Capítulo 17
Arcar. 29 de abril.
Tiaby aferraba con fuerza el libro entre sus dedos mientras contemplaba la calle a través de la ventana.
Allí abajo, acompañado por una treintena de guardias, estaba el capitán Terred. Tiaby no podía verle el rostro desde allí, pero estaba segura de que en su frente habría un ceño de frustración; de todas formas, sus gestos imperiosos y enfadados se lo decían sin necesidad de verlo.
Lo último que había esperado al despertarse esa mañana era que le llegara un mensaje de lord Aron indicándole que no saliera a la calle porque el capitán había llegado a Arcar de improvisto. Aunque Tiaby no tenía ninguna esperanza en las capacidades de Galogan para encontrarla, definitivamente no pensaba igual de Terred. El hombre la conocía bien y, a pesar de todo, era leal a su padre: si el rey le había ordenado encontrarla, él lo haría y la arrastraría al palacio de nuevo. La sola idea le ponía los pelos de punta.
Tiaby se apartó de la ventana casi trastabillando, con miedo de que el capitán levantara la mirada y la viera allí.
Los chicos, al recibir el mensaje de los Aron a primera hora de la mañana, se habían marchado para intentar obtener toda la información posible sobre lo que estaba ocurriendo, aunque Tiaby también pensaba que se habían ido para no tener que estar cerca de ella después de la discusión que habían tenido el día anterior. Cuando Tiaby les había contado todo lo que había pasado con lord Aron, con ese vampiro y con el extraño bibliotecario, había sentido sus miradas preocupadas, como si pensaran que se había vuelto loca. Entonces les había enseñado el libro y sus miradas habían pasado de preocupadas a horrorizadas al entender que no les estaba mintiendo ni que tampoco era una alucinación suya.
Basra y Mikus prácticamente se le habían lanzado encima para intentar convencerla de que era una idea horrible que se marchara sola; Efyr se había mantenido callado, pero Tiaby había notado como la juzgaba con los ojos. Ninguno de los tres había aceptado que Tiaby deseara marcharse sola, aunque su razón fuera que debía hacerlo sola. Odiaría saber que los había puesto en peligro por algo que ella había decidido hacer.
Después de la discusión, no habían hablado en lo que quedaba de día y al despertarse, solo Basra se había acercado a ella para explicarle lo que iban a hacer esa mañana. Mikus la había mirado desde la puerta justo antes de irse y Tiaby no había sabido decir si estaba triste, enfadado o preocupado; tal vez las tres cosas a la vez, no lo sabía. Había veces, en las que le era muy difícil leer a Mikus. Era como si se pusiera una máscara y, aunque Tiaby podía distinguir ciertas cosas en su rostro, no era capaz de saber qué era lo que realmente estaba sintiendo. Le molestaba que Mikus le ocultara cómo se sentía, sobre todo porque ella siempre era sincera con él.
«Ahora no vas a ser sincera con él —le susurró una molesta voz en su mente».
Tiaby suspiró y acarició el libro entre sus manos. El cuero estaba viejo y gastado y resultaba suave bajo sus yemas. Se había pasado toda la noche leyéndolo, absorbiendo toda la información que contenía en sus páginas. En su mayor parte eran leyendas y cuentos; algunos de ellos Tiaby los recordaba de cuando era pequeña. Tenía el vago recuerdo de su niñera contándole esos cuentos, o al menos una versión dulcificada de ellos. Los que había escritos en el libro eran mucho más crueles, más crudos. Tiaby se tuvo que forzar a seguir leyendo, pero había logrado terminar todas las historias y ahora...
Seguía igual de perdida que antes.
¿Qué se suponía que lord Aron quería que extrajera de ese libro? Todavía se lo estaba preguntando, pasando los dedos por la tapa del libro, cuando unos golpes nerviosos aporrearon la puerta. Su cuerpo se tensó como la cuerda de un arco. ¿Sería otro mensaje de lord Aron?, ¿o era el capitán Terred dispuesto a atarla y devolvérsela a los brazos de su padre y de su prometido? Nerviosa, Tiaby se acercó a la ventana, pero no vio rastro de los soldados. Era imposible que Tiaby no hubiera escuchado a treinta y un soldados armados hasta los dientes subiendo por las escaleras, por muy distraída que estuviera; el ruido habría sido ensordecedor.
Dejó el libro en el poyete de la ventana y se acercó a la puerta. Sacó una daga de su bota mientras, quien fuera que estuviera al otro lado, seguía insistiendo y aporreando la puerta con furia. Parecía estar poniéndose nervioso.
Tiaby abrió la puerta de un tirón y levantó a toda velocidad la mano, dispuesta a poner el cuchillo bajo la garganta de su nada querido visitante.
Pero una mano fuerte le sujetó la muñeca y antes de que pudiera hacer nada para impedirlo, la arrastró hacia el interior del piso, cerrando la puerta tras de sí con una patada. La zarandeó hasta que la daga se le escurrió de los dedos; cayó al suelo cerca de sus pies, pero la figura le dio una patada y la envió al otro lado de la habitación.
Su rostro estaba cubierto por una capucha marrón sucia de polvo, pero por su figura, Tiaby estaba segura de que era un hombre.
Se debatió para librarse de su agarre, le pateó con fuerza, pero de alguna forma logró esquivar todos sus golpes. Tiaby alzó la mano libre e intentó golpearle en el rostro, pero lo único que consiguió fue que también le sujetara por esa muñeca.
Levantó la rodilla e intentó darle un golpe en la entrepierna, pero él se apartó y, con un gruñido bajo, obligó a Tiaby a darse la vuelta, torciéndole los brazos tras la espalda hasta que notó que los hombros le ardían de dolor. Se mordió los labios para no gritar mientras las lágrimas le llenaban los ojos.
—Por favor, no me hagas daño —susurró Tiaby, temiéndose lo peor. En su mente, rezó a toda velocidad a cualquier dios, diosa o lo que fuera para que ese hombre la dejara irse sin hacerle nada.
—No pienso hacerte daño, Tiaby —le respondió una voz grave. A través del miedo y el dolor, Tiaby fue capaz de reconocerla y el corazón el dio un vuelco.
—¿Mirren? —No podía creerse que el hombre que la estuviera sujetando con tanta fuerza fuera el príncipe Mirren, el mismo que se había mostrado tan amable con ella en la cena; el mismo con el que habría estado dispuesta a casarse antes de saber que su padre iba a casarla con su hermano mayor.
Las manos del príncipe seguían aferradas a sus muñecas y Tiaby notaba el cuerpo del hombre en su espalda, el latido de su corazón que iba casi tan rápido como el suyo propio.
—Te soltaré solo si me prometes que no vas ni a intentar huir, ni gritar para pedir ayuda —le dijo Mirren—. Te aseguro que solo quiero hablar contigo.
—¿Eso quiere decir que no estás aquí para llevarme con tu hermano? ¿Cómo puedo creerte? —Tiaby había observado que Mirren y Galogan no se llevaban muy bien, pero eso no quería decir que fuera capaz de traicionar a su hermano mayor, a su futuro rey. ¿O sí? Tiaby no lo sabía. Aunque Mirren le hubiera caído bien, en realidad no le conocía.
¿Podría confiar en él?
—Está bien, te prometo que no intentaré pedir ayuda —le aseguró, su voz temblando.
Pasaron los segundos y Tiaby estaba segura de que Mirren no la iba a soltar. Entonces, notó como sus dedos se aflojaban y la dejaban ir.
Tiaby se giró a toda velocidad y le dio un puñetazo en el estómago. Sin vérselo venir, Mikus no fue capaz de reaccionar a tiempo y el golpe impactó de lleno. Escuchó a Mirren soltar el aire de golpe, doblándose por el dolor. Tiaby lo esquivó y logró llegar a la puerta... tan solo para que un par de brazos la inmovilizaran de nuevo. Mirren apretó un brazo contra su garganta y el otro le rodeó los hombros.
Aunque no apretaba con mucha fuerza, era lo suficiente como para que Tiaby notara que le costaba respirar.
—Dijiste que no ibas a huir —gruñó Mirren contra su oído mientras la arrastraba de nuevo hacia el centro de la habitación, lejos de la puerta.
Tiaby no se atrevía a luchar. En esa posición, Mirren podría dejarla fácilmente inconsciente, tan solo le hacía falta apretar con más fuerza, lo suficiente como para que Tiaby se desmayara. Entonces no podría defenderse y todo sería mucho peor.
—¿En serio... creíste que no iba a intentar... huir? —jadeó Tiaby con el poco aire que le quedaba en los pulmones.
—Te dije que no iba a llevarte con Galogan. Tan solo quiero hablar, maldita sea.
Mirren aflojó su agarre y Tiaby pudo respirar de nuevo. La garganta le ardía y los pulmones le dolían por la falta de aire; estaba segura de que tendría moratones al día siguiente en la piel de la garganta. Sin embargo, todavía seguía encerrada entre sus brazos, como un abrazo de hierro del que, por mucho que lo intentara, era incapaz de deshacerse.
—¿Y cómo se supone que voy a confiar en ti?, ¿en serio esperas que crea que no vas a contarle nada a Galogan? ¡Es tu hermano!
—Si estuvieras en mi lugar, ¿se lo contarías a tu hermano?
—¡Es diferente! Cass es mi hermano pequeño. Galogan es tu hermano mayor y será tu rey cuando tu padre muera.
Mirren la soltó de golpe. Tiaby se tambaleó, mareada de repente por el cambio tan brusco. Consiguió mantenerse en pie de puro milagro. Con la mano se frotó la garganta dolorida mientras se giraba para enfrentarse a la dura mirada de Mirren. Los brillantes ojos verdes que ella recordaba llenos de amabilidad durante esa cena que parecía tan lejana, se habían vuelto fríos como el hielo.
—Tu hermano también será tu rey, por mucho que tú seas su hermana mayor —replicó Mirren, con una acidez en su voz que Tiaby jamás creyó que escucharía en él—. Y si no haces lo que te digo, Galogan no será solo mi rey, si no también el tuyo.
—¿Por qué dices eso? —El cuerpo de Tiaby tembló de pura repugnancia ante la sola idea de tener que casarse con Galogan.
—El capitán Terred te ha rastreado hasta Arcar, seguro que eso ya lo sabes. —Tiaby asintió con la cabeza, pero Mirren no se dio cuenta porque empezó a pasearse por la habitación. Le vio hacer una mueca mientras contemplaba el diminuto piso—. Terred mandó un mensaje a Mirietania, donde mis padres y yo estábamos. Mi madre intentó impedírselo, pero mi padre logró enviar una carta a mi hermano Galogan. Ahora mismo debe estar a pocos días de camino y no dudo de que, para ese momento, el capitán ya te tendrá en su poder y tú estarás de camino hacia Mirietania. —Mirren se detuvo por fin, delante de ella. En su rostro no había amable, tan solo una máscara de seriedad gélida—. No hace falta que te diga lo que ocurrirá cuando llegues, ¿verdad?
«No, no hacía falta —masculló Tiaby en su mente».
—Si mi hermano iba a ser un esposo horrible antes de que huyeras, ¿cómo crees que será después de esto? —inquirió Mirren—. La última vez que le vi estaba más furioso de lo que yo jamás le he visto, y eso es mucho decir. Se sentía humillado por tu huida y porque nadie fuera capaz de encontrarte.
—Si intentas convencerme de que fue una mala idea huir...
Mirren negó con la cabeza.
—Yo no he dicho eso. Es más, creo que fue una buena idea. Galogan te habría hecho daño, en todas las formas posibles. Por eso quiero ayudarte, por eso mi madre y tu madrastra, la reina Aaray, me han mandado para avisarte.
Aaray... Siempre era ella la que la salvaba, ¿verdad? Incluso en la delicada situación en la que la había dejado a solas con su padre, Aaray seguía preocupada por ella y seguía sacándola de todos los problemas en los que se metía. Un nudo de lágrimas le ardió en la garganta, pero Tiaby fue capaz de manejarlo para que no se le notara en la voz.
—¿Y solo te han mandado para avisarme de que Galogan se está acercando? Y, de todas formas, ¿cómo saben dónde estoy?
—Lord Aron.
Tiaby soltó un bufido. Por supuesto que era lord Aron. Ni siquiera entendía cómo no se le había ocurrido pensar en el ese hombre manipulador desde un principio. Aunque se sentía más segura sabiendo que lord Aron trabajaba bajo las órdenes de Aaray, aunque tampoco era extraño teniendo en cuenta que ambos compartían origen. De todas formas, ¿sabría Aaray el cometido que le había mandado lord Aron?, ¿o se lo habría guardado para él? Dudaba mucho que justamente su madrastra estuviera de acuerdo con todo eso.
—Y en cuanto a lo otro —continuó Mirren—, tu madrastra estaba preocupada porque siguieras en Sarath cuando ya deberías haber partido. Entiendo que no tenías suficiente dinero para marcharte al principio, pero ¿y ahora? ¿No has conseguido dinero?
—Sí, claro que lo he conseguido. —La idea de que dudara de ella le resultaba molesta. ¿En serio creía que no era capaz de conseguir el dinero suficiente para huir? Ni Aaray ni ella se habían atrevido a robarle a su padre, no cuando el rey contaba cada moneda para poder gastársela él mismo después. Por eso Tiaby había tenido que ingeniárselas para lograr obtener el dinero necesario para salir de Sarath.
—Entonces no entiendo qué haces todavía aquí. El barco que debía llevarte a Vyarith ya ha partido, ¿no es cierto? —Ella asintió con la cabeza y Mirren soltó un suspiro exasperado, como si no pudiera creerse lo que estaba escuchando—. Mira, no entiendo a qué estás jugando, pero que sepas que es un juego muy peligro. ¿Es que no te das cuenta de que estás a nada de que mi hermano te encuentre? Te hará pagar cada humillación, Tiaby. Y si crees que Aaray tendrá algún poder para ayudarte, o mi madre o yo, estás muy equivocada. En el momento en el que estés casada con Galogan, estarás sola a su merced y no será misericordioso contigo, eso te lo aseguro.
La voz de Mirren se rompió un poco al final, temblando antes de que el príncipe se controlara de nuevo y volviera a ponerse su máscara. Durante unos segundos, Tiaby fue consciente de que si la estaba advirtiendo era porque sabía bien cómo era su hermano mayor. ¿Qué le habría hecho Galogan para que hubiera tanto odio, desprecio y miedo en Mirren?
—No intentes entender mis motivos, Mirren. Ni siquiera sé si yo misma los entiendo. Solo te puedo decir que no pienso marcharme de Sarath y que esa decisión no va a cambiar. No preguntes, por favor —le suplicó Tiaby.
Mirren abrió y cerró la boca un par de veces, como si no supiera bien qué decirle. Después, se pasó la mano por el rostro e hizo presión en el puente de la nariz mientras volvía a pasearse por la habitación. ¿Estaba pensando cómo convencerla de que era una mala idea quedarse? Que no lo intentara.
Para su sorpresa, Mirren se giró de repente hacia ella y dijo:
—Muy bien. Tienes tus motivos y yo no soy nadie para meterme en ellos, pero quiero que seas consciente del peligro que corres de ser encontrada si te quedas en Sarath. Mi hermano no se va a detener hasta encontrarte.
—Me doy por enterada.
—Y aunque no quieras marcharte de Sarath, al menos piensa en salir de Arcar. Estás demasiado cerca de tu padre y en el momento en el que Galogan llegue, no dejará casa por revisar hasta que te tenga en sus manos. Dudo mucho que quieras eso.
—Por supuesto que no —masculló Tiaby.
—Entonces huye. Hoy, a ser posible. —La mirada de Mirren era casi suplicante, como la suya hacía apenas unos minutos—. Cuanto más tiempo pases en Arcar, más difícil será para ti esconderte. El capitán Terred está esperando a Galogan y a sus hombres, y no ha traído muchos soldados. Es tu último momento para huir.
—Está bien, me iré. Voy a necesitar tu ayuda.
El inicio de un plan se estaba formando en la cabeza de Tiaby. Si todo iba bien, podría salir de allí, librarse de Galogan, cumplir las órdenes de lord Aron y, a la vez, proteger a sus amigos. Pero ahora todo dependía de la respuesta de Mirren. Si decía que no...
—Dalo por hecho —respondió el príncipe y Tiaby soltó la respiración lentamente, intentando fingir que no había estado conteniendo el aliento durante el último minuto esperando su decisión—. Pero solo si me dices hacia dónde te vas a dirigir —añadió de repente.
Tiaby frunció el ceño. Aunque pensaba que podía confiar en Mirren, ¿sería cierto todo lo que le contaba o la estaría engañando?
—¿Por qué quieres saberlo? —inquirió Tiaby, apartándose un paso del príncipe. Si le daba una respuesta que no la convenciera, no iba a dudar en echar a correr, aun si eso significaba encontrarse de cara con el capitán Terred.
—Si necesitas ayuda, y nadie sabe dónde estás, estarás sola. Además, si no le llevo esa información a tu madrastra, dudo mucho que mi cabeza siga en su sitio durante mucho más tiempo.
Mirren sonrió por primera vez desde que habían empezado a esa conversación y por unos instantes, Tiaby pudo ver al mismo chico que le había impresionado tanto la primera vez que lo había visto. Se tranquilizó; no encontraba nada que le hiciera desconfiar de Mirren.
—Iré a Myria —le informó Tiaby. Sería útil que Mirren supiera dónde estaba—. Y ahora, necesito que me ayudes en una cosa.
Las calles estaban tan abarrotadas que a Tiaby le costaba avanzar. La gente se arremolinaba alrededor de los puestos de comida, joyas y ropa mientras los músicos tocaban canciones alegres y la gente acompañaba la música con canciones. Algunas, Tiaby estaba segura de que eran inventadas.
Apartó a un grupo de chicos que estaba parado delante de ella y le dio un golpe a una mano que intentó agarrarla por el brazo. Escuchó unas carcajadas resonando tras ella, pero no les prestó atención. Apretó con más fuerza la mochila que llevaba pegada al pecho y se caló la capucha que le cubría el llamativo cabello. Nunca había odiado tanto su aspecto como ahora.
Le quedaban apenas unos pasos para llegar hasta las puertas de Arcar. Esa noche estaban abiertas de par en par, aunque los guardias estaban apostados a cada lado y registraban a cada persona que deseaba entrar o salir, buscando armas o cualquier cosa extraña que llevaran encima. Y Tiaby llevaba armas y un libro muy raro en su mochila.
Mirren le había asegurado que la ayudaría a salir, pero Tiaby no veía ni rastro del príncipe entre la multitud. Se suponía que iba a estar esperándola cerca de las puertas... Pero por mucho que buscó, no lo vio.
Tiaby llegó a las puertas y disimuladamente se escondió detrás de unos barriles que estaban en una buena posición para ver si Mirren llegaba. Si alguien la veía, pensaría que tan solo era una borracha que estaba tomando un descanso de los bailes, la comida y la gente.
Se arrebujó en su capa, cansada de repente. El día había sido duro, uno de los más duros de su vida. Tener que despedirse de sus amigos, de Mikus, la había destrozado, sobre todo porque lo había tenido que hacer mediante engaños. Mirren la había ayudado, pero eso no lo había hecho más sencillo. Entre los dos, los habían convencido de que Tiaby necesitaba marcharse de inmediato y, lo más importante, a solas. Mikus y Efyr habían luchado contra la idea, por supuesto, pero Basra al final se había puesto de su lado. Los tres juntos habían sido capaces de convencer a los dos más reticentes de su grupo y no habían tenido más remedio que claudicar.
Tiaby se había sentido bien al principio, hasta que se dio de lo que significaba todo aquello. Era como si hubiera ganado una batalla en la que no había sido consciente de estar metida y temía haber terminado perdiendo a Mikus y Efyr por el camino. Sabía que Basra estaba de su lado; era el único que se había mostrado indeciso desde el principio. Efyr era Efyr. No había otra forma de explicarlo. Dudaba mucho que le importara en realidad lo que
Pero Mikus... Sabía que el ladrón había visto más allá de sus mentiras y también sabía lo que eso significaba. Lo había sabido en el momento en el que Mikus había levantado la mirada cuando se estaban despidiendo y la había mirado. En sus ojos había visto dolor que no le había hecho falta decir nada para saberlo.
Se había terminado.
Así de sencillo, así de rápido. Lo que fuera que hubiera habido entre ellos, Tiaby lo había destrozado con una mentira y lo había enterrado en el momento en el que había salido por la puerta del piso. Y, lo peor de todo, era que en el fondo se sentía aliviada. Había querido a Mikus, pero muy al principio de su relación; el sentimiento se había desvanecido rápido, pero Tiaby se había seguido aferrando a él con todas sus fuerzas, por miedo a perderlo. Era como una ancla, seguro y sólido en medio de la tormenta y el caos que era su vida. Todavía sentía cariño por él, pero no lo amaba y Tiaby estaba segura de que Mikus tampoco la amaba, al menos ya no.
—No mires atrás —le susurró la voz de Mirren de repente, sacándola de golpe de sus pensamientos. Tiaby dio un salto, pero obedeció y no se movió.
—Ni siquiera te he visto llegar —replicó Tiaby, el corazón todavía latiéndole a toda velocidad en el pecho.
—Estabas tan distraída que no te has dado cuenta. Venga, levántate antes de que el guardia al que he sobornado se ponga nervioso.
Tiaby se levantó y se recolocó la capa; la capucha se le había caído cuando Mirren la había asustado.
Mirren la cogió de la mano y la llevó hasta donde estaban los guardias. Vestían con petos de cuero tintados de azul y llevaban capas grises colgándoles de los hombros; en las manos sujetaban lanzas y tenía dos cuchillos en el cinturón.
Al ver a Mirren, los guardias hicieron un gesto con la cabeza y, sencillamente, los dejaron pasar. Mirren no le dejó hablar hasta que estuvieron a las afueras de la ciudad y el ruido del Mercado Nocturno era tan solo un murmullo. El príncipe no la soltó en ningún momento. Sintió su mano cálida y segura durante todo el trayecto y le ayudó a calmar el rápido tamborileo de su corazón. A pesar de sus reservas iniciales, Mirren no había hecho nada que le hubiera hecho desconfiar de él en las últimas horas y ahora Tiaby se sentía segura con él. Era extraño lo rápido que había cambiado todo.
La llevó hasta unos árboles donde, escondido bajo su sombra, había un caballo, con las riendas atadas a una rama baja. El animal soltó un bufido hasta que Mirren le dio unos golpecitos en la nariz. Tiaby también se acercó y dejó que le oliera la mano y se familiarizara con ella.
—En las alforjas tienes comida y dinero para un par de días —le contó Mirren, dándole unos golpes a las bolsas que colgaban de la silla de montar—. También te he puesto un par de dagas. Estoy seguro de que sabes usarlas.
—Muchas gracias por todo, Mirren. De verdad.
El hombre dio una cabezada y le sonrió. A pesar de la oscuridad, Tiaby fue capaz de ver como los ojos se le iluminaban.
Se dio cuenta de que estaban muy cerca, a apenas un palmo. Antes de pensar dos veces, Tiaby se inclinó y le dejó en un beso en la mejilla ligeramente áspera. Cuando se separó y lo miró de nuevo, Mikus parecía sorprendido, con los ojos muy abiertos. Se llevó los dedos al punto en el que acababa de besarlo y durante unos segundos Tiaby pensó que lo había molestado... hasta que una sonrisa todavía más amplia que la anterior apareció en sus labios.
—Deberías marcharte, Tiaby —susurró Mirren, con una ligera nota de algo que Tiaby no fue capaz de identificar tiñendo sus palabras—. Aprovecha la luz de la luna para cabalgar.
Tiaby asintió y se subió al caballo. Miró a Mirren y por primera vez era él el que tenía que levantar la mirada para verla.
Sus ojos conectaron unos instantes antes de que Tiaby hiciera chasquear las riendas y el caballo empezara a caminar, alejándose de Arcar, de sus amigos y de Mirren.
Sabía que la reina Aaray y su madre se iban a enfadar con él cuando les contara que Tiaby no se había marchado de Sarath. También sabía que se enfadarían todavía más cuando Mirren no les revelara dónde estaba Tiaby, pero había prometido guardarle el secreto y no pensaba traicionar su confianza. No, Mirren pensaba callárselo, aunque lo amenazaran.
Alguien le dio un golpe en el hombro al pasar y estuvo a punto de caerse. Se frotó el hombro dolorido e intentó ver quién lo había empujado, pero fuera quien fuera había desaparecido en la marabunta de gente que lo rodeaba. Mirren jamás había visto a tanta gente junta. Aunque Lorea era un reino grande, la capital era mucho más pequeña que Arcar y apenas había salido de Anglar en un par de ocasiones. Su padre nunca había permitido que Mirren se alejara más allá de Andarys, que no era más que un pequeño, aunque próspero pueblo. Sentía que le costaba respirar rodeado de tanta gente y su mente vagó sola imaginándose un montón de escenarios en los que terminaba muerto aplastado por miles de botas.
Por fin, logró llegar la plaza principal de Arcar. La casa de lord Aron tenía las luces apagadas, pero en la plaza había tanta luz que no se veía sombría ni triste. Mirren llegó hasta la puerta y la encontró entreabierta; lord Aron lo había estado esperando. Sabía dónde tenía que buscarlo, así que fue directamente a la biblioteca. El hombre lo esperaba sentado en una de las sillas, con varios libros desperdigados en la mesa delante de él.
—¿Cómo ha ido todo, mi señor? —preguntó lord Aron, con una voz seria y calculada marcada por su fuerte acento y sin siquiera levantar la mirada del libro. A Mirren le dio un escalofrío: era como escuchar una versión más grave de la voz de la reina Aaray.
Si se hubiera tratado de otra persona, Mirren hubiera considerado una falta de respeto que lo mantuvieran de pie, a oscuras y sin siquiera mirarle a la cara. Pero hablar con lord Aron era como hacerlo con Aaray; el hombre era su voz, sus ojos y sus manos en Arcar y Mirren estaba solo, armado tan solo con su espada. No era tan estúpido como para pensar que lord Aron no tenía más poder que él en ese momento.
—La princesa ya se ha marchado, pero me temo que no he sido capaz de conseguir que salga de Sarath. Parecía muy empeñada en quedarse aquí.
—Lo sé —replicó lord Aron, cerrando por fin el libro. Con una actitud relajada, dejó el tomo sobre la mesa y lo miró, todavía sentado. No hizo ningún gesto para que Mirren también se sentara, así que decidió permanecer de pie—. Yo fui el que la convenció de que no debía marcharse de Sarath.
—¿Qué? ¿¡Por qué!?
Dudaba mucho que eso fuera idea de la reina. ¿Lord Aron estaba jugando a su propio juego a escondidas de Aaray?
—Los pormenores no os interesan, príncipe Mirren.
—Tal vez no, pero sabéis perfectamente que mientras Tia... la princesa Tiaby —se rectificó a tiempo—, siga en Sarath, existirá la posibilidad de que mi hermano la encuentre. No tengo ninguna fe en las habilidades de mi hermano, pero cuando Galogan están enfadado y ofendido es muy peligroso, y ahora lo está.
—Nos encargaremos de que no la encuentre, aunque para eso necesito saber a dónde ha ido la princesa. Tengo una ligera idea, pero...
—Pero nada. No os lo voy a decir. Su secreto está mejor guardado conmigo que con nadie, os lo puedo asegurar.
Lord Aron apretó los labios en una mueca de disgusto. Después los abrió para decir algo... pero pareció pensárselo mejor y dio un corto asentimiento con la cabeza.
—Como os prometí, tengo a un brujo esperando para hacer un portal y llevaros directamente a Mirietania. Estoy seguro de que la reina Bissane y la reina Aaray desearán saber la nueva información cuanto antes.
«Y yo le contaré a Aaray que estás jugando una partida aparte sin que ella lo sepa —pensó, resistiendo el impulso de soltarlo».
Lord Aron se levantó de la silla y lo llevó por unos corredores que se iluminaron mágicamente. No entendía por qué cuando él había pasado no habían reaccionado, pero le dio igual con tal de tener luz y poder ver bien al hombre, aunque fuera a su espalda. Lo llevó hasta una escalera que descendía en forma de caracol hasta un sótano. Mirren ya había estado allí antes, pero eso no quitó que se sintiera incómodo, como si tuviera cientos de hormigas recorriéndole la piel por la anticipación. Se calmó a sí mismo pensando que lord Aron no podía hacerle ningún daño. Era un príncipe y aunque para ese hombre no pareciera ser relevante, sus padres no pensarían igual si algo le llegara a ocurrir. O al menos su madre no pensaría igual. De su padre no estaba tan seguro.
El sótano estaba ligeramente iluminado por más luces mágicas, pero aparte de eso no era más que una estancia de piedra circular, sin nada en ella a excepción de las fuertes columnas que soportaban el techo y que estaban colocadas en forma de círculo. En el centro de este había un hombre, vestido con una sencilla túnica negra y con el rostro cubierto por una capucha.
Sin decir nada, el brujo alzó una mano y de sus dedos empezaron a salir volutas de un homo rojo sangre que se enroscaba en un punto fijo delante del hombre, girando y girando...
Aunque lo más seguro era que no le hubiera costado más de un minuto formar el portal, a Mirren le parecieron horas.
—Decidle a la reina Aaray que hablaré con ella en cuanto pueda y mandadle mis respetos a vuestra madre —dijo lord Aron de forma cortés, inclinando un poco la cabeza en un gesto demasiado ensayado para ser real.
Mirren lo correspondió de igual forma y se adentró en el portal, deseando librarse de la presencia molesta de ese hombre.
Viajar en portal no era agradable. Mirren sintió como si algo lo agarrara desde el centro de su cuerpo y tirara de él hacia delante con una fuerza superior a cualquier otra que hubiera sentido nunca. El interior de portal era pura oscuridad, densa, persistente y ominosa. Durante unos segundos, Mirren tuvo miedo de no salir jamás de ahí. Pero antes de que pudiera terminar de formar ese pensamiento, se vio arrojado al exterior y a una luz cegadora.
Unas manos lo ayudaron a levantarse. Parpadeando y con las piernas flojas, Mirren logró ponerse en pie antes de dejarse caer en un mullido sofá. Su madre estaba frente a él, sujetándole el rostro y moviendo los labios a toda velocidad, aunque él no escuchaba nada más que un profundo pitido.
Sacudió la cabeza y el pitido fue desapareciendo hasta que pudo escuchar el crepitar de la chimenea que había delante de él.
—¿Estás bien, cariño? —le preguntó su madre, pasando los dedos por su mejilla. Sentir a su madre lo hizo sentirse más seguro y por primera vez fue consciente del miedo que había sentido con lord Aron, miedo que había mantenido atado y a raya de alguna forma hasta el punto de que ni siquiera se había dado cuenta de que lo estaba sintiendo.
—Sí, madre. Estoy perfectamente.
Por el rabillo del ojo, vio como una figura se movía hacia ellos. La reina Aaray caminó hasta colocarse tras su madre y le puso una mano en el hombro a la mujer, apartándola ligeramente. Mirren se sentía intimidado por Aaray, pero al mismo tiempo la admiraba. Era fuerte, inteligente y valiente; debía serlo para luchar contra su marido día a día, minuto a minuto.
—Bissane, deberías llevarlo a descansar. Estará agotado.
Su madre miró con los ojos entrecerrados a Aaray, pero al final asintió con la cabeza. Su madre y Aaray se conocían desde que eran jóvenes, aunque Mirren todavía no terminaba de entender qué clase de relación había entre ellas; no sabía si eran amigas, enemigas que colaboraban o aliadas. Su madre nunca se había llevado bien con nadie, o al menos con nadie que no proviniera de Vyarith, como ella.
De cualquier forma, su madre lo ayudó a levantarse y abandonaron las estancias privadas de Aaray, en dirección a la habitación de Mirren. No estaba muy lejos, al final de un largo pasillo; la habitación de sus padres estaba al principio de ese mismo corredor y a su lado estaban los aposentos de Galogan, ahora vacíos.
Su propia habitación era espaciosa, con unas grandes ventanas rectangulares que dejaban pasar la luz de la luna y que recorrían la mitad de la pared derecha; al otro lado, había un estrecho balcón cercado por una barandilla de piedra. Al lado de la puerta se encontraba la chimenea, con un par de sillones colocados enfrente, mientras en el lado opuesto estaba la ancha cama, con postes de los que colgaban unos pesados doseles de terciopelo azul que hacían juego con las sábanas. A los pies de la cama estaba su baúl, abierto de par en par tal y como lo había dejado al marcharse. Le había dado órdenes a su criado para que no se acercara a su habitación mientras él no estuviera en el castillo; Mirren era cuidadoso con sus cosas, pero prefería asegurarse de que no pudieran encontrar nada... importante.
Se dejó caer en uno de los sillones después de encender la chimenea. El calor del fuego se sentía agradable. A pesar de que no hacía frío, estaba tan cansado que notaba erizones recorriéndole el cuerpo.
—¿Padre no sospechará si no te ve en vuestra habitación? —preguntó Mirren, preocupado, al ver que su madre se sentaba en el sillón contiguo.
—Tu padre está dormido. Me he asegurado de que esta noche no nos moleste. —Su madre hizo una mueca de disgusto y Mirren supo que, si fuera por ella, su padre no los molestaría nunca más.
Su madre lo odiaba con todas sus fuerzas. Mirren dudaba que hubiera existido una época en su matrimonio en la que ella no le odiara, y con razón. Su padre siempre la había tratado como si no fuera más que un objeto, mandando sobre ella como si fuera su dueño. Y lo peor era que había criado a Galogan para que fuera igual que él.
—¿Sigues...? Ya sabes. —Mirren no se atrevía a decirlo en voz alta, por miedo a que alguien pudiera estar espiándolos. No habría sido la primera vez que su padre ordenaba a uno de sus hombres que los espiaran. Mirren había aprendido a no sentirse seguro ni en su propia habitación, ni cuando creía estar totalmente solo porque siempre existía la posibilidad de que estuvieran escuchándolo.
—Sí, todo sigue adelante. Solo espero que no tarde mucho. Estoy harta de aguantarlo —escupió su madre.
—Últimamente está muy cansado, eso es buena señal. El final debe estar cerca, ya lo verás.
Mirren alargó un brazo y rodeó los dedos fríos de su madre con los suyos. Ella asintió con la cabeza y le sonrió un poco.
—Sí, pero entonces tendremos otro problema, Mirren. Y no sé si seré capaz... —Se le rompió la voz y los ojos se le llenaron de lágrimas. Pero antes de que pudiera consolarla, su madre sacudió la cabeza y se pasó los dedos por los ojos llorosos. Cuando levantó la mirada hacia él, Mirren vio el dolor, el miedo, pero también la determinación que destilaban—. Haremos lo que sea necesario.
Él asintió con la cabeza. En ese momento odió con todas sus fuerzas a Galogan. ¿Por qué tenía que ser igual que su padre?, ¿por qué tenía que hacerle tanto daño a su madre, a sus hermanas y a él? Su hermano siempre había sido así, incluso cuando eran niños. Cruel, envidioso, narcisista y con un carácter explosivo que hacía que todos pagaran sus rabietas; bueno, todos excepto su padre. Era al único al que Galogan respetaba lo suficiente como para escucharlo, aunque a veces ni siquiera él conseguía detener sus acciones.
—Voy a dejarte descansar, cariño —dijo su madre, levantándose del sillón y arreglándose el vestido a pesar de que no tenía ni una sola arruga—. Además, quiero mandarle una carta a mi prisa Elisa y prefiero hacerlo mientras el sedante que le he dado a tu padre sigue haciendo efecto.
Mirren frunció el ceño. Imitó a su madre y se levantó.
—¿A la tía Elisa? ¿Por qué quieres mandarle una carta?
Elisa, la reina de Vyarith, era prima hermana de su madre y se habían criado juntas en Pherea, la capital de Vyarith.
—No te preocupes tanto, Mirren. No ha ocurrido nada, es solo que prefiero ser precavida. —Su madre soltó un suspiro cansado y se frotó los ojos, intentando deshacerse un poco de la tensión del día—. Ya sabes que la situación de Sarath es inestable y me temo que, gracias a las estúpidas acciones de tu padre, Lorea esté en el centro de todo. Elisa está dispuesta a ayudarnos, de la forma que sea.
Mirren tragó saliva con fuerza. No le gustaba para nada cómo habían sonado las palabras de su madre. Quiso seguir preguntándole, pero cuando abrió los labios, su madre alzó una mano, deteniéndolo.
—Es un mal momento y lugar para hablar de estas cosas, hijo. Ya tendremos tiempo para eso.
—Está bien, pero no me dejes a ciegas, madre.
—Eso nunca. Y ahora descansa, ha sido un día muy duro para todos.
Su madre le dio un beso en la mejilla y se retiró. Sin pensárselo dos veces, Mirren se arrastró hasta la cama y se dejó caer encima sin siquiera desvestirse. El cuerpo le dolía. Se había pasado dos días siguiendo al capitán Terred, intentando que no lo descubrieran. Ni siquiera sabía cómo lo había conseguido. Después había tenido que lidiar con lord Aron a primera hora de la mañana para saber dónde estaba Tiaby y...
Tiaby. ¿Estaría bien? Mirren temía que le ocurriera algo; se sentiría terriblemente culpable. Pero había estado tan convencida de irse a Myria que ni siquiera se había visto con fuerzas para convencerla de lo contrario. «Al menos se alejará de Galogan —pensó». Aunque para él no había mundo suficiente para alejarse de su hermano, el cambio repentino lo despistaría por un tiempo.
Se le estaban cerrando los ojos y notaba el cuerpo pesado. Intentó seguir pensando en Tiaby, en cómo la ayudaría desde Mirietania, pero cayó dormido antes de poder formular el siguiente pensamiento.
¡Capítulo 17 publicado! Espero que os haya gustado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro