Capítulo 27
Arcar. 17 de mayo.
El brujo la empujó escaleras arriba, agarrándola del brazo con tanta fuerza que cuando la soltara, Itaria estaba segura que tendría las marcas de sus dedos como recuerdo en la piel. Había una sonrisa de suficiencia en su rostro que Itaria tan solo quería borrar de un puñetazo. Dos soldados más cerraban el grupo, golpeando las espaldas de Aethicus y Rhys para que siguieran avanzando.
—Los dejaremos aquí —anunció Gavin, deteniéndose delante de una puerta cerrada. Sacó una llave de su bolsillo y la abrió con cuidado.
La arrojó al interior. Itaria estuvo a punto de trastabillar, pero logró mantener el equilibrio de alguna forma. La habitación estaba vacía, sin un solo mueble o cualquier decoración en las blancas paredes.
—Trae las esposas —le ordenó a un soldado, un hombre joven con el cabello rojo y el rostro lleno de pecas; los ojos avellana miraron a Gavin con una especie de miedo y desprecio, pero obedeció. Regresó unos minutos después con varias esposas y cadenas entre los brazos.
Los obligaron a sentarse en el suelo y les esposaron las muñecas. A Aethicus le colocaron cadenas también en los tobillos. El capitán se debatió todo el tiempo, casi gruñendo como un animal salvaje al que intentaban domar. Una vez estuvo hecho, Gavin despidió a los soldados con un gesto de la mano.
El brujo se acercó a ella, su sonrisa más ancha que nunca. Se acuclilló delante de ella; Itaria estuvo a punto de escupirle en el rostro, seguro que así dejaba de sonreír.
—Estás de enhorabuena, princesita —le dijo Gavin, acercándose más de lo que Itaria hubiera querido. A su lado, Rhys se tensó, pero Itaria lo detuvo con una mirada de reojo. Quería saber de qué iba todo aquello, por mucho que le desagradara la presencia y la cercanía de Gavin.
—¿De qué estás hablando?
—¿De qué? De que vas a morir a manos de la mismísima Myca Crest —susurró, su sonrisa se ensanchó de una forma desagradable, demasiado grande, demasiado exagerada, como la sonrisa de un psicópata—. Es todo un honor, un honor que no te mereces. Si no hubieras huido de esa maldita torre, te habría matado personalmente, pero ahora vas a tener el regalo de que lo haga Myca, mientras que yo me llevé una reprimenda por haberte dejado escapar. Pero no me preocupo mucho, ahora tendré mi recompensa por haberte atrapado por fin.
—¡Fuiste tú! Fuiste tú quién atacó a Ceoren.
Itaria no se lo podía creer. Tenía delante al responsable de que tanto ella como Mina hubieran tenido que huir de la torren, al responsable de que tuvieran que separarse de Ceoren. Si la bruja hubiera estado con ellas, Myca Crest nunca se hubiera hecho con Mina y su hermana seguiría con vida. Itaria se retorció, el metal de las esposas se le clavó en la carne de una forma dolorosa, pero le dio igual. Lo único que le importaba en ese momento era poder golpear a ese malnacido.
Quería matarlo, golpearle en los labios y quitarle esa sonrisa del rostro; seguro que no sonreiría tanto con los dientes rotos.
—Ah, sí, la zorra de la Reina. —Gavin se rio, como si lo que acabara de decir fuera muy divertido. Itaria apretó las manos en puños. Tenía suerte de tenerla encadenada o ya se habría lanzado contra él—. Es una traidora, ¿lo sabes? Te ha vendido a Myca por protección. Y ahora la Reina la cuida y no deja que nadie se acerque a ella, sobrevolándola como un águila. Pero da igual, la mataré personalmente en cuanto en desgracia. No tardará mucho en cansarse de ella, eso seguro. Cuando se aburra de tenerla en su cama y la eche, Ceoren Ardan se arrepentirá de haberme dejado con vida en esa torre.
—¡Eres un mentiroso! Ceoren jamás me habría vendido, ni a mí ni a Mina. ¡Solo sabes mentir!
Gavin soltó una carcajada. Itaria se echó hacia delante, dispuesta a mandarlo al suelo como fuera y ahogarlo con sus propias cadenas, pero algo la detuvo. Se giró y descubrió a Rhys agarrándola de un codo con tanta fuerza que sus uñas se clavaban en su piel.
Itaria tironeó para intentar desasirse de su agarre, pero Rhys tan solo la sujetó con más fuerza, mientras Gavin seguía riéndose. Sin embargo, se levantó, alejándose unos pasos de ella, como si por fin hubiera descubierto que estar cerca de ella no era seguro. No por primera vez, Itaria deseó tener los poderes de su hermana. Poder matar con tanta facilidad como respirar le sería más útil que su propia magia.
—¿En serio te crees que Ceoren no te ha vendido? —preguntó Gavin—. ¿Sabes cómo encontraron a tu hermana? —Bajó la voz hasta que no fue más que un susurro, como si le estuviera contando un secreto—. Ceoren se lo dijo a Myca. Cuando le arrancaron el corazón a tu pequeña y rabiosa hermana, Ceoren estuvo delante, viéndolo junto a Myca. Y no hizo nada para impedirlo. Se quedo parada a su lado y cuando Myca se marchó, ella la siguió como un perro.
Gavin suspiró y negó con la cabeza, como si no pudiera creerse lo estúpida que era Itaria. Entonces, sacó un papel de su bolsillo y lo quemó. «Mensaje de fuego —pensó Itaria—. ¿A quién estará llamando?» No lo quería saber. Gavin se marchó unos minutos después, después de comprobar que las esposas de los tres estuvieran en su sitio. Itaria quiso alargar las piernas y tirarlo al suelo, pero las miradas de advertencia de Rhys y Aethicus la detuvieron. Cuando antes se marchara Gavin, antes podrían buscar una forma de escapar.
—No hagas caso a nada de lo que ha dicho, Itaria —le dijo Rhys—. Todo va a estar bien, saldremos de esta.
—Pareces muy convencido. —Itaria lo envidiaba. Ella era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera en las palabras de Gavin. ¿Tendría razón y Ceoren las había traicionado? «¡No! Ceoren jamás haría eso». No podía seguir dudando de ella. No lo había hecho en todos esos años y no iba a empezar en ese momento.
—Estoy seguro, ¿y sabes por qué? —Itaria negó con la cabeza—. Porque sé que, cuando salgamos de aquí, tú y yo buscaremos un casa, en algún bosque, donde Myca no te podrá encontrar jamás. Te lo prometo.
Itaria sonrió. Le gustaba la idea, era algo sólido y...
Una risa reverberó por la habitación. En una esquina, Itaria vio como aparecía un remolino de humo grisáceo. Giraba alrededor de sí mismo y con cada vuelta, se hacía más y más clara la figura de una mujer.
Se le fue todo el calor del cuerpo. Itaria nunca había visto a Myca Crest, pero cuando la mujer salió del remolino de humo, no tuvo ninguna duda que el rostro que estaba mirando era el de la Reina. Sus ojos azules eran dolorosamente claros y su cabello negro contrastaba con su piel pálida. Era hermosa y eso solo lo hizo mucho peor. En los cuentos que su padre le contaba cuando era pequeña, los villanos siempre eran horribles. Pero esa mujer, alta, delgada, con un vestido negro que se le acoplaba al cuerpo como un guante y los labios pintados de rojo, no parecía más que una bruja normal. Si la hubiera visto en cualquier otra situación, Itaria ni siquiera sabía si la habría reconocido.
A su lado, sintió a Rhys tensarse como un palo. Frente a ella, Aethicus le enseñó los dientes a la bruja e Itaria estuvo segura de que su piel estaba brillando, como si tuviera un fuego debajo de la piel.
—Que adorable —dijo, con Itaria habría descrito como un ronroneo de haber sido posible. Era hipnótica y tan agradable...— Es una pena que esa casa no vaya a ser posible, ¿verdad?
Y con una sonrisa de sus labios rojos, se acercó a ella.
Itaria no se movió, no podía.
Rhys vio como Itaria permanecía inmóvil, con los grandes ojos azules fijos en la mujer que se acercaba a ella. Su sonrisa era siniestra con aquel pintalabios rojo, como si en vez de pintura fuera sangre lo que coloreaba sus labios. La mirada de Myca no se apartó de Itaria ni un segundo, ni siquiera para pestañear.
«La está hipnotizando», pensó de repente.
Rhys se lanzó hacia Itaria cuando Myca estaba a apenas un paso de ella, tan cerca que las faldas de su vestido rozaron las piernas de Itaria. Agarró a la chica por los hombros y tiró de ella hacia atrás, hacia su cuerpo. Tenía que alejarla de la Reina y cortar el lazo hipnótico que tenía sobre ella.
Demasiado tarde, llegó demasiado tarde.
Vio como Myca Crest hundía su mano en el pecho de Itaria; escuchó el horrible sonido de los huesos partiéndose bajo su golpe. Ella gritó y su chillido se clavó en la mente de Rhys. Él también gritó, o al menos creyó gritar. No estaba seguro.
Myca dio un tirón y sacó la mano manchada de sangre. El corazón todavía palpitaba entre sus dedos, escupiendo sangre. Vio a la Reina sonreír mientras contemplaba el corazón. Un segundo después, del corazón salió una oleada de energía en el mismo momento en el que dejaba de latir.
Rhys quiso taparse los oídos con las manos, pero no quería soltar el cuerpo de Itaria. Lo apretó con más fuerza contra él mientras la energía le provocaba calambres en la piel. Notó el sabor salado de sus lágrimas en los labios, junto al sabor del acre del hierro: la sangre de Itaria le había salpicado el rostro, la notaba cálida contra la piel.
El cuerpo de Itaria pesaba entre sus brazos, más y más cada vez.
—¡Itaria! —gritó. No sabía si la estaba llorando o intentando llamarla de entre los muertos.
Algo dentro de él se removió cuando alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Myca Crest. La bruja lo miraba sorprendida, como si no se hubiera esperado la reacción de Rhys.
Gritó.
Su poder salió una oleada de Sombras que cubrieron la habitación de oscuridad. Las escuchaba rugir a su alrededor, envolviendo la figura de Myca hasta que desapareció. Las Sombras rodearon a Rhys y a Itaria.
«Esto está mal —pensó—. A Itaria no le gustaría estar rodeada de Sombras». Pero no podía parar.
Por el rabillo de ojo vio como una llamarada de fuego ascendía, comiéndose las Sombras, que huyeron gritando, congregándose como una masa oscura alrededor de la llama. Rhys cerró los ojos y dejó que su poder los consumiera a todos.
De la puerta entreabierta empezaron a salir Sombras. Jamis solo las había visto una vez, pero en su mente siempre tendría grabado la frialdad que las acompañaba.
Como la vez anterior, una Sombra se le acercó y revoloteó a su alrededor, como si estuviera curiosa por Jamis. Sintió sus fríos dedos rozando la piel de su rostro; su mejilla se quedó halada, como si estuviera cubierta por escarcha.
—¡Tallad! —gritó una voz conocida. Al girarse, descubrió a Noah, que se acercaba desde el final del corredor a toda velocidad. Entonces, Jamis miró a Tallad.
El elfo estaba apoyado en la pared; todo el color se le había ido del rostro y tenía los labios amoratados mientras tiritaba de forma incontrolada. Jamis se acercó a él con dos zancadas y lo sujetó. Tenía la piel congelada y en el momento en el que estuvo entre sus brazos, cerró los ojos y dejó caer la cabeza en su hombro. Noah llegó a su lado y le buscó el pulso con los dedos.
—Está vivo, no te preocupes. Es por las Sombras —le explicó Noah. Su voz también parecía débil y al mirarlo mejor, Jamis se dio cuenta que, al igual que Tallad, estaba muy pálido. En realidad, parecía estar a punto de desfallecer también.
Jamis miró hacia la puerta entreabierta de la que salían las Sombras. ¿Por qué a él no le afectaban? Sí, hacía un frío terrible; el pasillo estaba cubierto por una capa crujiente de escarcha y la presencia rondante de las Sombras no era muy agradable, pero a parte de eso, Jamis se encontraba bien.
Con ayuda de Noah, dejó a Tallad en el suelo. Estaba inconsciente y su respiración era lenta, pero fuerte.
—Quédate aquí —le dijo a Noah.
—¿Qué vas a hacer? —inquirió el elfo, pero Jamis ya se había levantado y se dirigía hacia la habitación.
Cuando puso un pie dentro, Jamis notó la gélida energía que se desprendía de las Sombras. Con cada paso que daba, la energía lo empujaba más y más hacia atrás, como si estuviera intentando apartarlo de su origen; la habitación estaba muchísimo más fría que el pasillo y bajo sus pies crujían placas de hielo. Jamis sentía a las Sombras pasar por su lado, flotando lentamente de un lado a otro. Entrecerrando los ojos, fue capaz de distinguir tres figuras.
En una esquina brillaba una llama, pero a cada segundo que pasaba parecía más débil. En el centro de la habitación podía ver a una mujer; estaba iluminada por una luz blanquecina que salía de sus dedos y parecía estar resistiéndose al efecto de las Sombras.
La tercera figura era Rhys. Estaba acurrucado contra la pared, rodeado de un polvo grisáceo que también manchaba las paredes y sus muñecas. También había sangre, mucha sangre. Jamis se acercó a Rhys, empujando contra la fuerza de las Sombras. Solo cuando estuvo a un paso del chico vio el cuerpo de Itaria. «Dioses», pensó al ver el agujero en su pecho destrozado. Ahora solo quedaban costillas rotas, músculos destrozados y un hueco dónde debería haber estado su corazón.
Alargó un brazo hacia Rhys y tocó su hombro. Él era el origen de las Sombras: salían de su cuerpo como manchas de tinta. Nada más rozar su piel, Jamis sintió un escalofrío. Entre sus dedos y Rhys se formaron unos rayos negros de energía. Jamis podía sentir lo mismo que Rhys, la presencia de las Sombras ahora era tan clara que era imposible obviarla. Era como si, de repente, Jamis compartiera la magia de Rhys, la magia del Infierno, herencia de la diosa Enna.
Apretando los dientes, Jamis intentó detener las oleadas de energía. No sabía lo que estaba haciendo, pero cerró los ojos y se centró en su propio vacío. Estaba más grande que antes. Jamis cerró un puño imaginario a su alrededor y lo estrujó con fuerza, sin parar, sin pensar...
El frío desapareció. Jamis abrió los ojos a tiempo para ver como Rhys se desmayaba. Logró atraparlo antes de que se golpeara contra el suelo.
*Huye*
Próximo capítulo 15/09/2024
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