiada de lo que decía, con una postura relajada y las manos dentro de la sudadera—. Carmen te mencionó. Es una buena chica, me pidió que fuera a ver si te encontrabas bien. ¿Necesitas hablar de algo?

—Gracias, me encuentro bien. Solo un poco cansada.

—Sí llorar es estar bien para ti entonces debería llevarte a un psicólogo —bromeó, estirando su mano para tomar la mía con una doble sonrisa—. Sígueme, vamos por un loquero.

Tuve una reacción retardía. La chica me paseó por varias entradas y me hizo brincar una cerca, mientras los sonidos de música latina aumentaban al igual que las luces neón dentro del lugar. Era muy diferente a la glorieta, desde el olor a marihuana y alcohol hasta las risas sosas y gritos extraños.

—¿Están lastimando a alguien? —Me detuve en seco girando a mis alrededores, viendo a las personas con cigarros electrónicos, porros, y vasos rojos, regadas por el edificio.

—Ja, creo que solo están tratando de ligar. —Rió, llevándome a unas piedras sueltas para tomar asiento.

—¡¿Están pegándole a alguien?! —Clamé, poniéndome de pie nuevamente.

Enarcó las cejas, observó mi desesperación en silencio, y luego estalló en carcajadas.

—¿Qué te causa tanta gracia? —Hice una mueca seria pero no pude mantenerla al ver a una chica al fondo levantando su camiseta para que todos la vieran.

—Nada, nada. Solo que eres muy... linda —rió nuevamente, tomándome de las manos para volver a sentarme—. Me gusta tu corte, te da personalidad.

Pensé que me quitó el lugar donde caer muerta, pero sí dices que te gusta entonces tal vez también me guste.

—¿Dices que tu nombre es Aike Ibars? Suena lindo —asentí, sin poder apartar los ojos del piercing en su labio—. Ahora, dime Aike, ¿qué haces aquí?

Estaba aturdida aún, en realidad no sabía cómo explicarle mi situación hasta que todo salió de golpe como si no me importara gritárselo a desconocidos.

—Mis padres me han echado de casa y ahora no tengo a donde ir. En realidad no sé qué pasará conmigo —suspiré, relajando mis hombros—. Arruiné muchas cosas hoy y aún sigo procesándolo, PROCESÁNDOLO EN GRANDE. Pero tampoco quiero pensarlo mucho, porque si lo hago temo que no dejaré de llorar y nunca encontraré una solución. Una vez mi tía dijo que si me encontraba en problemas "vendiera las nalgas", pero en realidad yo quiero mucho las mías...

Mostró una leve sonrisa ante mi chiste, dándome palmadas en el hombro. No dijo mucho, solo repitió algunas cosas que no pude escuchar por la música, hasta que inició una canción dulce que yo tango amaba.

1950, por King Princess.

Las lágrimas querían volver a brotar. Cuando escuchaba canciones deprimentes yo lloraba, pero cuando en el repertorio iniciaba algo alegre entonces yo bailaba. Ahora sólo quería desaparecer o morir, dejar de pensar. Que jodido era sentir, al ritmo de mi palabrota favorita.

Tienes que armarte de valor, Aike, porque el tiempo es limitado para cambiar.

Levanté la barbilla, encontrándome con el rostro brillante de Stella. Extendió sus manos hasta tocar las yemas de mis dedos y jalarme hasta ponerme de pie. Era más bajita que yo, pero me hizo recuperar la confianza que estaba buscando... al igual que la dignidad que tiré camino aquí.

¿Confianza?

Fue tirando de mí. Parecía una estúpida perdida sin saber que sucedía, arrastrada al centro del lugar juntos a las luces azules, moviéndome de un lado a otro por sus manos al ritmo de la música. Me envolvió con sus brazos, tocando mi nuca.

Inclinó la cabeza hasta mi oído.

—Te tengo una propuesta, Aike —dio inicio a su discurso—. Te daré hospedaje el tiempo que quieras. En casa tenemos unos cuartos de servicio y nos vendría bien un poco de ayuda en la limpieza. Pero te daremos el mismo trato que una invitada. Quiero ayudarte, pero es tu decisión.

—Eso es un poco... —seguí yendo de un lado a otro con los pies, sin separarnos.

—Tranquila, espero tu respuesta. No muerdo, confía en esta cachorrita. —Volvió a reír, apretándome con más fuerza.

Bailamos por un largo tiempo, sin hablar. Cruzando miradas silenciosas. No podía asimilar nada que lo sucedía, pero ese momento hizo que me olvidara de todo lo demás. Quería confiar en alguien.

"Déjame confiar en ti".

•••••••••••••••••

¡Buenas a todos!
Este inicio ha sido lento pero trato de llegar seguro para que el siguiente pueda seguir la ruta principal de la historia.

Aike Ibars es un personaje con quien espero puedan sentirse identificados y apreciarla un poco. <3

Gracias por llegar hasta aquí y poder darle una oportunidad a esta nueva historia. LOS AMOOOO.

~MMIvens.

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