Capítulo 25
Myria. 17 de mayo.
Jamis se despertó con unos golpes insistentes en la puerta de la cabaña. A su lado, Tallad murmuró algo en su sueño y se removió en la cama que habían improvisado la noche anterior, desnudo entre las mantas. Jamis se giró, sin estar seguro de si había soñado los golpes o no.
Una nueva serie de golpes lo sacaron de dudas. Se quitó las mantas de encima y buscó los pantalones a tientas con las manos. Cuando los encontró, se los puso, se los ató y caminó hacia la puerta; había una daga pequeña en el bolsillo, apenas del tamaño de su mano. Serviría, de todas formas.
Abrió la puerta, esperando a encontrarse a Saehlinn o a su primo. En cambio, delante de él había una chica joven, de piel marrón, cabello oscuro que caía hasta la mitad de su espalda; sus ojos oscuros lo observaban con intensidad por debajo del flequillo enredado. Jamis soltó el mango del cuchillo y miró incrédulo a la muchacha.
—¿Leandra? —Jamis la conocía desde que había llegado a Myria. De vez en cuando acompañaba a Aethicus, aunque Jamis tan solo había cruzado un par de palabras con ella—. ¿Ha ocurrido algo?
—Es largo de contar. ¿Puedo entrar?
—Por supuesto. —Jamis se apartó y dejó que Leandra entrara en la cabaña. De reojo, vio movimiento en la cama. Tallad se había despertado y se vistió a toda prisa, todavía desconcertado por el sueño. Antes de que Jamis cerrara la puerta, ya estaba vestido y miraba a Leandra con el ceño fruncido.
—Tallad, ella es Leandra. Una amiga de Aethicus —añadió. No sabía muy bien cómo presentar a Leandra, la verdad. Sabía que era algún tipo de oculto, pero como con Aethicus, desconocía qué era.
El interior de la cabaña estaba medio a oscuras. Tallad chasqueó los dedos y la habitación se iluminó con la suave y cálida luz de unas velas que flotaban por encima de sus cabezas. Jamis se disculpó por no tener sillas en las que poder sentarse, pero Leandra hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
—Bueno, ¿qué ha pasado? —inquirió Jamis, acercándose a Tallad hasta que estuvieron hombro contra hombro.
—Han capturado a Aethicus, Rhys e Itaria —respondió directa—. Y también a la muchacha que encontrasteis, Tiaby.
—¿Quién?, ¿cómo?
Jamis rodeó la mano de Tallad con los dedos, buscando su consuelo. Tallad le devolvió el apretón con fuerza, los dedos le temblaban un poco.
—El príncipe Galogan. Le tendió una trampa a Tiaby... A la princesa Tiaby, en realidad —rectificó en el último momento.
—¿Y qué tienen que ver nuestros amigos con esa princesa? —preguntó Tallad.
—El príncipe los usó para conseguir que Tiaby le obedeciera. Después, cuando tuvo a la princesa, se los llevó a todos. Los seguí durante varias horas hasta que se detuvieron en una aldea. Un brujo hizo un portal, pero no parecía ser muy estable. Se cerró apenas lo cruzaron todos y no me dio tiempo a pasar también.
—Mejor —replicó Tallad—. No sabes dónde podría haberte llevado el portal. Podrías haberte puesto en peligro, en más peligro del que ya estabas siguiéndolos, si hubieras cruzado. —Leandra asintió con la cabeza, como si todo eso ya se le hubiera pasado por la cabeza—. Ahora, ¿podrías llevarnos a esa aldea? Tal vez así pueda encontrar dónde han ido.
Leandra asintió de nuevo. Tallad le dio unas indicaciones y Leandra salió de la cabaña.
—¿Estás bien? Has estado muy callado —le preguntó Tallad. El elfo le puso una mano en el hombro y con la otra le rodeó la cintura, acercándolo a él hasta estuvieron tan cerca que Jamis le podía contar las pestañas.
—Galogan... Maldito idiota —masculló Jamis. Si cerraba los ojos podía ver perfectamente la imagen de Galogan en su mente, con esa actitud arrogante y la crueldad marcada en su rostro. ¿Cómo podían ser familia? Jamis se enfurecía solo de pensar que compartieran sangre.
—Los encontraremos —le prometió Tallad—. No dejaremos que les haga daño.
Jamis lo rodeó con los brazos y, durante unos segundos, se dejó consolar por Tallad, con la frente apoyada en su hombro; enterró la nariz en el largo cabello de Tallad, relajándose un poco con su aroma. Quería quedarse entre sus brazos durante horas, días. Pero debían irse ya; cuanto antes se marcharan, antes los encontrarían. Ya habían pasado demasiadas horas en las garras de Galogan, no podían dejarlos más tiempo a su merced.
—Escúchame —le dijo Tallad, llamando su atención. Jamis levantó la cabeza y buscó su mirada—. Voy a mandarle un mensaje a Noah. ¿Te acuerdas de él? —Jamis asintió con la cabeza—. Está aquí, en Sarath. Le pediré que nos ayude, con él a su lado no tendremos ningún problema para rescatarlos.
—No quiero que se ponga en peligro. Ya estoy sufriendo con saber que tú vas a estar en la línea de fuego como para encima tener que preocuparme por Noah.
Jamis conocía al amigo de Tallad desde hacía años. Apenas lo había visto una o dos veces desde que Jamis había estado en la Academia de Elexa, hacía muchos muchos años. A pesar de las pocas veces que se habían visto, Noah le caía bien.
—Créeme, estará encantado de saber que puede patearle el culo a Galogan —le aseguró Tallad. El elfo se apartó de él; Jamis notó su ausencia al instante, como si algo dentro de él se estirara al tiempo que se alejaban.
—Está bien. Envíale el mensaje a Noah y yo terminaré de prepararlo todo.
Tallad asintió con la cabeza antes de ponerse a buscar en su mochila. Jamis paseó por toda la cabaña, recogiendo dagas, su armadura de cuero y cualquier cosa que pudieran necesitar. La espada se la colgó del cinturón; notar el peso en la cadera le hizo sentirse más seguro.
De reojo, vio como Tallad escribía a toda velocidad en un papel arrugado que había sacado de la mochila, sentado en el suelo con las piernas cruzadas y el ceño fruncido. Después, chasqueó los dedos y en la punta del dedo índice se encendió una llama. El fuego lamió el papel y entre un parpadeó y otro, desapareció, dejando atrás tan solo el ligero aroma a regaliz quemado de la magia. Tallad se levantó y se terminó de vestir, con los pantalones negros remetidos dentro de las botas también negras y una túnica verde que le llegaba hasta la mitad de los muslos; el cuello tenía forma de uve profunda y tenía un bordado en hilo dorado. Pero la túnica estaba tan gastada que el verde se había descolorido y el bordado estaba apagado y deshilachado.
Salieron de la cabaña y bajaron al suelo. Leandra los esperaba en mitad del pequeño claro, ajustándose unos brazaletes de cuero. Unos caballos los esperaban no muy lejos, con las riendas atadas a las ramas más bajas de un árbol. Leandra podría haberle descrito la aldea de Tallad y él les hubiera creado un portal, sí, pero entonces Tallad se habría cansado todavía más. Hacer portales era agotador y no sabían cuánto tendrían que luchar para arrancar a su compañeros de las garras de Galogan. Tallad ya iba a tener que hacer un portal; mejor reservar todas las fuerzas posibles, por si acaso. Aunque que Noah pudiera estar con ellos había hecho que Jamis se relajara un poco. Se preocupaba por la seguridad de Noah, pero dos brujos experimentados le proporcionaban la confianza suficiente como para pensar que todo saldría bien.
Leandra los llevó por un camino ancho, paralelo al Camino Real, que se internaba en los bosques cercanos. Tardaron un par de horas en llegar a una pequeña y abandonada aldea. Entonces, Leandra detuvo a su caballo y Tallad y Jamis desmontaron.
Jamis miró a su alrededor mientras Tallad se acercaba a un punto en concreto, con las manos en alto y murmurando unas palabras en un élfico más complicado y enrevesado de lo normal. Jamis sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo, no por Tallad y su magia, si no por la aldea. No le gustaban los sitios abandonados. Con los años, había aprendido que no se podía sacar nada bueno de ellos; entre sus paredes deterioradas y sus calles llenas de maleza había una frialdad fuera de lo normal que le ponía los pelos de punta. «Fantasmas, espíritus de los muertos», susurró una voz en su mente.
Otro escalofrío le bajó por la espalda, siguiendo la línea de su columna. Sacudió la cabeza. Ese no era un buen momento para pensar en fantasmas.
Se giró hacia Tallad. De sus dedos salían chispas azules que flotaban hacia delante, hasta hundirse en una pared de luz de colores que había a escasos centímetros del elfo.
El portal terminado se iluminó durante unos segundos con una luz cegadora... antes de toda esa luz regresara de nuevo al portal. Tallad se apartó tambaleándose y Jamis corrió para sujetarlo antes de que se cayera. Lo agarró del codo y Tallad apoyó su peso en él. Tenía los ojos cerrados y respiraba muy rápido, con la frente perlada de sudor. Cuando se recuperó un poco, abrió los ojos y le asintió a Jamis con la cabeza.
—El portal llevaba dentro de una casa en Arcar —dijo Tallad—, así que nos he acercado lo máximo posible.
—Yo no os acompañaré —anunció de pronto Leandra—. Sin Aethicus en Myria, soy la responsable de la seguridad del pueblo, y más después de las acciones del príncipe Galogan.
—¿Y si necesitas ayuda?
—Me las apañaré. Ahora marchaos. Os necesitan más que yo, eso os lo aseguro.
Sin nada más que decir, Jamis soltó a Tallad, que ya parecía ser capaz de mantenerse en pie sin ayuda. Cruzó después de él. La energía del portal crepitó en su piel y sintió como algo tiraba de él hacia delante. Sus pies golpearon con fuerza el suelo. Se habría caído de no ser porque alargó una mano y logró aferrarse al brazo de Tallad, que lo sostuvo hasta que el mareo que le había provocado el portal desapareció. El portal se desvaneció tras ellos con un chasquido, dejando tras de sí el aroma de la magia.
Jamis miró a los lados. Estaban al final de un callejón sin salida, con baldosas de piedra gris bajo sus pies y casas de piedra gris a cada lado. A lo lejos, Jamis podía ver el inicio de la calle y una plaza ancha y bien iluminada al otro lado. Jamis caminó hasta allí, apoyando un hombro en una pared cercana y vio que no había mucha gente.
A su lado, Tallad señaló hacia delante. Jamis hacía mucho que no estaba en la ciudad, pero reconoció al instante el enorme edificio.
—El Palacio de Ciria. ¿Es ahí dónde Galogan los ha llevado? —le preguntó a Tallad. Había unos cinco soldados custodiando las grandes puertas de la mansión, pero tampoco era extraño: allí vivían los gobernadores de Arcar y solían estar bien guardados. Jamis frunció el ceño—. Llevan armaduras de Lorea.
—Creía que los soldados en Sarath llevaban cuero, no metal —replicó Tallad.
—Cuando Bissane se casó con el rey, llevó algunas costumbres de Vyarith —le contó mientras contemplaba a los hombres que guardaban el palacio—. Los soldados de Lorea no tardaron en empezar a usarlas. Desde entonces, las armaduras de metal en Lorea son la costumbre y son de los pocos que las usan.
—Muy bien, entonces estamos seguros de que Galogan están allí. ¿Por qué si no habría soldados de Lorea custodiando esa casa?
—No tendría sentido, no. —Jamis se dio cuenta de que los soldados no estaban muy centrados. Dos estaban charlando tranquilamente apoyados en la pared del palacio, mientras que otro no paraba de bostezar. Había uno que se estaba refrescando la frente en la fuente de la plaza. Solo uno parecía estar atento.
«Podría ser peor —pensó—. No nos costará mucho entrar si están así de despistados. Aun así...»
Jamis se giró hacia Tallad, que estaba rebuscando en los bolsillos de su pantalón hasta encontrar una moneda vieja y doblada por la mitad. El elfo la lanzó al aire y la moneda brilló unos segundos... antes de desaparecer.
—Mensaje para Noah —le explicó Tallad, encogiéndose de hombros. Jamis lo miró durante unos instantes. Parecía haberse recuperado después de hacer el portal.
—Tallad, ¿te agotará mucho hacer otro portal? El sitio está muy cerca —le aseguró.
—Puedo hacerlo, sí. ¿Qué pretendes hacer, Jamis?
—Vamos a necesitar ayuda, Tallad. Solo nosotros tres no vamos a ser capaces de entrar y salir con vida.
—No te entiendo. Somos dos brujos y tú eres un guerrero espléndido. Jamis...
—Escúchame —lo interrumpió. Tallad cerró los labios y lo miró a través de las largas pestañas; su mandíbula estaba apretada con fuerza. No le gustaba que lo callaran—. Lo siento —murmuró rápidamente—. Pero Tallad, mira a esos soldados. No se están tomando su trabajo en serio. ¿Sabes qué quiere decir eso?
—Que son idiotas.
—No. Galogan debe tener dentro a unas fuerzas lo bastante importantes como para que esos soldados —Jamis los señaló con el dedo—, no les importe mucho. Además, mínimo debe haber un brujo y seguro también contará con los soldados de los gobernadores. Está usando su palacio, así que debe tener su apoyo en esto, o al menos, cierto respaldo por su parte en sus planes. No nos podemos a arriesgar a que este rescate salga mal. Solo tenemos una oportunidad para sacarlos de allí.
El silencio llenó durante unos minutos el aire entre ellos hasta que, al final, Tallad soltó un suspiro y asintió con la cabeza.
—Muy bien, necesitamos ayuda. ¿De dónde la vas a conseguir?
—Bissane. Está en el palacio de Mirietania. Solo necesito llegar hasta ella y pedirle que nos ayude.
—¿Crees que lo hará? Estaría enfrentándose a su propio hijo, poniéndole en peligro.
—Estoy seguro de que me ayudará. —Jamis quería contarle todo sobre Bissane, sobre su relación con su esposo y sus hijos, pero ahora no había tiempo. Los cotilleos familiares tendrían que esperar hasta que hubieran sacado a sus amigos del palacio.
—Si quieres arriesgarte a que te deje tirado en cualquier parte del palacio de Mirietania, creo que podré hacerlo. Cuanto más preciso sea, más me cansaré.
—No hay problema, me las arreglaré para llegar hasta mi sobrina.
Tallad asintió con la cabeza y caminó de nuevo hasta el final del callejón. Con un par de movimientos, reabrió el portal, lo bastante fuerte como para llevarle hasta el castillo. Justo cuando estaba a punto de cruzarlo, Tallad exclamó:
—¡Espera! —Jamis se giró. Tallad le había puesto una mano en el codo para evitar que cruzara el portal. Alargó la mano libre y buscó en su bolsillo hasta sacar un disco de bronce—. Un disco de comunicación —le dijo—. Cuando termines, úsalo y haré un portal.
—Te agotarás.
Tallad negó.
—Noah estará ya aquí para entonces. Entre los dos será sencillo.
Jamis agarró el disco que Tallad le tendía. Estaba caliente por haber estado cerca de su cuerpo. Antes de girarse, se acercó al elfo y le plantó un beso en los labios. Rápido, sin detenerse más que unos segundos. No era un beso de despedida, solo un hasta luego. Jamis se negaba a pensar que Tallad pudiera salir herido.
Cruzó el portal, el segundo con apenas unos minutos de diferencia. Esta vez estaba preparado para el tirón que sintió en el centro del cuerpo, aunque eso no quería decir que fuese agradable. Su mundo se volvió oscuro durante unos segundos antes de sus pies chocaran contra un suelo duro. Sus tobillos cedieron y Jamis cayó al suelo. Detuvo la caída con las manos y se raspó las palmas contra la piedra áspera.
Parpadeó un par de veces hasta que su visión se ajustó. El portal tras de él había desaparecido. Estaba solo en mitad de un corredor deslucido y soso. Grandes ventanas en forma de arcos sin cristal se encontraban a su izquierda; al otro lado, Jamis pudo ver el mar y notó el olor del salitre. Hacía mucho que Jamis no veía el mar.
—¡Eh! —gritó alguien de repente—. ¿Quién eres tú?
Se giró a toda velocidad y se dio de bruces contra dos soldados. Vestían de cuero y llevaban lanzas idénticas en las manos. No parecían muy contentos con su presencia.
Jamis alzó las manos.
—Estoy buscando a la reina Bissane. Necesito hablar con ella —les dijo. ¿Cómo convencía a dos guardias de que lo llevaran a ver a su sobrina? Algo le decía que no se creerían si les decía que Bissane era su sobrina.
—Dudo mucho que la reina quiera verte, seas quién seas —replicó uno de los guardias, acercándose a él con la lanza apuntándole directamente al corazón. Su compañero lo siguió, menos valiente. Las manos le temblaban las agarrar su lanza, como si no estuviera seguro de querer arriesgar su vida por enfrentarse a él. Pero hoy había tenido suerte: Jamis tenía demasiada prisa como para luchar contra ellos.
—Oh, créeme, le encantará verme. Es más, si se entera de que he estado aquí y no he podido verla porque dos guardias mediocres me lo han impedido, se enfadará mucho.
El guardia valiente pareció dudar ante sus palabras. Miró a su compañero durante unos segundos antes de volver a dirigir la mirada a Jamis, con el ceño fruncido. Azuzó la lanza contra él, casi clavándosela en el pecho.
—Camina —gruñó el guardia valiente—. Pero si la reina Bissane no te reconoce, yo mismo te daré una paliza.
—Puedes intentarlo. —Jamis sonrió.
Jamis caminó entre los dos guardias; el valiente iba tras él, con la lanza en alto para que Jamis no se atreviera a lanzarse contra ellos. Recorrieron los pasillos del palacio hasta llegar a una puerta de doble hoja custodiada por dos soldados con armaduras; el metal tintineó cuando uno de ellos golpeó el puño enguantado contra la madera. La puerta se abrió y a Jamis le dieron un empujón con un codo para que entrara.
Bissane estaba sentada en un sillón, con un libro entre las manos. La última vez que Jamis la había visto, solo era una muchacha de veinte años. Con cuarenta y cuatro años, Bissane estaba igual de hermosa. Sin embargo, años habían pasado para ella; tenía algunas arrugas en la frente y alrededor de los ojos. Cuando levantó la mirada, Jamis vio durante unos instantes el cansancio en sus ojos azules antes de que la sorpresa la sustituyera.
Su sobrina se levantó de un salto, tirando el libro a una mesa pequeña que había delante de ella.
—Fuera, dejadnos solos —ordenó Bissane, su voz retumbó en la habitación—. Ahora —añadió cuando los soldados no obedecieron.
Cerraron la puerta al salir. Solo entonces, Bissane corrió a sus brazos. Jamis la apretó contra él con fuerza. Hacía tanto, tanto tiempo... Al separarse, Bissane tenía lágrimas en los ojos y Jamis no estaba mucho mejor. Su sobrina sacó un pañuelo de tela de la manga de su vestido y se secó las lágrimas a toques.
—¿Qué haces aquí? —inquirió Bissane.
—Necesito tu ayuda, aunque me temo que no te va a gustar lo que te voy a decir.
—Dímelo sin rodeos —le pidió.
Jamis se lo contó todo. Conforme avanzaba en su historia, el gesto de Bissane se iba tensando más y más. Le recordó a su hermana Lyrina; hacía la misma mueca cuando estaba enfadada, apretando los labios con tanta fuerza que se le quedaban blancos.
—Ese estúpido es hijo de su padre —masculló Bissane cuando Jamis terminó—. Pero sí, tienes razón, hay que detenerlo. La princesa Tiaby, sin embargo, es nuestra prioridad. —Jamis abrió la boca para replicar, pero Bissane alzo un dedo en un gesto que era idéntico al de Lyrina—. Estamos a punto de hacer algo que va a destrozar Lorea en dos. Necesitaré tener a Aaray de mi lado en los siguientes meses y eso no pasará si a la princesa le pasa algo. No te pido mucho, tío, solo eso.
A Jamis no se le pasó desapercibido que Bissane tan solo mencionara a la reina Aaray como aliada, y no al rey. ¿Qué tendría entre manos su sobrina? Lo tendría que averiguar en otro momento.
—Está bien, sacaremos primero a la princesa —le aseguró. Aunque no le hiciera mucha gracia, tampoco sería una cambio extremo en sus planes. Todavía tendría tiempo para rescatar a Aethicus, Itaria y Rhys sin problema.
—Y debemos poner al tanto a Aaray —añadió Bissane—. Si estaban en el Palacio de Ciria quiere decir que hemos tenido a un traidor todo el tiempo entre nosotras sin darnos cuenta. No sabemos en qué más nos puede haber traicionado. Lo haremos ahora, todo será más sencillo si contamos con su ayuda.
Bissane no se esperó ni un segundo más. Lo llevó primero a buscar a Mirren, su hijo pequeño. Jamis sintió un escalofrío al ver sus ojos, sus mismos ojos, en el rostro de aquel chico. El príncipe lo miró durante unos instantes, como si se reconociera en él. Pero no dijo nada y apenas se inmutó cuando su madre los presentó. Después, continuaron su camino en un silencio incómodo hasta los aposentos de la reina Aaray. Aunque Jamis no era ajeno a los castillos —se había criado en uno, al fin y al cabo—, los castillos de Sarath le resultaban extraños. En Vyarith, a pesar del odio y las guerras entre ellos, todavía se seguía construyendo con una mezcla de estilos, humano y élfico. Allí, sin embargo, era imposible ver nada que le recordara a los castillos de su infancia. Las estructuras eran demasiado cuadradas, demasiado estrictas. No había ni un rayo de la suavidad y de la elegancia de los magníficos palacios élficos. ¿Bissane también pensaría cómo él? Se había criado en Pherea, en el nuevo palacio que su hermana Lyrina había ordenado construir después de la guerra. Jamis no lo había llegado a ver, pero sí había escuchado mucho sobre él, tanto de los labios de Bissane como de la poca gente de Vyarith que se encontraba en Sarath.
De repente, Bissane se detuvo y Jamis tuvo que parar a tiempo para no golpearse contra su espalda. Habían llegado a unas puertas entreabiertas. Bissane no llamó, tan solo empujó las puertas y entró; Mirren y Jamis la siguieron.
En el interior había dos mujeres, sentadas en un sofá. Una tenía el cabello largo y negro desparramado por el regazo de la otra, que le pasaba los dedos por el pelo con cuidado. Al verlos, la mujer del cabello negro se levantó de un salto. Iba descalza y llevaba el vestido mal colocado, como si se hubiera vestido sin muchas ganas y se hubiera olvidado de terminar de atar los lazos de su corsé. Sin embargo, Jamis no dudó quién era en el momento en el que sus ojos se posaron en él, contemplándolo con una fría mirada analítica y un porte aristocrático a pesar de todo. Nunca había visto a la reina Aaray de Zharkos, pero había escuchado hablar mucho de ella.
—Bissane, esto es de lo más irregular —comentó la reina Aaray. Avanzó un paso y se colocó delante de la otra mujer, como si pretendiera cubrirla con su cuerpo.
—Despide a Gwenore, Aaray. Tenemos ciertos asuntos que tratar. —Jamis no terminaba de entender lo que estaba pasando, solo que había una cierta tirantez entre Aaray y Bissane. Su sobrina miraba con desprecio a la muchacha de cabello castaño recogido en una trenza medio deshecha que Aaray protegía. Al igual que la reina, llevaba la ropa mal colocada y tenía las mejillas rojas.
—Gwenore se queda —sentenció Aaray. Después, dio unos pasos hacia Bissane y murmuró—: Ya hemos tenido muchas veces esta conversación, Bissane. No pierdas más el tiempo en causas perdidas.
Jamis vio como su sobrina apretaba los labios de nuevo, pero unos segundos después, Bissane forzó una sonrisa.
—Muy bien. Pues siéntate, tengo algo que contarte.
Si Jamis pensaba que Bissane se había enfadado al escuchar lo que había hecho Galogan, era porque no había visto todavía la reacción de Aaray. Durante los instantes que siguieron después de que Bissane terminara de hablar, estuvo seguro que la reina se iba a lanzar al cuello de su sobrina y ahogarla con las manos desnudas. A su lado, en un silencio tenso, Mirren debió pensar lo mismo que él, porque se llevó la mano a la cadera; del cinturón le colgaba una espada y se aferró al mango con fuerza. Sin embargo, ninguna de las dos mujeres le prestó atención, como si no estuviera allí.
—Voy a matar al perro de tu hijo —gruñó Aaray, su voz temblando de puro odio—. Como le haga daño a Tiaby, me aseguraré de cortarlo en torturarlo hasta que grite antes de cortarlo en trocitos.
—Cuidado, Aaray. Sigues hablando de mi hijo. —En la voz de Bissane había una amenaza más sutil, más velada, pero que le puso más los pelos de punta que la bravuconada de Aaray.
—¡Tenemos que sacarla de ahí! ¡Ya! —La reina se levantó del sofá en el que se había vuelto a sentar y empezó a pasearse por la habitación todavía con los pies desnudos.
—Iré al mando de mis hombres —dijo Mirren de repente, adelantándose unos pasos. Aaray se detuvo y lo miró como si se diera cuenta por primera vez de que estaba allí—. Conozco a Galogan y tengo cierta idea de cómo es el Palacio Ciria.
—Bien, bien. Y si ves al traidor de Aron, córtale la cabeza y traémela como regalo. Quedará perfecta clavada en una pica en lo alto de la muralla.
Mirren asintió, aunque no pareció hacerle mucho caso a las palabras de la reina. Solo en ese momento, con el sutil movimiento de su cabeza, Jamis se dio cuenta de que llevaba una pesada corona. Contempló a Bissane, que lo miraba de reojo; su sobrina levantó una comisura de sus labios, en una especie de sonrisa retorcida y satisfecha. «Por todos los dioses, Bissane —pensó incrédulo—, ¿a qué estás jugando?»
Tres portales en un mismo día. Seguro que eso era un nuevo reto, pensó Jamis con sarcasmo después de que el portal lo escupiera de nuevo al callejón en el que había dejado a Tallad apenas una hora antes. Tenía el estómago revuelto y el calor de la mañana, cada vez más insoportable, no ayudaba mucho.
—No tienes buena cara, Talth —escuchó decir a una voz no muy lejos de él. Hacía mucho que no la escuchaba, pero Jamis no olvidaría nunca esa mezcla de burla y aburrimiento que era la marca de Noah Mandrag. El cabello rubio le caía hasta la mitad del pecho en una larga trenza que dejaba ver las orejas puntiagudas y llevaba unos pantalones azul oscuro a juego con una camisa; los cordones estaban atadas con descuido y la camisa se le abría hasta casi el ombligo—. Me parece que los portales no te sientan muy bien.
—Noah, cállate —le soltó Tallad, que llegó a su lado de repente y le puso una mano en la frente. Al instante, Jamis notó como las náuseas desaparecían y el corazón dejaba de latirle contra las costillas—. ¿Estás mejor? —le preguntó en un susurro.
Jamis asintió. Se metió la mano en el bolsillo y sacó el disco que Tallad le había dado, pero cuando lo vio, elfo negó con la cabeza.
—Quédatelo, por si acaso. —Jamis volvió a guardarlo, sintiendo el peso en el bolsillo del pantalón y un nudo de preocupación en la garganta. A su alrededor había una veintena de soldados armados, inundando el callejón y haciéndolo ver todavía más pequeño; Mirren estaba en el centro de un círculo que habían formado, terminando de darles órdenes. Había una determinación mezclada con dureza en su mirada que Jamis reconoció. La veía todos los días al mirarse en el espejo.
Cuando Mirren se giró hacia él, hizo un movimiento con la cabeza. Estaban listos.
Ahora solo quedaba confiar en la suerte y esperar salir con vida.
Uhhhhhh, espero que os haya gustado.
XOXO
Próximo capítulo 13/09/2024
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