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Capítulo 18

Myria. 30 de abril.

—Hace un día espantoso —le dijo a Tallad.

Jamis sujetaba las cortinas con los dedos, apartándolas lo suficiente para poder ver al otro lado. La lluvia repiqueteaba con suavidad en el cristal. El cielo estaba cubierto de nubes grises y oscuras que prometían un día pasado por agua.

Un escalofrío le recorrió la piel desnuda. Tan solo llevaba puestos los pantalones; la ventana no encajaba bien y dejaba entrar corrientes de aire húmedo y frío en la habitación. Jamis echaba de menos tener una chimenea con la que calentarse, sobre todo en un día como ese en el que la sola idea de salir a la calle le parecía deprimente.

—Pues entonces mejor que regreses a la cama, ¿no crees? —sugirió Tallad. Jamis no lo podía ver, pero estaba seguro de que el elfo estaba sonriendo.

Él mismo sonrió antes de girarse; la cortina se le escurrió de los dedos cuando se apartó de la ventana y se acercó a Tallad. En los últimos días, Tallad se había encargado de hacer la habitación más cómoda, así que ahora tenía unas sábanas nuevas, mantas gruesas para combatir el frío de las noches y velas aromáticas que llenaban la habitación de una suave luz y aroma a canela.

Jamis trepó hasta la cama y se metió dentro de las sábanas y mantas, acercándose al cuerpo caliente de Tallad. Notó como le pasaba los brazos por la cintura, pegándolo a él hasta que Jamis fue capaz de notar el latido de su corazón contra su pecho; latía a toda velocidad, como un caballo desbocado.

Tallad hundió la nariz en su cuello y de repente, le mordió la piel sensible bajo la oreja mientras hacía círculos con las yemas de los dedos en su estómago. Jamis cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de placer. Inclinó el cuello hacia un lado para dejarle más acceso al mismo tiempo que recorría la espalda de Tallad con los dedos, con caricias suaves y duras al mismo tiempo. Tallad gimió cuando llegó a la cinturilla de su pantalón... y le dio un mordisco reprobatorio cuando las apartó con una sonrisa.

—Eres cruel. Tan, tan cruel. —Tallad puntuó cada palabra con un beso descendente por su cuello antes de subir de nuevo. Los dedos de Tallad le sujetaron la barbilla y le giró el rostro hasta que sus narices se rozaron.

Tallad estampó los labios contra los suyos y Jamis solo pudo gemir al notar como le abría la boca con la lengua. Era un beso exigente, necesitado. Habían pasado demasiado tiempo separados y ahora parecía que estaban intentando recuperar todos los momentos que habían perdido. Tallad se separó de él y empezó a darle besos por la garganta, por el pecho, cada vez más abajo. Le puso una mano en el hombro y lo obligó a tumbarse boca arriba.

—Espera —logró decir Jamis. Tallad se detuvo a la altura de su ombligo y levantó la mirada nublada por el deseo, pero también confundida.

Se incorporó hasta estar sentado y Tallad se sentó sobre sus talones.

—¿No quieres...?

Jamis se echó encima de él, cambiando las posiciones, y esta vez fue él quien llevó el control. Empezó a besarlo de nuevo, obligándolo a tumbarse; sus manos descendieron hasta la cintura del pantalón y empezó a deshacerse las lazadas que lo mantenían. Los dedos de Tallad lo imitaron, ayudándole a quitarse su propio pantalón hasta que ambos estuvieron desnudos, piel contra piel.

Se apartaron unos segundos, cuando les faltó el aire.

—¿Estás seguro de que quiere continuar? —inquirió Tallad. Le puso la mano cálida en la mejilla y le acarició con suavidad, pasando el pulgar por su nariz, bordeando sus labios hinchados.

—Segurísimo. ¿Y tú?

—Absolutamente —susurró Tallad contra sus labios.

Se volvieron a besar. Las manos de Jamis recorrieron el cuerpo de Tallad, ansioso. Había pasado tanto tiempo... Le costaba creer que fuera Tallad el que estaba debajo de él, gimiendo cuando sus dedos llegaron a su cintura y más abajo, hasta enterrarse en su entrepierna y empezó a frotarse contra él. Jamis no pudo aguantar más un gemido contra los labios de Tallad. Las manos de Tallad se aferraron a su cintura e impuso un ritmo lento con las caderas. A pesar de estar encima, Jamis no tenía ningún control y tampoco lo quería. Le gustaba dejarse llevar, notar la mano de Tallad en su cadera y los movimientos de su otra mano en su miembro.

El orgasmo llegó de repente. Unos segundos antes estaba gimiendo y al instante estaba gritando. Tallad terminó también y Jamis se dejó caer a su lado, recuperando el aliento un momento. Tallad le acarició el cabello con la mano, enredado los dedos en su pelo. Jamis se incorporó un poco y agarró la esquina de la sábana, limpiándolos a los dos; después tendría que lavar las sábanas, pero le daba igual. Se inclinó sobre Tallad y lo besó, un beso lento, suave y profundo.

—Te he echado mucho de menos —dijo Tallad cuando se separaron, sin dejar de mirarse a los ojos. Había poca luz, pero a Jamis no le hacía falta más para poder disfrutar de la mirada azul del hombre.

—Y yo a ti. No entiendo como hemos podido pasar tanto tiempo separados.

En realidad, sí lo entendía. Durante todos esos años, Jamis había guardado bajo llave sus sentimientos de Tallad, pero había sido volver a verlo y habían salido de nuevo, igual de intensos que cuando estaban juntos.

—Da igual, lo importante es que estamos juntos, ¿verdad? —murmuró Jamis.

—Verdad. —Jamis vio como Tallad torció ligeramente los labios. El elfo se incorporó en la cama y se levantó y él lo imitó.

No le gustó el cambio de actitud de Tallad. ¿Había dicho algo que le había molestado?, ¿tan rápido la había fastidiado? No, no podía pensar así. Seguro que solo era una tontería.

Tallad hizo aparecer cubos de agua caliente con un gesto y ambos se dieron un baño. Cuando estuvieron limpios y vestidos, Tallad lo ayudó a quitar las sábanas sucias y a poner unas limpias. Durante todo el tiempo, el elfo mantuvo el ceño fruncido, pensativo y muy callado; con los nervios cada vez más alterados, Jamis no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar sin saber qué le estaba pasando por la cabeza a Tallad.

—¿Qué ocurre? Estás raro —le preguntó por fin, incapaz de seguir sin respuesta. Tallad se sentó en el borde de la cama y estiró las largas piernas delante de él. Jamis se sentó a su lado y le puso una mano en el hombro.

Tallad apretó los labios antes de hablar.

—Es solo que... Lo siento.

—¿Por qué? No has hecho nada malo —le aseguró Jamis, sin entender muy bien de qué iba todo eso.

—Ahora no. Me refiero a lo que ocurrió la última vez que nos vimos, en Vyarith. Me comporté como un imbécil.

—No voy a decir que no. —Tallad le dio una sonrisa triste—. Pero yo también me comporté horrible. Habíamos sufrido mucho, Tal. Los dos. La guerra no fue sencilla para ninguno y éramos unos críos. Sencillamente no supimos gestionarlo bien.

—Hemos pasado años separados por esa pelea. Si no hubiera ocurrido...

—¿Qué bien nos hace pensar en eso? Mira, Tallad, cada uno ha vivido su vida durante todos estos años y, a pesar de todo esto... aquí estamos. —Jamis le acarició la mejilla y Tallad volvió a sonreír, aunque esta vez parecía más feliz—. Yo te sigo queriendo.

—Yo también te quiero. —Hubo un pequeño silencio en el que tan solo se miraron. Tallad parecía más tranquilo y su respiración más calmada, como si durante todo ese tiempo hubiera estado conteniendo la respiración por el miedo a esa conversación—. Sabes que siempre tuve un ojo puesto en ti, ¿verdad?

Jamis soltó un bufido.

—Por supuesto que lo sé. Tampoco es que fueras muy discreto. —Jamis se mordió el labio inferior. Ya que estaban de confesiones...— Echo de menos Vyarith. Y me arrepiento de no haber ido al funeral de mi hermana. Todavía seguía enfadado con ella, pensaba que Lyrina tendría que haber luchado más por mí.

—¿Y ahora?

—Al final me di cuenta de que mi hermana había hecho todo lo posible por mantenerme a salvo y por mantenerse a ella a salvo. Solo que muchas veces, las cosas no son como queremos, ¿no?

—Podemos regresar a Vyarith, Jamis. Sigue estando ahí, no se ha marchado a ningún sitio.

Jamis se rio ante su ocurrencia. Por supuesto que a Vyarith no le habían salido piernas y había salido corriendo, pero no sabía si sería capaz. Deseaba volver, sí, pero no sabía si sería capaz de enfrentarse a la tierra que lo había visto nacer o si, por el contrario, en el momento en el que pusiera un pie en Vyarith, huiría. Además, había algo más, una sensación que le oprimía el pecho desde hacía un tiempo: era como si su cuerpo supiera que algo estaba a punto de suceder en Sarath, algo malo, y él tuviera que estar ahí.

—No, no deseo marcharme ahora. Creo que debo quedarme, aunque no intentes entender por qué. Ni yo mismo lo entiendo, pero siento que debo estar aquí.

Tallad asintió con la cabeza y se removió lo suficiente para estar de cara a él. Le agarró las manos y las cubrió con las suyas después de dejar un suave beso en sus dedos.

—Pero creo que deberías marcharte, Tallad —añadió de repente—. Si te ocurriera algo, me volvería loco.

—Olvídate de eso. No pienso marcharme, Jamis.

—Te vas a poner en peligro solo porque yo decido quedarme, Tal. Me parece injusto.

Vio a Tallad apretar los labios unos segundos antes de que dejara salir un suspiro.

—Pero lo decido yo. Si decido quedarme, es porque quiero estar contigo. Me niego a dejarte de nuevo, y menos cuando estás en peligro.

Jamis negó con la cabeza. Lo último que deseaba era que Tallad se metiera en sus embrollos. ¿Y si le ocurría algo por su culpa? Jamis jamás se lo perdonaría.

—Sigue sin parecerme justo —replicó de nuevo, incapaz de darse por vencido.

—¿Tú me dejarías si yo estuviera en peligro?

—¡Por supuesto que no!

—¡Entonces no me pidas que me marche, Jamis! —Tallad cerró los ojos y respiró un par de veces antes abrirlos de nuevo y mirarlo, mucho más calmado—. Eso sí que sería injusto por tu parte, Jamis. He aceptado el peligro. Si no, no estaría aquí, ¿no crees? Estaría en Elexa, tranquilo, corrigiendo exámenes y dando clases aburridas a gente que no sabe por qué está estudiando en la Academia. Acepté que mi vida estuviese en peligro en el momento en el que decidí venir a Sarath y eso lo hice antes de hablar contigo.

Jamis soltó un bufido, pero supo que Tallad había ganado esa discusión.

—Está bien. No lo mencionaré más, lo siento.

—No pasa nada. —Tallad sonrió y eso aligeró la tensión que había entre ellos. A pesar de su preocupación, Jamis se alegraba de que Tallad se quedará con él. Lo último que deseaba era volver a separarse—. ¿Te apetece que bajemos a desayunar? Tengo hambre.

Jamis asintió y ambos se levantaron.

En la taberna se encontraron con Aethicus desayunando gachas. Tallad miró la pasta grisácea e hizo una mueca de desagrado. A Jamis tampoco le gustaban mucho, pero había llegado a un punto en el que le daba igual cómo supiera o se viera la comida con tal de meterse algo en el estómago. Aun así, fue a la barra y le pidió a Abi fruta fresca. El chico se apresuró a llevarle un cuenco lleno de manzanas, fresas y naranjas que Jamis dejó en la mesa delante de Tallad. El elfo le sonrió y cogió una manzana.

Unos pasos sonaron desde el piso superior e, instantes después, bajaron Rhys e Itaria, charlando en voz baja. Pero Jamis vio la sonrisa tímida de Itaria y las mejillas ligeramente ruborizadas de Rhys. Jamis los había escuchado el día anterior; no es como si hubieran sido muy discretos, al fin y al cabo. Tallad se había reído cuando se dio cuenta de la procedencia de los sonidos y había tenido que taparse la boca con una almohada para que no se escucharan sus carcajadas.

Abi colocó de repente una taza de té delante de Jamis y él le dio un breve «gracias», antes de alejarse para traer dos sillas más alrededor de la mesa. Itaria y Rhys se sentaron en un silencio que, de pronto, se convirtió en algo tenso e incómodo para todos. Todavía quedaba saber qué era lo que había ocurrido hacía dos noches. Jamis no se quitaba de la cabeza ese horrible grito. Sintió un escalofrío bajando por su espalda; miró la taza de té y pensó que ojalá llevara algo de anís. El alcohol le parecía realmente necesario en ese momento.

Aethicus carraspeó para llamar su atención. Había terminado de desayunar y apartó el cuenco vacío para poder colocar los codos en la mesa. Los miró a todos con una seriedad que todavía no había visto en Aethicus antes. Era como si, por primera vez desde que lo conocía, se hubiera puesto su máscara de capitán de Myria y estuviera dispuesto a ejercer su cargo.

—Creo que ha llegado el momento en el que comentemos qué ocurrió hace dos noches. —No sonaba para nada a una pregunta, sino más bien a una demanda—. Últimamente solo pasan cosas extrañas en Myria y me preocupa que pueda afectar a mi gente. Espero que me entendáis y que no veáis esto como un interrogatorio. Estoy seguro de que no tenéis malas intenciones, pero no puedo poner en peligro a nadie.

Tallad alargó una mano bajo la mesa y se aferró a sus dedos con fuerza. Estaba nervioso, Jamis lo sentía. Quería decirle que Aethicus no dudaba de él, que sabía quién era porque Jamis le había hablado de él, pero Aethicus no le dejó hablar.

—Quiero que me contéis todo —continuó hablando, dirigiéndose a Itaria y Rhys. Los dedos de Tallad se destensaron un poco, pero solo un poco; todavía estaba tenso—. Y cuando digo todo es absolutamente todo. Qué hacéis aquí, quiénes sois, qué queréis... Me da igual que lo consideréis una tontería, lo quiero saber.

Itaria asintió rápidamente con la cabeza, pero Rhys no. El chico se quedó mirando al capitán con intensidad, apretando la mandíbula con tanta fuerza que Jamis creyó que en cualquier momento se le partiría un diente. Entonces, captó un movimiento rápido por debajo de la mesa: Itaria golpeó a Rhys en la pierna. El chico hizo una mueca de disgusto, pero al final asintió con la cabeza, aunque de mala gana. Itaria suspiró y empezó a hablar.

—Todo lo que conté el otro día es verdad, pero digamos que omití un pequeño detalle. Soy una Guardiana.

Nadie se sorprendió. Tallad había tenido razón, entonces, y al parecer Aethicus también había llegado a la misma conclusión que el elfo. Itaria sonrió al ver que ninguno de los tres reaccionaba.

—Veo que no es ninguna sorpresa. Entonces no tengo mucho más qué decir.

—¿De qué eres Guardiana? —inquirió Tallad, girando la manzana a medio comer entre los dedos.

—Guardiana de la vida. Mi hermana Mina es la Guardiana de la muerte.

Tallad y Aethicus asintieron, como si entendieran de qué iba todo eso. A Jamis tan solo le quedaba fingir que él también lo entendía.

—¿Y tú?, ¿quién eres tú? —preguntó Aethicus, dirigiéndose directamente a Rhys—. Tú y ese ser que trajiste contigo. Cuando te tuve encerrado no supe distinguir qué clase de oculto eras, solo que tenías magia.

—Era una kilena, una sirvienta de Enna, la Diosa de la muerte. Y yo... yo soy hijo de Enna.

«Eso sí lo he entendido —pensó Jamis, pero cerró la boca antes de decirlo en voz alta».

—Eso es interesante —comentó Tallad para romper el silencio incómodo que se había generado de repente entre ellos.

—No sé qué decirte, la verdad —susurró Rhys.

—Esa kilena, ¿qué es exactamente? —siguió interrogándolo Aethicus. Parecía el menos impresionado de todos a excepción de Itaria, que debía saberlo todo.

Rhys se encogió de hombros antes de hablar.

—Ya lo he dicho, es una servidora de Enna. Me contactó para ayudarla a llevar un mensaje —Rhys se giró hacia Jamis con una media sonrisa que no tenía nada de divertida—, a ti, en realidad.

—¿A mí?, ¿qué pinto yo en todo esto? —Jamis frunció el ceño, desconcertado—. ¿Qué podría querer de mí esa kilena?

—Lo único que sé es lo que dije cuando me preguntasteis esa noche. Alguien va a morir. Quién, cuándo, cómo o por qué la kilena decidió buscarte específicamente a ti, lo desconozco. Digamos que las kilenas están mucho más arriba que yo en la cadena de mando del Infierno y no se molestó en explicarme nada más.

Jamis notó una mano en el hombro; supo que era Tallad sin necesidad de mirar. Le dio un suave apretón tranquilizador, pero Jamis no sabía cómo calmarse. El corazón le latía a toda velocidad y su cabeza intentaba buscar cualquier cosa que decir, hacer o cualquier cosa, en realidad, que lo sacara de ese lío. Por eso había tenido miedo de que Tallad se quedara con él: su vida era siempre un caos y Jamis tan solo trataba de sobrevivir. Cómo lo había conseguido hasta el momento seguía siendo un misterio para él.

—Podremos arreglarlo —le susurró Tallad al oído. Jamis asintió con la cabeza, aunque no lo tenía tan claro.

Aethicus carraspeó y desvió de nuevo la atención hacia él. Jamis dio una cabezada corta, agradeciéndoselo. Odiaba ver los rostros de todos fijos en él, como si estuvieran esperando que gritara, maldijera o se volviera loco.

—Tu amiga Laina, ¿crees que supondrá un problema para nosotros? —inquirió el capitán, con el ceño un poco fruncido.

Rhys negó con la cabeza.

—Laina solo hizo lo que hizo para sacarnos de ahí. No se lo tengáis en cuenta, es muy protectora con la gente a la que aprecia.

—Muy bien. —Aethicus apretó los labios unos instantes antes de continuar—: Creo que no supones ningún peligro para Myria, pero si en algún momento llego a ver un comportamiento extraño en ti, te echaré yo mismo del pueblo, ¿queda claro?

—Cristalino.

Aethicus asintió con la cabeza y se levantó para marcharse, seguramente a controlar a sus soldados.

—¿Vas a seguir buscando a tu hermana? —le preguntó Jamis a Itaria.

—Sí, aunque no sé cómo hacerlo. Myca Crest ya está detrás de mí y no tengo ni idea de dónde podría estar Mina. —Jamis vio el dolor grabado en el rostro de la chica—. Temo no tener ningún poder para ayudar a Mina y que lo único que esté haciendo sea empeorar las cosas.

—La encontraremos —le dijo Rhys, alargando una mano y cubriendo la de Itaria con suavidad—. Te lo prometí y no pienso incumplir mi promesa.

—Lo sé, pero nos estamos enfrentando a alguien que está muy por encima de nuestras capacidades. Mis poderes son muy limitados, Rhys. Muchas veces no puedo ni defenderme sola.

—Yo puedo ayudar —intervino Tallad. El elfo levantó una mano y de sus dedos aparecieron unas volutas de humo grisáceo que le rodearon la mano, retorciéndose de una forma hipnótica—. Soy un hechicero, puedo enfrentarme a los Crest.

Pero Itaria negó con la cabeza a toda velocidad.

—Me niego a que más gente esté en peligro. —Itaria suspiró e hizo un esfuerzo para cambiar el gesto de su rostro—. Ya se me ocurrirá algo, no os preocupéis. Si me disculpáis, necesito un poco de aire.

La chica se levantó y salió de la taberna a toda velocidad. Rhys la miró unos instantes antes de soltar un suspiro. Se llevó las manos al puente de la nariz y apretó con fuerza.

—Rhys —lo llamó Jamis. Levantó los ojos y lo miró fijamente, esperando—. Ya que te vas a quedar en Myria, ¿qué tal si olvidamos lo que ocurrió?

—No pareces alguien que olvide.

—Cierto, pero me gusta vivir, aunque muchas veces no lo parezca. Prefiero llevarme bien con la gente que me rodea para no terminar con un puñal clavado en la espalda.

Jamis alargó la mano; Rhys se quedó mirándolo unos segundos con cara de desconcierto, pero al final suspiró, asintió y le dio la mano.

—Será mejor que vaya a buscar a Itaria —dijo Rhys, levantándose de la mesa. Cuando la puerta se cerró tras él, Tallad y Jamis se quedaron solos; Abi se había escondido en la cocina hacía un buen rato y desde el piso superior no se escuchaba ni un susurro.

Jamis cogió una manzana y empezó a comer, aunque sin mucha hambre. Solo necesitaba algo con lo que mantenerse ocupado antes de que su mente empezara a cavilar las posibles muertes que podrían ocurrir a su alrededor.

—Deja de imaginar escenarios horribles, por favor —le pidió de repente Tallad. Jamis lo miró sin comprender durante unos segundos; pero supuso que su rostro era demasiado expresivo en ese momento y no había ocultado nada de lo que pensaba.

—¿Cómo quieres que no esté pensando en lo que ha dicho? Ese ser, esa kilena, vino a buscarme a mí, para decirme que alguien va a morir. ¿En serio pretendes que no le de vueltas? —Jamis no sabía si estaba indignado o furioso o todo a la vez. Hacía apenas una hora, parecía que estaba todo perfecto con Tallad, pero ahora salía con esas cosas que le recordaban demasiado a la actitud cruel que solían tener todos los elfos—. A veces me parece que la inmortalidad absorbe la empatía.

—Jamis, te recuerdo que tú también eres inmortal. Y no voy a tenerte esto en cuenta porque sé que estás preocupado, pero no me faltes al respeto de esa forma nunca más. —El tono gélido de Tallad hizo que algo dentro de él se retorciera de dolor.

—Lo siento. —Jamis se cubrió los labios con los dedos, como si así pudiera contener de una vez toda la sarta de estupideces que soltaba por la boca—. Me cuesta medir lo que digo.

—Soy consciente de ello y te perdono. No debe ser fácil para ti este momento. —Tallad se acercó a él y le pasó un brazo alrededor de la espalda. Jamis se acurrucó contra él y dejó caer la cabeza sobre el hombro de Tallad, cerrando los ojos durante unos instantes—. Sabes que no sirve de nada preocuparse de antemano de algo que está escrito. Los Dioses tienen sus propios caminos. Si tenemos que morir, moriremos por mucho que nos empeñemos en sobrevivir.

—No puedo perderte —susurró Jamis. Notaba que la garganta le ardía, un nudo de lágrimas le cortaba la voz y le impedía respirar. La presión en su pecho aumentó y las lágrimas le bajaron por las mejillas. Hacía mucho que Jamis no lloraba, pero ahora era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera soltar todo el miedo y la preocupación que sentía dentro de él y que lo asfixiaba sin piedad.

—Claro que no vas a perderme, Jamis.

Notó los dedos de Tallad limpiándole las mejillas húmedas. Jamis abrió los ojos y se incorporó lo suficiente como para poder mirar al elfo a los ojos, pero sin separarse de su abrazo.

—¿Cómo lo sabes?

Tallad inclinó la cabeza hacia él hasta que sus narices se rozaron y sus frentes estuvieron pegadas. Jamis quería quedarse en ese momento para siempre, en esa posición; encerrar a Tallad entre sus brazos para asegurarse de que nada malo le fuera a ocurrir nunca. Pero sabía que no podía y eso le dolía todavía más.

—Solo lo sé —murmuró Tallad. Un instante después, sus labios estuvieron contra los suyos en un beso suave y que sabía salado. No duró más que unos segundos, pero logró destensar su interior, como si notar a Tallad tan cerca pudiera ahuyentar a la muerte. Cuando se separaron, Tallad añadió—: Va a salir todo bien. Ya lo verás.

Jamis decidió creerle, porque si no lo hacía, se volvería loco.

Llovía con suavidad, finas y frías gotas que se le clavaban en la piel del rostro como agujas. Itaria no tenía muy claro por qué había salido de la taberna corriendo. ¿Era por las preguntas de su hermana?, ¿por la idea de Tallad de ayudarla a encontrar a Mina?, ¿por haber tenido que contar que era una Guardiana? No lo sabía.

Se pasó las manos por el rostro, por los ojos, limpiando las gotas de lluvia y las lágrimas que amenazaban con deslizarse por sus mejillas. Tenía un nudo de lágrimas en la garganta que le impedía respirar y una fuerte presión en el pecho que solo parecía aumentar conforme pasaban los segundos. Ojalá pudiera regresar a la noche pasada, cuando estaba con Rhys en la cama, sintiéndose ligera por primera vez en su vida. Rhys había conseguido ahuyentar, aunque tan solo fuera durante unas horas todos los problemas de su vida; sin embargo, ahora la realidad pesaba el doble dentro de ella. Las horas que había pasado riendo y haciendo el amor con Rhys parecían tan lejanas como si fueran de otra vida y los problemas y la preocupación por Mina eran casi insoportables.

Sus pies la llevaban sin que ella pensara. De repente, se vio rodeada de árboles; las copas frondosas cubrían el cielo, casi tocándose entre ellas. El suelo estaba cubierto de hojas muertas, ramas que crujían bajo sus botas y raíces traicioneras.

—¡Itaria! —escuchó decir tras ella. Sabía quién era sin necesidad de girarse. Se detuvo de golpe y unos segundos más tarde, notó la mano de Rhys rodeando sus dedos con suavidad—. ¿Estás bien? No tienes buena cara.

Rhys le pasó la mano libre por el rostro empapado; Itaria ni siquiera se había dado cuenta de que estaba lloviendo con más fuera ahora.

—Estoy bien, tranquilo —le mintió. Pero no se veía con fuerzas suficientes como para decir en voz alta todo lo que sentía en su interior. Si lo hacía, todo se sentía mucho más real y si ya se sentía ahogada... No se veía capaz de soportarlo.

Rhys no le presionó más. En cambio, la arrastró hacia una zona más o menos protegida por los árboles y se quitó la chaqueta; antes de pudiera impedírselo, se la puso en los hombros. Le venía grande y estaba un poco mojada, pero conservaba el calor de Rhys. No se había dado cuenta de lo helada que estaba hasta que notó como los dedos le dolían al entrar en calor. Se arrebujó más en la chaqueta, subiéndola hasta las orejas y metiendo las manos bajo las axilas.

—Gracias.

—Deberíamos volver, podrías caer enferma —sugirió Rhys.

—Sabes que no me puedo poner enferma. —Pero él sí e Itaria no quería que Rhys sufriera las consecuencias de su necesidad de huir—. Venga, vamos dentro.

Caminaron con cuidado para no tropezar con las raíces y con el suelo encharcado. En los últimos minutos, la fina lluvia se había convertido en una tormenta; las ramas de los árboles se movían con fuerza, crujiendo por encima de sus cabezas. Itaria se frotó un ojo: algo se le había metido dentro.

Al entrar en la taberna, solo estaba Abi, que se esforzaba en mantener cerradas las contraventanas; el viento ya había apagado varios candelabros y la habitación estaba sumida en una semipenumbra, pero al menos allí estaría seca y caliente. Rhys y ella ayudaron a Abi a asegurar las contraventanas antes de subir al segundo piso. Itaria temblaba y a su lado, Rhys no estaba en mejores condiciones,

—L-lo siento p-porque hayas tenido que salir a por mí —logró decir, los dientes castañeándole hasta hacerle daño.

—Tú no me has hecho salir, lo he hecho porque he querido —respondió él con una sonrisa, abriéndole la puerta de la que era ahora la habitación de ambos, desde que Itaria prácticamente la había invadido. Había trasladado allí las pocas cosas que había conseguido: unas mudas de ropa, un peine y su espada.

Itaria sacó toallas para los dos y se secaron lo máximo que pudieron.

—Voy a por aguan caliente. Nos vendrá bien a los dos para entrar en calor —dijo Rhys. Itaria seguía temblando, sentada en una silla mientras se secaba el cabello. Hizo el ademán de levantarte, pero Rhys se lo impidió con un gesto antes de marcharse.

No supo cuánto tiempo pasó antes de que regresara cargado con dos cubos llenos de agua hirviendo. La frente le sudaba por el esfuerzo y tenía el rostro rojo.

—Abajo hay dos más —le dijo.

Itaria se levantó de un salto y corrió escaleras abajo para hacerse con los otros dos cubos. Procurando que el agua no resbalara, subió los escalones y llegó a la habitación con los brazos temblándole. Rhys corrió a su lado y entre los dos echaron el resto del agua a la bañera, ya a medio llenar. Itaria dejó el cubo en el suelo y se empezó a desnudar; a su lado, Rhys hizo lo mismo y en cuanto se quitaron todas las capas de ropa empapadas, se metieron en la gran bañera. Aunque justo, cabían los dos. Ya lo habían probado el día anterior.

Itaria se colocó entre las piernas de Rhys y apoyó la cabeza en su pecho, dejando que el agua caliente le destensara los músculos y le calentara el cuerpo. Se hundió hasta que el agua le rozó la barbilla y cerró los ojos. Notaba la mano de Rhys acariciándole el cabello, desenredando con cuidado los nudos. El único sonido que se escuchaba era el rugir del viento al otro lado de la ventana, las furiosas gotas de lluvia que golpeaban el cristal y el tejado de la taberna y sus propias respiraciones acompasadas.

—¿Vas a seguir buscando a Mina? —le preguntó Rhys de repente, sus dedos todavía recorriéndole el cabello con suavidad. Itaria abrió los ojos con un suspiro.

—Sí. Es mi hermana, tengo que hacerlo. Incluso aunque sepa que está muerta, tengo que hacerlo.

Itaria no había perdido la esperanza de encontrar a Mina, pero sí de llegar a tiempo para salvarla. Habían pasado demasiados días y no habían encontrado ni una sola pista de dónde podría estar su hermana, de dónde se escondía Myca Crest. Lo más seguro era que hubiera matado a Mina nada más el roc la hubiera soltado entre sus manos. Aun así, Itaria no podía rendirse, aunque tan solo fuera para recuperar el cadáver de su hermana. Necesitaba verla, necesitaba saber que estaba muerta o se pasaría todo el tiempo buscándola y al final, también la atraparían a ella. E Itaria no quería terminar muerta, eso lo tenía claro.

—¿Y has pensado en aceptar la ayuda de Jamis y Tallad? Conseguiríamos encontrarla mucho más rápido con la ayuda de un hechicero como Tallad.

—No pensé nunca que aceptarías que Jamis me ayudara. Ayer estuviste toda la mañana inventándote motes para él. —Itaria sonrió al recordarlo.

—Hemos hecho las paces. Ahora, en realidad, pero te lo has perdido. —Itaria se rio. Una pena haberse perdido ese momento. Rhys le pasó las manos por el cuello y le recogió el cabello en un lado; las yemas de sus dedos le acariciaron la curva de la garganta con suavidad—. Bueno, ¿qué me dices? ¿Dejarás que nos ayuden?

—No, Rhys —suspiró—. Ya lo he dicho, no quiero que más gente esté en peligro por mi culpa. Es más, tú tampoco...

—Si terminas esa frase, gritaré —le advirtió y aunque Itaria sabía que estaba sonriendo, en su voz había una nota de seriedad—. Gritaré muy fuerte.

—Lo sigo enserio.

—Y yo también.

Itaria apretó los labios, haciendo un esfuerzo por no decir nada más. Rhys no hizo lo mismo.

—Mira, sé que estás preocupada por mí —empezó diciendo—, pero soy lo bastante mayor como para tomar mis propias decisiones, Itaria.

—Técnicamente, yo soy bastante más mayor que tú.

Rhys soltó una carcajada baja que retumbó en su pecho.

—Cierto, pero eso no hace que siempre tengas la razón. Por eso te pido que te pienses la oferta de Jamis y Tallad. Ellos no son unos críos a tu lado, como yo. Es más, yo diría que son incluso más mayores que tú. Nos pueden ayudar, Ita. Pueden ayudarnos a que sigas viva, y eso es lo único que me importa en este momento. —Rhys se detuvo un momento, al mismo tiempo que se inclinaba hacia delante para dejar un beso en la base de su cuello. Cuando volvió a hablar, estaba muy cerca de su oído—. Piénsatelo al menos, ¿vale?

Itaria asintió con la cabeza. Se lo pensaría, aunque no prometía que su respuesta final fuera la que Rhys quería. Ya le dolía bastante saber que estaba poniéndole en riesgo a él, como para encima tener a otras dos personas más en la línea de fuego. Y todo porque ella no era lo bastante fuerte como para defenderse sola. Le daba mucha rabia que sus poderes de Guardiana fueran tan limitados, tan escasos. Su magia estaba centrada en la vida y poco más; todo lo que le hubiera servido para defenderse, ella era incapaz de hacerlo. ¿Por qué los Dioses les habían dado poderes tan inútiles? Sabía que había otras Guardianas mucho más poderosas que ella, con poderes que realmente les servían para luchar y defenderse de Myca Crest y de los suyos, pero Itaria era incapaz de conjurar algo más fuerte que sus Fuegos Fatuos y hasta eso le costaba un mundo. El no haber podido practicar en todos sus años de vida tampoco le había ayudado en nada.

Salieron de la bañera cuando notaron que el agua empezaba a enfriarse. Ninguno de los dos habló más. Rhys entendía que Itaria necesitaba espacio para pensar tranquilamente, así que decidió irse a buscar a Aethicus, aunque no supo para qué.

Itaria caminó hasta la ventana. La lluvia no había amainado; es más, parecía que la tormenta se hacía cada vez más y más fuerte. Se abrazó con fuerza el cuerpo. No le gustaba esa tormenta. Había algo extraño en ella, como un mal presagio.

Una sensación de frialdad se instaló en su pecho, a la altura del corazón, mientras contemplaba las gotas de lluvia golpear el cristal con violencia. Sí, había algo raro en esa tormenta, pensó, aunque no era capaz de saber qué era lo que la hacía diferente.

Solo lo notaba, si es que eso tenía algún sentido. Y a estas alturas, ya dudaba que su vida tuviera sentido.

Unos golpes en la puerta llamaron su atención. No podía ser Rhys, él nunca llamaría a la puerta de su propia habitación.

—Entra. —La puerta se abrió y en el umbral apareció la figura de Aethicus, ocupando casi por completo el hueco—. ¿Ocurre algo? —inquirió Itaria, preocupada. Rhys había ido a buscar al capitán, ¿le habría pasado algo malo?

—Oh, no, no te preocupes. Solo quería hablar contigo.

Itaria se calmó un poco... pero solo un poco. Seguía extrañándole la presencia del capitán de Myria en su habitación. ¿De qué querría hablar con ella?

Itaria lo invitó a sentarse en las sillas que rodeaban la pequeña mesa. La madera crujió bajo el peso de Aethicus, que parecía estar pensando en algo que casi parecía ser doloroso por la expresión tensa de su rostro.

—Me estás preocupando, Aethicus —le dijo, sin ocultar que ella misma está intranquila.

El capitán soltó un suspiro y asintió con la cabeza.

—Rhys ha venido a verme hace un momento.

—Lo sé, me ha dicho que quería hablar contigo. No esperaba que terminara tan pronto. ¿Le ha pasado algo?

—No es eso. —Aethicus negó con la cabeza, como si negarlo dos veces pudiera convencer a Itaria. Lo hizo, pero seguía nerviosa. Ocurría algo, eso lo tenía claro. La actitud de Aethicus sumada a la extraña tormenta no ayudaba a mejorar su propio estado de ánimo—. ¿Has escuchado hablar alguna vez de la Resistencia? —le preguntó.

Itaria asintió con la cabeza. Mientras estaba en la Torre, los amigos de Ceoren les habían contado ciertas cosas; Ceoren siempre preguntaba por Myca Crest. La Resistencia había surgido hacía apenas cincuenta años, una fuerza de unión de ocultos y humanos en contra de los Crest. Ceoren siempre decía que eran débiles y que lo único que conseguirían sería terminar en la tumba e Itaria le había dado la razón. Era muy difícil luchar contra los Crest. En el fondo, sin embargo, había conservado una ligera esperanza de que lo lograran y poder salir de la Torre y ser libre.

Al final había salido de la Torre con Myca todavía viva y dispuesta a capturarla, pero la idea de que algún día fuera capaz de vivir sin tener que ir mirar sobre su hombro para ver si la perseguían... Era una posibilidad magnífica, casi inexistente, pero magnífica, aun así.

—Bien, entonces supongo que puedo decirte... que yo pertenezco a la Resistencia —le reveló Aethicus.

Itaria abrió y cerró la boca, sin terminar de creérselo. Aunque eso explicaba ciertas cosas. Aethicus no había estado sorprendido cuando les había contado que era una Guardiana y por qué había huido después de su conversación. ¿Se lo habría contado a sus superiores? Era posible. Itaria no sabía quiénes eran, pero por primera vez tuvo curiosidad. Sabía que la Resistencia se había enfrentado a los Crest en más de una ocasión y el hecho de que cincuenta años después de su creación siguieran vivos, le parecía una señal de que eran más fuertes de lo que Ceoren había pensado.

—Quiero que sepas —continuó hablando—, que puedes confiar en mí. Mi deber es protegerte, proteger a todas las Guardianas, así que, si necesitas algo, aquí estaré. Sé que te has negado a que Jamis y Tallad te ayuden, pero piensa que la Resistencia se creó justamente para esto y que no solo os protegemos a vosotras, sino también al resto del mundo. Myca Crest es un problema para todos, aunque pocos lo admitan.

—Gracias, Aethicus. —Itaria hizo el ademán de levantarse, creyendo que la conversación ya había terminado, pero el capitán lo hizo un gesto con la mano. Se volvió a sentar, sin saber qué más querría decirle. ¿Advertirle sobre el peligro? Llevaba advertida desde que era una niña.

—La Torre de las Flores, ¿escuchaste hablar sobre ella alguna vez? —Itaria negó, aunque le sonaba de algo. Intentó hacer memoria, pero lo único que consiguió fue sentir un fuerte pinchazo en la sien. De vez en cuando le pasaba, cuando intentaba recordar algo y a Mina también le había pasado; Ceoren nunca había encontrado el motivo—. Se dice que fue el primer lugar donde aparecieron las Guardianas, después de ser creadas por los Dioses. También se enterraron allí a algunas Guardianas. Fue abandonada hace muchos años, pero la Resistencia la restauró poco después de crearse. Ahora vuelve a estar vacía, aunque yo me encargo de mantenerla. Si llegaras a necesitar refugio, la torre está todavía protegida con fuertes hechizos. Dudo mucho que allí te encuen...

—Gracias, Aethicus, pero mejor no —lo interrumpió. El corazón le latía a toda velocidad. La sola mención de que pudiera volver a estar encerrada en una torre había despertado algo dentro de ella, y no algo agradable.

—¿Estás segura?

—Totalmente.

Itaria se levantó de un salto de la silla. No tuvo que decir nada para que Aethicus entendiera lo que quería.

Hizo un gesto con la cabeza antes de salir de la habitación. No sabía si lo había ofendido o no y, la verdad, le daba igual. Itaria pensaba pelear con uñas y dientes para no terminar de nuevo metida en otra torre, encerrada para «su propia seguridad». Porque, aunque la Torre había sido planeada para Mina, al final su padre había visto con buenos ojos que Itaria también se encerrara allí cuando ella lo había sugerido. No sabía si su padre lo había llegado a pensar antes de que ella lo mencionara, pero nunca se le olvidarían sus palabras. «Creo que es lo mejor, por tu seguridad, Itaria. En la Torre estarás segura». Eso había dicho.

Itaria recordaba haber hablado con su padre creyendo que se iba a negar y una parte de ella había estado hasta contenta ante la perspectiva de que el rey no le dejara estar en la torre con Mina. Pero después de esa conversación, no le había quedado más remedio que encerrarse a sí misma en ese lugar tétrico y olvidado por todo el mundo.

Itaria no pensaba volver a cometer el mismo error. Si Myca quería encontrarla, que lo hiciera. Se enfrentaría a ella, aunque supiera que fuera a perder, pero no volvería a quedarse encerrada esperando a que todo el mundo la protegiera y muriera por ella. No, lucharía y moriría, pero libre y con la cabeza alta.

Uhhhh, espero que os haya gustado este capítulo. ¿Qué os está pareciendo la historia hasta el momento?

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