
Capítulo 8
Koya. 12 de abril.
Itaria no sabría decir cuánto tiempo había dormido. Tenía la sensación de que no había hecho otra cosa aparte de dormir en las pocas horas que llevaba sin Mina.
Sentía la cabeza y el cuerpo pesado y cuando logró levantarse ni siquiera supo dónde estaba. Se incorporó como bien pudo, apoyando todo su peso en los codos; al principio, lo vio todo oscuro, pero unos segundos más tardes, cuando sus ojos se desempañaron del sueño, fue capaz de ver un resplandor tenue y casi opaco.
Alargó una mano y sus dedos rozaron una tela áspera a su alrededor. Muy lentamente, comprendió que se encontraba en el interior de una tienda, que alguien la había dejado sobre un lecho improvisado de almohadas y mantas y que después la habían tapado para que no tuviera frío.
Con cuidado porque sus piernas apenas la sostenían, se arrastró hasta la entrada de la tienda y salió como pudo. Un fogonazo de luz la recibió de mala manera. Se tapó los ojos con un brazo. Y descubrió que estaba vendado desde la palma hasta el codo.
Se tocó las vendas como si no se lo terminara de creer. No recordaba qué le había ocurrido. Había una laguna enorme en su memoria, desde que había conocido a Laina y Rhys hasta que se había despertado. Laina y Rhys...
Con los ojos todavía molestos por la luz, Itaria dio unos pasos a tientas hasta que, de repente, notó un par de manos que la agarraban de los codos. Parpadeando, vio los rostros de Laina y Rhys, que la sujetaban con fuerza para que no cayera al suelo.
—¿Qué ha pasado? —logró decir Itaria. Tenía la lengua hinchada y apenas podía hablar; la garganta también estaba inflamada y la tenía tan seca que ni siquiera sabía cómo había logrado pronunciar esas tres palabras.
—Estás en el campamento, a las afueras de Koya. ¿Recuerdas algo, Itaria? —le preguntó Rhys mientras entre ambos la guiaban con cuidado de que no tropezara. Ella se dejó llevar, dejando caer todo su peso en ellos.
Consiguió negar con la cabeza al mismo tiempo que la sentaban en algo duro y estrecho. Rhys se colocó a su espalda al ver que se mecía hacia delante y a los lados sin querer y le hizo de apoyo. Itaria se echó hacia atrás, buscando la solidez de su pecho. Notaba el rápido palpitar del corazón de Rhys en las costillas y su calor hizo que dejara de temblar, aunque ni siquiera se hubiera dado cuenta de que lo estaba haciendo.
Todo parecía irreal. La hoguera que había delante de ella estaba desdibujada; las llamas parecían demasiado vivas, demasiado intensas, al igual que los colores del bosque que los rodeaba. Itaria cerraba los ojos y los mantenía así durante unos segundos con la esperanza de que, al volver a abrirlos, el mundo hubiera recuperado sus colores, pero no servía de nada.
De repente, una figura entrecortada por la luz de las llamas apareció delante de ella y le tendió algo al mismo tiempo que decía:
—Toma, bébetelo. Te ayudará a recuperarte. —Con dificultad, logró reconocer la voz de Laina. Con las manos temblorosas, Itaria cogió el vaso que le ofrecía sujetándolo con ambas manos y le dio un trago.
Tenía un sabor horrible, una mezcla de ácido y amargo que le abrasó la garganta al pasar y le dio ganas de vomitar. Apartó el vaso de sus labios, pero una mano férrea le cogió las manos y con suavidad la obligó a terminárselo.
—Es asqueroso. ¿Qué es? —preguntó. A pesar del sabor, Itaria empezó a notar en seguida que le hacía efecto y como su cuerpo reaccionaba. Su mente se fue despejando lentamente, las llamas dejaron de parecer irreales y podía moverse mejor.
—Es un tónico —respondió Laina de forma seca desde el otro lado de la hoguera.
—Que no te mienta. Era alcohol con unas hierbas, la mezcla secreta de Laina —susurró Rhys en su oído con una risita. Seguía estando a su espalda, sujetándola a pesar de que Itaria ya no lo necesitara. Ella tampoco iba a decirle nada; le gustaba sentirlo cerca. Rhys le inspiraba una sensación de seguridad que no terminaba de entender y en ese momento de su vida, seguridad era algo que Itaria no tenía.
—Pues las hierbas estaban asquerosas, aunque me hayan servido.
Notó la risa de Rhys vibrando en su espalda al mismo tiempo que una ola de calidez inundaba su cuerpo; Itaria se relajó y cerró los ojos.
El silencio llenó el campamento durante los siguientes minutos. Itaria se concentró en el crepitar de las llamas. Abrió los ojos cuando escuchó un crujido de pasos que se alejaban de la hoguera y vio, a través de las llamas, como Laina caminaba hacia las tiendas a toda prisa y se metía en una de ellas. Se giró hacia Rhys, que jugaba tranquilo con sus anillos y le preguntó:
—¿Qué le ocurre?, ¿y dónde están Druse y Elden? Todavía no los he visto.
—No tengo ni idea, pero tampoco me preocuparía mucho por ella. Laina a veces hace cosas raras. Druse y Elden están durmiendo. Han hecho la primera guardia, mientras descansabas.
Asintió con la cabeza.
—Rhys, ¿qué ha ocurrido? Apenas recuerdo nada. —En realidad estaba exagerando: no recordaba nada.
—Laina dijo que podía ocurrir. —Rhys frunció el ceño. Después, se levantó del suelo dónde había estado sentado y se colocó a su lado, en el tronco volcado en el que estaba Itaria—. Fuimos a las Llamas, hiciste el ritual y te desmayaste. Te trajimos aquí para que te recuperaras y te vendé la mano. No te preocupes, es una herida que se curará rápido.
Itaria trató por todos los medios de hacer memoria, pero lo único que logró fue un dolor de cabeza y unas pocas imágenes sueltas: su mano dentro de un brasero, la debilidad de su cuerpo, como Rhys la había sujetado todo el tiempo. Las mejillas de Itaria se pusieron rojas al recordarlo.
—Gracias por todo, Rhys.
—Diría que fue un placer, pero la realidad es que fue horrible. Quien inventó las Llamas debía ser un sádico de primer nivel. —Negó con la cabeza y las llamas iluminaron su piel, haciendo los ángulos de su rostro más duros de la que ya eran.
En ese momento regresó Laina y su rostro descompuesto le puso los pelos de punta. Rhys tampoco pareció gustarle, porque se levantó de un salto y se acercó a la mujer preguntando:
—¿Qué ha ocurrido? —Su voz tembló por los nervios.
Laina negó con la cabeza, se pasó una mano por los labios y tragó saliva con fuerza.
—No es nada de lo que tengáis que preocuparos. Son cosas mías, nada más. —Hizo un gesto desdeñando su ayuda y se volvió a sentar; tras unos segundos, su rostro volvió a la normalidad, como si hacía apenas un minuto no hubiera ocurrido nada. Itaria envidiaba esa habilidad suya: ojalá ella fuera capaz de disimular tan bien.
Rhys pareció comprender que Laina no quería ser molestada y, resignado, se volvió a sentar en su sitio. Casi antes de que lo hiciera, Laina fijó su dura mirada en Itaria a través de las llamas.
—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó secamente.
—No lo sé. Quiero encontrar a Mina, pero no podré hacerlo sola. Si pudie...
—Ni se te ocurra terminar esa frase —la interrumpió de forma brusca. Itaria se quedó con la palabra en la boca y la esperanza agonizando en el suelo a sus pies—. La respuesta es un no rotundo. Y no voy a cambiar de opinión.
—Entonces, ¿para qué me has preguntado?
—¿No es obvio? Si te quedaras nos pondrías en peligro, y no lo voy a consentir.
—Has cambiado de actitud muy rápido, Laina. ¿Qué ha ocurrido antes para que hayas decidido echarme con una patada? —inquirió Itaria. Fuese lo que fuese que hubiera ocurrido en el interior de la tienda y que había dejado a Laina tan descompuesta, Itaria intuía que tenía que ver con ella y su situación. ¿Por qué sino habría cambiado tanto su opinión de ella?
—No es asunto tuyo —ladró Laina, poniéndose en pie y alargando la mano hacia la empuñadura de una de sus espadas. Itaria hizo lo mismo... Tan solo para que sus dedos agarraran el aire; miró hacia abajo desconcertada y descubrió que no llevaba su estoque. Se lo habrían quitado cuando la habían acostado, aunque eso ahora poco importaba. Si Laina se empeñaba en pelear, Itaria podría usar su magia.
—Es asunto mío en el momento en el que me echas sin darme una explicación después de haberme ofrecido tu ayuda. ¿No merezco ni siquiera una simple razón?
Laina chirrió los dientes con fuerza, algo que a Itaria siempre le había puesto los pelos de punta. Sin embargo, unos segundos después Laina dijo:
—No quiero meterme en problemas con Myca. Tiene demasiado poder y lo último que quiero es que estés aquí y que, cuando te busque y te encuentre, nosotros nos encontremos en medio del camino. Soy responsable de ellos.
—¿Y ellos no tienen opinión? —Itaria sabía que era egoísta al pedirles ayuda, al pedirles que pusieran sus vidas en peligro por ella, pero en ese momento le daba igual. Solo pensaba que Mina seguía estando en manos de la Reina y debía ayudarla como fuera.
—Laina, estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo entre todos —intervino Rhys de pronto, levantándose también y poniéndose a su altura. Sin darse cuenta, se había ido acercando a la hoguera; Laina había hecho lo mismo y ahora apenas las separaba un metro de distancia.
—Rhys, aquí mando yo, lo sabes. De normal, siempre os dejo participar en mis decisiones, pero esta vez es distinta. —Laina volvió a dirigirse a ella—. Mañana te quiero fuera del campamento. Sin excusas.
Después se marchó. Dio media vuelta y se internó en el bosque los rodeaba, como si deseara apartarse de ella, de todos, para que no intentaran convencerla.
Itaria se tambaleó hasta sentarse en el tronco de nuevo y se pasó las manos por el rostro sudoroso. Entre el enfado y haber estado tan cerca de la hoguera, había terminado sofocada. Rhys, en cambio, no se sentó y su mirada siguió fija en el sitio por el que había desaparecido Laina.
—Itaria, quédate aquí. Vuelvo enseguida.
No le dio tiempo a contestar, porque Rhys echó a correr tras Laina, pero por el acerado todo de su voz supuso que la cosa iba a terminar en discusión. Lo único que lamentaba era que fuera por su culpa.
—¡Laina! ¡Laina! —exclamó en mitad de la oscuridad de un bosque rebelde. Rhys avanzaba a tientas, enganchándose con los zarcillos y arbustos en la ropa y tropezando con las raíces sobresalientes. Una vez casi chocó la cabeza contra una rama baja; logró ver la forma difusa y esquivarla por los pelos.
Veía a Laina a lo lejos, avanzando a paso vivo mientras esquivaba los obstáculos con una facilidad que rayaba lo insultante. Prácticamente corriendo tras ella, Rhys se tropezó con una rama semienterrada y cayó al suelo. Paró la caída con las manos, pero eso no evitó el duro golpe en las rodillas; apretó los dientes con fuerza, tratando de no soltar ningún grito de dolor, pero de sus labios se escapó un gemido al intentar levantarse. Le escocían las manos por las raspaduras, se había clavado los anillos contra la piel y estaba seguro de que se le había roto el pantalón a la altura de las rodillas.
Cojeó hasta apoyarse en el tronco de un árbol y se pasó los dedos sucios por la rodilla derecha, la que más le dolía; notó la piel húmeda y supo que se había hecho sangre.
—¿Estás bien? —escuchó decir a la voz de Laina, aunque no la viera. Había una pizca de remordimiento en ella mezclado con un extraño eco que Rhys reconoció bien, aunque se abstuvo de hacer ningún comentario.
—Sí, no es nada, solo unos raspones. Escuecen más que otra cosa.
Hubo un ligero silencio que se vio interrumpido de nuevo por Laina.
—Deja que te ayude.
Sintió más que vio la presencia de la mujer a su lado. Un líquido tan frío como el hielo puro le rozó la rodilla magullada e, instantes después, el dolor disminuyó. Después hizo lo mismo con las heridas de sus manos y si no hubiera sido por el desgarrón del pantalón y las manchas de sangre en su piel, nadie hubiera dicho que acababa de caerse.
—Agua de Muertos. ¿Le has robado a mi madre? —inquirió divertido a la vez que se apartaba del árbol. Poco a poco, Laina iba regresando a ese mundo y su cuerpo se iba haciendo visible. Había entrado en el estado de Sombra, algo que solo le ocurría cuando estaba muy alterada: lo normal era que Laina jamás entrara en el tercer plano y que solo jugara con su forma humana y su forma primaria.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos mientras la mujer seguía revirtiendo su forma. Su cuerpo casi volvía a ser visible y palpable cuando Rhys carraspeó para llamar su atención.
—¿En serio vas a negarte a ayudarla? Le diste tu palabra de que estaríamos a su lado, Laina. No me parece justo dejarla tirada ahora, débil por los efectos de las Llamas y siendo perseguida. Además, está asustada y sola.
—Mañana estará totalmente recuperada y justo porque la están persiguiendo es por lo que debemos alejarnos de ella. En cuanto a lo otro, lo siento mucho por ella, pero me niego a arriesgar vuestras vidas y la mía por alguien a quien acabo de conocer. —Las palabras de Laina sonaban a sentencia, pero Rhys se negó a aceptarlo. ¿Dónde estaría él si dejara de luchar a la primera de cambio?
—¿Qué es lo que ha pasado, Laina? No lo entiendo y quiero que me lo expliques. Cuando estábamos sacando a Itaria de Koya parecías convencida de ayudarla y ha sido irte un momento y cambiar de opinión. ¿Has hablado con alguien?, ¿has descubierto algo?
—Sí —respondió secamente. Después de unos segundos, continuó hablando—: Ceoren me mandó un mensaje, por eso me marché corriendo antes, para leerlo. Myca Crest tiene a todos sus brujos cazarrecompensas buscando a esa niña.
—¡Con más motivo para ayudarla! ¡Le van a dar caza!
—No, Rhys, es justo el momento de ponerse a un lado y no luchar en las batallas de los demás. Se vienen tiempos malos y... —Laina iba a decir algo, pero se detuvo y negó con la cabeza—. Olvídalo, solo recuerda que, si quieres sobrevivir, debes ser inteligente y saber cuándo actuar y cuándo alejarte.
—Eso hacen los cobardes —siseó Rhys, incapaz de creer que Laina dijera eso. Sabía que ella jamás se precipitaba al tomar una decisión, que cada acción que llevaba a cabo estaba debidamente calculada y analizada y que jamás se dejaba llevar por sus emociones; pero Rhys había esperado un poco de compasión por su parte.
—No, Rhys, eso hacen los astutos y los cautos. Y créeme, los valientes son los que se van a la tumba primero, no seas tú uno de ellos. —Le puso una mano enguantada en cuero en el hombro y le dio un ligero apretón antes de alejarse, no hacia el campamento, sino en dirección contraria.
Rhys se quedó solo, escuchando los pasos de Laina que cada vez se alejaban más de él; en el lado opuesto, entre las ramas y los arbustos, se veía un pequeño punto de luz que resplandecía en medio de la oscuridad. Suspirando, se dirigió hacia allí, lamentándose por no haber logrado nada.
Rhys no tardó mucho en volver, pero al estar sola se le hizo eterno. A pesar de que el elixir que le había dado Laina le había ayudado a encontrarse mejor, ahora estaba terriblemente cansada y no dejaba de bostezar. El movimiento hipnótico de las llamas tampoco le ayudaba mucho; su mirada se quedó perdida entre los remolinos de humo que ascendían hacia el cielo nocturno, el fuego y la madera crepitando y lanzando chispitas que se apagaban casi al instante.
Esas llamas, aunque no tuvieran nada que ver, despertaron en su memoria la visión que había tenido. Por alguna razón se había quedado grabada en su mente aun cuando no recordara absolutamente nada de cómo había llegado hasta allí.
La visión había sido muy confusa. Primero había visto su torre y después un vacío oscuro se la había tragado. Por mucho que le diera vueltas, no era capaz de entender lo que significaba.
Unos pasos la sacaron de sus pensamientos y al alzar la mirada descubrió a Rhys acercándose a ella con zancadas furiosas. Iba mascullando algo. Cuando estuvo más cerca y pudo verlo bien, Itaria se levantó de un salto.
—¡Estás herido! —exclamó al ver el desgarrón de sus pantalones; el carmesí de la sangre destacaba con furia contra su blanca piel.
—Oh, no te preocupes, ya estoy curado —le aseguró con una sonrisa que contradecía el mal humor que había tenido instantes antes. Como para que se lo creyera, se agachó y se apartó la tela desgarrada para que viera su rodilla.
Había sangre, pero no había ninguna herida, aunque tenía la piel manchada de tierra, al igual que las manos.
Rhys pareció darse cuenta de lo que estaba mirando, porque se acercó a su tienda —o a la que Itaria pensaba que sería su tienda—, y desapareció allí unos minutos. Cuando regresó tenías las manos limpias y se había cambiado de pantalones por unos idénticos; solo se dio cuenta porque no estaban rotos.
Itaria se había vuelto a sentar y esperó paciente a que Rhys le contara algo de lo que había ocurrido cuando había ido a buscar a Laina. Sin embargo, él parecía absorto en las llamas de la hoguera y no pronunció ninguna palabra hasta que Itaria, muerta de impaciencia, carraspeó para llamar su atención.
—Rhys... ¿Laina me ayudará? —Su voz tembló. Tenía miedo de la respuesta. De cualquiera de las dos respuestas que le pudiera dar. Solo esperaba un no o un sí.
—Laina no. —A Itaria se le cayó el alma al suelo y tuvo que apartar la mirada de Rhys, que se había vuelto hacia ella y había clavado sus ojos marrones en los suyos—. Pero yo sí —sentenció con fuerza.
Itaria no se lo creyó. Volvió a mirar a Rhys.
—Es... ¿es en serio? —La voz apenas le salía. Tenía un nudo de emoción y lágrimas que le oprimía la garganta.
—Sí, es en serio. —Hizo un pequeño silencio antes de añadir—: Será mejor que nos vayamos a dormir. Mañana saldremos temprano.
Y se levantó, marchándose después de darle las buenas noches. Itaria habría querido abrazarle con fuerza, besarle toda la cara y darle las mil gracias de pura felicidad, pero estaba tan paralizada por la noticia que no se había podido mover y había respondido a Rhys con un débil «buenas noches» que ni siquiera estaba segura de que hubiera escuchado.
Todavía aturdida, Itaria caminó hasta su tienda. Se cubrió con las mantas y, unos segundos más tarde, empezó a llorar. Al principio fue un sollozo quedo, un grito de dolor que se quedó encajado en su garganta que después se convirtió en una cascada silenciosa de pura felicidad.
Iba a encontrar a Mina. Debía tener esperanza, era lo único que le quedaba.
Cerró los ojos y trató de dormir. Necesitaría fuerzas para lo que se avecinaba.
La mañana había llegado antes de lo que Itaria habría deseado. Estaba tan cansada que se había dormido muy rápido, pero cuando abrió los ojos y vio que ya era de día, seguía estando agotada. Quería seguir durmiendo, pero al otro lado de la tienda escuchó el sonido de voces y entre ellas reconoció la de Rhys. Estaba ya despierto y se suponía que debían marcharse pronto, mientras que ella seguía durmiendo aun cuando debería estar ayudándolo.
Al final se impusieron los deberes por encima del placer. Mascullando improperios, Itaria gateó hasta la entrada bostezando y apartó la fina tela que la separaba del mundo.
El mundo la recibió dejándola ciega.
—¡Buenos días! —la saludó alegremente Rhys, aunque Itaria solo pudo escuchar su voz.
Necesitó un par de parpadeos para que sus ojos se acostumbraran a la intensa luz del sol de la mañana. El campamento estaba casi igual que la noche anterior, solo que con más actividad. Los dos hermanos estaban vigilando cada uno a un extremo, mientras que Rhys estaba inclinado cerca la hoguera, tostando rebanadas de pan. De Laina no había ni rastro.
El chico le dirigió una sonrisa cuando se acercó y se sentó en un tronco.
—Huele bien. —Su estómago rugió un instante después, como para confirmar sus palabras.
—Va a ser un desayuno sencillo, espero que no te importe. No he querido ponerme a hacer algo más elaborado cuando tenemos poco tiempo.
—¿Saldremos pronto? —preguntó ella, echando de menos haber sacado una manta de la tienda. La mañana había resultado ser fría y soplaba una brisa también fría que se colaba por sus mangas y por la parte baja de su camisa y la helaba. Se abrazó el cuerpo con los brazos al mismo tiempo que se acercaba un poco más hacia la hoguera, buscando su calor.
—Nos iremos en cuanto terminemos de recoger. Desayunaremos rápido y nos pondremos a ello enseguida.
Rhys parecía muy tranquilo, como si la perspectiva de tener que dejar a sus compañeros por su culpa no lo molestara. Si Itaria estuviera en su situación, estaba segura de que ya habría soltado mil maldiciones y se habría arrepentido de haber aceptado; no era tan abnegada como Rhys ni mucho menos.
Una parte de ella quería hablar a solas con él y asegurarle que no era necesario que la ayudara, mientras que otra parte le gritaba para que se estuviera quieta y le recordaba que iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir para salvar a Mina. O al menos intentarlo.
—Toma, come un poco. Y ahora te buscaré algo para que te tapes: estás helada —le dijo al tiempo que ponía entre sus manos un plato lleno de pan de semillas untado en mantequilla, una naranja cortada en trocitos y dispuesta con cuidado y unas lonchas de jamón enrolladas a su lado. Itaria ni siquiera se había dado cuenta de que Rhys estaba haciendo todo eso para ella. Iba a darle las gracias, pero el chico ya se había levantado y había desaparecido en una de las tiendas; regresó segundos después con una manta gruesa que le echó encima de los hombros y siguió preparando el que Itaria supuso sería su desayuno.
—Muchas gracias, Rhys. Aunque no era necesario todo esto.
—¿Todo el qué?
—Todo. —Había dejado el plato en su regazo para tener las manos libres y usó una de ellas para señalar la comida y la manta—. Y tampoco era necesario que aceptaras acompañarme, Rhys. De verdad que, si me dices ahora que prefieres no venir, jamás me enfadaría. Tienes todo el derecho del mundo a no querer meterte en este suicidio.
—Soy hijo de Enna. La muerte y yo estamos acostumbrados a vernos las caras. —Rhys se levantó con su propio plato entre las manos y se sentó en el suelo, cerca de ella; estiró las piernas, buscando el calor reconfortante de las llamas y empezó a comer con ansias.
De vez en cuando le dirigía una mirada y sonreía para después seguir comiendo, contemplando la hoguera con una alegría que ella no entendía. Itaria intentó comer, pero solo logró picotear aquí y allá. Aunque debía estar deliciosa, la comida le sabía a ceniza en la boca y era incapaz de tragar nada, como si tuviera un nudo en la garganta que le impedía comer y hasta respirar.
Sabía que el nudo era de preocupación: preocupación por Mina, por Ceoren, por sí misma. Pero ahora también por miedo a estar embarcando a Rhys a un destino inseguro y posiblemente mortal. Nunca se perdonaría si le llegara a pasar algo. Sería culpa suya, al fin y al cabo, él no se habría metido en esa locura si ella no se lo hubiera pedido.
Terminaron de desayunar (Rhys la obligó a comer con la excusa de que no quería que desfalleciera en mitad del camino) y se pusieron a recoger las tiendas y todo lo que debían llevarse. No era mucho, pero cuando tuvieron que cargar cada uno con una mochila a la espalda a Itaria se le hizo un mundo.
—¿Dónde vamos? —le preguntó a Rhys una vez se despidieron de todos. Laina había aparecido a última hora para tan solo dirigirles un corto movimiento de cabeza antes de meterse en su tienda. Elden y Druse habían sido algo más efusivos, aunque no mucho más. Elden les había advertido de que fueran con cuidado y le había recordado a Rhys que pidiera ayuda si llegaran a necesitarla. Ojalá no fuera así, pero era mejor saber que contarían con un refugio si algo no iba bien.
—Nos dirigiremos primero a Koya. Quiero revisar bien la casa dónde os quedasteis esa noche.
—¿Por qué? No tenía nada especial.
—Mmmm, no lo tengo tan claro. Había... algo. No sé cómo explicarlo, pero en esa casa había un aura, muy tenue, pero un aura. —Hablaban y caminaban a la vez. El peso de la mochila en la espalda empezaba a molestarle a pesar de que solo llevaban unos pocos cientos de pasos.
También le resultaba extraña la idea de no ser ella la que dirigía. Durante el viaje con Mina, Itaria había llevado la voz cantante y ahora era Rhys la que la conducía. Aunque viendo como había terminado todo, tal vez fuera mejor así. Itaria conocía demasiado poco aquel mundo mientras que Rhys parecía acostumbrado a pateárselo de un lado a otro.
—No sentí nada cuando estuvimos dentro. —Pero también era cierto que detectar auras no era precisamente su fuerte. Era una de las pocas cosas que podía hacer, pero como casi todo lo que no tuviera que ver con sus propios poderes de Guardiana, los resultados que obtenía eran débiles y prácticamente ridículos. Un brujo bebé seguro podría hacer más cosas que ella.
—De todas formas, no vamos solo para buscar esa aura, sino también para ver si podemos averiguar algo más sobre ese monstruo. Cuéntame cosas. ¿Cómo era?
—Se parecía a un águila muy grande, dorada. Era muy fuerte, destrozó mi escudo de protección con mucha facilidad, como si estuviera atravesando una barrera de agua y no de energía. En cambio, a mí, al destruirlo, fue como si me hubiera pegado una paliza: me quedé sin aire y no podía respirar.
—Fue un roc, seguro. Son aves muy fuertes, no muy inteligentes, pero que cumplen bien las órdenes. En realidad, no me extraña que la Reina haya mandado a un roc. Tiene a todo un ejército de esas bestias capaz de cubrir todo el Condado de Ilynn.
—¿El Condado de Ilynn? —inquirió Itaria, frunciendo el ceño. Estaba segura de que jamás había escuchado ese nombre y tampoco recordaba haberlo visto en ningún mapa.
—Oh, perdón. —Rhys, que iba delante de ella marcando el ritmo, se detuvo y se giró con la disculpa grabada en el rostro—. El Condado de Ilynn se fundó hace apenas cincuenta años. Está al sur, entre la Bahía Azul y las Montañas de Fuego y al oeste de Arcaea.
Itaria asintió, guardado ese trocito de información en su memoria. El mundo había cambiado tanto...
Llegaron a la ciudad una media hora más tarde. El viento soplaba cada vez con más fuerza y arrastraba hojas y ramitas pequeñas que se enganchaban en su pelo y se lo alborotaba. Al llegar por fin a Koya, prácticamente corrieron para llegar a la casa. Soltaron las mochilas con alivio y se pusieron manos a la obra.
—Quiero ver sobre todo si podemos lograr ver el recorrido que hizo el roc al salir de aquí —le contó Rhys mientras caminaban hasta el salón en el que habían encontrado a Itaria. Le dolía la espalda entera por el peso de la mochila y estaba fatigada por la caminata, pero el entusiasmo de Rhys parecía revitalizarla. Él creía firmemente que iban a encontrar algo, aunque fuera una mínima pista, que pudiera llevarlos hasta Mina y esa seguridad se la contagiaba a ella. Y eso era justo lo que necesitaba: seguridad de que todo iría bien, de que lo lograrían.
Todo seguía igual, con las ventanas destrozadas y los cristales desperdigados por el suelo, iluminados con suavidad por el sol que entraba a raudales por el hueco que habían dejado. Con cuidado de no cortarse, Rhys y ella avanzaron hasta llegar al jardín. Allí, Rhys sacó un botecito de un bolsillo de su guardapolvo y, acuclillándose, lo derramó sobre la piedra: era un líquido morado brillante que, unos segundos después, se convirtió en un humo violeta claro que se fue esparciendo por todas partes. Itaria retrocedió unos pasos al ver que se acercaba a ella, pero Rhys la tranquilizó rápidamente.
—Solo nos mostrará los rastros de las auras de todos los que han estado aquí, no te preocupes. —Se sacudió las manos al mismo tiempo que se levantaba. A su alrededor el humo iba expandiéndose, aunque Itaria no encontraba nada extraño en el ambiente—. Tendremos que esperar, así que, ¿por qué no me cuentas lo que viste en las Llamas?
—¿Por qué?, ¿tienes curiosidad? —Itaria estaba más que dispuesta a confiar en Rhys, pero la parte más incrédula de ella le decía que fuera cuidadosa. La había ayudado mucho, pero eso no significaba que no pudiera traicionarla de repente.
—Desconfías de mí todavía, ¿verdad? —Soltó una carcajada rápida y no libre de acidez—. Es normal, no voy a juzgarte por eso. Después de todo lo que te ha ocurrido me sorprendería que no desconfiaras de mí. Pero —se acercó más a ella, con las manos en los bolsillos del pantalón en una actitud indolente—, si te sirve de algo, te diré que quiero ser de ayuda.
—¿En qué podría ayudarme que te contara lo que vi? ¿Ahora eres un oniromante? Creía que no la oniromancia no funciona.
—Y no funciona. Nunca te fíes de alguien que te dice que puede leerte los sueños y predecir tu futuro, porque es imposible, al menos para los humanos.
—No termino de entender esta conversación, entonces. —Itaria se cruzó de brazos, esperando una respuesta que no fueran tonterías. Todo el mundo sabía (incluso en su época), que la oniromancia era una farsa.
—Los hijos de Enna tenemos una relación... extraña, por así decirlo, con los sueños. Nos indican cosas, caminos, destinos. Fue así cómo te encontré. Cuando compartimos ese sueño, para mí fue algo más que un sueño. Me dijo hacia dónde debía dirigirme.
—Hacia mí —sentenció Itaria. Dioses, que raro era todo. ¿Por qué alguien habría querido que fuera Rhys específicamente quien la ayudara?, ¿estaba destinado que se encontraran por alguna razón?
Rhys asintió con la cabeza y después dijo:
—Venga, cuéntame lo que te mostró las Llamas e intentaremos descifrar a esas malditas.
Itaria lo contempló unos segundos a través de la niebla violeta que los había rodeado por todas partes. Veía a Rhys difuminado, pero aun así distinguía su sonrisa ladeada, el cabello que le caía sobre la frente y su postura relajada, todo lo contrario a la suya, que estaba tensa como un palo. Al final no le quedó otra que soltar un suspiro y asentir.
—No vi mucho —admitió—. Al principio vi la torre en la que he estado todos estos años, pero después pensé que no había enfocado bien mi pregunta y todo cambió a...
—¿A qué cambió? —insistió al ver que Itaria no seguía hablado.
—A la nada. No había nada, solo el vacío.
Rhys se removió incómodo y se apartó unos pasos de ella. Le dirigió varias miradas de arriba abajo y fue como si la viera por primera vez; algo en sus ojos marrones cambió, oscureciéndose al tiempo que tragaba saliva con fuerza.
—Ya —fue lo único que acertó a decir. Después negó con la cabeza, pero ya no volvió a mirarla a los ojos—. Será mejor que veamos si encontramos un rastro, ya debe haber hecho el efecto necesario.
Itaria alargó una mano para detener a Rhys, pero no sirvió de nada; la manga del chico se le escurrió de los dedos cuando él caminó hacia el interior de la casa pisando sin cuidado los cristales, que crujieron bajo su bota. Ella se quedó unos instantes ahí, sola, viendo como su figura se desvanecía con cada paso y sin entender lo que había pasado. ¿Era malo lo que le había contado? Ella había supuesto que significaba que Mina todavía no había alcanzado el lugar donde estaba la Reina y que por eso las Llamas no habían podido darle un destino, pero ¿y si en realidad le estaban diciendo que Mina ya había muerto? No, se dijo a sí misma. Rhys no continuaría con esa búsqueda si creyera que su hermana hubiera muerto. Se aferró a esa idea con todas sus fuerzas y siguió al chico hacia el interior.
Lo encontró en seguida. Estaba parado, girando sobre sus talones con la mirada hacia el techo y el ceño fruncido.
—No veo nada —le dijo después de unos minutos de angustioso silencio. Itaria no era capaz de ver nada, si es que había algo que ver. Al final, Rhys suspiró y negó con la cabeza, decepcionado. Se frotó los ojos con cansancio y añadió—: No ha servido para nada. El roc debía estar protegido contra hechizos de rastreo, porque las únicas auras que soy capaz de distinguir son las nuestras. La de tu hermana se desvanece en el momento en el que, supongo, el roc la alcanzó y ya no vuelve a aparecer.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —Itaria no estaba acostumbrada a no saber qué hacer y ahora era lo único que tenía claro: que no tenía ni idea de nada.
—Podemos buscarla de más formas, por supuesto, aunque supongo que tendremos que descartar cualquier hechizo de rastreo. No sé por qué se me ha ocurrido esto, era obvio que Myca Crest le habría puesto un hechizo al roc para evitar que lo rastrearan. Pero estaba tan seguro...
Rhys volvió a frotarse los ojos y se pellizcó el puente de la nariz. Itaria le puso una mano en el hombro y lo acarició con suavidad. Rhys alzó su propia mano y la puso encima de la suya; se sostuvieron así durante apenas un minuto, pero que a Itaria se le hizo muy corto. No entendía cómo había podido desconfiar de él, no cuando todo Rhys le provocaba una sensación de seguridad que ni siquiera Ceoren o su padre habían sido capaces de proporcionarle.
—Bueno, pongámonos en marcha —sentenció Rhys al final, separándose de nuevo. Todavía no la había vuelto a mirar a los ojos, pero Itaria ya no lo notaba tan tenso. Como si hubiera escuchado a Rhys, la niebla violeta fue deshaciéndose hasta que no quedó ni rastro—. Usaremos todas las herramientas que tengamos para encontrar a tu hermana, te lo prometo. Lo que no sé es si será seguro para ti. Eres una Guardiana y Myca va buscándoos como un perro de caza. Tal vez no sea...
—Me da igual —le interrumpió Itaria de una forma un poco brusca. Se arrepintió al instante al ver el rostro confuso de Rhys y añadió—: Ahora mismo me importa más Mina que mi seguridad.
—Si te cogen no podrás ayudarla.
—Seré cuidadosa, pero me niego a permanecer escondida por miedo a Myca Crest. —Itaria alzó la barbilla y dio por terminada la conversación.
Rhys alzó las manos en señal de rendición y volvió a sonreír. El chico se giró y empezó a dirigirse hacia la salida, donde tenían las mochilas, cuando a Itaria le sobrevino una duda.
—¡Rhys! —El chico se detuvo y apenas giró el rostro hacia ella, lo suficiente para que pudiera verle la mitad de la cara—. Contéstame a una pregunta. ¿Por qué te tomas tan a pecho la búsqueda de Mina? Es mi hermana, no la tuya, no la conoces de nada. Y dicho sea de paso tampoco a mí.
A Rhys le costó unos segundos contestar, unos segundos en los que el silencio colgó a su alrededor expectante.
—Bueno —dijo al fin—, digamos que la Muerte busca a la Muerte y la ayuda.
—Y la Muerte acaba con la Vida.
—Tranquila —le dijo sonriendo ampliamente—, hace mucho que no mato.
Y como si esa frase no significara nada, Rhys giró el rostro y siguió caminando, con las manos en los bolsillos.
Dioses, Rhys la desconcertaba de una forma horrible. Pero Itaria estaba dispuesta a entenderlo, aunque le fuera la vida en ello.
Dos semanas más tarde...
Decir que la búsqueda de Mina había ido mal era quedarse cortos. Muy cortos.
Era como si Mina hubiera desaparecido, como si se hubiera desvanecido de la faz de la tierra sin dejar ni un solo rastro, ni una sola marca en el mundo y ahora solo viviera en los recuerdos de Itaria, hasta el punto de que a veces le hacía replantearse su propia cordura.
Esa mañana, Rhys había decidido mandarle un mensaje a Laina para que se reuniera con ellos en una cueva que conocían cercana al pueblo de Myria y ahora estaban esperando a que les respondieran, aunque la espera se les estaba haciendo eterna. Si a la mañana siguiente no recibían contestación se pondrían en marcha de igual forma, pero ese día lo habían usado para reponerse de provisiones y descansar un poco.
En ese momento era de noche y se encontraban en algún lugar en la frontera entre Lorea y el Condado de Ilynn. En la época de Itaria, Lorea había sido un reino minúsculo, arrinconado contra las costas oeste de Sarath por el Reino de Etrye y asfixiado por el sur por el Reino de Nujal. Ahora, desde la desaparición de su reino, se había expandido, haciéndose dueño de todo el territorio que antes había pertenecido a Etrye y convirtiéndose en el país más grande de Sarath. Rhys iba poniéndola al día mientras caminaban siguiendo la pista de Mina, o al menos Itaria rezaba para estar siguiendo a Mina y no a cualquier otra cosa.
Las largas conversaciones sobre el mundo la distraían de todo lo demás y la ayudaban a enfocarse, a dejar de imaginar tétricas situaciones en las que Mina, Rhys y ella misma morían a manos de Myca Crest después de ser torturados. Sin embargo, por la noche no podía estar también alerta, y en cuanto se dormía, su mente se llenaba de esas imágenes que durante el día tanto se esforzaba en bloquear. Más de una vez se despertó en mitad de la noche gritando, sudando, con las mantas enrolladas entorno al cuello o alrededor de su cuerpo, aprisionándola; se movía tanto durante sus pesadillas que se asfixiaba a sí misma.
Rhys siempre acudía corriendo; la primera vez había pensado que la estaban atacando, hasta que la vio temblando en el interior de su tienda, abrazándose las rodillas y con el rostro hundido entre ellas. La había consolado durante el resto de la noche y al final consiguió convencerla para que durmiera un poco. No supo si fue la sensación de protección que le dio tenerlo a su lado o el qué, pero esa noche no tuvo más pesadillas.
Desde ese día, se había impuesto en ellos una especie de ritual antes de dormir. Como en ese momento.
Estaban alrededor de la pequeña hoguera que habían encendido. Acababan de cenar lo que les quedaba de la carne que Rhys había comprado esa misma mañana cuando pasaron por un pueblo. Cansada por la larga caminata, con el estómago lleno y con una manta gruesa cubriéndola y dándole calor, Itaria se sentía cada vez más amodorrada y sus ojos se cerraban constantemente, amenazando con dormirse. A su lado estaba Rhys, con las piernas estiradas frente a él; ambos estaban envueltos en la misma manta y a Itaria le gustaba descansar la cabeza en el hombro de Rhys que le acariciaba las manos por debajo de la manta de forma distraída. Trazaba círculos concéntricos con sus pulgares, con la mirada fija en las llamas como si estuviera tratando de sacarle todos sus secretos. Cuando Rhys ponía aquella cara de concentración nunca se le ocurría distraerlo. Aunque fuera solo porque le gustaba mirarlo cuando sabía que él no se daba cuenta.
Además de no encontrar nada sobre Mina, las últimas dos semanas habían sido también... raras para ellos dos. Tal vez fuera el estrés, el tener que compartir un espacio tan reducido dentro de la tienda de Itaria o saber por qué, pero se habían ido acercando. No era nada, se decía ella constantemente, pero en seguida se veía buscando a Rhys con la mirada y muchas veces lo había pillado mirándola a su vez; el chico siempre apartaba los ojos, avergonzado y con las mejillas rojas, pero de poco servía porque, a los pocos minutos, volvían a empezar con ese juego de miradas furtivas hasta que uno de ellos cazaba al otro.
Sin poder evitarlo, Itaria lo comparó con su prometido. Su padre lo había elegido para ella cuando apenas tenía quince años, el hijo de uno de los nobles más poderosos de Etrye para ponérselo a su favor. Cuando se conocieron, Itaria se había dejado cegar por su rostro encantador y sus modales educados, pero con el pasar de los meses había encontrado más y más cosas que le desagradaban de él. Nunca se había portado mal con ella, pero Itaria había comprendido que no estaba enamorada de él y que jamás lo estaría.
En cambio, con Rhys... «No me estoy enamorando —interrumpió a sus propios pensamientos—. Solo es un chico guapo y amable al que le estoy cogiendo cariño. Bueno, tal vez me gusta un poco», tuvo que admitir al final, con el rostro rojo de la vergüenza, aunque tan solo lo había pensado; no quería ni imaginarse cómo se habría puesto si lo hubiera dicho en voz alta. Sí, solo le gustaba. ¿Tan malo era eso? Si hubiera sido años atrás, Itaria habría tenido que esconderse tan solo para ver a Rhys, pero ahora ya no era princesa, su reino no existía y no era nadie en ese mundo. Por primera vez, vio la libertad que había ganado. «Pero a costa de la vida de mi padre, de toda la gente que se suponía debía cuidar». Una parte de ella se sentía horrible por pensar así; pero otra parte sentía la felicidad y las alas de libertad que tenía ahora, a pesar de que seguramente se pasaría el resto de sus días huyendo de Myca Crest. Podría ir a donde quisiera, hablar con quien quisiera, enamorarse de quien quisiera.
Siendo princesa había estado siempre rodeada de criadas y damas de compañía mucho mayores que ella, algunas habían tenido la edad suficiente para ser su abuela y nunca la dejaban sola. Ni para dormir, ni para pasear por el jardín, ni siquiera para bañarse. Espantaban a cualquier persona que se quisiera acercar a Itaria y que consideraran inadecuada, sobre todo a los hombres. Solo se había librado de ellas al entrar en la torre, y porque Ceoren se había negado a tenerlas allí de una forma tan rotunda que su padre no pudo hacer nada para contradecirla.
Itaria contempló a Rhys unos instantes, la piel encendida por el fuego, los ojos brillantes y una ligerísima sonrisa en los labios; sentía su calor a través de la ropa y escuchaba perfectamente el sonido de su respiración mientras seguía acariciándole las manos y las muñecas con suavidad. Sus damas de compañía jamás habrían permitido que alguien como Rhys —sin título nobiliario, sin riqueza, sin más nombre que el que le habían dado al nacer—, se acercara a ella. Tal vez solo se conocieran de dos semanas y tal vez solo le gustara, pero...
—Estás muy silenciosa —susurró Rhys de repente, girando el rostro hacia ella lo suficiente como para verla. La piel de su mejilla le rozó la nariz y le hizo cosquillas. El cosquilleo le atravesó el cuerpo entero como una corriente eléctrica, desde la cabeza a los pies; casi sin darse cuenta, Itaria sonrió y se mordió un poco la esquina del labio.
—Estoy cansada, solo eso. —Itaria se apretó más contra él, buscando su calor. De repente había tenido un escalofrío que no ha tenido nada que ver con las sensaciones que Rhys provocaba en ella. Notaba una sensación extraña, como si tuviera un par de ojos puestos en la nuca y no apartaran la mirada de ella. Se removió inquieta; ahora ya no se encontraba cómoda en ninguna postura.
—¿Estás segura de que estás bien? —le preguntó Rhys al mismo tiempo que se movía para verla mejor. O al menos eso pensaba ella hasta que notó como las manos del chico se apartaban de las suyas y buscaban el arsenal de cuchillos que había escondido debajo de la manta, justo entre ellos. «Sigue fingiendo —vocalizó sin llegar a emitir palabra alguna».
—Sí, tan solo me duele la cabeza. No te preocupes.
—¿Y si nos vamos a dormir? —Rhys alcanzó los cuchillos en el mismo instante en el que Itaria escuchó un sonoro crujido que provenía de los alrededores del campamento. Itaria quería levantarse de un salto y enfrentarse ya a quien fuera que los estuviera vigilando, pero Rhys la detuvo con una mirada severa y agarrándola por la muñeca con fuerza antes siquiera de que moviera un solo músculo, como si le hubiera leído la mente.
Cuando Rhys hizo el amago de ir a levantarse, un crujido todavía más fuerte que el anterior los sacudió y, antes de que pudiera procesarlo, una llamarada de fuego se estampó a apenas unos centímetros de ella.
Itaria se levantó a toda prisa, al igual que Rhys, que ya estaba lanzando cuchillos al aire. Ella no sabía cómo reaccionar.
Tres brujos aparecieron de entre las sombras; habían usado hechizos de camuflaje para fundirse con el paisaje de alrededor. ¿Cuánto tiempo llevarían allí, agazapados, esperando? Eran dos hombres y una mujer. Los hombres iban encapuchados y embozados, mientras que la mujer apenas se cubría la cabeza con una capucha. Itaria pudo verle el rostro, la piel pálida y los ojos de un tono muy extraño de gris, casi blanquecino. Daba miedo.
Itaria no pudo detenerse más en ellos, porque siguieron atacándolos. Rhys se había puesto delante de ella y seguía lanzando cuchillos intercalados por ramalazos de humo plateado que se extendía creando verdaderas nieblas que apenas le permitía ver.
«Tengo que hacer algo—se dijo a sí misma». Pero no lograba hacer que sus manos reaccionaran. Hacía tanto tiempo que no luchaba, que ni siquiera entrenaba, que ahora no sabía cómo actuar.
—¡Itaria! ¡Necesito que me ayudes! —le gritó Rhys desesperado; giró el rostro hacia ella y no vio cómo la bruja le lanzaba una oleada de punta de hierro.
—¡Cuidado! —exclamó ella. Se lanzó para apartar a Rhys, pero llegó tarde. El fuego impactó en el pecho del chico y lo mandó al suelo de espalda gritando de dolor.
Itaria se agachó a su lado a toda prisa y puso las manos encima de su torso; lo notó húmedo y cuando levantó las manos las vio llenas de sangre. La camisa de Rhys estaba toda desgarrada, empapada en sangre; las puntas que le había lanzado habían desaparecido al estrellarse contra su pecho.
Los brujos seguían atacándolos y como si una descarga eléctrica atravesara su cuerpo, Itaria se puso en pie y extendió los brazos a los lados de su cuerpo, con las palmas hacia abajo. Nunca había invocado fuegos fatuos de manera consciente, siempre había sido por error, así que en realidad no tenía ni idea de cómo lo iba a conseguir. Sin embargo, su cuerpo parecía llevarla a ella y se dejó hacer.
Notó un temblor en la tierra que se fue in crescendo hasta que el mismo suelo bajo sus pies se agrietó; de los cortes en la tierra salieron pequeñas bolas de luz que al instante se lanzaron contra los brujos que, desprevenidos, no llegaron a alzar un escudo adecuado. Los fuegos fatuos los golpearon uno detrás del otro. El sudor corría por su frente y caía a sus ojos, pero por mucho que quería secárselo, no podía apartar las manos del frente. Sus piernas empezaron a temblar por el esfuerzo y pronto apenas la sostenían; todo su cuerpo se sacudía casi en espasmos que ella no podía controlar. Sabía que estaba usando demasiado sus poderes, que no estaba acostumbrada, que debía parar. Pero no podía. No podía permitir que a Rhys le hicieran más daño, no podía permitir que se la llevaran y la entregaran a la Reina como un regalo de cumpleaños.
Así que afianzó los pies al suelo lleno de grietas, cogió aire con fuerza y apretó los dientes con tanta fuerza que empezó a dolerle la mandíbula. Los brujos parecían estar pasándolo mal con los fuegos fatuos y seguían luchando contra ellos al mismo tiempo que intentaban formar los escudos protectores. No eran muy fuertes, o al menos eso le parecía a ella.
—Itaria, apártate —escuchó que decían detrás de ella de repente. Giró el rostro apenas lo suficiente para ver como Rhys se estaba levantando como bien podía, con una mano sobre el pecho herido. Parecía haber dejado de sangrar, aunque con tan poca luz no podía decirlo con seguridad. Con una rodilla apoyada en el suelo y gesto de dolor, Rhys logró levantarse tambaleándose; tenía muy mala cara.
—¿Qué estás haciendo? ¡No puedes moverte!
—No, lo que no puedo permitir es que te lleven con ellos. Y ahora, ponte detrás de mí —le volvió a ordenar, aunque con tan poca voz que no parecía muy convincente.
Tal vez no tuviera muchas fuerzas, pero cuando Rhys fijó su mirada en ella, Itaria vio la seguridad que había en ellos y también la súplica que le estaba dirigiendo; al final, se retiró unos pasos hasta ponerse tras Rhys, sin dejar de lanzarles fuegos fatuos a los brujos, aunque cada vez tenían menos efecto en ellos. Sus escudos estaban casi completados y los pequeños fuegos se deshacían al golpearse contra las paredes invisibles de estos, explotando en miles de pequeñas chispas ambarinas.
Temblando, Itaria bajó las manos de golpe y, al instante, Rhys alzó las manos y de sus dedos manchados de sangre empezó a salir una extraña sustancia. Negra, aceitosa. Se extendía delante de ellos formando una especie de muro de oscuridad. Hasta que Rhys se las lanzó a los incrédulos brujos e Itaria entendió lo que era. Sombras. Rhys había invocado a medio centenar de Sombras que atacaban a los brujos con tanta fiereza que lo único que podían hacer era manotear al aire y tratar de apartar sus frías manos de ellos mientras las Sombras les absorbían la vida sin piedad.
Rhys empezó a tambalearse.
Su rostro, salpicado de pecas sangrientas, estaba cada vez más pálido; sus manos, extendidas frente a él, empezaban a pesarle demasiado y apenas podía sostenerlas. Itaria le rodeó el cuerpo con los brazos y trató de que no cayera, aunque sabía que pesaba demasiado para que ella pudiera sostenerlo.
—Venga, Rhys, aguanta. Casi hemos ganado —susurró contra su espalda.
—No, no hemos ganado para nada —replicó Rhys.
No supo qué ocurrió, pero de repente, en menos de lo que dura un parpadeo, Itaria se vio tirada en el suelo, con Rhys encima de ella y cientos de destellos de colores volando por encima de sus cabezas. Unos gritos tan agudos que hacían que le dolieran los oídos no dejaban de repetirse hasta que a Itaria le dio ganas de taparse las orejas para dejar de escucharlos.
Sintió un intenso dolor en la cabeza y en la base de la espalda que le hizo lagrimear mientras Rhys se apretujaba más contra su cuerpo. Apenas quedaba un pequeño hueco entre los brazos del chico para ver, pero fue suficiente como para que pudiera contemplar como los brujos se deshacían de las Sombras a base de puro fuego. Al consumirse, las Sombras emitían esos penetrantes aullidos que se colaban en el cerebro de Itaria y le hacían palpitar la cabeza hasta hacerle desear clavarse algo en los oídos para dejar de escucharlos.
Con los ojos lagrimeando por el dolor, Itaria logró entrever como, entre los restos de Sombras que se iban deshaciendo como girones de humo negro, los brujos se reagrupaban y formaban un sólido grupo. Y como, en apenas unos instantes, los tres se bebían idénticos frascos con un líquido rojo y espeso en su interior.
—Tenemos que irnos —escuchó decir a Rhys, sus labios tan cerca de su oído que incluso se asustó. Él también estaba mirando a los brujos y había miedo en su mirada. Itaria no tenía ni idea de qué era lo que se habían bebido, pero Rhys parecía que sí.
Itaria no tenía ni idea de adónde podrían huir cuando, de pronto, notó como el chico le agarraba la mano con fuerza. Lo siguiente que notó fue como si el suelo bajo ella se abriera y cayera a un abismo oscuro y tan frío como si estuviera rodeada de hielo. Cerró los ojos y aguantó la respiración hasta que sus pulmones empezaron a arder; su cabello le azotaba el rostro por el fuerte viento. No quería mirar. No quería saber qué estaba pasando
Tan rápido como habían caído, aterrizaron en algo duro. En los últimos segundos había ido disminuyendo la velocidad de su caída, aunque eso no evitó que sus pies golpearan con mucha fuerza un suelo irregular y duro que le hizo daño en los pies. Itaria notó como sus piernas fallaban y caía al suelo, arrastrando a Rhys tras ella, que cayó casi encima de ella.
Abrió los ojos y lo único que vio fue... gris. Todo su alrededor era gris. El cielo, el suelo y las paredes de dura roca que se elevaban a su alrededor de forma irregular, con alturas diferentes y formando picos dentados que parecían querer perforar el cielo.
Itaria se llevó la mano a la cabeza. Le dolía muchísimo y sentía como le palpitaba al mismo ritmo que su corazón. Pum-pum-pum. Se apretó la sien con fuerza, pero el dolor no parecía querer remitir, sino todo lo contrario. A cada latido de su corazón le dolía más y más y con cada segundo que pasaba se sentía más débil.
—Rhys —consiguió decir con voz tan débil que apenas se escuchó a sí misma—. No me encuentro bien...
Antes de que terminara la frase, Rhys ya estaba frente a ella. Sentía sus manos extremadamente frías palpando su cuello, tocando su frente y sus mejillas; sentía la piel ardiendo, como si tuviera mucha fiebre. Vio puntos negros en los lados de su visión y el rostro preocupado de Rhys antes de que sus ojos se cerraran y dejara de sentir dolor.
No supo cuánto tiempo pasó, pero de repente Itaria se despertó con el corazón latiéndole a mil por hora en el pecho. Tenía la mirada borrosa y le costaba mucho ver; tardó unos segundos en empezar a distinguir lo que tenía alrededor.
—Itaria, ¿cómo te encuentras? —escuchó decir a la voz de Rhys. Su rostro apareció delante de ella al instante, con el rostro lleno de preocupación. Le acarició la mejilla con suavidad.
Quería responderle, pero no podía. Tenía la garganta seca y muy dolorida, como si se hubiera pasado horas gritando. Se puso una mano en la garganta e intentó tragar saliva, pero no pudo. Rhys le dijo que se esperara y regresó poco después con un odre lleno de agua. Si hubiera sido por ella se lo hubiera bebido entero en cuestión de segundos, pero Rhys apenas le dejó dar unos cortos tragos sujetándole la cabeza con mucho cuidado.
—Gracias —logró decir al fin. Tenía la voz muy ronca y la garganta le seguía doliendo horrores incluso al respirar, pero el agua la había aliviado.
Todavía sentía el cuerpo muy pesado y los ojos le escocían como si tuviera cenizas en ellos. Rhys bajó su cabeza y la apoyó en su regazo y siguió acariciando sus mejillas, siguiendo el borde de su mandíbula, mientras le decía que ya estaba todo bien, que estaban a salvo.
De repente, Itaria recordó algo.
—Rhys, tus heridas. —Intentó incorporarse, pero el chico se lo impidió con una facilidad que incluso la irritó; solo le hizo falta poner una mano en su hombro y empujar un poco hacia abajo para que Itaria se volvió a tumbar sin fuerzas para resistirse.
—Estoy bien, me he curado. Ahora debes descansar, ha sido una noche muy dura y necesitas reponer fuerzas.
Itaria no quería.
No quería seguir durmiendo, no quería seguir siendo débil. Pero su cuerpo decidió por ella y sus ojos se cerraban por mucho que ella intentara mantenerlos abiertos.
—Lo siento, Rhys. Lo siento por no ser más fuerte —murmuró con apenas un hilo de voz antes de que todo se volviera negro de nuevo.
Los ojos de Itaria se cerraron y su respiración agitada se normalizó hasta que se convirtió en la cadencia lenta y profunda del sueño. Entonces, Rhys suspiró. Estaba agotado como pocas veces lo había estado y le dolía todo el cuerpo de una forma espantosa; en su pecho había una fuerte presión, como si tuviera varios kilos puestos encima que le impedían respirar. Las heridas de su torso estaban totalmente curadas, aunque ojalá no lo estuvieran.
Al ver que no podrían contra esos tres brujos del demonio, Rhys había creado un portal directo al Infierno. Había pensado que sería una buena idea, una forma rápida de transportarse; desde ahí podrían ir a donde quisieran. Además, estar en el Infierno le permitiría curar sus heridas a toda velocidad. No había caído en que Itaria era la Guardiana de la vida y que una visita al Infierno sería como dejar un trozo de hielo encima de unas llamas.
El Infierno le había chupado las fuerzas a toda velocidad y si no hubieran salido a tiempo, Itaria no estaría viva. Y sería solo culpa suya. Todo lo que había pasado esa noche era culpa suya, en realidad.
La había sacado del Infierno sin pensar en las consecuencias que tendrían en él hacer dos viajes en tan poco tiempo y había acabado allí, en la cueva en la que se suponía que había quedado con Laina. Ahora solo esperaba que no tardaran mucho en llegar y encontrarlos.
Bajó la mirada hacia la chica y le acarició la frente; tenía la piel perlada de sudor y el flequillo rubio se le pegaba, totalmente empapado. Había estado tan cerca...
—Perdóname tú a mí —susurró con amargura y dolor en su voz. Le venía del alma—. No he sido capaz, Itaria. Lo siento mucho.
Rhys aflojó la presión de su pecho con un gemido de dolor y las Sombras que mantenía en su interior constantemente salieron de él, desplegándose por las paredes, el suelo y el techo de la cueva hasta cubrirlo todo con su oscuridad.
Un capítulo un poco más largo de lo normal, pero pasan tantas cosas que es imposible aburrirse. ¡Espero que os haya gustado!
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