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Capítulo 28

Arcar. 17 de mayo.

En la habitación, Jamis vio a la mujer, su respiración rápida y superficial; al otro lado, donde antes había estado la llama moribunda, estaba Aethicus. Su piel y su pelo brillaban como el fuego y sus ojos se habían vuelto rojos. El hombre se levantó, bajo la atenta mirada de Jamis y de la mujer. Entre un parpadeo y otro, Aethicus se desvaneció y en su lugar apareció un fénix. Jamis nunca había visto uno, se suponía que estaban extintos, pero había escuchado hablar de ellos, de la época en la que todavía no los habían cazado a todos.

El fénix se lanzó contra la mujer. Ella se levantó de un saltó, su largo vestido negro revoloteaba a su alrededor de tal forma que a Jamis le recordó a un cuervo. La mujer juntó las manos y lanzó una bola de energía, dirigiéndola hacia el fénix, que apartó a toda velocidad con una pirueta y se lanzó de nuevo en picado hacia ella. La bola se estrelló contra la pared, que explotó en una nube de yeso y piedras; el hueco en la pared era lo bastante grande como poder ver el exterior. Jamis escuchó gritos en la plaza.

Bajó la mirada hacia Rhys y el cuerpo de Itaria. La chica estaba muerta, lo sabía, pero todavía podía sacar a Rhys antes de que Aethicus y la mujer destrozaran la habitación por completo. Además, afuera estaban Noah y Tallad; Mirren también estaba en el palacio y el resto de soldados.

Se levantó y agarró a Rhys por debajo de los brazos, arrastrándolo con un ojo puesto en la pelea y el otro en la puerta. Solo se calmó un poco cuando llegó al pasillo, pero seguían sin estar a salvo.

—¡Jamis! —escuchó la voz de Tallad. Se volvió y vio al elfo. Estaba despierto. Noah y él todavía parecían débiles, pero al menos estaban bien—. ¿Dónde está Itaria? —preguntó al ver a Rhys inconsciente.

—Está dentro, pero...

No le dio tiempo a terminar. Tanto Tallad como Noah se lanzaron hacia el interior de la habitación. Jamis intentó detenerlos, pero salieron en menos de un pestañeo, arrastrando el cadáver de Itaria. La dejaron a su lado y con náuseas, Jamis apartó la mirada del agujero de su pecho. Era horrible. Miró a Tallad, que contemplaba a Itaria con el dolor pintado en el rostro. Se habían llevado bien, Jamis lo sabía. Tallad había apreciado tener a alguien a parte de Jamis que fuera de su misma época.

El ruido de otra explosión los despertó de su pena.

—Tenemos que marcharnos de aquí ya —dijo Jamis. Los dos elfos asintieron. Tallad cargó con el cuerpo de Itaria, mientras que Noah lo ayudó a sacar a Rhys del edificio. En el piso inferior no quedaba nadie. Debían haber huido al escuchar las explosiones, o tal vez cuando las Sombras habían aparecido. Jamis no lo sabía y lo único que le importaba de eso era que Mirren no estaba entre los cadáveres de los soldados que había esparcidos por el pasillo del primer piso.

Salieron entre los sonidos de una pelea cada vez más violenta. Myca —se lo había confirmado Tallad—, y Aethicus parecían dispuestos a tirar el palacio abajo, sin importarles quien pudiera terminar herido en el proceso.

Jamis jadeaba por el esfuerzo de llevar el cuerpo de Rhys cuando descendieron los escalones que llegaban hasta la plaza... y que estaba llena de soldados.

Mirren y Galogan estaban en el centro de un círculo formado por soldados. Galogan estaba acorralado, con la fuente tras su espalda y apenas cinco soldados rodeándolo. Delante de él estaba Mirren. Estaba de espaldas a Jamis, pero aun así supo que estaba herido. Tenía la pierna derecha medio levantada y cubierta de sangre. Sin embargo, era él quien alzaba la espada y amenazaba a Galogan apuntándole con la punta en la garganta. Unos pasos tras él, Jamis divisó el alborotado cabello blanco de Tiaby.

Jamis suspiró de alivio. Mirren estaba bien.

Galogan miraba a su hermano con asco y odio y Jamis vio como el príncipe todavía sujetaba la espada con una mano. «Desármalo» pensó Jamis, con el corazón latiéndole a toda velocidad en el pecho.

Demasiado tarde.

Galogan trazó una curva ascendente con su espada al mismo tiempo que soltaba un bramido que reverberó en la plaza. Jamis tuvo que ver desde lejos como la espada brillaba con la luz del sol unos instantes antes de cortar el brazo extendido de Mirren por el codo.

Mirren gritó. Tiaby gritó.

Los soldados de Mirren se lanzaron a ayudarlo, al igual que la princesa. Los cinco hombres de Galogan se pusieron delante de él formando una barrera. Sabían que iban a morir, pero les daba igual, pensó Jamis mientras veía caer a uno de los cinco hombre que todavía mantenían su lealtad hacia Galogan.

—Jamis, ve con él —le dijo Noah. Aturdido, se giró buscando a Tallad, que asintió con la cabeza. Jamis dejó que Noah aguantara a Rhys y corrió hacia Mirren apartando a los soldados a empujones.

Tiaby estaba a su lado, con lágrimas en los ojos mientras intentaba detener la hemorragia junto a un hombre. Jamis miró hacia la fuente. Los cinco soldados habían caído, formando un montón de cuerpos; la sangre salpicaba el agua de la fuente y manchaba las baldosas.

—¡¿Dónde está Galogan?! —exclamó Jamis. No había ni rastro del príncipe. Se había esfumado en un abrir y cerrar de ojos—. Id a buscarlo —ordenó. Varios hombres lo obedecieron y Jamis los vio marchar antes de agacharse junto a un moribundo Mirren.

Cerró la puerta al salir con chasquido. En el interior había dejado a Rhys, descansando. No se había despertado todavía y aunque Jamis estaba preocupado, Tallad le había asegurado que era normal.

—Ver morir a Itaria y usar sus poderes de esa forma lo han agotado. Tal vez esté unos días durmiendo —le había dicho con la tristeza marcada en la voz y el rostro, a los pies de la cama de Rhys. Bajo las sábanas blancas, totalmente inmóvil, Rhys parecía todavía más frágil. Su piel pálida resaltaba los finos huesos de su rostro, demasiado sobresalientes y tan afilados que parecía que podían cortar.

Tallad tenía sombras de cansancio alrededor de los ojos y Jamis le había instado a ir a descansar. Él también lo necesitaba, pero no creía posible poder dormir, no con la mezcla explosiva de emociones que sentía en su interior. Se sentía culpable por las heridas de Mirren, triste por la muerte de Itaria, confundido por lo que había ocurrido cuando había tocado a Rhys en aquella habitación. Algo dentro de él se había estado removiendo desde entonces, ese vacío que hasta ese momento había obviado, parecía haberse hecho más presente, más físico, como si de repente lo hubiera despertado después de haber estado años durmiendo.

Ahora lo sentía removerse inquieto en su pecho, queriendo más y más. Sentía un hormigueo en los dedos de las manos y su insistencia era como un molesto mosquito que le decía todo el tiempo que lo usara. Jamis cerró las manos en puños y caminó por el pasillo, hacia la habitación de Mirren. No estaba muy lejos. Su sobrina les había buscado habitaciones cercanas a las suyas, aunque algo le decía a Jamis que no lo había hecho porque el resto le importaran mucho, si no para tenerle a él cerca; debía intuir que Jamis no iba a alejarse mucho de Rhys y Tallad; Noah también tenía su habitación cerca.

Aethicus había aparecido un par de horas después. El fénix se había posado en el alféizar de la ventana, cuando todavía estaban cuidando a Rhys y había cambiado de forma delante de ellos. Tenía el rostro manchado de ceniza, el cabello humeante y la ropa medio quemada pero, a parte de eso, parecía estar perfectamente.

—Ha escapado —había mascullado. Dio un puñetazo en la pared de piedra y Jamis había visto como la piel desollada se curaba delante de sus ojos a toda velocidad hasta que no quedó ningún rastro de la herida. Después, se había marchado, transformado de nuevo en fénix. Jamis seguía sin creerse que Aethicus fuera un fénix; Tallad y Noah también habían estado sorprendidos.

Detuvo el rumbo de sus pensamientos cuando llegó a la puerta de Mirren. Dos soldados estaban custodiándola, pero dejaron a Jamis pasar al verlo. El interior olía a medicina y sangre. Mirren estaba acostado en la cama; el brazo derecho encima de las sábanas, a un lado de su cuerpo, estaba envuelto en vendas blancas que ya se habían teñido de sangre. Bissane estaba sentada en una silla a su lado, con el rostro lívido de preocupación. Bissane apartó los ojos de Mirren al verlo entrar y se levantó lentamente, agotada. El dolor y el las horas velando a Mirren la habían dejado exhausta.

—Siéntate, Bissane. —Quería decirle que debía descansar, pero sabía que con eso solo conseguiría alterarla y con razón. Así que Jamis agarró una silla y la acercó a la cama, al lado de Bissane. Su sobrina dejó caer la cabeza en su hombro y él le pasó el brazo alrededor de la espalda, acercándola a él.

—Era tan pequeño cuando nació... —susurró Bissane, su voz cargada de lágrimas contenidas—. Se parecía a Esha, ¿la recuerdas?

—Claro que la recuerdo.

Cuando Bissane había llegado a Sarath, Jamis había recibido una carta de su sobrina, Mireiya. La hija menor de su hermana le había pedido que tuviera un ojo puesto en Bissane, para que no se sintiera tan sola echando de menos a su familia. Ella se había criado escuchando historias de Jamis y, de repente, él se había presentado delante de ella, aunque en secreto. Alekos no era muy amigo de los ocultos y la única razón por la que toleraba la sangre élfica de Bissane era porque no se mostraba en su rostro. Jamis había pasado casi un año en Anglar, acompañándola durante su primer embarazo.

Las probabilidades de que los hijos de Bissane mostraran rasgos élficos eran mínimas y, aun así, Esha, su primera hija, había tenido las orejas puntiagudas. A Alekos no le había gustado. Para él, Esha era una mancha en su linaje, un monstruo, alguien que no debería haber nacido. Una noche, la niña había muerto. Solo tenía dos semanas. Bissane se había despertado en mitad de la noche para verla y la había descubierto en la cuna, muerta, con el rostro morado. Alekos había negado haber matado a su propia hija. Jamis se había tenido que marchar, porque el rey decidió que la muerte de la pequeña princesa era culpa de los ocultos que intentaban desestabilizar el reino. Había convertido un asesinato en una matanza indiscriminada hacia gente inocente.

Un año más tarde, cuando Galogan nació, Bissane le había mandado una carta con solo cuatro palabras. «Se parece a Alekos», había escrito su sobrina. Nadie había vuelto a mencionar a Esha, como si la niña nunca hubiera existido.

—Siento mucho que Mirren haya resultado herido, Bissane —le dijo—. Nunca pretendí que esto terminara así.

—No, ni se te ocurra sentirte culpable —sentenció Bissane, con una nota acerada bajo las lágrimas—. Galogan es el único responsable de esto, desde el principio hasta el final. Si él no hubiera secuestrado a Tiaby y a tus amigos, tú no habrías tenido que venir a pedirme ayuda. Y con esa chica muerta... —Bissane negó con la cabeza, mordiéndose el labio inferior hasta que se le puso blanco. Al final, su sobrina suspiró y preguntó—: ¿Se sabe algo de él?

—Nada. De alguna forma ha logrado esquivar a todas las patrullas que han mandado. Ni siquiera sabemos si sigue en la ciudad. Puede que a estas horas ya esté muy lejos de nosotros. Sabemos que contaba con la ayuda de un brujo, pero tampoco sabemos si está con él o no.

—Ese niño hipócrita —masculló Bissane—. Se pasa los días quejándose sobre los ocultos, pero obvia que él mismo tiene sangre élfica en las venas. Y no solo eso, si no que además usa a un brujo para que le ayude en sus planes. ¿Cómo pude parir a semejante monstruo?

—Nuestra familia es muy dada a los monstruos.

—No de este nivel, tío. Galogan ha superado cualquier cosa que su padre podría haber hecho, ha superado cualquier cosa que yo me esperaba que pudiera hacer.

Entonces, Mirren se removió en la cama. Abrió un poco los ojos, apenas una rendija, pero lo suficiente como para poder verlos. Sonrió al ver a su madre a su lado. Bissane se levantó con un grito emocionado y empezó a darle besos en las mejillas y a apartarle el cabello rubio del rostro sudoroso.

Jamis decidió dejarlos. Bissane necesitaba estar a solas con su hijo antes de que los médicos se presentaran en la habitación. Además, Mirren iba a necesitar su ayuda para poder superar que su hermano le hubiera cortado el brazo. La herida le llegaba justo por debajo del codo. Habían podido salvarle al menos la articulación, pero sería poco consuelo para Mirren.

Llegó a su habitación y la abrió con cuidado. No quería despertar a Tallad, pensó. Pero no hizo falta. Tallad estaba despierto, tumbado en la cama y con ropa fresca. Noah se sentaba en una silla, con los pies apoyados en el baúl que reposaba a los pies de la cama y una copa de vino en la mano; Jamis no sabía de dónde la había sacado. Ambos parecían cansados, pero durante unos instantes parecían haberse olvidado de todas las cosas malas que habían ocurrido durante el día y sonreían. Jamis también sonrió.

—Ven conmigo —le dijo Tallad, alzando una mano para invitarlo a la cama. Jamis cerró la puerta tras él y cruzó la habitación hasta la cama. El cuarto tenía lo indispensable: la cama, un baúl y un pequeño mueble con toallas y una palangana con una jarra a su lado. Solo tenía una ventana a la izquierda de la puerta, alargada y acristalada, pero era suficiente para que la luz del atardecer entrara e iluminara la habitación.

Jamis se tumbó al lado de Tallad, con la cabeza en su regazo, y dejó que el elfo le pasara los dedos por el cabello. Delante de él, Noah alzó la copa y le sonrió. Fue lo último que Jamis vio antes de quedarse dormido.

Su padre la había encerrado en su habitación horas atrás. Tiaby tenía claro que, si hubieran estado a solas en el momento en el que había llegado al castillo, su padre la habría golpeado hasta que Tiaby no se pudiera mover. Pero cuando había entrado al salón del trono había una docena de cortesanos en la sala; no habría estado bien que su padre la golpeara entonces.

Ahora, Tiaby llevaba esperando horas a que el rey viniera a darle una paliza que era inevitable. Nadie intentaría ayudarla. Solo Aaray se atrevería y eso solo si su padre no la encerraba también para que no lo molestara.

Y, sin embargo, todo eso le daba igual a Tiaby. Lo único que le importaba era saber si Mirren estaba vivo. Al llegar al castillo, los médicos se lo habían llevado corriendo a su habitación, mientras que a ella la habían arrastrado frente a su padre. Después, la habían llevado a su propia habitación y no había sabido nada más de Mirren. ¿Seguía vivo? La herida había sangrado mucho, aunque habían logrado detener el sangrado para cuando habían salido de Arcar. Tiaby no estaría contenta hasta que pudiera ver al príncipe con sus propios ojos, tocarlo y asegurarse de que su respiración volvía a ser fuerte y segura.

Mientras estaban encerrados en el sótano del palacio, Tiaby se había sentido segura por primera vez en toda su vida. Abrazada a él, sintiendo su corazón latir bajo sus dedos, no había querido nada más que quedarse en ese instante para siempre. Se llevó la mano a los labios y los rozó con los dedos. Todavía sentía sus besos. Y ahora Mirren podría estar muerto...

La puerta de su habitación se abrió de un portazo. La madera golpeó contra la piedra y los goznes chirriaron tanto que Tiaby pensó que se soltarían. En el umbral estaba su padre, con el rostro rojo por la furia y por el esfuerzo de subir tantos escalones hasta lo alto de su torre. Tiaby escuchó la voz de Aaray tras él, gritando.

—¡Cállate! —bramó su padre, girándose al tiempo que alzaba un brazo. Tiaby cerró los ojos, pero escuchó el golpe que le propinó a Aaray, el grito ahogado de su madrastra, antes de escuchar los pasos rabiosos de su padre acercándose a ella.

Tiaby solo tuvo tiempo para abrir los ojos antes de que su padre llegara a ella. Le cruzó el rostro con la mano; Tiaby notó el sabor de la sangre en los labios.

—Desagradecida —le escupió su padre mientras Tiaby se llevaba una mano a la mejilla. La notó caliente bajo los dedos—. Me has humillado, has humillado a esta familia con tu comportamiento infantil y ridículo. Pero no te creas que te vas a librar esta vez, niñata. —Se giró hacia Aaray y la apuntó con un dedo. Su madrastra seguía en el umbral de la puerta, apoyada con manos temblorosas contra el marco; la nariz le sangraba—. Me engañaste para coronar a ese estúpido de Mirren en mi propio castillo, pero esta es la última vez que las dos dejáis en ridículo a esta familia.

—¡El único que deja en ridículo a la familia eres tú! —gritó Tiaby sin pensar. Por dentro hervía de furia.

—¿Cómo has dicho? —Su padre se volvió hacia ella, apretando los dientes con tanta fuerza que Tiaby esperaba que se le partieran en cualquier momento—. ¿Cómo te atreves? Tú, justamente tú, que no has hecho una cosa buena en tu vida, que lo único que has hecho ha sido vivir a mi costa y provocar escándalos. He sido muy benevolente contigo. Otro ya te hubiera echado de su casa, pero yo te mantuve. ¡¿Y me lo pagas así?!

—¡Nunca te pedí que me mantuvieras! Hubiera sido mucho mejor que me mandaras lejos. Hubiera preferido ser cualquier cosa antes que tu hija. ¡Ojalá estuvieras tú muerto y no mamá!

Su padre se le echó encima con un bramido y cerró las manos alrededor de su garganta.

—Eres una puta, como tu madre —gruñó entre dientes—. Debería haberte matado a ti también cuando tuve oportunidad.

La estaba ahogando. Quería matarla.

Apretó con más fuerza, hasta que Tiaby se quedó sin oxígeno en los pulmones y tampoco pudo coger más aire. El pecho le dolía y sentía el rostro ardiendo mientras su padre seguía apretando. Empezó a ver puntos negros...

—¡Suéltala! —escuchó decir a lo lejos, como si estuviera bajo el agua. Tiaby oyó un grito de dolor y lo siguiente que supo fue que su padre la había soltado.

Sus piernas no la sostuvieron y cayó al suelo, boqueando en busca de aire. Tenía la garganta tan hinchada que apenas le pasaba un hilo de oxígeno, pero fue suficiente para que su pecho volviera a hincharse. Con los ojos empañados por las lágrimas, buscó a su padre, temiendo que regresara a por ella.

Estaba tendido encima de la alfombra buena, con un charco de sangre creciente bajo él. Aaray estaba de pie al lado de su padre, su respiración alterada y la mirada fija en el cuerpo del rey. Su mano temblaba agarrada a una daga que goteaba la sangre de su padre.

—Aaray... ¿Qué has hecho? —sollozó Tiaby. Las lágrimas ardientes corrían por su garganta, pero Tiaby no sabía si eran de dolor o de alegría.

«Está muerto, está muerto, está muerto —canturreó una parte de su mente». Tiaby ni siquiera había sido capaz de soñar con ese momento. Para ella, su padre siempre la perseguiría. Sin embargo, allí estaba, tendido boca arriba en el suelo mientras la alfombra se bebía su sangre.

«Está muerto, está muerto, está muerto».

Tiaby empezó a llorar. Los brazos que hasta ese momento la había sostenido, dejaron de hacerlo y Tiaby se tumbó en el frío suelo de piedra. Su mundo se volvió oscuro.

Cuando despertó, lo primero que notó fue que tenía mucha sed. Lo segundo, que le dolía la garganta a rabiar. En los labios notó el sabor de la medicina.

Abrió los ojos y se encontró tumbada en una cama. Al principio, no reconoció dónde estaba, pero cuando recorrió el lugar con la mirada, supo que estaba en la habitación de Aaray. Tiaby se levantó y encontró una jarra de agua y una copa en la mesita de noche. Se la bebió de un trago, sedienta.

Alguien la había cambiado y ahora iba con un camisón puesto. El suelo de piedra le raspó las plantas de los pies desnudas mientras salía de la habitación. Al otro lado, el salón de Aaray estaba caldeado por un pequeño fuego que ardía en la chimenea. En uno de los sofás estaba sentada Aaray con su dama Gwenore recostada a su lado con la cabeza puesta en su regazo. Ambas estaban hablando entre susurros hasta que Tiaby llegó a su lado.

—¿Qué haces despierta? Deberías seguir durmiendo, Tiaby —le recriminó Aaray. A pesar de eso, levantó una mano y la invitó a sentarse en uno de los sillones; después, se sirvió una copa de vino de la mesa que tenía más cerca. Tiaby levantó las piernas y colocó los pies en el sillón, abrazándose las rodillas.

A pesar de que Gwenore siempre había sido una presencia constante cerca de Aaray, Tiaby jamás se había acostumbrado a estar cerca de ella. La mirada azul de la dama siempre la incomodaba, como si pudiera sacarle todos sus secretos con tan solo mirarla durante unos segundos. Era la mejor espía de Aaray, todos lo sabían. El hecho de que fuera también su amante y contara con toda la lealtad de su madrastra solo era un añadido, porque sabía que no podría comentarle su incomodidad sin recibir una reprimenda de Aaray.

—Mi padre... —empezó a preguntar Tiaby.

—Muerto, gracias a todos los Dioses —la interrumpió Aaray. Había una sonrisa de satisfacción en su rostro, pero ella también pudo ver el alivio que había tras la burla. Aaray llevaba años, muchos años soportando a su padre y de repente se había librado de él en un abrir y cerrar de ojos—. Y antes de que preguntes, el asesino de tu padre ya ha sido atrapado, encarcelado y ajusticiado. Ya ves, no podíamos dejar impune un crimen tan... horrible, como la muerte de tu padre, mi esposo. Nuestro rey.

Aaray parecía estar saboreando cada palabra con gusto.

—Pero eso no tiene ningún sentido —replicó Tiaby, desconcertada.

—Da igual, todos lo han aceptado. Nadie quería a tu padre en el trono, no como a Alekos. Lo único que ha traído Yyn ha este reino ha sido amarguras, penuria y pobreza. ¿Pero que se podía esperar de él? No era nadie. Ni siquiera tenía sangre real, aunque se pasó toda su vida intentando hacer que todo el mundo se olvidara de ello. Se rodeó de gente que lo adulaba, pero que no servía para llevar un reino.

Aaray soltó un bufido y le dio un trago largo a su copa, casi vaciándola.

—Pero no te preocupes, todo va a estar bien. Aunque tendremos que prepararnos. Pronto habrá una guerra en Sarath y me temo que Zharkos estará metida hasta el cuello. Como reina, deberás estar lista para afrontar...

—¿Perdona? —fue su turno para interrumpirla—. ¿Qué es eso de reina? Que yo sepa, Cass va antes que yo en la línea sucesoria. No voy a hacer como Mirren y Galogan

—¿Sabes cuál es la diferencia entre su situación y la nuestra? Cass es todavía menor de edad y yo, como su madre y regente, he decidido que mi hijo no va a ser rey. Demasiado peligroso, ¿no crees? Y más para un niño que está tan poco preparado como Cass.

—Yo tampoco estoy preparada.

Aaray negó con la cabeza. Apartó con una mano a Gwenore y se levantó, cubriendo la poca distancia que había entre ellas. Le puso un dedo bajo la barbilla y le alzó el rostro hasta que sus ojos se encontraron.

—Pero me tienes a mí —replicó Aaray con voz suave. Se inclinó hacia delante y dejó un beso en su frente—. Ahora ve a descansar. Necesitarás todas tus fuerzas para lo que se avecina.

¡No queda nada para terminar! ¿Qué os está pareciendo? Decidme cositas, que me aburro.

Próximo capítulo 16/09/2024

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