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Capítulo 20

Myria. 15 de mayo.

Era noche cerrada. Tiaby notaba el viento cálido en la piel, un cambio agradable después de haberse pasado casi dos semanas lloviendo sin parar. La tierra todavía estaba húmeda y los caminos, la mayoría mal adoquinados, eran un peligro para su caballo. Una vez, había estado a punto de caerse cuando el animal había resbalado por culpa de una piedra tan erosionada que no tenía agarre y por el suelo mojado.

Tiaby se bajó del caballo para descansar. Cuanto más se alejaba de Zharkos, más segura se sentía y había empezado a cabalgar desde el atardecer, cuando al principio solo se arriesgaba a avanzar una vez había caído la noche. Por la mañana siempre descansaba, buscando refugio en cualquier taberna. Había pagado de más para que la gente se mantuviera callada y había pasado todo el tiempo con el cabello cubierto. El pelo blanco era su rasgo más distinguible y Tiaby no era tan estúpida como para creer que, por mucho más dinero que les hubiera pagado por las escasas habitaciones y la comida rancia, no dirían nada si Galogan si presentaba con bolsas llenas de dinero. Lorea podía permitirse gastar el oro de esa forma, Tiaby no.

Se había detenido a unas pocas horas del amanecer. Estaba agotada, con los músculos agarrotados después de pasarse más de cuatro horas en el camino sin detenerse. Por lo menos, la ropa se le había secado y ya no tenía el cuerpo tan frío, aunque había cogido un resfriado en algún momento. Ahora ya estaba mejor, pero se había pasado dos días en los que no se había podido mover, encerrada en el cuartucho de la taberna en la que se había hospedado.

Estaba en un pequeño claro, muy cerca del río Verde. Si se acercaba a la orilla y miraba hacia su izquierda, podía ver el pueblo de Myria. A Tiaby le picaban las manos de los nervios; después de dos semanas en el camino, estaba a punto de llegar a su destino, aunque no tenía ni idea de qué haría una vez allí.

En realidad, ni siquiera sabía qué estaba haciendo. Seguir su instinto, suponía.

Se había dirigido a Myria porque, mientras leía el libro que el elfo le había dado, se había fijado en una cosa: todo ocurría en ese pequeño pueblo. Myria había sido el centro de todas esas leyendas, el punto de unión de ellas. Si Myca Crest y sus seguidores querían hacer daño a las Guardianas para conseguir sus objetivos —fueran cuales fuesen—, Myria tal vez tendría un papel importante. Tiaby no iba a permitir que esa bruja consiguiera llevar a cabo sus planes. Tiaby no podía proteger Zharkos desde dentro, desde el trono, pero lo haría desde fuera. Protegería a Mikus, Efyr, Basra, Aaray y Cass evitando que Myca Crest llegara hasta las Guardianas, porque tenía claro que eso no era solo importante para los ocultos. El futuro de Sarath, tal vez del mundo, dependía de que las Guardianas siguieran vivas.

Ni siquiera sabía si su presencia serviría de algo o si encontraría a alguien de la Resistencia allí, pero daba igual. Estaba dispuesta a intentarlo.

Dejó que el caballo bebiera agua antes de llevarlo a un árbol cercano y atar las riendas a una de las ramas más bajas. Pensaba quedarse allí y descansar hasta que se hiciera de día y entonces se dirigiría hacia Myria.

Tiaby se dejó caer en la hierba y estiró las piernas frente a ella con un suspiro de alivio. Hacía tiempo que no cabalgaba tanto; en realidad, nunca se había pasado tanto tiempo encima de un caballo. En las pocas ocasiones en las que viajaban, su padre siempre la obligaba a ir dentro de un carruaje, así que lo máximo que Tiaby había cabalgado era en las pocas ocasiones en las que le dejaban ir hacia Arcar o por los alrededores de Mirietania.

Paseó la mirada por el claro y un escalofrío le recorrió el cuerpo, aunque no hacía frío. Frunció el ceño y se levantó con cuidado, esperando que sus piernas doloridas la sostuvieran. No sabía el qué, pero había algo extraño en el sitio. La luz de la luna y de las estrellas iluminaban con suavidad el lugar, y Tiaby recorrió cada rincón con los ojos. Rodeándolo por dos de sus tres caras, el contorno oscuro del bosque le ponía los pelos de punta. ¿Habría alguien espiándola desde allí? Tiaby no era capaz de decir qué era lo que la había puesto en alerta, solo que había algo allí que hacía que su cuerpo se tensara como la cuerda de un arco.

Tiaby caminó por el claro, intentando acallar las voces de su cabeza que le decían que huyera de allí. No había nada extraño en los alrededores, nada que le hiciera sospechar...

Su pie derecho impactó contra algo duro.

—¡Ay! —Tiaby se agarró el pie, manteniendo el equilibrio a duras penas. Cuando el dolor remitió y comprobó que no se había roto ningún dedo, miró hacia abajo y encontró una piedra alargada y baja, de color blanco sucio, con la parte superior perfectamente alisada; estaba escondida entre la hierba y tenía una pequeña curvatura en su forma.

Frunció el ceño. No era una piedra natural, eso estaba claro, si no que más bien parecía la base de alguna estructura. Tiaby había estado concentrada mirando el borde del bosque, pero no se le había ocurrido mirar hacia el suelo. Pasó las manos por la piedra fría y todo su cuerpo se estremeció con la misma sensación que antes.

Era eso, era esa piedra. Recorrió el suelo con la mirada y encontró más piedras desperdigadas por aquí y por allá y también algo más. Cerró los ojos con fuerza, esperando que tan solo fuera una ilusión de su mente, pero cuando los volvió a abrir seguía allí. Es más, se hacía cada vez más visible, más real.

Tiaby se echó hacia atrás y contempló con la boca abierta los contornos cada vez más claros de la torre que se estaba formando delante de ella. Era como si hubiera aparecido de la nada, o tal vez siempre había estado ahí, pero ella no había sido capaz de verla.

La torre era más alta que ancha, redonda y del mismo blanco sucio y envejecido que las piedras que ahora formaban su base. Si Tiaby echaba la cabeza hacia atrás, podía ver el final, con una cúpula convexa de tejas oscuras de la que sobresalía una aguja aguda que parecía estar a punto de pinchar el cielo. Aquí y allá había estrechas ranuras que supuso que serían ventanas; frente a ella había una gran puerta de madera oscura manchada por el tiempo.

A pesar de que estaba en buen estado, Tiaby supo que estaba deshabitada con tan solo una mirada. No había luces y había una sensación de soledad en ella que no le gustó nada. Intentó apartarse de la torre, llegar hasta su caballo y huir, pero cuando se fue a dar la vuelta, Tiaby se golpeó contra algo suave y flexible que la mandó hacia atrás trastabillando.

Levantó el brazo y con una mano temblorosa tocó lo que fuera que había delante de ella. Era como una barrera y cuando hacia fuerza, notaba como se estiraba, pero sin dejarla pasar.

Todo su cuerpo empezó a temblar. Con las piernas apenas sosteniéndola, Tiaby fue palpando toda esa extraña barrera, buscando un hueco por el que salir. Dio toda la vuelta a la torre y cuando volvió a estar frente a la puerta, el alma se le cayó al suelo.

Estaba atrapada, como un ratón en una trampa.

Se despertó con alguien sacudiéndole el hombro. Notaba la presencia cálida de Tallad a su lado.

—Jamis —susurró una voz muy cerca de él.

Medio dormido, no fue capaz de reconocerla. Abrió los ojos y contuvo un bostezo mientras se giraba hacia su izquierda. Un rostro se inclinó sobre él. Jamis levantó una mano y lo agarró del cuello, con fuerza suficiente como para que no se pudiera escapar.

—Soy Aethicus —dijo la voz, casi estrangulada.

Jamis lo soltó de inmediato y a pesar de la poca luz, vio que el capitán se frotaba la garganta con una mano allí donde lo había sujetado.

—Lo siento. —Jamis se incorporó un poco en la cama, con cuidado de no molestar a Tallad, pero ya era tarde. Habían hecho demasiado ruido y el elfo se había despertado. Tallad se incorporó sobre un codo, separándose de su lado y contemplándolos con una mirada somnolienta.

—¿Qué hacéis?, ¿y qué hora es? —inquirió Tallad en medio de un bostezo.

—Cerca del amanecer —respondió Aethicus. Fijó la mirada en él y, en medio de la oscuridad de la habitación, Jamis se dio cuenta de que sus ojos azules emitían un ligero resplandor, como si fueran dos velas—. Necesito vuestra ayuda y rápido.

—¿Ha ocurrido algo?

Aethicus contestó con una rápida cabezada. No hizo falta nada más. Jamis se despertó al instante, el sueño se desvaneció de su cuerpo ante la mirada dura de Aethicus. El capitán no los despertaría por nada, así que, lo que hubiera ocurrido, tendría que ser grave.

Tanto Tallad como él se levantaron de la cama y empezaron a vestirse, recogiendo la ropa desperdigada por la habitación. Jamis había dejado la espada colgando del cabecero de la cama; se apretó el cinturón alrededor de la cintura mientras veía como Tallad se colocaba dos grandes brazaletes de acero nyris en las muñecas. Le ayudaban a conducir mejor su magia y en vista de que tal vez se encontraran en medio de una lucha, era mejor ir preparado. Jamis recogió dos dagas y se las colocó en el cinturón mientras salían de la habitación, con Aethicus al frente.

Cuando salieron de la taberna, Jamis notó el aire todavía caliente en la piel. El tiempo había cambiado de golpe en los últimos dos días, gracias a los Dioses, aunque ahora el problema era el calor; por las mañanas era asfixiante y por las noches no se disipaba apenas, así que dormir se convertía en un reto.

—¿Os acordáis lo que os conté sobre la torre que hay aquí cerca? —preguntó de repente Aethicus. Iba unos pasos por delante de ellos y Jamis podía verle la tensión en los hombros.

—Sí, claro.

Itaria había obligado a Aethicus a contárselo como condición para permitir que la ayudaran a encontrar a su hermana Mina. A Jamis todavía le resultaba increíble que hubiera una torre escondida cerca de Myria y que él jamás la hubiera visto. Cuando se lo había comentado, Aethicus le había explicado que solo aparecía ante desconocidos si un miembro de la Resistencia lo permitía.

Después, cuando ya estaban en la seguridad de su habitación, Tallad había sugerido entrar en la torre para verla. Tenía curiosidad por saber cómo eran los hechizos que la mantenían oculta porque, según él, debían ser muy sofisticados. Sin embargo, al final no habían llegado a entrar porque lo habían ido aplazando un día y después otro.

—Esta noche ha saltado uno de los hechizos que rodean la torre. Ha emitido la señal de que era alguien de la Resistencia.

—¿Y por eso nos llamas? —Jamis se detuvo de golpe, sujetando con fuerza el pomo de su espada entre los dedos. Si no lo hacía, sacaría la espada y golpearía a Aethicus en la cabeza por idiota—. ¿Para pegar a alguien de la Resistencia que te ha despertado? ¡Estaba durmiendo, Aethicus!

El capitán también se detuvo, se giró sobre sus talones y lo miró. Estaba lo bastante lejos como para que Jamis no pudiera alcanzarle con el puño sin avanzar, al igual que con la espada. Realmente quería golpearle y lo hubiera hecho (o al menos le habría dado un golpe con el puño), de no ser por la extraña mirada que tenía esa noche. Sus ojos ya no eran azules, sino de un raro color ámbar con pequeños puntos de un rojo virulento que casi le dolían verlos. No estaba agitado, pero sí enfadado.

Jamis nunca había visto unos ojos así. A su lado, Tallad le puso la mano alrededor de la muñeca y apretó con fuerza, una advertencia más que clara para que no hiciera o dijera nada.

—No seas idiota y déjame terminar de hablar —soltó de repente. Jamis vio como apretaba la mandíbula, enfadado, pero todavía contenido. Miró el martillo que Aethicus llevaba en la mano y se alejó un poco; Jamis no llegaría a golpearlo desde allí, pero había visto a Aethicus manejar el martillo y sabía que la distancia no era problema para él. Un golpe y estaría muerto. En otras circunstancias no había creído que Aethicus le pudiera hacer daño, pero la mirada y la actitud del capitán no le gustaba para nada esa noche—. Para nada me habría preocupado si la señal que hubiera emitido el hechizo no fuera de la alguien que está muerto. Cada miembro de la Resistencia tiene un anillo que emite una señal específica. Quien sea que está cerca de la torre, debe haber robado el anillo de alguien que murió hace apenas unos meses. ¿Entiendes el problema? Puede ser Myca o cualquiera de los suyos intentando entrar en la torre, tal vez creyendo que allí hay gente y que pueden pillarlos desprevenidos porque la señal es de alguien conocido. Es el momento perfecto para darles un golpe directo.

Aethicus se giró y lo vio respirar un par de veces, sin moverse del sitio. Notó a Tallad moverse y acercarse a su oído.

—Nada de enfadarle más, ¿entendido? —le susurró, con un tono acerado que no admitía réplica. Jamis tampoco pensaba llevarle la contraria, y menos viendo a Aethicus actuar tan extraño.

—¿Vais a ayudarme o no? —preguntó de repente Aethicus, girándose de nuevo hacia ellos. Sus ojos habían regresado a su azul habitual, pero Jamis no podía quitarse la imagen anterior de la cabeza. Jamás había visto a Aethicus tan afectado, tan alterado. Sabía que era algún tipo de oculto, aunque todavía no había descubierto qué era. Y en ese momento había estado a punto de averiguarlo.

—Por supuesto —respondió Tallad antes de que Jamis fuera capaz de abrir la boca. El elfo le dio un pellizco en el brazo, como si deseara asegurarse de que Jamis no fuera a decir nada más.

Aethicus dejó escapar un suspiro de alivio y asintió con la cabeza. Jamis notó como sus hombros se destensaban un poco, no mucho, todavía estaba alerta; pero al menos ya no parecía que iba a saltar encima de Jamis en cualquier momento. Era un alivio, la verdad. No le habría gustado nada hacerle daño a Aethicus, pero si se hubiera puesto violento y lo hubiera atacado, no hubiera dudado ni un segundo en contraatacar para salvarlos a él y a Tallad.

Cuando retomaron la marcha, Jamis lo hizo pegado a Tallad y con una mano reposando en la empuñadura de la espada, atento a cualquier movimiento extraño —de parte de Aethicus o del camino. Todo estaba demasiado silencioso para su gusto, un silencio antinatural que hacía que le picara la piel por la anticipación y las manos se le tensaran alrededor del pomo. A su lado, Tallad había conjurado dos discos mágicos de un color tan negro que no se veían en mitad de la noche. Jamis notaba la magia que desprendían en la piel; eran pura energía que crepitaba con mucha suavidad. Si sus sentidos no hubieran sido más agudos de los normal, ni siquiera lo hubiera escuchado.

De repente, Aethicus se separó del camino y se adentró en el bosque que se extendía hacia su izquierda. Había un pequeño sendero secundario, apenas un caminito despejado de vegetación, con marcas de pisadas todavía frescas en el barro.

Jamis sintió un escalofrío al acercarse a los árboles. Al principio pensó que era solo por lo extraño de la situación, pero cuando el escalofrío despareció dejando una sensación de electricidad supo que no se lo estaba inventando. Una vez había entrenado con una bruja que podía invocar relámpagos y, durante la lucha, había usado sus poderes en él. Jamis recordaba todavía el súbito dolor paralizante, pero, sobre todo, la sensación de hormigueo que le estuvo recorriendo el cuerpo durante el resto del día.

Ahora se sentía igual, con esa misma sensación de tener miles de patas de bichos recorriéndole el cuerpo.

No era agradable.

Jamis se rascó el brazo. Todo era cosa de su mente, estaba seguro. Solo tenía que convencerse de que no era real.

Entonces, llegaron al claro. Jamis estaba seguro de haber estado ahí antes, pero definitivamente no había existido esa enorme torre en el centro, ni un escudo protector a su alrededor, ni una chica correteando de un lado para el otro. La muchacha se detuvo de golpe y aunque estaba lejos, Jamis pudo ver como abría mucho los ojos al verlos. Corrió hacia la barrera, abriendo y cerrando la boca. Estaba gritando, pero ellos no podían escucharla.

La chica alzó los puños y golpeó con fuerza la barrera... y salió despedida hacia atrás.

—¡Dioses! —Tallad se lanzó hacia la barrera corriendo y Jamis los siguió unos pasos por detrás, con la espada medio fuera de su vaina. No pensaba permitir que nadie lo atacara. Alzó los brazos e hizo unos gestos con los dedos, de los que salieron chispas azul claro. En la barrera empezaron a aparecer huecos, deshaciéndose lentamente como si fuera papel en el agua.

Cuando los agujeros fueron lo bastante grandes, Tallad y Jamis traspasaron la barrera y llegaron al lado de la chica. Estaba tirada de cualquier forma en el suelo y estaba muy pálida. Su cabello, de un extraño cabello blanco, estaba enmarañado y cubriéndole el rostro sucio de tierra. Jamis se preparó por si se levantaba y los atacaba, pero la muchacha se mantuvo inmóvil por completo. Jamis no sabía si estaba respirando.

Tallad le puso los dedos en el cuello, buscando su pulso, mientras Jamis se arrodillaba junto a su lado, examinando las curiosas facciones de la chica. Nunca había visto un rostro así. No era exactamente guapa, pero había algo en ella, aunque no sabía el qué.

—Está viva —le dijo con un suspiro de alivio un minuto después—. Su pulso es fuerte, creo que tan solo está inconsciente—. Tallad tocó con cuidado el cuello, la nuca y la cabeza de la chica, examinando que no tuviera más heridas que los pocos rasguños que tenía en las manos y en el rostro—. Aun así, deberíamos llevárnosla. Es posible que la barrera le haya hecho más daño y debería examinarla mejor.

—Nos la llevaremos —escuchó decir a Aethicus tras él—, y podrás examinarla, pero después permanecerá encadenada.

—¿Crees que es necesario? A mí me parece inofensiva.

—Me niego a poner en peligro a mi gente. En Myria hay muchos inocentes que no tienen el porqué de pagar las consecuencias de la guerra contra los Crest.

—Yo estoy con Tallad, la chica no parece suponer ningún peligro —intervino Jamis.

—Da igual —sentenció Aethicus, con un tono de voz que hizo que Jamis no se atreviera a replicar. Ya había tenido suficiente con el estallido anterior de Aethicus como para volver a enfurecerlo—. Nos la llevaremos al barracón y la interrogaremos cuando se despierte. Tallad, puedes curar sus heridas mientras tanto, pero cuando recobre la conciencia será toda mía.

En el tiempo en el que conocía a Aethicus, nunca pensó que podría ocultar una personalidad tan fría debajo de toda esa amabilidad y gestos agradables. Aunque, en realidad, ¿por qué se sorprendía tanto? Si había llegado a capitán de Myria era de suponer que lo habría hecho al igual que el resto: matando.

Jamis tampoco fingía ser un santo. Por supuesto que había matado y mucho. Había sido mercenario en batallas y guerras, había sido cazador, guardia personal y asesino a sueldo. Suponía que, lo que le molestaba, era que Jamis jamás había fingido ser otra cosa, mientras que Aethicus nunca se había mostrado de otra forma que no fuera amable y cariñoso, incluso cuando no le conocía de nada. ¿Tendría algo que ver con que él era un oculto y esa chica no? Jamis no notaba nada especial en ella. No parecía tener rastro de sangre élfica, ni de sílfide, ni sirena, ni dríade. Parecía ser una muchacha humana normal y corriente, aunque con un aspecto muy curioso.

—Jamis, ayúdame a levantarla —le pidió Tallad, sacándolo de sus pensamientos.

Obedeció a toda velocidad y entre los dos, alzaron a la chica. Seguía inconsciente, pero Tallad tenía razón: no parecía tener heridas importantes y su respiración era tranquila y profunda.

Jamis pasó un brazo por debajo de sus rodillas y la levantó con facilidad. Tallad se aseguró de que iba bien agarrada y de que su cabeza no se balanceaba antes de empezar a caminar. El silencio entre ellos era espeso y desagradable, con un matiz de desconfianza que le hizo sentirse todavía más incómodo. Estaba seguro de que Aethicus no desconfiaba de él, pero Tallad y Jamis no lo podían evitar. En más de una ocasión, se encontró buscando la mirada del elfo y vio la preocupación en sus ojos.

Envueltos en ese silencio, llegaron hasta Myria. Cruzaron el puente bajo las miradas escrutadoras de los soldados apostados a cada lado, que miraron a Aethicus con seriedad, pero no se atrevieron a mover un solo músculo para detenerlos. Cuando llegaron a los barracones, los brazos de Jamis ardían. La chica no pesaba mucho, pero el paseo había sido largo y él apenas había dormido nada; empezaba a notar los ojos pesados y cansados. Solo quería regresar a su cama. En el cielo empezaban a aparecer suaves pinceladas de azul claro y naranja que anunciaban el amanecer. Maldito Aethicus, ni siquiera iba a ser capaz de descansar esa noche.

Aethicus los llevó hasta los barracones, les abrió la puerta y los llevó escaleras arriba hasta una habitación vacía, con dos camastros desnudos de sábanas. El capitán arrastró una silla desde otra habitación, junto a una larga cuerda, y le indicó a Jamis que colocara a la muchacha en ella antes de empezar a atarla con fuerza. En ningún momento se despertó.

—¿En serio crees que todo esto es necesario? No me parece tan peligrosa como para tenerla maniatada en una silla y abandonada en una habitación solitaria —le dijo Jamis una vez salieron del cuarto. Aethicus cerró la puerta tras ellos y pasó la llave.

—No vuelvas a repetírmelo, ¿vale? Estoy haciendo lo correcto para mi gente, aunque no lo entiendas.

Jamis apretó la mano en un puño con fuerza y respiró con fuerza, intentando no lanzarse encima de Aethicus. Lo que habían implicado sus palabras... Jamis se había pegado con gente por mucho menos.

Aethicus soltó un suspiro y se pasó las manos por el rostro, pellizcando el puente de su nariz como si tuviera un fuerte dolor de cabeza que no se iba.

—Lo siento mucho, Jamis —susurró Aethicus, y había en su voz una verdadera nota de pena que hizo que la ira se aflojara un poco en su interior—. Estoy agotado. Deberías irte a descansar, seguro que tú también estás cansado.

—Está bien. Buenas noches, Aethicus. —Sus palabras sonaron más duras de lo que pretendía, pero no rectificó. El capitán se había comportado esa noche como un verdadero cretino y, aunque Jamis entendiera que estaba cansada y preocupado por la situación que estaba viviendo Myria, eso no le excusaba para portarse con él como lo había hecho.

No queriendo discutir, Jamis se marchó a su habitación. Tallad ya estaba allí, desvistiéndose para volver a meterse en la cama. Jamis también estaba cansado, pero dudaba mucho que fuera capaz de volver a conciliar el sueño.

Se metieron en la cama. Notaba el calor reconfortante de Tallad en su costado. Los párpados le pesaban y los ojos le dolían por la falta de sueño.

Pronto, se quedó dormido.

Jamis se despertó de golpe. Caballos, muchos caballos, se acercaban a Myria haciendo un estruendo espantoso. Eso no podía ser nada bueno. A su lado, Tallad no estaba y durante unos segundos se puso de los nervios. Sin embargo, se tranquilizó al encontrarlo levantado, a los pies de la cama y terminando de vestirse.

—¿Escuchas eso? —le preguntó Jamis.

—Sí, y no me gusta nada. —Había miedo en la voz de Tallad. Jamis se levantó de un salto y se acercó a él, abrazándole la cintura por detrás. Tallad se relajó un poco entre sus brazos y apoyó la cabeza en su hombro unos segundos—. Tal vez solo estén de paso.

—Tal vez. —Aunque había algo dentro de Jamis que le decía que no. Tallad se separó de él un poco, tan solo lo suficiente como para poder girarse y encararlo. El elfo le pasó los brazos por el cuello y lo acercó hasta que sus narices se rozaron. Sus labios se unieron con suavidad, con lentitud. Cuando se separaron, Jamis murmuró—: Debería bajar a ver qué ocurre.

Tallad asintió con la cabeza y después de darle otro beso, lo dejó ir.

Se vistió a toda velocidad, sin mirar la ropa que se ponía, y bajó a la taberna a toda velocidad. El ruido de cascos había desparecido, siendo remplazado por voces y relinchos de caballos desde la plaza de Myria. Jamis se acercó a una de las ventanas y miró a través. El corazón se le paró durante unos segundos en el pecho.

Soldados de Lorea. Solo en Lorea los soldados llevaban armadura, al igual que en Vyarith. Obra de su sobrina, lo sabía. Las armaduras negras veteadas de plata y morado le produjeron escalofríos. No podía dejarse ver delante de esos soldados, ni él ni Tallad. Si los veían, los matarían sin dudarlo.

Uno de los hombres seguía a caballo, de espaldas a Jamis; contempló sorprendido como Aethicus hablaba con él. Cuando terminó, el capitán se inclinó en una reverencia; había sombras en el rostro de Aethicus mientras caminaba de vuelta al barracón, con media docena de soldados tras él. Al bajar del caballo, el rostro del hombre quedó al alcance de su visión y si antes se había asustado al ver a los soldados de Lorea, ahora su corazón se estrechó en un puño.

Galogan, el príncipe Galogan de Lorea. Jamis buscó con la mirada a su sobrina, pero no había ni rastros de Bissane, ni de ninguno del resto de sus hijos. Recordó la carta que había recibido hacía ya más de dos semanas atrás. Su sobrina lo había avisado para que se marchara a Vyarith, pero Jamis y Tallad habían querido quedarse a ayudar a Itaria a buscar a su hermana, así que no le habían hecho caso. Habían supuesto que los problemas tardarían más en llegar hasta Myria. Pero los problemas los habían alcanzado a toda velocidad, pensó Jamis, viendo a los soldados moverse y dirigirse hacia la taberna.

Con el corazón retumbándole en los oídos, Jamis regresó a toda velocidad a su habitación. Cuando cerró la puerta, escuchó el sonido de risas y charlas de los soldados. Acababan de entrar en la taberna. Tallad estaba en el centro de la habitación, creando hechizos a su alrededor con una facilidad sorprendente. Encima de la cama había dos bolsas abiertas, llenas de ropa y objetos personales; por primera vez en todo ese tiempo, la habitación pareció desierta, sin apenas rastro de que allí vivieran dos personas. Tallad debía haber sentido el peligro, porque había preparado todo antes si siquiera de saber lo que estaba ocurriendo.

—Soldados de Lorea —jadeó Jamis, casi sin aliento—. Tenemos que irnos de aquí o nos quedaremos encerrados como ratas en una ratonera.

Tallad asintió con la cabeza y terminó de colocar los hechizos en sí mismo antes de hacerlo lo mismo con Jamis. Notó como si lo envolviera una capa helada que se pegó y se fundió contra su piel. Después, la sensación desapareció, aunque sabía que el hechizo estaba activo.

—Podemos salir por la ventana —le dijo Tallad mientras se dirigía a ella y la abría todo lo posible. Movió las manos y apareció una escalera de madera.

Cargando con una de las mochilas en sus hombros, Jamis descendió por la escalera; era segura bajo sus pies y en menos de un minuto estuvo en suelo firme. Tallad estuvo junto a él unos segundos más tarde, sus pies apenas hicieron ruido al chocar con el suelo cubierto de ramas y hojas. Con un segundo movimiento de manos, la escalera se desvaneció, convertida en humo verde que se dispersó con el viento.

—No sé dónde podemos ir —reconoció Jamis mientras se adentraban en el bosque, sin un rumbo fijo.

Lo importante ahora era alejarse de los soldados y de sus espadas.

—Nos quedaremos en el bosque y esperaremos a que se marchen. Si tenemos suerte, solo estarán un par de días. Aethicus sabrá que nos hemos ido para protegernos —le aseguró Tallad con una calma que Jamis envidió. Al menos uno de los dos no parecía que se le fuera a salir el corazón por la boca del miedo.

Con paso seguro, Tallad siguió adentrándose en el bosque, aunque no lo conociera. Se había criado en el profundo Bosque de Ile, así que para Tallad debía ser como regresar a casa. Jamis lo siguió; su mente, sin embargo, estaba en la plaza de Myria. ¿Qué haría Galogan allí rodeado de soldados?, ¿qué habría querido de Aethicus?

—Jamis, detente —escuchó decir de repente a Tallad. El tono acerado de su voz lo puso alerta y su mano voló a su espada al instante.

Aun así, fue demasiado lento. Notó el beso frío del metal en su garganta y como un brazo fuerte lo inmovilizaba por los hombros. Con miedo, buscó a Tallad y lo vio en la misma posición, frente a él. Pero quién lo agarraba no vestía de metal, sino con suave cuero. Era apenas un muchacho y el cabello negro recogido en una trenza dejaba ver las orejas puntiagudas y las facciones élficas marcadas llenas de determinación. ¿Es que no se habían dado cuenta de que habían atrapado a dos de los suyos? O tal vez les diera igual.

—Suelta la espada —le advirtió su captor. Jamis no podía verle el rostro, pero notó el aroma a hierbas de su aliento en la piel.

No pensaba rendirse tan fácil y le habría dado un codazo para apartarlo de no ser por la mirada de Tallad. No fue necesario que dijera nada, supo que le estaba diciendo que no hiciera nada, que se rindiera. Tallad no quería hacerles daño, entendió, y por mucho que le molestara admitirlo, tenía razón. Ellos tan solo estaban protegiéndose de dos desconocidos y, aunque Tallad fuera evidentemente un elfo, Jamis sabía que en los últimos tiempos ni siquiera se podían fiar de los de su propia raza. No habría sido el primer elfo que vendía a los suyos a los soldados por vivir unos días más. Y seguro que ya sabían que había soldados de Lorea en Myria. Era entendible que estuvieran alerta.

Jamis soltó el mango de la espada con cuidado. A su espalda, notó como el elfo que lo sujetaba se calmaba un poco, aunque seguía tenso.

—Solo buscamos refugio —dijo Tallad de pronto. Jamis temió que la daga que sujetaba el muchacho se deslizara por la garganta de Tallad en un descuido. Ya había visto que su agarre era tembloroso y no muy seguro, como si se sintiera incómodo sujetando el acero.

—Huimos de los soldados de Lorea, nada más —añadió Jamis. Entonces, recordó algo—. ¿Pertenecéis a la aldea? Conozco a vuestra jefa, Saehlinn.

Aunque en su momento no le había preguntado su nombre, más tarde se lo había preguntado a Aethicus, que conocía a la joven elfa que dirigía la aldea. Escuchar el nombre de su jefa pareció hacer clic en ellos, porque Jamis notó que su agarre se aflojaba y que la daga ya no estaba tan cerca de su piel. Jamis dio una amplia bocanada de aire; había tenido miedo de respirar muy profundo.

—Os llevaremos a Saehlinn —anunció el elfo que lo sujetaba a él; parecía que era el que llevaba la voz cantante de los dos—. Si ella no te reconoce, yo mismo empuñaré el arco para mataros.

El elfo le apartó el brazo, pero Jamis notó la punta de la daga en la espalda. Cada uno con su captor, los llevaron hasta la aldea, hasta Saehlinn. Solo esperaba que la elfa lo recordara, porque había puesto la vida de Tallad y la suya propia en sus manos.

¿Qué os ha parecido? Ya no queda mucho para terminar, aunque sé que estoy tardando en subirlo todo. Espero que os esté gustando la nueva versión.

XOXO

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