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Las flores de Lis

Friburgo, Alemania

Tiempo antes de la segunda guerra mundial

Rumbo al noreste de esta ciudad alemana, en una de las fronteras con la Selva Negra, se encontraba la residencia de una prestigiosa y bien conocida familia de farmacéuticos cuya fama radica en la fabricación de remedios y medicinas a base de las flores que cultivaban en un amplio campo en su basta extensión de terreno. Negocio en el que llevaban ya más de ciento ochenta años llegando a ser de las familias más importantes y reconocidas de la ciudad, por todo Friburgo se hablaba de los "Medicamentos Ewers- Braun".

—Un negocio más que lucrativo —decía Hanns, uno de los dos dueños aquella agradable mañana mientras, él y su hermano Frank discutían sobre una nueva fórmula que pretendían patentar—, el uso de esta variedad de flores podrían hacer que nuestros medicamentos compitieran con las grandes marcas y vendedores que están posicionados en la capital. Solo piensalo hermano, estaríamos al mismo nivel que las grandes empresas nacionales.

—No lo sé, Hanns. El uso de esa planta, como parte de una sustancia que las personas corrientes ingieren, podría llevarnos a enfrentar demandas millonarias si resulta perjudical para el público. Los registros de la familia tienen anotaciones detalladas sobre como resultó un desastre que, por poco, acaba con nuestra reputación.

Ambos tomaron asiento en la terraza que daba a su amplio jardin mientras les servían el té y algo ligero para almorzar.

—Y hablando de familia, ¿dónde está ese hijo tuyo? No lo he visto en todo el día Frank. Se comporta como una pequeña diva, como si fuera una especie de reina.

—Está de paseo en el centro de la ciudad y te ruego no te expreses de él de esa forma. Es un buen chico, Hanns y un digno aprendiz de farmacéutico —respondió Herr Frank con calma.

—Pues debería estar en el taller aprendiendo el oficio en vez de andar por las calles de la ciudad perdiendo el tiempo.

El joven en cuestion, se trataba de un chico de diecinueve años no muy alto y delgado. Sus ojos violáceos y muy abiertos observaban todo a su alrededor aunque, su actitud altanera y prepotente, lo metían en apuros la mayor parte del tiempo. Sus compañeros del colegio decían que se comportaba como una "reina", motivo por el cual le nombraron "Quinn" como apodo. Nombre que ya identificaba al chico, quien lo prefería a ser llamado por su nombre de pila o el apellido de su familia.

Quinn acompañaba a su madre, Marie, aquel día a un paseo al centro de la ciudad, pretendían visitar las tiendas más caras y prestigiosas de todo Friburgo. Marie era el claro ejemplo de frivolidad hecho humano pasando el día entero comprando costosos vestidos, accesorios y demás, tanto para ella como para su hijo, quien parecía haber heredado esos atributos.

—Te esperare afuera, madre —Quinn se quedo a la entrada de la tienda observando el panorama a frente a él.

La gente iba y venia recorriendo las estrechas calles que colindaban con el alto y emblemático Martinstor, cuyas avenidas aledañas estaban pobladas por los habitantes de la ciudad quienes aprovechaban el hermoso día para hacer compras en las lujosas tiendas. Se veía gente bien vestida andando por un lado y el otro de la calle. Quinn lanzó un suspiro tratando de distraerse un poco, pero no lo conseguía pese a que uno que otro joven apuesto llamaba su atención, no lograba concentrar su mente en nada en concreto.

Desde hacía tiempo que sus días eran una sucesión de horas que pasaban lentas una tras otra. A sus diecinueve años, no sentía la vitalidad de sus más tiernos años de juventud, nada lo complacía: ni la voluptuosidad de su vida, ni los lujos que le rodeaban, menos hacer de aprendiz en el taller de su familia. La vida como farmacéutico le apetecía poco aunque ello le trajera fama y gloria eternas, el saber que tendría que dedicar su vida entera a estar detrás de un escritorio revisando patentes y fórmulas le entristecía mucho.

—Debe haber algo más allá de esta aburrida ciudad. Algo emocionante... —pensaba distraído mientras su madre salía de la tienda cargada de bolsas las cuales entregaba a su hijo para que le ayudara a subirlas al coche.

El joven de ojos violáceos y cabellos rosados se coloco su sombrero tomando asiento junto a su madre. Ambos charlaron todo el camino de vuelta a casa.

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Al caer la noche, mientras toda la familia estaba sentada a la mesa disponiendose a cenar, Quinn observó con calma a sus dos progenitores; mamá era mucho más joven que papá, él era mayor por casi diez años aunque eso no había hecho que mamá se viera mal en absoluto, aun conservaba la belleza y lozanía de sus años de juventud así como su actitud despreocupada y risueña. El chico paso sus ojos de sus padres a su tio Hanns quien era un poco mayor que su padre. Ambos hombres compartían las mismas facciones duras e inflexibles.

Sus años en la primera gran guerra habían dejado huellas imborrables. Lo único que agradecía, era que su padre no se metía con él respetando su personalidad e ideas pidiendo a cambio que se ocupara de tomar el lugar que le correspondía en el negocio familiar llegado el momento.

Cosa que Quinn aceptó en primera instancia sin pensar en ello a fondo.

Evitando profundizar en su inevitable destino, el chico distrajo su mente con otra clase de ensoñaciones permitiendo que su cabeza lo llevara lejos sin prestar atención a los comentarios mordaces de su tío respecto a su soñador estilo de vida.

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Los bastos jardines con diferentes tipos de flores, que su familia poseía desde hacia casi doscientos años, eran el orgullo de todos. Habían logrado cultivar muchos tipos de flores, decenas de variedades habían pasado por esos campos; algunas crecieron con éxito manteniendose hasta ese día, mientras que otras, se marchitaron demasiado rápido. Quinn no se preocupo por las flores en ese momento pues, tanto su mente como su cuerpo, deseaban llegar a la bonita zona de descanso ubicada al final del jardín. Era un hermoso día como para perderlo en el aburrido taller de químicos de la familia, ubicado más allá dentro de su terreno, así que, en vez de asistir a sus clases como aprendiz, estaba decidido a pasar el resto de la tarde tumbado bajo el sol.

—Me aplicaré mañana —se dijo como todo un haragán dejandose caer en la silla de jardin colocandose el sombrero sobre el rostro dispuesto a tomar una siesta muy larga.

Habran pasado unos minutos cuando Quinn sintió que algo se posaba en uno de sus brazos desnudos. El chico ignoró que podría ser creyendo que se trataría de algun insecto sin importancia, tras un momento más se percato que el insecto no se iba. Con cuidado se descubrió el rostro observando a una mariposa que estaba posada en su brazo paciente y sin agitar sus alas. No obstante, algo en ese bicho le resultó un tanto extraño, sus colores eran como del arcoiris y despedía un brillo extraño y casi espectral.

Quinn se mantuvo en silencio observando los movimientos del extraño visitante. Un momento después, la mariposa remontó el vuelo tan discretamente como apareció. El chico lanzo un suspiro volviendo a cubrirse el rostro con el sombrero de verano. Estaba a punto de sumirse en un delicioso sueño cuando, nuevamente, sitio que algo se posaba en su mismo brazo.

—Eres tu de nuevo —la misma mariposa multicolor estaba firmemente postrada en su piel tranquila y paciente—, dejame en paz bicho raro —agito el brazo esperando que se retirara de ahi o tendría que usar la manta que cubría la silla para asustarla.

La mariposa alzo el vuelo por un instante volviendo al mismo sitio. Parecía que el bicho se encapricho con él, por lo visto. El chico se levantó agitando el brazo hasta fastidiarse siendo aquello muy extraño.

—No me dejas alternativa —estando a punto de lanzar un manotazo sobre la mariposa, esta remontó el vuelo manteniendose muy cerca de su rostro—, ¿que clase de insecto eres?

Intento por varios medios deshacerse de ella avanzando algunos pasos sobre un sembradío de flores notando algo extraño en el cultivo. Las flores del campo eran blancas percatandose de que había tres ejemplares diferentes y de colores fuera de lo común en medio de la blancura de los pétalos. Esos tres ejemplares eran notablemente más grandes y vistosos pues resaltaban de entre las demás a simple vista.

—Que extraño, estoy seguro de que estas tres no estaban aqui ayer... —las contempló con calma analizandolas a detalle— Son flores de Lis, nunca las cultivamos. ¿Quién las plantó aqui?

Era inutil buscar quien pudo hacerlo pues el campo estaba desierto. La casa estaba más allá y los trabajadores de los plantíos estaban de día libre. Quinn se inclinó sobre los tres ejemplares de un color rojo intenso casi hipnotizado por su belleza, deslizando sus dedos por entre los pétalos sintiendo la sedosidad de la textura, lo largo de sus pistilos y su apariencia única. Olvidándose de la mariposa, es que volvió al interior de la casa yendo directo a la biblioteca a buscar los registros sobre herbología pertenecientes a su familia.

Dedicó un buen rato a buscar rastro alguno sobre flores de Lis cultivadas en esos campos en el pasado, pero no había nada al respecto. Según los datos dejados por sus ancestros, las flores de Lis tenían un fuerte vínculo con la alquimia y la magia. Representaban la transmutación y era un símbolo característico de las sociedades secretas. Quinn no creía ser influenciable, pero aquello resultaba una interesante coincidencia.

—Las han usado para rituales donde se absorbe poder cósmico y atemporal... Vaya, esto no tiene nada que ver con nuestro negocio en sí. Asi que estas anotaciones no vienen al cuento, aunque es extraño que hayan nacido en medio de un campo donde jamas se habían cultivado antes.

Al dia siguiente volvio al sitio observando las tres flores que aun continuaban ahí. Se inclino sobre ellas observando delante de sus ojos como su vieja amiga multicolor aparecía de la nada posandose sobre su brazo nuevamente.

—Eres tu de nuevo. Me pregunto si tendrás algo que ver con esas tres flores atípicas.

La mariposa revoloteo a su alrededor mientras Quinn, quien ya se hallaba presa de un extraño hechizo, tropezó con algo duro bajo sus pies. Lo observó con calma notando una raíz fuera de su sitio, la tocó con cuidado analizando su textura rugosa y su color café parecido a un tubérculo.

—¿Qué es esto?

—Es una mandrágora, claro esta —respondió una voz suave a su alrededor haciendo que el chico diera un respingo.

—¿Quién eres?

—Soy la pequeña mariposa a la que trataste de ahuyentar. Mi nombre es Myu.

Quinn se puso de pie de un salto observando como la mariposa dejaba de revolotear y su forma cambiaba, sus alas se alargaron hasta volverse un par de extremidades humanas, lo mismo su cuerpo y sus pequeñas patas. Delante de Quinn se manifesto un hermoso joven de cabellos rosados y ojos cristalinos sin pupila que le extendía la mano.

—Has sido elegido Quinn para servir a nuestro señor Hades.

—Que dijiste... —el chico sintió como se le iban las fuerzas desvaneciendose en un extraño sueño.

—La raíz que llamas "tubérculo" es en realidad una raíz de Mandragora, el regalo que te otorga el señor Hades: la surplice de Mandrágora te pertenece de hoy en adelante. Quinn, espectro de Arlaune—las palabras de Myu se iban perdiendo en la nada.

La voz de su madre lo llamaba desde la lejanía, le pedia que volviera y que abriera los ojos. Quinn siguió su voz hasta despertar mirando el semblante preocupado de su mamá justo frente a él. Le costo un poco orientarse, se encontraba en su habitación escuchando como su madre decía que el desmayo fue a causa del sol añadiendo que no debió salir en un día como ese y otras cosas más.

—Estoy bien, mamá —dijo débilmente.

—¡Ya sabes que tomar el sol así te hace mal —replicó ella molesta—, eres muy delicado y el médico ha sugerido que...!

Ya no escuchó más pues su mente recreó el momento en que se topó con aquel ser llamado "Myu".

Mas tarde estaba tratando de dormir temeroso por apagar la luz de la lámpara de mesa colocada a su lado. Myu podría reaparecer y revolotear a su alrededor. Desde la tarde, le parecía que nada tenia sentido: unas flores de Lis nacieron de la nada, un tubérculo extraño estaba creciendo a pocos pasos de esas tres y ahora ese ser espectral disfrazado de mariposa.

—La surplice de Mandrágora, ¿qué significa eso?

—Quinn —susurró Myu en medio de la noche—, ¿estás bien?

—¿Eres Myu, que quieres de mi? —balbuceo tratando de encontrarlo.

—Has sido el elegido para servir al señor Hades. Debes venir conmigo.

—¿Que... ir contigo a donde?

De pronto, Myu apareció sobre Quinn quien sintió la presión del recién aparecido sobre su cuerpo impidiendole moverse.

—Eres hermoso sabes, me gustan tus ojos violetas y tu cabello corto y rosado —decía Myu analizandolo através de sus ojos cristalinos—, quiero hacerte mio.

—Cómo dices...

El joven se despojo de sus ropas al mismo tiempo que un par de alas de mariposa salían de su espalda desplegándose con sus colores y esplendor. Myu arqueo la espalda retirando las mantas que cubrían a Quinn quien lo observaba víctima de un extraño trance que le impedía moverse, no así no podía quitarle los ojos de encima: Myu era un ser perfecto y hermoso, con cuidado, deslizó las manos fuera de las mantas para tocar el cuerpo del hombre encima de él.

Se sentía frío y cetrino, como si estuviera palpando un pedazo de porcelana china.

Myu acarició el rostro confundido de Quinn yendo hacia abajo para sacarle las ropas de dormir. Esa noche lo hizo suyo deleitándose con el cuerpo del jovencito y haciéndole estremecer como nadie lo había hecho hasta ahora. Quinn se olvidó de todo a su alrededor: de sus padres cuya habitación estaba al final del pasillo, del negocio familiar, de su aburrimiento y de todo lo demás; su extraño acompañante le sacó toda inquietud de su cabeza.

—¿Qué es eso de "surplice", a que se refiere? —preguntó el joven de los ojos violáceos observando a su amante recostado a su lado.

—Ya lo sabrás, todo te será revelado en su momento —Myu se sumió en profundas reflexiones un momento más antes de decir algo—. El jardín de tu casa es realmente hermoso, me gusta la gran variedad de flores hermosas que tu familia ha cultivado.

—Si, una gran variedad de ellas son muy bellas. Solo me inquietan las tres flores de Lis que aparecieron de la nada.

—Como te mencioné, fuiste elegido. Esas tres flores representan a los jueces del Inframundo. Estarás al servicio de uno de ellos dentro de poco. En cuanto seas reclutado, las flores de Lis desaparecerán.

—¿Qué significa todo esto? Más me explicas y menos entiendo —Quinn se giro sobre su lado derecho observando a Myu con calma.

—No te preocupes. Creeme que todo te será revelado dentro de poco —el espectro acaricio el rostro del joven a su lado. De verdad era hermoso, lozano, juvenil, fresco—. Ya nos veremos en el Inframundo —antes de retirarse, Myu dejo un beso en los labios de su compañero—, allá retomaremos este idilio.

—¿Qué idilio...?

.

Quinn abrió los ojos nuevamente notando que estaba rodeado por muros de piedra gris fríos y sin ventanas. Se toco el rostro sintiendo la frialdad de su piel, se busco el pulso en ambas manos y en el cuello, nada. No parecía tener sangre en el cuerpo. ¿Que significaba aquello? Se miro a si mismo notando que llevaba sus ropas de siempre, pero no tenia idea de donde se encontraba ahora.

—¡Ayuda, saquenme de aquí! —grito repetidas veces girando a su alrededor.

No sabía donde estaba el techo pues no se veía ya que estaba demasiado alto. No había ventanas y el ambiente se sentía húmedo y encerrado.

—Quinn... —Myu habló detrás suyo haciendo que el chico le mirara con horror— Estamos en el Inframundo.

—¡¿Eso qué diablos significa, que me has hecho?!

—Moriste, Quinn.

—¿Qué...?

—Enfermaste de tisis por tocar las flores de Lis, esa tarde soleada te sentó mal y ahora estás aquí.

—Las flores no provocan enfermedades así, ¿que me has hecho?, ¡Responde, exijo saber donde estoy!

—¡Silencio!

Una voz profunda se escuchó más allá. Una puerta se cerró detrás del recién llegado quien fue con pasos rápidos hacia los dos chicos. Myu hizo una leve reverencia apartándose del paso del hombre mientras que Quinn observaba con ojos desorbitados al imponente sujeto frente a él; era muy alto, llevaba puesto un yelmo que asemejaba la cabeza de un dragón, dos alás sobresalían de su armadura negra y su mirada era dura y parecía no tener vida.

—¿Quien es usted? —pregunto asustado en voz baja sin lograr ponerse de pie.

—¡Escúchame bien, chiquillo escandaloso! Estarás a mi servicio y acataras mis ordenes de aqui en adelante, ¿te quedo claro? —Quinn trago duro mirando al hombre a los ojos sin saber qué decir —¿Tu nombre?

—¿Mi nombre?... No lo recuerdo. Solo se que las personas me llamaban Quinn.

—De acuerdo. Soy la estrella divina de la ferocidad y alto juez del Inframundo. Radamanthys de Wyvern. Myu te pondrá al tanto. ¿Alguna otra pregunta?

—No... no, Señor.

—Bien.

El hombre llamado Radamanthys no dijo más saliendo del lugar con pasos rápidos cerrando la puerta con rudeza.

—¿El sera mi jefe?

—Si, es un poco gruñón, pero estarás bien. Vamos, te mostraré el lugar. Aunque debo aclararte un par de cosas —indicó con gravedad—: No hagas preguntas sobre tu pasado. El pasado no existe aquí, solo el presente. Lo que sucedió contigo es justo lo que dije: moriste. Solo los muertos entran en el Inframundo.

—Ya veo...

—Vamos a buscar la raíz que encontraste en tu jardín y que fue transportada hasta aqui.

En uno de los salones de Guidecca, encontraron el surplice de Arlaune, el que el joven Quinn portaría de ahí en adelante.

—Soy Quinn —dijo el jovencito postrándose delante de los jueces—, espectro de Mandrágora. Estrella celeste de la magia y, desde este momento, estoy al servicio del señor Hades.

.

FIN

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